el blog de reseñas de Andrés Accorsi

viernes, 30 de septiembre de 2022

CERRAME LA NUEVE

Pensé que no llegaba a meter un posteo más este mes, pero acá estamos. Entre el 3 y el 12 de Octubre seguramente no habrá reseñas, porque me toca una seguidilla de varios viajes, así que voy a tratar de meter algo este domingo. Y después del 13/10, que ya voy a estar más tranqui acá en Buenos Aires, prometo un poco más de regularidad. Arranco en España, año 1994, cuando se publica el segundo recopilatorio de Kafre, la divertidísima serie de Enrique Sánchez Abulí y Das Pastoras (o Julio Martínez Pérez) que salía todas las semanas en El Jueves. Ya expliqué un poco de que va la serie cuando reseñé el Vol.1 (04/06/18), así que recomiendo releer ese textículo. Este segundo tomo no difiere mucho de lo que me tocó descubrir en el primero: son todas historias de dos páginas, con un humor bastante corrosivo, basado en el sufrimiento físico de los personajes (que reciben todo tipo de golpes, mordeduras de animales, garrotazos, flechazos, etc.) y en la mala leche, la vieja y querida incorrección política del maestro Abulí. Como el protagonista es un sacerdote, también hay muchos chistes que involucran temas relacionados con la religión cristiana, e incluso con las creencias de los africanos cuasi-salvajes con los que debe lidiar el Padre Antón. En algún momento Abulí echa mano al humor absurdo, y alguna vez incluso se le cuela alguna pincelada de ternura. Pero básicamente esto es "cartoon violence" y mala leche no al límite de lo impublicable, pero sí en un punto que no le debe haber causado mucha gracias a los católicos más militantes, de esos que en España abundan bastante. Lo importante es que la serie funciona, la fórmula que desarrolló Abulí no se agota en esta segunda tanda de 30 ó 31 historietas, y la comicidad salvaje de Kafre no pierde su encanto. Si a eso le sumamos unos dibujos alucinantes del prodigioso Das Pastoras, no hay ningún motivo para no entrarle pronto al Vol.3, que conseguí junto con este hace unos meses, en una comiquería de Rosario.
Allá por el 03/09/20 me tocó reseñar el Vol.1 de The Wretch, una libro que recopilaba historietas de ese extrañísimo ¿superhéroe? creado en los ´90 por el gran Phil Hester. Ahora cayó en mis manos el Vol.3 (nunca vi el Vol.2, pero si alguno lo tiene, acepto donaciones), que trae las primeras aventuras del personaje (cuando todavía se llamaba "The Creep") y la aventura final, realizada por Hester especialmente para este libro. Son historias cortitas, casi anécdotas, algunas improvisadas casi sin un argumento previo, otras pergeñadas por Hester simplemente como vehículo de algún truco narrativo o gráfico con el que tenía ganas de experimentar. Hester aprovechaba la posibilidad de publicar esas historietas breves en una antología (casi todo este material pasó por las páginas de Negative Burn) y usaba a The Wretch como laboratorio, y como terapia, porque acá trabajaba sin guionistas ni coordinadores, a lo sumo con algún dibujante amigo que le daba una mano en el entintado que -según él- no es su fuerte. Y de este combo entre libertad y creatividad salen pequeñas gemas, como Who is the Wretch?, Black Angel y la perturbadora Baby Come Back. Ya solo por lo bien que dibuja y narra Hester, cualquiera debería querer leer este material, pero además están esas tres historietas que mencione recién, que tienen guiones realmente preciosos. Una pena que no haya seguido con The Wretch, pero tengo otros trabajos de este monstruo en la pila de los pendientes.
Y la tercera reseña de hoy también tiene que ver con una serie de la que ya hablamos en el blog. El 04/12/19 pasó por acá el Vol.4 de Pancho el Pit Bull, y ahora me baje el Vol.5 de esta hermosa historieta de Neal Wooten y Nicolás Peruzzo. También recomiendo repasar lo que ya comentamos en las reseñas anteriores, porque esta entrega va por los mismos carriles que las anteriores. En este tomo Neil Wooten casi no figura: hay unas cuantas tiras (muy bien castellanizadas por Peruzzo), y después es el uruguayo el que toma las riendas del libro, del que él mismo es editor. Como en los libritos anteriores, tenemos un tutorial en el que Peruzzo (especialista en historietas educativas) nos enseña a hacer fanzines o revistitas de comics. Y para abrir el libro, tenemos una historieta extensa, de 40 páginas, escrita y dibujada por Peruzzo, que rompe el formato de tiras y combina de manera brillante el clásico humor de Pancho el Pit Bull con una especie de "aventura con misterio". Son páginas donde nunca sabés dónde va a aparecer el remate humorístico, y están LLENAS de remates humorísticos, en su mayoría muy efectivos. Además se disfruta mucho el contraste entre estas páginas donde las viñetas se entrelazan de manera más libre y más creativa, y las tiras, que repiten siempre la grilla de tres viñetas de igual tamaño. Como siempre, el dibujo y el color de Peruzzo están muy bien, muy a tono con una historieta pensada para que los chicos flasheen fuerte y los grandes tengamos un ratito de sana diversión. Como ya mencioné, esto lo edita el propio Nico Peruzzo en Uruguay, a través del sello Ninfa, así que dudo que se consiga fuera de ese país. Ahora sí, nada más por este mes. Creo que el domingo nos reencontramos con nuevas reseñas acá en el blog. Y si no, será el lunes, antes del viaje a Tucumán. Síganme en Instagram para estar al tanto de las ciudades por las que me lleva la gira infinita. Gracias y hasta pronto.

martes, 27 de septiembre de 2022

TRES CORTITAS

Se me acumularon tres lecturas que ameritan reseñas bastante breves, así que van todas juntas hoy. Esto es raro de verdad: Altai & Jonson, un comic italiano que originalmente se publicó en Il Corriere dei Ragazzi en el año 1975. Es una parodia muy divertida a las series de TV yankis de detectives, y al estar ambientada en San Francisco, se la puede relacionar fácilmente con The Streets of San Francisco, aquel clásico que protagonizaran Karl Malden y Michael Douglas. Son varias historias cortas autoconclusivas, siempre con la misma dupla protagónica, y distintos casos a resolver, en plan de joda. No todas me causaron la misma gracia, pero en general está muy bien, sobre todo si pensamos que son historietas para pibes de 13 años de 1975. ¿Cómo caí acá? Por los autores. Altai & Jonson está escrita por Tiziano Sclavi varios años antes de pasar a la historia como el creador de Dylan Dog, y dibujada por Giorgio Cavazzano, que en ese entonces ya era uno de los grandes dibujantes de Disney que tenía la península donde nacieron mis bisabuelos, pero no el capo mundialmente reconocido que es hoy. De hecho, si bien acá dibuja que da gusto, con una plasticidad, un dinamismo y una expresividad tremenda en personajes y hasta objetos y fondos, todavía estaba un poquito verde con la puesta en página y la ubicación de los globos en las viñetas. Pero bueno, si sos fan del comic italiano, seguro en algún momento te va a picar la intriga de leer cosas de Sclavi pre-Dylan Dog y cosas de Cavazzano por afuera de la factoría Disney. En ese caso, supongo que con Altai & Jonson te vas a divertir un buen rato. Es una historieta bastante conocida en Italia, que tuvo varias ediciones en distintos sellos. La que tengo yo (de Montego) tiene como atractivo un extenso prólogo del especialista (y a veces también guionista) Alfredo Castelli.
No suelo leer las series yankis en desorden, porque sé que corro el riesgo de no entender un carajo, pero animé a entrarle al Vol.3 de Madman Atomic Comics sin haber leído los dos primeros. O sea que de una serie que duró 17 episodios, solo leí los cuatro últimos. Bueno, entendí todo, pero por lo motivos incorrectos: no sé cómo empieza, pero la serie termina con cuatro episodios en los que no pasa nada. No hay un solo conflicto interesante, casi no hay acción, apenas excusas limadas para que Michael Allred dibuje (como los dioses) lo que tenía ganas de dibujar. Tanto Madman como The Atomics llamaron la atención por su enfoque extraño, fresco y copado acerca del tema de los superhéroes, pero acá Allred los lleva para otro lado, y en cierto modo los desvirtúa. Según el autor, estos son los mejores comics de su carrera. A mí, la verdad que el dibujo me encantó, pero los guiones no me emocionaron en lo más mínimo. ¿Por qué un tomo que recopila cuatro revistitas tiene 200 páginas y vale u$ 20? Porque Image y Allred salieron a chorear a mano armada. Las historietas terminan en la página 105, y TODO lo demás son pin-ups de dibujantes invitados, bocetos, páginas descartadas, versiones en blanco y negro de lo que ya leímos a todo color y demás delitos a mano armada. Todo hermoso, no? Porque los dibujantes invitados son cracks, Allred la rompe toda, y encima hay dos historietas cortas con otros dibujantes: una a cargo de Jöelle Jones (que en 2006 era buena, pero no tanto como ahora) y una a cargo del genio, el Dios, el ídolo, el inmortal, el eterno, el infinito Darwyn Cooke. Son seis páginas nomás (o 12, porque después te la clavan de nuevo sin color ni letras) y alguna ilustración, pero es Cooke y cualquier libro con seis páginas dibujadas por Cooke merece un lugar en mi biblioteca. Nada, esto es solo para los muy fanáticos de Mike Allred o para los muy enfermos de Darwyn Cooke y yo formo parte de ambos grupos. Y si encuentro los dos tomos anteriores, trataré de pagarlos muy baratos, por si los guiones son tan flojitos como los de estos episodios finales.
Voy con un libro editado en Argentina a fines de 2021: El Recolector, escrito por E & E Plissken y dibujado por Sebastián Cabrol. Se trata de una historieta de terror muy lovecraftiano, ambientada en una ciudad yanki a la que no se identifica. Lejos, lo mejor es el dibujo de Cabrol y el color de Omar Estévez. El guion tiene momentos interesantes, pero no se terminan de hilvanar bien las escenas. Hay cosas que quedan bastante descolgadas, aunque los guionistas (e incluso el dibujante y el colorista) tratan de crear una atmósfera que englobe de alguna manera todos los sucesos (uno más shockeante que el otro) que vemos a lo largo de estas 74 páginas. En algún lugar del libro se nos aclara que se trata del Vol.1, con lo cual no descarto que lo que no termina de conectar en este tomo lo haga en alguno posterior. Esa atmósfera que mencionaba recién es ominosa, peligrosa, y cubre a todo el relato de una pátina de corrupción, podredumbre y violencia bastante perturbadora. Hay escenas realmente fuertes, por su sordidez y su forma visceral y explícita de retratar elementos fantásticos que tienen que ver con el horror cósmico. Y eso me gusta. Que los autores argentinos (tengo entendido que E & E Plissken son de Santa Fe) se animen a explorar géneros clásicos, sin tapujos y sin pedir perdón por hacer que los personajes hablen en ese idioma neutro que surge cuando se traducen las series y películas yankis en Centroamérica. Esto es historieta argentina, pero por una casualidad geográfica. En la lectura, pasa tranquilamente por una historieta de EEUU de las cientas que publican BOOM! Studios, Image o IDW. Lo cual habla muy bien de la faz gráfica de El Recolector, que está tranquilamente al nivel del buen mainstream yanki. Veremos cómo sigue esta aventura. En cualquier momento me sumerjo en otro libro de esta misma editorial, escrito por los mismos guionistas. Nada más por hoy. Nos reencontramos el mes que viene con nuevas reseñas, acá en el blog.

domingo, 25 de septiembre de 2022

MÁS AKIRA

Terminada la seguidilla de reseñas dedicadas a los tomos individuales, me queda pendiente una reseña más global del célebre manga de Katsuhiro Otomo, con algunas puntas que no tienen que ver con un tomo en particular, cositas que me quedaron colgadas de las reseñas anteriores, etc. Akira es un manga que se empezó a serializar a fines de 1982 y terminó a mediados de 1990. O sea que más que ochentoso es hiper-archi-ultra-mega ochentoso, quizás más ochentoso que Dragon Ball, Saint Seiya o Banana Fish. Pero la gran ventaja es que no se le nota, para nada. Leído hoy, en 2022, no te lleva de nuevo a esa época. No estás todo el tiempo pensando "y bueno, es una obra de los ´80". El dibujo es tan moderno, tan de avanzada, que no quedó anclado a la forma en que normalmente se dibujaban los mangas en los ´80. Si te dicen que Otomo lo dibujó en... 2015, no te parece un disparate, ni mucho menos. Esto tiene que ver en parte con la inmensa influencia que ejerció Otomo en los mangakas que vinieron atrás suyo. No solo en Satoshi Kon, su asistente, luego amigo y socio, sino en muchos autores (incluso de Occidente) que estudiaron Fireball, Akira, Domu y el resto de los mangas de Katsuhiro y descubrieron una nueva forma de plasmar sus historias en imágenes, tan distinta de la forma clásica (la de Osamu Tezuka, digamos) como en su momento fue la de Yoshihiro Tatsumi o los otros pioneros del gekiga. Entonces la estética "akiresca" trascendió totalmente a Akira, a su época, y a su contexto geográfico, al punto que hoy la asociamos con tiempos mucho más cercanos. Eso es un mérito enorme del sensei Otomo, que compensa el hecho de que -una vez terminada la serialización de Akira- prácticamente no volvió a dibujar manga. No me quiero meter con la película de 1988, pero sí señalar que el combo entre el manga y la película animada fue lo que le permitió a Akira convertirse en esa punta de lanza en la invasión del manga al resto del mundo. Era una obra relativamente corta para el mercado japonés, dibujada como la San Puta por un tipo que obviamente había leído comic europeo, y encima venía con un largometraje animado que te partía el ojete en 18.564 pedacitos. ¿Cómo resistirse a una cosa así, tan intensa, tan moderna, tan distinta? Otomo capitalizó a full su rol de "embajador del manga en el resto del mundo". Rosqueó con Marvel para que Epic publicara Akira en inglés, en tomitos de 48 páginas, en sentido de lectura occidental... ¡y a todo color! Creo que si Archie Goodwin le pedía incluir en cada librito una foto de su vieja en bolas, Otomo decía que sí. Una vez que puso el piecito en Francia y EEUU, Otomo se dedicó a hacerse amigo de Moebius, de Jodorowsky y demás próceres del comic occidental y hasta dibujó un comic de Batman para una antología de DC. Así es como tanto el autor como su obra quedaron rápidamente integrados al canon del comic mundial, ya no confinados a los lectores/fans del manga, sino a un mercado infinitamente más grande, justo cuando empezaba a pegar fuerte la idea de la globalización. Para millones de lectores no japoneses, Akira fue el primer manga al que tuvimos acceso, y eso también contribuyó a darle a la obra ese status legendario. Y bueno, qué pena las horas perdidas, como dice la canción de Zambayonny. Cómo me hubiera gustado Akira si toda la obra estuviera escrita como el Vol.1, o si fuera más corta. O si hubiera terminado en el Vol.3, incluso sin cerrar todas las puntas argumentales. Leo por ahí que más de uno rotula a Akira como una obra de género cyberpunk, y me cago de risa. Akira es una obra que empieza como una especie de thriller político con elementos futuristas, en el medio pasa a ser una de aventuras y superpoderes bien clásica (tipo Mai the Psychic Girl) ambientada en un futuro post-apocalíptico, y al final es un delirio casi metafísico, mezclado con aventuras extremas tipo Die Hard, y terror físico y deforme tipo película de David Cronenberg. Obviamente hay que reconocer que en los ´80 no había muchas historietas así, que abordaran esos géneros de esta manera, y mucho menos que generaran semejante impacto. Pero lo de "cyberpunk" parece una joda o un engaña-pichanga. Con todas sus falencias en materia argumental, a 40 años de su aparición Akira sigue siendo un clásico importantísimo, y una obra que sin dudas hay que leer, aunque sea una vez. Por la calidad del dibujo, al que le queda chico el calificativo de "majestuoso", por lo vibrante de la narrativa, por la onda de los personajes, por lo extremo de las situaciones vinculadas a los superpoderes (si leíste muchos comics de mutantes por ahí te preguntás por qué en el Universo Marvel nunca hubo una aventura como esta) y porque cuando el muerto es tan famoso, ningún forense se quiere perder la posibilidad de estudiar el fiambre y tirar su propia teoría de por qué palmó. Mil gracias a tod@s l@s que se engancharon con este experimento y pronto vuelven las reseñas habituales, con la típica mescolanza de material de distintas épocas y distintos países, acá al blog. A l@s amig@s de Tucumán, l@s espero el martes 4 en Legión Comics para la presentación de ¿Quién quiere ser superhéroe? y a l@s de Santiago del Estero, el miércoles 5 en la librería Utopía, donde también vamos a estar presentando el libro. Aguante todo.

sábado, 24 de septiembre de 2022

AKIRA Vol.6

Bueno, otro desafío cumplido. Seis días, seis tomos de Akira, tres de ellos de más de 400 páginas. Este la verdad que es medio trampa. Son unas 430 páginas de historieta, pero narradas a un ritmo mucho más descomprimido que el del manga promedio. Cada acción, hasta la más mínima, se despliega en una cantidad de viñetas (o páginas) también muy por encima del promedio. El dibujo de Katsuhiro Otomo está a estratóferas de distancia del promedio, así que se disfruta mucho todo el aspecto visual. Pero a nivel narrativo, se nota demasiado la voluntad del autor por estirar el desenlace hasta los límites más bizarros. En este tomo, lo único que le queda a Akira es la machaca. No hay más adorno, no hay más barniz, no encuentro nada que aparezca entre los pliegues de la trama ahí, subyacente, como para que el lector atento diga "ah, claro, ESTO es lo que Otomo quería transmitir". Pero claro, hay tantos personajes, que la machaca se puede llegar a empantanar, y por eso en el primer tercio del tomo, el autor se limpia a varios personajes menores. Obviamente al pobre Eggman, que nunca pasa de ser un chiste, al Comandante, a casi todos los monjes, al primer infiltrado de la invasión extranjera que se había hecho "amigo" de Ryu, a la pobre Kaori... Después, en el segundo tercio, morderá el polvo un personaje de bastante más peso en la trama, pero para ese entonces ya la machaca habrá cobrado proporciones casi cósmicas. Lo que empezó con toques de conspiración, intriga política y cierta pátina de sofisticación digna de un gekiga de Osamu Tezuka, ahora es body horror pasado de rosca, con seres informes de un nivel de poder que le pondría los pelos de punta a todos los Avengers, todos los X-Men y todos los Eternals. Y de nuevo, todo pasa por la destrucción. Los milicos de las grandes potencias quieren destruir a Tetsuo, pero este los hace crosta. Kei, ahora depositaria del poder de varios personajes psiónicos, se convierte en una especie de Superman, y usa sus poderes... para tratar de destruir a Tetsuo. Y así. En el medio siguen pululando personajes normales, sin poderes, como la "rambesca" Chiyoko, el estoico Coronel (que a medida que pierde sentido y peso en la trama, gana heroísmo y dignidad), el enigmático Ryu (que al final es el único que se anima a pelar un chumbo y dispararle a Akira), Keisuke y Joker (estos ya ascendidos de pandilleros en moto a comandos re-pesuttis con armas cada vez más tremendas), y por supuesto Kaneda, al que -de nuevo- le pasan cosas que serían letales para cualquier ser humano en cualquier contexto lógico, pero zafa milagrosamente de todo, con total impunidad. Nada parece cambiar el curso de la acción (o sea, Tetsuo descontrolado, con poder suficiente para obliterar a quien se le cante) hasta que los niños-ancianos-freaks-psiónicos trascienden el plano físico y se conectan con Akira. Ahí, de un modo que Otomo no explica demasiado, el pibito que causara la destrucción de Neo-Tokyo decide dejar de ser testigo de las atrocidades de su "amigo" Tetsuo, y confronta su inconmensurable poder con el del ex-pandillero, ex-falopero Número 41. Una vez que pasamos la página 300, esto ya es un festival 100% visual, donde las cosas pasan mitad en el plano "real", y mitad en un plano espiritual (por eso me parece lógico eso que comentaba un lector del blog acerca de que fue Alejandro Jodorowsky quien le sugirió a Otomo cómo resolver el final), con escenas que pasan también en la mente de los personajes. Los flashbacks y el relato en tiempo presente intersectan, se enfiestan unos con otros, la realidad se distorsiona para incluir cosas imposibles que los personajes alucinan o viven en otro plano; y no, Akira no termina por desinflarse, sino que termina con (otro) big bang, otra secuencia cataclísmica que cambia todo para siempre, aunque esta ya totalmente despojada de cualquier pretensión de realismo o verosímil. Las últimas... 45 páginas son un epílogo en el que Otomo deja en claro quiénes quedaron vivos y cómo se perfila el nuevo statu quo. Y acá ya vemos a un Kaneda más maduro, un poco menos bardero, más consciente de su rol de líder, aunque todavía picante y cocorito. Es un lindo final, emotivo, esperanzador, donde los más valientes y los más leales se llevan las mejores recompensas. Lástima la cantidad de páginas que le tomó al autor llegar hasta ahí. Y nada más, por hoy. Mañana, si no pasa nada raro, cerramos la SemanAkira con una última reseña no centrada en un tomo particular sino en la obra en general. Gracias y hasta entonces.

viernes, 23 de septiembre de 2022

AKIRA Vol.5

Otro tomo larguísimo (más de 400 páginas) y muy estirado, en el que cada vez se nota más que Katsuhiro Otomo llena cientos de páginas con peripecias que no le aportan casi nada a la trama global de la obra. Esta entrega empieza con la reaparición de Kaneda (por ahora no se explicó cómo sobrevivió al cataclismo, ni dónde estuvo durante el tomo en el que no lo vimos). Kaneda pronto se va a reencontrar con el resto del elenco y, si bien va a cumplir una misión para Lady Miyako, no se va a encolumnar de manera férrea detrás de esta poderosa líder. Hablando de cumplir misiones, la de llevar a Kiyoko al templo de Lady Miyako no la va a cumplir Chiyoko (que llegó al final del Vol.4 gravemente herida) sino el Coronel, que ahora juega para el bando de los buenos. Después de muchas páginas repletas de acción y de peligros no muy importantes, en el templo van a estar prácticamente todos los jugadores que pueden ponerle un freno a Tetsuo: Lady Miyako, Kei, Chiyoko, el Coronel, los monjes y los dos nenes-ancianos-freaks-psiónicos. Por fuera de esa alianza, Kaneda se va a juntar con los motoqueros que fueron sus amigos y hasta sus enemigos, y también van a ir contra Tetsuo, pero en otros términos. Ryu sigue por su lado, en un rol medio lamentable: el de ser testigo de cómo las fuerzas armadas extranjeras tratan de hacer pie en esta Neo-Tokyo devastada. Otomo le dedica muchas páginas a los diálogos entre científicos y militares de EEUU, Rusia, China y demás potencias que se unen para intentar reducir a Tetsuo, y son los momentos más intrascendentes del tomo, porque es obvio que el "Número 41" los va a destruir de taquito, casi sin transpirar la camiseta. Otro recurso para rellenar es dedicarle largas secuencias a mostrarnos cómo se expandieron los poderes de Tetsuo ahora que largó las drogas. Son los momentos en los que más brilla el dibujo, pero la trama sigue sin avanzar. Finalmente, y de manera bastante caprichosa, pareciera que la batalla final va a ser la de Tetsuo contra Kei: un pibe infinitamente poderoso, casi un Dr. Manhattan, contra una piba normal, a la que se le van a meter adentro los otros personajes con habilidades paranormales (Lady Miyako y los nenes-freaks) para tratar de robarle el poder a Tetsuo y lanzarlo contra Akira, que -sin hacer un carajo- sigue siendo el que más miedo mete a propios y ajenos. Entre las escenas más lindas del tomo están esas en las que avanza un poquito el romance entre Kei y Kaneda, y entre las más inquietantes, más sombrías y más retorcidas, esas en las que Otomo nos muestra el estado calamitoso en el que le quedaron el cuerpo y el bocho a Tetsuo. Cada vez que lo ves en la misma viñeta que la pobre Kaori, te da un "cringe" importante. Para complicarla un toque más, a un solo tomo del final aparece otro pibe con poderes, el gordito apodado "Eggman", que no tengo idea de qué rol cumplirá en el desenlace. Por ahora es un WTF?!? (otro WTF?!?, en realidad). La segunda mitad del Vol.4 y buena parte del Vol.5 me requirieron un ejercicio de paciencia importante. Se me hizo muy obvio que la gran mayoría de lo que pasa no es relevante en términos de la trama global de la obra. Está todo dibujado como los dioses, la narrativa es intensa, electrizante, pero cosas que deberían generarme tensión me generaron tedio. Tantas vueltas, tanta franela, tanto combate al pedo contra soldaditos de mierda que sabés que no tienen chapa para hacerle frente a ninguno de los personajes más o menos protagónicos... No hacía falta, realmente. Por ahí el final me aclara algunas dudas, como por ejemplo por qué tipos como Ryu o el Coronel, que sobrevivieron de milagro pero quedaron aislados de las organizaciones que los respaldaban, siguen ahí, jugándose la vida una y otra vez en medio de este hiper-kilombo entre seres de infinito poder. Kaneda... nada, ya me resigné. Me quedó claro que es un pendejo bardero, totalmente inconsciente de los peligros que corre, adicto a la adrenalina de la aventura extrema, que encuentra en esta situación límite la excusa perfecta para hacer lo que más le gusta: subirse a la moto y contribuir a la violencia y al descontrol generalizados, a fuerza de tiros, líos y cocha golda. Quedan por delante unas 430 páginas, en las que Otomo podrá seguir destruyendo más cosas. El verosímil ya lo destruyó hace rato. El mecanismo de relojería que armó en el primer tomo, también. Le quedan un puñado de personajes muy carismáticos, algún que otro enigma para resolver y en una de esas, algún otro mensaje fuerte, socialmente relevante, como los que aparecen de vez en cuando en esta saga, cuando el ritmo frenético de los combates y las persecuciones lo permite. No me acuerdo prácticamente nada del argumento, con lo cual estoy leyendo Akira casi por primera vez. Pero sí, me acuerdo que cuando leía los libritos a color de Epic/ Marvel llegué a un punto en que la historia se me hizo larga y densa al pedo, y de ahí hasta el final seguí leyendo casi por ósmosis. Estoy de nuevo en ese punto. Mañana, cuando descubra cómo termina la saga, me enteraré si Akira sigue cuesta abajo hacia el embole, o si pega un volantazo y termina arriba, con un big bang comiquero a la altura de la mitología que se construyó en torno a esta obra. Gracias y nos reencontramos mañana para reseñar el final de Akira, acá en el blog.

jueves, 22 de septiembre de 2022

AKIRA Vol.4

Cuarto tomo de la obra magna de Katsuhiro Otomo, y acá se rompe un poco la fórmula de los dos tomos anteriores. Como lógica consecuencia de lo que sucede al final de Vol.3, el Vol.4 no arranca con la típica acción al recontra-palo, sino todo lo contrario. Las primeras 130 páginas no tienen prácticamente acción, son más bien descriptivas. Es el tiempo que se toma el autor para recorrer este nuevo escenario en el que se va a desarrollar la trama, contarnos qué queda y qué desapareció de lo que habíamos visto hasta ahora, y cómo se reacomodó lo que queda. Después de un tomo fuera de escena, Tetsuo vuelve con todo y va a ser el hilo conductor de este tramo. Akira va a cobrar protagonismo de a poco. Y Lady Miyako dejará de ser un misterio: ya desde el arranque Otomo la plantea como una fuerza potencialmente opuesta a la de Tetsuo, que reconvierte su santuario en un refugio donde brinda atención médica y comida a la gente que lo perdió todo. Y para la mitad del tomo, Miyako le contará en detalle su origen y todos sus secretos nada menos que al propio Tetsuo, que es precisamente quien más interesado está en eliminarla. ¿Cuál es la lógica de esto? No lo entendí. Pero básicamente estos personajes ocuparán los roles decisivos, en la lucha por el poder en las ruinas de Neo Tokyo. Pasaditas las 130 páginas, Otomo pone en marcha otro conflicto, que va a intersectar con el del clivaje entre los seguidores de Miyako y los que tienen como mesías a Akira y como líder a Tetsuo: por algún motivo que no se explica del todo, Chiyoko convence a Kei de que tienen que llevar a los chicos-freaks que parecen ancianos y tienen poderes psiónicos (ahora hay solo dos) al templo de Lady Miyako. Ahí aparece una misión, que por supuesto estará plagada de innumerables obstáculos y que nos mostrará a estas dos mujeres empoderadas a niveles casi sobrehumanos. Chiyoko y Kei son más o menos Stallone y Schwarzenegger: vencen a tropas enteras de soldados, patotas, ratas, lo que sea con tal de cumplir con su cometido. Y no voy a revelar acá si lo cumplen o no. Por las márgenes de la trama, avanza otro plot protagonizado por Ryu, que ahora tiene un nuevo aliado, pero ninguno de los dos hace nada demasiado relevante. Y el que parece estar a un costadito, haciendo ejercicios precompetitivos del otro lado de la línea de cal, es el Coronel, que ya para la página 200 (que vendría a ser el Ecuador de este tomo de 400 páginas) se suma a uno de los ejes argumentales principales, en un rol bastante distinto al que lo habíamos visto desempeñar hasta ahora. Entre una cosa y otra, el que no da señales de vida es Kaneda. Es el mismo truco que había hecho Otomo en el tomo anterior con Tetsuo, pero llama más la atención, porque hasta ahora Kaneda era el protagonista indiscutido de la obra. Acá lo vemos apenas en un flashback al pasado de Tetsuo. La segunda mitad del tomo es realmente cruenta. Muere gente a rolete y hay un despliegue de violencia y mala leche muy extremo. De nuevo, es casi inexplicable que una chica normal como Kei sobreviva a todo eso. Pero por otro lado, este clima de guerra sin cuartel entre sobrevivientes muertos de hambre, acuciados por todo tipo de carencias, trae de nuevo a la luz cierto discurso por parte de Otomo vinculado a la naturaleza predatoria del ser humano. El autor nos invita a pensar cómo mientras quede un atisbo de organización social, habrá siempre grieta, bandos, "ellos o nosotros" (como diría un diputado fascista), y demás rupturas que a la primera de cambio pueden detonar combates de todos contra todos. Y a mayor precariedad, más fácil resulta manipular a las masas, como queda muy claro en este tomo cuando un súbdito de Tetsuo conocido solo como "el Comandante" moviliza a una legión de sobrevivientes crotos y hechos mierda, para que se jueguen la vida en una embestida casi suicida contra el templo de Lady Miyako. Vamos a ver qué pasa en el próximo tomo, a ver si vuelve Kaneda, o si Otomo nos cuenta qué pasó con él. Mientras tanto, y desde una óptica más global, estas 400 páginas son claramente de transición: acá no pasa nada que marque un antes y un después. Es lógico, por cómo terminó el Vol.3. No se puede pretender que al toque Otomo suba la apuesta una vez más después de semejante momento. Pero también espero que el plan para el Vol.5 no sea seguir estirando hasta el infinito conflictos que, en el contexto general de la obra, no parecen ser tan relevantes. Esta vez, ni un renglón para el dibujo. Simplemente señalar que en el ejemplar que tengo yo, hay varias páginas donde los negros no se ven negros, sino medio grises, como si hubiese un problema con la tinta, o con la imprenta. Me imagino que no será algo que sucedió en toda la edición yanki del Vol.4, sino que lo tengo que atribuir a mi mala suerte. Igual, me chupa un huevo, porque el dibujo es glorioso y no pierde impacto ni siquiera cuando el negro no se imprime con la intensidad que debería tener. Mañana, la reseña del Vol.5. Gracias y hasta entonces.

miércoles, 21 de septiembre de 2022

AKIRA Vol.3

Sigo la recorrida por la icónica obra de Katsuhiro Otomo que no había releído nunca en... 30 años, y me toca hablar un poco del tercer tramo. De nuevo me pasó lo mismo que con el tomo anterior: un libro de 280 páginas, y 230 páginas en las que prácticamente no pasa nada, y que se pueden resumir con la frase "tres grupos tratan de capturar o controlar a Akira antes de que se despierten sus tremendos poderes". Con esto, Otomo te llena -repito- 230 páginas. De nuevo, todo narrado a un ritmo tremendo, con una acción que te parte la cabeza y peligros zarpadísimos a los que ningún mortal común y corriente debería sobrevivir. Con Tetsuo fuera de escena, cobra protagonismo Nezu, un político rosquero que juega a dos (o más) puntas y que también controla a un puñado de adolescentes con habilidades paranormales. El grupito de Nezu, que en principio responde a Lady Miyako, será una de las tres facciones que se lancen a la búsqueda frenética de Akira. Otra es la del Coronel, que tiene a su servicio a los chicos-freaks-cautivos-psiónicos, al ejército y a unos ultra-robots armados hasta los dientes, preparados para reprimir el crimen y las protestas en las calles de Neo-Tokyo. Y la tercera es la improbable, la ilógica, conformada por Kaneda, Kei y Chiyoko, una señora grandota, pulentosa, una especie de Rambo fanática de las armas y dura de matar. Pero además en el camino se va a cruzar Ryu, casi por casualidad, y va a ser importante en algún momento de este gigantesco maremagnum de violencia y destrucción que son las primeras 230 páginas de este tomo. Después de mil vueltas, en las que Akira pasa de mano en mano como el Guantelete del Infinito en Avengers: Endgame (de un modo que casi causa gracia por lo exagerado y lo inverosímil), de nuevo hay una "hora de la verdad". En un punto, todas las facciones confluyen alrededor del pibe de poderes infinitos, aparentemente responsable de la destrucción de la antigua Tokyo, y por supuesto la idea de capturarlo antes de que despierten esos poderes va a tener menos éxito que Coca-Cola cuando lanzó la gaseosa con gusto a mate. Y ahí es donde este tomo se pone apasionante: Akira, al que zarandearon como un muñeco de trapo de acá para allá durante 230 páginas, está despierto y tiene que decidir qué hace, con quién se va, en quién confía. De nuevo, Otomo eleva la tensión a niveles inhumanos, al punto que sentís la mano del autor en tu garganta, apretando hasta asfixiarte. Y cuando hay que resolver, resuelve el conflicto de manera que pierden todos. Es un final totalmente sorpresivo, que nadie imaginaba, y que podría incluso marcar el punto final de la obra. De acá en más, en esa segunda mitad (o más, porque los tres tomos finales son más gorditos), van a pasar cosas que -me juego la chota- el autor no tenía pensadas cuando empezó a publicar la serie. Ya veremos con qué me encuentro mañana cuando le entre al Vol.4. Mientras tanto, destaco algo que ya me había llamado mucho la atención en el Vol.3. ¿Qué carajo hacen dos adolescentes normales sin poderes como Kaneda y Kei en medio de ese bardo entre seres ultra-poderosos y armamentos militares hiper-sofisticados? No se entiende por qué se juegan la vida de esa manera y menos todavía se entiende cómo no la perdieron. Pongámosle que Chiyoko se la banca porque (como ya dije) es una Rambo con cuerpo de mujer y una contextura física privilegiada. Con muuuucha generosidad, supongamos también que Kei está entrenada para manejar armas y sobrevivir en situaciones de combate por Ryu, o por otros miembros del grupito de resistencia. ¿Y Kaneda? ¿Un pibe de 15 años que en el primer tomo lo único que hace es drogarse y andar en moto, de pronto es el Capitán América? Nada, me parece que el personaje funciona mejor cuando Otomo lo usa como comic relief que cuando lo pone en situaciones extremas de acción y violencia. Ya cuando él solo caga a trompadas a un soldado armado hasta la pija y se hace con el control de un tanque (¿dónde aprendió a manejar tanques? ¿En segundo año de la secundaria?) el verosímil se cae a pedazos como en esas historias de Tintin en las que el aventurero del jopito vence a piñas a un león y maneja lanchas, helicópteros, aviones y cohetes espaciales... a los 16 años. Del dibujo ya ni hace falta hablar, porque sigue en ese nivel monumental que ya vimos en los tomos anteriores. La secuencia final (no la voy a describir, por si alguno no leyó Akira y no sabe lo que pasa) es impresionante, no hay palabras que le hagan justicia. Ni con movimiento y sonido podría ser más impactante ni más pregnante. La verdad que cada vez que vea un comic donde hay que destruir muchas cosas, voy a pensar en cómo hubiese dibujado Otomo esa escena. Realmente acá está el canon, la referencia ineludible para este tipo de situaciones. Mañana les cuento qué me encontré removiendo entre los escombros. Gracias y hasta entonces.

martes, 20 de septiembre de 2022

AKIRA Vol.2

Ay, Katsuhiro, querido... ¿por qué me hacés esto? Después de un primer tomo magnífico, el Vol.2 derrapa feo, por lo menos a nivel argumental. En un tomo de 300 páginas, las primeras 240 se pueden resumir en esta frase: "Tetsuo descubre que existe Akira, se encapricha con que lo quiere conocer, averigua dónde lo tienen guardado y elimina todos los obstáculos que se le ponen enfrente hasta quedar cara a cara con él". Ya desde la segunda mitad del tomo anterior, Otomo nos dejó en claro que Tetsuo es un wild card formidable, totalmente impredecible, pero sobre todo imparable. O sea que por más que el Coronel y sus tropas traten de detenerlo, sabés de antemano que va a cumplir con su deseo de conocer y liberar a Akira. Con lo cual estas primeras 240 páginas no revisten prácticamente ninguna sorpresa. Para que parezca que pasa algo mínimamente emocionante, Otomo las decora con una infinita sucesión de peripecias protagonizadas por Kaneda y Kei, siempre al límite de peligros muy extremos, de los que zafan milagrosamente. Y también con escenas que exploran los poderes (y el predicamento) de los niños-freaks-cautivos-psiónicos, escenas que nos muestran cómo las cosas se le van de las manos al Coronel, y escenas que revelan la existencia de un personaje enigmático, Lady Miyako, de la que por ahora no sabemos casi nada. Sin mucha conexión con todo el resto de estos "aderezos", avanza un poco el plan de Ryu, que recién va a quedar más o menos claro sobre el final del tomo. Y además tenemos (por primera vez) la irrupción de un personaje que no está ni bien presentado, ni bien explicado, ni bien desarrollado: el flaco de anteojos y corbata que en un momento ayuda a Kei y Kaneda y más tarde confronta con el amigo de Ryu. ¿Por qué está ahí ese tipo? No se entiende. Lamentablemente, si bien todo este relleno está narrado de manera trepidante, con muchísima acción, violencia al palo y un despliegue visual devastador, no le aporta casi nada a la trama. El resultado de la ecuación es que en esas 240 páginas Tetsuo gana una chapa infinita, y que el Coronel, que se perfilaba como un antagonista grosso, se convierte en un perdedor que no pega una, una especie de Wile E. Coyote o Dick Dastardly, cuyos planes fracasan uno atrás de otro. Si no fuera un personaje repulsivamente autoritario, te diría que me dio lástima, el pobre gil. Menos mal que están las 60 páginas finales, para las que Otomo se reserva las sorpresas más zarpadas del tomo. Ahí sí, no hay relleno: es lo más parecido a "la hora de la verdad", en la que las cartas están sobre la mesa y el conflicto (por lo menos UN conflicto) se tiene que resolver sí o sí. Son 60 páginas tensas, vibrantes, en las que realmente no tenés la menor idea de qué puede llegar a pasar (a diferencia de la larguísima previa que desemboca en este final). Y pasan cosas grossas. Entre ellas, se explica de manera diáfana el misterio de Akira, que nos había generado intriga en el tomo anterior. A lo largo de todo el tomo, presenciamos una escalada de poder hiper-recontra-zarpada. Los personajes con habilidades psiónicas son cada vez más grossos y usan estos poderes de maneras más extremas, mientras que el Coronel activa armas cada vez más bestiales para tratar de contrarrestar el kilombo que le están armando Tetsuo por un lado y la resistencia de Ryu por el otro. Ya esas super-motos de Kaneda y sus amigos que en el Vol.1 nos parecían "wow!", ahora nos parecen "bleh", porque todo escaló a un nivel mil veces más jodido. Y en esa escalada, se desdibujan gradualmente Kaneda y Kei, porque son básicamente adolescentes normales, muy ágiles, muy despiertos, pero que en este contexto de violencia extrema, mega-arsenales militares y superpoderes al palo, deberían ser boleta en la página 50, como mucho. Otomo pisotea bastante el verosímil al mantener el foco en estos personajes que, por lógica, no tienen un choto que hacer en un conflicto de esta magnitud. El dibujo, aunque parezca imposible, es mejor que en el Vol.1. Sobre todo la aplicación de los grises, que acá es maravillosa, perfecta, crucial para ponerle iluminación y texturas a todas esas secuencias que transcurren en la base subterránea de los milicos. Todos los fondos son impactantes, las armas y vehículos son alucinantes, los personajes parecen estar vivos, la acción está contada como los fuckin´dioses y el trazo de Otomo, técnicamente prodigioso, tiene momentos de esa magia inexplicable y fascinante típica de Moebius. Este Vol.2 y los posteriores los conseguí en la edición de Kodansha, que es 10 años posterior a la de Dark Horse, y que toma aspectos técnicos y gráficos de varias ediciones anteriores: la traducción de la de Epic/Marvel, efectos y onomatopeyas de la de Glénat, tipografías y retoques digitales de la de Dark Horse, etc.. Esto, sumado a un papel mucho mejor que el que usó Dark Horse, resulta en un producto de una calidad realmente superlativa. Lástima todas esas páginas en las que pasa tan poco... Mañana les cuento cómo me fue con el Vol.3. Gracias y hasta entonces.

lunes, 19 de septiembre de 2022

AKIRA Vol.1

Los memoriosos recordarán que allá por fines de 2015, acá en el blog hice el experimento de leer todos los TPBs de Sandman, uno atrás de otro, en una seguidilla de 10 reseñas y un epílogo, a lo largo de 11 días consecutivos. Ahora que volví a completar Akira en la edición que yo quería tener, y para festejar los 40 años del inicio de la mítica saga de Katsuhiro Otomo, la idea es hacer lo mismo: reseñar los seis tomos en seis días consecutivos y cerrar la SemanAkira con un artículo más general a modo de epílogo. Son seis masacotes poderosos (creo que ninguno baja de las 350 páginas) pero trataremos de llegar con las lecturas y las reseñas con periodicidad diaria, de acá al domingo. Felizmente lo primero que me queda claro luego de leer el Vol.1 es que no me acordaba casi nada del argumento. O sea que buena parte de lo que leí me sorprendió tanto como aquella primera vez, cuando descubrí a Akira a fines de los ´80 en los libritos a todo color que publicaba Epic/ Marvel. Y rápidamente eso quedó opacado por otra conclusión obvia y contundente: Akira arranca en un nivel tremendo. El dibujo, ni hace falta decirlo, es glorioso. Otomo deja la vida en cada viñeta y encima tiene asistentes de la talla del inmortal Satoshi Kon, que se lucen en los fondos y en las líneas cinéticas. La historia canónica del manga moderno nos cuenta que la revolución, el quiebre, se produce a principios de 1979 cuando Otomo publica Fireball, esa historia de 50 páginas que le detona la cabeza a toda una generación de lectores (y de mangakas). Pero evidentemente entre 1979 y 1982 el ídolo no detuvo su aprendizaje, su curva ascendente hacia la gloria gráfica, porque en Akira todo se ve aún mejor, más impactante y más sólido que en Fireball. Las masas negras y los espacios blancos están mejor compensados, los personajes son más expresivos... Por ahí la narración está un poco más descomprimida, porque Akira es una serie extensa (para Occidente, no? En Japón 2000 páginas no son nada), pero la verdad es que -por lo menos en este primer tramo- no se siente para nada que Otomo esté estirando, o que opte deliberadamente por un ritmo narrativo más lento. Y esto conecta con lo más importante (por lo menos para mi gusto): el guion. No recordaba que el guion fuera tan bueno, tan compacto, que todo estuviera tan bien explicado, que no hubiese ni medio cabo suelto, que todo fluyera de modo tan orgánico, que las actitudes y decisiones de cada personaje estuvieran tan bien justificadas. Esto que parece un descontrol de acción al palo, violencia, estridencia, gente con hiper-poderes que hace que tiemblen los edificios, que mueve el agua con la mente o le hace estallar la cabeza a sus enemigos con solo mirarlos, en realidad es un relojito, un mecanismo narrativo perfecto, sin nada librado al azar. Ningún personaje está al pedo, ninguna secuencia pasa de largo sin aportarle algo interesante al relato, la machaca no está de adorno ni como "engaña-pichanga" para que uno crea que están pasando muchas cosas cuando en realidad no pasa nada... Realmente estamos ante un manga de una calidad superior, una especie de upgrade para los ´80 de las grandes obras de los autores clásicos de los ´60 y ´70, obviamente con Osamu Tezuka a la cabeza. Incluso bien leída, Akira es una historieta que habla de temas sociales ásperos, de preocupante vigencia. Hay una conspiración en las sombras que mueve millones y millones, y que destina parte de estos recursos a eliminar de manera violenta a gente que se interpone en sus planes, o que averigua más de lo que a ellos les conviene que se sepa. Hay adolescentes olvidados por la sociedad, que no tienen contención por parte de sus familias, que reciben una educación autoritaria carente de toda empatía, y que se decantan por una vida marginal, de violencia, escabio y drogas. Hay chicos en cautiverio, prisioneros de su condición de freaks pero con unos poderes psiónicos devastadores, constantemente monitoreados por las autoridades militares (que juegan para la conspiración ya citada). Y en el medio hay rebeldía juvenil, hay amistades inquebrantables, traiciones, puntitas de posible romance, manipulación y escamoteo de información, y un misterio ominoso, que va a crecer en los tomos posteriores, vinculado precisamente a Akira. ¿Qué o quién es Akira? En las primeras 350 páginas Otomo no nos da casi pistas de por qué la serie lleva ese nombre y no el de Kaneda, que es a todas luces el personaje central. Pero se intuye algo grosso, potencialmente cataclísmico, que se develará más adelante. Mañana les cuento cómo sigue esto, pero empezó muy arriba. No recuerdo que aquella primera lectura en la cuasi-infancia me haya generado el entusiasmo y las ganas de tirarme de cabeza sobre el tomo siguiente que me generó Akira ahora que la estoy leyendo en la cuasi-vejez. Acá sí que no hay humo: este es un manga que, 40 años atrás, arrancaba poniendo arriba de la mesa una calidad más que suficiente para aspirar al status de Obra Maestra del que goza en la actualidad. Gracias por leer y nos reencontramos mañana con la reseña del Vol.2, acá en el blog.

jueves, 15 de septiembre de 2022

NOCHE DE JUEVES

Mientras repaso la larga lista de ciudades que me toca visitar en Octubre y Noviembre (síganme en Instagram o estén atent@s a la Agenda Argenta de Comiqueando, que ahí va a estar toda la info), tengo un par de libritos más para reseñar. Arlekín y Cascabel, de la editorial Utopía, reúne dos series realizadas por Quique Alcatena para la revista Anteojito en los años ´80. Son historietas cuyos originales no se conservaron, por lo cual hubo que hacer un trabajo complejísimo de restauración en base a las páginas digitalizadas de las revistas de los ´80. Esta tarea estuvo a cargo del gran J.J. Rovella y la verdad es que fue estupenda: las historietas se ven muy bien, los colores están en sus tonos justos, la línea no se ve mordida ni empastada... una maravilla. Pero el libro tiene varios problemas en rubros vinculados a la edición, principalmente dos: 1) una cantidad grosera de errores en los textos. Faltan o sobran letras en algunas palabras, faltan algunos espacios entre palabras, no hay un criterio coherente para cortar las palabras con los guiones, algunos "continuará" con los que terminaba cada entrega fueron eliminados para el libro y otros no, y cosas así que complican un poco la lectura (que ya de por sí puede ser intrincada porque los diálogos están escritos en español clásico, y los personajes usan el "vosotros"). Es increíble, realmente, cómo no se supervisa mejor el tema de los textos en ediciones lindas y chetas como esta. El problema nº2 es menor, pero me hincha las pelotas: ya que se trabajó sobre las revistas originales, ¿tanto costaba poner un rengloncito de texto que dijera "esta historieta se publicó en Anteojito entre Tal Mes y Tal Mes de Tal Año"? ¿Por qué tenemos que adivinar esa data tan importante para darle contexto a las obras? De hecho, en el libro aparece primero la aventura de Arlekín y después las de Cascabel, pero Alcatena las publicó en Anteojito en el orden inverso. Cascabel es bien de principios de los ´80 (ahí el trazo de Quique está más emparentado con sus trabajos para la DC Thomson de Escocia) y Arlekiín es de la segunda mitad de los ´80, y visualmente está más cerca de La Fortaleza Móvil y demás series escritas por Ricardo Barreiro con las que Quique ganó protagonismo en las páginas de Skorpio. Pero de eso me enteré porque se me ocurrió preguntare a Quique en qué orden dibujó el material que incluye el libro, y lo lógico sería que esa información apareciese en la propia publicación. En cuanto al material en sí, se trata de historietas para chicos de 8 a 10 años, que al salir en entregas de una página en una revista semanal tenían que generar un poquito de intriga y hacer avanzar un poquito la trama en muy pocas viñetas. Y está bien, tienen ritmo, están repletas de personajes y conceptos muy originales, muestran ese interés en las distintas mitologías y las distintas civilizaciones que suele desplegar Alcatena en sus obras para adultos, la violencia no está enfatizada, y tanto el dibujo como el color están bien logrados, más allá de que el Alcatena de los ´80 no tenga la destreza narrativa ni la imaginación explosiva del Alcatena más reciente. Como curiosidad, como "Year One" de la ilustre trayectoria del maestro, Arlekín y Cascabel es un lindo libro. Y probablemente hasta pueda entusiasmar y estimularle la imaginación a los niños y niñas del Siglo XXI porque las historias, si bien son ingenuas, no son pelotudeces. Para los que creíamos que nunca se iban a reeditar los trabajos de Quique para Anteojito, Arlekín y Cascabel es un milagro que vale la pena celebrar.
En 1999, cuando la editorial estadounidense Kitchen Sink se fue al descenso, dejó sin recopilar una miniserie de Atomic City Tales, la gran creación del capo canadiense Jay Stephens. Por suerte, unos años más tarde entró en escena Oni Press y publicó este Vol.2 de Atomic City Tales, que lamentablemente sería el último. Acá tenemos, en maravilloso blanco y negro, una excelente historieta de Stephens, que disecciona de manera divertida y por momentos transgresora el funcionamiento de la pica entre superhéroes y supervillanos, los romances entre compañeros de equipo, los cambios en trajes y poderes de los superhéroes y demás tropos de las aventuras de este género inagotable. Pero además Stephens se suma a la saga como un personaje más, un dibujante de historietas que en el mundo de los Astonishers y la Maniac Gang trabaja como "cronista" de las aventuras y las registra a modo de comics. La historia avanza a muy buen ritmo, si bien se caga olímpicamente en las convenciones del típico relato superheroico para concentrarse en la faceta más humana de Big Bang, Doc Phantom y demás personajes de ambos bandos. El libro incluye unas páginas adicionales en las que Stephens cierra de alguna manera el universo que quedará trunco con la desaparición de Kitchen Sink, muchos bocetos, páginas descartadas, y una breve historieta protagonizada por un personaje llamado The Stiff, más para el lado del hard boiled, donde las tintas corren por cuenta del glorioso Mike Allred y las tonalidades de gris las agrega Laura Allred. Una perlita más para un TPB que visualmente es una fiesta, porque está todo puesto al servicio del lucimiento de un dibujante como Stephens, que es descomunal. Además de su vasta producción en el campo de la historieta infanto-juvenil, en sus trabajos para adultos (como este) el canadiense desarrolló un estilo donde se mezclan el ya citado Allred con Seth y Jaime Hernández, con unos resultados formidables. Además, en este tramo final de Atomic City Tales tenemos hallazgos en la narrativa, en la aplicación de grises y hasta en el rotulado y las onomatopeyas. Hoy que cualquier gil se hace el banana deconstruyendo los mitos superheroicos, no está mal ir 25 años para atrás y ver cómo lo hacía este monstruo superdotado que es Jay Stephens. Un trip agridulce, porque hace años que el autor abandonó el Noveno Arte para laburar en dibujos animados, pero muy divertido, muy flashero, muy original y muy recomendable tanto para los fans de los superhéroes atípicos como para los que se copan con una historieta de perfil más autoral. Y nada más por hoy. En cualquier momento arranco con un experimento medio bizarro que se va a desarrollar a lo largo de siete días consecutivos, acá en el blog. Guarda que va a ser un desconche. Ah, sí, me olvidaba: junto a Gonzalo Ruiz revivimos en podcast Distinguida Competencia, ahora centrado en la producción de DC Comics entre el año 2000 y el 2011. Se puede escuchar gratis en https://anchor.fm/distinguida-competencia/episodes/0-Vol--2-Del-Y2K-al-N52-e1nqfap

lunes, 12 de septiembre de 2022

DISPAREN AL HUMORISTA

La visitadísima vagina de sus progenitoras, ¿cómo mierda puede ser que haya conseguido este libro a dos mangos en una librería de saldos? Disparen al Humorista es uno de los mejores libros que leí en mucho tiempo, algo que debería ser de lectura obligatoria en todas las putas escuelas del planeta. No puede ser que no haya hordas de lectores dispuestos a apuñalarse unos a otros por un ejemplar de este libro. Este es un comic que te modifica, te cambia la vida, te abre puertas para repensar un montón de cosas que tienen que ver con el humor, la risa, la comicidad y sobre todo la libertad para expresarnos. Son 150 páginas inolvidables, en las que Darío Adanti (historietista argentino radicado hace muchos años en España, del que ya vimos otros trabajos acá en el blog) echa mano a una infinidad de recursos para explicar de manera graciosa y atractiva qué es el humor, cómo funciona y por qué no tiene sentido ponerle límites o restricciones. El dibujo de Adanti es maravilloso, con una paleta de colores de tremendo impacto y momentos en los que la línea desaparece y es el propio color el que define los contornos de los personajes y demás elementos gráficos que aparecen en la viñeta. Casi todo el libro está armado con grillas clásicas, de cuatro o seis viñetas de tamaños prácticamente idénticos. Pero cuando esa grilla deja lugar a puestas en página más experimentales (esas a las que Thierry Groensteen calificaría de "ostentosas"), el talento de Adanti estalla como una supernova y nos ofrece momentos inolvidables, fascinantes, que no tienen nada que envidiarle a las puestas más extremas de las que pelaba J.H. Williams III en Promethea. Disparen al Humorista nos muestra al autor argentino en su mejor nivel, en un despliegue iconográfico de inmensa generosidad, con caricaturas, onomatopeyas (pienso en esas novelas gráficas de ahora sin onomatopeyas y me dan ganas de repetir las puteadas con las que empecé esta reseña), tipografías integradas a las viñetas, ese planteo cromático por momentos extremo, y sobre todo con un diseño muy personal, donde nada es como lo vemos en el mundo real, sino como Adanti tiene ganas de representarlo. Los personajes pueden ser esqueletos, un cacho de tronco con saco y corbata, una bombita de luz con un cerebro adentro, un tipo con cabeza de tostadora, un gatito antropomorfo, el propio Adanti... lo que venga. Todo está pensado minuciosamente para sorprender al lector y hacerlo entrar a este ensayo en el que el autor le da mucho protagonismo al texto, pero se mata para que el dibujo nos mantenga absolutamente atrapados a lo largo de todo el libro. Y lo mejor que tiene Disparen al Humorista es que, mientras el dibujo es claramente en joda, el texto es en serio. Adanti investigó, estudió teorías sobre el humor, revisó la historia, recopiló citas, refutó mitos, pensó a fondo en el tema y -como todo ensayista- volcó sus conclusiones en un trabajo con el que por supuesto se puede disentir, pero al que no se le puede decir ni mu en cuanto a la forma en que propone toda una serie de ideas, propias y heredadas de teóricos anteriores. Me sorprendió que Darío no trabajara con aquella cita de Arthur Schopenhauer que solía mencionar el Negro Dolina, esa que decía algo así como "hacer humor es básicamente poner algo allí donde no va". Una definición brillante, que no aparece en este libro, en el que abundan las definiciones brillantes acerca del humor, sus causas y sus efectos. Pero la verdad que es un texto completísimo, sustancioso, lleno de momentos que te disparan ideas, que te invitan a replantearte un montón de cosas, y que rápidamente te convencen del principal argumento que esgrime Adanti en estas páginas, que es lo ridículo y lo nocivo que resulta tratar de limitar las temáticas que se pueden abordar desde el humor. Esa exploración de las barreras que aparecen por derecha y por izquierda, el rol de los medios y las redes sociales en la instauración de estas instancias de censura o de represión a la labor del humorista, por un lado es cautivante y por el otro descorazonadora. Y lo que propone Adanti para dejar sin efecto esos mecanismos de censura es tan disparatado como genial. Recomiendo enfáticamente Disparen al Humorista, es una obra realmente fundamental para cualquier fan de la historieta y el humor. Ojalá la consigas barata como la conseguí yo, pero si la tenés que pagar un poco más, no lo dudes. Esto vale cada centavo que desembolses por el libro. Y nada más, por hoy. Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

miércoles, 7 de septiembre de 2022

DE NUEVO AL RUEDO

Costó encontrar un rato para escribir las reseñas, pero bueno, acá estamos, en la previa a un nuevo viaje a Córdoba para una nueva edición de Docta Comics. Empiezo con un integral en tapa dura que trae todo el material de Sam Pezzo realizado por el maestro Vittorio Giardino entre 1978 (sí, a mí también me sorprendió que las primeras historias fueran tan antiguas) y 1983. Allá por el 28/11/13 vimos un álbum de Sam Pezzo, que está incluido en este masacote, y me acuerdo que el guion no me había convencido demasiado, principalmente por la sobrecarga de elementos, peripecias y giros argumentales que incorporaba Giardino en una cantidad de páginas relativamente pequeña. Eso se repite a lo largo de todo este tomo: las historias están muy comprimidas, no dan respiro y por momentos agobian al lector con la cantidad de cosas que pasan en 30 ó 35 páginas. No todos los guiones me parecieron flojos, hay un par que realmente funcionan bien... pero seguramente funcionarían mejor con seis u ocho páginas más para que haya pausas, o momentos para bajar un cambio, reflexionar, contemplar, esas cosas que normalmente suceden en las novelas de género hard boiled que inspiraron a Sam Pezzo, pero acá brillan por su ausencia. Giardino trae todos los tópicos del policial negro yanki a una ciudad que no nombra, pero que claramente es italiana. Así, a la figura del detective que investiga casos turbios (no muy distintos de los que unos años antes investigara Alack Sinner), se suma la sombra de una violencia urbana que a fines de los ´70 estaba muy presente en una Italia dominada por las mafias y por conflictos políticos muy picantes. Entre una cosa y otra, estas historietas desparraman cadáveres a diestra y siniestra y naturalizan totalmente el hecho de que haya tiroteos en cualquier lado y a cualquier hora. Por supuesto Giardino se para del lado correcto de la grieta, y si bien Pezzo no es un héroe ni un personaje particularmente virtuoso, el rol de los villanos suele recaer (como en Alack Sinner) en personajes acomodados, casi siempre elitistas. Es impresionante lo mucho y lo rápido que evoluciona el dibujo de Giardino. En las primeras historias no opone mayor resistencia a la poderosa influencia de José Muñoz, o incluso a la de Chester Gould, porque puebla estas aventuras de freaks deformes y contrahechos. Gradualmente se calma un poco, y si bien no abandona el uso de abundantes masas negras, estiliza mucho más a los personajes, mientras experimenta una mejora en el manejo de los fondos y el rotulado que va claramente para el lado de Hergé y Edgar-Pierre Jacobs. Sam Pezzo es una historieta muy de su época, que hoy, comparada con obras más recientes de Vittorio Giardino, se ve bastante precaria. Pero tiene ese atractivo: el de permitirnos constatar cómo el ídolo empieza bien de atrás y evoluciona a pasos agigantados hasta convertirse en un maestro del blanco y negro, el dibujo realista y un grafismo en el que conviven Muñoz, Hergé, Guido Crépax, Milo Manara y varios más de los maestros que marcaban el pulso del comic europeo a principios de los ´80.
Salto brutal a Estados Unidos, años 2000 y 2001, cuando Dan Abnett y Andy Lanning, tras ponerle fin a dos colecciones mensuales de la Legion of Super-Heroes, relanzan al clásico grupo (en su versión post-Zero Hour) en una maxiserie de 12 episodios titulada Legion Lost. Una historia extrema, bastante jugada, a la que por ahí le sobran un par de episodios, pero que me volvió a impactar como cuando la leí por primera vez hace 20 años... y eso que sabía quién moría, quién era el villano encubierto... Los guionistas británicos no solo orquestan una saga grandilocuente y pensada para redefinir al grupo de jóvenes paladines del Siglo XXI, sino que además demuestran un muy buen manejo de personajes que no crearon ellos. Al trabajar sobre una cantidad reducida de Legionarios, todos tienen su oportunidad de lucirse y de desarrollarse. Por ahí Chameleon es quien menos se modifica (mirá qué ironía, un cambiaformas que se resiste al cambio) a lo largo de la historia, pero el resto sin dudas sale de esta ordalía bastante distinto de como entró. Abnett y Lanning juegan fuerte con los conceptos de ciencia ficción que les habilita el hecho de tener una serie ambientada mil años en el futuro. Por más comics de la Legion que hayas leído, Legion Lost transmite todo el tiempo sentís la sensación de que puede pasar cualquier cosa, y eso probablemente sea lo mejor que tiene la obra. La movida de los británicos de meterle un tono más oscuro a la Legion funcionó, y dio pie a una serie que duró bastante. Parte del gancho tiene que ver con que Legion Lost tuvo como principal dibujante a Olivier Coipel, quien la había roto toda en los últimos números de la serie que precedió a este relanzamiento. Coipel le pone todo a la creación de bichos alienígenas y se nota que disfruta muchísimo las escenas de acción. Los trajes, las armas y los rostros de los personajes también están muy bien logrados. El problema son los fondos. O en realidad, la cantidad de páginas en las que Coipel no te dibuja un puto fondo ni por accidente. Dale, flaco... media pila. Sos francés, a los dibujantes franceses les queman la cabeza para que se maten con los fondos... Alguno, aunque sea para engañar al lector, tenés que dibujar, aunque labures para EEUU. Los números que no dibuja Olivier los saca con jerarquía otro dibujante francés, Pascal Alixe, que también me gusta mucho y que se rompe un poquito más el culo para que de vez en cuando haya un fondo atrás de los personajes. Fuera de ese detalle, este es un comic de superhéroes fuerte, que no perdió vigencia 20 años después, y que por ahí quedó perdido entre tantos relanzamientos fallido de la Legion pero en aquel entonces fue realmente importante, por lo menos para los fans del clásico grupo de DC.
Y termino con un comic argentino reciente, también repleto de conceptos de ciencia ficción, ambientado en una galaxia remota y con una notable escasez de fondos (parece la cuenta bancaria de una empresa quebrada). Galathea es una creación de Lucas Gutiérrez, quien escribe casi todas las historias que integran este librito, colorea todas y dibuja solo algunas. También hay unas cuantas páginas muy bien dibujadas por Fernando Calvi (a quien la paleta de Gutiérrez complementa a la perfección) y breves colaboraciones de Juan Caminador, Nicolás Brondo y Leo Sandler. Las aventuras de Galathea son sencillas, el conflicto que las motoriza se reitera varias veces en pocas páginas, y en todo caso el atractivo pasa por la acción, por el desarrollo de personajes y por la construcción de un mundo que seguramente Gutiérrez y sus colaboradores tienen pensado seguir explorando en futuras entregas. Por ahora es una aventura bastante clásica, muy en la línea Star Wars, a la que le falta un poco de complejidad y sobre todo más trabajo en los fondos. Nada más, por ahora. Tengo leído otro libro, pero no me queda tiempo para escribir la reseña (anticipo: es un LIBRAZO). Gracias por el aguante y nos vemos en Docta Comics.