el blog de reseñas de Andrés Accorsi

sábado, 24 de septiembre de 2022

AKIRA Vol.6

Bueno, otro desafío cumplido. Seis días, seis tomos de Akira, tres de ellos de más de 400 páginas. Este la verdad que es medio trampa. Son unas 430 páginas de historieta, pero narradas a un ritmo mucho más descomprimido que el del manga promedio. Cada acción, hasta la más mínima, se despliega en una cantidad de viñetas (o páginas) también muy por encima del promedio. El dibujo de Katsuhiro Otomo está a estratóferas de distancia del promedio, así que se disfruta mucho todo el aspecto visual. Pero a nivel narrativo, se nota demasiado la voluntad del autor por estirar el desenlace hasta los límites más bizarros. En este tomo, lo único que le queda a Akira es la machaca. No hay más adorno, no hay más barniz, no encuentro nada que aparezca entre los pliegues de la trama ahí, subyacente, como para que el lector atento diga "ah, claro, ESTO es lo que Otomo quería transmitir". Pero claro, hay tantos personajes, que la machaca se puede llegar a empantanar, y por eso en el primer tercio del tomo, el autor se limpia a varios personajes menores. Obviamente al pobre Eggman, que nunca pasa de ser un chiste, al Comandante, a casi todos los monjes, al primer infiltrado de la invasión extranjera que se había hecho "amigo" de Ryu, a la pobre Kaori... Después, en el segundo tercio, morderá el polvo un personaje de bastante más peso en la trama, pero para ese entonces ya la machaca habrá cobrado proporciones casi cósmicas. Lo que empezó con toques de conspiración, intriga política y cierta pátina de sofisticación digna de un gekiga de Osamu Tezuka, ahora es body horror pasado de rosca, con seres informes de un nivel de poder que le pondría los pelos de punta a todos los Avengers, todos los X-Men y todos los Eternals. Y de nuevo, todo pasa por la destrucción. Los milicos de las grandes potencias quieren destruir a Tetsuo, pero este los hace crosta. Kei, ahora depositaria del poder de varios personajes psiónicos, se convierte en una especie de Superman, y usa sus poderes... para tratar de destruir a Tetsuo. Y así. En el medio siguen pululando personajes normales, sin poderes, como la "rambesca" Chiyoko, el estoico Coronel (que a medida que pierde sentido y peso en la trama, gana heroísmo y dignidad), el enigmático Ryu (que al final es el único que se anima a pelar un chumbo y dispararle a Akira), Keisuke y Joker (estos ya ascendidos de pandilleros en moto a comandos re-pesuttis con armas cada vez más tremendas), y por supuesto Kaneda, al que -de nuevo- le pasan cosas que serían letales para cualquier ser humano en cualquier contexto lógico, pero zafa milagrosamente de todo, con total impunidad. Nada parece cambiar el curso de la acción (o sea, Tetsuo descontrolado, con poder suficiente para obliterar a quien se le cante) hasta que los niños-ancianos-freaks-psiónicos trascienden el plano físico y se conectan con Akira. Ahí, de un modo que Otomo no explica demasiado, el pibito que causara la destrucción de Neo-Tokyo decide dejar de ser testigo de las atrocidades de su "amigo" Tetsuo, y confronta su inconmensurable poder con el del ex-pandillero, ex-falopero Número 41. Una vez que pasamos la página 300, esto ya es un festival 100% visual, donde las cosas pasan mitad en el plano "real", y mitad en un plano espiritual (por eso me parece lógico eso que comentaba un lector del blog acerca de que fue Alejandro Jodorowsky quien le sugirió a Otomo cómo resolver el final), con escenas que pasan también en la mente de los personajes. Los flashbacks y el relato en tiempo presente intersectan, se enfiestan unos con otros, la realidad se distorsiona para incluir cosas imposibles que los personajes alucinan o viven en otro plano; y no, Akira no termina por desinflarse, sino que termina con (otro) big bang, otra secuencia cataclísmica que cambia todo para siempre, aunque esta ya totalmente despojada de cualquier pretensión de realismo o verosímil. Las últimas... 45 páginas son un epílogo en el que Otomo deja en claro quiénes quedaron vivos y cómo se perfila el nuevo statu quo. Y acá ya vemos a un Kaneda más maduro, un poco menos bardero, más consciente de su rol de líder, aunque todavía picante y cocorito. Es un lindo final, emotivo, esperanzador, donde los más valientes y los más leales se llevan las mejores recompensas. Lástima la cantidad de páginas que le tomó al autor llegar hasta ahí. Y nada más, por hoy. Mañana, si no pasa nada raro, cerramos la SemanAkira con una última reseña no centrada en un tomo particular sino en la obra en general. Gracias y hasta entonces.

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