miércoles, 21 de septiembre de 2022
AKIRA Vol.3
Sigo la recorrida por la icónica obra de Katsuhiro Otomo que no había releído nunca en... 30 años, y me toca hablar un poco del tercer tramo. De nuevo me pasó lo mismo que con el tomo anterior: un libro de 280 páginas, y 230 páginas en las que prácticamente no pasa nada, y que se pueden resumir con la frase "tres grupos tratan de capturar o controlar a Akira antes de que se despierten sus tremendos poderes". Con esto, Otomo te llena -repito- 230 páginas. De nuevo, todo narrado a un ritmo tremendo, con una acción que te parte la cabeza y peligros zarpadísimos a los que ningún mortal común y corriente debería sobrevivir.
Con Tetsuo fuera de escena, cobra protagonismo Nezu, un político rosquero que juega a dos (o más) puntas y que también controla a un puñado de adolescentes con habilidades paranormales. El grupito de Nezu, que en principio responde a Lady Miyako, será una de las tres facciones que se lancen a la búsqueda frenética de Akira. Otra es la del Coronel, que tiene a su servicio a los chicos-freaks-cautivos-psiónicos, al ejército y a unos ultra-robots armados hasta los dientes, preparados para reprimir el crimen y las protestas en las calles de Neo-Tokyo. Y la tercera es la improbable, la ilógica, conformada por Kaneda, Kei y Chiyoko, una señora grandota, pulentosa, una especie de Rambo fanática de las armas y dura de matar. Pero además en el camino se va a cruzar Ryu, casi por casualidad, y va a ser importante en algún momento de este gigantesco maremagnum de violencia y destrucción que son las primeras 230 páginas de este tomo.
Después de mil vueltas, en las que Akira pasa de mano en mano como el Guantelete del Infinito en Avengers: Endgame (de un modo que casi causa gracia por lo exagerado y lo inverosímil), de nuevo hay una "hora de la verdad". En un punto, todas las facciones confluyen alrededor del pibe de poderes infinitos, aparentemente responsable de la destrucción de la antigua Tokyo, y por supuesto la idea de capturarlo antes de que despierten esos poderes va a tener menos éxito que Coca-Cola cuando lanzó la gaseosa con gusto a mate. Y ahí es donde este tomo se pone apasionante: Akira, al que zarandearon como un muñeco de trapo de acá para allá durante 230 páginas, está despierto y tiene que decidir qué hace, con quién se va, en quién confía. De nuevo, Otomo eleva la tensión a niveles inhumanos, al punto que sentís la mano del autor en tu garganta, apretando hasta asfixiarte. Y cuando hay que resolver, resuelve el conflicto de manera que pierden todos. Es un final totalmente sorpresivo, que nadie imaginaba, y que podría incluso marcar el punto final de la obra. De acá en más, en esa segunda mitad (o más, porque los tres tomos finales son más gorditos), van a pasar cosas que -me juego la chota- el autor no tenía pensadas cuando empezó a publicar la serie. Ya veremos con qué me encuentro mañana cuando le entre al Vol.4.
Mientras tanto, destaco algo que ya me había llamado mucho la atención en el Vol.3. ¿Qué carajo hacen dos adolescentes normales sin poderes como Kaneda y Kei en medio de ese bardo entre seres ultra-poderosos y armamentos militares hiper-sofisticados? No se entiende por qué se juegan la vida de esa manera y menos todavía se entiende cómo no la perdieron. Pongámosle que Chiyoko se la banca porque (como ya dije) es una Rambo con cuerpo de mujer y una contextura física privilegiada. Con muuuucha generosidad, supongamos también que Kei está entrenada para manejar armas y sobrevivir en situaciones de combate por Ryu, o por otros miembros del grupito de resistencia. ¿Y Kaneda? ¿Un pibe de 15 años que en el primer tomo lo único que hace es drogarse y andar en moto, de pronto es el Capitán América? Nada, me parece que el personaje funciona mejor cuando Otomo lo usa como comic relief que cuando lo pone en situaciones extremas de acción y violencia. Ya cuando él solo caga a trompadas a un soldado armado hasta la pija y se hace con el control de un tanque (¿dónde aprendió a manejar tanques? ¿En segundo año de la secundaria?) el verosímil se cae a pedazos como en esas historias de Tintin en las que el aventurero del jopito vence a piñas a un león y maneja lanchas, helicópteros, aviones y cohetes espaciales... a los 16 años.
Del dibujo ya ni hace falta hablar, porque sigue en ese nivel monumental que ya vimos en los tomos anteriores. La secuencia final (no la voy a describir, por si alguno no leyó Akira y no sabe lo que pasa) es impresionante, no hay palabras que le hagan justicia. Ni con movimiento y sonido podría ser más impactante ni más pregnante. La verdad que cada vez que vea un comic donde hay que destruir muchas cosas, voy a pensar en cómo hubiese dibujado Otomo esa escena. Realmente acá está el canon, la referencia ineludible para este tipo de situaciones.
Mañana les cuento qué me encontré removiendo entre los escombros. Gracias y hasta entonces.
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