el blog de reseñas de Andrés Accorsi

domingo, 31 de enero de 2010

31/ 01: NORTHLANDERS Vol.2


Y sí, siempre hay más Vertigo, para tu piel de verano, muchacha…
Esta vez se trata del segundo tomo de una serie cuyo primer recopilatorio me generó un cebamiento infinito y se la terminé recomendando hasta a mi sobrino de tres años que todavía no lee. Y claro, comparado con el primer TPB, este (The Cross + the Hammer) no arrima. Lo cual no quiere decir que sea choto, ni mucho menos.
Básicamente, tiene dos problemas. Primero, es una saga que se podría haber desarrollado en –como mucho- 100 páginas, pero que dura 144. O sea, está bastante estirada. Mucho splash, mucha página con dos o tres viñetas, mucha decomprensión para mi gusto. Esto mismo, con dos episodios menos, pegaba mucho más. Y el segundo problema es que en el primer tomo el guionista Brian Wood (el de DMZ) formaba equipo con otro dibujante italiano (la nueva tendencia de Vertigo) al que yo nunca había oído nombrar, pero que me pareció excelente: Davide Gianfelice. Para este segundo libro, en cambio, tenemos a Ryan Kelly, que sin ser malo, está a años luz. De hecho, Kelly mejoró muchísimo respecto de su trabajo anterior (la efímera pero interesantísima The Vinyl Underground), donde pendulaba sin mucha onda entre los afanos a Philip Bond y los afanos a Paul Pope. Ahora se lo ve más cómodo, más personal, y con la cintura suficiente como para sacarle buen provecho a la posibilidad de dibujar pocos cuadros por página. Pero la sombra de Gianfelice pesará forever sobre todos los dibujantes que pasen por Northlanders de acá a que cierre y es una sombra más heavy que Lobo y Cazador sodomizando a Ozzy Osbourne en el backstage de un show de Iron Maiden.
Y ya que mencionamos el tema de los dibujantes italianos, las portadas de Northlanders están a cargo de una bestia, Massimo Carnevale, un dibujante que levanta chapa en camiones de CLIBA desde la década del ´80, que laburó con todos los grossos del mercado italiano, y hasta con el glorioso Robin Wood. La verdad, un lujo, no sólo por una cuestión de trayectoria, sino además por el nivel de cada ilustración que pela Carnevale.
Nombrábamos a Robin Wood, pero el Wood que la talla en Northlanders es Brian Wood (si pescaron el sutil juego de palabras entre “talla” y “wood”, están hechos mierda ;). Este hábil guionista vuelve a mostrar su categoría y cambia BRUTALMENTE el registro de los guiones respecto del primer arco. Acá hay menos runfla política y muchísima más violencia, mucho menos de aventura histórica (una veta en la que este Wood brilla sin nada que envidiarle al Wood de Nippur y Dago) y mucho más de terror psicológico, y sobre todo, una doble vuelta de tuerca: acá los vikingos son los malos! Wood nos los muestra en plena ocupación de Irlanda, decididos a exterminar la insurrección de los nativos a como dé lugar, y eso implica masacres, saqueos, descuartizamientos y violaciones. El comic se llama Northlanders y los northlanders son una banda de salvajes, genocidas e hijos de puta.
Buena parte de la trama gira en torno a los esfuerzos de los vikingos por capturar y eliminar a un irlandés conocido como Magnus, un cuarentón pulentoso y jodido, decidido a responder a la salvajada con más salvajada. Imposible rotularlo como “el bueno” de la historia, porque Magnus es una especie de demonio de tasmania duro de merca y sediento de sangre, que no escatima hachazos al vientre de hombres, animales o ancianos. Son tantas las atrocidades que comete en nombre de su gesta, que de héroe le queda poco y nada. Hasta que el guión pega su voltereta final, que no les pienso revelar, y todo se termina de ir al carajo y más allá.
Estirada y todo, The Cross + the Hammer es una lectura atrapante. No la compares con Sven the Returned y te vas a encontrar sumergido en un muy buen comic que te shockea, te tira mucha data sobre hechos históricos que nos quedan muuuuy lejos, y –ya que está- te pega un lindo baño de sangre y tripas. Las dos boludeces que tengo para cuestionarle a esta saga no alcanzan ni por casualidad para bajar a Northlanders de la lista de los imprescindibles, de las series cuyos TPBs hay que comprarse el día que salen.

sábado, 30 de enero de 2010

30/ 01: THE BEST AMERICAN COMICS 2009


Desde 2006, la prestigiosa editorial Houghton Mifflin Harcourt edita cada año un lujoso hardcover de más de 300 páginas con una selección de historietas de la Norteamérica anglófona, coordinada por Jessica Abel y Matt Madden. Además, cada año convocan a un autor grosso como Editor General, encargado de la selección final. Por ese sillón pasaron Harvey Pekar, Chris Ware, Lynda Barry, y esta vez le tocó al siempre alucinante Charles Burns.
Burns se jugó mucho por “los que no pueden faltar”. Está su ídolo de toda la vida (Robert Crumb), está el tipo que le abrió las puertas para empezar a publicar (Art Spiegelman), está su gran amigo de siempre (Gary Panter), están los muchachos que renovaron el indie en los ´80 (Beto Hernández, Peter Bagge, Kaz, Daniel Clowes) y algunos de los más destacados monstruos surgidos en los ´90 (Ware, Adrian Tomine, Al Columbia, Jason Lutes, Ben Katchor y Tony Millionaire). Y a la hora de mostrarnos autores nuevos (o menos conocidos) armó un cóctel ecléctico e impredecible, donde se distinguen básicamente tres subgrupos.
Los Horribles: autores y autoras que no tienen idea de guión ni de dibujo, que cualquier historieta que publiquen por afuera de un blog o un fanzine deja a las claras su falta de nivel profesional. No hay muchos de esos en el libro, por suerte, pero sí un par de los que te dejan secuelas irreversibles en las retinas.
Los Bizarros: No es ninguna novedad que el indie norteamericano está dominado hace años por la autobiografía y el “slice of life”. Burns se caga bastante en eso, y por eso habilita a autores que pelan extrañas historias de géneros que van desde el policial hasta los funny animals, pero abordados desde con enfoques muy, muy inusuales. De ese paquete, me parece que Michael Kupperman y Anders Nilsen son los que más aportan.
Los Copados: Y sí, a todos estos chicos y chicas les gusta la autobiografía y el “slice of life” . Algunos narran sus no-aventuras con más humor y otros en un tono más introspectivo, o más amargo. Lo cierto es que varios de ellos se la re-bancan al lado de los grossos, principalmente Kevin Huizenga, el limado Tim Hensley (que si lo dejan, puede ser el próximo Bagge), Matt Broersma (casi un autor europeo de línea clara de los ´80), Laura Park y el israelí Koren Shadmi.
Y cuando digo “se la re-bancan al lado de los grossos” estoy tirando un elogio tamaño Galactus, porque la verdad es que los grossos aportan a este libro unas historietas de un nivel impresionante. La de Clowes, la de Crumb (con Aline Kominsky), las páginas de Katchor y el fragmento de Shortcomings de Tomine son un material especialmente devastador. Y hay tres o cuatro historias más que se acercan a ese Olimpo.
Ni hace falta decir que estos libros son sumamente útiles para saber siempre en qué andan los capos de la movida indie (y esperar con más ansias sus libros individuales) y por supuesto, para descubrir autores nuevos y seguirlos ya sea en blogs, antologías o recopilatorios de sus obras. Lo único para criticar es que se llamen “The Best American Comics”, no sólo por el mal uso del término “American”, sino porque la selección está hecha sobre una porción de la oferta de comics a disposición del lector anglófono. No hay prácticamente material del que sale en los diarios y ni por asomo aparecen las historietas que editan las grandes compañías tipo DC, Marvel, Dark Horse, etc. En cuatro años, una sóla vez un comic de origen mainstream entró en la selección (Batman: Year 100, de Paul Pope), pero DC no autorizó la reproducción de un fragmento, con lo cual lo tuvieron que reemplazar con otra cosa.
Esto, a su vez, nos lleva a un tema muy interesante, que seguramente vamos a analizar en detalle en un próximo podcast de Comiqueando: el cisma brutal entre estos dos universos en los que se dividió la historieta norteamericana, dos mundos con lógicas tan distintas que ya casi no intersectan en lo más mínimo. En un mundo, Clowes es Dios y el que se compra un comic donde aparece Wolverine es un subnormal invertebrado a milímetros de hacerse fan de Naruto o de ir a ver la obra de Ricardo Fort, y en el otro Leinil Francis Yu es Dios y Eightball es un comic para idiotas que se creen cool y comen ensalada de rúcula de cuarenta mangos en los restó de Palermo Gólico. Si sos de los que saltan de un mundo a otro y disfrutan lo mejor de ambos, relajate, gozá, y dejale ese Boca-River ridículo a la gilada…

viernes, 29 de enero de 2010

29/ 01: ASTROBOY Vol.3


Hora de reencontrarnos con el Manga no Kamisama para la que probablemente sea la mejor aventura de Astroboy, el clásico de clásicos del manga y el animé. Este tercer tomo de la edición de Deux (¿vieron? Yo lo vivo bardeando a Muñones, pero le compro todo lo que edita…) incluye una historia corta y una larguísima, que no es otra que la mítica saga de Plutón, el mega-robot creado para destruir a los siete mejores robots de la Tierra. Seguramente es la aventura de Astroboy con más machaca y destrucción, la que tiene más y mejores combates. Pero además tiene –típico de Tezuka- una fuerte dosis de mensaje moral.
Plutón es un robot creado para destruir, pero no es necesariamente malo. Combate y destroza a sus adversarios porque responde a su programación. Así es como, con el correr de las páginas, su propia relación con Astroboy y su hermanita Uran empiezan a mostrarnos un lado “humano” de Plutón, o por lo menos ciertos gestos de nobleza, de agradecimiento, de solidaridad, siempre seguidos de un “Esta vez no te hago crosta, pero la próxima, posta que sí”. El Dr. Ochanomizu hace lo que el lector quiere hacer: buscar al turro que programó a Plutón y tratar de revertir ese designio jodido que lo convierte en una máquina de matar. Obviamente no lo logra, pero Tezuka aprovecha las peripecias de Ochanomizu para mostrarnos al verdadero villano de la historia, lo cual hace que le tomemos más cariño todavía al implacable Plutón.
Sin duda, un golpe bajo de niveles disneyanos por parte del Manga no Kamisama, porque en todo momento sabés que Plutón va a terminar muy mal. Ni siquiera es el único golpe bajo: la escena de Epsilon (el robot australiano) con los nenitos que le dicen “tío” y lo abrazan es too much. Sirve para hacer impredecible y sorprendente la actitud de Epsilon para con Plutón cuando este último queda sepultado en el barro, pero es terrible.
Además de Epsilon, hay un par de robots más a los que Tezuka llega a desarrollar bastante antes de que Plutón los convierta en chatarra, lo cual por un lado está bueno y por el otro es un bajón, porque podrían haberse sumado al elenco de secundarios de la serie y enriquecerlo notablemente. El que se dio cuenta de esto fue el gran Naoki Urasawa, que convirtió a esos robots en los protagonistas de Pluto, su increíble policial noir ambientado en el universo de Astroboy. Gesicht, el robot policía alemán (Gezith, en la traducción argenta) será quien lleve adelante la trama, pero todos ponen, como en la perinola.
Y así como el mensaje de esta primera historia parece ser “Cada uno es lo que lleva en su interior”, más allá de la programación que te implante un villano, o de los caballos de fuerza que tenga tu motor atómico, la segunda historia es un alegato contra la codicia y la discriminación. En apenas 19 páginas, Tezuka desarrolla un argumento coherente, complejo y divertido, sin estirar al pedo, sin ninguno de los tics molestos que tienen los mangas de hoy, esos que se toman 250 páginas para mostrarte cómo un tarado con anteojitos se agacha para mirarle la chabomba a una tarada con minifalda.
En ese sentido, casi todas las aventuras de Astroboy contradicen los principios de lo que hoy se considera “narrativa oriental”. Lo cual es más que paradóljco, porque estamos frente a trabajos del tipo que es considerado “el padre del manga moderno” que no se parecen en lo más mínimo al “manga moderno”, sino que está mucho más cerca de ser un comic occidental, aunque leído de derecha a izquierda. Cosa que también sucede con otros autores fundamentales, como Yoshihiro Tatsumi, o Suehiro Maruo, lo cual me hace pensar que eso que hoy parece ser “el manga moderno”, ese canon indiscutible, en realidad no es más que un estilo entre varios, no la única forma narrativa posible para el comic japonés como tantos prefieren creer.
Pero bueno, la onda de esta reseña no era hilar tan fino, sino recomendar enfáticamente este tomo de Astroboy a todos los que se aguanten la espesa cucharada de golpe bajo y moraleja que el Manga no Kamisama te hace tragar a modo de peaje, para dejarte entrar a un mundo maravilloso de ciencia-ficción, runflas políticas y superhéroes mecánicos que se recontra-cagan a palos en peleas desbordantes de dinamismo y emoción. Ahora que se viene la peli, vas a escuchar a hordas de subnormales hablando horas en todos los medios sobre este “clásico indiscutido de blablabla”. Si te queda alguna duda de por qué Astroboy es un clásico indiscutido, este librito te la saca, para siempre.

jueves, 28 de enero de 2010

28/ 01: SHOWCASE PRESENTS WARLORD Vol.1


Hoy nos vamos de picnic a mediados de los ´70, cuando DC asume que lo suyo es pelear el segundo puesto y se propone copiar las movidas que a Marvel (caótica y enkilombada, pero Número Uno al fin) le salen de taquito. Puestos a colgarse de las tetas de Conan, DC lanza toda una línea de comics de espada y brujería, pero un sólo título pega entre los lectores y llega a traspasar sobradamente el umbral de los ´80: Warlord.
Obviamente, el gancho de la serie era el dibujo del por entonces consagradísimo Mike Grell (ya hablaremos de eso), pero lo cierto es que la serie es bastante más que un clon de Conan. Hay dinosaurios, tecnología futurista, chumbos, y sobre todo, hay una explicación coherente para el marco fantástico en el que se mueven los personajes. Además, Grell es un hombre de fuertes convicciones socialistas, así que entre machaca y machaca, le pega palos a la CIA, critica la carrera armamentista entre EEUU y la ex-Unión Soviética y habla de la Justicia en términos más afines a los del Che Guevara que a los de la Liga de la Idem. O sea, nada que ver con Conan, donde el trasfondo ideológico es más bien derechoso.
La epopeya de Warlord es bastante columbera, en el sentido de que avanza lento y rara vez hay episodios clave, en los cuales pasan cosas tan importantes que perdérselos significa no entender una goma de lo que viene después. El numero 6 es de esos, al igual que la saguita en la que Deimos le roba el bebé a Travis Morgan, lo convierte en adulto y fuerza un combate entre padre e hijo cuyo final es realmente fuerte y cambia por completo el rumbo de la serie. El resto, sigue una fórmula bastante básica, en la que Morgan y alguno de sus compañeros (Tara, Mariah, Machiste o Ashir) viajan por Skartaris y se enfrentan a un monstruo, un brujo maligno, un dinosaurio, ladrones, esclavistas, tribus de hombres-bestias o barrabravas de Almirante Brown. Todo se resuelve a espadazos o tiros y los viajeros siguen su camino, hasta el próximo enfrentamiento grosso contra Deimos que, pobre pibe, al ser el único villano pulenta de la serie, resucita demasiadas veces.
A diferencia del Showcase promedio, este se lee muy rápido. Se lo tenemos que agradecer al hecho de que a Grell le dejaban dibujar muchas páginas de cuatro cuadros o menos, muchas splash-pages e incluso una doble splash por número (las páginas 2 y 3). Eso hace que cada episodio de 17 páginas se haga ágil y llevadero. Aunque claro, hay que tomarse un rato para mirar el dibujo de Grell, que es la vedette de la revista.
En ningún lado nadie se hace cargo, pero la verdad, yo no creo ni a palos que un sólo tipo haya hecho guión, lápiz y tinta de los primeros 15 episodios de Warlord. Es demasiado laburo. Además, ves las portadas (donde se nota que hay una sóla mano, que es la de Grell) y el arte interno, y se perciben diferencias marcadas en el entintado, que adentro parece obra de los artistas de Continuity (el estudio que tenían Neal Adams y Dick Giordano). Pero igual la pulenta es el dibujo y la puesta en página, que es 100% Grell. Acá “Iron Mike” pela enfoques complicados a la Neal Adams e infinitos escorzos impactantes y elegantes a la vez que recuerdan a su otro ídolo, Burne Hogarth. Casi siempre sale bien parado, pero a veces fuerza todo tanto, que se manda unos mocos antológicos. Cuando Grell deja de entintar sus lápices, viene la peste: Vince Colletta, nuestro verdulero de cabecera, que arruina a Warlord un poco menos que a otras series que le tocó entintar. Se ve que acá le pedían que imitara el estilo de Giordano y casi siempre, Colletta cumple y zafa. Por supuesto hay viñetas tan brutalmente estropeadas que te dan ganas de ir a buscar su cadáver, trozarlo con la mismísima espada de Travis Morgan y tirarle los cachos de carne semi-podrida a las hienas, o a los fans de Naruto.
Típico producto de la Verdul Age (en la que los comics más legibles eran los que estaban por afuera del género superheroico), Warlord es un comic de acción y aventura con varios elementos interesantes, de los cuales el principal es un creador prendido fuego, que juega 100% de local en un mundo exótico en el que reina la fantasía, y que leído 35 años después de su creación, te puede entretener un buen rato sin faltarte el respeto, e incluso dejarte cebado como para comprar un segundo Showcase. No está mal.

miércoles, 27 de enero de 2010

27/ 01: THE AUTHORITY: KEV


Este TPB de 2005 reúne las dos miniseries de Kev realizadas por Garth Ennis y Glenn Fabry en 2002 y 2004, respectivamente.
La primera saguita tiene apenas 44 páginas y es un chiste largo. Ennis odia a los superhéroes con toda su podrida alma y, cada tanto, necesita escribir esas historietas-catarsis en las que algún tipo común, munido de huevos, chumbos y mala leche, caga a tiros a esos degenerados de mierda con trajecitos ajustados y aires de superioridad. El primer tramo es apenas eso: presentarnos a un personaje por el que nadie da dos mangos, pero que se anima a enfrentar a los seres más poderosos del planeta y les gana. Los miembros de The Authority no cortan ni pinchan en la historia, aunque Hawksmoor tiene un momento brillante.
Como esto anduvo bien, vino la secuela, ahora más extensa y con un trabajo mucho más cuidado y elaborado en los personajes secundarios, apenas esbozados en el primer arco. Entre ellos se encuentran (sin destacarse) Apollo y Midnighter, pero no son esenciales a efectos del guión. Están ahí para sumar lectores y para que Kev y sus amigos hagan chistes de putos.
Ahí está la clave de este proyecto: los chistes. Estamos ante historietas escritas 100% en joda, repletas de guarangadas, bizarreadas, atrocidades desopilantes, mala leche e incorrección política en cantidades industriales. El único problema es que, si sos fan de Ennis y lo venís siguiendo hace un tiempo, ya no te sorprende ni por error. Okey, nunca lo viste joder con The Authority, pero no por eso los chistes son mucho mejores. Los leimos en Dicks, en Hitman, o en The Adventures in the Rifle Brigade. O en The Pro, o en Punisher, o en Preacher. Pero, salvo alguno que otro, son los mismos chistes, la misma onda, los mismos muchachones borrachos, fascistas y pendencieros haciendo kilombo en los mismos pubs, diciendo las mismas animaladas. Más humor negro, más chistes de caca, más chistes de travas… Más de lo mismo para el lector con bastante Ennis bajo el brazo, aunque si sos virgen del irlandés, te podés llegar a cagar de risa mal.
La mejor parte es el final, las últimas nueve páginas en las que Ennis se plantea lo fácil, lo idiota y lo hueco que es vivir siempre cumpliendo órdenes de alguien, sin nunca cuestionarse un carajo. Es una bajada de línea punzante y certera, que no sabemos si servirá para convertir a Kev en un personaje menos repulsivo, pero seguro sirve para que el lector se quede pensando un toque acerca de la faceta más jodida, o incluso más patética, de la sarta de payasadas que acaba de presenciar.
Glenn Fabry, siempre mucho más reconocido por su labor como portadista que por sus escasos trabajos como historietista, acá se la re-banca. No esperes que cada viñeta tenga la calidad de sus ilustraciones, porque sería ridículo. Pero el tipo cumple muy dignamente con la dura tarea de dibujar (en su estilo mezcla entre Steve Dillon y Chris Weston) todas esas páginas, con pocas escenas de acción y mucho diálogo, poca epopeya intergaláctica y mucha ambientación urbana. No todo le sale perfecto (ese tigre, pobrecito, no tiene perdón de Dios) pero la rema con mucho decoro, sobre todo en las escenas de tiros (sí, hay muchos tiros… es un comic de Garth Ennis, ¿cómo no va a haber muchos tiros?).
Y bueno, si te gusta ver cómo Ennis les falta el respeto a los superhéroes, cómo los pinta como una manga de idiotas, fachos o depravados, el paso siguiente a Kev es, obviamente, The Boys. Ahí vas a ver más violencia, más tiros, más mala leche, más enmascarados que se traicionan, se sodomizan y se limpian el orto con la verdad, la justicia y el modo de vida americano. Y si ya tuviste suficiente de eso, pasate a las historietas bélicas de Ennis, que ahí sí, hay papa mucho más fina y menos reiterativa.

martes, 26 de enero de 2010

26/ 01: EL TERCER TESTAMENTO


Como tantos, descubrí esta obra cuando Deux publicó el primer tomo, allá por… ¿2007? Como tantos, me cebé mal con el argumento que proponía Xavier Dorison y me pareció dignísimo el dibujo de Alex Alice. Como tantos, esperé pacientemente la aparición de los tomos posteriores que –fieles a la esencia de Deux- jamás salieron. Como pocos, tuve el ojete de que un amigo que viajó hace poco a España viera el tomo integral a buen precio y me lo trajera de regalo. O sea que pude leer completo El Tercer Testamento, en el formato que se impone para las obras de varios tomos: el integral. Un masacote de casi 270 páginas, tapa dura y un tamaño bastante más chico que el del típico álbum europeo, muy parecido al de la Comiqueando. Como todo buen comic francés, El Tercer Testamento está lleno de páginas de 11 ó 12 cuadros y –para mi sorpresa- en este formato chico el dibujo no pierde ni belleza ni impacto ni detalles. Lo único criticable es que algunos textos se reproducen con letra tan chiquita que cuesta un huevo leerlos.
Con el correr de los tomos (en total fueron cuatro, el último bastante más extenso que los primeros), la saga crece en grandilocuencia. Peripecia tras peripecia, nos va cayendo la ficha: lo que está en juego acá es DEMASIADO grosso. No es un chimento onda Intrusos pero con el Papa y un monaguillo rubiecito y bien dotado. Acá se viene un kilombo de proporciones bíblicas y Conrad de Marbourg y Elisabeth de Elsenor se van a tener que jugar la vida mil veces contra enemigos recontra-power para llegar enteros hasta el final.
Cuando una obra se plantea como extensa, ambiciosa y con pocos personajes protagónicos, uno espera que el guionista explique en detalle por qué cada uno de esos tipos aparentemente normales se mete en semejante tole-tole, qué los motiva, qué les da la fuerza para sobrevivir a tantos peligros. Dorison cumple sobradamente esta exigencia. Para el último tomo, uno entendió perfectamente quiénes son esos personajes, qué hacen ahí, cómo y por qué se la bancan hasta el final. Un final que –lógica consecuencia de la grandilocuencia del planteo- resulta un poquito anticlimático, pero sumamente coherente.
El dibujo de Alice también mejora sensiblemente con el correr de los tomos. De a poquito deja de ser un amalgam apenas digno entre Grzegorz Rosinski y Enrico Marini y empieza a pelar una impronta más personal, si bien siempre enrolada en el dibujo clásico de aventura histórica franco-belga. Su manejo del color es fastuoso desde la primera viñeta hasta la última y le suma muchísimo a la historia.
Sin ser una obra maestra, sin proponerse marcar un antes y después, El Tercer Testamento es una epopeya trepidante y atrapante, que no da respiro, que invita a pensar, que nos cuenta muchísimo sobre la vida, la política y la religión en la Europa del Siglo XIV, con personajes a los que vemos desarrollarse en 250 páginas mucho más que lo que otros se desarrollan en 50 años, con un dibujante cumplidor y un guionista inspirado y en ascenso (no se pierdan Los Centinelas, la serie que escribe Dorison y dibuja Enrique Breccia). Los argentinos nos merecíamos poder leer El Tercer Testamento completo pero, una vez más, apareció ese obstáculo apodado Muñones, una lacra impresentable, un ser nocivo para este medio que si tuviese una sóla molécula de dignidad en su alma delarruista, ya se habría dedicado a alguna otra actividad para la que esté mínimamente capacitado, como por ejemplo, vender La Solidaria en el subte. Amén.

lunes, 25 de enero de 2010

25/ 01: FABLES Vol.12


Volvemos a Vertigo, cómo no… Y otra vez –como con B.P.R.D.- nos espera un tomo de transición entre sagas grossas. La guerra contra el Adversario se terminó, ganaron los buenos, pero ahora hay que adaptarse a un nuevo status quo.
Para el Adversario, la vida entre las fábulas no va a ser fácil. No son pocos los que tienen facturas para pasarle al ex-déspota y aunque se lo haya amnistiado, los escraches y las represalias van a seguir… “a donde vayan los iremos a buscar”, dice el cantito… Pero el verdadero kilombo se cocina en los mundos que controlaba el Imperio. Parte del trabajo del Adversario y sus huestes consistía en tener bien encanutados varios cofres en los que habían aprisionado a seres arcanos de inmenso poder. Uno de ellos, Mister Dark, es accidentalmente liberado por Fafhrd y el Ratonero Gris (okey, no aparecen con esos nombres, pero queda claro que son los personajes de Fritz Lang) y así arrancan las Dark Ages.
Pero lo mejor que tiene este arco es que, mientras los personajes tratan de lidiar con el status quo post-guerra, los sacudones no dan respiro. Y además de la muerte (triste, pero con la dignidad y la chapa de los grandes) de uno de los personajes que más protagonismo tuvo en las sagas anteriores, también vemos cómo se destruye Fabletown (la cuadra dentro de Manhattan donde vivían las fábulas) y cómo de un minuto a otro, se arma el masivo éxodo a la Granja, donde se resolverán varios plots y se abrirán otros.
Está bueno recordar que este tomo recopila los números 76 al 82 de Fables. O sea que, a diferencia de otros libros de Vertigo que hemos reseñado, acá estamos frente a una serie completamente asentada, donde el guionista Bill Willingham lleva muchos años al frente de una historia compleja, coral, cada vez más ambiciosa, pero a la que controla con muchísima solvencia. Uno ya conoce a los personajes, ya sabe cómo funciona la química entre los protagonistas, ya recorrió muchos de estos mundos a los que van y vienen, y sin embargo Willingham siempre se las rebusca para sorprendernos, para pegar esa vueltita de tuerca totalmente imprevista, pero a la vez totalmente lógica.
Pasan los años, y el dibujante titular de Fables sigue siendo el siempre efectivo Mark Buckingham, dueño de una narrativa sólida, sin fisuras y un dibujo que nos recuerda, según los momentos, a Steve Rude, a Chris Bachalo y cuando aparecen calaveras y esqueletos, a Mike Mignola. Buckingham salta de la Manhattan del Siglo XXI a las tierras fantásticas con admirable naturalidad y se mata en los fondos, los trajes, los animales, no hay un detalle descuidado. En los números que no dibuja Buckingham, tenemos a un dibujante correcto como Peter Gross, a un verdulero como David Hahn y a un genio indiscutible como Mike Allred. Y por supuesto, esas portadas de James Jean que hacen que nos tengamos que cambiar la ropa interior varias veces por TPB.
El éxito de Fables generó una segunda serie mensual, una novela gráfica y dos miniseries, con lo cual no somos pocos los que tememos que este maravilloso concepto termine por convertirse en el X-Men de Vertigo, la vaca de la prosperidad infinita a la que le van a ordeñar hasta la última gota de leche, y cuando no quede más leche, nos van a dar la sangre, la saliva, el pis y hasta la bosta… pero licuadita y con azúcar, para que sea menos inmunda. Con este arco, Willingham demostró que todavía hay leche (y de la buena) y justificó ampliamente la decisión de no terminar la serie con la derrota del Adversario (sigo sin llamarlo por su nombre, para que no me odien los que todavía no empezaron a leer Fables). En poquísimas páginas, The Dark Ages define una nueva amenaza grossa y abre un montón de puntas que parecen encaminarse hacia el lado correcto, sin traicionar en lo más mínimo todo lo grosso que vimos hasta ahora. Sigan así, y acá tienen comprador para los próximos 11 TPBs.

domingo, 24 de enero de 2010

24/ 01: RAGNAROK Vol.1


“Ya llevamos una bocha de días sin que pasa nada interesante” es una frase notable. No sólo por el uso del informalismo porteño “bocha” dentro de un comic coreano cuyos protagonistas son héroes basados (muy ligeramente) en la mitología nórdica, sino porque además está mal redactada. Debería decir “sin que PASE nada interesante”. Pero, fiel a su lamentable costumbre, Deux Manga no consigna en ningún rincón de sus tomos el nombre del traductor capaz de escribir semejante cosa (u otras tan dignas de mención como “mierda… una valkiria acompañada de seis gigantes… ahora sí que estoy en el horno”).
Mal escrito y todo, el diálogo es funcional a la onda de este manhwa: acá todo es cool, todo tiene una onda juvenil, canchera y –como todo lo cool, juvenil y canchero- superficial. Se supone que nadie que lea esto se va a poner a analizar los diálogos… ni el guión, ni el dibujo, ni nada. Esto está pensado para vender fortunas, simplemente porque es la historieta que dio origen a un videogame inmensamente popular, de gran raigambre entre los fans del manga y el animé. Es loco, pero ya son tantos los productos pensados para ser consumidos en forma compulsiva y acrítica por ese mismo público (sin salir de la órbita de Muñones, se me ocurre el infausto Animate) que uno empieza a sospechar que hay estudios de mercado que afirman que se trata de una gigantesca masa de subnormales invertebrados, dispuestos a consumir masivamente cualquier porquería. O es eso, o hay una poderosa conspiración para subestimar a este público ofreciéndole bosta de modo sistemático.
Lo cierto es que Ragnarok, de Myung-Yin Lee, tiene todas las falencias que veíamos observando en los otros manhwas editados en Argentina, e incluso suma un par nuevas. La principal falla, compartida con las obras publicadas anteriormente en el país, es que estos autores no entienden el concepto de narrativa. Creen que la historieta se hace con dibujos y textos, pero todavía no dedujeron que si el dibujo no se pone AL SERVICIO del relato, no sirve. No saben establecer las escenas, no tienen criterio para elegir los enfoques, la continuidad entre viñetas es virtualmente nula, alternan entre fondos 100% dibujados, fotos mínimamente retocadas y fotos sin retocar, llenan las viñetas de rayitas que confunden… y ni siquiera es que hay que leerlos en sentido oriental! Te hacen fácil el sentido de lectura, pero te complican tanto la comprensión gráfica de lo que está pasando, que igual no se entiende una chota. Y la falla que suma el amigo Myung-Yin Lee es que no se decide, le cuesta elegir a qué dibujante japonés se quiere parecer. Entonces cambia muchas veces. Pasa de chorear milimétricamente a CLAMP, a mirar con cariño a Takeshi Konomi, Oh Great!, o Yuzo Takada, de un cuadrito al otro y sin el menor reparo.
El guión es la típica partida de rol entre oligofrénicos: cinco personajes, en cuatro historias paralelas una más intrascendente que la otra, que obviamente van a confluir para enfrentarse todos juntos a la mega-amenaza que –uno supone, por haber leído mitología nórdica (y comics de Thor)- será el ragnarok al que alude el título. Lo único ingenioso del planteo de Myung-Yin Lee es que las valkirias acá son malas. El resto, el típico chamuyo de espadas mágicas, conjuros y monstruos pulentosos a los que baja una minita de 14 años más boluda que Karina Jelinek.
Como en casi todos los mangas de Deux, las tramas mecánicas aparecen brutalmente pixeladas, en forma de un tapiz agresivo y desprolijo. Miralas durante 10 minutos seguidos y vas a sentir un dolor de cabeza como si estuvieras por dar a luz a un bebé de tres kilos seiscientos, por la oreja.
Este manhwa es basura, así, sin medias tintas. Un choreo hecho y derecho, carente de todo atractivo para cualquiera que haya pasado por la escuela primaria. Si alguna vez Muñones publica los tomos posteriores, hacete el favor de no leerlos. Corrés serios riesgos de que te salga un tumor fecal en el cerebro tan jodidamente desgarrador que vas a terminar inyectándote thinner en lo blanco del ojo mientras te clavás un taladro en la uretra y pensás seriamente en afiliarte al PRO. Estemos prevenidos.

sábado, 23 de enero de 2010

23/ 01: TOM STRONG: THE DELUXE EDITION Vol.1


Después de muchos años, me reencontré con Tom Strong, para festejar que sus primeros 12 números se reeditaron en un lujoso hardcover. En su momento había dejado de comprar la revista en el n°13, cuando me comí ese garrón del conejo con superpoderes y el brujo que era un clon berreta de Shazam. La serie siguió hasta el n°36, pero ya la escribía el Moore Sin Chapa, que no es ni Alan, ni Roger, ni Michael… creo que es Steve Moore, pero no estoy muy seguro.
Dentro de la insuperable línea ABC, Tom Strong era el título segundón. Sin ser choto, pero sin hacerle ni remotamente el aguante a los otros cuatro (Top Ten,Tomorrow Stories, Promethea y The League…), donde Alan Moofa daba cátedra como pocas veces un guionista dio cátedra. En Tom Strong, el Mago de Northampton mostraba que, incluso de taquito y sin calentarse demasiado, pelaba historias muy superiores al comic promedio de los ´90. Pero sin arremangarse ni arriesgar. El origen de Tom Strong se parece al del Phantom. El científico super-inteligente que además se caga a trompadas con los malos nos recuerda a Batman. La dinámica familiar entre los protagonistas es casi idéntica a la de los Fantastic Four. Las amenazas grandilocuentes a las que combaten parecen sacadas de la JLA de Morrison. Lo del personaje que nació con el Siglo (XX) pero no envejece ya lo había hecho Warren Ellis en StormWatch. Y el principal villano es un clon obvio de Lex Luthor. O sea, la novedad está en cómo el Mago combina los elementos, no en los elementos en sí. Ni siquiera arriesga al elegir dibujante, ya que convoca a Chris Sprouse, con quien se conocía de memoria de la época en la que trabajaban juntos en Supreme.
Y aún así, la serie tiene grandes momentos. Los n°s 2 y 3 son brillantes. El 7, donde termina la saga que arranca en el 4, es otra joya, potente y emotiva. Y el arco de Terra Obscura (n°s 11 y 12) es un magnífico homenaje a la Silver Age de DC, pero también se entiende si uno jamás leyó una Justice League coordinada por Julius Schwartz. Acá Sprouse dibuja mejor que en Supreme, pero no logra deshacerse de esa especie de frialdad que es casi su marca de estilo. Los personajes de Sprouse son pechofrío y les cuesta un perú expresar y transmitir emociones. Pero está todo tan bien dibujado que no importa.
Tom Strong casi se va a la B con los n°s 8 al 10. Cada uno trae tres historias cortas, dos dibujadas por Sprouse y una por un dibujante invitado, algunas protagonizadas por Tom y otras por su esposa o su hija. Ninguna es una falta de respeto (por ahí la de Gary Gianni, que no la leí porque el dibujo de Gianni me resulta insoportable) pero ninguna zafa del piloto automático. En Tomorrow Stories, el Mago hacía gala de su infinito talento para las historias de ocho páginas con dibujantes rotativos y en todos los números pelaba por lo menos un unitario que te dejaba con el culo mirando al sudeste, la garganta exhausta de gritar “Qué grosso este hijo de puta!”, o la revista empapada en lágrimas de la emoción. Acá no, ni por casualidad. Hay alguna boludez ingeniosa, pero no pasa de ahí, de la boludez ingeniosa.
Para resumir, Tom Strong es un concepto interesante y bien construído, que da pie a una serie con buenos momentos, con un dibujante que deja la vida en cada página, varios dibujantes invitados de buen desempeño (Arthur Adams, Jerry Ordway, Gary Frank) y un guionista tan por encima de la media, que sin despeinarse un pelo de la barba (dentro de la cual a esta altura ya debe vivir gente) cumple sobradamente con los requisitos del buen comic de entretenimiento. Aventuras, ciencia-ficción, superhéroes y hasta algo de humor. Moore y Sprouse aprobaron todas las materias, pero sin arrimar al 10 que tantas veces adornara el boletín del Más Grande.

viernes, 22 de enero de 2010

22/ 01: EDEN


Bueno, me tocó una difícil. Pablo Holmberg, más conocido como Kioskerman, es un autor francamente raro. Tanto que no faltará quien lo reivindique como el genio vanguardista que resignificó el formato de la comic strip para el Siglo XXI, ni el que lo descalifique al grito de “verdulero de mierda, aprendé a dibujar”.
Edén, la historieta que Kioskerman publicó de a una tira por semana en su blog durante años, es también muy rara. Para empezar, toma el formato de las tiras, habitualmente asociado al humor, para hacer algo que de cómico tiene poco y nada. Edén tiene algún momento humorístico, pero básicamente habla de los sentimientos: el amor, la soledad, la nostalgia, los afectos, los pequeños placeres, la fascinación, la introspección… nada que ver con nada de lo que hayas visto en las tiras de ningún diario de ningún país. Además usa una grilla fija de cuatro viñetas, a contramano de los autores que renovaron la daily strip en los últimos años (básicamente, Patrick McDonnell, Rep y Liniers).
Hay algunos personajes recurrentes, pero aparecen de modo espaciado y ni siquiera tienen nombres, son más bien íconos. Como bien señala Pablo De Santis en la contratapa, las historietas de Kioskerman dan la sensación de estar leyendo pequeños poemas, o haikus. Cachitos de historia invadidos por un alud de sentimientos que –leídas todas juntas- pueden resultar un tanto empalagosas, pero que te dejan con la inconfundible sensación de haber leído algo distinto.
Con su poesía naif, a veces cursi, a veces repleta de elementos fantásticos, a veces absurda, Kioskerman pareciera apelar a un lector que habitualmente no lee historietas, lo cual en sí no está ni bien ni mal, es apenas una elección. Pero el tipo igual hace gala de una enorme solvencia en el manejo de todos los mecanismos narrativos típicos del comic tradicional. En cuatro viñetas iguales muchas veces no es fácil manipular el tempo narrativo, pero a Kioskerman eso le sale de taquito, casi sin esfuerzo, casi como a Charles Schulz. Otro recurso que maneja a la perfección es el de los silencios como indicadores del paso del tiempo y generadores de cllimas. Las mejores tiras de Edén tienen hasta tres viñetas mudas y no son necesariamente las tres primeras.
El dibujo también es raro. En sus mejores momentos nos recuerda a Otto Slogow (creador de The Little King, una tira 100% muda y con un manejo increíble de los tiempos del relato) y en sus peores momentos, a Joann Sfar cuando dibuja sin ganas. También hay algo de la Lili Carré de sus primeros trabajos, antes de que se cebara mal con Richard Sala. Pero el dibujo de Edén, si bien es limitado, no se ve precario. Está claro que en cada viñeta está todo lo que Kioskerman se propuso poner, aunque representado de modo poco común. El uso del color es sutil, sencillo y preciso.
Estamos asistiendo a nuevos tiempos. Tiras que se hacen populares no en los diarios sino en los blogs. Tiras que no se proponen ser cómicas ni épicas. Un autor que se toma todo el tiempo del mundo para construir –precisamente- un mundo y mostrárselo al lector. Poesías dibujadas que transmiten calidez, buena onda, y de vez en cuando invitan a reflexionar. Andá a saber si –en una de esas- Kioskerman no es el genio vanguardista y Edén la punta de lanza de una reformulación profunda del formato comic strip…

jueves, 21 de enero de 2010

21/ 01: BATMAN/ HUNTRESS: CRY FOR BLOOD


Pobre Huntress, tiene más kilombos que Medio Oriente… Se está recuperando de los balazos que se comió en No Man´s Land, Batman no la puede ver ni en figuritas y encima alguien que evidentemente conoce todos sus secretos boletea a sangre fría a al primo de Huntress y a la periodista que investiga la conexión entre el difunto y las familias mafiosas de Gotham. Adivinen a quién culpan del crimen… A la pobre Helena Bertinelli (Huntress, claro), que ahora en vez de cazadora es presa, de la cana y de toda la Bati-Familia, que la buscan para arrestarla por homicidio.
¿Quién viene a darle una mano? Nada menos que Vic Sage, el glorioso Question, que le da a Helena la chance de zafar y empezar de nuevo, ahora bajo la guía del sensei Richard Dragon. Huntress se recupera, se prepara para limpiar su nombre y sobre el final, un nuevo e impredecible sacudón la pone una vez más a bailar sobre el delgado piolín que separa a la justicia de la venganza.
El título de la saga es totalmente mentiroso: Debería ser Huntress/ Question, ya que Vic es claro co-protagonista y Batman apenas cumple un rol secundario, más como obstáculo que como héroe. Pero lo de la sangre está perfecto, da en el blanco. No sólo porque es un comic bastante sangriento para lo que es el mainstream de DC, sino porque tiene mucho que ver con los lazos sanguíneos, con la familia y la identidad.
El guionista es el imparable Greg Rucka, que por este entonces (2000) estaba haciendo sus primeras incursiones por el Universo Gotham. Rucka es especialista en policiales y mafias, y además escribió todas las historias de Huntress durante No Man´s Land e incluso el unitario (publicado en Batman Chronicles y dibujado para el orto) en el que Helena y Question se encuentran por primera vez, el punto de partida de esa onda tan grossa que llegó incluso a la serie animada de la JLU. Rucka aprovecha la ocasión para recontar el origen de Huntress y darle nuevas capas de complejidad y dramatismo a un personaje que originalmente tenía gusto a poco. Su manejo de protagonistas y secundarios es realmente ejemplar y 100% respetuoso de lo que estaban haciendo con esos mismos personajes otros 136.000 guionistas, lo cual sólo es posible si uno es muy capo, o si labura codo a codo con un coordinador de lujo como era Denny O´Neil (que además algo juna del tema Question).
El dibujo corrió por cuenta de Rick Burchett, un dibujante más que correcto, pero cuyos mejores trabajo son, o bien 10 años anteriores a este (la efímera serie de Blackhawk del´89-90), o bien en el estilo “animated” (en la gloriosa Batman Adventures y sus sucedáneas). Acá se lo ve pilotear con bastante cancha la onda excesivamente grim´n gritty del guión, pero está claro que se siente más cómodo en otro registro. Sospecho que cayó a este proyecto por haber sido el dibujante de la última historieta de Question que escribió Denny O´Neil, allá por 1993, pero andá a saber. Lo cierto es que acá cumple dignamente.
¿Qué tengo para criticarle a esta saga? Que Rucka se proponga explicarnos 100 años de historia de las mafias de Gotham, y que casi nos dibuje el mapita con los territorios de cada una. ¿Para qué, si todos los meses inventan dos familias mafiosas nuevas? En el “mapa” de Rucka ni siquiera están las familias de Carmine Falcone (el Romano, el de Year One, el papá de… no, no se los puedo batir así, en frío) ni la de Tony Zucco (el de Year Three), ni ninguna otra que haya tenido un mínimo de chapa a lo largo de los millones de comics ambientados en Gotham de 1939 para acá. Las mafias de Gotham son como los planetas en los comics que transcurren en el espacio: cada guionista inventa los propios según le convenga y casi nadie se toma el laburo de leer otros comics, para ver si puede meter en su historia un planeta o una familia mafiosa creada previamente por otros autores. Así es como tenemos millones de mafias y mundos que aparecieron en una sóla saga y fueron rápidamente olvidados, más allá de que tuvieran mucho, poco, o ningún potencial.
Pero bueno, si extrañás al Question posta (todo bien con Montoya, pero le faltan un par de hectolitros de sopa) o si querés ver cómo Huntress pela chapa ante la adversidad, esta saguita seguramente te va a resultar más que interesante. Siamo tutti pazzi!

miércoles, 20 de enero de 2010

20/ 01: RELATOS DE UN CARBONERO


El carbón bincho se caracteriza por su gran potencia calorífica, no produce llamas y genera poca ceniza. Se fabrica básicamente de modo artesanal, en pequeñas carboneras situadas en los montes de la Prefectura de Wakayama, donde crece un roble especialmente idóneo para la fabricación del carbón, llamado ubame. Durante la segunda mitad del Siglo XX, su uso y su producción disminuyeron considerablemente, pero aún hoy subsisten unos cuantos carboneros que producen carbón bincho a partir de los robles ubame.
Todo esto (y mucho más) no lo aprendí mirando un documental del Discovery Channel (los que me conocen saben que prácticamente no miro tele), sino leyendo Relatos de un Carbonero, un manga de Shigeyasu Takeno que adapta el libro homónimo de Toshikatsu Ue. Relatos… es un manga raro, en ese sentido: en el que parece más un documental que una historia con principio, desarrollo y fin. A lo largo de sus casi 250 páginas, nos describe minuciosamente todo el proceso de fabricación del carbón, desde la obtención de la madera, a la construcción de la carbonera y el traslado de las balas de carbón a las plazas donde se comercializa. También hace hincapié en la durísima y sacrificada vida del carbonero, que soporta un ritmo de trabajo bestial, y encima virtualmente aislado del mundo, en un monte boscoso, mínimamente resguardado de las temperaturas extremas, las tormentas y los animales salvajes. Pero –repito- esto no está narrado, sino descripto, en largas secuencias donde el dibujo acompaña a modo de ilustración lo que nos explican los textos.
Y sí, hay un personaje principal (el carbonero del título), que es el mismísimo Toshikatsu Ue, y sí, vive algunas peripecias en el monte, del tipo “Vi una cabra y me pareció que ella también me miraba”, o “Fuimos a cazar jabalíes y apenas cazamos un cachorrito”, o “Crucé todo el bosque de noche para avisarle a mi padre que mi tío había muerto, pero mi padre ya lo sabía”. O sea, la típica intrascendencia del comic autobiográfico, pero en una ambientación más exótica y –por ende- mucho más interesante. De todos modos, Toshikatsu tarda en convertirse en un personaje querible o carismático. Uno lo acompaña más que nada porque nos fascina lo que nos cuenta, no su personalidad. Pobre pibe, está primero en la lista del INCUCAI para recibir un transplante de onda…
Esto de la descripción cuasi documental y la anti-aventura, sumado al tema de la contemplación eglógica de la fauna y la flora, y la relación del hombre con maravillosos pero inhóspitos parajes, nos recuerda enseguida a Jiro Taniguchi y sus mangas de alpinistas. El tempo narrativo de Relatos… va muy para ese lado, aunque –obvio- Takeno no dibuja tan bien como Taniguchi. Pero haber leído mucho a este último fue lo que me dio la gimnasia, el training para engancharme con Relatos…
Como ya dije varias veces, el trabajo de Takeno consiste más en ilustrar que en narrar, pero hay algunas secuencias de acción (la cacería del jabato, por ejemplo) donde sale más que airoso. Como Taniguchi, se esfuerza de modo casi desmesurado por reflejar hasta el más mínimo detalle de la majestuosa fauna y flora que rodean al carbonero, con un realismo fotográfico de gran belleza plástica. Un realismo que sólo se rompe cuando Toshikatsu nos enumera a las criaturas fantásticas que –según las leyendas- habitan los montes boscosos. Ahí Takeno deja de ser el Taniguchi del Nacional B para parecerse a su ídolo, el grandioso e incomparable Yoshiharu Tsuge, el mejor dibujante de criaturas fantásticas de la historia del manga.
Como las grandes historietas que Takeno leía en la revista Garo (meca sacrosanta del gekiga y el manga vanguardista en general), Relatos de un Carbonero es un manga atípico, hecho de climas, de matices, de silencios y de saberes. Takeno realizó esta, su ópera prima, a los cincuentaipico de años, o sea que es lógico que la misma no se parezca en lo más mínimo a los mangas de machaca para adolescentes que venden fortunas. Lo cual hace más valioso el hecho de que se haya publicado, no sólo en Japón, sino también en España, donde todavía hay lectores que se resisten a consumir sólo los Greatest Hits o el Más de lo Mismo.

martes, 19 de enero de 2010

19/ 01: MADAME XANADU Vol.1


Volvemos a la que ya es la especialidad de la casa: los Tomos 1 de alguna serie de Vertigo. Esta vez, es un comic de Vertigo casi por accidente. Como supongo saben, las (relativamente pocas) apariciones de Madame Xanadu tienen lugar en el Universo DC y están firmemente entroncadas en la “continuidad” de los héroes místicos de la editorial de Superman y Batman. Bueno, acá también. Sin ser tan obvios como en –por ejemplo- la primera Books of Magic (la de Neil Gaiman), los autores de esta serie nos ponen muy en claro que esto TAMBIEN es el Universo DC. El Merlín que se encama con nuestra protagonista es el mismo que condena a Jason Blood a ser el eterno receptáculo de Etrigan, la lámpara verde y mágica que Marco Polo se lleva de Mongolia es la que siglos más tarde tomará la forma de un farol verde que le cambiará la vida a Alan Scott, y así. También nos enteramos, ya que estamos, qué relación tenía Madame Xanadu con Zatara (el papá de Zatanna) y cuál fue su rol en la espectral resurrección de Jim Corrigan. Y como si faltara algo, el co-protagonista, el personaje que acompaña a Nimue (que así se llama Xanadu) a lo largo de los siglos, y con el que ella entabla una relación de amor-odio (y a veces también competencia) no es otro que el Phantom Stranger. O sea que si lo querés leer como un comic “de universo”, que arma, pasa en limpio o repasa los orígenes de los personajes místicos de DC, se puede, porque las referencias geek están ahí y aciertan siempre en el blanco.
Pero si jamás leíste un comic de DC (ni te interesa), Madame Xanadu se entiende perfectamente y se sostiene por sí sola como cualquier otra serie del Vertigo actual. La clave está en el enorme potencial que el personaje evidentemente tenía, pero que recién ahora un autor se decide a explorar. En este primer tomo el potencial explota de la mano de un origen apasionante, y del viejo y querido truco (llevado a la perfección por el ya mencionado Gaiman) de darle al personaje aventuras ambientadas en distintas épocas de la historia universal. Con el correr de los episodios y los siglos, vemos a Nimue convertirse en la grossa que es hoy, y acumular experiencia, poderes, amigos y enemigos, y hasta rosquear con Death de los Endless para no morirse nunca.
Realmente no sé si los arcos posteriores retoman donde termina este (fines de los años ´30), o si saltan al presente. A mí me gustaría que se quedara en los años ´30, porque el guionista (dato que me venía guardando, miren qué piola soy ;) no es otro que Matt Wagner, quien la descosiera con otra serie de Vertigo ambientada en los ´30, la memorable Sandman Mystery Theatre. Es obvio que Wagner conoce esa época a la perfección y que además se ceba con el hecho de que es en esos años cuando empiezan a brotar como hongos los justicieros enmascarados que con tanta onda logró integrar a la saga de Nimue.
Pero el truquito del personaje longevo con miles de historias a lo largo de los siglos naufraga rápido si no tenés un dibujante que sepa recrear los ambientes de cada período. Acá, Wagner volvió a recitar su viejo conjuro, el que le permite hacer aparecer a dibujantes geniales de los que nunca nadie oyó hablar, y sacó de la galera a Amy Reeder Hadley. Hadley es una chica joven (menos de 30) con un talento descomunal para dibujar los más variados decorados y vestuarios, con un gran manejo de la acción y de las expresiones faciales y una cierta influencia del manga que le da un aire fresco, y la diferencia muchísimo de la gran masa de los comics de Vertigo, donde la onda es hacerse los oscuritos, en lo posible choreando a Risso.
Y bueno, así es como con un guionista consagrado, una dibujante surgida de las inferiores con pasta de crack y un concepto bastante raro para una serie de Vertigo, un personaje siempre tercerón ascendió a Primera y empezó a levantar nominaciones a los principales premios y tsunamis de críticas favorables. Madame Xanadu es la especialista en “leer” el futuro, pero yo igual me juego a pronosticarle a esta serie una larga vida y muchas sagas más al nivel de esta extensa y cautivante Disenchanted.

lunes, 18 de enero de 2010

18/ 01: METAL MEN


Esta es una de las buenas historias que se desprenden de 52, la ambiciosa saga semanal de DC de hace algunos años. Ahí vimos a Will Magnus pelar mucha chapa, en secuencias escritas por el incomparable Grant Morrison. Como siempre, con las ideas que Morrison descarta, o apenas llega a esbozar, cualquier otro guionista se hace un festín y puede currar años con historias más que decentes. Este es el caso de Duncan Rouleau (se pronuncia Ruló), que acá debuta como autor integral.
Rouleau llevaba varios años ninguneado o incluso resistido como dibujante tercerón del mainstream, hasta que se sacó el Quini 6, el Loto y el TeleKino juntos cuando creó a Ben 10., junto a Joe Kely y sus compañeros del estudio Man of Action. Con Ben 10 Rouleau se hizo millonario –literalmente- de la noche a la mañana y desde entonces no volvió a trabajar en comics, excepto por esta saga de los Metal Men.
La historia gira en torno a Will Magnus y a una especie de secta ancestral, cuyo saber arcano es convertido –casi por accidente- en el avance tecnológico que le permite a Magnus crear el responsómetro, el chiche que le da a los robots marca Magnus vida, razón y la capacidad de elegir y distinguir entre lo bueno y lo malo. Obviamente estos muchachos de milenario e inmenso poder van a querer recuperar lo que es suyo, y otros además intentarán avechuchearle los descubrimientos a Magnus y usar estos nuevos robots con otros fines. Así, Magnus y sus creaciones deberán enfrentar decenas de amenazas, trampas, viajes y paradojas temporales, transformaciones, traiciones y peligros varios, sin perder nunca un cierto sentido del humor, y sin dejar que el lector pierda nunca el sentido de la fascinación.
Impacto tras impacto, combate tras combate, el guión se las ingenia para mantenernos con los ojos muy abiertos de punta a punta, siempre al filo del asiento. El ritmo no decae, los saltos temporales no confunden, la incesante rotación de enemigos no aburre y el hecho de que cada Metal Men tenga su propia personalidad, le agrega mucho jugo a la ya inmensa chapa de Magnus. Su amigovia Helen es otro hallazgo por parte de Rouleau, al igual que la forma en que encara al Profesor T.O. Morrow, villano viejo y baqueteado si los hay.
Mi único punto de disenso con Rouleau, es que el autor se propone explicar todo. Tradicionalmente, el responsómetro (al igual que el Rayo Zeta de Adam Strange o el absorbascom de Hawkman) eran chiches bizarros del Universo DC que no tenían –ni requerían- mayor explicación. En esta saga, Rouleau nos da las bases científicas no sólo del aparatito, sino de cada función, fusión, reacción, aleación, transformación y destrucción de cada uno de los más de 20 personajes con nombre sacados de la Tabla Periódica de Elementos. Así, el lector se ve bombardeado con transmogrificaciones, aceleración de partículas, oxidaciones, corrientes nucleicas y presión de degeneración de electrones, todos términos que a los que nos llevábamos Química a Marzo nos producen flashbacks traumáticos, de esos que nos dejan atrincherados debajo de la cama, aferrados a un fusil y dispuestos a dispararle a cualquier cosa que se mueva al grito de “Vietnamitas de mierda, no me atraparán con vida!”.
El dibujo de Rouleau es excelente, no hay palabras para describirlo. Es dinámico, vibrante, con onda, con la dosis justa de cartoonismo para que no desentonen los chistes, con unas tramas mecánicas alucinantes, un diseño de armas, naves y decorados soberbio y la grandilocuencia justa para lograr que cada splash page sea memorable. Lo complementan dos coloristas a los que jamás había oído nombrar, pero que aportan muchísimo: Moose Baumann y Pete Pantazis.
Finalmente, como en los últimos tiempos DC parece ser la sigla de Desastrosa Continuidad, siempre hay que hacer alguna aclaración en ese sentido. En este caso, señalar que todo lo que le vemos hacer a Will Magnus acá y en 52 es posible porque en Infinite Crisis sacaron de continuidad casi todo lo que se publicó con los Metal Men en los ´90, incluyendo la miniserie de Dan Jurgens, que estaba muy piola y a la que Rouleau le tira un guiño-homenaje en las últimas dos páginas. Duro Metal!

domingo, 17 de enero de 2010

17/ 01: PRESENT Vol.1


Kurumi era una nena de 10 años como cualquier otra, excepto porque era más linda que sus compañeras de clase, que le tenían envidia. Para amargarle la vida, se confabularon entre todas y, el día de su cumpleaños, ninguna le regaló nada. Desde entones, Kurumi dejó de cumplir años y hace mucho, muchísimo tiempo que mantiene su apariencia de nena de 10 años, a la que sumó una especie de superpoder. Kurumi ahora es algo así como un espíritu justiciero de los regalos. Si alguien sufre por no recibir regalos, o porque le regalan algo que le hace mal, Kurumi aparece y toma cartas en el asunto. Si alguien usa los regalos para manipular, o engañar, o sobornar, o se hace irracionalmente adicto a los regalos, o se caga olímpicamente en la gente que le regala cosas copadas, ahí viene Kurumi a imponer justicia.
Present es el título genérico con el que la mangaka Kanako Inuki nuclea todas las historias de Kurumi y los regalos. Historias que –digámoslo de una vez- son casi siempre de terror, a veces perturbador y a veces más asqueroso que comerse un feto abortado. Este primer tomo reúne 13 historias cortas, entre ellas la presentación de la serie, la historia en la que Kurumi recibe sus poderes y una historia en la que Kurumi no aparece (la brillante “La Cigüeña”). Inuki maneja perfectamente no sólo los mecanismos del terror, sino también los del realismo mágico, con énfasis en el realismo. Todo en sus historietas refleja fielemente el mundo real, de modo que cuando irrumpen los elementos fantásticos, el impacto que logra es estremecedoramente mayor.
Kurumi es una criatura sobrenatural y actúa como tal. A veces es más testigo que protagonista: da consejos sanos e imparte justicia con piedad, al estilo Phantom Stranger. Pero a veces le pinta el Spectre y comete atrocidades maravillosamente crueles contra la gente de mierda con la que se encuentra. La mayoría de las veces los personajes que interactúan con Kurumi son chicos, de colegio secundario para abajo, pero también tiene encuentros memorables con adultos, como en “Regalo de Amor”, o “El Regalo de un Pintor”. Aunque probablemente la mejor historia sea aquella en la que el mundo infantil y el adulto chocan de frente, a 140 km. por hora: “El Peluche” tiene en apenas 17 páginas, tantos momentos de tensión, tanta emoción desencadenada y tantas imágenes potentes y truculentas que podría usarse para dar cátedra de guión en cualquier tipo de escuela.
Kanako Inuki entiende que, para que el terror funcione, es imprescindible el manejo a nivel molecular de los climas y de los tiempos del relato. En el primer rubro cumple sin sobresalir, pero en el segundo realmente la descose. Todos los aspectos del dibujo de Inuki son notables, desde el trabajo de vestuario y decorados, hasta las horrendas deformaciones, su manejo de la acción, sus expresiones faciales… y a la vez todo nos remite a quien seguramente sea su mayor influencia: el maestro Kazuo Umezu, el Stephen King japonés, que desde principios de los ´70 se puso a la vanguardia del género de terror, con miles de historias cortas (y algunas sagas largas) muy en la línea de las que nos narra Inuki. Por suerte, esta mangaka no se limita a repetir los yeites del maestro, sino que aporta y mucho al género que se decidió a abordar.
En castellano se editaron tres tomos de Present, todos con varias historias cortas, y tengo para leer los Vol.2 y 3, aunque no los voy a reseñar en el blog porque supongo que se haría muy reiterativo. Los vi en varias comiquerías, así que aprovechen y búsquenlos. Están muy buenos para sumar a cualquier biblioteca comiquera, o incluso para hacer un lindo regalo ;)

sábado, 16 de enero de 2010

16/ 01: ESSENTIAL SUB-MARINER Vol.1


Tarde pero seguro, Marvel se decidió a recopilar las historias de Namor de los ´60, las que arrancan justo después de su aparición en el n°7 de Daredevil, cuando el Príncipe de Atlantis pasa a compartir las páginas de Tales to Astonish con el Increíble Hulk. El Essential reúne todas esas historias de 12 páginas (TTA n°s 70-101), el especial que Namor compartió con Iron Man y el n°1 de su propia serie mensual, de 1968.
Casi todo está escrito por Stan Lee, así que si te gusta el estilo del viejito, se re-banca. Namor es un personaje atípico: taciturno, tempestuoso, siempre propenso a embarcarse en extensos soliloquios shakespeareanos en los que declama su nobleza, su fortaleza y su chapa infinitas. Pero es bueno y no es ningún tarado. Sus conflictos con los humanos estallan cuando los intereses de estos contrastan con los de Atlantis, y siempre se amigan a tiempo. Namor es, ante todo, un político, y esta es una serie que trata básicamente del poder. Los villanos que combaten a Namor no roban joyerías ni crean rayos devastadores: son tipos que quieren gobernar Atlantis, ni más ni menos. Lee nos muestra a Atlantis como una civilización culturalmente avanzada, de ancestral prosperidad, pero muy fácil de desestabilizar a nivel político, con reyes incuestionados que a la primera de cambio son destronados y condenados al exilio, o a escuchar la discografía completa de Enrique Iglesias. Es todo tan ingenuo y simplista que cualquier salame amasa enormes consensos en dos páginas y los pierde en cuatro viñetas (tipo Blumberg, pero mejor dibujado). Pero la serie fluye al ritmo del poder y la popularidad de Namor entre los atlanteanos.
Cuando se va Stan Lee (que vuelve para la obligatoria machaca con Hulk en el Tales to Astonish n°100) lo suceden sin mucha onda Archie Goodwin y Roy Thomas y es el segundo el que empieza a pelar una saga más o menos atractiva, justo cuando se termina el Essential.
En cuanto al dibujo, la mayoría de los episodios están dibujados por el genial Gene Colan, pero que acá sufre el entintado de ese flagelo, esa pandemia de los ´60 y ´70 conocida como Vince Colletta, un criminal de la tinta china que merecía terminar sus días en un penal de máxima seguridad, rodeado de asesinos y violadores que lo sodomizaran y le contagiaran las más dolorosas enfermedades venéreas. Los capítulos de Colan sin Colletta son gloriosos. Colan te convence en cada viñeta de que ese tipo semi-desnudo con cara de pocas pulgas no es un fisiculturista, ni un campeón de natación, ni un stripper, sino un REY, posta. Cada molécula de ese cuerpo (hasta las alitas en los talones) ostenta sublime majestad. Eso es power.
Y cuando no está Colan, tenemos nada menos que al legendario Bill Everett (que dibujaba a Namor en la Golden Age), con un estilo muy trabajado, muy lindo, aunque ya antiguo a mediados de los ´60. En los episodios de relleno, pintan Jack Kirby, Dan Adkins (acá en su faceta de clon de Wally Wood, con páginas logradísimas) y algún vedulero irredento, tipo Werner Roth. Para el último tramo, el del n°1 de Sub-Mariner, nos despedimos con otro lujo: el maestro John Buscema, como para que te den ganas de comprarte el segundo Essential ni bien salga.
Al igual que Aquaman, Namor es un personaje difícil de escribir, al que rara vez los guionistas le agarran la mano. Tal vez por eso no tenga en el Universo Marvel de hoy el protagonismo y la chapa que tuvo en la Golden Age. Pero este Essential da testimonio de que en los ´60, Stan Lee creyó en el personaje y lo laburó con toda la onda que le permitía el hecho de escribir 300 series por minuto. El resultado es un comic de superhéroes que se parece poco a todos los demás y que sin ser glorioso, conserva bastante de su atractivo original, lo cual no es poco. Imperius Rex!

viernes, 15 de enero de 2010

15/ 01: SUPERMAN AND THE LEGION OF SUPER-HEROES


Una de las tantas cagadas que se mandó DC después de Crisis fue no haber rebooteado Legión en 1986, cuando rebootearon Superman. De haberlo hecho, más de un fan los habría puteado, porque la Legión de aquella época tenía un nivel que rara vez bajaba de muy bueno, o sea que para muchos no tenía sentido arreglar lo que no estaba roto. Pero a la larga, quedó claro que sí tenía sentido. A partir de la instauración de la nueva historia de Superman (la de Man of Steel), el concepto de Legión quedó rengo. ¿Estuvo Superboy, o no estuvo? ¿Superman conoció a los legionarios de pibe, o de grande? La tradición heroica en la que se inspira la Legión, ¿es la de Superman, la de Mon-El, o la del Diego en el Mundial ´86?
Y bueno, ni bien la Infinite Crisis reactivó el concepto del Multiverso, Geoff Johns (mi clon perdido) puso en marcha un plan para recuperar la mística y la coherencia de la Legión. Básicamente, imaginó una Legión que respeta milimétricamente la continuidad clásica, hasta 1986, cuando sale Man of Steel. De ahí pega un salto de 10 ó 12 años y deja entrever que, en ese tiempo, a los personajes les pasaron un montón de cosas que poco tienen que ver con lo que se nos narró entre 1986 y 1994 (cuando se termina la continuidad clásica), y NADA que ver con lo que se planteó en los dos reboots posteriores (1994 y 2004). O sea, volvió la Legión de Tierra-1. La primera etapa del relanzamiento fue la Lightning Saga (la vimos en Justice League y Justice Society durante 2007), compleja y un tanto estirada, y la segunda fue esta saga, aparecida en Action Comics. Acá Johns no resuelve ninguno de los plots colgados de la Lightning Saga, e incluso abre un par nuevos, a modo de siembra para lo que sería Legion of Three Worlds (a mi juicio, un fiasco memorable).
De las tres sagas esta es la mejor, a años luz de la que va segunda. Se le puede cuestionar que hay legionarios que casi ni hablan, o que el plan del villano es un poco descabellado (un terrestre xenófobo quiere que la Tierra rompa relaciones con los alienígenas, aunque eso signifique que los demás planetas le declaren la guerra al nuestro y lo volatilicen), pero se nota en cada viñeta, cada diálogo y cada guiño al lector que Johns AMA a estos personajes y que entendió perfectamente qué cosas hacen grosso al concepto de Legión. El ritmo no decae, a pesar de que la saga requiere mucho diálogo explicativo, y todo el tiempo te impacta, no sólo por la grandilocuencia (como Blackest Night), sino porque te hace ver y sentir el sacrificio, la nobleza y la chapa de estos héroes, 100% convencidos de jugarse la vida por una galaxia mejor. Lo peor: Johns escribe un Clark Kent insoportablemente salame. Por suerte aparece poco (y lo que es mejor, Lois Lane no aparece NI UN SOLO cuadrito!).
Parrafete para hablar maravillas de Gary Frank: Nada, un maestro. El tipo demostró en Kin o en Midnight Nation que puede dibujar buenos comics sin superhéroes, pero como dibujante de superhéroes es impresionante. Su versión de los trajes de los legionarios es excelente. No dibuja dos caras iguales. No repite las piñas (y hay muchas!). No hay dos legionarios que vuelen igual! El entintado de Jon Sibal tiende a darle rasgos de “viejos” a los personajes, pero está bien, porque esta Legión no está integrada por borregos de 14, sino por tipos y minas de veintilargos. Y bueno, puesto a criticar algo, a mí me rompe un poco las bolas que me dibujen a Superman con la cara de Christopher Reeve. Todo bien, a mí también me gustaban las pelis de Superman cuando era pibe, pero no hace falta que me recuerden en TODAS las viñetas del comic que hace 30 años Reeve la rompió encarnando al Hombre de Acero en el cine.
El libro se complementa con unos bocetos de Gary Frank y con un prólogo de Keith Giffen, uno de los más ilustres creadores que haya visitado el Siglo XXX, o XXXI, qué sé yo… Ojalá cuando se recopile el material de Legión que está saliendo ahora en Adventure Comics se pueda leer como continuación de esta saga, sin tener que comerse el garrón de Legion of Three Worlds, donde Johns traiciona buena parte de la mística y el cebamiento que crea en Superman and the Legion of Super-Heroes que –no sé si lo dije- es un comic alucinantemente grosso. Long Live the Legion!

jueves, 14 de enero de 2010

14/ 01: YOUNG HOODS IN LOVE


Para los que no lo ubican, Ho Che Anderson es un magnífico historietista inglés, que se llama Ho por Ho Chi Minh y Che por el Che Guevara. Desde muy joven vive en Canadá y de ahí sus marcadas influencias por parte de los grandes autores norteamericanos. Sus obras más conocidas son King (la vida de Martin Luther King) y I Want to Be Your Dog (un thriller psicológico agudo y perturbador con garche y tiros). La que hoy nos ocupa es una de sus obras menos conocidas, un recopilatorio de cinco historias cortas realizadas a principios de los ´90.
La primera historia es excelente: una pareja haciendo el amor, charla de sus cosas, discuten a ver quién se levanta a atender a la bebita que llora, se visten, terminan de definir los detalles de su próximo asalto, se calzan los chumbos y salen a robar. Sencillo, profundo, con diálogos maravillosos y un clima digno de las buenas historias cortas de Sin City. La estética también es bastante Milleriana, con más cuadros por página, pero con un manejo del blanco y negro muy afín con lo que veíamos en Sin City.
La segunda es la historia de una prostituta que se enamora de uno de sus clientes con el cual, accidentalmente, tuvo un hijo. Acá el dibujo vira brutalmente hacia la estética de Bill Sienkiewicz, y Anderson se mata para reproducir en blanco y negro todos los truquitos, yeites y pases mágicos que hiciera Sienkiewicz en la increíble Stray Toasters, que era a color. El dibujo de Anderson sale muy bien parado, pero la narrativa se resiente y se torna bastante confusa. Parece que son delirios que sólo Sienkiewicz se puede dar el lujo de plasmar en un comic.
La tercera historia es probablemente la mejor. La suegra visita a la joven esposa para hablar de la relación con el marido de la joven e hijo de la anciana. Lo que empieza como la típica reunión familiar, se descontrola y termina muy mal. Son ocho páginas contundentes, en un estilo que mezcla a Frank Miller con José Muñoz, algo así como el Olimpo del Blanco y Negro.
La cuarta historia es la más breve, y la que parece haber sido dibujada por Anderson bastante antes que las otras cuatro. Son apenas seis páginas en las que vemos cómo una chica se hace cargo de que le gustan las chicas y se decide avanzar a la que le gusta. Lejos del tono idílico del comic romántico, todo tiene un regusto tristón, opaco, casi de trámite burocrático. Una especie de yuri, pero con menos glamour que el Tolo Gallego.
La quinta historia es la más extensa (32 páginas) y la que, lamentablemente, tiene el guión menos interesante. Es la historia de un músico de jazz que ama a dos mujeres y no se decide por ninguna de las dos. Lo que tiene esta historia es que es –lejos- la mejor dibujada. Acá está el Anderson de King y I Want to Be Your Dog prendido fuego. Con esa narrativa perfecta, CALCADA de la de Howard Chaykin, los truquitos limados de Bill Sienkiewicz y algunos toques que nos recuerdan a Cages, la obra maestra de Dave McKean, contemporánea a estas historias y también con músicos de jazz en los roles protagónicos. Visualmente, es un comic devastador, donde el autor hace gala de un manejo virtuoso y sumamente creativo de una amplísima gama de recursos gráficos y narrativos, algunos “prestados” por otros maestros, pero no por eso menos satisfactorios.
Como podrán ver, son todas historias MUY reales, sin elementos fantásticos, que comparten la ambientación urbana, los climas un tanto sórdidos y un detalle que vale la pena mencionar para completar el panorama: los protagonistas (como el autor) son de raza negra. El título del libro nos daba esa pista y el hecho de que Anderson dedicara más de cinco años a narrar la vida de Martin Luther King nos la terminaba de graficar, pero sí: una de las características de la obra de Anderson es que los protagonistas de todos sus comics son negros, con la única excepción de la historieta que realizó para Milestone (White Wolf), donde el personaje que da nombre a la saga es un aborigen norteamericano. No hay muchos grandes historietistas negros (se me ocurren Kyle Baker, Olivier Coipel, Berkeley Breathed, Denys Cowan y varios tercerones), pero Ho Che Anderson es una excepción notable, no sólo por abordar temáticas en las que el protagonismo recae en los negros, sino sobre todo, por su inmenso talento como autor integral. Un capo.

miércoles, 13 de enero de 2010

13/ 01: LOS REYES ELFOS: LA DONCELLA Y LOS LOBOS


Víctor Santos tiene nombre de marcador central de equipo de la B Nacional, esos aguerridos zagueros coleccionistas de amarillas, siempre más cerca de partir un fémur que de dar una vuelta olímpica. Pero no. Es uno de los autores más notables y más prolíficos que nos dio España en la década que acaba de terminar. Y lo de “prolífico” no es hipérbole: muchos lo habrán descubierto en 2009 por la novela gráfica con guión de Brian Azzarello que hizo para Vertigo (Filthy Rich), pero Santos trabaja duro y parejo hace ya muchos años en dos vetas paralelas. Una es la del policial negro, bastante en la línea de Sin City (aunque con mejores guiones), en relatos poblados de mujeres fatales, losers calibre 38 y algún ninja jodido como enema de chimichurri. Acá hay muchas obras de Santos para destacar, pero recomiendo empezar por Pulp Heroes.
Y la otra veta, que es la que hoy nos ocupa, es la de la fantasía épica. Santos es fan de Tolkien y de las mitologías escandinava y germana y explora con maestría todo ese folklore en la saga Los Reyes Elfos, de la que lleva ya varios libros. Este tomo en particular reúne nueve historias cortas, ambientadas en distintos momentos de la cronología de la saga, y fáciles de ubicar entre los tomos centrales, los de las historias largas. Yo cai acá de rebote, cebado por la labor de Santos en Pulp Heroes y demás comics hard boiled, sin haber leído las historias largas, y al toque entendí todo. No sólo eso: me dieron ganas de conseguir TODOS los libros de Los Reyes Elfos, incluso los tomos de historias cortas en los que Santos escribe para dibujantes invitados.
Hasta ahora, había visto a este autor descoserla en relatos de alrededor de 48 páginas, con una narrativa bien cargada, al estilo Matt Wagner. Acá me demostró que no falla tampoco en espacios chicos. A veces le alcanzan dos páginas para plantear una historia, rematar y agujerear la red. No es fácil. O sí, si uno se conoce MUY de memoria a sus personajes y su universo. Cuando es así, seguro tenés alguna secuencia de las sagas anteriores que te parece que quedó corta, o a la que le diste poca bola, y puesto a desarrollarla un poco más, te sale una muy buena historieta corta. La gran Hellboy, bah… Con La Doncella y los Lobos pasa algo parecido que con los tomos de historias cortas de Hellboy: todo cierra, todo desliza sutiles referencias a las sagas largas y todo hace que quieras salir corriendo a comprarte todo lo demás. Y encima La Estrategema Sigfrido, Mercancías, y Elfos sobre mi Tejado son EXCELENTES historias cortas, más allá de formar parte o no de un todo más grande y más ambicioso. Aunque tal vez el relato más notable sea el que cierra el libro, El Legado Sangriento, simplemente por las posibilidades que abre para pensar en futuros arcos de Los Reyes Elfos.
Para esta edición, las nueve historietas se ordenaron según la cronología de la saga, o sea, no aparecen en el orden en que las realizó Víctor Santos. Así es como vemos saltos bastante brutales en el dibujo, y por momentos hasta cuesta creer que TODO haya sido dibujado por una misma persona… En sus primeras historietas, Santos seguía muy de cerca a los dibujantes cool del mainstream yanki (Chris Sprouse, Mike Wieringo, Jason Pearson, esa onda) pero después empiezan a aparecer cositas de Mike Mignola, de Javier Pulido y –ya en las historias más recientes- un sano amor por Darwyn Cooke.
A esta amplia y atractiva variedad visual sumémosle un montón de búsquedas en materia de narrativa (acá no sólo hay “wagnerismos”, sino decenas de yeites distintos) y vamos a estar frente a un tomo realmente atrapante, una recorrida muy intensa y reconfortante por la obra dispersa de un autor imparable. Por si faltara algo, y fiel al espíritu Hellboy-esco, al final de las nueve historias Santos nos cuenta dónde se publicaron originalmente, que cambios o retoques les hizo para esta edición, en qué leyendas o mitos se basó para cada una y cómo se relacionan con la saga principal (que básicamente narra la vida y las aventuras del rey elfo Ehren Heldentodsson). Y de nuevo, fiel al espíritu Hellboy-esco, se las ingenia para meter… villanos nazis!
Si te gusta la fantasía épica, o simplemente querés descubrir a un nuevo y alucinante creador de grandes historias, rendile pleitesía a Los Reyes Elfos. Tal vez Víctor Santos lleve el 2 en la camiseta, pero juega todos los partidos para 9 ó 10 y el Olé lo pone como figura.

martes, 12 de enero de 2010

12/ 01: MARCO MONO


Vamos en un flashback 30 años para atrás, a una de las mejores épocas por las que pasó la historieta argentina. Y vamos de la mano de un personaje rarísimo para la época, tanto que empieza en una revista de ciencia-ficción (El Péndulo) y luego recala en una de rock (Hurra), en los tiempos en los que no había casi rock en las radios, ni mucho menos en la tele. Ninguna de las dos revistas duró demasiado, y así es como las andanzas de este extraño mandril humanoide se terminan tras apenas 11 episodios y sus autores se dedican a desentrañar Los Enigmas del PAMI, en otra nueva revista de la misma editorial, la mítica SuperHumor. Y si mirás las fechas en las que salió Marco Mono (1979-81), te vas a dar cuenta de que sí, esto lo hacían Carlos Trillo y Enrique Breccia en simultáneo con la monumental Alvar Mayor, que salía en Skorpio.
Como decíamos, Marco Mono arranca en una revista dedicada a la ciencia-ficción, y de ahí que los primeros episodios tengan ribetes más fantásticos, mediante los cuales Trillo y Breccia bajan línea acerca de la oscura realidad argentina de aquellos años, con escasa sutileza pero inobjetable maestría. Después, cuando se empieza a hacer obvio que los mundos fantásticos por los que vaga Marco son versiones apenas maquilladas de Buenos Aires, la metáfora pierde vuelo, pero se hace más jodida, más incisiva. Hoy, la bajada de línea política levemente disimulada en las historietas de los ´70 parece una obviedad, algo que no puede faltar, como los lechazos en las historietas porno o las piñas en las de superhéroes. Pero en aquella época, estos talentosos señores SE JUGABAN LA VIDA al cuestionar al poder de turno en esas fábulas elípticas pero descarnadas sobre la opresión política, religiosa, económica y hasta sexual con la que les tocó convivir. En estas historietas medio raras, marginales respecto de lo que realmente vendía fortunas (Columba), había más ideología y más mensaje de resistencia y cuestionamiento frente al régimen totalitario que en CUALQUIER OTRA expresión cultural de aquella época, salvo por algún que otro músico de rock, que era otro palo cuasi-underground.
En cuanto a la historieta en sí, acá vemos nacer al Trillo Malaleche, ese que alcanzó la cima de la Incorrección Política en la década que recién termina, con El Síndrome Guastavino, Sarna o la injustamente inédita en castellano Chocolate con Fritas. En Marco Mono todavía hay un poquito de moraleja (típico del Trillo de los ´70) pero ya tenemos un protagonista 100% cínico, un antihéroe ventajista y acomodaticio a años luz de la tradición de Oesterheld (de la que Trillo se empieza a despegar acá y en Buscavidas, con el otro Breccia), e incluso de la noble atorrantez del Loco Chávez, el otro hitazo del Trillo Setentoso.
En este contexto se mezclan (y desentonan un poco) jodas internas (con Saccomanno, Cascioli, o los propios Carlos y Enrique), bichitos que comentan lo que pasa con rimas entre ingenuas y boludas, y algún episodio (cerca del final) donde pintan reflexiones existencialistas pseudo-filosóficas que andá a saber a dónde pretendían llegar. Obviamente, Marco Mono es más gracioso cuanto más bajo pega los golpes.
El trabajo del Churrique es impecable y preanuncia mucho de lo que nos sorprendería algunos años más tarde, en la etapa más política de El Sueñero: bizarras criaturas, amplias masas de blanco, detalles increíbles, cuadros donde sólo vemos manos, narices o dedos de los pies, onomatopeyas fumadas… Todo eso ya estaba en Marco Mono.
El tomo recopilatorio de Doedytores se completa con una historieta corta, Don Coso (aparecida en SuperHumor), que tiene mucho más que ver con la estética y la temática de Los Enigmas del PAMI que con la de Marco Mono, pero igual está bueno tenerla en libro.
Marco Mono no puede faltar en tu biblioteca. Es una obra jugada, filosa, experimental y por momentos brillante de dos de los máximos creadores de la historieta argentina: un dibujante que dibujaba como ningún otro y un guionista que hablaba de lo que nadie se animaba a hablar. Dos tipos que hoy, 30 años más tarde, siguen dando cátedra, porque el talento verdadero no pasa nunca de moda. Y porque la vanguardia es así…

lunes, 11 de enero de 2010

11/ 01: DMZ Vol.1


Bueno, volvimos a donde empezamos: el primer recopilatorio de una serie de Vertigo con dibujante italiano… DMZ sale hace ya varios años (de hecho, creo que tengo seis TPBs), pero por esas cosas de la vida, la empecé a leer recién ahora.
Lo mejor que tiene la serie es el planteo: una segunda guerra civil enfrenta a yankis contra yankis y un pichi, aprendiz de fotógrafo o camarógrafo, o algo así vinculado al periodismo, se queda varado en la zona donde se dan los combates más virulentos entre las dos facciones: Manhattan. La onda es acompañar a Matty Roth, el único cronista vivo en la isla, en su recorrida por esa Manhattan semi-destruída. Una recorrida a veces motivada por la curiosidad periodística y otras por la casualidad, o algún capricho del destino. La ciudad es tan, pero tan protagonista, que se requieren algunas nociones básicas acerca de su geografía para entender más o menos por dónde corno anda Matty.
Como todo buen comic de guerra, DMZ no se queda en los combates, sino que se mete mucho con la gente, con los pobres tipos y minas que quedaron atrapados en el kilombo y no tienen más opción que seguir adelante con sus vidas, como se pueda, y hasta que el próximo bombardeo los vuele a la mierda. La relación entre ellos y Matty va a ser de tira y afloje, siempre impredecible, pero está todo dado para que pinte el romance con Zee, una chica que brinda primeros auxilios a los heridos, muy canchera para moverse en esta ciudad de la furia.
Otro detalle interesante es el de los jefes de Matty, un noticiero que responde a un canal, que a su vez responde a uno de los bandos enfrentados, y que tiende a presentar el conflicto de modo bastante parcial, sin ningún reparo a la hora de ocultar algunos datos y maximizar otros, con tal de reforzar la versión que les interesa propagar. Si enseguida pensaste en TN, Canal 13 y América, entendiste a qué venía la referencia…
Entre una cosa y otra, se arma un paquete muy atractivo y que te deja con ganas de leer más. Yo, particularmente, espero ansioso que me expliquen qué clase de error estratégico garrafal llevó a que los bandos enfrentados hicieran mierda nada menos que Manhattan, que es uno de los lugares del mundo con mayor concentración de riqueza, donde hay más gente de alto poder adquisitivo por metro cuadrado que en casi cualquier otro rincón del planeta. Habiendo tantos lugares para destruir… ¿qué lógica tiene frenar el motor financiero y de consumo de los EEUU, que es de donde se puede sacar infinita guita para financiar la guerra? Como bueno, está bueno ver a Manhattan convertida en tierra de nadie. Pero hay que ver qué sentido tiene en términos de la historia…
Y me queda hablar un poquito de los autores. Brian Wood es uno de los tantos artistas que en los ´90 alcanzó una chapita de culto como autor integral, y que en este siglo tuvo la viveza de dejar de dibujar para convertirse en un guionista prolífico y exitoso. Su otra serie para Vertigo, Northlanders, es otro cóctel originalísimo y adictivo, que no me canso de recomendar a los fans de cualquier tipo de historieta, desde los amantes de la aventura clásica columbera, a los vanguardistas que ahora nos hicimos todos fans del gekiga.
Wood dibuja las portadas y algunas páginas de cada episodio (casi siempre los informes de Matty tal como salen al aire en el noticiero), pero la gran mayoría de la narrativa corre por cuenta de Riccardo Burchielli, un dibujante correcto, para nada espectacular, parecido a Tony Moore, a un Giuseppe Camuncoli sin demasiadas pilas, o a un Carlos Ezquerra con enfoques más jugados. El colorista es Jeremy Cox, que alguna vez fuera grosso en WildStorm, pero que acá hace unos enchastres casi criminales, llenando todo de naranjas y marrones, como si la historieta se imprimiera en buen papel.
En fin… si alguna vez visitaste la Gran Manzana, acá la vas a encontrar muy cambiada. DMZ te invita a redescubrirla en un comic de guerra distinto, donde los valores humanos importan más que el calibre de las balas o el poder devastador de los misiles. Si sos fan del inmortal Ernie Pike (de Oesterheld y Pratt), ya sabés de qué se trata…