De pibe te gustó tocar la guitarra. Estudiaste hasta convertirte en un buen violero, formaste una banda de rock, compusiste un montón de temas grossos, sacaste un disco, vendió bárbaro, saliste de gira, te hiciste famoso, la hinchada coreó tu nombre y las minas se te entregaron como si fueses un adonis. Un día, se te cagó una mano, la derecha, la que usabas para tocar la viola, y no pudiste volver a tocar. Adios segundo álbum, adios fama, adios contratos millonarios, adios minitasssshhh. Ahora tenés tres mangos en el bolsillo, un juicio de los ex-miembros de tu banda y menos fans que la leucemia. Y por si fuera poco, tenés 27 años, los mismos que tenían cuando se fueron “de gira” estrellas como Jim Morrison, Jimi Hendrix, Kurt Cobain, Amy Winehouse o nuestro Rodrigo. Linda encrucijada, no?
Pero pará, que no termina ahí. Después de agotar las opciones razonables (terapias, operaciones, etc.) caés en el laboratorio de un tipo medio freak que dice que puede devolverte la habilidad con la mano sublevada. El procedimiento incluye una especie jaula, gatos muertos, dos entidades cósmicas y una especie de botonera que te aparece en el pecho. Cada vez que apretás un botón, tenés un superpoder distinto que dura tres horas, pero cuando hayas apretado los botones 27 veces, sos boleta. ¿Qué es esto? Veníamos bien y nos fuimos a la mierda...
Estas son apenas algunas de las puntas con las que Charles Soule nos engancha para acompañarlo en esta extraña y fascinante historia en la que Will Garland tratará de volver a ser la estrella de rock que fue sin morir en el intento. Una historia en la que se meten entidades sobrehumanas alucinantes, perfectamente explicadas, superpoderes bizarros y –cagate de risa- la matemática y la numerología. Y el propio rock, claro, con sus historias, sus leyendas, sus promesas y sus decepciones.
27 arranca muy arriba, como si volvieran los Redondos y arrancaran un show con Ji, ji, ji. Soule tiene muy bien pensado todo, desde el protagonista, hasta el último de los personajes secundarios, sin dejar de lado las extrañas implicancias del número 9 en la historia del arte, ni el dilema moral que implica ese pacto cuasi-faustiano en el que se mete Garland para recuperar la habilidad perdida. También hay algo de acción, para que Garland use los poderes de la botonera, pero por ahora no es lo más relevante. O no tiene tanto peso como lo que le pasa al personaje por dentro, en su fuero interior, donde todo le resulta demasiado limado para ser real, hasta que se encuentra con el fantasma de Jim Morrison y este le explica cómo viene la mano.
La acción está des-enfatizada incluso desde el dibujo, que corre por cuenta del fascinante Renzo Podestá, un rosarino que vive hace varios años en Córdoba y que tiene una ilustre trayectoria en el under argento de los ´90. Para esta serie, Renzo sintetiza su estilo, lo libera de un montón de las rayitas y texturas que exhibía en sus obras más conocidas en Argentina, que son Bangkok y la fundamental Jueves. Las rayitas las guarda para cuando aparece algún monstruo o ente sobrenatural y las texturas las pone con el photoshop, aprovechando que lo dejan ser él quien coloree sus dbujos. Para todo lo demás, opta por un claroscuro fuerte, con iluminaciones muy laburadas ya desde la tinta y después potenciadas con el color. La narrativa es clásica, sin estridencias y sin fisuras y por ahí lo único a mejorar son las figuras en movimiento, que se ven un poquito estáticas. Ojo, sólo en los cuatro episodios de la saga central. Porque después hay un bonus track, una historia breve apenas conectada con la saga de Will Garland en la que se ve a otro Renzo Podestá, mucho más plástico, más jugado tanto en las formas como en el color, más cerca de Lorenzo Mattotti, ponele. Y absolutamente genial.
Con un TPB ya publicado y un segundo en camino (creo que se anuncia en el Previews de Febrero), 27 ya es una serie de culto, de esas que en un tiempito te van a permitir cancherear y decir “obvio, papá, yo la sigo desde el principio”. Posta, esto no puede faltar en tu MP3... digo, en tu biblioteca.
martes, 31 de enero de 2012
lunes, 30 de enero de 2012
30/ 01: iZOMBIE Vol.2
No, esto no era un espejismo. Aquel primer tomo devastador no fue una casualidad, no les salió de pedo a Chris Roberson y Michael Allred. Ya está muy claro que estamos ante una serie fundamental, de una riqueza infrecuente tanto en los planteos como en la ejecución.
En este tomo pasa un poquito menos que en el anterior. O en realidad avanza menos la trama, que no es lo mismo. Porque buena parte de lo que pasa en estos seis episodios tiene que ver con el pasado de los personajes. Un episodio entero se centra en Scott/ Spot, el chico que se convierte en terrier. Roberson nos revela su secret origin, ahonda en sus personajes secundarios y al final le pega un giro potencialmente espectacular. El último episodio está íntegramente protagonizado por Ellie y termina cuando conoce a Gwen, o sea que también es exploración de las historias anteriores al inicio de la saga.
El pasado de la propia Gwen aparece con mucho peso en el arco central: el cerebro que se morfa nuestra zombie favorita es el de la mamá de su mejor amiga, y para resolver los asuntos pendientes entre madre (muerta, claro) e hija, Gwen tendrá que revisitar lugares y personas de su pasado. El subplot que más avanza en el tomo también tiene que ver con la vida de Gwen previa a su muerte: es el que gira en torno a Gavin, su hermano, y pinta más que interesante.
Por si esto fuera poco, Roberson avanza con la historia de amor entre Gwen y Horatio y planta un hito importantísimo en la saga: aparece quien será la villana principal y nos enteramos –a grosso modo- cuál es su plan a mediano plazo. Mientras esto se cocina a fuego lento, la acción pasa por un choque entre dos facciones enemigas de Gwen, pero también enemigas entre sí: los cazamonstruos liderados por Diógenes y las vampiras lideradas por Nemia (de cuyo background también nos habilitan bocha de data). No vayas a creer que hay mucha acción, porque es mínima, pero claro, tampoco es lo más importante. Me queda claro que a Roberson le divierte mucho más la comedia costumbrista (en la que la descose) que la machaca, y me parece perfecto.
Lo único que hasta ahora no cierra ni a palos –y estoy seguro de que es algo que Roberson en algún momento va a explicar- es por qué todo este auténtico festival de freaks sobrenaturales (zombies, fantasmas, vampiros, momias, inmortales, almas que cambian de cuerpo, etc,) se da con tanta naturalidad (valga el oxímoron) en el apacible pueblo de Eugene, Oregon. Ahí hay algo raro y todavía no sé qué es, pero me intriga tanto como el plan de Galatea y el rol que jugarán “los buenos”.
Y por supuesto, lo más sobrenatural, lo menos explicable de todo esto, es el nivel del dibujo de Mike Allred. Es increíble y maravilloso a la vez verlo dejar la vida en cada página. A él, que es una estrella, que casi siempre trabajó con sus propios guiones. Acá el tipo baja un cambio y pone su inconmensurable talento al servicio de una historia que obviamente lo ceba, pero que sin dudas le exige muchísimo. Un verdadero lujo, que ojalá dure forever.
Y hablando de lujos, el episodio que no dibuja Allred lo dibuja Beto Hernández. Que es como que se te lesione el Maradona del ´86 y lo reemplaces por el Pelé del ´70. Una especie de ostentación, de canchereada, de “mirá cómo me sobran los autores grossos”. Fuerte el aplauso para Shelly Bond, la coordinadora de esta serie, que se permite (y nos permite) estos placeres.
iZombie ya está en la lista de las adicciones jodidas, de las series 100% imprescindibles que tiene hoy el mercado yanki. Todavía no estoy como para ponerme a buscar otros trabajos de Roberson, pero dame un TPB más de esta calidad y no respondo de mí.
En este tomo pasa un poquito menos que en el anterior. O en realidad avanza menos la trama, que no es lo mismo. Porque buena parte de lo que pasa en estos seis episodios tiene que ver con el pasado de los personajes. Un episodio entero se centra en Scott/ Spot, el chico que se convierte en terrier. Roberson nos revela su secret origin, ahonda en sus personajes secundarios y al final le pega un giro potencialmente espectacular. El último episodio está íntegramente protagonizado por Ellie y termina cuando conoce a Gwen, o sea que también es exploración de las historias anteriores al inicio de la saga.
El pasado de la propia Gwen aparece con mucho peso en el arco central: el cerebro que se morfa nuestra zombie favorita es el de la mamá de su mejor amiga, y para resolver los asuntos pendientes entre madre (muerta, claro) e hija, Gwen tendrá que revisitar lugares y personas de su pasado. El subplot que más avanza en el tomo también tiene que ver con la vida de Gwen previa a su muerte: es el que gira en torno a Gavin, su hermano, y pinta más que interesante.
Por si esto fuera poco, Roberson avanza con la historia de amor entre Gwen y Horatio y planta un hito importantísimo en la saga: aparece quien será la villana principal y nos enteramos –a grosso modo- cuál es su plan a mediano plazo. Mientras esto se cocina a fuego lento, la acción pasa por un choque entre dos facciones enemigas de Gwen, pero también enemigas entre sí: los cazamonstruos liderados por Diógenes y las vampiras lideradas por Nemia (de cuyo background también nos habilitan bocha de data). No vayas a creer que hay mucha acción, porque es mínima, pero claro, tampoco es lo más importante. Me queda claro que a Roberson le divierte mucho más la comedia costumbrista (en la que la descose) que la machaca, y me parece perfecto.
Lo único que hasta ahora no cierra ni a palos –y estoy seguro de que es algo que Roberson en algún momento va a explicar- es por qué todo este auténtico festival de freaks sobrenaturales (zombies, fantasmas, vampiros, momias, inmortales, almas que cambian de cuerpo, etc,) se da con tanta naturalidad (valga el oxímoron) en el apacible pueblo de Eugene, Oregon. Ahí hay algo raro y todavía no sé qué es, pero me intriga tanto como el plan de Galatea y el rol que jugarán “los buenos”.
Y por supuesto, lo más sobrenatural, lo menos explicable de todo esto, es el nivel del dibujo de Mike Allred. Es increíble y maravilloso a la vez verlo dejar la vida en cada página. A él, que es una estrella, que casi siempre trabajó con sus propios guiones. Acá el tipo baja un cambio y pone su inconmensurable talento al servicio de una historia que obviamente lo ceba, pero que sin dudas le exige muchísimo. Un verdadero lujo, que ojalá dure forever.
Y hablando de lujos, el episodio que no dibuja Allred lo dibuja Beto Hernández. Que es como que se te lesione el Maradona del ´86 y lo reemplaces por el Pelé del ´70. Una especie de ostentación, de canchereada, de “mirá cómo me sobran los autores grossos”. Fuerte el aplauso para Shelly Bond, la coordinadora de esta serie, que se permite (y nos permite) estos placeres.
iZombie ya está en la lista de las adicciones jodidas, de las series 100% imprescindibles que tiene hoy el mercado yanki. Todavía no estoy como para ponerme a buscar otros trabajos de Roberson, pero dame un TPB más de esta calidad y no respondo de mí.
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domingo, 29 de enero de 2012
29/ 01: VELVETEEN & MANDALA
Yo no tengo problema en que la historia arranque en la página 77 y que todo lo anterior sea totalmente irrelevante. No tengo problema en que me pongas un primer plano de un vómito, o del ojete de una chica lanzando un sifonazo de caca diarreica. Tampoco me resulta infumable la escena en que esa misma chica es violada por siete u ocho zombies. No me jode que los personajes estén claramente trastornados y que hablen raro, ni que por momentos las imágenes cobren un vuelo poético que no encaja con la historia para convertirse en metáforas finolis de lo que les pasa a esos personajes.
Mis problemas con esta obra de Jiro Matsumoto no tienen que ver con la violencia, ni con el sexo, ni con la escatología (que es en lo que hicieron hincapié mis colegas yankis cuando esto se editó en EEUU) sino más bien con la estructura dramática que propone el autor y que, por lo menos para mi gusto, no se sotiene ni a palos. Hay secuencias logradísimas, imágenes de una potencia devastadora (la ciudad abandonada, el garche lésbico, una hoguera en la que arden unos 50 cadáveres), algunos diálogos impecables, una sensación de misterio, de extrañeza, todo muy lindo, muy Taiyo Matsumoto (aunque no son parientes), pero la verdad es que como historia, Velveteen & Mandala no me satisfizo.
Me intrigó, me shockeó, en algún momento me emocionó, me sedujeron varias de las ideas que lanza Matsumoto y al final me quedó la sensación de que faltaba algo, o sobraban miles de cosas. O el autor se pasó de críptico, o yo no conecté con la onda de la saga, o algo raro sucedió. Lo cierto es que en el balance final, la historia de estas dos colegialas medio freaks en una especie de tierra de nadie en la que llueven cadáveres a medio resucitar no me terminó de cerrar. No la puedo putear, porque la verdad me gusta que un autor se proponga cagarse en todo, jugar al límite y ofrecer una obra que no se parece en nada a ninguna otra. Sólo por su carácter de inclasificable, Velveteen & Mandala amerita la lectura, aunque el guión nos deje medio en bolas. Entre tantas toneladas de mangas de colegialas que se enamoran y se celan, uno de colegialas que masacran zombies, comen comida podrida y garchan entre ellas siempre es bienvenido. Pero me queda la sensación de que Matsumoto tenía materia prima para redondear algo más power, más sólido, más trascendental.
Por el lado del dibujo no, no hay absolutamente nada que no me haya cerrado, impactado o conmovido. Como Taiyo, Jiro es un virtuoso fuera de control. Su estilo le guiña el ojo constantemente a los autores mainstream (no tanto a las chicas que hacen shojo, a pesar de la presencia de las colegialas en los roles protagónicos) y a la vez combina esa base normal o predecible con un acabado demencial, repleto de rayitas, de texturas, de cross-hatchings de enorme belleza y enorme fuerza expresiva. Enseguida te das cuenta de que esto es raro, distinto, único. La narrativa es originalísima, el dibujo es extraño y alucinante, todo el tiempo ves a un mago, no a un dibujante. Incluso en el famoso primer plano del garco diarreico, Jiro Matsumoto hace un pase mágico y levanta vuelo. Cada vez que su plumín toca una página, cada vez que aplica una trama mecánica, es una cátedra magistral. Visualmente, pocos placeres se pueden comparar al que binda la lectura de Velveteen & Mandala.
Y bueno, me pondré a buscar otras obras de Matsumoto, a ver si los guiones son más redondos.
Mis problemas con esta obra de Jiro Matsumoto no tienen que ver con la violencia, ni con el sexo, ni con la escatología (que es en lo que hicieron hincapié mis colegas yankis cuando esto se editó en EEUU) sino más bien con la estructura dramática que propone el autor y que, por lo menos para mi gusto, no se sotiene ni a palos. Hay secuencias logradísimas, imágenes de una potencia devastadora (la ciudad abandonada, el garche lésbico, una hoguera en la que arden unos 50 cadáveres), algunos diálogos impecables, una sensación de misterio, de extrañeza, todo muy lindo, muy Taiyo Matsumoto (aunque no son parientes), pero la verdad es que como historia, Velveteen & Mandala no me satisfizo.
Me intrigó, me shockeó, en algún momento me emocionó, me sedujeron varias de las ideas que lanza Matsumoto y al final me quedó la sensación de que faltaba algo, o sobraban miles de cosas. O el autor se pasó de críptico, o yo no conecté con la onda de la saga, o algo raro sucedió. Lo cierto es que en el balance final, la historia de estas dos colegialas medio freaks en una especie de tierra de nadie en la que llueven cadáveres a medio resucitar no me terminó de cerrar. No la puedo putear, porque la verdad me gusta que un autor se proponga cagarse en todo, jugar al límite y ofrecer una obra que no se parece en nada a ninguna otra. Sólo por su carácter de inclasificable, Velveteen & Mandala amerita la lectura, aunque el guión nos deje medio en bolas. Entre tantas toneladas de mangas de colegialas que se enamoran y se celan, uno de colegialas que masacran zombies, comen comida podrida y garchan entre ellas siempre es bienvenido. Pero me queda la sensación de que Matsumoto tenía materia prima para redondear algo más power, más sólido, más trascendental.
Por el lado del dibujo no, no hay absolutamente nada que no me haya cerrado, impactado o conmovido. Como Taiyo, Jiro es un virtuoso fuera de control. Su estilo le guiña el ojo constantemente a los autores mainstream (no tanto a las chicas que hacen shojo, a pesar de la presencia de las colegialas en los roles protagónicos) y a la vez combina esa base normal o predecible con un acabado demencial, repleto de rayitas, de texturas, de cross-hatchings de enorme belleza y enorme fuerza expresiva. Enseguida te das cuenta de que esto es raro, distinto, único. La narrativa es originalísima, el dibujo es extraño y alucinante, todo el tiempo ves a un mago, no a un dibujante. Incluso en el famoso primer plano del garco diarreico, Jiro Matsumoto hace un pase mágico y levanta vuelo. Cada vez que su plumín toca una página, cada vez que aplica una trama mecánica, es una cátedra magistral. Visualmente, pocos placeres se pueden comparar al que binda la lectura de Velveteen & Mandala.
Y bueno, me pondré a buscar otras obras de Matsumoto, a ver si los guiones son más redondos.
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sábado, 28 de enero de 2012
28/ 01: FURY: PEACEMAKER
Otra saguita de Nick Fury a cargo de Garth Ennis y Darick Robertson no era algo que uno fuera a dejar pasar fácilmente, y menos después de aquella que salió en 2001 en los albores del sello Marvel MAX (la reseñamos en Febrero de 2011).
Esta segunda saga, sin embargo, es bastante diferente a la anterior, por muchos motivos, principalmente 1) no es Marvel MAX, o sea que no hay puteadas, hay menos gore y la única escena de sexo está mucho más sugerida y 2) no transcurre en la actualidad, sino en plena Segunda Guerra Mundial, cuando Fury no era el capo de SHIELD, sino un valiente sargento de las tropas aliadas que le hacían el aguante a Hitler. También hay diferencias más sutiles. La que más suma es que acá Ennis no se plantea en ningún momento el mestizaje de géneros. Este es un comic 100% bélico, sin espionaje, sin elementos sobrenaturales, sin superhéroes y –lo más importante- sin un sólo chiste.
Ah... te empezó a gustar, no? Es que hasta los más férreos detractores de Ennis tienen que reconocer que, cuando se mete a fondo con la temática bélica y deja afuera los chistes, el irlandés es un acorazado insumergible. Peacemaker es una historia dura, áspera, y mucho más creíble que casi cualquier otra ambientada en el Universo Marvel. Ese detalle no es menor: esta saga está tan en continuidad que hasta revela cómo el viejo Nick perdió el ojo que le falta. Y aún así es un detalle. No es lo importante, porque este es un comic de Garth Ennis, no de Roy Thomas, y la intención no es encarar un retcon minucioso del pasado de Fury. De hecho, a los Howling Commandos apenas si se los menciona al pasar.
Acá, Fury comparte el protagonismo con un grupito de soldados británicos con una misión: eliminar como sea al Mariscal de Campo Stephen Barkhorn, el más brillante estratega de la jerarquía militar de la Alemania nazi. Y ahí se disparan –a falta de uno- tres dilemas éticos complejos e incómodos, a los que Ennis les saca un enorme provecho. Primero, Barkhorn le perdonó la vida a Fury tras una estrepitosa derrota de los yankis en Túnez. ¿Da para matarlo? Segundo, a Barkhorn le tocó presenciar atroces crímenes de lesa humanidad perpetrados por los nazis en Rusia y se indignó tanto que –dicen- planea matar al mismísimo fuhrer. ¿No es mejor dejarlo vivo y que cumpla con su propósito? Y tercero, ponele que Barkhorn o las tropas de Fury matan a Hitler y se termina la guerra: ¿qué hacemos? ¿Qué hace un tipo como Fury cuando no hay guerra? Este último dilema estaba bastante presente en la miniserie anterior, y acá vuelve con todo. Claramente, Ennis concibe a Nick como un enamorado de la guerra.
La trama está un poquito estirada (el primer episodio, sin ir más lejos, no aporta absolutamente nada) pero estos tres dilemas la hacen espesa, inquietante, tensa. Por supuesto, cada tanto irrumpe la acción y los combates entre los panzers alemanes y los bravos soldados aliados le prenden fuego a la página con una violencia zarpada y realista a la vez. Pero (como en la recordada Unknown Soldier), todo se resuelve con diálogos y en el último episodio. Ahí, recién ahí, aparece la mala leche característica de Ennis, y es sumamente bienvenida.
El dibujo de Robertson está muy por debajo de otros trabajos suyos. Tenía dos entintadores que eran garantía: Jimmy Palmiotti (que lo acompañó en la saga anterior de Fury) y Rodney Ramos (que lo entintaba en Transmetropolitan). Aún así, el dibujo (no la narrativa, que es óptima) derrapa miles de veces. Hay viñetas lindas, que parecen de Robertson inspirado, o de Joe Kubert, o de Tim Truman, o de John Severin, y después hay unos abortos infumables que parecen de esos verduleros de Image de principios de los ´90. No sé por qué, pero acá Robertson no logra ni en pedo mantener un nivel sólido y parejo a lo largo de las 144 páginas de la obra.
Lo cual no es óbice para recomendarla a full, porque el guión es excelente. Si sos fan de Ennis, del comic bélico o de Nick Fury, internate entre las líneas enemigas para capturar esta historieta que vale la pena, y mucho.
Esta segunda saga, sin embargo, es bastante diferente a la anterior, por muchos motivos, principalmente 1) no es Marvel MAX, o sea que no hay puteadas, hay menos gore y la única escena de sexo está mucho más sugerida y 2) no transcurre en la actualidad, sino en plena Segunda Guerra Mundial, cuando Fury no era el capo de SHIELD, sino un valiente sargento de las tropas aliadas que le hacían el aguante a Hitler. También hay diferencias más sutiles. La que más suma es que acá Ennis no se plantea en ningún momento el mestizaje de géneros. Este es un comic 100% bélico, sin espionaje, sin elementos sobrenaturales, sin superhéroes y –lo más importante- sin un sólo chiste.
Ah... te empezó a gustar, no? Es que hasta los más férreos detractores de Ennis tienen que reconocer que, cuando se mete a fondo con la temática bélica y deja afuera los chistes, el irlandés es un acorazado insumergible. Peacemaker es una historia dura, áspera, y mucho más creíble que casi cualquier otra ambientada en el Universo Marvel. Ese detalle no es menor: esta saga está tan en continuidad que hasta revela cómo el viejo Nick perdió el ojo que le falta. Y aún así es un detalle. No es lo importante, porque este es un comic de Garth Ennis, no de Roy Thomas, y la intención no es encarar un retcon minucioso del pasado de Fury. De hecho, a los Howling Commandos apenas si se los menciona al pasar.
Acá, Fury comparte el protagonismo con un grupito de soldados británicos con una misión: eliminar como sea al Mariscal de Campo Stephen Barkhorn, el más brillante estratega de la jerarquía militar de la Alemania nazi. Y ahí se disparan –a falta de uno- tres dilemas éticos complejos e incómodos, a los que Ennis les saca un enorme provecho. Primero, Barkhorn le perdonó la vida a Fury tras una estrepitosa derrota de los yankis en Túnez. ¿Da para matarlo? Segundo, a Barkhorn le tocó presenciar atroces crímenes de lesa humanidad perpetrados por los nazis en Rusia y se indignó tanto que –dicen- planea matar al mismísimo fuhrer. ¿No es mejor dejarlo vivo y que cumpla con su propósito? Y tercero, ponele que Barkhorn o las tropas de Fury matan a Hitler y se termina la guerra: ¿qué hacemos? ¿Qué hace un tipo como Fury cuando no hay guerra? Este último dilema estaba bastante presente en la miniserie anterior, y acá vuelve con todo. Claramente, Ennis concibe a Nick como un enamorado de la guerra.
La trama está un poquito estirada (el primer episodio, sin ir más lejos, no aporta absolutamente nada) pero estos tres dilemas la hacen espesa, inquietante, tensa. Por supuesto, cada tanto irrumpe la acción y los combates entre los panzers alemanes y los bravos soldados aliados le prenden fuego a la página con una violencia zarpada y realista a la vez. Pero (como en la recordada Unknown Soldier), todo se resuelve con diálogos y en el último episodio. Ahí, recién ahí, aparece la mala leche característica de Ennis, y es sumamente bienvenida.
El dibujo de Robertson está muy por debajo de otros trabajos suyos. Tenía dos entintadores que eran garantía: Jimmy Palmiotti (que lo acompañó en la saga anterior de Fury) y Rodney Ramos (que lo entintaba en Transmetropolitan). Aún así, el dibujo (no la narrativa, que es óptima) derrapa miles de veces. Hay viñetas lindas, que parecen de Robertson inspirado, o de Joe Kubert, o de Tim Truman, o de John Severin, y después hay unos abortos infumables que parecen de esos verduleros de Image de principios de los ´90. No sé por qué, pero acá Robertson no logra ni en pedo mantener un nivel sólido y parejo a lo largo de las 144 páginas de la obra.
Lo cual no es óbice para recomendarla a full, porque el guión es excelente. Si sos fan de Ennis, del comic bélico o de Nick Fury, internate entre las líneas enemigas para capturar esta historieta que vale la pena, y mucho.
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viernes, 27 de enero de 2012
27/ 01: EL VALS DEL GULAG
Volvemos con el tema del momento, que son los campos de concentración. Esta vez no hay nazis ni judíos, sino que tenemos un gulag, los campos de trabajos forzados del régimen stalinista, un clásico soviético de fines de los ´40 y principios de los ´50.
De todos modos, hay que aclarar de antemano que El Vals del Gulag no es un comic que se propone denunciar los abusos a los que se sometía a los prisioneros. Es realista, tiene un innegable valor documental (cosa que la gente que no entiende nada parece querer atribuirle a un CHISTE), pero su objeto no es bajar línea. Simplemente, el guionista Denis Lapiére toma el contexto histórico de la ex-URSS a principios de los ´50 para contar la historia que quiere contar, que es una de amor. Acá no hay golpes bajos, ni se hace demasiado énfasis en la descripción detallada de los padeceres de los cautivos. Está muy claro que la pasan para el orto y que son víctimas de una injusticia mayúscula (como en el chiste de Sala), y hasta ahí llega Lapiére en su “alegato”.
El Vals del Gulag, decía, es ante todo una historia de amor. Un amor gigantesco y a contra corriente, que llevará a Kalia a enfrentarse al mundo para recuperar a Vitor, su marido, el padre de sus hijos, el hombre de su vida, quien fuera injustamente acusado y recluído en un gulag. Es una historia de lucha, de memoria, de lealtad, de sacrificio, pero por sobre todo, de amor.
Lapiére pone todas las fichas a que el lector se identifique con Kalia. La hace protagonizar flashbacks, le permite contar tramos de la historia en primera persona a través de una especie de diario íntimo, nos conmueve con su abnegación, con su valor, con lo que está dispuesta a dejar con tal de reunirse con Vitor. Si alguna vez viviste en carne propia una historia romántica brava, dura, bien cuesta arriba, seguramente te vas a sentir muy cerca de Kalia, aunque vivas 60 años más tarde y en la otra punta del planeta. También hay un par de buenos personajes secundarios, básicamente Baba Grunia y Miguel. Vitor, sin embargo, no es un personaje que se destaque. Está construído en base a silencios y miradas, y su ausencia es más importante que su presencia, excepto por la secuencia (quizás la mejor del tomo) en la que Lapiére nos explica qué es el vals del gulag y que hacía Vitor mientras Kalia movía cielo y tierra para encontrarlo. Y hasta ahí llego. Si doy más data, se pierde el impacto más power de la novela.
Párrafo aparte para el maestro catalán Rubén Pellejero, figura descollante del comic europeo forjada en los ´80 en las revistas de Norma Editorial, casi siempre en equipo con el entrerriano Jorge Zentner. Cuando empezó a trabajar directamente para el mercado francés (mediados de los ´90), Pellejero inició una evolución de su estilo (originalmente cercano al de Alfonso Font) que lo llevó hacia la síntesis. En esta obra nos encontramos con un Pellejero casi minimalista, que elimina líneas y opta por un trazo más grueso, más despojado, que le permite ganar en fuerza y expresividad, una transición no muy distinta a la que viéramos en Jaime Martín, otro hallazgo español de los ´80 transplantado a Francia en los ´90. Pellejero potencia la fuerza expresiva que ganó su dibujo con un tratamiento del color francamente magnífico, que debería ser estudiado a fondo por dibujantes y coloristas de todo el mundo. Noche o día, interiores o exteriores, el catalán encuentra para cada escena el color perfecto, las tonalidades, los climas, las texturas. Sabe cuándo ser sutil y cuándo ser brutal en el planteo cromático de las secuencias y cómo convertir a su paleta en un elemento más para sensibilizarnos y emocionarnos con la historia de Kalia.
Esta es una historieta brillante, cercana a la perfección. Incluso se la podés dar a tu vieja, o a cualquiera que habitualmente no lea historietas y la va a disfrutar como a una buena película o una buena novela no-gráfica. Sigo buscando las obras de Pellejero que todavía no tengo, y sumo a Denis Lapiére (al que recordaba de algúnos unitarios zarpados en El Víbora) a la lista de los guionistas francófonos a tener MUY en cuenta.
De todos modos, hay que aclarar de antemano que El Vals del Gulag no es un comic que se propone denunciar los abusos a los que se sometía a los prisioneros. Es realista, tiene un innegable valor documental (cosa que la gente que no entiende nada parece querer atribuirle a un CHISTE), pero su objeto no es bajar línea. Simplemente, el guionista Denis Lapiére toma el contexto histórico de la ex-URSS a principios de los ´50 para contar la historia que quiere contar, que es una de amor. Acá no hay golpes bajos, ni se hace demasiado énfasis en la descripción detallada de los padeceres de los cautivos. Está muy claro que la pasan para el orto y que son víctimas de una injusticia mayúscula (como en el chiste de Sala), y hasta ahí llega Lapiére en su “alegato”.
El Vals del Gulag, decía, es ante todo una historia de amor. Un amor gigantesco y a contra corriente, que llevará a Kalia a enfrentarse al mundo para recuperar a Vitor, su marido, el padre de sus hijos, el hombre de su vida, quien fuera injustamente acusado y recluído en un gulag. Es una historia de lucha, de memoria, de lealtad, de sacrificio, pero por sobre todo, de amor.
Lapiére pone todas las fichas a que el lector se identifique con Kalia. La hace protagonizar flashbacks, le permite contar tramos de la historia en primera persona a través de una especie de diario íntimo, nos conmueve con su abnegación, con su valor, con lo que está dispuesta a dejar con tal de reunirse con Vitor. Si alguna vez viviste en carne propia una historia romántica brava, dura, bien cuesta arriba, seguramente te vas a sentir muy cerca de Kalia, aunque vivas 60 años más tarde y en la otra punta del planeta. También hay un par de buenos personajes secundarios, básicamente Baba Grunia y Miguel. Vitor, sin embargo, no es un personaje que se destaque. Está construído en base a silencios y miradas, y su ausencia es más importante que su presencia, excepto por la secuencia (quizás la mejor del tomo) en la que Lapiére nos explica qué es el vals del gulag y que hacía Vitor mientras Kalia movía cielo y tierra para encontrarlo. Y hasta ahí llego. Si doy más data, se pierde el impacto más power de la novela.
Párrafo aparte para el maestro catalán Rubén Pellejero, figura descollante del comic europeo forjada en los ´80 en las revistas de Norma Editorial, casi siempre en equipo con el entrerriano Jorge Zentner. Cuando empezó a trabajar directamente para el mercado francés (mediados de los ´90), Pellejero inició una evolución de su estilo (originalmente cercano al de Alfonso Font) que lo llevó hacia la síntesis. En esta obra nos encontramos con un Pellejero casi minimalista, que elimina líneas y opta por un trazo más grueso, más despojado, que le permite ganar en fuerza y expresividad, una transición no muy distinta a la que viéramos en Jaime Martín, otro hallazgo español de los ´80 transplantado a Francia en los ´90. Pellejero potencia la fuerza expresiva que ganó su dibujo con un tratamiento del color francamente magnífico, que debería ser estudiado a fondo por dibujantes y coloristas de todo el mundo. Noche o día, interiores o exteriores, el catalán encuentra para cada escena el color perfecto, las tonalidades, los climas, las texturas. Sabe cuándo ser sutil y cuándo ser brutal en el planteo cromático de las secuencias y cómo convertir a su paleta en un elemento más para sensibilizarnos y emocionarnos con la historia de Kalia.
Esta es una historieta brillante, cercana a la perfección. Incluso se la podés dar a tu vieja, o a cualquiera que habitualmente no lea historietas y la va a disfrutar como a una buena película o una buena novela no-gráfica. Sigo buscando las obras de Pellejero que todavía no tengo, y sumo a Denis Lapiére (al que recordaba de algúnos unitarios zarpados en El Víbora) a la lista de los guionistas francófonos a tener MUY en cuenta.
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Denis Lapiére,
El Vals del Gulag,
Rubén Pellejero
jueves, 26 de enero de 2012
26/ 01: LOCKE & KEY Vol.2
Era obvio: no me podía aguantar mucho tiempo sin caer en el segundo tomo de esta serie con la que tanto me cebé. Y lo bien que hice: la saga de Joe Hill y Gabriel Rodríguez no hace más que mejorar.
El único personaje importante que en este tomo come banco de suplentes es Nina, la mamá de los hermanos Locke. Pero es casi lógico, porque Hill suma varios personajes al elenco y a todos los desarrolla a full. Y sin descuidar en lo más mínimo a los tres hermanos, al tío Duncan (otro personaje logradísimo), al villano (que crece hasta ocupar el centro del escenario) y a Ellie Whedon, que en el primer tomo apenas participaba y en este cobra tanta chapa que incluso tiene sus propios personajes secundarios, uno más logrado que el otro: su madre, una vieja jodida y mal llevada (de cuya muerte conocemos todos los detalles) y Rufus, su hijo autista, tal vez el más notable hallazgo en materia de caracterización.
En este tomo también queda más o menos clara la estructura que el gauchito Hill plantea para la serie: acá todo gira en torno de una llave, la que abre las mentes, así como en el Vol.1 tenía bastante peso (aunque menos, porque lo central era la presentación del elenco y los conflictos principales) la llave que te permitía “teleportarte” a donde vos quieras. Está bastante claro que el tercer tomo va a explorar las posibilidades que brinda la llave de los géneros (que te permite pasar de varón a mujer y viceversa) y así hasta llegar a la misteriosa y ominosa llave Omega.
Los misterios sobrenaturales en torno a la casa, las llaves y el regreso de alguien que debería estar muerto (Lucas Caravaggio, alias “Dodge”) se vuelven más complejos, más espesos, y a la vez se explican cada vez mejor. En este segundo arco, Hill encuentra el espacio para meter flashbacks que explican cosas importantes de las que vimos en el Vol.1 y por supuesto, siembra un montón de puntas para los tomos posteriores. Las enormes e incomparables ventajas de poder trabajar a largo plazo y sin un límite de páginas previamente fijado, explotadas al mango por un guionista que con inteligencia y sutileza (pero sin esquivar el gore, la violencia y los momentos al límite) teje una trama que revela de a poco su verdadera (y cautivante) complejidad.
Y parte de la gracia es hacer que te olvides de que la trama se va a resolver alrededor del sexto tomo. Hill quiere que te pongas nervioso ahora, que sufras ahora, que ames a estos personajes ahora, conmoverte ahora con la relación entre Ellie y Rufus, con la pareja homosexual, con la pareja interracial pero de 1967 (cuando ese tema era espinoso y jodido como los debates sobre el aborto), con la inocencia de los hermanos Locke... y lo mejor es que lo logra. Siempre está latente el suspenso, la curiosidad del lector por saber más, nunca está la sensación de “bah, esto es relleno, para estirar un TPB más, porque hasta el Vol.6 no cierra nada”. Acá cada página (incluso las que no tienen texto) derrocha onda y suma muchísimo a la historia y a tu vínculo con lo que Hill te quiere contar.
Parte de la responsabilidad le cabe a Gabriel Rodríguez, que acá mantiene intacto su muy buen nivel. Idóneo en la comedia costumbrista, destacado en la acción, correctísimo en la construcción de los climas, excelente a la hora de diseñar un elenco numeroso y diverso, el chileno deja la vida en cada viñeta y logra una proeza no menor: van a penas dos tomos y ya resulta absolutamente imposible imaginarse un episodio de Locke & Key con otro dibujante que no sea Rodríguez.
Una familia en problemas, una casa repleta de secretos y unas llaves que abren mucho más que simples puertas son los ingredientes principales de este auténtico manjar. Entrale con confianza y, si podés, empachate.
El único personaje importante que en este tomo come banco de suplentes es Nina, la mamá de los hermanos Locke. Pero es casi lógico, porque Hill suma varios personajes al elenco y a todos los desarrolla a full. Y sin descuidar en lo más mínimo a los tres hermanos, al tío Duncan (otro personaje logradísimo), al villano (que crece hasta ocupar el centro del escenario) y a Ellie Whedon, que en el primer tomo apenas participaba y en este cobra tanta chapa que incluso tiene sus propios personajes secundarios, uno más logrado que el otro: su madre, una vieja jodida y mal llevada (de cuya muerte conocemos todos los detalles) y Rufus, su hijo autista, tal vez el más notable hallazgo en materia de caracterización.
En este tomo también queda más o menos clara la estructura que el gauchito Hill plantea para la serie: acá todo gira en torno de una llave, la que abre las mentes, así como en el Vol.1 tenía bastante peso (aunque menos, porque lo central era la presentación del elenco y los conflictos principales) la llave que te permitía “teleportarte” a donde vos quieras. Está bastante claro que el tercer tomo va a explorar las posibilidades que brinda la llave de los géneros (que te permite pasar de varón a mujer y viceversa) y así hasta llegar a la misteriosa y ominosa llave Omega.
Los misterios sobrenaturales en torno a la casa, las llaves y el regreso de alguien que debería estar muerto (Lucas Caravaggio, alias “Dodge”) se vuelven más complejos, más espesos, y a la vez se explican cada vez mejor. En este segundo arco, Hill encuentra el espacio para meter flashbacks que explican cosas importantes de las que vimos en el Vol.1 y por supuesto, siembra un montón de puntas para los tomos posteriores. Las enormes e incomparables ventajas de poder trabajar a largo plazo y sin un límite de páginas previamente fijado, explotadas al mango por un guionista que con inteligencia y sutileza (pero sin esquivar el gore, la violencia y los momentos al límite) teje una trama que revela de a poco su verdadera (y cautivante) complejidad.
Y parte de la gracia es hacer que te olvides de que la trama se va a resolver alrededor del sexto tomo. Hill quiere que te pongas nervioso ahora, que sufras ahora, que ames a estos personajes ahora, conmoverte ahora con la relación entre Ellie y Rufus, con la pareja homosexual, con la pareja interracial pero de 1967 (cuando ese tema era espinoso y jodido como los debates sobre el aborto), con la inocencia de los hermanos Locke... y lo mejor es que lo logra. Siempre está latente el suspenso, la curiosidad del lector por saber más, nunca está la sensación de “bah, esto es relleno, para estirar un TPB más, porque hasta el Vol.6 no cierra nada”. Acá cada página (incluso las que no tienen texto) derrocha onda y suma muchísimo a la historia y a tu vínculo con lo que Hill te quiere contar.
Parte de la responsabilidad le cabe a Gabriel Rodríguez, que acá mantiene intacto su muy buen nivel. Idóneo en la comedia costumbrista, destacado en la acción, correctísimo en la construcción de los climas, excelente a la hora de diseñar un elenco numeroso y diverso, el chileno deja la vida en cada viñeta y logra una proeza no menor: van a penas dos tomos y ya resulta absolutamente imposible imaginarse un episodio de Locke & Key con otro dibujante que no sea Rodríguez.
Una familia en problemas, una casa repleta de secretos y unas llaves que abren mucho más que simples puertas son los ingredientes principales de este auténtico manjar. Entrale con confianza y, si podés, empachate.
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Gabriel Rodríguez,
Joe Hill,
Locke and Key
miércoles, 25 de enero de 2012
25/ 01: ARTISTAS CONTRA LA CENSURA
Hoy no pensaba postear, porque no tuve tiempo de leer nada.
Pero me llegó esto y lo quiero compartir, sobre todo con la gente involucrada en labores artísticas. Es un texto redactado por Esteban Podetti, con el que me identifico plenamente.
Los abajo firmantes, humoristas gráficos, guionistas, dibujantes de historietas y otras artes, no teniendo una organización ni sindicato que nos nuclee, nos unimos en esta ocasión para expresar lo que sigue:
RECHAZAMOS ENÉRGICAMENTE los agravios contra el humorista Gustavo Sala desatados por su tira publicada en el diario Página 12 el 19/1/2012
RECHAZAMOS que el contenido de la tira exprese antisemitismo o incitación al odio, entre otras acusaciones maliciosas y agraviantes que se están multiplicando en medios gráficos y digitales.
SOSTENEMOS que ningún aspecto de la tira mencionada expresa esa dirección, ni Sala en su vida pública o privada ha apoyado nunca ideologías racistas ni de intolerancia. Por el contrario, en su obra Sala expone estos males a través de los caminos del grotesco y la acidez. Sólo desde la convicción acerca del Horror del Holocausto la tira cobra sentido. Quienes apoyan una ideología de intolerancia, en cambio, optan por la negación de los genocidios, su justificación o la contribución en instalación de los prejuicios. De ninguna lectura de la tira de Sala se obtienen estas conclusiones.
SOSTENEMOS que el contenido de la misma está enmarcado en la tradición del humor negro, la sátira y hasta el mal gusto, géneros y elementos esenciales en nuestra profesión y hasta en la historia del arte, con representantes como: Goya, Hyeronimus Bosch, Luis Buñuel, Federico Fellini, Jerry Lewis, Mel Brooks, Robert Crumb, Philippe Vuillemin, Jerry Seinfeld, artistas que en su momento también han sido atacados, injuriados y hasta censurados.
RESPETAMOS el derecho de quien sea de sentirse ofendido o dolido por la tira, ya que es un derecho individual el sentirse ofendido por lo que sea. Pero de ningún modo aceptamos los ataques ni las amenazas tanto judiciales como violentas que nuestro compañero Sala está soportando.
CONTRA LA CENSURA Y EL ACOSO
Enrique Alcatena DNI 12.780.534
Horacio Altuna DNI 47.654.558F
Carlos Loiseau (Caloi) LE 6188072
Oscar A. Grillo DNI 6.751.695
Alfredo Grondona White DNI 6.026.403
Sergio Langer DNI 13.924.552
Eduardo Maicas LE. 8511502
Domingo “Cacho” Mandrafina DNI 4.534.671
Carlos Nine DNI 77.452.27
Ariel Olivetti DNI 18.414.529
Miguel Rep DNI 14.316.566
Eduardo Risso DNI 13.787.803
Juan Sasturain DNI : 5.506.857
Luis Scafati DNI 8.157.262
Mauro Entrialgo DNI 16273507H (España)
Paco Alcázar DNI 37381653-Y (España)
Andrés Accorsi DNI 20.006.578
Darío Adanti Pasaporte Argentino nº 22156861N
Diego Agrimbau DNI 24.515.899
María Alcobre DNI 11.399.233
Max Aguirre DNI 22.112.248
Frank Arbelo Pasaporte Nº B049825 (Cuba)
Carlos Areces DNI 50204405M (España)
Pablo Bernasconi DNI 23.464.186
Norberto "Poly" Bernatene DNI 22.592.997
Diego Bianchi (bianki) DNI 16.678.368
Ayar Blasco DNI 24969693
Mariano Buscaglia DNI 25.436.246
Fernando Calvi DNI 23.198.309
Caro Chinaski DNI 24.873.653
Ernan Cirianni DNI 25.187.753
Guillermo Decurgez “Decur” DNI 28905577
José María Delgado DNI 21328087
Pablo Fayó DNI 17.968.840
Jorge Fantoni DNI 17.110.019
Luis Gaspardo DNI 20948461
Dante Ginevra DNI 25.061.643
Juan Pablo Gonzalez "Max Cachimba" DNI 20.643.193
Adao Iturrusgarai DNI 94.343.971 (Brasil)
Lalo Kubala (Eduardo Jiménez) DNI 22.691.703H (España)
Clara Lagos DNI 24.963.189
Pablo Lobato DNI 21354941
Ariel López V. DNI 24.053.225
Alejandra Lunik DNI 92.465.497
Emiliano Migliardo DNI 22.279.331
Rubén Mira DNI 17.137.171
Lucas Nine DNI 24.268.427
Lautaro Ortiz DNI 23.281.005
Diego Parés DNI 21.644.428
Pablo Parés (FARSA Producciones) DNI 26 591 497
Federico Pazos DNI 28.642.094
Elenio Pico DNI 14.232 338
Esteban Podetti DNI 18.573.245
Fernando Rapa Carballo DNI 18.753.232
Federico Reggiani, DNI 21431728
Pablo Ríos DNI 75884803Y (España)
Javier "El Niño" Rodríguez 20.298.344
Javier Juan Rovella DNI 24.569.242
Claudio Sagrera (Scuzzo) DNI 22.824.718
Salvador Sanz DNI 24.560.801
Pablo Sapia DNI 20.574.090
Luciano Saracino DNI 26.405.668
Damian Scalerandi DNI: 25.878.662
Mauro Serafini "El Bruno" DNI 28.906.497
Juan Soto DNI 18270358
Gaston Souto DNI 25.747.211
Pablo Tunica DNI 30.083.740
Juan Sáenz Valiente DNI 29.077.335
Lucas Varela DNI 22.100.24
Laura Vazquez: DNI 23.221.327
Juan Francisco Vega "Frank Vega" DNI 24.313.133
Víctor Wolf DNI 18.208.748
Fabian Zalazar DNI: 20.739.729
Juan Pablo Zaramella DNI 22.706.978
Julián Aron DNI 25.556.836
Hector Beas, DNI 6.042.096
Fernando N. Baldó DNI 24.718.524
Maria Laura Ballés DNI 24.794210
Carlos Ariel Barocelli DNI 18.520.196
Gerardo Baró DNI 29871880
Roberto Barreiro Dni 22.156.798
Horacio Bevaqua DNI 26.087.957
Luciano Brom DNI 26.958.012
Daniel Campos "PITO" DNI 17.382.205
César Carrizo DNI 23544794
Soledad Cassini DNI 24.863 264
Pablo Colaso DNI 22344175
César Da Col DNI 23.376.734
Cecilia "Gato" Fernandez DNI 33366094
Juan Ferreyra DNI 26.481.747
Gabriel Flores DNI 28.834.377
Gustavo Gal (Mario Puebla) 17003388
Marina Gerosa DNI 29.317.271
Fabián Gordillo DNI 16708138
Brian Janchez DNI 32091100
Silvio Daniel Kiko DNI 22.360.179
Jorge Libman (presidente ADA) DNI 7.607.478
Andres Lozano DNI 28641243
Alejandra Mónica Márquez DNI 16.913.178
Rodolfo Marusich DNI 23.708.071
Sergio Más DNI 22.567.188
Emilio Jorge Mongiovi DNI 23.2900.905
María Soledad Otero DNI 31375486
Diego París DNI 23.087.531
Diego Parpaglione DNI 28460284
German Peralta DNI 31.437.97
Agustín Iván Riccardi DNI 31.526.518
Valeria Romero DNI 30.610.081
Luis Roldán DNI 21.964.643
Ezequiel Rosingana DNI 22.588.942
Fernando Rossia DNI 23.038516
Roberto Héctor von Sprecher LE 8119498
Javier Gastón Suppa DNI:27738382
Pablo Tambuscio DNI 29.040.217
Facundo Teyo DNI 26.885.313
Martín Tognola DNI 22950751
Nacha Vollenweider DNI 30.538.243
Pupi Herrera DNI 31.449.935
Jeremias daniel Alonso DNI 32.425.203
Waldo Sosa DNI 23.107.340
Adrián Palmas DNI 18.016.424
Alberto Guitián DNI 33.331.256R
Diego Martinez DNI34.514.964
Lucía Arce DNI 28.838.239
Hernan Dardes DNI 21476755
Rocío Celeste Eguía DNI 35529981
Agustín A. Gomila DNI 27.505.200
Agustina I. Rico DNI 34513688
Carolina Konstantinovsky DNI 18.771.038
Mariano Ramos DNI 16.937.430
Pablo Strozza DNI 22.000.549
Hugo Alberto Luna DNI 13.188.596
Rosario Sofía DNI 26.448.357
Nicolás Di Mattia DNI 29.715.043
Matías Zanetti DNI 32.682.605
Julián Leandro Iñiguez DNI 31.550.578
Nicolás Aimetti DNI 28.058.202
Ariel Valeri DNI 26.218.457
Gustavo "Fósforo" García DNI 21.003.373
Julio César Pierángeli 21.901.725
Raul Szkraba DNI 22.600.680
Daniel Eduardo Mendoza DNI 28.333.405
Julián Beroldo DNI 26.359.169
Pepe Márquez DNI 21669180
MARTIN FACUNDO MOLINARO DNI 21 782 265
Santiago Schroeder DNI 27.941.012
Gabriela Adelstein DNI 13.322.624
Marcelo J. Mosqueira DNI 18.091.348
Sabrina Genzano DNI 31896562
Santiago Miguel Mansilla DNI: 26120186
Ramiro Montero DNI 31.643.411
Juan Marcos Viancheto DNI 26371210
Ariel Horton
Pedro Farías dni 28665237
Nadia Fernández DNI 28.363.902
Germán Colazo DNI: 31.355.899
Daniel Mucetti DNI 18630117
Joan Cornellà 45547863c
Javier Tedin DNI 25.769.950
SERGIO EDUARDO SALGUEIRO, editor, DNI 22.297.164
Santiago Farrell DNI 34931032
Leonardo Gauna DNI 30.869.380
Claudio "malefico" Andaur. DNI 21732719
Marcelo Orsetti, DNI 21.731.207
Pero me llegó esto y lo quiero compartir, sobre todo con la gente involucrada en labores artísticas. Es un texto redactado por Esteban Podetti, con el que me identifico plenamente.
Los abajo firmantes, humoristas gráficos, guionistas, dibujantes de historietas y otras artes, no teniendo una organización ni sindicato que nos nuclee, nos unimos en esta ocasión para expresar lo que sigue:
RECHAZAMOS ENÉRGICAMENTE los agravios contra el humorista Gustavo Sala desatados por su tira publicada en el diario Página 12 el 19/1/2012
RECHAZAMOS que el contenido de la tira exprese antisemitismo o incitación al odio, entre otras acusaciones maliciosas y agraviantes que se están multiplicando en medios gráficos y digitales.
SOSTENEMOS que ningún aspecto de la tira mencionada expresa esa dirección, ni Sala en su vida pública o privada ha apoyado nunca ideologías racistas ni de intolerancia. Por el contrario, en su obra Sala expone estos males a través de los caminos del grotesco y la acidez. Sólo desde la convicción acerca del Horror del Holocausto la tira cobra sentido. Quienes apoyan una ideología de intolerancia, en cambio, optan por la negación de los genocidios, su justificación o la contribución en instalación de los prejuicios. De ninguna lectura de la tira de Sala se obtienen estas conclusiones.
SOSTENEMOS que el contenido de la misma está enmarcado en la tradición del humor negro, la sátira y hasta el mal gusto, géneros y elementos esenciales en nuestra profesión y hasta en la historia del arte, con representantes como: Goya, Hyeronimus Bosch, Luis Buñuel, Federico Fellini, Jerry Lewis, Mel Brooks, Robert Crumb, Philippe Vuillemin, Jerry Seinfeld, artistas que en su momento también han sido atacados, injuriados y hasta censurados.
RESPETAMOS el derecho de quien sea de sentirse ofendido o dolido por la tira, ya que es un derecho individual el sentirse ofendido por lo que sea. Pero de ningún modo aceptamos los ataques ni las amenazas tanto judiciales como violentas que nuestro compañero Sala está soportando.
CONTRA LA CENSURA Y EL ACOSO
Enrique Alcatena DNI 12.780.534
Horacio Altuna DNI 47.654.558F
Carlos Loiseau (Caloi) LE 6188072
Oscar A. Grillo DNI 6.751.695
Alfredo Grondona White DNI 6.026.403
Sergio Langer DNI 13.924.552
Eduardo Maicas LE. 8511502
Domingo “Cacho” Mandrafina DNI 4.534.671
Carlos Nine DNI 77.452.27
Ariel Olivetti DNI 18.414.529
Miguel Rep DNI 14.316.566
Eduardo Risso DNI 13.787.803
Juan Sasturain DNI : 5.506.857
Luis Scafati DNI 8.157.262
Mauro Entrialgo DNI 16273507H (España)
Paco Alcázar DNI 37381653-Y (España)
Andrés Accorsi DNI 20.006.578
Darío Adanti Pasaporte Argentino nº 22156861N
Diego Agrimbau DNI 24.515.899
María Alcobre DNI 11.399.233
Max Aguirre DNI 22.112.248
Frank Arbelo Pasaporte Nº B049825 (Cuba)
Carlos Areces DNI 50204405M (España)
Pablo Bernasconi DNI 23.464.186
Norberto "Poly" Bernatene DNI 22.592.997
Diego Bianchi (bianki) DNI 16.678.368
Ayar Blasco DNI 24969693
Mariano Buscaglia DNI 25.436.246
Fernando Calvi DNI 23.198.309
Caro Chinaski DNI 24.873.653
Ernan Cirianni DNI 25.187.753
Guillermo Decurgez “Decur” DNI 28905577
José María Delgado DNI 21328087
Pablo Fayó DNI 17.968.840
Jorge Fantoni DNI 17.110.019
Luis Gaspardo DNI 20948461
Dante Ginevra DNI 25.061.643
Juan Pablo Gonzalez "Max Cachimba" DNI 20.643.193
Adao Iturrusgarai DNI 94.343.971 (Brasil)
Lalo Kubala (Eduardo Jiménez) DNI 22.691.703H (España)
Clara Lagos DNI 24.963.189
Pablo Lobato DNI 21354941
Ariel López V. DNI 24.053.225
Alejandra Lunik DNI 92.465.497
Emiliano Migliardo DNI 22.279.331
Rubén Mira DNI 17.137.171
Lucas Nine DNI 24.268.427
Lautaro Ortiz DNI 23.281.005
Diego Parés DNI 21.644.428
Pablo Parés (FARSA Producciones) DNI 26 591 497
Federico Pazos DNI 28.642.094
Elenio Pico DNI 14.232 338
Esteban Podetti DNI 18.573.245
Fernando Rapa Carballo DNI 18.753.232
Federico Reggiani, DNI 21431728
Pablo Ríos DNI 75884803Y (España)
Javier "El Niño" Rodríguez 20.298.344
Javier Juan Rovella DNI 24.569.242
Claudio Sagrera (Scuzzo) DNI 22.824.718
Salvador Sanz DNI 24.560.801
Pablo Sapia DNI 20.574.090
Luciano Saracino DNI 26.405.668
Damian Scalerandi DNI: 25.878.662
Mauro Serafini "El Bruno" DNI 28.906.497
Juan Soto DNI 18270358
Gaston Souto DNI 25.747.211
Pablo Tunica DNI 30.083.740
Juan Sáenz Valiente DNI 29.077.335
Lucas Varela DNI 22.100.24
Laura Vazquez: DNI 23.221.327
Juan Francisco Vega "Frank Vega" DNI 24.313.133
Víctor Wolf DNI 18.208.748
Fabian Zalazar DNI: 20.739.729
Juan Pablo Zaramella DNI 22.706.978
Julián Aron DNI 25.556.836
Hector Beas, DNI 6.042.096
Fernando N. Baldó DNI 24.718.524
Maria Laura Ballés DNI 24.794210
Carlos Ariel Barocelli DNI 18.520.196
Gerardo Baró DNI 29871880
Roberto Barreiro Dni 22.156.798
Horacio Bevaqua DNI 26.087.957
Luciano Brom DNI 26.958.012
Daniel Campos "PITO" DNI 17.382.205
César Carrizo DNI 23544794
Soledad Cassini DNI 24.863 264
Pablo Colaso DNI 22344175
César Da Col DNI 23.376.734
Cecilia "Gato" Fernandez DNI 33366094
Juan Ferreyra DNI 26.481.747
Gabriel Flores DNI 28.834.377
Gustavo Gal (Mario Puebla) 17003388
Marina Gerosa DNI 29.317.271
Fabián Gordillo DNI 16708138
Brian Janchez DNI 32091100
Silvio Daniel Kiko DNI 22.360.179
Jorge Libman (presidente ADA) DNI 7.607.478
Andres Lozano DNI 28641243
Alejandra Mónica Márquez DNI 16.913.178
Rodolfo Marusich DNI 23.708.071
Sergio Más DNI 22.567.188
Emilio Jorge Mongiovi DNI 23.2900.905
María Soledad Otero DNI 31375486
Diego París DNI 23.087.531
Diego Parpaglione DNI 28460284
German Peralta DNI 31.437.97
Agustín Iván Riccardi DNI 31.526.518
Valeria Romero DNI 30.610.081
Luis Roldán DNI 21.964.643
Ezequiel Rosingana DNI 22.588.942
Fernando Rossia DNI 23.038516
Roberto Héctor von Sprecher LE 8119498
Javier Gastón Suppa DNI:27738382
Pablo Tambuscio DNI 29.040.217
Facundo Teyo DNI 26.885.313
Martín Tognola DNI 22950751
Nacha Vollenweider DNI 30.538.243
Pupi Herrera DNI 31.449.935
Jeremias daniel Alonso DNI 32.425.203
Waldo Sosa DNI 23.107.340
Adrián Palmas DNI 18.016.424
Alberto Guitián DNI 33.331.256R
Diego Martinez DNI34.514.964
Lucía Arce DNI 28.838.239
Hernan Dardes DNI 21476755
Rocío Celeste Eguía DNI 35529981
Agustín A. Gomila DNI 27.505.200
Agustina I. Rico DNI 34513688
Carolina Konstantinovsky DNI 18.771.038
Mariano Ramos DNI 16.937.430
Pablo Strozza DNI 22.000.549
Hugo Alberto Luna DNI 13.188.596
Rosario Sofía DNI 26.448.357
Nicolás Di Mattia DNI 29.715.043
Matías Zanetti DNI 32.682.605
Julián Leandro Iñiguez DNI 31.550.578
Nicolás Aimetti DNI 28.058.202
Ariel Valeri DNI 26.218.457
Gustavo "Fósforo" García DNI 21.003.373
Julio César Pierángeli 21.901.725
Raul Szkraba DNI 22.600.680
Daniel Eduardo Mendoza DNI 28.333.405
Julián Beroldo DNI 26.359.169
Pepe Márquez DNI 21669180
MARTIN FACUNDO MOLINARO DNI 21 782 265
Santiago Schroeder DNI 27.941.012
Gabriela Adelstein DNI 13.322.624
Marcelo J. Mosqueira DNI 18.091.348
Sabrina Genzano DNI 31896562
Santiago Miguel Mansilla DNI: 26120186
Ramiro Montero DNI 31.643.411
Juan Marcos Viancheto DNI 26371210
Ariel Horton
Pedro Farías dni 28665237
Nadia Fernández DNI 28.363.902
Germán Colazo DNI: 31.355.899
Daniel Mucetti DNI 18630117
Joan Cornellà 45547863c
Javier Tedin DNI 25.769.950
SERGIO EDUARDO SALGUEIRO, editor, DNI 22.297.164
Santiago Farrell DNI 34931032
Leonardo Gauna DNI 30.869.380
Claudio "malefico" Andaur. DNI 21732719
Marcelo Orsetti, DNI 21.731.207
martes, 24 de enero de 2012
24/ 01: OS GATOS
Es probable que Os Gatos no sea la obra más importante en la ilustre carrera de Laerte, uno de los autores imprescindibles de la historieta humorística brasileña. De hecho, los gatos a los que hace mención el título empezaron como personajes menores en otra tira del autor, la mucho más famosa Piratas do Tietê, allá por 1986. Ya en este siglo ganaron el protagonismo de su propia tira, derivada de una más grossa, es cierto, pero no por eso es menos atractiva.
Este álbum nos revela a Os Gatos como una tira en permanente evolución, un elemento imprescindible en cualquier tira (para que el autor y los lectores no se aburran) y que acá está llevado al extremo por Laerte, que no para de pegar volantazos y sorprendernos con variantes cada vez más inesperadas.
Ya en la segunda tira, el Gato (que anda desnudo y en cuatro patas) entabla un diálogo con un ser humano y este le responde sin problemas. En la quinta tira, lo vemos leer. Y ya pasadas las primeras... 30 tiras, los gatos hablarán por teléfono, irán de compras, navegarán por internet y mandarán a sus hijos a la escuela. O sea, serán cada vez menos gatos y más humanos. Al principio, se intuye que el rol de los gatos es el de mascotas: están todo el día tirados en un departamento, sin mayores preocupaciones. De hecho hay chistes que subrayan que los gatos no tienen que ir a trabajar, ni pueden manejar autos, precisamente porque son gatos. Pero Laerte no se aguanta las ganas de hablar de nosotros, de nuestras fobias, nuestras fantasías, nuestro comportamiento como sociedad, y de a poco, el Gato y la Gata terminan por ser el Tipo y la Mina, cuadrúpedos y con formas felinas, aunque en situaciones 100% humanas.
Otro giro impactante llega cuando aparece Messias, el hijo del Gato con una ex, un pendejito (cero cachorrito) zarpado, impredecible y brillante, sin dudas el mejor personaje de los que se suman a la tira con esta ya empezada. El culto e introspectivo Gato oculta otro secreto: tiene una doble identidad. Algunas noches se convierte en el justiciero enmascarado Flying Cat, un recurso que utiliza Laerte para burlarse de los superhéroes, pero también para mostrarnos historias fuera del departamento, en las que se ven otras aristas de la personalidad del Gato.
La Gata, fanática del sexo y más fácil que la tabla del uno, hará su mejor aporte a la tira cuando intente reunir a todos sus ex. Dos de ellos, Tadeo y Aquiles, ahora son pareja, y traen muy buenos chistes de gays. El Gato do Mato (Gato de la Selva, en castellano) genera un par de buenas situaciones, pero Laerte no le termina de encontrar un buen cierre.
Entre tiras más tranquis y tiras más desenfrenadas, Os Gatos logra un excelente equilibrio, del que nunca queda afuera el humor, a veces reflexivo y otras medio grotesco. La jugada de Laerte de ir ampliando el universo en el que se mueven los protagonistas paga con creces y cada nuevo elemento se ve reflejado en nuevos recursos humorísticos que rara vez fallan.
El dibujo es más sintético y minimalista que el que vemos en otras obras de Laerte, y la verdad es que le queda bárbaro. Os Gatos es una tira intencionalmente despojada, al punto de que, pese a publicarse a color, este tiene poquísimo peso, porque los protagonistas son o blanco o negro y muchas tiras no tienen fondos a los que aplicarles color. Cuando este aparece, suma muchísimo y muestra un excelente manejo por parte de Laerte de las técnicas de color digital.
Con excelentes personajes, costumbrismo filoso, comedia física, reflexiones más profundas, momentos de alto voltaje erótico, sutiles y mordaces bajadas de línea socio-política y un dibujo engañosamente simple, Os Gatos merece su lugar entre las grandes tiras cómicas latinoamericanas de este siglo. Miau grosso.
Este álbum nos revela a Os Gatos como una tira en permanente evolución, un elemento imprescindible en cualquier tira (para que el autor y los lectores no se aburran) y que acá está llevado al extremo por Laerte, que no para de pegar volantazos y sorprendernos con variantes cada vez más inesperadas.
Ya en la segunda tira, el Gato (que anda desnudo y en cuatro patas) entabla un diálogo con un ser humano y este le responde sin problemas. En la quinta tira, lo vemos leer. Y ya pasadas las primeras... 30 tiras, los gatos hablarán por teléfono, irán de compras, navegarán por internet y mandarán a sus hijos a la escuela. O sea, serán cada vez menos gatos y más humanos. Al principio, se intuye que el rol de los gatos es el de mascotas: están todo el día tirados en un departamento, sin mayores preocupaciones. De hecho hay chistes que subrayan que los gatos no tienen que ir a trabajar, ni pueden manejar autos, precisamente porque son gatos. Pero Laerte no se aguanta las ganas de hablar de nosotros, de nuestras fobias, nuestras fantasías, nuestro comportamiento como sociedad, y de a poco, el Gato y la Gata terminan por ser el Tipo y la Mina, cuadrúpedos y con formas felinas, aunque en situaciones 100% humanas.
Otro giro impactante llega cuando aparece Messias, el hijo del Gato con una ex, un pendejito (cero cachorrito) zarpado, impredecible y brillante, sin dudas el mejor personaje de los que se suman a la tira con esta ya empezada. El culto e introspectivo Gato oculta otro secreto: tiene una doble identidad. Algunas noches se convierte en el justiciero enmascarado Flying Cat, un recurso que utiliza Laerte para burlarse de los superhéroes, pero también para mostrarnos historias fuera del departamento, en las que se ven otras aristas de la personalidad del Gato.
La Gata, fanática del sexo y más fácil que la tabla del uno, hará su mejor aporte a la tira cuando intente reunir a todos sus ex. Dos de ellos, Tadeo y Aquiles, ahora son pareja, y traen muy buenos chistes de gays. El Gato do Mato (Gato de la Selva, en castellano) genera un par de buenas situaciones, pero Laerte no le termina de encontrar un buen cierre.
Entre tiras más tranquis y tiras más desenfrenadas, Os Gatos logra un excelente equilibrio, del que nunca queda afuera el humor, a veces reflexivo y otras medio grotesco. La jugada de Laerte de ir ampliando el universo en el que se mueven los protagonistas paga con creces y cada nuevo elemento se ve reflejado en nuevos recursos humorísticos que rara vez fallan.
El dibujo es más sintético y minimalista que el que vemos en otras obras de Laerte, y la verdad es que le queda bárbaro. Os Gatos es una tira intencionalmente despojada, al punto de que, pese a publicarse a color, este tiene poquísimo peso, porque los protagonistas son o blanco o negro y muchas tiras no tienen fondos a los que aplicarles color. Cuando este aparece, suma muchísimo y muestra un excelente manejo por parte de Laerte de las técnicas de color digital.
Con excelentes personajes, costumbrismo filoso, comedia física, reflexiones más profundas, momentos de alto voltaje erótico, sutiles y mordaces bajadas de línea socio-política y un dibujo engañosamente simple, Os Gatos merece su lugar entre las grandes tiras cómicas latinoamericanas de este siglo. Miau grosso.
lunes, 23 de enero de 2012
23/ 01: UNKNOWN SOLDIER Vol.2
Si estás acá desde el primer día, o si compraste el primer tomo de los libros que recopilan las reseñas de 2010, recordarás que este blog empezó, aquel lejano (y binario) 01/01/10 con un texto acerca del Vol.1 de Unknown Soldier. Recomiendo su relectura, antes de seguir adelante...
¿Ya está? Bueno, pasaron un poquito más de dos años hasta que finalmente pude retomar esta serie que tanto me interesó. Este tomo, además, es mejor que el primero. Es menos truculento, hay menos atrocidades, o por lo menos nos muestran gráficamente menos atrocidades. Tenemos muchos balazos, mucha minas que explotan y revolean gente por el aire, soldados de 13 años que se cagan a tiros, campos de concentración (ahora que Sala los puso de moda), cabezas mutiladas y clavadas en palos, muchas peleas a trompadas y cuchillazos y alguna torturita menor, casi sin importancia. Aún así, al lado del Vol.1, esto es casi digerible.
Lo más interesante es cómo Joshua Dysart logra concentrarse cada vez más en el desarrollo de personajes: tanto Moses, como su esposa (¿o viuda?), como Paul, como Jack Lee Howl adquieren nuevas dimensiones, nuevas y fascinantes aristas que los hacen más reales, más atractivos, hasta más cercanos, a pesar de la distancia geográfica y de contexto socio-político que –felizmente- nos separan de esta Uganda despiadada de 2002-2003. ¿A qué truco recurre Dysart para poder ahondar con tiempo y espacio en las personalidades de sus criaturas? Al más fácil: la decompresión del relato. Acá tenemos ocho episodios (más de 180 páginas de historieta) en los que pasa mucho menos que en las 140 del primer tomo, en el que había que presentar el universo donde transcurre la saga y era todo mucho más “palo y palo”. Por suerte, el guionista se desenvuelve muy bien en estas zonas más tranquis del relato: uno nunca se aburre y todo el tiempo se nota cómo cada escena más pausada o dialogada aporta un montón a crear clima y a definir mejor a los protagonistas de este kilombo e incluso al kilombo en sí, que para el que no lo vivió no es tan fácil de entender.
Por otro lado, este es un comic que trata acerca de la violencia salvaje, qué la genera y cómo detenerla. En ese sentido, el bajar un cambio, el dosificar más y mejor la violencia ayuda mucho a transmitir el mensaje que Dysart nos quiere transmitir. Cada estallido golpea más fuerte, duele más y cobra más peso en la trama si entre uno y otro hay escenas más tranqui y más desarrollo de los personajes y los conflictos. O sea que la menor profusión de machaca está muy bien capitalizada.
Por el lado del dibujo, tenemos a lo largo de casi todo el tomo al gran Alberto Ponticelli, un italiano muy versátil, que acá renuncia a su virtuosismo para adaptarse a la onda sórdida y hostil de la historia. Muy bien complementado por su colorista y compatriota Oscar Celestini, el Ponti deslumbra con la crudeza y la intensidad de su trazo, además de su habitual solvencia narrativa. Para el tramo final del tomo, un pase de magia vertiguesca y aparece un dibujante de la República Democrática del Congo (!), Pat Masioni, con un estilo que no desentona para nada con el de Ponticelli y un bonus track de lujo: los colores del español José Villarrubia, poeta del photoshop. Es el tramo más introspectivo y menos salvaje del tomo, y termina con un antiguo ritual de los Acholi (el pueblo en cuyo territorio se sitúa la mayoría de las escenas de Unknown Soldier), presentado con gran respeto y gran sensibilidad. Masioni emigró a Francia hace 10 años, pero igual está bueno memorizar su nombre y citarlo cuando alguien nos pregunte “Che, ¿qué onda Africa? ¿Hay historietistas africanos?”.
Predeciblemente, los altísimos riesgos que asumió Dysart a la hora de contar esta historia repercutieron en que la serie durara sólo 25 episodios. Los dos tomos reseñados cubren hasta el decimocuarto, o sea que me falta leer menos de la mitad. Prometo entrarle pronto a los dos tomos que me quedan.
¿Ya está? Bueno, pasaron un poquito más de dos años hasta que finalmente pude retomar esta serie que tanto me interesó. Este tomo, además, es mejor que el primero. Es menos truculento, hay menos atrocidades, o por lo menos nos muestran gráficamente menos atrocidades. Tenemos muchos balazos, mucha minas que explotan y revolean gente por el aire, soldados de 13 años que se cagan a tiros, campos de concentración (ahora que Sala los puso de moda), cabezas mutiladas y clavadas en palos, muchas peleas a trompadas y cuchillazos y alguna torturita menor, casi sin importancia. Aún así, al lado del Vol.1, esto es casi digerible.
Lo más interesante es cómo Joshua Dysart logra concentrarse cada vez más en el desarrollo de personajes: tanto Moses, como su esposa (¿o viuda?), como Paul, como Jack Lee Howl adquieren nuevas dimensiones, nuevas y fascinantes aristas que los hacen más reales, más atractivos, hasta más cercanos, a pesar de la distancia geográfica y de contexto socio-político que –felizmente- nos separan de esta Uganda despiadada de 2002-2003. ¿A qué truco recurre Dysart para poder ahondar con tiempo y espacio en las personalidades de sus criaturas? Al más fácil: la decompresión del relato. Acá tenemos ocho episodios (más de 180 páginas de historieta) en los que pasa mucho menos que en las 140 del primer tomo, en el que había que presentar el universo donde transcurre la saga y era todo mucho más “palo y palo”. Por suerte, el guionista se desenvuelve muy bien en estas zonas más tranquis del relato: uno nunca se aburre y todo el tiempo se nota cómo cada escena más pausada o dialogada aporta un montón a crear clima y a definir mejor a los protagonistas de este kilombo e incluso al kilombo en sí, que para el que no lo vivió no es tan fácil de entender.
Por otro lado, este es un comic que trata acerca de la violencia salvaje, qué la genera y cómo detenerla. En ese sentido, el bajar un cambio, el dosificar más y mejor la violencia ayuda mucho a transmitir el mensaje que Dysart nos quiere transmitir. Cada estallido golpea más fuerte, duele más y cobra más peso en la trama si entre uno y otro hay escenas más tranqui y más desarrollo de los personajes y los conflictos. O sea que la menor profusión de machaca está muy bien capitalizada.
Por el lado del dibujo, tenemos a lo largo de casi todo el tomo al gran Alberto Ponticelli, un italiano muy versátil, que acá renuncia a su virtuosismo para adaptarse a la onda sórdida y hostil de la historia. Muy bien complementado por su colorista y compatriota Oscar Celestini, el Ponti deslumbra con la crudeza y la intensidad de su trazo, además de su habitual solvencia narrativa. Para el tramo final del tomo, un pase de magia vertiguesca y aparece un dibujante de la República Democrática del Congo (!), Pat Masioni, con un estilo que no desentona para nada con el de Ponticelli y un bonus track de lujo: los colores del español José Villarrubia, poeta del photoshop. Es el tramo más introspectivo y menos salvaje del tomo, y termina con un antiguo ritual de los Acholi (el pueblo en cuyo territorio se sitúa la mayoría de las escenas de Unknown Soldier), presentado con gran respeto y gran sensibilidad. Masioni emigró a Francia hace 10 años, pero igual está bueno memorizar su nombre y citarlo cuando alguien nos pregunte “Che, ¿qué onda Africa? ¿Hay historietistas africanos?”.
Predeciblemente, los altísimos riesgos que asumió Dysart a la hora de contar esta historia repercutieron en que la serie durara sólo 25 episodios. Los dos tomos reseñados cubren hasta el decimocuarto, o sea que me falta leer menos de la mitad. Prometo entrarle pronto a los dos tomos que me quedan.
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domingo, 22 de enero de 2012
22/ 01: EL CAPITAN ALATRISTE Vol.2
Volvió Alatriste! La idea de convertir la primera novela del personajón creado por Arturo Pérez-Reverte dio tan buenos frutos en 2005, que en 2008 salió la adaptación de la segunda novela, Limpieza de Sangre, de nuevo a cargo del maestro Carlos Giménez y el sorprendente Joan Mundet.
Si no leíste la reseña del primer comic (salió allá por Junio del año pasado), te recomiendo hacer click en la etiqueta y leerla antes de seguir. ¿Ya está? Bueno, esta novela es mucho mejor que la primera, que ya era muy buena. La trama es excelente, el peligro para Don Diego Alatriste y su joven protegido, Iñigo Balboa, es permanente, vibrante y no da respiro. Si en el tomo anterior estaba la sensación de que no pasaban tantas cosas, o la acción no tenía tanto protagonismo como uno esperaba en una novela de aventuras, acá la cosa cambia totalmente. No te digo que es una de Indiana Jones, pero sí que el énfasis en la acción y la aventura es mucho mayor. También tienen muchísimo protagonismo la runfla, la intriga palaciega y sobre todo el suspenso, que está manejado con tanta cancha que por momentos te quita el aliento.
Esta vez, Pérez-Reverte (y por ende, Giménez y Mundet) se mete con un tema sumamente espinoso y macabro: el poder de la iglesia católica en tiempos de la Inquisición. Excepto las torturas, que se ven de modo bastante gráfico, el resto (las novicias sodomizadas por los curas, la gente quemada viva en la hoguera, etc.) está todo bastante sugerido, bastante velado, o sea que no hace falta tener un estómago de acero para aguantársela. Igual te indigna, obviamente, porque ninguna de las atrocidades que cometen los inquisidores (y sus socios políticos) tienen el menor sustento ni el menor asidero en la realidad. Y sin embargo, esto no lo inventó Pérez-Reverte en una noche de alcohol y drogas. Las torturas, la hoguera, los vejámenes, los pseudo-juicios en los que cualquiera era condenado por cualquier cosa (incluso por tener un ancestro con sangre judía), existieron en la realidad, hace menos de 500 años. De hecho, en España, donde la Inquisición fue especialmente brutal, se abolió recién en 1834.
Ahí tenemos un villano fácil, indiscutible, como los nazis, bah. Y Pérez-Reverte le saca un provecho enorme, al denunciar también los contubernios entre inquisidores y cortesanos de Su Majestad, Felipe IV, monarca de ascendencia austríaca, que gobernó España (y un montón de territorios fuera de la península) entre 1621 y 1665. Con enorme respeto por el contexto histórico, la novela incorpora a varios personajes de la realidad, como el Conde-Duque de Olivares (mano derecha de Felipe IV) y sobre todo el gran poeta Francisco de Quevedo, acá casi tan protagónico como el taciturno Alatriste.
Una vez más, Giménez no cede ante la tentación de meter en la historieta enormes masacotes de texto extraídos de la novela original y el resultado es un guión ágil, que no se deja empantanar ni por el protocolo ni por detalles menores, que en la novela tienen más desarrollo. Toda la economía de textos que hace Giménez tiene su contrapartida en el derroche de líneas que propone Mundet. El dibujante hace gala de su inusual destreza con el plumín y nos brinda momentos muy impactantes, en los que sobrecarga las imágenes con trazos y texturas realmente hermosos, en la línea de Berni Wrightson, Alberto Salinas o Gary Gianni. Cuando sintetiza un poco más, se va hacia Paul Gillon y también la rompe. Lo que le criticaba yo en el tomo anterior (esas caras demasiado basadas en el retrato, onda figuritas de la Billiken) ya no se padece: ahora todos los rostros son más expresivos, más dúctiles y –por ende- más creíbles. De todos modos, lo que te va a maravillar cuando leas este comic es el trazo de Mundet, sus coqueteos con el claroscuro, su equilibrio perfecto entre blancos y negros y su virtuosismo con el plumín, que muchas veces es sinónimo de figuras estáticas, pero acá no. Si sos fan del estilo académico-realista, ya lo tenés que sumar a Mundet a la lista de los imprescindibles.
Y si te gusta la literatura –ya lo dije la vez pasada, pero lo repito- lo tenés que sumar a Arturo Pérez-Reverte a la lista de los autores que no pueden faltar en tu biblioteca.
Si no leíste la reseña del primer comic (salió allá por Junio del año pasado), te recomiendo hacer click en la etiqueta y leerla antes de seguir. ¿Ya está? Bueno, esta novela es mucho mejor que la primera, que ya era muy buena. La trama es excelente, el peligro para Don Diego Alatriste y su joven protegido, Iñigo Balboa, es permanente, vibrante y no da respiro. Si en el tomo anterior estaba la sensación de que no pasaban tantas cosas, o la acción no tenía tanto protagonismo como uno esperaba en una novela de aventuras, acá la cosa cambia totalmente. No te digo que es una de Indiana Jones, pero sí que el énfasis en la acción y la aventura es mucho mayor. También tienen muchísimo protagonismo la runfla, la intriga palaciega y sobre todo el suspenso, que está manejado con tanta cancha que por momentos te quita el aliento.
Esta vez, Pérez-Reverte (y por ende, Giménez y Mundet) se mete con un tema sumamente espinoso y macabro: el poder de la iglesia católica en tiempos de la Inquisición. Excepto las torturas, que se ven de modo bastante gráfico, el resto (las novicias sodomizadas por los curas, la gente quemada viva en la hoguera, etc.) está todo bastante sugerido, bastante velado, o sea que no hace falta tener un estómago de acero para aguantársela. Igual te indigna, obviamente, porque ninguna de las atrocidades que cometen los inquisidores (y sus socios políticos) tienen el menor sustento ni el menor asidero en la realidad. Y sin embargo, esto no lo inventó Pérez-Reverte en una noche de alcohol y drogas. Las torturas, la hoguera, los vejámenes, los pseudo-juicios en los que cualquiera era condenado por cualquier cosa (incluso por tener un ancestro con sangre judía), existieron en la realidad, hace menos de 500 años. De hecho, en España, donde la Inquisición fue especialmente brutal, se abolió recién en 1834.
Ahí tenemos un villano fácil, indiscutible, como los nazis, bah. Y Pérez-Reverte le saca un provecho enorme, al denunciar también los contubernios entre inquisidores y cortesanos de Su Majestad, Felipe IV, monarca de ascendencia austríaca, que gobernó España (y un montón de territorios fuera de la península) entre 1621 y 1665. Con enorme respeto por el contexto histórico, la novela incorpora a varios personajes de la realidad, como el Conde-Duque de Olivares (mano derecha de Felipe IV) y sobre todo el gran poeta Francisco de Quevedo, acá casi tan protagónico como el taciturno Alatriste.
Una vez más, Giménez no cede ante la tentación de meter en la historieta enormes masacotes de texto extraídos de la novela original y el resultado es un guión ágil, que no se deja empantanar ni por el protocolo ni por detalles menores, que en la novela tienen más desarrollo. Toda la economía de textos que hace Giménez tiene su contrapartida en el derroche de líneas que propone Mundet. El dibujante hace gala de su inusual destreza con el plumín y nos brinda momentos muy impactantes, en los que sobrecarga las imágenes con trazos y texturas realmente hermosos, en la línea de Berni Wrightson, Alberto Salinas o Gary Gianni. Cuando sintetiza un poco más, se va hacia Paul Gillon y también la rompe. Lo que le criticaba yo en el tomo anterior (esas caras demasiado basadas en el retrato, onda figuritas de la Billiken) ya no se padece: ahora todos los rostros son más expresivos, más dúctiles y –por ende- más creíbles. De todos modos, lo que te va a maravillar cuando leas este comic es el trazo de Mundet, sus coqueteos con el claroscuro, su equilibrio perfecto entre blancos y negros y su virtuosismo con el plumín, que muchas veces es sinónimo de figuras estáticas, pero acá no. Si sos fan del estilo académico-realista, ya lo tenés que sumar a Mundet a la lista de los imprescindibles.
Y si te gusta la literatura –ya lo dije la vez pasada, pero lo repito- lo tenés que sumar a Arturo Pérez-Reverte a la lista de los autores que no pueden faltar en tu biblioteca.
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sábado, 21 de enero de 2012
21/ 01: HUMOR SIN BARRERAS
Y, no... no me podía hacer el boludo, por más que la Naturaleza me haya dotado generosamente para ese rol. Como fan, como lector, como exégeta, como amigo, como el tipo que lo publicó profesionalmente por primera vez, no me puedo quedar callado en medio del hiper-kilombo que se armó con la tira que Gustavo Sala publicó el jueves en Página/12.Mi postura ante esto es bastante simple: el humorista que se esfuerza por no ofender, difícilmente se esfuerce por hacer reir. Por eso reivindico a Gustavo Sala. Y a South Park, y a Sergio Langer, al Niño Rodríguez, a Diego Parés, a Charly Putowznschvtzky, a Phillipe Vuillemin, a los salvajes de El Jueves, de la Lule le Lele, incluso reivindico las atrocidades más escabrosas de Cazador. No son genocidas, no son nazis, no son anti-nada. Son tipos que creen que, a la hora de generar humor, no hay límites, no hay temas con los que “no se jode”.
Yo banco a full al humor sin barreras. Minorías raciales, religiosas o sexuales, discapacitados, indigentes, curas pedófilos, Madres de Plaza de Mayo, campos de concentración, próceres de la patria, enfermedades terminales, tsunamis, AMIA, Torres Gemelas, Cromagnon, todo vale para hacer reir. Después discutimos si el chiste es gracioso o no, si es de buen gusto o de mal gusto (aunque sobre gustos...). Lo que no se puede discutir es el derecho del artista de joder con lo que se le canten las bolas.
El verbo clave es “joder”. Muchachos, era una joda... Y además es obvio, no? ¿Qué hace un DJ del 2011 en un campo de concentración de 1941? Claramente ahí, en la primera viñeta, se rompió el verosímil, quedó absolutamente claro que esto NO es real. Cuando la tira descarta el verosímil, pierde todo valor testimonial, todo valor documental. Ya no quiere bajar línea, no quiere reflejar ninguna situación. De ahí en más, todo lo que entra o sale de escena, todo lo que se hace y dice, son –ni más ni menos- recursos humorísticos, puestos en función de lograr un chiste. Eso sólo: un chiste. Y ahí sólo importa si es gracioso, no si Gustavo quiso o no ofender a los judíos, los nazis, los DJs, o los subnormales que bailan en las raves donde no les tiran gases letales, pero casi.
Y si hilamos un cachito más fino, me parece que el principal motivo por el que explotó la polémica en torno a la tira de Sala fue el medio en que se publicó. Si esa tira hubiese salido en el Vol.2 de Ordinario, en la Barcelona, en la Lule le Lele o –mirá lo que te digo- incluso en la Fierro, no habría pasado nada. Algunos se reían, otros no, y ya fue. Pero claro, en el contexto de un diario, hace más ruido. Primero porque al diario lo lee un montón de gente que no conoce ni comparte los códigos de Gustavo (que tiene en su haber decenas de chistes con nazis y judíos). Y segundo porque, al ser un diario oficialista, está bajo permanente escrutinio por parte de los medios opositores, siempre ávidos de encontrar un flanco por el cual atacar a Página/12, porque es un grano en el orto de los diarios más poderosos.
Lo más loco es que a lo largo de los años, Gustavo se vio varias veces en la situación de que lo llamaran de los medios donde trabaja para decirle “che, te fuiste un poco a la mierda con este chiste, ¿lo podrás suavizar un cachito?”. Esta vez, andá a saber cómo, al encargado de publicar la tira de Sala en Página/12 esta le pareció publicable, así como estaba, así como la vimos. Eso es más limado que el Hitler buena onda que aparece en la historieta.
En Marzo del año pasado, yo escribía “En la tele, todos hablan de Natalie Portman, de Manu Ginóbili o de Cristian U. En el mundillo comiquero –en cambio- hoy la pulenta más que pulenta es un bife, bastante ordinario y amasado en Mar del Plata”. Y mirá cómo se dio vuelta la tortilla: hoy de Cristian U no se acuerda nadie y de Gustavo Sala se habla en todas partes. Hoy, sábado 21 de Enero. Por ahí el sábado que viene nadie se acuerda de nada esto y están todos de nuevo con Carmen Barbieri, Santiago Bal o alguna otra pelotudez en ese estilo. Mientras tanto, este blog banca a Sala y a todos los artistas decididos a apostar al humor sin barreras. Si a alguno no le gusta... que la siga chupando.
Yo banco a full al humor sin barreras. Minorías raciales, religiosas o sexuales, discapacitados, indigentes, curas pedófilos, Madres de Plaza de Mayo, campos de concentración, próceres de la patria, enfermedades terminales, tsunamis, AMIA, Torres Gemelas, Cromagnon, todo vale para hacer reir. Después discutimos si el chiste es gracioso o no, si es de buen gusto o de mal gusto (aunque sobre gustos...). Lo que no se puede discutir es el derecho del artista de joder con lo que se le canten las bolas.
El verbo clave es “joder”. Muchachos, era una joda... Y además es obvio, no? ¿Qué hace un DJ del 2011 en un campo de concentración de 1941? Claramente ahí, en la primera viñeta, se rompió el verosímil, quedó absolutamente claro que esto NO es real. Cuando la tira descarta el verosímil, pierde todo valor testimonial, todo valor documental. Ya no quiere bajar línea, no quiere reflejar ninguna situación. De ahí en más, todo lo que entra o sale de escena, todo lo que se hace y dice, son –ni más ni menos- recursos humorísticos, puestos en función de lograr un chiste. Eso sólo: un chiste. Y ahí sólo importa si es gracioso, no si Gustavo quiso o no ofender a los judíos, los nazis, los DJs, o los subnormales que bailan en las raves donde no les tiran gases letales, pero casi.
Y si hilamos un cachito más fino, me parece que el principal motivo por el que explotó la polémica en torno a la tira de Sala fue el medio en que se publicó. Si esa tira hubiese salido en el Vol.2 de Ordinario, en la Barcelona, en la Lule le Lele o –mirá lo que te digo- incluso en la Fierro, no habría pasado nada. Algunos se reían, otros no, y ya fue. Pero claro, en el contexto de un diario, hace más ruido. Primero porque al diario lo lee un montón de gente que no conoce ni comparte los códigos de Gustavo (que tiene en su haber decenas de chistes con nazis y judíos). Y segundo porque, al ser un diario oficialista, está bajo permanente escrutinio por parte de los medios opositores, siempre ávidos de encontrar un flanco por el cual atacar a Página/12, porque es un grano en el orto de los diarios más poderosos.
Lo más loco es que a lo largo de los años, Gustavo se vio varias veces en la situación de que lo llamaran de los medios donde trabaja para decirle “che, te fuiste un poco a la mierda con este chiste, ¿lo podrás suavizar un cachito?”. Esta vez, andá a saber cómo, al encargado de publicar la tira de Sala en Página/12 esta le pareció publicable, así como estaba, así como la vimos. Eso es más limado que el Hitler buena onda que aparece en la historieta.
En Marzo del año pasado, yo escribía “En la tele, todos hablan de Natalie Portman, de Manu Ginóbili o de Cristian U. En el mundillo comiquero –en cambio- hoy la pulenta más que pulenta es un bife, bastante ordinario y amasado en Mar del Plata”. Y mirá cómo se dio vuelta la tortilla: hoy de Cristian U no se acuerda nadie y de Gustavo Sala se habla en todas partes. Hoy, sábado 21 de Enero. Por ahí el sábado que viene nadie se acuerda de nada esto y están todos de nuevo con Carmen Barbieri, Santiago Bal o alguna otra pelotudez en ese estilo. Mientras tanto, este blog banca a Sala y a todos los artistas decididos a apostar al humor sin barreras. Si a alguno no le gusta... que la siga chupando.
viernes, 20 de enero de 2012
20/ 01: AVENGERS FOREVER
Y te quedan esos consuelos pelotudos... Avengers Forever, que es pochoclo puro, con el logo grandote de la principal franquicia de Marvel, con la mega-banca de Disney y una peli a punto de estrenarse en todo el mundo... tampoco se edita ni se conoce demasiado en Argentina! O sea, tenemos una industria editorial totalmente subdesarrollada, pero parejo, para todos lados. Si es un clásico no se edita, si ganó muchos premios afuera tampoco, si es de autores europeos tampoco, si es de DC tampoco, si es de Marvel pero de hace 12-13 años tampoco. Así estamos.
Urgente una aclaración: esto es pochoclo, pero de gran calidad. Le sobra un numerito, ponele, y el resto es todo muy atractivo, muy disfrutable y está muy bien pensado y mejor ejecutado. No lo pongo al nivel de la saga de Dark Phoenix, ni mamado, pero es mil veces mejor que JLA/ Avengers, por poner otro ejemplo de saga grandilocuente escrita por Kurt Busiek. La única mentira que no le creo a Avengers Forever es que es una historia grossa en sí misma, más allá de que conozcas o no la historia de los Avengers, Kang, Immortus y los 153.672 kilombos temporales, dimensionales y hasta de continuidad con los que se meten (magistralmente, por cierto) Busiek y Roger Stern, quien se suma ya iniciada la serie para darle una mano. Las vueltas que encuentran para explicar todo son brillantes, la erudición geek que demuestran es pasmosa y encima todo está integrado a una historia que te atrapa, que te tiene tenso hasta el final. Pero no jodamos: si este es tu primer comic de Avengers, dudo que logres pasar del segundo episodio, porque enseguida te va a caer la ficha de que están todos cagándose de risa de un chiste que no conocés y que nadie te explica. Es cierto, cada tanto hay una página que dice a qué comics hace referencia Busiek en cada viñeta. Pero no te vas a poner a buscarlos uno por uno (son cientos) mientras leés Avengers Forever... ni aunque estés tan hecho mierda como para tenerlos todos en tu casa.
¿Qué hacés, entonces? Confías. Suponés que Busiek y Stern (responsables de dos de las mejores etapas en la ilustre historia de los Avengers) no te van a estafar, no se van a limpiar el culo con Stan Lee, Roy Thomas, Steve Englehart, John Byrne y los demás autores grossos que los precedieron. Los van a leer, los van a reinterpretar y de las historias viejas van a sacar ideas nuevas. Incluso van a explicar bien cosas que en su momento no se explicaron, o se explicaron mal. ¿Importa que en 1999 Busiek explique una contradicción que tres geeks descubrieron en un comic de 1974? No sé si importa, pero seguro suma. Eso es lo mejor que tiene Avengers Forever: cuenta una historia copada, que va para adelante, que no resigna desarrollo de personajes ni mucho menos machaca (hasta la Supreme Intelligence entra en acción!), siembra plots a futuro y al mismo tiempo pasa en limpio un montón de cosas turbias, borrosas, fruto de tantos años en los que tanta gente mete mano en creaciones que no son suyas, sino de una empresa. Cada tanto alguien tiene que hacerlo y el maestro Busiek demostró que no se necesitan reboots, ni realidades paralelas, ni pactos con Mephisto.
Si esto se hubiese publicado en DC, se llamaría Crisis on Infinite Timelines. De hecho, el glorioso Carlos Pacheco rinde tributo muchas veces a lo largo de los 12 episodios a las proezas que hiciera George Perez en Crisis on Infinite Earths. Acá es donde Pacheco se termina de consagrar como uno de los tres o cuatro mejores dibujantes de superhéroes que hay hoy en el mercado. Cuerpos en acción, expresiones faciales, fondos, combates entre centenares de personajes, momentos tranquis, todo cobra vida de la mano de Pacheco y todo se hace espectacular sin llegar a ser estridente y sin obstaculizar la lectura, sin opacar la complejidad de la trama. Un laburo realmente impresionante del prócer gaditano.
Hacía mucho que no reseñaba un comic de Marvel, pero me puse las pilas y –aprovechando las vacaciones- me bajé en menos de un día esta voluminosa e impactante epopeya vengadoril. La había leído cuando salió en comic-books, pero realmente no recordaba que estuviera tan buena.
Urgente una aclaración: esto es pochoclo, pero de gran calidad. Le sobra un numerito, ponele, y el resto es todo muy atractivo, muy disfrutable y está muy bien pensado y mejor ejecutado. No lo pongo al nivel de la saga de Dark Phoenix, ni mamado, pero es mil veces mejor que JLA/ Avengers, por poner otro ejemplo de saga grandilocuente escrita por Kurt Busiek. La única mentira que no le creo a Avengers Forever es que es una historia grossa en sí misma, más allá de que conozcas o no la historia de los Avengers, Kang, Immortus y los 153.672 kilombos temporales, dimensionales y hasta de continuidad con los que se meten (magistralmente, por cierto) Busiek y Roger Stern, quien se suma ya iniciada la serie para darle una mano. Las vueltas que encuentran para explicar todo son brillantes, la erudición geek que demuestran es pasmosa y encima todo está integrado a una historia que te atrapa, que te tiene tenso hasta el final. Pero no jodamos: si este es tu primer comic de Avengers, dudo que logres pasar del segundo episodio, porque enseguida te va a caer la ficha de que están todos cagándose de risa de un chiste que no conocés y que nadie te explica. Es cierto, cada tanto hay una página que dice a qué comics hace referencia Busiek en cada viñeta. Pero no te vas a poner a buscarlos uno por uno (son cientos) mientras leés Avengers Forever... ni aunque estés tan hecho mierda como para tenerlos todos en tu casa.
¿Qué hacés, entonces? Confías. Suponés que Busiek y Stern (responsables de dos de las mejores etapas en la ilustre historia de los Avengers) no te van a estafar, no se van a limpiar el culo con Stan Lee, Roy Thomas, Steve Englehart, John Byrne y los demás autores grossos que los precedieron. Los van a leer, los van a reinterpretar y de las historias viejas van a sacar ideas nuevas. Incluso van a explicar bien cosas que en su momento no se explicaron, o se explicaron mal. ¿Importa que en 1999 Busiek explique una contradicción que tres geeks descubrieron en un comic de 1974? No sé si importa, pero seguro suma. Eso es lo mejor que tiene Avengers Forever: cuenta una historia copada, que va para adelante, que no resigna desarrollo de personajes ni mucho menos machaca (hasta la Supreme Intelligence entra en acción!), siembra plots a futuro y al mismo tiempo pasa en limpio un montón de cosas turbias, borrosas, fruto de tantos años en los que tanta gente mete mano en creaciones que no son suyas, sino de una empresa. Cada tanto alguien tiene que hacerlo y el maestro Busiek demostró que no se necesitan reboots, ni realidades paralelas, ni pactos con Mephisto.
Si esto se hubiese publicado en DC, se llamaría Crisis on Infinite Timelines. De hecho, el glorioso Carlos Pacheco rinde tributo muchas veces a lo largo de los 12 episodios a las proezas que hiciera George Perez en Crisis on Infinite Earths. Acá es donde Pacheco se termina de consagrar como uno de los tres o cuatro mejores dibujantes de superhéroes que hay hoy en el mercado. Cuerpos en acción, expresiones faciales, fondos, combates entre centenares de personajes, momentos tranquis, todo cobra vida de la mano de Pacheco y todo se hace espectacular sin llegar a ser estridente y sin obstaculizar la lectura, sin opacar la complejidad de la trama. Un laburo realmente impresionante del prócer gaditano.
Hacía mucho que no reseñaba un comic de Marvel, pero me puse las pilas y –aprovechando las vacaciones- me bajé en menos de un día esta voluminosa e impactante epopeya vengadoril. La había leído cuando salió en comic-books, pero realmente no recordaba que estuviera tan buena.
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jueves, 19 de enero de 2012
19/ 01: ALACK SINNER Vol.8
¿Te acordás de los episodios clásicos de Alack Sinner? El Caso Fillmore, el Caso Webster... bueno, acá Carlos Sampayo y José Muñoz proponer volver a eso. Sinner reabre su agencia de detectives y, viejo y todo, vuelve a patear las calles de New York para ganarse unos mangos fisgoneando en las vidas ajenas. Por eso esta historia se llama El Caso USA, para hacer más obvia la relación con las primeras entregas de la serie.
Pero claro, Muñoz y Sampayo proponen y el que dispone es Sinner. Y no, por más que lo intenten, El Caso USA (de 2004-05) termina por parecerse poco a los clásicos de los ´70. Alack largó el pucho y está a punto de ser abuelo, Joe (el del bar) se está por jubilar, Nick Martínez ya colgó la chapa y la reglamentaria hace años, está todo demasiado cambiado. Lo único que no cambia es la corrupción. En los ´70 la veíamos en garcas más chicos y en El Caso USA la vemos a un nivel de garcas tamaño Galactus. Faltan poquitos días para los atentados del 11/09/01 y Sinner se ve envuelto en una compleja tramoya entre la mafia, los funcionarios del gobierno de George W. Bush y dos agencias de espionaje, supuestamente dedicadas a garantizar la seguridad del pueblo de los EEUU.
El contexto es distinto, la magnitud de lo que está en juego también, pero Alack reacciona como en los ´70: investiga, se involucra, se cubre y cuando la cosa se hace personal y se meten con su hija, no tiene problemas en repartir piñas o pelar el chumbo. Parece mentira, pero Muñoz y Sampayo armaron un comic bien de género, con un héroe definido, incuestionable, casi como “los de antes”. Sinner se desenvuelve con coraje por una trama intensa, muy bien pensada, con vericuetos impredecibles y momentos más... protocolares. El detective se juega la vida varias veces, parece flaquear (cuando cae de nuevo en el pucho), termina por deber unos cuantos favores, y finalmente sale victorioso, con su integridad intacta y con apenas un par de sueños aplastados por la mierda a la que se tuvo que enfrentar, y sobre todo por el lugar que ocupa esa mierda en la estructura de poder del país donde vive.
Ese epílogo, esas últimas tres páginas que transcurren tres años después del 11/9, resumen un poco todo: pasan los gobiernos, pasan las guerras, EEUU cambia de enemigos, un montón de gente sufre y muere sin demasiado sentido ni explicación, y lo que se mantiene siempre es un status quo injusto, de prosperidad e impunidad para un grupito de garcas enquistado muy, muy arriba. Muñoz y Sampayo lo exponen de modo filoso, con cáustica ironía, como para amargarnos el final feliz que Sinner había logrado para el tramo aventurero de la obra, como para recordarnos que la desazón y la abyección moral tienen todo para ganar, incluso cuando parece que van perdiendo.
El dibujo de Muñoz está perfecto. Encasillado (como en las primeras historias de Sinner) en la grilla de tres tiras, sin superar casi nunca las seis viñetas por página, el genio del claroscuro pone la magia de su pincel endemoniado al servicio de este cautivante relato. Por ahí se luce menos que en otros trabajos, seguramente para integrarse mejor con los textos, para no distraer al lector con su virtuosismo y permtirle concentrarse a full en la trama. Aún así, controlado y sin estridencias, Muñoz da cátedra de cómo combinar dibujo expresionista y narrativa clásica. Cátedra en la que deberían inscribirse unos cuantos.
Ojalá tengamos pronto un nuevo regreso de Alack Sinner, aunque sea viejo y choto. Es uno de esos clásicos de la historieta mundial que no pasan de moda, que cada vez que reaparecen redefinen todo, sin los cuales nada es lo mismo. Excepto que vivas en Argentina, donde Sinner no se edita, ni se difunde, ni nada, como si Muñoz y Sampayo en vez de genios fueran pichis, o en vez de argentinos fueran zimbabwenses...
Pero claro, Muñoz y Sampayo proponen y el que dispone es Sinner. Y no, por más que lo intenten, El Caso USA (de 2004-05) termina por parecerse poco a los clásicos de los ´70. Alack largó el pucho y está a punto de ser abuelo, Joe (el del bar) se está por jubilar, Nick Martínez ya colgó la chapa y la reglamentaria hace años, está todo demasiado cambiado. Lo único que no cambia es la corrupción. En los ´70 la veíamos en garcas más chicos y en El Caso USA la vemos a un nivel de garcas tamaño Galactus. Faltan poquitos días para los atentados del 11/09/01 y Sinner se ve envuelto en una compleja tramoya entre la mafia, los funcionarios del gobierno de George W. Bush y dos agencias de espionaje, supuestamente dedicadas a garantizar la seguridad del pueblo de los EEUU.
El contexto es distinto, la magnitud de lo que está en juego también, pero Alack reacciona como en los ´70: investiga, se involucra, se cubre y cuando la cosa se hace personal y se meten con su hija, no tiene problemas en repartir piñas o pelar el chumbo. Parece mentira, pero Muñoz y Sampayo armaron un comic bien de género, con un héroe definido, incuestionable, casi como “los de antes”. Sinner se desenvuelve con coraje por una trama intensa, muy bien pensada, con vericuetos impredecibles y momentos más... protocolares. El detective se juega la vida varias veces, parece flaquear (cuando cae de nuevo en el pucho), termina por deber unos cuantos favores, y finalmente sale victorioso, con su integridad intacta y con apenas un par de sueños aplastados por la mierda a la que se tuvo que enfrentar, y sobre todo por el lugar que ocupa esa mierda en la estructura de poder del país donde vive.
Ese epílogo, esas últimas tres páginas que transcurren tres años después del 11/9, resumen un poco todo: pasan los gobiernos, pasan las guerras, EEUU cambia de enemigos, un montón de gente sufre y muere sin demasiado sentido ni explicación, y lo que se mantiene siempre es un status quo injusto, de prosperidad e impunidad para un grupito de garcas enquistado muy, muy arriba. Muñoz y Sampayo lo exponen de modo filoso, con cáustica ironía, como para amargarnos el final feliz que Sinner había logrado para el tramo aventurero de la obra, como para recordarnos que la desazón y la abyección moral tienen todo para ganar, incluso cuando parece que van perdiendo.
El dibujo de Muñoz está perfecto. Encasillado (como en las primeras historias de Sinner) en la grilla de tres tiras, sin superar casi nunca las seis viñetas por página, el genio del claroscuro pone la magia de su pincel endemoniado al servicio de este cautivante relato. Por ahí se luce menos que en otros trabajos, seguramente para integrarse mejor con los textos, para no distraer al lector con su virtuosismo y permtirle concentrarse a full en la trama. Aún así, controlado y sin estridencias, Muñoz da cátedra de cómo combinar dibujo expresionista y narrativa clásica. Cátedra en la que deberían inscribirse unos cuantos.
Ojalá tengamos pronto un nuevo regreso de Alack Sinner, aunque sea viejo y choto. Es uno de esos clásicos de la historieta mundial que no pasan de moda, que cada vez que reaparecen redefinen todo, sin los cuales nada es lo mismo. Excepto que vivas en Argentina, donde Sinner no se edita, ni se difunde, ni nada, como si Muñoz y Sampayo en vez de genios fueran pichis, o en vez de argentinos fueran zimbabwenses...
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miércoles, 18 de enero de 2012
18/ 01: LOCKE & KEY Vol.1
Por favor que alguien me explique cómo se le escapó esta paponga a Vertigo! ¿Te acordás de House of Secrets, esa serie medio pretenciosa, pero bastante bien escrita, de Steven Seagle y el glorioso Teddy Kristiansen? Bueno, esto va para ese mismo lado: la protagonista es una casa llena de secretos y misterios llamada Keyhouse. La mezcla de elementos sobrenaturales con realismo costumbrista también es re-Vertigo, usan bastante la palabra “fuck”... la verdad, esto tenía todo para ser un comic de Vertigo. Incluso el guionista estrella, aunque este sea el primer trabajo de Joe Hill en el campo de la historieta. Hill es novelista, cuentista y –por si no te queda claro de dónde sacó tanta chapa con menos de 40 años- es el hijo de Stephen King.
En el arco inaugural de su ópera prima comiquera, el gauchito Hill demuestra que entiende a la perfección el medio en el que salió a probar suerte. Sabe perfectamente dónde cortar cada episodio para generar suspenso, dónde meter los flashbacks, donde callarse la boca y dejar que el dibujo se haga cargo de la narración, se ve que tiene muy buen oído para los diálogos, que trabajó muy bien a los personajes protagónicos, que no le cuesta generar ideas visuales... Cuando quiera, puede dejar de escribir literatura y vivir muy decorosamente como guionista de comics.
Como acá tiene que presentar a todo el elenco y a los principales conflictos de la serie, Hill recurre al viejo truco de los lugares comunes. Mucho de lo que pasa es lo que ya te imaginás, porque lo viste mil veces: los chicos cambian de ciudad y se tienen que adaptar a una nueva escuela y nuevos compañeros, hay un lugar al que todos tienen prohibido entrar pero uno de los chicos igual entra, hay canas vigilando un perímetro para que el villano no invada Keyhouse pero este igual se manda... En esas y muchas otras escenas, Hill elige la no-sorpresa. Y se guarda el impacto para muchas otras, en las que no tenés forma de imaginarte lo que está por pasar, cómo se puede llegar a resolver cada situación.
El resultado es un primer arco muy atractivo, con una gran mezcla de misterio, comedia, drama y violencia, que rápidamente te mete de lleno en la historia y que te da ganas de salir corriendo a manotear el Vol.2. Menos mal que compré varios tomos juntos... y todo por culpa de un lector del blog, Alfredo Rodríguez (autor del libro reseñado el 12/9/11), que me vendió esta serie con la frase “está buenísima y la dibuja mi hermano”.
En cuanto al trabajo de Gabriel Rodríguez, hay que decir que es más que interesante. Para que lo ubiques es una especie de Ted Naifeh-Linda Medley-Eric Canete, con muy buena narrativa y un gran laburo en los fondos, los detalles y las texturas. Lo único que le resta algún puntito es que se le notan algunos de los vicios que incorporan los autores americanos (no sólo NORTEamericanos) cuando tratan de dibujar “a la japonesa”. Si logra controlar esa desviación (o canalizarla hacia una onda más Humberto Ramos/ Carlos Meglia), vamos a ver a este dibujante chileno ascender rápidamente al Olimpo del mainstream yanki. Lo visto hasta ahora es muy, muy promisorio, y encima está apuntalado por un colorista, Jay Fotos, al que nunca había oído nombrar pero es excelente.
Y bueno, en vez del loguito de Vertigo, Locke & Key tiene el de IDW. De última, eso es lo de menos. Lo importante es que apareció una nueva serie 100% controlada por sus autores que vende bien, gana premios y deslumbra desde el primer tomo tanto por lo que promete como por lo que cumple. Y hablando de promesas, prometo volver pronto a visitar Keyhouse.
En el arco inaugural de su ópera prima comiquera, el gauchito Hill demuestra que entiende a la perfección el medio en el que salió a probar suerte. Sabe perfectamente dónde cortar cada episodio para generar suspenso, dónde meter los flashbacks, donde callarse la boca y dejar que el dibujo se haga cargo de la narración, se ve que tiene muy buen oído para los diálogos, que trabajó muy bien a los personajes protagónicos, que no le cuesta generar ideas visuales... Cuando quiera, puede dejar de escribir literatura y vivir muy decorosamente como guionista de comics.
Como acá tiene que presentar a todo el elenco y a los principales conflictos de la serie, Hill recurre al viejo truco de los lugares comunes. Mucho de lo que pasa es lo que ya te imaginás, porque lo viste mil veces: los chicos cambian de ciudad y se tienen que adaptar a una nueva escuela y nuevos compañeros, hay un lugar al que todos tienen prohibido entrar pero uno de los chicos igual entra, hay canas vigilando un perímetro para que el villano no invada Keyhouse pero este igual se manda... En esas y muchas otras escenas, Hill elige la no-sorpresa. Y se guarda el impacto para muchas otras, en las que no tenés forma de imaginarte lo que está por pasar, cómo se puede llegar a resolver cada situación.
El resultado es un primer arco muy atractivo, con una gran mezcla de misterio, comedia, drama y violencia, que rápidamente te mete de lleno en la historia y que te da ganas de salir corriendo a manotear el Vol.2. Menos mal que compré varios tomos juntos... y todo por culpa de un lector del blog, Alfredo Rodríguez (autor del libro reseñado el 12/9/11), que me vendió esta serie con la frase “está buenísima y la dibuja mi hermano”.
En cuanto al trabajo de Gabriel Rodríguez, hay que decir que es más que interesante. Para que lo ubiques es una especie de Ted Naifeh-Linda Medley-Eric Canete, con muy buena narrativa y un gran laburo en los fondos, los detalles y las texturas. Lo único que le resta algún puntito es que se le notan algunos de los vicios que incorporan los autores americanos (no sólo NORTEamericanos) cuando tratan de dibujar “a la japonesa”. Si logra controlar esa desviación (o canalizarla hacia una onda más Humberto Ramos/ Carlos Meglia), vamos a ver a este dibujante chileno ascender rápidamente al Olimpo del mainstream yanki. Lo visto hasta ahora es muy, muy promisorio, y encima está apuntalado por un colorista, Jay Fotos, al que nunca había oído nombrar pero es excelente.
Y bueno, en vez del loguito de Vertigo, Locke & Key tiene el de IDW. De última, eso es lo de menos. Lo importante es que apareció una nueva serie 100% controlada por sus autores que vende bien, gana premios y deslumbra desde el primer tomo tanto por lo que promete como por lo que cumple. Y hablando de promesas, prometo volver pronto a visitar Keyhouse.
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martes, 17 de enero de 2012
17/ 01: EL ESCORPION Vol.8
Esta vez tardé en retomar esta serie, pero poco. Es que la epopeya de Armando Catalano, el Escorpión, tal como la narran Stephen Desberg y Enrico Marini, es una adicción jodida.
Probablemente –y mirá la bomba que estoy por tirar- este sea el mejor tomo de la serie. No sólo acá avanza un montón el plot que arrancó en el tomo anterior, relacionado con los oscuros secretos del origen del Escorpión, la compulsión del Papa por eliminarlo, etc., sino que además en estas 46 páginas hay una trama que se plantea, se desarrolla y se resuelve a la perfección. La primera saga larga de El Escorpión (la de los Vol.1 al 6) sorprendía (entre otras cosas) porque cada tomo terminaba en un cliffhanger maligno, con nuestro héroe al filo de la muerte, con todo a milímetros de pudrirse para siempre. En este nuevo episodio, Desberg encontró la vuelta que le faltaba para poder hacer las dos cosas: bancar el in crescendo de las tramas centrales de la saga mayor, y ofrecernos la posibilidad de disfrutar una aventura que empieza y temina.
Una aventura que tiene que ver con un montón de avechuchos conjurados para que el Papa nunca reciba los cofres repletos de oro que necesita para que no se le subleven sus tropas de monjes guerreros. Tal como yo sospechaba en la reseña anterior, la onda Indiana Jones de los primeros álbumes se fue para no volver. Ahora la mano viene más por el lado de la intriga palaciega, con jerarcas del Vaticano y nobles señores de familias potentadas, un elenco de ricos y famosos donde no faltan los impostores, los canallas y los traidores capaces de sacrificar su honra por un poco de oro, o incluso por un buen polvo.
Y ahí hay un potencial peligro, algo que si Desberg no pilotea con muuuucha cintura, lo puede llegar a complicar: desde que la acción se centra en Roma, el elenco no para de crecer! Para este tomo, el protagonismo está repartido entre 10 ó 12 personajes importantes, y eso puede repercutir, primero en cierta confusión para el lector que se engancha tarde (que alguno siempre hay) y segundo en cierta pérdida de chapa del verdadero protagonista, el Escorpión, que sigue siendo el que más peso tiene en la trama, pero ahora comparte el spotlight con demasiada gente. Para el próximo tomo, quiero suponer que uno de los personajes que se suman en este, el asesino de la cicatriz, va a terminar por ser el ángel al que hace alusión el título de este tomo (La Sombra del Angel). Si no, no se entiende por qué se llama así.
Lo cierto es que, además de los apabullantes logros y las arriesgadas apuestas de Desberg, lo que hace hipnótico a El Escorpión y te llena el alma tomo a tomo es el dibujo del suizo hijo de tanos. Fuera de joda, qué lindo es ver mejorar a un tipo que arrancó tan arriba. Marini ya está en ese nivel en el que toda definición estilística le queda chica. En sus páginas conviven lo mejor de la escuela realista europea (Hermann, Milo Manara, André Juillard), con elementos “menos europeos”, como las figuras llenas de dinamismo o los primeros planos llenos de expresividad. De ese cóctel de influencias (en el que también subyace, en algún lado, Katsuhiro Otomo, a quien Marini choreaba a mano armada en sus inicios) sale un estilo perfectamente adaptado al gran protagonismo que tiene el color (que además es excelente) y también a las nada despreciables exigencias que plantea la narrativa de álbum francés, con muchas páginas de más de siete viñetas.
Ya salió el Vol.9, pero hasta ahora lo vi sólo en hardcover. Ni bien pinte en softco, me lo compro y lo leo, porque esta serie está en un momento realmente increíble.
Probablemente –y mirá la bomba que estoy por tirar- este sea el mejor tomo de la serie. No sólo acá avanza un montón el plot que arrancó en el tomo anterior, relacionado con los oscuros secretos del origen del Escorpión, la compulsión del Papa por eliminarlo, etc., sino que además en estas 46 páginas hay una trama que se plantea, se desarrolla y se resuelve a la perfección. La primera saga larga de El Escorpión (la de los Vol.1 al 6) sorprendía (entre otras cosas) porque cada tomo terminaba en un cliffhanger maligno, con nuestro héroe al filo de la muerte, con todo a milímetros de pudrirse para siempre. En este nuevo episodio, Desberg encontró la vuelta que le faltaba para poder hacer las dos cosas: bancar el in crescendo de las tramas centrales de la saga mayor, y ofrecernos la posibilidad de disfrutar una aventura que empieza y temina.
Una aventura que tiene que ver con un montón de avechuchos conjurados para que el Papa nunca reciba los cofres repletos de oro que necesita para que no se le subleven sus tropas de monjes guerreros. Tal como yo sospechaba en la reseña anterior, la onda Indiana Jones de los primeros álbumes se fue para no volver. Ahora la mano viene más por el lado de la intriga palaciega, con jerarcas del Vaticano y nobles señores de familias potentadas, un elenco de ricos y famosos donde no faltan los impostores, los canallas y los traidores capaces de sacrificar su honra por un poco de oro, o incluso por un buen polvo.
Y ahí hay un potencial peligro, algo que si Desberg no pilotea con muuuucha cintura, lo puede llegar a complicar: desde que la acción se centra en Roma, el elenco no para de crecer! Para este tomo, el protagonismo está repartido entre 10 ó 12 personajes importantes, y eso puede repercutir, primero en cierta confusión para el lector que se engancha tarde (que alguno siempre hay) y segundo en cierta pérdida de chapa del verdadero protagonista, el Escorpión, que sigue siendo el que más peso tiene en la trama, pero ahora comparte el spotlight con demasiada gente. Para el próximo tomo, quiero suponer que uno de los personajes que se suman en este, el asesino de la cicatriz, va a terminar por ser el ángel al que hace alusión el título de este tomo (La Sombra del Angel). Si no, no se entiende por qué se llama así.
Lo cierto es que, además de los apabullantes logros y las arriesgadas apuestas de Desberg, lo que hace hipnótico a El Escorpión y te llena el alma tomo a tomo es el dibujo del suizo hijo de tanos. Fuera de joda, qué lindo es ver mejorar a un tipo que arrancó tan arriba. Marini ya está en ese nivel en el que toda definición estilística le queda chica. En sus páginas conviven lo mejor de la escuela realista europea (Hermann, Milo Manara, André Juillard), con elementos “menos europeos”, como las figuras llenas de dinamismo o los primeros planos llenos de expresividad. De ese cóctel de influencias (en el que también subyace, en algún lado, Katsuhiro Otomo, a quien Marini choreaba a mano armada en sus inicios) sale un estilo perfectamente adaptado al gran protagonismo que tiene el color (que además es excelente) y también a las nada despreciables exigencias que plantea la narrativa de álbum francés, con muchas páginas de más de siete viñetas.
Ya salió el Vol.9, pero hasta ahora lo vi sólo en hardcover. Ni bien pinte en softco, me lo compro y lo leo, porque esta serie está en un momento realmente increíble.
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Stephen Desberg
lunes, 16 de enero de 2012
16/ 01: HELLBLAZER: HOOKED
Hacía mucho que el gran John Constantine no se veía envuelto en líos de polleras y bueno, al maestro Peter Milligan le pareció que ya era hora de volver sobre ese tema, pero con un giro más impredecible. Guarda: para que esta historia (y –sospecho- las que vienen después) funcione, hay que olvidarse de esos episodios de hace unos años en los que John blanqueaba 50 pirulos. Nada, ahí hubo un reboot encubierto, un pacto con Mephisto como el de Spider-Man, alguna matufia rara, porque John, tal como lo escribe Milligan y como lo dibuja Giuseppe Camuncoli, no tiene ni en pedo más de 45 años. Pero bueno, pongámosle que John clavó en 45 y que la sangre de Nergal lo mantiene más o menos lozano, y esto pasa a ser viable.
Hooked nos lleva al maravilloso mundo de los gualichos, de las pócimas para enamorar, del amor inducido mediante la magia, o en una de esas la química. John está on fire con Phoebe, la médica, pero ella lo tiene hasta ahí. Sabe (o por lo menos sospecha) que la relación está condenada al desastre. John recurre a las artes oscuras: una poción elaborada por la joven (y lanzada) alquimista Epiphany Greaves va a lograr que Phoebe cambie de opinión y le muestre a nuestro ídolo el cartelito de “oferta” prendido a la chabomba. Pero claro, la cosa se va complicar heavy, porque Milligan (no yo, porque lo leí el 9 de Marzo) se acordaba de lo que pasó en el tomo anterior, cómo se resolvió y gracias a quién. Esa amenaza que, según yo mismo “casi no asustaba”, acá asusta y mucho, porque así como Phoebe se hace adicta a la... presencia de John (por ser sutiles), John se hace adicto a una sustancia que sólo le puede proveer un demonio jodido, un ekkimu llamado Julian. John lo trata de cagar, no le sale, y Julian va a pasar a cobrar... por lo de Phoebe.
A lo largo de los tres episodios de Hooked, pasan muchísimas cosas y el ritmo no decae nunca. Olvidate de la bajada de línea social que tanto le aplaudíamos a Milligan en el tomo anterior. Acá menciona un tema candente (el “date rape”), pero lo importante es la machaca sobrenatural al palo y la historia de amor, claro. Es todo tan grosso que los dos episodios que completan el tomo son epílogos a esta trilogía. El primero tiene un problema, y es que John tiene que “pelear contra algo”, para no estar 22 páginas llorando por su chica. Pésima decisión: Milligan lo hace pelear contra una cosa tan fumanchera y tan traída de los pelos que no tiene sentido. El otro epílogo es mil veces mejor y tiene que ver con el entorno familiar de Epiphany Greaves, que estuvo cerca de convertirse en tercera en discordia en el romance entre John y Phoebe y que –me da la sensación- se va a convertir en un personaje importante en los próximos arcos. Ese capítulo es Hellblazer puro, con magia, chamuyo, mala leche y una línea demasiado borrosa para separar a John de “los malos”.
La trilogía inicial está muy bien dibujada por Giuseppe Camuncoli, que aún le hoy afana un poquito a Marcelo Frusín, pero la tiene muy clara. Dibuja a John un poco joven para mi gusto y todo lo demás le sale bárbaro. La acción, los garches, Londres, todo está muy bien. Pero, pobre pibe, al lado le ponen a Simon Bisley, la Bestia, totalmente en crack. Bisley pela como pocas veces, se juega en la narrativa, se desloma en los fondos, se fuma páginas de seis cuadros, y encima encontró una técnica para entregar las páginas a lápiz, que es donde más se aprecia la vitalidad, la fuerza del trazo de este monstruo. Jamie Grant colorea los capítulos de Camuncoli con pilas, bien, lindo... y en los de Bisley deja la vida. Cambia totalmente la paleta, el registro, todo, en función de acoplarse a los lápices de la Bestia que, al no tener tinta, se prestan a un tratamiento mucho más jugado por parte del colorista. El resultado son dos episodios en los que Bisley y Grant (otro Grant, no la Bruja) te ametrallan con una sucesión de las más bellas páginas que hayan aparecido en mucho tiempo en este, el título más longevo que hoy tiene DC.
Con Camuncoli de titular y Bisley de suplente, este equipito dirigido por Peter Milligan está “para pelear cosas importantes”. Prometo no dejar pasar otros 10 meses para volver a visitarlos.
Hooked nos lleva al maravilloso mundo de los gualichos, de las pócimas para enamorar, del amor inducido mediante la magia, o en una de esas la química. John está on fire con Phoebe, la médica, pero ella lo tiene hasta ahí. Sabe (o por lo menos sospecha) que la relación está condenada al desastre. John recurre a las artes oscuras: una poción elaborada por la joven (y lanzada) alquimista Epiphany Greaves va a lograr que Phoebe cambie de opinión y le muestre a nuestro ídolo el cartelito de “oferta” prendido a la chabomba. Pero claro, la cosa se va complicar heavy, porque Milligan (no yo, porque lo leí el 9 de Marzo) se acordaba de lo que pasó en el tomo anterior, cómo se resolvió y gracias a quién. Esa amenaza que, según yo mismo “casi no asustaba”, acá asusta y mucho, porque así como Phoebe se hace adicta a la... presencia de John (por ser sutiles), John se hace adicto a una sustancia que sólo le puede proveer un demonio jodido, un ekkimu llamado Julian. John lo trata de cagar, no le sale, y Julian va a pasar a cobrar... por lo de Phoebe.
A lo largo de los tres episodios de Hooked, pasan muchísimas cosas y el ritmo no decae nunca. Olvidate de la bajada de línea social que tanto le aplaudíamos a Milligan en el tomo anterior. Acá menciona un tema candente (el “date rape”), pero lo importante es la machaca sobrenatural al palo y la historia de amor, claro. Es todo tan grosso que los dos episodios que completan el tomo son epílogos a esta trilogía. El primero tiene un problema, y es que John tiene que “pelear contra algo”, para no estar 22 páginas llorando por su chica. Pésima decisión: Milligan lo hace pelear contra una cosa tan fumanchera y tan traída de los pelos que no tiene sentido. El otro epílogo es mil veces mejor y tiene que ver con el entorno familiar de Epiphany Greaves, que estuvo cerca de convertirse en tercera en discordia en el romance entre John y Phoebe y que –me da la sensación- se va a convertir en un personaje importante en los próximos arcos. Ese capítulo es Hellblazer puro, con magia, chamuyo, mala leche y una línea demasiado borrosa para separar a John de “los malos”.
La trilogía inicial está muy bien dibujada por Giuseppe Camuncoli, que aún le hoy afana un poquito a Marcelo Frusín, pero la tiene muy clara. Dibuja a John un poco joven para mi gusto y todo lo demás le sale bárbaro. La acción, los garches, Londres, todo está muy bien. Pero, pobre pibe, al lado le ponen a Simon Bisley, la Bestia, totalmente en crack. Bisley pela como pocas veces, se juega en la narrativa, se desloma en los fondos, se fuma páginas de seis cuadros, y encima encontró una técnica para entregar las páginas a lápiz, que es donde más se aprecia la vitalidad, la fuerza del trazo de este monstruo. Jamie Grant colorea los capítulos de Camuncoli con pilas, bien, lindo... y en los de Bisley deja la vida. Cambia totalmente la paleta, el registro, todo, en función de acoplarse a los lápices de la Bestia que, al no tener tinta, se prestan a un tratamiento mucho más jugado por parte del colorista. El resultado son dos episodios en los que Bisley y Grant (otro Grant, no la Bruja) te ametrallan con una sucesión de las más bellas páginas que hayan aparecido en mucho tiempo en este, el título más longevo que hoy tiene DC.
Con Camuncoli de titular y Bisley de suplente, este equipito dirigido por Peter Milligan está “para pelear cosas importantes”. Prometo no dejar pasar otros 10 meses para volver a visitarlos.
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domingo, 15 de enero de 2012
15/ 01: MURMUR
Así se llamó en su edición británica esta obra de Jerry Kramsky y Lorenzo Mattotti, que debutó en una revista italiana, La Dolce Vita, con el título La Zona Fatua. En castellano se publicó como Susurro, en la revista Cimoc. Y en Francia (donde salió por primera vez completa, en álbum, en 1989) le pusieron Murmure.
No tengo la menor idea de por qué Mattotti, que venía de romperla con un álbum en el que el guión le pertenecía (la fundamental Fuegos), optó por volver a trabajar con un guionista. Tampoco leí nunca guiones de Kramsky dibujados por alguien que no sea Mattotti, con lo cual no sé si este guionista podría adaptarse a otros dibujantes, o si se le ocurren las ideas pensando en cómo Mattotti las va a dibujar. Lo cierto es que acá se da esa extraña alquimia en la que hay que concentrarse mucho para aceptar que hay más de un autor. En Murmur metieron mano dos personas, pero no se nota en ningún momento. Todo el tiempo esto parece una creación integral, total, monolítica, de un sólo autor, obviamente muy limado.
El guión nos narra la historia de un tipo que deberá enfrentar a sus miedos para recuperar sus memorias y reconciliarse consigo mismo. Hay una mínima aventura, pero lo realmente interesante es el viaje interior de Murmur, el protagonista. Por supuesto, todo está repleto de simbolismos y metáforas, como aquellas pelis de Wim Wenders de los ´80, hoy bastante olvidadas. A lo largo de las 42 páginas nos encontramos con un montón de elementos demasiado fumados, imposibles de explicar desde lo racional. Pero –mirá qué loco- esto no es óbice para que la historia se entienda, para que el periplo de Murmur se concrete, para que lo que abre al principio cierre satisfactoriamente al final.
Alguna vez, Mattotti dijo sobre este trabajo “Kramsky y yo nos divertimos construyendo una estructura narrativa para después destruirla creando un efecto de vuelco. Cada vez que estábamos listos para la fabulación clásica, cambiábamos de rumbo. Era como luchar contra la estructura misma de la historieta”. Y coincido bastante: el personaje que parece el villano después no lo es, la que podría ser el interés romántico tampoco concreta nada, el encuentro entre Murmur y su madre es un amague que nos comemos todos, y así. Es una historia plagada de caprichos (esos peces con osamenta, esos dos duendecitos bizarros que se llaman Hans y Fritz, como los Katzenjammer Kids), que casi a pesar suyo se puede leer como un comic arriesgado, vanguardista, con mucho vuelo poético, pero coherente.
La cita de Mattotti nos permite inferir que San Lorenzo metió bastante mano en el guión. Lo imposible sería pensar lo inverso, que Kramsky mojara en el dibujo. A nivel visual, esto es 100% Mattotti, es el genio de Udine (y miembro del inolvidable Grupo Valvoline) en todo su esplendor, con todas las pilas. Llega incluso a dibujar páginas de seis viñetas, cosa que no le hemos visto prácticamente nunca en las obras que él mismo escribe. Por supuesto, mucho más que sus logros en materia de narrativa, lo que impacta es su manejo del color, de las formas y las texturas. Mattotti –ya se dijo mil veces- es el artista plástico que mejor entendió a la historieta. Cada una de sus viñetas es un cuadro que bien podría enmarcarse y exhibirse en cualquier galería de arte. Hasta la viñeta más intrascendente nos regala una composición impecable, una paleta hipnótica, unas formas casi oníricas, un placer para los ojos que va infinitamente más allá de lo buena que pueda estar la historia.
Un dato más: Murmur estuvo nominada para el premio a la Mejor Historieta Extranjera en Angouleme, pero perdió contra V for Vendetta. Y cuenta la leyenda que el comentario de Alan Moore fue “están todos en pedo, le tendrían que haber dado el premio a Kramsky y Mattotti”. Vos sabrás si creerle al Mago de Northampton... Yo sigo firme acá, en mi reivindicación (a veces solitaria) de Lorenzo Mattotti, el poeta del color, uno de los gigantes surgidos del período más fértil que tuvo el comic para adultos en Italia.
No tengo la menor idea de por qué Mattotti, que venía de romperla con un álbum en el que el guión le pertenecía (la fundamental Fuegos), optó por volver a trabajar con un guionista. Tampoco leí nunca guiones de Kramsky dibujados por alguien que no sea Mattotti, con lo cual no sé si este guionista podría adaptarse a otros dibujantes, o si se le ocurren las ideas pensando en cómo Mattotti las va a dibujar. Lo cierto es que acá se da esa extraña alquimia en la que hay que concentrarse mucho para aceptar que hay más de un autor. En Murmur metieron mano dos personas, pero no se nota en ningún momento. Todo el tiempo esto parece una creación integral, total, monolítica, de un sólo autor, obviamente muy limado.
El guión nos narra la historia de un tipo que deberá enfrentar a sus miedos para recuperar sus memorias y reconciliarse consigo mismo. Hay una mínima aventura, pero lo realmente interesante es el viaje interior de Murmur, el protagonista. Por supuesto, todo está repleto de simbolismos y metáforas, como aquellas pelis de Wim Wenders de los ´80, hoy bastante olvidadas. A lo largo de las 42 páginas nos encontramos con un montón de elementos demasiado fumados, imposibles de explicar desde lo racional. Pero –mirá qué loco- esto no es óbice para que la historia se entienda, para que el periplo de Murmur se concrete, para que lo que abre al principio cierre satisfactoriamente al final.
Alguna vez, Mattotti dijo sobre este trabajo “Kramsky y yo nos divertimos construyendo una estructura narrativa para después destruirla creando un efecto de vuelco. Cada vez que estábamos listos para la fabulación clásica, cambiábamos de rumbo. Era como luchar contra la estructura misma de la historieta”. Y coincido bastante: el personaje que parece el villano después no lo es, la que podría ser el interés romántico tampoco concreta nada, el encuentro entre Murmur y su madre es un amague que nos comemos todos, y así. Es una historia plagada de caprichos (esos peces con osamenta, esos dos duendecitos bizarros que se llaman Hans y Fritz, como los Katzenjammer Kids), que casi a pesar suyo se puede leer como un comic arriesgado, vanguardista, con mucho vuelo poético, pero coherente.
La cita de Mattotti nos permite inferir que San Lorenzo metió bastante mano en el guión. Lo imposible sería pensar lo inverso, que Kramsky mojara en el dibujo. A nivel visual, esto es 100% Mattotti, es el genio de Udine (y miembro del inolvidable Grupo Valvoline) en todo su esplendor, con todas las pilas. Llega incluso a dibujar páginas de seis viñetas, cosa que no le hemos visto prácticamente nunca en las obras que él mismo escribe. Por supuesto, mucho más que sus logros en materia de narrativa, lo que impacta es su manejo del color, de las formas y las texturas. Mattotti –ya se dijo mil veces- es el artista plástico que mejor entendió a la historieta. Cada una de sus viñetas es un cuadro que bien podría enmarcarse y exhibirse en cualquier galería de arte. Hasta la viñeta más intrascendente nos regala una composición impecable, una paleta hipnótica, unas formas casi oníricas, un placer para los ojos que va infinitamente más allá de lo buena que pueda estar la historia.
Un dato más: Murmur estuvo nominada para el premio a la Mejor Historieta Extranjera en Angouleme, pero perdió contra V for Vendetta. Y cuenta la leyenda que el comentario de Alan Moore fue “están todos en pedo, le tendrían que haber dado el premio a Kramsky y Mattotti”. Vos sabrás si creerle al Mago de Northampton... Yo sigo firme acá, en mi reivindicación (a veces solitaria) de Lorenzo Mattotti, el poeta del color, uno de los gigantes surgidos del período más fértil que tuvo el comic para adultos en Italia.
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sábado, 14 de enero de 2012
14/ 01: DC COMICS PRESENTS JLA: HEAVEN´S LADDER
Cuando se editó originalmente Heaven´s Ladder (en 2000, creo) salió como una novela gráfica en tamaño gigante, tipo esos libros que hacían Paul Dini y Alex Dioss. Por supuesto no me la compré, porque me molesta ese formato. Sin embargo escuché buenas críticas, por eso ahora que salió en la colección de TPBs para pobres de DC, me la pedí de una.
Y la verdad que buenas críticas... la pindonga. No confundamos calidad con grandilocuencia. El guión del maestro Mark Waid es todo lo ambicioso que puede ser un comic de la JLA y más. Al lado de Heaven´s Ladder, toda la etapa de Grant Morrison es una pelotudez pedestre, una luchita insulsa contra ladrones de bancos de la B Metropolitana. Acá se manejan conceptos mucho más complejos, de dimensiones cósmicas zarpadas, pensados para desafiar la imaginación incluso de los lectores muy curtidos en esto de las sagas superheroicas. Hasta ahí, joya.
Pero, ¿alcanzan estos conceptos para dar sustento a un buen guión? Estoy entre el “no” y el “hasta ahí nomás”. El primer problema es uno muy típico de esta etapa de la JLA: no hay desarrollo de personajes. Que va de la mano con otro: hay demasiados personajes. Los siete grossos más Plastic Man, Steel y Atom. Diez héroes para 72 páginas significa que varios de ellos apenas logran mojar el pancito en el tuco. Están porque tienen que estar, por una cuestión de chapa, pero el aporte de cada uno (salvo Atom) es mínimo y todos eran perfectamente reemplazables por la JSA, los Titans, los Avengers o los X-Men.
Otro punto flojo: los mecánicos cuánticos se robaron no menos de 25 planetas. ¿Hay alguna explicación para que sólo la Tierra tenga héroes que intenten desentrañar este misterio y luchar para recuperar su planeta? No. Los héroes de los otros mundos (con Adam Strange a la cabeza) colaboran con la JLA una vez que los terrícolas pusieron en marcha el plan para resolver el conflicto. Y por supuesto, el traidor, el que complica todo al final y genera la hiper-machaca a todo o nada, también tiene que ver con la Tierra.
Recién cuando irrumpe este personaje (a 20 páginas del final), el guión pela algo así como un antagonista. Hasta ahí, había meros obstáculos, nimios, intrascendentes, sin peso real en la trama, que apenas generaban peleas pelotudas para rellenar viñetas. Boludeces sin las cuales este podría haber sido un comic sin superhéroes, un capítulo grosso de Star Trek, ponele. La machaca del final es el único tramo de la novela que justifica la participación de estos tipos con superpoderes. Y dura 10, 11 páginas, no mucho más. O sea que los hallazgos del guión están más en la concepción que en el desarrollo mismo de la obra. Y al ser Mark Waid el guionista, sabés que hay garantía de buenos diálogos.
De todos modos, el gancho era el dibujante, Bryan Hitch, que a partir de su laburo en The Authority se había convertido en una estrella imbatible. Acá lo vemos pelar a full, decidido a aprovechar las posibilidades del formato gigante para devastarnos las retinas con fondos, figuras y caras laburadísimas. Si te gusta el dibujo realista, esto te va a emocionar. El laburo de Hitch también está muy bien apuntalado por el entintador Paul Neary y la colorista Laura Depuy, que despliega una gama de efectos digitales tan vasta como sorprendente.
Para llenar las 100 páginas, viene como complemento el número 1.000.000 de Green Lantern (de 1998), también dibujado por Hitch con bastante onda, bastante dinamismo, pero mucho más jugado a la figura humana (al resto le da mínima bola) y entintado con menos sutileza por Neary y Andy Lanning. El guión de Ron Marz es tan flojo como cualquier otro guión de Marz de esa época, con el agravante de que está todo muy enganchado con una mega-saga acerca de la cual se nos brinda muy poca información. Y por si fuera poco, termina en “continuará”.
Si descubriste a Bryan Hitch a raíz de su paso por The Ultimates, seguramente te va a cebar tener esto, que es justo anterior. Si sos fan incondicional de la JLA “icónica” seguro lo tenés. Y si sos fan de Waid, sabés que tiene un montón de trabajos más interesantes (y más merecedores de tu billete) que este, que sin ser un desastre, se queda un poquito a mitad de camino.
Y la verdad que buenas críticas... la pindonga. No confundamos calidad con grandilocuencia. El guión del maestro Mark Waid es todo lo ambicioso que puede ser un comic de la JLA y más. Al lado de Heaven´s Ladder, toda la etapa de Grant Morrison es una pelotudez pedestre, una luchita insulsa contra ladrones de bancos de la B Metropolitana. Acá se manejan conceptos mucho más complejos, de dimensiones cósmicas zarpadas, pensados para desafiar la imaginación incluso de los lectores muy curtidos en esto de las sagas superheroicas. Hasta ahí, joya.
Pero, ¿alcanzan estos conceptos para dar sustento a un buen guión? Estoy entre el “no” y el “hasta ahí nomás”. El primer problema es uno muy típico de esta etapa de la JLA: no hay desarrollo de personajes. Que va de la mano con otro: hay demasiados personajes. Los siete grossos más Plastic Man, Steel y Atom. Diez héroes para 72 páginas significa que varios de ellos apenas logran mojar el pancito en el tuco. Están porque tienen que estar, por una cuestión de chapa, pero el aporte de cada uno (salvo Atom) es mínimo y todos eran perfectamente reemplazables por la JSA, los Titans, los Avengers o los X-Men.
Otro punto flojo: los mecánicos cuánticos se robaron no menos de 25 planetas. ¿Hay alguna explicación para que sólo la Tierra tenga héroes que intenten desentrañar este misterio y luchar para recuperar su planeta? No. Los héroes de los otros mundos (con Adam Strange a la cabeza) colaboran con la JLA una vez que los terrícolas pusieron en marcha el plan para resolver el conflicto. Y por supuesto, el traidor, el que complica todo al final y genera la hiper-machaca a todo o nada, también tiene que ver con la Tierra.
Recién cuando irrumpe este personaje (a 20 páginas del final), el guión pela algo así como un antagonista. Hasta ahí, había meros obstáculos, nimios, intrascendentes, sin peso real en la trama, que apenas generaban peleas pelotudas para rellenar viñetas. Boludeces sin las cuales este podría haber sido un comic sin superhéroes, un capítulo grosso de Star Trek, ponele. La machaca del final es el único tramo de la novela que justifica la participación de estos tipos con superpoderes. Y dura 10, 11 páginas, no mucho más. O sea que los hallazgos del guión están más en la concepción que en el desarrollo mismo de la obra. Y al ser Mark Waid el guionista, sabés que hay garantía de buenos diálogos.
De todos modos, el gancho era el dibujante, Bryan Hitch, que a partir de su laburo en The Authority se había convertido en una estrella imbatible. Acá lo vemos pelar a full, decidido a aprovechar las posibilidades del formato gigante para devastarnos las retinas con fondos, figuras y caras laburadísimas. Si te gusta el dibujo realista, esto te va a emocionar. El laburo de Hitch también está muy bien apuntalado por el entintador Paul Neary y la colorista Laura Depuy, que despliega una gama de efectos digitales tan vasta como sorprendente.
Para llenar las 100 páginas, viene como complemento el número 1.000.000 de Green Lantern (de 1998), también dibujado por Hitch con bastante onda, bastante dinamismo, pero mucho más jugado a la figura humana (al resto le da mínima bola) y entintado con menos sutileza por Neary y Andy Lanning. El guión de Ron Marz es tan flojo como cualquier otro guión de Marz de esa época, con el agravante de que está todo muy enganchado con una mega-saga acerca de la cual se nos brinda muy poca información. Y por si fuera poco, termina en “continuará”.
Si descubriste a Bryan Hitch a raíz de su paso por The Ultimates, seguramente te va a cebar tener esto, que es justo anterior. Si sos fan incondicional de la JLA “icónica” seguro lo tenés. Y si sos fan de Waid, sabés que tiene un montón de trabajos más interesantes (y más merecedores de tu billete) que este, que sin ser un desastre, se queda un poquito a mitad de camino.
viernes, 13 de enero de 2012
13/ 01: DEVIL GOT MY WOMAN
Nunca había leído nada de Damián Connelly, pero esta novela gráfica me bastó para catalogarlo como un guionista muy raro, con buen manejo de los géneros y de muchos recursos para jugar con situaciones familiares sin caer en algo trillado o predecible.
A ver, de entrada uno se come el amague de que va a leer un thriller, una investigación por parte del periodista Henry Rowland que lo va a llevar a desentrañar (no sin antes asumir unos cuantos riesgos) el misterio detrás de la prolongada ausencia de Skip James, el legendario músico de blues. Debe haber... 10 ó 12 álbumes franceses movidos por una trama similar.
Una vez transitadas las primeras 25 páginas, Connelly le empieza a poner fichas a los elementos sobrenaturales y la historia empieza a cobrar ese tinte davidlyncheano, esa cosa espesa y extraña que suelen tener las historias ambientadas en los pantanos de Louisiana, donde siempre pasan cosas jodidas que nunca se terminan de explicar, por lo menos en términos racionales. Primero te ponés nervioso, después decís “nah, tengo demasiado comic de Vertigo leído como para que me perturbe una secuencia onírica medio enroscada o una vieja que tira profecías”. Y cuando estás ocupado buscando la forma de conectar al desaparecido Skip James con estos elementos sobrenaturales, la historia pega otro giro y resulta que eso no era lo importante, sino que la verdadera tensión dramática, el plot que a Connelly más le interesaba explorar, era el del romance entre Rowland y Marion, la taciturna hija del intempestivo dueño del bar.
Sí, al final Devil Got My Woman era una historia de amor y el misterio era apenas un complemento. Si a Connelly se le ocurría otra excusa para que Rowland llegara al pueblito de Bentonia, por ahí ni hacía falta construir la leyenda del enigmático Skip Johnson. Lo importante era eso: que el tipo (periodista, oculista, verdulero, no importa) cayera a ese pueblito donde todos son negros menos él y pegara onda con esa mujer sombría, esquiva, ominosa. El resto era chamuyo, relleno, jueguito para la tribuna de un guionista al que le pareció divertido engañarnos con su buen manejo de los tópicos del thriller y del misterio sobrenatural. Y del erotismo, que también están muy bien logradas las escenas hot entre Henry y Marion. Y bueno, a mí, por lo menos, me hizo entrar. Me tuve que conformar con una revelación totalmente anticlimática acerca del paradero de Skip James, pero claro, cuando Connelly blanquea qué fue de la vida del músico, ya estaba clarísimo que lo importante en la trama era lo otro, el romance fatídico del periodista y la camarera.
Al frente de la faz gráfica tenemos a Berliac, acostumbrado a dibujar sus propios guiones, pero muy compenetrado con lo que Connelly le propone contar. Berliac opta por una línea escueta, adusta, sin estridencias, cercana a lo que hacían los españoles de El Cubri en los ´70. Hay bastante referencia fotográfica, pero Berliac le mete tanta mano, agrega tanto y saca tanto, que termina por no sacrificar nada de su propia identidad gráfica. Lo único que no me cerró es que no dibujó zanjas entre las viñetas y cuando estas se apoyan unas contra las otras, a veces hacen tambalear la composición de la página o complican al pedo la lectura de las secuencias. Pero se trata de un muy buen trabajo de Berliac, firme en su estilo de meter pocos cuadros por página, de apostar fuerte a los climas densos, de lograr que blancos, negros y grises no repitan los pasitos ya gastados que nos sabemos de memoria, sino que bailen y se entreveren de modo novedoso, y hasta riesgoso.
Una vez que tirás a la basura esa sobrecubierta espantosa que lo envuelve, Devil Got My Woman es un libro más que interesante, que muestra cuotas muy satisfactorias de pasión y talento por parte de sus dos autores. Descubrilo.
A ver, de entrada uno se come el amague de que va a leer un thriller, una investigación por parte del periodista Henry Rowland que lo va a llevar a desentrañar (no sin antes asumir unos cuantos riesgos) el misterio detrás de la prolongada ausencia de Skip James, el legendario músico de blues. Debe haber... 10 ó 12 álbumes franceses movidos por una trama similar.
Una vez transitadas las primeras 25 páginas, Connelly le empieza a poner fichas a los elementos sobrenaturales y la historia empieza a cobrar ese tinte davidlyncheano, esa cosa espesa y extraña que suelen tener las historias ambientadas en los pantanos de Louisiana, donde siempre pasan cosas jodidas que nunca se terminan de explicar, por lo menos en términos racionales. Primero te ponés nervioso, después decís “nah, tengo demasiado comic de Vertigo leído como para que me perturbe una secuencia onírica medio enroscada o una vieja que tira profecías”. Y cuando estás ocupado buscando la forma de conectar al desaparecido Skip James con estos elementos sobrenaturales, la historia pega otro giro y resulta que eso no era lo importante, sino que la verdadera tensión dramática, el plot que a Connelly más le interesaba explorar, era el del romance entre Rowland y Marion, la taciturna hija del intempestivo dueño del bar.
Sí, al final Devil Got My Woman era una historia de amor y el misterio era apenas un complemento. Si a Connelly se le ocurría otra excusa para que Rowland llegara al pueblito de Bentonia, por ahí ni hacía falta construir la leyenda del enigmático Skip Johnson. Lo importante era eso: que el tipo (periodista, oculista, verdulero, no importa) cayera a ese pueblito donde todos son negros menos él y pegara onda con esa mujer sombría, esquiva, ominosa. El resto era chamuyo, relleno, jueguito para la tribuna de un guionista al que le pareció divertido engañarnos con su buen manejo de los tópicos del thriller y del misterio sobrenatural. Y del erotismo, que también están muy bien logradas las escenas hot entre Henry y Marion. Y bueno, a mí, por lo menos, me hizo entrar. Me tuve que conformar con una revelación totalmente anticlimática acerca del paradero de Skip James, pero claro, cuando Connelly blanquea qué fue de la vida del músico, ya estaba clarísimo que lo importante en la trama era lo otro, el romance fatídico del periodista y la camarera.
Al frente de la faz gráfica tenemos a Berliac, acostumbrado a dibujar sus propios guiones, pero muy compenetrado con lo que Connelly le propone contar. Berliac opta por una línea escueta, adusta, sin estridencias, cercana a lo que hacían los españoles de El Cubri en los ´70. Hay bastante referencia fotográfica, pero Berliac le mete tanta mano, agrega tanto y saca tanto, que termina por no sacrificar nada de su propia identidad gráfica. Lo único que no me cerró es que no dibujó zanjas entre las viñetas y cuando estas se apoyan unas contra las otras, a veces hacen tambalear la composición de la página o complican al pedo la lectura de las secuencias. Pero se trata de un muy buen trabajo de Berliac, firme en su estilo de meter pocos cuadros por página, de apostar fuerte a los climas densos, de lograr que blancos, negros y grises no repitan los pasitos ya gastados que nos sabemos de memoria, sino que bailen y se entreveren de modo novedoso, y hasta riesgoso.
Una vez que tirás a la basura esa sobrecubierta espantosa que lo envuelve, Devil Got My Woman es un libro más que interesante, que muestra cuotas muy satisfactorias de pasión y talento por parte de sus dos autores. Descubrilo.
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jueves, 12 de enero de 2012
12/ 01: BROUGHT TO LIGHT
Si te hiciste fan de la historieta documental, o periodística, ese género que hoy brilla de la mano de autores como Joe Sacco o Jesús Cossio, te tengo que contar que la mano viene de más atrás. El “docudrama gráfico” es algo que ya existía en 1989, cuando salió a la venta esta impactante antología. No impactante porque haya hecho un kilombo bárbaro o haya vendido fantastillones de ejemplares (de hecho, es un libro medio secreto, cuya existencia es ampliamente desconocida), sino por lo que significó en esa época que una asociación sin fines de lucro, el Christic Institute, lanzara un álbum de historietas para denunciar los turbios negocios de la CIA que involucraban tráfico de armas y drogas, lavado de dinero, nefastas intervenciones en la vida política de varios países del Tercer Mundo y –cómo no- unos cuantos crímenes de lesa humanidad. Imaginate: esto sale a la luz durante el gobierno de George Bush padre, ex-capo de la CIA y mano negra detrás de todas las runflas más espurias de los últimos... 50 o 55 años de la historia de los EEUU, algo así como el elemental de la vergüenza.
La historieta más larga se llama Flashpoint: La Penca Bombing y ahí Joyce Brabner (la viuda de Harvey Pekar) toma los testimonios de Martha Honey y Tony Avirgan para narrar detalladamente (con mucho texto, con millones de detalles) qué sucedió en La Penca, esa localidad de Nicaragua en la que un día –en plena guerra de guerrillas entre los sandinistas y distintas facciones de oposición, algunas bancadas por la CIA- explotó una cabaña en la que un montón de periodistas cubrían una conferencia de prensa. La pista conectaba a la CIA con los hechos y, por supuesto, pocos se pusieron las pilas para investigar y mucho menos para llevar a juicio a los responsables. La historieta se propone denunciar con datos puntuales toda la operación de “los contras” en Centroamérica, sin omitir nombres, apellidos y pruebas acerca de cómo se financiaban estas movidas, que el propio congreso de los EEUU trataba (con poco éxito) de controlar. El dibujo de Thomas Yeates se pasa un poquito de realista, nunca llega a ser el hilo conductor de la narración, y así, relegado a ilustrar la abundante prosa de Brabner, se las ingenia para hacer un papel decoroso. Guarda: son 32 páginas y requieren el tiempo que uno normalmente le dedica a 50 ó 60.
También hay una historieta cómica muy graciosa y muy breve a cargo del gran Paul Mavrides (legendario colaborador de Gilbert Shelton en los Freak Brothers), pero lo que hizo mítico a este álbum son las 30 páginas de Shadowplay: The Secret Team, la colaboración entre Alan Moore y Bill Sienkiewicz, dos íconos de la segunda mitad de los ´80. Shadowplay nos presenta de modo grotesco (aunque no exento de cierto humor y hasta cierta poesía) todas las atrocidades cometidas por la CIA desde los ´50 hasta el escándalo de Irán, los contras y demás. La historia negra de los EEUU, hecha carne en un personaje (un águila maligna, repulsiva, en un punto patética) que representa a la CIA y nos narra, de cara a los lectores, una por una todas las trapisondas cometidas por esta agencia que un día dejó de ser “de espionaje” para pasar a controlar negocios multimillonarios, obviamente ilegales. El relato de Moore produce escozor no sólo por lo terrible de los crímenes que se enumeran, sino sobre todo por la impunidad con la que opera este “poder detrás del poder”, que está incluso por encima de los presidentes de EEUU. Ojalá el Mago y Sienkiewicz olvidaran sus diferencias (las que frustraron esa gloria potencial llamada Big Numbers) y se juntaran para una segunda parte, que expusiera los crímenes de la CIA y los negociados que cuestan miles de vidas, pero de 1988 hasta hoy.
Del dibujo de Sienkiewicz ni tiene sentido hablar. No es dibujo, es energía cósmica, liberada en un orgasmo fruto de un garche entre el Caos, el Orden, la creación y la entropía. Contenido por una grilla de muchos cuadros por página, y por abundantes masas de texto, el grosso saca pecho y se luce como siempre, con imágenes (y secuencias) absolutamente devastadoras.
Esto es raro, es jodido de conseguir, pero su atractivo va mucho más allá de querer tener todas las historietas de Moore (o de Sienkiewicz). Acá hay material muy jugado y, sobre todo, muy sustancioso.
La historieta más larga se llama Flashpoint: La Penca Bombing y ahí Joyce Brabner (la viuda de Harvey Pekar) toma los testimonios de Martha Honey y Tony Avirgan para narrar detalladamente (con mucho texto, con millones de detalles) qué sucedió en La Penca, esa localidad de Nicaragua en la que un día –en plena guerra de guerrillas entre los sandinistas y distintas facciones de oposición, algunas bancadas por la CIA- explotó una cabaña en la que un montón de periodistas cubrían una conferencia de prensa. La pista conectaba a la CIA con los hechos y, por supuesto, pocos se pusieron las pilas para investigar y mucho menos para llevar a juicio a los responsables. La historieta se propone denunciar con datos puntuales toda la operación de “los contras” en Centroamérica, sin omitir nombres, apellidos y pruebas acerca de cómo se financiaban estas movidas, que el propio congreso de los EEUU trataba (con poco éxito) de controlar. El dibujo de Thomas Yeates se pasa un poquito de realista, nunca llega a ser el hilo conductor de la narración, y así, relegado a ilustrar la abundante prosa de Brabner, se las ingenia para hacer un papel decoroso. Guarda: son 32 páginas y requieren el tiempo que uno normalmente le dedica a 50 ó 60.
También hay una historieta cómica muy graciosa y muy breve a cargo del gran Paul Mavrides (legendario colaborador de Gilbert Shelton en los Freak Brothers), pero lo que hizo mítico a este álbum son las 30 páginas de Shadowplay: The Secret Team, la colaboración entre Alan Moore y Bill Sienkiewicz, dos íconos de la segunda mitad de los ´80. Shadowplay nos presenta de modo grotesco (aunque no exento de cierto humor y hasta cierta poesía) todas las atrocidades cometidas por la CIA desde los ´50 hasta el escándalo de Irán, los contras y demás. La historia negra de los EEUU, hecha carne en un personaje (un águila maligna, repulsiva, en un punto patética) que representa a la CIA y nos narra, de cara a los lectores, una por una todas las trapisondas cometidas por esta agencia que un día dejó de ser “de espionaje” para pasar a controlar negocios multimillonarios, obviamente ilegales. El relato de Moore produce escozor no sólo por lo terrible de los crímenes que se enumeran, sino sobre todo por la impunidad con la que opera este “poder detrás del poder”, que está incluso por encima de los presidentes de EEUU. Ojalá el Mago y Sienkiewicz olvidaran sus diferencias (las que frustraron esa gloria potencial llamada Big Numbers) y se juntaran para una segunda parte, que expusiera los crímenes de la CIA y los negociados que cuestan miles de vidas, pero de 1988 hasta hoy.
Del dibujo de Sienkiewicz ni tiene sentido hablar. No es dibujo, es energía cósmica, liberada en un orgasmo fruto de un garche entre el Caos, el Orden, la creación y la entropía. Contenido por una grilla de muchos cuadros por página, y por abundantes masas de texto, el grosso saca pecho y se luce como siempre, con imágenes (y secuencias) absolutamente devastadoras.
Esto es raro, es jodido de conseguir, pero su atractivo va mucho más allá de querer tener todas las historietas de Moore (o de Sienkiewicz). Acá hay material muy jugado y, sobre todo, muy sustancioso.
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miércoles, 11 de enero de 2012
11/ 01: FREAKS OF THE HEARTLAND
Década del ´30. En un pueblito perdido en el conservador y retrógrado corazón agrícola de los EEUU nacen varios chicos con grotescas deformidades. Algunos padren los matan sin piedad, otros no juntan las agallas y los esconden. Los chicos crecen y un día, se pudre todo.
Así de sencillo es el argumento con el que Steve Niles nos va a mantener agarrados a la silla durante 138 páginas. Los hallazgos, que no son pocos, están casi todos en el guión, en la forma en que Niles elige contarnos esta historia. Lo primero que me cerró fue el clima: dark, ominoso, jodido, pero con resquicios para que se cuele también la ternura, sobre todo en la relación entre Trevor (el protagonista) y su hermano Will (el más destacado de los deformes, al que más bola le da Niles). Yo dije “mirá qué turro: quiere que el freak nos caiga bien y nos enternezca, para después matarlo de un modo horrible y que nos duela mal”. No te puedo contar si acerté o no, porque te cago la resolución de la trama. Pero a lo largo del libro son muchas las veces en las que Niles se regodea mostrándonos el trato cruel e inhumano que reciben estos freaks, y lo hace sin miramientos, sin atenuantes, decidido a generar en el lector esa mezcla de dolor, impotencia y bronca, como si te enteraras de que tu vieja tiene cáncer, tu mujer se acostó con todo el barrio y a tu equipo lo va a dirigir J.J. López. En esa manipulación de los sentimientos del lector es donde más se nota la increíble habilidad del guionista.
También en la construcción de los personajes, sobre todo Trevor y su papá, Henry Owen, quien cumple –como los dioses- el rol de villano en la primera mitad de la obra. Lástima que el tono que eligió Niles es sumamente realista. Si no, en las últimas páginas tendría que aparecer Henry y hacer alguna maldad. Por supuesto, el principal villano no tiene nombre y apellido, sino que es la discriminación, el maltrato y la marginación del distinto. Se trata de un supra-villano, de una villanez colectiva, que se extiende a todo el pueblito salvo a Trevor y su amiga Maggie. Y al ser una sociedad villana, las motivaciones de su maldad tienen que ver con la cultura, con la educación (o la falta de ella), con el aislamiento, la endogamia, el atraso, ese saberse impresentable y por eso elegir el ostracismo. De ese caldo espeso y maloliente sale la crueldad inmisericorde con que este pueblito trata a sus freaks.
¿Y los freaks, de dónde salen? No creas que Niles se calienta demasiado en explicarlo. Hay una explicación, pero es una onda muy light, un par de frases, no muy distinto a como explica Sergio Bizzio las anormalidades que aparecen en sus novelas. No es lo importante. Lo importante es que con la salida de Trevor y Will de la granja de los Owen se rompe el status quo y de pronto todo puede suceder.
A todo esto, la historia podría ser una pedorrada sin pies ni cabeza y aún así tendríamos que hablar maravillas de Freaks of the Heartland simplemente porque la dibuja (y colorea y rotula) un Greg Ruth inspiradísimo, mucho mejor que en la historieta que aportó al tomo de Creepy que vimos hace no mucho. Ruth mezcla con éxito dos tradiciones estéticas: la onda Sean Phillips-Michael Lark (ideal para un comic realista con ambientación retro) y la onda Kent Williams-George Pratt de la aproximación pictórica a la historieta. El resultado es realmente formidable: pasan las páginas y el nivel no sólo no baja, sino que sube. La narrativa es cristalina, los climas son asfixiantes, la violencia duele de verdad; caras, cuerpos y hasta cielos y paisajes expresan montones de sensaciones que casi dejan sin sustento a las palabras (igual ya sabemos que Niles escribe más bien poco, que no se zarpa a la hora de meter textos). A nivel visual, esto es una maravilla, una mezcla perfecta entre power y lirismo, pero además puesta 100% en función del relato.
Por ahí no llega a calificar como imprescindible, porque no es recontra-original. Aún así, Freaks of the Heartland no defrauda en lo más mínimo, no es predecible y tienen un arma de seducción irresistible, que es el magistral trabajo de Greg Ruth.
Así de sencillo es el argumento con el que Steve Niles nos va a mantener agarrados a la silla durante 138 páginas. Los hallazgos, que no son pocos, están casi todos en el guión, en la forma en que Niles elige contarnos esta historia. Lo primero que me cerró fue el clima: dark, ominoso, jodido, pero con resquicios para que se cuele también la ternura, sobre todo en la relación entre Trevor (el protagonista) y su hermano Will (el más destacado de los deformes, al que más bola le da Niles). Yo dije “mirá qué turro: quiere que el freak nos caiga bien y nos enternezca, para después matarlo de un modo horrible y que nos duela mal”. No te puedo contar si acerté o no, porque te cago la resolución de la trama. Pero a lo largo del libro son muchas las veces en las que Niles se regodea mostrándonos el trato cruel e inhumano que reciben estos freaks, y lo hace sin miramientos, sin atenuantes, decidido a generar en el lector esa mezcla de dolor, impotencia y bronca, como si te enteraras de que tu vieja tiene cáncer, tu mujer se acostó con todo el barrio y a tu equipo lo va a dirigir J.J. López. En esa manipulación de los sentimientos del lector es donde más se nota la increíble habilidad del guionista.
También en la construcción de los personajes, sobre todo Trevor y su papá, Henry Owen, quien cumple –como los dioses- el rol de villano en la primera mitad de la obra. Lástima que el tono que eligió Niles es sumamente realista. Si no, en las últimas páginas tendría que aparecer Henry y hacer alguna maldad. Por supuesto, el principal villano no tiene nombre y apellido, sino que es la discriminación, el maltrato y la marginación del distinto. Se trata de un supra-villano, de una villanez colectiva, que se extiende a todo el pueblito salvo a Trevor y su amiga Maggie. Y al ser una sociedad villana, las motivaciones de su maldad tienen que ver con la cultura, con la educación (o la falta de ella), con el aislamiento, la endogamia, el atraso, ese saberse impresentable y por eso elegir el ostracismo. De ese caldo espeso y maloliente sale la crueldad inmisericorde con que este pueblito trata a sus freaks.
¿Y los freaks, de dónde salen? No creas que Niles se calienta demasiado en explicarlo. Hay una explicación, pero es una onda muy light, un par de frases, no muy distinto a como explica Sergio Bizzio las anormalidades que aparecen en sus novelas. No es lo importante. Lo importante es que con la salida de Trevor y Will de la granja de los Owen se rompe el status quo y de pronto todo puede suceder.
A todo esto, la historia podría ser una pedorrada sin pies ni cabeza y aún así tendríamos que hablar maravillas de Freaks of the Heartland simplemente porque la dibuja (y colorea y rotula) un Greg Ruth inspiradísimo, mucho mejor que en la historieta que aportó al tomo de Creepy que vimos hace no mucho. Ruth mezcla con éxito dos tradiciones estéticas: la onda Sean Phillips-Michael Lark (ideal para un comic realista con ambientación retro) y la onda Kent Williams-George Pratt de la aproximación pictórica a la historieta. El resultado es realmente formidable: pasan las páginas y el nivel no sólo no baja, sino que sube. La narrativa es cristalina, los climas son asfixiantes, la violencia duele de verdad; caras, cuerpos y hasta cielos y paisajes expresan montones de sensaciones que casi dejan sin sustento a las palabras (igual ya sabemos que Niles escribe más bien poco, que no se zarpa a la hora de meter textos). A nivel visual, esto es una maravilla, una mezcla perfecta entre power y lirismo, pero además puesta 100% en función del relato.
Por ahí no llega a calificar como imprescindible, porque no es recontra-original. Aún así, Freaks of the Heartland no defrauda en lo más mínimo, no es predecible y tienen un arma de seducción irresistible, que es el magistral trabajo de Greg Ruth.
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