el blog de reseñas de Andrés Accorsi

jueves, 30 de junio de 2011

30/ 06: FREEWAY


Diez años! Diez larguísimos años tardó el genio canadiense Mark Kalesniko en terminar esta impresionante novela gráfica. Son 410 páginas, o sea que es lógico que lleven su tiempo… pero 10 años es una monstruosidad! Sobre todo con lo cebados que nos dejó con su obra anterior, la fundamental Mail Order Bride. Pero bueno, ahora que salió Freeway, seremos pocos los que nos acordemos de Mail Order Bride, porque Freeway es mejor.
Me acuerdo que, cuando reseñé Mail Order…, dije “Kalesniko es cualquier cosa menos intrascendente, y eso se debe a que el tipo PONE TODO. Hasta su propia vida, que no tiene reparos en exponer, mínimamente camuflada detrás de sus personajes”. Esta vez el camuflaje es mínimo. El protagonista se llama Alex Kalienka, pero la vida del personaje ES la de Kalesniko, tal cual. Freeway no es exactamente autobiografía, porque tiene elementos fantásticos, pero sin dudas se sostiene en las experiencias vividas por el autor, tanto en su vida laboral como de pareja.
El elemento más destacado en la trama es un embotellamiento, el clásico kilombo de tránsito que se vive todos los días en las alucinantes autopistas que recorren todo el Gran Los Angeles, que se llaman “freeway” y no “highway” porque –como su nombre lo indica- son gratis, no tienen puestos de peaje. Kalesniko usa al embotellamiento como metáfora de una vida estancada, que parece no avanzar, que te pone tenso al pedo, en ese limbo extraño en el que no estás laburando, pero tampoco estás en tu casa haciendo lo que se te da la gana. En realidad, como en Mail Order Bride, el tema central de Freeway es el abismo entre las expectativas del joven Alex (que se viene desde Canadá a trabajar en la industria de la animación) y la realidad con la que se encuentra una vez que empieza a trabajar en los estudios Disney (aunque acá no se llaman Disney).
Un personaje lo define en una sóla frase, brillante: “la animación es como el chorizo: se disfruta más si no sabés cómo se hace”. Como ya lo hiciera Guy Delisle en la increíble Pyongyang, Kalesniko le saca un jugo impresionante (por momentos escalofriante) al backstage de un largo de dibujos animados, con las internas, los puteríos, los mediocres que ascienden a costas de los talentosos, los jefes miopes, la infinita cantidad de boludeces que –en la práctica- importan más que la calidad artística del producto en el que trabajan esos tipos, que alguna vez fueron artistas, pero a los que el sistema terminó por convertir en engranajes.
El elemento fantástico es excelente: en muchos tramos del relato, la imagen se difumina y saltamos hacia atrás dos generaciones, a ver la vida de un Alex Kalienka que no existió, pero que podría haber sido el abuelo del actual. En esa Los Angeles de los años ´30 y ´40 (magistralmente dibujada por Kalesniko, que se documentó a full), el sueño del artista que quiere volcar su talento en la industria de la animación, ser justamente reconocido y vivir con dignidad y felicidad (sin manejar una hora y media de casa al trabajo y del trabajo a casa) era real, y el contraste con el Alex del presente, a veces te conmueve y otras te indigna.
Por si faltara algo para que esta novela gráfica vaya a la lista de las mejores publicaciones de lo que va de 2011, tenemos a Kalesniko dibujando en todo su esplendor. Con su trazo engañosamente simple, su formidable destreza narrativa, su laburo meticuloso en fondos, detalles… y embotellamientos! Con secuencias cinematográficas, con splash pages y páginas de 15 ó 16 viñetas, con un dibujo dinámico, expresivo, con un gran cuidado en el lenguaje corporal, excelentes trucos para las transiciones entre secuencias… Todo el ritmo del relato está perfectamente controlado por un maestro del timing, que construye personajes y escribe diálogos como los grandes guionistas y dibuja como los grandes dibujantes.
La próxima vez que te morfes un embotellamiento en la General Paz, en la Panamericana o en la 25 de Mayo, tomátelo con calma: seguro que vas a tardar menos de los 10 años que tardó Mark Kalesniko en recorrer su inolvidable Freeway.

miércoles, 29 de junio de 2011

29/ 06: EL AMOR DUELE


Esto es finoli de verdad. En este hermoso librito con 23 historietas cortas, la alucinante Kiriko Nananan (autora de aquel magnífico anti-shojo titulado Blue) nos invita a explorar varios sentimientos que tienen que ver con el amor y la sexualidad, desde una óptica claramente femenina. Tenemos parejas gays y heterosexuales, chicos que se acuestan con señoras mayores por un billete, chicas que hacen lo propio con señores, relaciones en las que tiene mucho peso la violencia (verbal, psicológica y física), relaciones que empiezan o se terminan, o que desembocan en casamientos, cuernos, mentiras, o embarazos no deseados. Incluso una crítica muy filosa al clásico relato romántico que solemos ver en cientos de shojos adocenados, clonados los unos de los otros.
Nananan va para el lado contrario de todos los demás comics centrados en el amor. Sus historias proponen rodajas de vida (slices of life), cachitos de historias, como si espiáramos a los vecinos por la cerradura. Con esos breves fragmentos le alcanza para meternos en las historias, para que muchas veces logremos identificarnos con alguno de los personajes, que nunca se repiten a lo largo de las 23 historietas. El arma clave para seducirnos es el alto grado de realismo: la gente de Kiriko habla como nosotros, ama como nosotros, se manda las mismas cagadas que nosotros y trata de emparcharlas igual que nosotros. Sus personajes se emocionan, se enojan y se calientan por los mismos motivos que los lectores y viven situaciones que muchos de nosotros alguna vez vivimos. El tono es parecido al de los comics de Adrian Tomine, pero con más intensidad, no tan frío.
Como en aquellas viejas historietas que hacía Maitena en los ´80, el erotismo está planteado de modo muy femenino, o sea, mucho más sutil y menos grotesco que en los comics eróticos creados por y para varones. Lo cual no significa que no haya unos cuantos momentos (y muchísimos diálogos) pensados para levantar temperatura. Pero los garches de Nananan son finos, elegantes, “cuidados”, incluso cuando garchan personajes que no se aman ni mucho menos.
Por supuesto, entre 23 historietas hay mejores y peores. Argumentos que te hipnotizan a la segunda viñeta y argumentos con los que nunca llegás a conectar y pasan sin pena ni gloria. Pero la mayoría de las historias son fuertes, atrapantes, tan originales en los planteos como en las resoluciones. Estamos ante una guionista implacable, con un gran manejo del tempo narrativo, de los silencios y de los diálogos, que incluso traducidos al español (con coños, pollas, tíos y cosas que molan mogollón) suenan muy, muy reales. Habrá que ver qué hace contando en otro registro, pero en este, el de la historia minimalista, intimista, con mucha introspección, mucha observación y bastante mala leche, lo de Kiriko Nananan es absolutamente intachable.
Visualmente, el planteo de El Amor Duele es más raro. Además de parecerse a esos comics de Maitena, hay muchas secuencias que me recordaron al maestro italiano Guido Crépax, aquel innovador de la narrativa gráfica que tanto pegó en los ´60 y ´70. Kiriko es igual de vanguardista que Crépax (no por nada empezó publicando en la Garo). Trabaja un claroscuro puro, con tramas mecánicas, pero totalmente limpio, sin sombras, como si fueran dibujos vectoriales. Por momentos, en vez de a los personajes enfoca objetos, o manos o pies. Cada tanto elige (con gran criterio, como hacía Crépax) momentos en los que los fondos desaparecen y los personajes quedan casi siempre solos, en silencio, contra una viñeta despojada, para expresar angustia, soledad, carencias. A primera vista, el de Nananan es un dibujo poco historietístico (y cero “manguístico”), pero ni bien te metés en las historias, te re-cierra y lo empezás a decodificar (y a disfrutar) sin la menor dificultad.
Otro manga que no se parece a nada. Otra autora dispuesta a todo. Otra batalla ganada contra el más de lo mismo. Otra obra cautivante, irresisitible y riquísima para el análisis cuando cerrás el librito. Así da gusto que el amor duela.

martes, 28 de junio de 2011

28/ 06: HELLBLAZER: BAD BLOOD


Otro acierto en la colección de TPBs para pobres de DC es la reedición de esta miniserie originalmente publicada en 2000. Yo en su momento la compré, después no me acuerdo por qué la hice guita, y ahora me la volví a comprar, y a leer, porque obviamente no me acordaba un carajo más allá de los lineamientos muy básicos de la trama.
El subtítulo de Bad Blood es “a restoration comedy”, y no te miente en lo más mínimo: esto es una comedia, una historieta mucho más humorística que cualquier otra protagonizada por John Constantine, con situaciones 100% en joda, pensadas para que te rías en voz alta. Está ambientada varios años en el futuro, cuando John es un veterano septuagenario y eso también le da al guionista Jamie Delano material para meter chistes, algunos sutiles y algunos tirando a grotescos. Pero más allá de las groserías, el slapstick y las finas ironías típicas de Hellblazer, el tema central para abastecer a la trama de risas, intrigas y emociones es la política, o en realidad una arista de la política británica que a nosotros nos resulta medio extraña, o lejana, como es la tensión entre los que quieren una república de iguales y los que siguen bancando el ancestral concepto de la monarquía.
Delano (creo que ni hace falta aclararlo) es de los que repudian el sistema monárquico, y claramente Constantine también. O sea que te imaginarás el grossor de los palos que le pega Bad Blood a la decadente familia real británica, coñemu por coñemu. Los palos más graciosos son los que salpican, además, a los nobles advenedizos y –la fácil- a los medios de comunicación que, embobados con la familia real, hablan del retrógrado sistema monárquico como si fuera un cuento de hadas hecho real. Y ya que está, Delano mete el dedo en la llaga con varios temas espinosos más (seguramente más impactantes hace 10 años que hoy) como el racismo, la homosexualidad y el aborto.
Con todos estos condimentos, la sátira socio-política tiene todo para eclipsar definitivamente al argumento y por momentos lo logra. Sin embargo, este último tiene su atractivo, no se queda en la pavada, ni en la bizarreada, ni en la anécdota light. La resolución, por ejemplo, es compleja y arriesgada y hay que prestar mucha atención para descubrir cómo hace Constantine para envolver con moñito y todo a las distintas partes involucradas en el conflicto y además salir ganando él, claro. El hechicero de clase trabajadora acá no pela ningún conjuro sobrenatural, pero juega siempre muy al filo del chamuyo, con su astucia y su instinto como armas fundamentales. Y aún así, lo vemos cobrar de lo lindo!
Al frente de la faz gráfica tenemos a un inspirado Philip Bond, cuyo estilo (mezcla de Jamie Hewlett y Ty Templeton) es ideal para una comedia. A Bond se lo ve muy comprometido con la historia, cebado, dispuesto a no mezquinar nada. Y Delano le responde con el esfuerzo de no meter nunca más de seis viñetas por página, para que Bond se pueda lucir. Para la segunda mitad de la obra, Bond venía atrasado y le ponen a Warren Pleece (dibujante de tercera línea, bastante resistido por los fans) a plantar las viñetas para que Bond las termine en su particular estilo. Y la verdad que, si bien se extraña un poquito de la frescura de los primeros episodios, el resultado no se desluce para nada, primero porque el estilo de Bond es muy fuerte, y segundo porque la narrativa de Pleece es muy sólida.
Y bueno, por ahí en Argentina no tiene mucha gracia joder con el tema de los reyes y los príncipes, porque hace 200 años que no nos gobierna nadie con sangre real. Pero las runflas políticas, las mentiras flagrantes de los medios de comunicación y las bajezas que están dispuestos a cometer los privilegiados con tal de no perder sus privilegios, son temas que sí nos tocan muy de cerca. Bad Blood se parece poco al típico comic de Hellblazer, con lo cual más de un completista podrá decir “paso”, y seguir de largo. Pero también tiene unos cuantos ganchos para seducir al que habitualmente no sigue las siniestras andanzas de este carismático personaje, y eso es muy grosso.

lunes, 27 de junio de 2011

27/ 06: DOS ESTACIONES


Este librito contiene dos historietas completas, apenas vinculadas por la temática, y lógicamente agrupadas por ser dos obras del guionista platense Federico Reggiani y el dibujante puntano Rodrigo Terranova.
Seguramente el rasgo más notorio de los guiones de Reggiani, dentro y fuera de este libro, es la originalidad. El platense siempre sorprende con el enfoque, con la forma en la que elige contar las historias, que en general no tienen nada que ver con las típicas, con las más visitadas por los géneros más transitados. Reggiani se baja del auto, saca la moto y se mete por los caminos difíciles, maneja cuesta arriba, al borde del acantilado, para llegar a donde los otros guionistas no llegaron porque no se les ocurrió que se podía transitar por ahí.
El primer relato, La Primavera, tiene un montón de saltos al vacío, todos bien resueltos por Reggiani. El registro es raro, es una especie de realismo mágico mezclado con comedia negra, con cierto grotesco. La historia gira en torno al velatorio de Raúl Alfonsín, pero se nutre sobre todo de la falta de memoria, de borrosos recuerdos de aquella campaña presidencial que llevó a Alfonsín al gobierno en 1983. Fue el momento en el que descubrió la política toda una generación (la de los que hoy tenemos cuarentaipocos, como Reggiani y yo) y a uno se le quedaron para siempre grabados esos nombres, esas fórmulas, esos slogans y esos cantitos. Pero a un montón de gente no, y Reggiani recopila de modo más irónico que didáctico un montón de datos sobre aquellos años de “primavera” alfonsinista. En el medio se cuelan cachos de letras del rock nacional de los ´80 y hasta una especie de homenaje a las historietas de Columba, otras dos argentineadas fuera de época.
La segunda historia, la más extensa, sigue un esquema un poco más tradicional de principio-desarrollo-fin, pero no por eso resulta trillada ni repetida. Esta vez la ambientación es Junio de 1978, aquel invierno que coincidió con el Mundial jugado en nuestro país, en plena dictadura militar. Acá la carga ideológica está más manifiesta (se ve que Reggiani tiene más claro por qué no le gustan los milicos que por qué no le gustan los radicales) y la comedia es mínima, más sutil y más perturbadora. El Gauchito del Mundial, que se le aparece al protagonista como una especie de Pepe Grillo más zarpado, provee el elemento fantástico, la cuota de irrealidad que despega a El Invierno de tantas otras historias de abusos y resistencias durante la dictadura. Los diálogos están más afilados, ya que Reggiani no los usa para enrarecer la atmósfera (como en la primera historia) sino para darle realismo a esta trama de corrupción, negociados, sexo y poder.
Lo más interesante del paquete es cómo, en una época en la que la mayoría de los historietistas argentinos se desesperan por generar productos exportables y son capaces de bailar en ropa interior con tal de publicar en Marvel, Vertigo, Aurea o Delcourt, Reggiani se propone crear material 100% argento, quintaescencialmente argento, al punto de no entenderse en otros países, como le pasaba al Negro Fontanarrosa con Inodoro Pereyra. Un riesgo más que asume el platense y que desde acá no podemos menos que aplaudir.
Y hablando de riesgos, la elección de Rodrigo Terranova para dibujar las historias también es jugada. El puntano está en su mejor momento y deja todo en cada página, de eso no hay dudas. Pero su estética es, me parece, demasiado freak para las historias que cuenta Reggiani. Es un estilo que enseguida remite a lo no real, a lo bizarro, a un relato con poca pretensión de verosimilitud. Funcionaba perfecto en La Fábrica, por ejemplo (la reseñamos el 29 de Octubre), donde Terranova dibujaba a tipos con cabezas de animales y contribuía enormemente al clima extraño (y fascinante) del guión de Alejandro Farías. Acá aporta extrañeza desde lo visual a una historia (La Primavera) que funcionaría mejor si todo lo extraño, si todo lo inquietante viniera desde los textos y el dibujo fuera más realista, más convencional. Por suerte, para cuando arranca El Invierno uno ya se acostumbró al estilo de Terranova y lo vive como más “normal”, por ende en la segunda historia hace menos ruido el ensamblaje entre un guión “realista” y un dibujo muy jugado al expresionismo. El puntano es un dibujante indudablemente sólido, con enormes virtudes tanto en el estilo gráfico como en la narrativa, y está buenísimo tener casi 80 páginas nuevas dibujadas por él. Pero no sé si era el dibujante ideal para estas historias.
Si todavía no sos fan de Federico Reggiani, este es un buen momento para descubrirlo. Dos Estaciones te ofrece dos historietas muy atractivas en las que te vas a encontrar con cualquier cosa menos lo que te imaginás, incluso si tenés mucho comic argentino leído. Y si tenés cuarentaipocos, preparate a flashear mal con La Primavera.

domingo, 26 de junio de 2011

26/ 06: LAS COMIQUERIAS, Parte 2


La vez pasada llegamos a 1996, momento de quiebre en la historia de los comercios especializados de los EEUU. Es ahí cuando, pinchada la burbuja de la especulación y terminada la Guerra de las Distribuidoras con el categórico triunfo de Diamond, la industria toma conciencia de las terribles consecuencias de la fiesta de 1991-93 y empieza a elaborar algo así como un Plan B, o por lo menos a poner algunos parches para no perder más lectores, para aguantar con los adictos que quedaban mientras se diseñaba un nuevo circuito de comercialización.
El paralelismo con lo que pasaba en Argentina es casi imposible de trazar: mientras el circuito peleaba la Promoción en EEUU, acá la movida, que había arrancado con pilas en el ´94, en el ´96 ponía segunda y en el ´97 estallaba casi con fuerza de boom. En muy poquitos años (1994-1999), Argentina alcanza la nada despreciable cifra de 175 negocios de comics, pero claro, para 2000, cuando en EEUU pasa el temblor, acá ya impactaba la crisis y la cifra empezaba a achicarse, hasta clavar alrededor de los 45 locales, en los oscuros días de 2002. Después vendrá un rebote (con una reconversión bastante notoria de qué se vende y a quién se le vende en las comiquerías) y hoy estamos de nuevo cerca de los 90 ó 100 comercios abocados al comic, o algo así.
Pero la consigna de esta segunda parte era ver cómo subsistió el mercado de comiquerías en EEUU desde 1995-96 hasta hoy. Y la respuesta es: a duras penas. Algunas aguzaron del ingenio: Quimby's Comics, de Chicago, se hizo muy conocida por su apoyo a los fanzines y sus clientes suelen juntarse para comprarlos y venderlos. También invitan a autores para que lean y firmen sus comics. Otras se volcaron abiertamente al manga y el animé que –al igual que en nuestro país- creció muchísimo en EEUU desde fines de los´90. En 2002 se inventó el Free Comic Book Day, para que –regalitos de por medio- la gente que no consumía se acercara aunque sea una vez por año a las comiquerías. Pero la mayoría se aferró a los adictos, los que venían hacía años a comprar la dosis, ahora con menos editoriales, menos títulos en las bateas, sin los hologramas, los brillitos y demás chiches pelotudos que encarecían inncesariamente los productos y con una leve (pero notable) mejora en la calidad. Así, el circuito de comiquerías evitaba –con lo justo- irse al descenso. Ayudaron, además, una etapa bastante próspera en la economía de los EEUU y la irrupción de la internet, que rápidamente le brindó a los adictos que quedaban una forma ágil y eficaz de hacer escuchar sus demandas. El agujero más grosso se había tapado, y con el agua al cuello, pero sin perder más lectores, la industria intentaba salir a flote.
El tema es que esa reconstrucción del circuito de comercialización que se termina de definir en el 2000 desplaza el foco -con mucho criterio- de la comiquería a la librería. Alguien se dio cuenta de que, mientras la industria del comic yanki se iba a pique, en Francia la bande dessinée facturaba como nunca gracias a un dato fundamental: desde mediados de los ’80, la inmensa mayoría de las historietas se publicaban en álbumes (no muy distintos a las novelas gráficas y los prestiges americanos) que se vendían en las librerías, junto a toda clase de novelas, cuentos, libros de autoayuda, de historia, etc. Un enorme público de todas las edades y alto nivel económico y cultural consumía estos libros, generalmente con historias completas, una calidad artística sumamente cuidada y un precio que rondaba los u$ 15. Había también series de varios episodios, que aparecían a razón de uno por año, aproximadamente. O incluso sin salir de EEUU... en las librerías yankis se vendían cientos de miles de tomos recopilatorios de Calvin & Hobbes, The Far Side, Garfield, Doonesbury y las otras tiras realmente populares de los diarios.
La nueva política de las editoriales yankis de comics era clara: Conquistar las librerías a como diera lugar. Esa era la meta: Un circuito sin adictos, sin especuladores, acostumbrado a material más diverso, más jugado, más cuidado... y que ni siquiera requería generar contenidos “exclusivos” (como sí requería la comiquería), ya que alcanzaba con reeditar en libros las historietas ya publicadas en comic-books (un dato importantísimo, porque permite amortizar mejor el alto precio por página que se les paga a los autores). Pero esta vez la idea era SUMAR un segundo circuito. Veinte años atrás se habían mandado el hiper-moco de sacrificar al circuito de kioscos para priorizar la comiquería, pero esta vez las comiquerías estaban a salvo. El adicto seguiría teniendo a su disposición la dosis mensual, más o menos barata y bastante descartable, y la comiquería seguiría siendo la encargada de proveérsela. Con las lógicas dificultades, producto de la escasa visibilidad para la gente que no militaba en el ghetto, y del monopolio cada vez más firme en las hegemónicas manos de Diamond, pero con las lecciones aprendidas en la funesta década del ´90.
Hay más elementos para analizar, pero será en un próximo post…

sábado, 25 de junio de 2011

25/ 06: THE UNWRITTEN Vol.3


Después de casi dos meses aguantando, me entregué con mansedumbre bovina a la lectura del tercer tomo de esta serie fundamental de Mike Carey y Peter Gross, uno de los mejores títulos que tiene hoy la línea Vertigo y seguramente una de las mejores series que hoy se editan regularmente en EEUU. El tercer tomo fue record de ventas en el mes de su lanzamiento, lo cual constituye un irrefutable acto de justicia y una demostración del potencial impacto por afuera del ghetto que tienen las historietas para adultos bien pensadas y bien ejecutadas. No quiero explicar de nuevo de qué trata The Unwritten, así que –cualquier cosa- clickeás en la etiqueta y repasás los dos artículos anteriores.
Este recopilatorio tiene un único problema: resuelve demasiados misterios. De todas las preguntas que nos hicimos al final del primero, o al final del segundo, Carey no deja prácticamente ninguna sin responder. O sea que, de ahora en más, las tramas van a tener que ser verdaderos tanques a prueba de balas. Ya no está ese gancho de “quedate aunque no te cebe mucho, a ver si se resuelve alguno de los misterios pendientes”. Por supuesto, el riesgo de que se bajen los lectores que acompañaron a Tom Taylor en estos 18 episodios es mínimo, simplemente por lo bien escrito que está el comic. Y además (y sobre todo) porque, a la hora de resolver todas esas incógnitas, Carey cumplió con creces con las expectativas que había generado en los tomos anteriores.
Ahora ya sabemos quién es Tom, quiénes son sus padres, cuál es su relación con Tommy Taylor, dónde estaba Wilson, qué planeaba, qué trataban de hacer los villanos, quiénes eran, de dónde salió Lizzie Hexam y hasta pudimos leer tramos no de uno sino de dos libros inéditos de las mágicas aventuras de Tommy Taylor. Todas las respuestas son sólidas y sorprendentes. Seguro, Carey recurre a elementos absolutamente fantásticos, cuando al principio el tono de la serie tiraba a realista. Pero primero, esto es Vertigo, y ese truco acá es más que válido; y segundo, el epílogo de este tomo no es otra cosa que eso: recordarnos que, si bien irrumpieron en la historia un montón de elementos mágicos o fantásticos, la base sigue siendo el realismo. Veremos cómo evoluciona ese item.
Y por supuesto, hay que dedicarle unas líneas al episodio más impactante del tomo, el que nos revela el origen de Lizzie a través de un mecanismo de Elige Tu Propia Aventura. Sí, en serio. Carey y Gross laburaron horas extras para convertir 32 páginas de historieta en un libro de 60 páginas al estilo Elige Tu Propia Aventura, que te lleva por distintas opciones para que vos mismo decidas qué explicación te gusta para uno de los personajes más importantes de la saga. Obviamente se han escrito ríos de tinta (o gigas enteros) acerca de este episodio y no hay mucho para agregar, excepto ovacionar a los autores por el inmenso laburo que requiere una movida así, y además porque primero se te tiene que ocurrir.
El dibujo de Peter Gross es bastante mezquino, se dedica casi todo el tiempo a cumplir con lo justo. Pero por lo menos dibuja los fondos y no mete fotos por todas partes como la mayoría de los dibujantes que hoy producen 20 o más páginas por mes. Cuando se tiene que esmerar, Gross se esmera: las escenas que acompañan los fragmentos de las novelas de Tommy están mucho mejor trabajadas, los flashbacks al pasado de Lizzie están realizados en otro estilo, más cercano al del grabado, con unos cross-hatchings demenciales tipo Joe Sacco, y por supuesto el número que nos propone jugar al Elige Tu Propia Aventura tiene tanto, pero tanto esfuerzo puesto, que se lo puede perdonar si verdulea un poco en el episodio anterior o posterior. Algún día, el comic yanki va a romper esa imposición pelotuda de que las series tengan periodicidad mensual y ese día estaría bueno darle estos mismos guiones a otro dibujante más virtuoso que Gross, a ver qué hace. Gross hace lo que puede para entregar todas esas páginas todos los meses y bueno, no es maravilloso pero tampoco es un atentado contra tus retinas.
De acá en más, sospecho que The Unwritten (incluso conservando a la gran mayoría del elenco inicial) va a tomar rumbos bastante distintos de lo visto hasta ahora. Pero le tengo muchísima fe y no me canso de recomendarlo a los fans de la lectura inteligente, ya sea que vengan del palo del comic o del de la literatura. Gracias por la magia!

viernes, 24 de junio de 2011

24/ 06: FATS WALLER


La verdad es que 1937 debe haber sido un momento muy interesante para estar vivo. De un lado, unos EEUU rescatados de las garras de la depresión por el New Deal de Roosevelt. Por el otro, una Europa que coleccionaba gobiernos fachos y dictadores totalitarios como mi sobrino colecciona figuritas de la Liga de la Justicia: Franco en España, Mussolini en Italia, Stalin en la URSS y el Maradona de los genocidas, Hitler en Alemania. Parecía un momento fuerte, crucial, como para tomar partido, pero los yankis estaban muy ocupados bailando.
Contra ese contexto histórico recorta Carlos Sampayo la figura de Thomas “Fats” Waller, el prolífico y exitoso músico newyorkino que muriera en la cima de su popularidad, con apenas 39 años. A Sampayo lo obsesiona la música: ya nos contó la vida de Billie Holiday, la de Carlos Gardel y la violenta saga de Fly Blues, donde todo pasa por la magia musical de Kenny Meadows, su homenaje a Kenny Dorham. Esta vez, todo su saber melómano está puesto al servicio de la historia, pero sin duda el clima político termina por imponerse, por marcar su propio ritmo y convertirse en el motor de la novela. Con (no tan) sorprendente maestría, Sampayo entrelaza la historia del famoso Fats con la de distintos personajes europeos, metidos cada vez más en esa olla a presión que desembocará en la Segunda Guerra Mundial. La música del ídolo será el hilo conductor, la excusa para que la historia cambie de continente en casi todas las páginas y nos muestre –además de la vida de Waller- otras vidas salpicadas de sacrificios, traiciones y pólvora, a años luz de la atmósfera fiestera y despreocupada de los music halls de Broadway.
De alguna manera, la mezcla funciona. Al principio te desorienta un poco, pero ya en el segundo tramo de la obra (el Lado B), seguro le agarraste la mano al juego que propone el co-creador de Alack Sinner y querés que ese vaivén entre EEUU y Europa no se termine nunca. Por supuesto, al final queda un cierto sabor amargo, no sólo porque uno sabe qué va a pasar en 1938, 39, 40 y demás. También por la forma estúpida, casi irónica en la que muere Fats, a quien nunca vemos del todo feliz, porque Sampayo siempre hace hincapié en las deudas que lo acosan y el amor que le es esquivo. Pero está la magia. Tanto Sampayo como el dibujante (ya vamos con él, bancá un toque) logran plasmar en el papel la onda, el talento, la capacidad extraordinaria de Fats Waller para crear melodías y canciones que, además de darle unos mangos, conquistaran a sus congéneres. Esa alegría que Fats propaga desde su piano (y que a él mismo lo roza muy de vez en cuando y cobrándole muy caro) de alguna manera la siente también el lector. Si nunca escuchaste un tema de Fats, lo más probable es que cuando termines de leer el libro quieras escuchar los 360 que grabó.
Por supuesto, buena parte del inmenso atractivo de esta obra reside en su dibujante, el magistral italiano Igort (Igor Tuveri, en el DNI), esta bestia que estalló en el under a principos de los ´80 y llegó al Siglo XXI convertido en uno de los historietistas más completos de Europa. Fan de José Muñoz, de Lorenzo Mattotti, pero también de Chester Gould, de Yoshihiro Tatsumi y de los dibujantes publicitarios de los años ´30 y ´40, Igort tiene un registro gráfico y narrativo amplísimo, que le permite encarar todo tipo de historietas y salir siempre bien parado. Acá, salvo por uno o dos momentos de riesgo, Igort se ajusta a una narrativa bien clásica, a planificaciones de página bien tradicionales de las que le gustan a Muñoz. Pero la composición de las viñetas no se parece en nada a la del genio argentino. Y la técnica de color que elige Igort lo termina de despegar del monstruo del claroscuro. La paleta de Igort no pretende ser realista, sino potenciar desde esos colores casi siempre apagados los climas de la historia, que van del costumbrismo a la epopeya. El resultado combina sutileza y belleza con un power expresivo que realmente te sacude. La secuencia del laberinto de Lord Snow (el inglés entongado con los nazis) directamente te quita el aliento.
En 2004 se juntaron dos grande del comic de autor y el resultado fue esta obra que te enseña un montón sobre la vida de Fats Waller y sobre la época en que le tocó vivir, pero que además está atravesada por un montón de historias menores con las que Sampayo arma su clásica cacofonía, y que llegan todas a finales bastante trágicos, producto de un momento de la historia donde la mano se estaba poniendo muy, muy heavy. Sumale a esto un dibujo perfecto y te queda una gloria del Noveno Arte, de lectura recontra-indispensable para los que buscan comics por afuera del “más de lo mismo”.

jueves, 23 de junio de 2011

23/ 06: DEMO Vol.2


La verdad que no hacía falta un segundo tomo de esta maravillosa serie de Brian Wood y Becky Cloonan, pero las nuevas historias están tan buenas que no da para quejarse ni un poquito. No era fácil estar a la altura de aquellos 12 clásicos del anti-pochoclo en los que Wood logró fusionar el slice of life con los super-poderes. Pero los grossos son así y Wood lo hizo de nuevo. De hecho, al ser menos historias (sólo seis) el nivel es más parejo que en el primer tomo, no hay una que se quede muy atrás ni una que descolle muy por sobre el resto. Creo que la que menos me cerró fue la sexta, y aún así está buenísima.
La propuesta es la misma del primer tomo (lo reseñamos en el blog el 14 de Noviembre pasado): historias intimistas, con mucho énfasis en los climas, con mucho laburo en la psiquis de los personajes y con un enfoque innovador, filoso, perturbador, del viejo tema de las habilidades paranormales, que a veces son las que definen las tramas y otras veces son apenas un elemento más en estos dramas costumbristas, que respiran realidad y honestidad por todos los poros. Poca acción, historias enteras en las que no vuela ni un sopapo, y mucha introspección.
Y además, cero interrelación entre los personajes de las distintas historias. Todos son jóvenes que habitan los EEUU del presente, todos tienen algún poder raro, o algún trastorno psicológico rayano en lo sobrenatural, pero cada uno sufre, crece, aprende o muere en la suya. Nunca se cruzan, nadie prende la tele y ve en el noticiero lo que hacen los otros y nunca viene un pelado en silla de ruedas a reclutarlos para que asistan a su escuela. Todos son conflictos individuales, chiquitos, de baja intensidad, por afuera de la cobertura de los medios. Con ese registro tranqui, a veces incluso pachorro, Wood también logra conmoverte, impactarte y a veces hasta entristecerte.
Es cierto, esto es una secuela y parte de la sorpresa se perdió. Pero las seis historias nuevas superan a las originales en un punto clave: los finales. Muchas de las 12 primeras tenían esos finales a la Adrian Tomine, o sea, historias que (como las de la vida real) terminaban en cualquier lado, mucho antes o mucho después de que se plantearan o resolvieran los conflictos. Las historias nuevas muestran un esfuerzo mayor por parte de Wood para que el final caiga en el momento justo, nunca cuando la historia está a medio esbozarse, ni cuando todo se resolvió 10 páginas atrás. La Gran Tomine garpa, está buena. Pero también está bueno que se puedan contar historias de Demo con la estructura más tradicional, en la que el final coincide con la resolución de las tramas y los conflictos.
El otro rubro en el que estas historias superan a las primeras es en el dibujo de Becky Cloonan, que acá está realmente mucho mejor, más sólido, más asentado en un estilo personal. Por supuesto se sigue notando la influencia fuerte de Paul Pope y alguna cosita de Bryan Lee O´Malley que Cloonan aprendió demasiado bien y ya no se puede sacar de encima. Pero hay una onda mucho más propia y un dibujo mucho mejor trabajado en todos los aspectos. Por momentos, Cloonan parece una especie de Paul Chadwick más moderno, con más onda, un toquecito más osado a la hora de plantar las viñetas. Y para parecerse a Paul Chadwick hay que saber mucho. Cuando trata de sintetizar, o cuando caza el pincel y tira trazos más gruesos, Cloonan va un poquito para el lado de los franceses y suizos, tipo Dupuy, Berberian, Peeters o Wazem. Y le queda bárbaro. Y cuando se juega a climas más oscuros (como en la escalofriante Pangs, o en los momentos más heavies de Sad and Beautiful World), pela un entintado que me recuerda un poco al de Phil Hester. Lo cierto es que esta recontra-promisoria joven italiana sigue su aprendizaje y cada día dibuja mejor.
Bueno, si te cebaste mal con Demo y querías nuevas historias, acá hay seis más y están todas buenas, como las minas después de las cinco de la mañana. Brian Wood y Becky Cloonan volvieron a redefinir el gastado tópico de los jóvenes con superpoderes y otra vez dieron en el blanco. Y si nunca leíste Demo, no lo dudes más: esto es comic de autor de gran calidad, originalidad, sensibilidad, inteligencia y power. Una joya, con todas las letras.

miércoles, 22 de junio de 2011

22/ 06: EL CAPITAN ALATRISTE Vol.1


El español Arturo Pérez-Reverte es uno de los mejores escritores que existen hoy en el planeta Tierra. Después de muchos años como periodista (llegó incluso a ser cronista en varias guerras muy jodidas), Pérez-Reverte colgó el micrófono a mediados de los ´90 y se dedicó a escribir, en dos vertientes paralelas. Una es la de sus polémicas columnas de opinión semanales, en las que hace gala de una lucidez, una agudeza y una mala leche dignas de Spider Jerusalem. La otra es la de sus cuentos y novelas, y ahí es donde sobresale su obra literaria más exitosa y reconocida: El Capitán Alatriste, que ya lleva protagonizadas varias novelas, tuvo una peli made in Hollywood (a la que los fans de Pérez-Reverte putearon bastante) y a principios de 2005 se convirtió en un comic, que adapta con muchísimo respeto la primera novela de este fascinante personaje que goza en España de un status icónico comparable al de Harry Potter.
Ambientadas en la primera mitad del Siglo XVII, las aventuras de Don Diego Alatriste y Tenorio combinan el rigor histórico, las peripecias de los clásicos mosqueteros de Alejandro Dumas, y un elemento moderno: el héroe es héroe, pero hasta por ahí nomás. Alatriste tiene mucho más en común con los ambiguos detectives del hard boiled yanki que con los gallardos héroes del folletín decimonónico. De hecho, buena parte de la novela podría leerse como un hard boiled fuera de época, si no fuera porque es un chico de 13 años (y no el curtido protagonista) el encargado de narrar la historia.
Cuando la ves plasmada gráficamente, o sea, en la transposición al lenguaje del comic, se nota algo que en la novela casi no se percibe, y es que no suceden tantas cosas, la acción no tiene ni en pedo la preponderancia que uno espera de una novela supuestamente “de aventuras”. Lo cual no significa que la trama no sea atrapante, o que le falte ritmo o intensidad. Incluso con poca acción, incluso con personajes que hablan como en el Siglo XVII, incluso con el incesante desfile de funcionarios, obispos, nobles, altezas y majestades (uno más careta que el otro), El Capitán Alatriste es una lectura muy, muy entretenida, que además de cebarte con los avatares de este ex-soldado devenido mercenario, te baja muchísima data acerca de la vida cotidiana en la Madrid del 1600 y pico.
Para adaptar la novela al comic, se convocó nada menos que a Carlos Giménez, el más grosso autor que hay dado la península en las últimas décadas. Giménez logró preservar el clima, la atmósfera, los diálogos y buena parte de los textos de Pérez-Reverte sin abusar, sin infligirnos masacotes de letras de difícil digestión, y por ende sin entorpecer el relato gráfico. No sé si hacía falta que metiera mano semejante genio para lograr una buena adaptación, porque la verdad es que cuando leés a Pérez-Reverte cuesta poco imaginarte esa historia contada en imágenes. Pero bueno, Giménez es garantía de calidad y seguro trajo hinchada propia, que se compró el libro para hacerle el aguante.
A cargo del dibujo está Joan Mundet, un tipo con muchos años de trayectoria pero ningún éxito relevante. Hasta esta obra, claro. Gracias a este trabajo, Robin Wood y los italianos de la Aurea lo convocaron para suceder a Carlos Gómez como dibujante principal de Dago, el super-hit de la otra península. Acá Mundet se deja poseer por todos los duendes y hados del plumín: Berni Wrightson, Quique Alcatena, Moebius, Alberto Salinas, incluso Gary Gianni, que a mí no me gusta. El trabajo de Mundet es asombroso, en la recreación de la época, en la construcción de los climas, en el cuidado en la iluminación, en los detalles, e incluso en la acción, que no suele ser el fuerte de este tipo de dibujantes. Para los flashbacks, pela un recurso más: las tramas mecánicas, que también maneja con criterio y efectividad. Hay viñetas un poco estáticas, generalmente primeros planos en los que se nota demasiado la intención de que los personajes tengan los rasgos de las personas reales en las que se basan y terminan por parecer figuritas de la Billiken con diálogos. Pero en el global, el resultado es sumamente convincente y atractivo.
El Capitán Alatriste es y va a ser siempre un título fundamental de la literatura. Pero en su paso por la historieta cosechó nuevos fans y satisfizo las expectativas tanto de los viñetófilos como de los fieles seguidores de Arturo Pérez-Reverte, barra nutrida y kilombera a la que espero que –si te gusta la literatura- te sumes cuanto antes.

martes, 21 de junio de 2011

21/ 06: BATMAN & ROBIN Vol.1


Bueno, bueno, bueno… a ver si bajamos un cambio. Esto está bueno, pero no es ni por casualidad la Octava Maravilla del Mundo. No le llega ni a los talones a All-Star Superman, por ejemplo.
La propuesta de Grant Morrison para esta serie es clara: se terminó el bajón y el drama al límite de la locura que significó Batman RIP, ahora viene otra cosa. Viene la estridencia, la machaca, la neo-psicodelia pop, incluso con algún coqueteo con la serie de Adam West de los ´60. Pero con mucha sangre y todo el gore que se puede permitir un comic mainstream de DC. Y le va bien, pero tampoco para dar la vuelta olímpica.
La nueva dinámica entre el nuevo Dúo Dinámico incluye nuevos trajes, nuevos bati-chiches, un nuevo batimóvil y villanos no exactamente nuevos (porque habían aparecido brevemente en un número anterior de Batman), pero inexplorados. Con todo eso, Morrison trata de crear la sensación de un relanzamieto, de una modernización general del concepto de Batman y Robin, similar a lo que hiciera cuando se hizo cargo de los X-Men y los convirtió en los New X-Men.
El primer arco, el del Professor Pyg arranca con un primer número excelente, pero aburre rápido. Todas las fichas están puestas a las escenas en las que Morrison hace interactuar a Dick Grayson con los personajes secundarios habitualmente asociados a Bruce Wayne: Alfred, Gordon y Lucius Fox. De ese contrapunto sale lo más interesante de esa saguita. Y por supuesto, de la relación entre el tranqui, centrado y paciente Dick con el inescrupuloso, altivo y violento Damian, que quiere terminar con los villanos de un modo mucho más radical y definitivo del que permiten la ley de Gotham y la profesión de superhéroe. Al lado de Damian, que está perfectamente construído, Dick parece un cero a la izquierda, un Juan Carlos Nadie con mínimos rasgos de personalidad. Se ve que Morrison leyó poco a Marv Wolfman, que fue el guionista que mejor entendió de qué juega Dick Grayson.
El segundo arco de tres episodios se las da menos de vanguardista y funciona mejor. Morrison se anima a meterse con un tercer ex-compañerito de Bruce, el sublevado Jason Todd, que en un mundo más justo seguiría en la tumba de donde nunca debió haber salido. Y acá tiene más peso el dilema ético, los límites que unos cruzan y otros no. Morrison complementa un comic de machaca sanguinolienta e incesante con una de las preguntas fundamentales del género, que es ¿Who watches the watchmen?. Y lo hace con mucha altura y mientras avanzan en paralelo dos subtramas interesantes, que te dan ganas de comprar el próximo tomo.
El primer arco, el del guión menos potente, levanta muchísimo gracias a los dibujos de Frank Quitely, a quien conocimos hace poquito en Rosario. Quitely dibuja pocas páginas por año, pero les pone todo. Muy zarpado. Las peleas, las expresiones faciales, los fondos, los villanos, cada uno con su propia forma de moverse en combate… todo está pensado y ejecutado con maestría por este simpático escocés de trazo finito y creatividad desbordante. Y el segundo arco, cuando el guión se pone realmente atractivo, está dibujado para el orto por el impresentable Philip Tan. ¿Qué hace ese verdulero dibujando un título de primera línea como era este? Lo de Tan es realmente horrendo, un clon choto de dibujantes chotos tipo Whilce Portacio, una inmundicia con las peores reminiscencias noventeras, con errores de anatomía, narrativa confusa, manchas innecesarias (tal vez agregadas por el entintador Jonathan Glapion), una cosa agresiva, fea, con cero sutileza, más asqueroso que comerse un feto abortado. Sorprende el nivel de violencia, sorprende la cantidad de sangre, pero más sorprende lo mal dibujado que está todo. Por suerte son esos tres números, nomás. Para el próximo TPB, Tan será apenas un triste recuerdo.
Y sí, un tomito más me compro seguro, a ver cómo sigue esto. A ver qué otras puntas de Batman RIP se retoman, a ver si Dick se enfrenta a los enemigos de Bruce, a ver cómo se relaciona con la madre de Damian y su entorno… Hay mucho para contar y Morrison ya demostró que sabe lo que quiere hacer con los personajes. Falta la conjunción de buen guión con buen dibujante y ya está. Además, cualquier comic de Batman sin el insufrible y agotadísimo Bruce Wayne de por medio se merece mi billete…

lunes, 20 de junio de 2011

20/ 06: THE LONG TOMORROW & OTHER SCI-FI STORIES


Hoy no llegaba a tiempo de leer nada nuevo y me propuse repetir un truco que improvisé el mes pasado y garpó: releer un compilado de historias cortas de Moebius, de esas que leí por primera vez en la adolescencia y ya me sé casi de memoria. Por suerte tengo a mano las excelentes ediciones de Marvel/ Epic, en las que el ídolo complementa las historias con textos en los que cuenta anécdotas, revela influencias, contextos, detalles… casi es más interesante leer los textos de Moebius que las historietas.
El libro abre con un clásico de los ´70 sin el cual no se entiende casi nada de lo que viene después, no sólo en el comic, sino también en el cine: The Long Tomorrow, realizado por Moebius junto al estadounidense Dan O´Bannon es el puntapié inicial de la fértil cruza entre la ciencia-ficción y el hard boiled, que el propio O´Bannon pondría de moda unos años más tarde cuando se encargue del guión cinematográfico de Blade Runner. Además es una historia redonda, original, de alto impacto, dibujada por Moebius con las recontra-pilas. Si el tomo trajera sólo esas 16 páginas, habría que comprarlo igual.
Y cierra con otro clasíco delicioso, dibujado por el genio francés en un estilo totalmente distinto, mucho más libre, más distendido, sin esa sobredosis de rayitas que vemos (y disfrutamos, claro) en las demás historietas. El título original era “Il Homme… Est-il Bon?” y muchas veces se lo tradujo como “El Hombre, ¿Es Bueno?”, cuando en realidad lo que quiere decir es “El Hombre, ¿Está Rico?”. Parece mentira que nadie se haya avivado de esto, porque está clarísimo que el capo de los aliens, dispuesto a morfarse al tipo, le muerde la oreja, la prueba y la escupe. O sea, no se lo deglute al tipo porque no le parece rico, no porque no sea bueno. Lo cierto es que es una pantomima muy divertida, con un gran ritmo y una narrativa excelente.
En el medio entre estas dos maravillas, hay otras ocho historietas, de las cuales una sóla aspira a ese nivel de grossitud. A las otras siete les falta cinco pa´l peso. It´s a Small Universe es graciosa, impredecible y está muy bien dibujada, pero aún así es menor. Arranca para un lado, termina para el otro y deja gusto a poco. There is a Prince Charming on Phenixon es un chiste largo, con buenos diálogos y mejores dibujos, pero no pasa de ahí, del chiste.
Approaching Centauri es un juego: es Moebius tratando de dibujar como su amigo Philippe Druillet, que es el autor del guión. Y por momentos el ídolo lo logra. Los problemas son 1) que se nota mucho que es una impostura, que es Moebius fingiendo ser Druillet, y 2) que el guión es la nada misma, una fumariola sin ton ni son. Blackbeard and the Pirate Brain es otro juego, pero de excesos, al estilo La Deviation: muchísimo texto (a propósito, claro) y un despliegue enfermizo de detalles en casi todas las viñetas, una sobrecarga de líneas y puntitos que pega fuerte, pero te distrae de la trama.
Christmas in Lipponia se queda en el dibujo prodigioso y cuenta poco (tampoco se podía pedir un milagro en tres páginas). The Artifact es otro chiste largo, bien ejecutado, dibujado como los dioses, pero sin más ambición que la de sorprender al lector y arrancarle una carcajada en la última viñeta. Finalmente, Split the Little Space Pioneer también está pensado como chiste y funciona bien, pero porque aspira a muy poco.
El único hito entre las historias “del medio” es Variation N° 4070 on “the” Theme, cuatro páginas casi sin texto, con una fuerza desgarradora, un dibujo increíble y un mensaje que te caga a trompadas. Es una de las historietas que no había que colorear nunca jamás, por nada del mundo, y bueno, los yankis la colorearon y quedó medio chota. Pero si nos olvidamos de eso, estamos ante un clásico con todas las letras, otra maravilla de este maestro de maestros.
Por suerte nunca es tarde para descubrir o redescubrir a Moebius. Hay algo mágico en su dibujo que hace que nunca se vea anticuado, que no envejezca, que sus trabajos de hace 35 años sigan siendo vanguardia. No es fácil de explicar lo que me pasa con Moebius, pero bueno, tampoco hace falta.

domingo, 19 de junio de 2011

19/ 06: SHOWCASE PRESENTS THE WITCHING HOUR Vol.1


Ya hablamos alguna vez de lo difícil que es crear historias de terror sin vampiros, ni muertos vivos, ni licántropos, ni demonios, ni sangre, ni gore, ni nada remotamente zarpado. Y sin embargo, hace ya muchos años, DC publicaba regularmente cuatro o cinco antologías que traían en cada número varias historias “de misterio”, ya que ni siquiera las podían llamar “de terror”. Las dos antologías más conocidas eran The House of Secrets y The House of Mystery, pero yo me acordaba de por lo menos tres más, y una era The Witching Hour, lanzada en 1969.
Esta tenía varias caracterísiticas propias: en vez del mítico Joe Orlando, la coordinaba el no menos mítico Dick Giordano. Al principio, después lo sucedería Murray Boltinoff y –lógicamente- esto traería aparejado un descenso en la calidad de los contenidos. También en los inicios de la serie, las historietas eran más cortas que en las otras antologías. Había más historietas de 3 ó 4 páginas que de 8 ó 9. O sea, mucho más complicado establecer un conflicto, desarrollarlo y rematarlo coherentemente en las últimas viñetas. Después, la cosa se irá relajando, y aparecerán historias un poquito más extensas, aunque nunca más allá de las 9 ó 10 páginas.
Y el rasgo más conspicuo de esta antología eran sus anfitrionas. Como House of Secrets y House of Mystery, The Witching Hour tenía personajes encargados de presentar los relatos (y protagonizar, en los primeros números, divertidos interludios): eran las tres brujas, Mildred, Mordred y Cynthia quienes, como Cain y Abel, tenían personalidades muy fuertes y marcadas que luego serían reinterpretadas por Neil Gaiman, para sumarlas (en otro rol, bastante más jodido) a la inolvidable Sandman. De los diálogos en joda entre las tres brujas salen varios de los mejores momentos de este tomo.
Pero lo mejor es que en los primeros 12 números, está casi siempre Alex Toth. A veces dibuja sólo la presentación y los interludios protagonizados por las tres brujas y otras veces se juega en historietas más largas y más complejas. Y este Showcase reedita ese material en blanco y negro. Vos sabés que Alex Toth + blanco y negro = orgía para los ojos, así que cualquier cosa que agregue de acá en más, importa poco. Pero hay más: Neal Adams! Berni Wrightson! Jeffrey Jones! Epa! No te lo esperabas, no? Pero pará, que hay más todavía: Wally Wood! Gil Kane! Nick Cardy! Aguantá, no te vayas a la página de tu dealer de comics favorito. Hay más. Gray Morrow, ¿lo ubicás? Generalmente era un dibujante tirando a aburrido, que se veía anticuado, sin onda. Acá tiene dos historietas claramente experimentales, donde pela unas técnicas alucinantes y un manejo del blanco y negro tan genial que no me imagino cómo se verían esas páginas coloreadas. Y a José Delbó, ¿lo tenés? Un argentino que vive hace mil años en EEUU, y que tiene un montón de historietas horribles, entre ellas varias de Thundercats y de Transformers en Marvel… Bueno, acá hay un par de historietas en las que Delbó dibuja como los fuckin´dioses! De verdad! Por supuesto también hay varios dibujantes impresentables y otros bien del montonardo (tipo George Tuska o Pat Boyette), pero por momentos la calidad de los dibujos es realmente impactante. Sobre todo cuando aparece Alex Toth.
¿Y los guiones? Bue, se hace lo que se puede… No esperes un festival de joyas memorables, pero más de una vez te vas a encontrar con historias raras, originales, que logran ponerte nervioso porque no te imaginás ni en pedo cómo pueden llegar a terminar. Hay muchas chotas y predecibles, pero se puede rescatar un puñado más que digno. De los pocos guionistas que están en casi todos los números, el que mejor promedio saca es Steve Skeates, pero también hay colaboraciones interesantes de Len Wein, Gerry Conway y Marv Wolfman, entre otros, y guiones que –producto de una época en la que los autores eran meros engranajes de una maquinaria- no se sabe quién carajo los escribió.
The Witching Hour es una rareza, un vestigio de una época en la que DC se bancaba publicar cinco títulos casi idénticos entre sí y –aunque sea con periodicidad bimestral- los hacía durar bocha de números. De hecho, esta serie llega hasta entrados los años ´80. Sin continuará, sin sagas, sin personajes recurrentes (excepto por las presentadoras), sin autores fijos, a veces incluso sin autores como la gente, este misterioso género del “terror light” tenía su aguante y le daba de morfar a DC y a un montón de tipos que no querían o no podían hacer comics de superhéroes. Hoy para eso está Vertigo, donde las historias son 25.000 veces más interesantes que estas, pero sin estas antologías de misterio, Vertigo no existiría. O sea que, aunque sea como arqueología bizarra, vale la pena sumergirse cada tanto en estos recopilatorios en los que conviven pelotudeces sin pies ni cabeza con verdaderas gemas ocultas del Noveno Arte.

sábado, 18 de junio de 2011

18/ 06: LAS COMIQUERIAS, Parte 1


En las últimas semanas, aparecieron en Argentina dos nuevas comiquerías, las dos a cargo de amigos míos, muy cercanos. Y también triplicó su local otra comiquería muy conocida, que está a cuatro cuadras de mi casa. Lógicamente, hablamos bastante de ese tema, con esos amigos y con otros, e inevitablemente surgieron algunas ideas y sobre todo algunas preguntas. La más obvia es: ¿cómo puede ser que en Argentina se amplíen o se abran nuevas comiquerías mientras que en el resto del mundo se van al descenso?
Lo de EEUU ya es muy alarmante. Eso que en 1980 parecía el salvavidas que iba a rescatar del naufragio a una industria que se hundía, hoy es una cuesta abajo que parece casi imposible de remontar. La última cifra es escalofriante: en Mayo, las ventas de las comiquerías yankis bajaron más de un 11% respecto del mismo mes del año pasado! Yo estoy dispuesto a afirmar que es un negocio en extinción, que –por lo menos en su planteo original- no va más. A ver qué te parece…
Imaginate que tenés un negocio. ¿Qué preferís? ¿300 clientes que te gastan $ 10 cada uno, o 30 clientes que te gastan $ 100 cada uno? Con 30 clientes laburás menos, es más fácil saber qué quiere cada uno y tenerlos a todos contentos, pero ¿qué pasa si uno de esos no te compra más? Te hace un agujero en tu economía mucho más heavy que si te deja de comprar uno de los 300 que gastan $ 10... O sea, es más lógico y menos riesgoso (aunque demanda más esfuerzo) laburar para muchos clientes a los que le sacás poca guita, que laburar para un pequeño grupúsculo que te deja un fangote per cápita.
Bueno, la comiquería se basa en el razonamiento exactamente opuesto. De las miles de millones de personas que podrían comprar comics (si fuesen atractivos, estuvieran bien promocionados, bien distribuídos y a precios competitivos), eligen quedarse sólo con el puñado de consumidores a los que les chupa un huevo si los comics son atractivos, si están bien promocionados, si están bien distribuídos y si los precios son competitivos. Hay un público cautivo, los adictos. Y hay infinitos trucos para que el adicto que hoy gasta en el vicio $ 10, mañana gaste $ 50 y pasado $ 100.
El adicto es predecible: es capaz de viajar de una punta a la otra de la ciudad para comprar la droga, se banca que sea cara, que las historias no terminen, que los buenos dibujantes –hartos de la esclavitud de las 22 páginas por mes- terminen reemplazados por verduleros impresentables, pero NO se banca el cambio. Si el n°1 de Fantastic Four de Lee y Kirby de 1961 tenía 32 páginas y ganchitos, quiere que durante TODA LA VIDA le des Fantastic Four de a 32 páginas con ganchitos. Los adictos de los ’60 ocupaban cargos de decisión en las editoriales grossas de los ’70, o sea que la radiografía fue instantánea e infalible. Los adictos se conocían entre sí. No era muy difícil para un adicto diseñar un sistema que nucleara y exprimiera a todos los demás.
Y funcionó. De los infinitos trucos posibles para que el adicto pasara a gastar $ 100 por mes, TODOS la pegaron y entre 1980 y 1992, las editoriales no sólo gambetearon el apocalipsis que opacaba el horizonte en 1978, sino que una vez más, levantaron la guita en pala. Pero, ¿qué pasa cuando la adicción demanda $ 100 por mes? Sólo quedan los 30 más adictos, ¿te acordás? El negocio factura $ 100 per cápita cuando tiene 30 clientes, no cuando tiene 300.
Y ahí es donde falla la ecuación. De esos 30, en el ’92 se fueron tres, en el ’93 se fueron cuatro y en el ’94 se fueron cinco. Y no entró ninguno nuevo! En tres años, el negocio tenía 12 clientes menos! ¿Cuánto hay que sacarle a los 18 que quedan para que no baje la facturación? ¿Más de $ 166 per cápita? Olvidate. Son adictos, no multimillonarios.
De pronto, en 1996 la industria yanki tenía muchos menos comercios que en los ’80, una única distribuidora monopólica, comics más chotos y mucho más caros, infinitas editoriales con tiradas tan bajas como sus standards de calidad, autores que cobraban fortunas para aprovechar la feroz competencia entre los editores, y como si esto fuera poco, CERO llegada al público que nunca había penetrado en la secta secreta del circuito de comiquerías. La fiesta había terminado y –como la de la convertibilidad- había salido carísima.
¿Cómo subsistió el mercado de comiquerías en EEUU desde 1995-96 hasta hoy? Prometo ahondar en eso en un próximo post.

viernes, 17 de junio de 2011

17/ 06: DEATH NOTE Vol.8


Una vez más, yo tardo menos en leer el tomito nuevo de Death Note de lo que LARP, o la gente que les distribuye los mangas, tarda en subir la portada a la web. Por eso hoy tenemos la tapa de la versión mexicana ocupando el espacio de la ilustración acá en el blog.
Pero vamos a lo que importa: Ahora que no está L, Light es L. O sea, es Kira y L a la vez! Esto es simplemente brillante. Si tenías miedo de que sin L se perdiera la emoción de ese vibrante Boca-River entre L y Kira, olvidate. Ahora la tensión es mucho mayor y mucho más emotiva, porque Light cumple los dos roles! En este tramo en particular, el “villano” es Mello, uno de los chicos entrenados para suceder a L, que está un poquito pasado de rosca. Un hallazgo absoluto, un personaje al que, con pocas escenas, los autores nos describen con toda precisión y lo plantan firme y coherentemente en el rol que le asignaron en la trama. También le dan bastante bola al otro sucesor de L, Near (o N, a secas), pero es un personaje bastante menos interesante que Mello, por lo menos hasta ahora. El papá de Light recupera bastante protagonismo, y Misa, que hasta ahora era fundamental en los planes de Light, pasa a un triste tercer plano, que consiste en busconear al protagonista mientras este la ningunea o la basurea. Veremos hasta dónde aguanta Misa este trato por parte de Light. Yo ya lo hubiera mandado bien a la shinigami de su madre.
Y tenemos a otro personaje nuevo: Shidoh, el tercer shinigami en entrar en escena, propietario de ese cuaderno que cambió de manos más veces que las zorras que bailan en los parlantes de Cocodrilo. Este es un bicho bastante más horrendo que Ryuk, y además bastante más idiota. Sin embargo, pavote y recién llegado, se morfa la única escena de acción que tiene este tomo. Que encima dura… tres páginas. Todo el resto es chamuyo: investigación, intimidación, diálogos, deducción, conjeturas, espionaje, laburo de escritorio. Es increíble cómo pasan los tomos y el guionista Tsugumi Ohba se mantiene firme en su postura inicial, sin permitir jamás que Death Note derrape hacia un comic de acción, o de machaca. Hay policías, militares, grupos comando de todo tipo y hasta seres sobrenaturales de inconmensurable poder, y sin embargo la resolución de los conflictos no va nunca por el lado de las armas y la violencia. Muere gente a lo bestia, claro, pero todos a causa de los poderes del Death Note.
Los combates son más mentales que físicos y lo más grosso es que muchos tienen lugar en la mente de un mismo personaje, que es Light. Light quiere un mundo mejor, sabe que para lograrlo tiene que actuar como un villano, y a la vez actúa en el rol del héroe que trata de frustrar el plan del villano, o sea, el suyo propio. Y todo esto, bajo la presión de agencias policiales y servicios secretos de varios países, donde hay mucha gente pesada y a la que no se engaña así nomás, como si fueran votantes del PRO. Light debate permanentemente consigo mismo cómo llegar a buen puerto en estas aguas turbulentas, donde él es capitán, grumete, tormenta, barco pirata y hasta los tiburones que se lo van a morfar si se cae al agua. Eso hace que Death Note sea un manga complejo, rico, repleto de matices, de sustancia. Yo también creía que buscar algo así en un shonen era un disparate, como ir a buscar discos de chamamé a las disquerías de Seattle, pero Tsugumi Ohba demostró con creces lo contrario.
Y fuerte el aplauso también para Takeshi Obata, que acá además de Japón y el mundo de los muertos, dibuja también mucho EEUU. Se nota a ocho cuadras que trabaja con fotos, pero lo hace realmente muy bien. También la rompe cuando dibuja a Near en un estilo más sintético, menos cargado que el resto de los personajes. Bah, en realidad la rompe siempre, no hay UNA viñeta floja y estamos hablando de un guión dificilísimo de dibujar.
Death Note, hasta ahora, es una obra maestra, una adicción, un placer, un lujo. Esperemos que no afloje en el último tramo y –como siempre- que no nos tengamos que fumar otros cuatro o cinco meses para leer la continuación de esta historia que –entre millones de méritos- se atrevió a enseñarnos a pensar.

jueves, 16 de junio de 2011

16/ 06: PROTECTOR


Qué lindo! Sigo encontrando obras de Víctor Santos que no sabía que existían. Qué bueno que un tipo que hace gala de esta calidad autoral, sea además tan prolífico.
Ayer señalábamos que Gotham Central había aprendido buenas lecciones de Powers, la gran obra de Brian Michael Bendis y Michael Avon Oeming. Bueno, en ese curso Protector era el abanderado. Esto es –ni más ni menos- que una excelente saga de Powers creada en España por un autor español. Una ciudad dominada por las runflas entre mafiosos, un cana medio margineta, siempre propenso a cortarse solo y a investigar por afuera de la fuerza, y un crimen que involucra a una superheroína que pela los poderes una sóla vez, cuando faltan ocho páginas para el final. Como los superhéroes de Powers, Fire Girl no es ni la buena ni la mala, es un personaje secundario que durante buena parte de la trama cumple el rol de “damisela en peligro”. O sea que los superpoderes de esta chica son un ingrediente menor en la historia que, como ya dejé entrever, gira en torno a una conspiración mafiosa, más precisamente en el seno de la familia Cagliostro, la más poderosa e impune de Hellion City. Esa es la boca del lobo en la que se va a tener que meter Nicholas Ash, el héroe cínico y pessutti que Santos pergeñó para protagonizar esta obra.
Y ojalá lo tenga en cuenta para protagonizar varias más, porque la verdad es que Ash, con su impronta de veterano curtido y recio y sus one-liners que parecen prestados por los detectives de Raymond Chandler, es un personajón de esos que cautivan de inmediato al lector y lo hacen fan de por vida. La trama está buena, es cierto, pero en las secuencias de desarrollo de personajes, cuando se gesta y cuaja la química entre Ash y las dos minitas con las que interactúa (Ruth y Ariadna), es donde realmente la historieta cobra vuelo, onda y personalidad.
Hay un héroe, hay un misterio, hay algo así como un final feliz, hay muy buenos chistes, pero no creas que estamos frente a una obra light, o inofensiva. Los villanos de Protector le aportan a la obra un filo jodido y perturbador. Acá tenemos malos de verdad, que matan, violan y torturan sin el menor resquemor. Y un traidor, de quien no sospechás ni una milésima de segundo. Como en todo hard boiled, hay bastantes tiros y trompadas, pero muy bien distribuídas a lo largo de la obra y siempre balanceadas por esas deliciosas secuencias de construcción de los personajes.
Esta historieta data de 2004, antes de que Santos descubriera a Darwyn Cooke. Acá sus influencias más fuertes son Bruce Timm y Paul Grist, por lo menos en la superficie del dibujo. El clima tiene más que ver con Powers o Sin City y donde realmente vemos una mezcla más jugada es en la narrativa, que es el rubro en el que este salvaje prueba absolutamente todo lo que le convidan, como la típica borracha de discoteca que vuelca a las 5 AM en las inmediaciones del baño de mujeres. Hay cositas de Miller y de Grist, pero también secuencias qe podría haber creado David Mazzucchelli en Batman: Year One, momentos re-Matt Wagner y armados de página que reproducen con éxito esos maravillosos experimentos ochentosos de Dave Sim. El tríptico en el que Don Cagliostro supervisa la sesión de torturas que lleva adelante Sariel es sutil en los detalles y devastador en su eficacia. Santos despliega un festival de blancos, negros y tramas mecánicas absolutamente hipnótico, con un equilibrio y una fuerza expresiva de maestro con 30 años de laburo en la profesión. Impactante y elegante, sensual y violento, con toquecitos cute y atmósfera sórdida, con un expresionismo marcado, pero que jamás resta claridad ni fuerza al relato gráfico, el dibujo del creador de Los Reyes Elfos es casi demasiado bueno para ser real.
Y cierro con una frase que alguien escribió en la contratapa del libro, y que me shockeó por lo taxativa: “uno de los mejores autores jóvenes de este país, sin necesidad de contemplarse el ombligo, ni escudarse en teorías esotéricas que sólo intentan esconder una flagrante carencia de recursos artísticos y temáticos bajo la burda coartada de la experimentación”. Epa! ¿No será mucho?

miércoles, 15 de junio de 2011

15/ 06: GOTHAM CENTRAL Vol.1


Ah, bueno… así cualquiera se hace fan de la policía. Esto es mainstream finoli-finoli, comic 100% de autor, pero ambientado en Gotham y con Batman de personaje casi terciario, de esos que aparecen medio de keruza a hacer un mínimo aporte cuando la trama ya está totalmente cocinada. Ed Brubaker y Greg Rucka plantean esta serie como un comic policial clásico, al estilo de las series de TV tipo NYPD Blues, pero aceptan una regla básica: los canas no le pueden ganar a los villanos de Gotham. Pueden investigar, los pueden acorralar, pero no bajarlos de un tiro ni de una trompada. Para eso está Batman. Y está perfecto, porque si no, le baja mucho la chapa a los villanos. Que te ganen Robin o Batgirl ya es bastante humillante, como para que encima te gane un inspector de policía. Y la onda es que los villanos den miedo, no lástima ni risa. De todos modos, y si bien hay villanos conocidos detrás de todos los casos que investiga la Major Crimes Unit en este tomo, Brubaker y Rucka se esfuerzan porque aparezcan poco, por mantenerlos en las sombras lo más posible, para concentrarse lo más posible en los canas comunes y corrientes, como enseñaran los maestros Kurt Busiek (en Astro City) y Brian Michael Bendis (en Powers).
Todavía no termino de decidir qué es lo que más me gustó de este tomo. Estoy entre la construcción de los personajes y el ritmo elegido para contar las historias. Ambas cosas son muy, muy notables y además muy originales, muy propias de esta serie. Y son los dos elementos que –increíblemente potenciados por el equipo creativo- revierten la sensación inicial que produce la consigna “un comic sobre los canas de Gotham”. Sensación que, a priori, va para el lado de “¿A quién le importan estos losers inoperantes, a los que Batman les vive sacando las papas del fuego?”, encima con el agravante de que James Gordon y Harvey Bullock no son parte del elenco de la serie. Pero está Renée Montoya (a la que acá le darán containers llenos de chapa), está Maggie Sawyer (creada por John Byrne para su etapa en Superman), está Crispus Allen (que tenía roles muy chiquitos en las Detective que escribía Rucka y después terminará laburando de Spectre) y hay un montón de canas a los que yo no conocía y que no sé si fueron creados para esta serie o no. Entre todos se arma un elenco diverso, rico, donde cualquiera puede ser protagonista de un arco argumental. El arco más extenso del tomo tiene a Montoya como estrella indiscutida, pero se nota mucho la intención de trabajar con “el héroe grupal” que impulsaba Oesterheld en los ´50.
Las tramas están perfectamente construídas, sin saltos al vacío, sin exabruptos. Todo respeta un orden, un protocolo, y resulta –por ende- mucho más real que cualquier otro comic ambientado en Gotham. Acá no existe el “palo y palo”. El ritmo es pausado, tranqui. Las historias avanzan a fuerza de diálogos, de silencios, de observación, de paciencia, de investigación minuciosa. Hay tiros y trompadas, pero poquitos, y en los momentos en que se hacen inevitables. Rucka demostró su talento para los comics de investigación y espionaje en Queen & Country y Brubaker logró maravillas en el género policial con títulos como Criminal, así que no me sorprendió para nada el nivel que exhibe la dupla en Gotham Central.
El que me dejó boquiabierto fue Michael Lark, el dibujante, Ya había leído varios trabajos suyos, dentro y fuera del policial, pero nunca estuvo tan afilado como en esta serie. Posta, cada secuencia es perfecta. Las caras, el lenguaje corporal, todo es increíble. El armado de la página casi siempre respeta las cuatro tiras de viñetas y nos recuerda a cuando las tiras de los diarios estaban bien dibujadas. Hay mucha referencia fotográfica, claro, pero está perfectamente integrada al estilo gráfico de Lark, basado en la síntesis, la mancha y los climas tirando a oscuros. A Lark le sientan bárbaro tanto el grado de realismo como el ritmo pachorro que Brubaker y Rucka le dan a las historias. Y está tan cómodo que no falta nunca: se dibuja la vida (supongo que con asistentes) en los 10 episodios del tomo. Muy, muy grosso el aporte de Lark para elevar el nivel de esta serie y dotarla de una identidad propia, a años luz del pochoclo barato y el “más de lo mismo”.
Gotham Central duró apenas 40 números y vendió más bien poco (en revistitas, los libros anduvieron mejor), pero mientras duró fue un chispazo de gloria, amado por la crítica y los jurados de los todos premios. ¿Ves? Ahí hay una serie que valdría la pena relanzar en Septiembre con un nuevo número uno. Pero si la escribieran Rucka y/o Brubaker, porque si se la dan a Scott Lobdell o a Tony Daniel no la leo ni drogado.

martes, 14 de junio de 2011

14/ 06: BARBARIE


Volvemos a internarnos en la historieta latinoamericana actual, para encontrarnos con el maestro Jesús Cossio, el Joe Sacco peruano, que nos ofrece ahora una especie de secuela a la desgarradora Rupay, que reseñamos allá por Noviembre de 2010. Esta vez, las historietas de Cossio se centran en los violentos sucesos de 1985-1990, años de feroz lucha interna entre el movimiento revolucionario de izquierda Sendero Luminoso y las fuerzas armadas de Perú. Como en Rupay, el tono es claramente documental y todo lo que narra Cossio está basado en hechos reales, que el autor investigó y estudió a fondo.
Y sin embargo, todo es tan exageradamente dramático y terrible, que uno quiere creer que es ficción, que son historietas de guerra sin buenos ni malos, como las que escribía Oesterheld. La sóla idea de que estos hechos sean reales duele tanto, indigna tanto, que opaca el placer de estar leyendo buenas historietas. Cossio, lamentablemente, no inventa nada. Estos crímenes atroces fueron cometidos y –lo más grave- muchos siguen impunes. Por suerte queda un artista dedicado a mantener el tema vigente, a pelear contra el olvido, a poner su oficio al servicio de la memoria, la verdad y la justicia. Pareciera que Perú quiere olvidarse de estas tragedias, pero a la larga, el olvido siempre es mal negocio.
Otro hallazgo de Cossio es cómo reparte parejo para los dos lados. Barbarie no es una reivindicación de los senderistas ni de los milicos: es un clamor de justicia para las víctimas de ambas facciones, en su mayoría gente muy humilde, quechuaparlante, lugareños de pequeños poblados de las sierras, virtualmente excluídos del sistema incluso en gobiernos supuestamente democráticos. Como si la vida les hubiera cobrado barato, esos hombres, mujeres y niños tuvieron que pagar, además, los excesos de ambos bandos durante este sangriento conflicto armado. Cossio no nos ahorra momentos de horrendo estremecimiento: secuestros, violaciones, torturas, fusilamientos, cadáveres arrojados a la fosa común, pueblos enteros incendiados, aldeanos sepultados bajo sus propias casas, derrumbadas con bombas y granadas. Los buenos de esta película no llegaron vivos al día del estreno.
Otro punto a favor es cómo el autor resuelve el desafío más jodido de toda historieta documental, que es no caer en los masacotes de texto llenos de data, y relegar al dibujo a la mera ilustración de lo que nos cuentan los textos. Cossio encuentra rápidamente el equilibrio y ofrece muchas (y muy buenas) secuencias en las que el dibujo se pone la historia al hombro y todo lo importante se nos cuenta con imágenes. Por supuesto que hay más bloques de texto que en la historieta promedio, pero no abundan para nada esos mamotretos ilegibles que te mandan a dormir más rápido que un tema de Entre Ríos.
Y finalmente hay que hablar del dibujo de Cossio que –fiel a los lineamientos de su referente, Joe Sacco- se caracteriza por el infernal despliegue de rayitas, en un verdadero bacanal del cross-hatching. Colores, texturas, sombras, movimiento… TODO está sugerido por medio de millones de rayitas entrecruzadas con gran criterio y con una paciencia que deja a Cossio al borde de la canonización. Su dibujo, fuerte y muy expresivo, acá gana en plasticidad respecto de lo que vimos en Rupay. Sigue sin ser un dibujo dinámico, pero no se lo ve duro ni estático.
Esto no es para todo el mundo, obvio. Te tiene que interesar la historia reciente del país hermano y te tenés que bancar que te muestren con rigor documental una seguidilla tremenda de violaciones a los derechos humanos, una más escabrosa que la otra. Y encima, nadie te promete un final feliz ni siquiera 25 años después, porque hoy la mayoría de estos genocidas está tan libre como vos y yo. Si te animás a combinar el dolor y la indignación con el disfrute que produce la buena historieta, dale nomás.

lunes, 13 de junio de 2011

13/ 06: EL PREVIEWS DE AGOSTO


Nah, esto ya es premeditación y alevosía… Me quieren sumir en la más oprobiosa indigencia, y lo peor es que lo van a lograr… Veamos qué marqué como imprescindible para este mes.
Dark Horse ofrece nuevo tomo de Hellboy, el 11, que por u$19.99 ofrece 200 páginas llenas de unitarios y miniseries en las que Mike Mignola se junta con monstruos como Richard Corben, Kevin Nowlan y Scott Hampton. Adentro, de una.
La colección de TPBs para pobres de DC lanza una reedición de JLA: HEAVEN´S LADDER, la novela gráfica de Mark Waid y Bryan Hitch. Nunca la compré en formato de lujo, pero esto es pochoclo de muy buen nivel, que por u$7.99, seguro encuentra dueño.
A GOD SOMEWHERE es una saga de John Arcudi y Peter Snejberg que jamás leí, pero pinta interesante, entre otras cosas porque lo sacó DC con el sello “suggested for mature readers”, algo bastante poco frecuente. Se reedita en un broli de 200 páginas a u$ 17.99, así que agarro viaje.
Una bóñiga que me inspira cariño es la Justice Society de los ´70, que se reedita completa y en blanco y negro en un SHOWCASE (ALL-STAR COMICS VOL. 1) de 448 páginas y u$ 19.99. No espero leer grandes sagas (algunas las leí en mi adolescencia), pero me atrae, no sé por qué.
Se viene el segundo tomo de iZOMBIE, y si bien todavía no leí el primero, la crítica lo aplaude de pie, así que le pongo otra ficha a esta serie de Chris Roberson y Mike Allred. El libro trae 144 páginas por u$ 14.99, o sea que está a buen precio.
Los muchachos de BOOM! Studios ofrecen un recopilatorio muy grosso (224 páginas) de historietas cortas del ídolo neozelandés Roger Langridge… y quién soy yo para resistirme a algo así. Se llevan con toda facilidad mis u$ 19.99.
Y cierro con un manga de Jiro Matsumoto, grosso entre los grossos: VELVETEEN & MANDALA promete sexo y violencia en una Tokyo devastada, cortesia de la editorial Vertical, que nos cobra míseros u$16.95 por una novela de 360 páginas.
Y como siempre, hay libros alucinantes, pero fuera de mi alcance, como el X-STATIX OMNIBUS, cuyas 1200 páginas reúnen TODO lo que se hizo con estas bizarras creaciones de Peter Milligan y Mike Allred; o el tomo que trae 12 números alucinantes de Thor escritos por Dan Jurgens; o el Vol.2 de los mega-TPBs que recopilan la etapa de Mark Waid y Mike Wieringo en Fantastic Four. Estos hay que buscarlos en Amazon, a ver si están más baratos. También el Omnibus de Criminal Macabre, que edita Dark Horse, con varias sagas de esta creación de Steve Niles y Ben Templesmith, de la cual tengo apenas un TPB y un unitario perdido en una antología. También se anuncian la recopilación de THE NEW YORK FIVE, una mini de Brian Wood y Ryan Kelly para Vertigo que pinta lindo, y una de MISSIONARY MAN, el western que dibujaba Frank Quitely en la 2000 A.D., que si fuera unos mangos más barata, me seducía seguro, aunque el propio Quitely (con quien tuve la suerte de charlar bastante este finde en el Crack Bang Boom) me decía que no se copaba mucho con ninguna de las series que hizo para la mítica antología británica. Pero bueno, todo no se puede…
Al final, termino pidiendo mucho DC y poco de todo lo demás. ¿Qué va´cer? Hay meses que son así, raros. Como siempre, eventualmente esta merca se publicará, me llegará y la comentaremos aquí en el blog, mientras comemos arroz y fideos (con agua de la canilla) del 3 al 31 del mes.

domingo, 12 de junio de 2011

12/ 06: GREENBERG THE VAMPIRE


Además de tener buenos equipos creativos en casi todas las series regulares, la Segunda Era de Oro de Marvel tenía un bonus track maravilloso: las novelas gráficas. Es cierto, salían muchas y si hubiesen salido menos el nivel habría sido mejor. Pero también, porque la idea era sacar muchas, se le daba luz verde a propuestas raras, a cosas que no tenían nada que ver con el mainstream, ni siquiera con las temáticas de fantasía y ciencia-ficción que se desarrollaban mayoritariamente en el sello Epic. Greenberg the Vampire es una de esas bizarreadas, publicada en el fundamental 1986 y aprobada seguramente por la chapa que tenía por ese entonces el guionista, J.M. DeMatteis, tanto entre los fans de Marvel como entre los de Epic.
El título es bastante engañoso. Oscar Greenberg es vampiro, es cierto, y DeMatteis nos presenta eso como una rareza. Pero no como la recontra-anormalidad en torno a la cual gira la obra. Es vampiro como podría ser mormón, gastroenterólogo, o rosarino hincha de Banfield. El elemento sobrenatural -que convive y se complementa muy bien con el slice of life que gobierna a la novela- no tiene que ver con que Oscar es un no-muerto, sino con una entidad demoníaca que busca desde hace años corromper su alma. El conflicto grosso es ese: Lilith quiere corromper a Greenberg y para lograrlo va a crear engañifas, trampas, y hasta a poseer a su sobrino Morry, que es el que más entiende y banca a su conflictivo tío. Al final, como en tantas historietas de DeMatteis, ganará el amor, que se manifestará como una energía más poderosa que el mal y la corrupción, aunque no de la muerte. Uno de los personajes secundarios con más peso en la trama no llegará a la última página.
Greenberg, además de vampiro es escritor, pero hace años que no pega un hitazo. La inspiración se le fue, lo que escribe le parece una mierda, y lleva mucho tiempo recluído, lejos de las cámaras y los flashes, en parte para que no se haga pública su condición de vampiro. Ahí, la historia es más “normal”. El argumento del escritor excéntrico que vive de glorias pasadas y le escapa a la prensa y los fans seguro ya lo leíste en otras novelas, comics o películas. DeMatteis lo desdramatiza, al punto que de esta situación se disparan los momentos más graciosos de la novela, potenciados por la relación de Oscar con su novia (que también es chupasangre), con su familia, y sobre todo con su idishe mame, que como toda mamá judía lo sobreprotege y lo agasaja como si fuera el verdadero mesías. En esta dinámica entre comedia familiar judía, desventuras de un escritor en decadencia, historia de amor entre vampiros y peligro sobrenatural con el alma del protagonista en juego, se construye una historia rara, amena, intensa, impredecible y que sólo decae cuando DeMatteis frena la narrativa gráfica para mostrarnos extensos fragmentos de las novelas o guiones que Oscar está escribiendo. Ahí, la recomendación es leer salteadito, una frase de cada párrafo, porque si no se hace muy aburrido.
Por el lado del dibujo lo tenemos al siempre innovador Mark Badger, artista bastante resistido por buena parte del fandom, que acá tiene la posibilidad de trabajar a color directo. Y le saca a esa posibilidad un jugo raro, pero rico. El dibujo esquemático, apretadito, medio freak de Badger, se combina con un trabajo de color bastante extremo, lleno de riesgos bien tomados , con páginas en las que el expresionismo estalla con trucos y saltos al vacío típicos de los dibujantes del estilo pictórico tan en boga en los ´80, con los que Badger no tiene nada que ver. Pero la bizarreada le sale bien, sobre todo cuando el color le gana protagonismo a la línea negra y asume el rol de definir las formas de todo lo que aparece en las viñetas. Se me ocurren no menos de 15 dibujantes que podrían haber metido mano en este guión con mejores resultados, pero lo de Badger es muy digno, y además el tipo siempre tuvo una conexión muy especial con DeMatteis.
En el contexto de 1986, en el que a lo largo y a lo ancho la industria del comic yanki aparecían una joya atrás de otra, Greenberg the Vampire no entra ni a la Copa Sudamericana. Pero en el contexto de hoy, cuando Marvel se recluyó prácticamente en el género de los superhéroes y en los dibujantes que reciclan fotos, esto sería considerado una obra de vanguardia, un comic experimental a todo o nada al que la crítica seguramente le daría mucha más bola de la que le dio en 1986. Y la verdad es que se lo merecería, porque es un gran comic.

sábado, 11 de junio de 2011

11/ 06: MENDIGO


Nunca había leído una historieta de Jorge González, este argentino que hace unos cuantos años vive en España. Había mirado una, muy por encima, y no me había llamado la atención. Pero me quemó la cabeza Horacio Altuna, que me habló maravillas de este tipo al cual le había escrito los guiones de dos novelas gráficas (Hard Story y Hate Jazz) y luego de sorprenderme con la cantidad de premios que lleva ganados González, ni bien vi un álbum suyo a buen precio, me decidí a apostar. Y con Mendigo me gané el Loto, el Quini, el PRODE y el Gordo de Navidad.
Son 48 páginas, nomás, claramente pensadas para el mercado francés por González y Carlos Jorge, un guionista absolutamente ignoto, tan ignoto que ni tiene apellido. Pero está todo lo que tiene que estar, y muy bien puesto. Hay un misterio, una conjura, una traición, aprietes mafiosos, drogas, sexo con y sin amor, un asesinato bastante atroz y otro que no llega a concretarse pero que -para los efectos de la trama- es mucho más letal que el que sí se concreta. Por la historia desfilan un par de tipos jodidos, pesados de verdad, sicarios con menos escrúpulos que Francisco De Narvéz, pero el verdadero horror, lo más aberrante, reside (y se resuelve) en el seno de una familia.
Jorge define a los personajes con poquito, con silencios, con dos o tres escenas para cada uno, y los arma de un modo tan diáfano que uno los compra de una y de cuerpo entero. Mi único “pero” es que se juega por un recurso para mi gusto muy trillado, que es el de los hermanos gemelos. Todos conocemos hermanos gemelos, es cierto. De hecho, estoy redactando esto en el lobby de un hotel donde están hospedados Maxi y Seba Fiumara, que además de grossos de la historieta son hermanos gemelos. Pero en la ficción, la proporción de hermanos gemelos ya supera ampliamente a la del mundo real, y estaría bueno que los guionistas se dejaran de joder con eso, por lo menos 25 ó 30 años.
El clima de la historia lo impone el personaje que rápidamente se destaca por sobre los demás: Julius, el hombre a quien Víctor le robó la vida y ahora vive en la calle, como un ciruja, atento a los obituarios del diario para enterarse primero el día que Víctor palme. Julius es un hombre callado, taciturno, a quien las humillaciones a las que lo sometió la pobreza le enseñaron a mantenerse al margen, a esperar a un costadito, a desaparecer de la vista de la gente que lo desprecia sólo porque su ropa está sucia y huele mal. Pero esas “habilidades” lo van a ayudar a llegar a donde siempre quiso estar: detrás del tipo retraído y resignado, hay un tipo decidido, contumaz, capaz de planear y ejecutar una movida maestra. Con pocas páginas de nueve cuadros y ninguna de 10 ó más, el ritmo de la historia es francés, pero no tanto. Jorge dosifica muy bien los textos y se cuida de que estos aparezcan sólo cuando son indispensables. Poco texto + pocos cuadros por página = historieta que se lee rápido, y la verdad es que está perfecto. Si esto mismo se extendía mucho más, seguro perdía impacto.
De todos modos, el gran guión de Carlos Jorge corre serios riesgos de pasar desapercibido, o de ser prácticamente olvidado a los pocos minutos de terminar de leer Mendigo. El dibujo de Jorge González, en cambio, te lanza una bola de bowling a las neuronas y te las hace volar a la mierda, a lugares donde nunca las vas a poder ir a buscar. El aspecto visual de Mendigo es majestuoso, así, sin medias tintas. González toma la paleta de colores de Lorenzo Mattotti, es cierto, y también cosas del lenguaje gestual, sobre todo en las escenas violentas. Pero no creas que vas a ver al enésimo clon del genio italiano: González mete en la coctelera también a Miguelanxo Prado, a Oscar Zárate y por supuesto, cosas de su cosecha personal. El resultado es brillante, hipnótico, no querés pasar las páginas para que el libro no se termine. Las perspectivas, los fondos, las expresiones faciales (que expresan muchísimo, para sacarle jugo a los silencios), todo es de una belleza plástica muy difícil de describir. Esto hay que verlo para creerlo.
Guionista desconocido, dibujante con bastante obra encima al que nunca había leído, joya oculta del Noveno Arte que -por suerte- publicó Glénat en nuestro idioma. Mendigo es un comic maravilloso y -si lo descubriste gracias a este blog y lo conseguís de algún modo- seguramente me lo vas a agradecer hasta el fin de tus días.