el blog de reseñas de Andrés Accorsi

jueves, 30 de mayo de 2019

JUEVES DE AVENTURAS

Los dos libritos que acabo de leer parecían, a priori, muy distintos entre sí. Pero una vez leídos, me resultó llamativa la cantidad de similitudes que les encontré. Ahí vamos.
La aventura empieza en Francia, en 1982, cuando Tramber y Jano realizan un álbum de Kebra que marcaría la separación de la dupla autoral. Esta vez, en lugar de protagonizar historias cortas, Kebra se pone al hombro un relato de 40 páginas, Le Zonard des Etoiles, publicado en España como “El Macarra del Espacio”.
El dibujo de estas 40 páginas es impresionante, muy superior a los episodios anteriores e incluso a los álbumes posteriores, en los que Jano seguirá en solitario al frente de las aventuras de esta rata atropomórfica. El trabajo y la imaginación que pusieron los autores para esta epopeya de ciencia-ficción es infernal, como si le quisieran mojar la oreja a Moebius o a Philippe Druillet. La narrativa es brillante, las onomatopeyas, el color, todo está cuidadísimo y se disfruta a full.
¿Qué hace Kebra en una epopeya de ciencia-ficción? Bueno, ese es otro tema. El guión de El Macarra del Espacio es bastante blandito, apenas una sucesión no muy bien concatenada de peripecias por las que atraviesa Kebra, no exentas de impacto, pero en las que el personaje básicamente no avanza nunca un milímetro. El pibe (digámosle así) viaja a otros planetas, participa de una guerra intergaláctica, se levanta a una princesa, queda varado en un desierto, viaja en el tiempo al futuro remoto de la Tierra… y no se mueve nunca de su planteo original, el de las breves historietas ambientadas en los suburbios de París: lo suyo es sobrevivir, morfar de arriba y ponerla cada tanto, sin importar a quién hay que cagar. Se supone que una ordalía de esta envergadura le puede enseñar algo más, pero no.
Por otro lado, al aferrarse a la fórmula del típico guión de aventuras, El Macarra del Espacio es –lejos- la aventura más violenta de Kebra. Todo el tiempo aparecen conflictos, que los autores resuelven por medio de peleas, tiros, explosiones, naves que se estrellan unas contra otras y batallas campales. Por suerte en medio de todo este despelote aparecen algunas escenas más tranqui (muy bien resueltas) y alguna idea limada que no pasa por la machaca. No es un álbum que ofrezca mucho más que la bizarra acumulación de peripecias, pero sólo por el dibujo ya garpa pegarle una leída.
Salto a 2014, cuando se publica Nemo: The Roses of Berlin, la segunda novela gráfica protagonizada por Jenni Nemo, la hija del mítico capitán, a cargo de la dupla insumergible: Alan Moore y Kevin O´Neill, en la época en la que habían dejado de lado a la League of Extraordinary Gentlemen para concentrarse en este atractivo spin-off. Nunca conseguí Heart of Ice (la primera novela de Nemo), por eso me costó entender un par de cosas, pero el propio relato me fue explicando todo.
Acá también, el dibujo está fuera de escala. Lo que dibuja O´Neill en estas 50 páginas no tiene nombre, es de otra realidad. Esa versión alternativa de la Alemania nazi, emparentada con la Alemania del cine expresionista de los años ´30, es sencillamente inolvidable. Las expresiones faciales, las escenas de acción y las ilustracioness de las retiraciones de tapa y contratapa son algunos de los puntos más altos dentro de un trabajo sublime de este monstruo sin límites.
El guión de Moore, por su parte, está bien provisto de referencias literarias y cinematográficas (no las vamos a enumerar, no hace falta) y plagado de diálogos magníficos. El problema es el argumento, muy sencillo, muy lineal, donde lo único impredecible es el precio que van a pagar “los buenos” por la victoria. Como Kebra en su saga espacial, acá vemos a Nemo no moverse un milímetro de su personalidad: con casi 50 años, sigue siendo la mina dura, decidida, con un coraje y un orgullo sin parangón, que va para adelante como una locomotora a conseguir su objetivo (en este caso, rescatar a su hija y su yerno de las garras de los villanos cuasi-nazis) sin medir las consecuencias. Así se desencadenan una otras otra unas escenas de pelea inmensas, casi de blockbuster hollywoodense, en las que la apuesta sube cada vez más hasta llegar al mano a mano final con la principal antagonista. Y no hay mucho más que eso, que está muy bien, es atrapante, intenso, emotivo… pero claro, uno espera un poquito más de un genio como Alan Moore. Aún así, Roses of Berlin me dejó muy manija como para conseguir Heart of Ice, porque los personajes están obscenamente bien trabajados, el mundo es el mismo de The League…, y seguramente O´Neill me va a sorprender con otra hecatombe nuclear como la que causó en mis retinas en esta novelita.

Gracias por el aguante y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

lunes, 27 de mayo de 2019

MEDIODIA DE LUNES

Mientras escucho mi podcast favorito (Sonido Bragueta), me pongo a escribir las reseñas de los últimos libritos que leí.
Arranco en 1991, con Vito el Cenizo, un álbum de Spirou y Fantasio que retoma al villano de la aventura en New York. La dupla integrada por Tome y Janry, acá sumamente afianzada, nos ofrece una excelente combinación entre humor y aventura, pero con plus muy atractivo: esta vez el ritmo es mucho menos frenético que en la aventura en Moscú, y los héroes (sobre todo Fantasio) tienen tiempo para pensar en lo que hacen, en por qué lo hacen, en la relación entre ellos, en la forma en que financian sus aventuras, e incluso en una minita con la que pegó alta onda y a la que le dedica unas cuantas… remembranzas.
Lo único medio discutible de Vito el Cenizo es que las secuencias más divertidas son posibles gracias a una coincidencia muy poco verosímil. Y que le dan muy poca bola a Spip. El resto, es todo ganancia. Desde retomar a un villano de un álbum anterior, hasta la calidad de los gags y la resolución del misterio que envuelve al cargamento del barco hundido. A lo largo de estas 44 páginas te reís un montón de veces, pero además hay mucho suspenso, intriga y peligros que (a pesar del clima festivo) se sienten bastante reales.
Y el dibujo, por supuesto, es exquisito. Las expresiones faciales, el lenguaje corporal de los personajes, los fondos, las secuencias mudas, los momentos de mayor despliegue y acción… realmente todo espectacular. Tome y Janry dieron vuelta esta serie como una media y la llevaron a donde ninguna otra serie infanto-juvenil había llegado antes. Tengo sin leer un librito más de la dupla, que seguramente reseñaré pronto.
Salto a Francia, a fines de 2018, cuando se publica Guaraní, la nueva novela gráfica de los maestros argentinos Diego Agrimbau y Gabriel Ippóliti. El planteo es sumamente ganchero: un fotógrafo francés llega a Sudamérica a fines de la década de 1860 y se convierte en testigo privilegiado de los horrores de la Guerra de la Triple Alianza. Pierre Duprat interactúa con civiles, soldados, aborígenes, animales exóticos y enfermedades tropicales, pero nada lo prepara para la batalla de Acosta Ñu, en la que 20.000 soldados brasileños y argentinos masacran a un ejército paraguayo improvisado, en el que combatían mayoritariamente niños sin entrenamiento militar, reclutados por la fuerza entre las tribus guaraníes.
El libro es más chico que las novelas anteriores de la dupla, pero con muchas más páginas. Guaraní le da la posibilidad a Gabriel Ippóliti de dibujar pocos cuadros por página (a veces sólo dos), más grandes, en los que su dibujo se luce muchísimo. La paleta de colores (en la que los primarios están intencionalmente ausentes) es maravillosa, el trazo está suelto, dinámico, muy expresivo, sin descuidar en lo más mínimo el rigor histórico y documental. Creo que es el trabajo de Ippóliti que más me gustó, pero también creo que su próximo trabajo me va a gustar más que este.
Guaraní tiene un sólo problema, que no es menor: la escena más relevante, más impactante, más crucial para la trama y para el desarrollo del protagonista, es la de la batalla de Acosta Ñu. Y el libro nos la cuenta TRES veces: en el texto de la contratapa, en el prólogo de Agrimbau y finalmente en la historieta propiamente dicha. Para cuando la trama llega a ese punto, ya sabés lo que va a pasar. Y si esperás que después de eso venga una vuelta de tuerca más, un volantazo más que te sorprenda o te shockee tanto como esa batalla, no la esperes, porque no hay.
Por supuesto que Agrimbau narra todo esto con muchísimo aplomo, el recurso de contar todo desde la óptica de un extranjero funciona perfecto, el personaje (como ya dije) evoluciona muchísimo, si no tenés la más puta idea de lo que fue la Guerra de la Triple Alianza el guión te lo cuenta sin agobiarte con datos, los horrores y crueldades de la guerra están perefctamente plasmados, al igual que el contexto político de la época. A pesar de tener poca acción, Guaraní nunca se hace densa ni aburrida, y hasta encuentra pequeños resquicios para alguna pincelada de humor en medio de tanta desolación. Para ser brillante le faltaba ese toque imprevisible en las 20 páginas posteriores a la batalla, ese algo más que pudiera de alguna manera “cantarle retruco” a lo tremendo de esa secuencia. O no, pero en ese caso me hubiese gustado llegar al momento de la batalla sin saber lo que iba a pasar, para que me pegara más fuerte, sobre todo porque es un hecho histórico que rara vez se menciona cuando nos cuentan la Guerra de la Triple Alianza.
Por supuesto que recomiendo a full Guaraní, que seguramente tendrá edición argentina antes de que termine este año. Y ojalá la edición nacional no spoilee tan abiertamente lo que Agrimbau e Ippóliti nos van a mostrar en la mejor secuencia del libro.

Sigo avanzando con las lecturas y vuelvo a postear pronto, acá en el blog.

jueves, 23 de mayo de 2019

JUEVES A LA NOCHE

Sigo avanzando con las lecturas y me voy a 2012, cuando Yukiko Seike (creo que es una mujer, pero no estoy seguro) adapta al manga 5 Centímetros por Segundo, el film animado con el que Makoto Shinkai rompió todo a fines de la década pasada. Yo había escuchado hablar bastante de la obra de Shinkai, y siempre muy bien. Así es como, cuando vi el manga a buen precio (hermosa edición de Vertical en un masacote de más de 450 páginas) no dudé en entrarle.
Al leerlo recordé una vez más por qué no me engancha la historieta romántica japonesa. Ojo, no es culpa de Yukiko Seike. El dibujo de este manga es excelente, no sólo para los standards del típico manga romántico, sino a nivel general. Es una historieta visualmente exquisita, con las secuencias muy bien pensadas, las pausas bien puestas, unos silencios de increíble elocuencia, un manejo de los climas apabullante… todo buenísimo, de verdad. Los fondos, la aplicación de los grises, esas viñetas en las que vemos a Kanae practicando surf... puntos altísimos en un gran trabajo de una mangaka que obviamente no aspira a un nivel de genialidad cercano al de Inio Asano, pero despliega una cantidad de virtudes muy, muy notable.
Por el otro lado, el argumento y el guión me parecieron un embole. Tohno, el protagonista, es un pecho frío insoportable. Y la idea de que el tipo fracase en varias relaciones sentimentales porque no puede olvidar a su amigovia de los 13-14 años tampoco tiene mayor sustento. Imaginate una historia de amor sin besos, donde los personajes no sólo no garchan, sino que ni siquiera se tocan. 5 Centímetros por Segundo narra en 460 páginas la historia de amor entre un chico y una chica que se ven por última vez en la página 154. De ahí en más, Akari será un fantasma en la vida de Tohno que seguirá siempre ahí, para asegurarse de que este pobre gil nunca sea feliz. No es el tipo de historia romántica que me interesa leer, posta, aunque Yukiko Seike tire magia para que el relato me resulte enormemente atractivo a la vista.
Me voy con otros chicos de 15 años que se enamoran, pero estos además bailan, se ponen en pedo, se drogan, cogen y matan gente a lo bestia. Estoy en el Vol.2 de Deadly Class (el Vol.1 lo vimos el 07/06/17) y noto con alegría muchas mejoras en este tramo de la serie creada por Rick Remender y Wes Craig en 2014. Los textos son espectaculares: acá realmente se ve que Remender se mete a fondo en la mente de los personajes, tiene clarísima la línea que quiere bajar y le agrega una dimensión casi poética a la trama de machaca, sangre y corrupción extrema. El flashback a la infancia de Marcus es tremendo y se destaca en un contexto en el que todo el tiempo suceden cosas impactantes, ya sea por lo zarpado de la violencia, o por los niveles de mala leche, o por los volantazos que pega Remender en las relaciones entre los chicos que protagonizan la serie, que sin duda son un eje importantísimo de Deadly Class. Hay tiros, descuartizamientos, torturas, drogas, piñas, espadazos, flechazos, gente que muere en explosiones o morfada por perros antropófagos, pero lo importante son siempre los vínculos. El amor, la amistad, la lealtad… o la falta de ellos, por supuesto.
Al alud de referencias ochentosas que vimos en el Vol.1 se suma ahora una buena dosis de referencias a otras historietas (de los ´80, claro), ya que el protagonista consigue trabajo en una comiquería. Y por si tuviéramos poco con la violencia y las puteadas, Remender nos tira la fatality con una escena desopilante en la que juega fuerte a la escatología, un recurso que aparece poco en las historietas de corte “aventurero”. Obviamente quedé muy cebado como para leer más, o incluso para ver qué onda la serie de TV, que según dicen está muy buena.
Pero claro, la serie de TV tiene actores y el comic tiene los dibujos de Wes Craig, que acá está incluso más pasado de rosca que en el Vol.1, cada vez mejor complementado por la paleta de Lee Loughridge. Craig tira esa magia tan rara en el comic yanki que hace que uno sienta que dibujar así es muy fácil. Trazos simples, un dinamismo arrollador en el armado de las secuencias, criterio acertado para decidir dónde poner los fondos y dónde omitirlos y listo: esto funciona así, al toque, el famoso “sale con fritas”. Bueno, las pelotas. Para llegar al grado de síntesis que ostenta el canadiense, para manejar así el claroscuro, para irte al carajo con el expresionismo como se va Craig, para encontrarle esas vueltas tan gancheras tanto a las escenas de diálogo como a las de acción, tenés que saber MUCHISIMO de historieta y haber estudiado a fondo a maestros como Jim Steranko, Frank Miller, David Mazzucchelli, Eduardo Risso, Paul Pope, incluso a mangakas onda Katsuhiro Otomo. Excelente lo de Wes Craig, también por encima de lo que vimos en el Vol.1.

Y nada más, por hoy. Gracias por estar ahí y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

lunes, 20 de mayo de 2019

LUNES LLUVIOSO

Mientras los fans del ajuste salvaje y la inflación descontrolada buscan archivos viejos en los que Alberto basureaba a Cristina o viceversa, sigo avanzando con las lecturas.
Me voy a los ´80, cuando Eleuteri Serpieri publica Druuna, la secuela de Morbus Gravis protagonizada por la escultural morocha que da título a la obra. Estamos todavía en los albores de la saga de Druuna, cuando Serpieri todavía trataba de llevar adelante un relato de aventuras ambientadas en un mundo post-holocausto, signado por la decadencia, la putrefacción y las mutaciones horrendas. Así es como en estas 62 páginas se ve un esfuerzo por hacer avanzar una trama, hay una especie de misión que Druuna debe cumplir y eso funciona como brújula para la acción, que tampoco es tanta. No es un gran guión, aclaremos de antemano. Parece una mala copia de una saguita de las que escribía Ricardo Barreiro en Fierro o Skorpio, con menos violencia, escenas oníricas intercaladas con un criterio medio dudoso… y hasta con menos garches de los que uno espera en un comic de Druuna.
No te digo que me dejó un poco frío, porque constaté que aún a esta edad, en los umbrales de la ancianidad, Druuna sigue provocando revoluciones hormonales de esas que hacen casi inviable leer este material en un lugar público, donde esté mal visto mandarse una mano por abajo de los lienzos. Esta no es una aventura de palo-y-palo, sino una aventura bien al palo, que no es lo mismo. Lo que falta en materia de ritmo, de potencia narrativa, sobra en el rubro cachondeo. Ver a Druuna en pelotas, atada, recibiendo latigazos, en esas tomas que subrayan las redondeces de las cachas o el escote, o verla participar voluntaria o involuntariamente de esos garches, son algunos de atractivos realmente insoslayables que tiene esta historieta. Es un recurso berreta, efectista, pero puesto sobre la página por un tipo que tiene un dominio de la anatomía en general y de la femenina en particular absolutamente magistral.
Serpieri es un dotado, un dibujante tocado por la varita mágica, que sabe sacar lo mejor del estilo académico-realista, darle onda, fluidez, ponerlo en función de la trama (aunque sea una trama medio pelo) y no sólo del impacto (aunque esta saga se basa mucho en eso). Además se rompe el culo en los fondos, las armas, los monstruos… No es solamente un dibujante de minas que están buenísimas y lucen escasa vestimenta. Serpieri le canta “quiero retruco” en todas las viñetas a José Luis Salinas, que es claramente su principal influencia, y a la vez se despega del maestro cuando le agrega al dibujo esa plasticidad, ese dinamismo que por ahí asociamos más con Alberto Salinas, o con Juan Zanotto, o con Antonio Hernández Palacios, por citar sólo a algunos seguidores destacados del glorioso José Luis. O sea que si te gusta esa estética (o leer historietas con una sola mano) sabés que con Druuna la vas a pasar bomba.
Hace casi un mes, el 23 de Abril, me tocó reseñar el Vol.1 de Nextwave, Agents of H.A.T.E. y me gustó muchísimo. La verdad que lo que tengo para decir del Vol.2 se parece demasiado a lo que ya escribí en la reseña del Vol.1 y no se me ocurre qué carajo inventar para no repetirme como un ganso.
Creo que lo más destacado del tomo es el episodio 10, cuando Warren Ellis y Stuart Immonen juegan a disfrazarse de otros autores para mostrarnos esas secuencias limadas que transcurren en la mente de los distintos personajes. Ya sólo con las tres páginas dedicadas a Elsa Bloodstone en las que Immonen dibuja a lo Mike Mignola sobraba para ganarse mi ovación, pero hubo mucho más magia y más aciertos. Y en el episodio 11, puestos a transgredir un poco más, tenemos esa seguidilla de seis dobles splash-pages en las que los “héroes” va avanzando por un pasillo dentro de una base secreta llena de peligros. Acá el maestro Ellis se llama al silencio y el Immonen clava la cámara, la deja fija a lo largo de DOCE páginas. Sí, doce páginas sin texto, en la que vemos seis ilustraciones a doble páginas en las que la cámara está inmóvil y lo que se mueven son los personajes. Es un laburo demecial de composición, de puesta en escena, y de diseño de personajes porque Immonen mete en la trifulca a los bichos más bizarros y disparatados que te puedas imaginar, desde androides, samurais y dinosaurios a chimpancés disfrazados de Wolverine y enanos vestidos de BDSM. Un kilombo realmente maravilloso.
Y bueno, nada más. Recontra-recomiendo Nextwave, sobre todo a los fans de la Justice League de Giffen y DeMatteis. O a los que extrañan a Immonen y quieren descubrir un trabajo muy atípico del ídolo canadiense.

Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

viernes, 17 de mayo de 2019

MAÑANA DE VIERNES

Es raro escribir reseñas un viernes a la mañana, pero bueno, es lo que hay…
Sigo leyendo álbumes de Spirou que nunca había leído pego un salto de 30 años, que son los que pasaron entre El Viajero del Mesozoico (1960) y Spirou y Fantasio en Moscú (1990). Acá me encuentro con Tome y Janry, la dupla que revitalizó la serie allá por 1983, ya afianzadísima y en un nivel altísimo, con muy poco que envidiarle a los mejores álbumes de André Franquin.
Lo único que le puedo criticar a esta aventura en Moscú es que no deja margen para desarrollar a los personajes. Es tanto lo que pasa, se acumulan tantas peripecias en apenas 44 páginas de historieta, que Tome y Janry no encuentran espacio para la pausa, para salir un poquito del ritmo frenético que impone la trama y entrar en la psiquis de los personajes para ahondar un toque en sus motivaciones, sentimientos, etc. Pero bueno, también tengo claro que estas son aventuras infanto-juveniles de hace casi 30 años, en las que la profundidad psicológica de los personajes no era para nada lo que venían a buscar los lectores.
Fuera de eso, sólo tengo palabras de elogio para Spirou y Fantasio en Moscú. Me atrapó totalmente el ritmo, sentí que los héroes realmente corrían peligros grossos; me causó mucha gracia la forma farsesca en la que (al mejor estilo René Goscinny) los autores nos presentan a esa Unión Soviética en plena desintegración como si fuera casi otro planeta, con énfasis (y chistes) en todos los sitios, costumbres y vicios que caracterizan a los moscovitas; y por supuesto aplaudo los huevos para tomarse 100% en joda esa especie de epílogo de la Guerra Fría, en la que los roles de la KGB y las agencias de inteligencia de Europa y EEUU empiezan a resultar más confusos, más ambiguos y por ende más fértiles para generar enredos y situaciones cómicas.
El dibujo es excelente, muy bien complementado por la paleta (adusta, opaca) de Stephane de Becker, y totalmente funcional a la narrativa. Esas dos páginas en el teatro Bolshoi merecen ser contadas en forma de dibujo animado, porque Tome y Janry les pusieron esa dinámica, esa lógica, esa plasticidad, que impactaría mucho más combinada con música y movimiento. Habrá más Spirou de Tome y Janry muy pronto.
Me vengo a Argentina, a 2019, para leer el Mío Cid, el clásico fundacional de la literatura castellana ahora reversionado por el incansable Alejandro Farías y un dibujante al que nunca había oído nombrar: Antonio Acevedo, un joven de apenas 29 años oriundo de San Juan. Me hice fan al toque de Acevedo, me alcanzaron estas 64 páginas para ponerlo entre los autores argentinos a los que hay que seguir de cerca. Le encontré una sola falla (que también se le puede atribuir a los editores, no sólo al dibujante), que son algunas viñetas en las que están mal colocados los globos de diálogo. Esto hace que uno los lea en desorden y las conversaciones no tengan sentido. Son tres o cuatro, nomás, pero no tendría que suceder. El resto, un lujo tanto en el aspecto narrativo como en el visual, con un combo devastador entre el dibujo tipo Batman Animated (la estética creada por Bruce Timm y continuada por Ty Templeton, Brad Rader, Dev Madan, etc.), la impronta más angulosa de Segundo Moyano, una aplicación de grises exquisita, y el despliegue kilombero de David Rubín o Jim Steranko, en esas páginas dobles dedicadas a las estremecedoras batallas del Cid.
El trabajo de Farías también me resultó muy satisfactorio. El autor no cae en la tentación de recontar la saga del Cid como si fuera una aventura del Siglo XXI, sino que respeta ese clima más protocolar, más pausado, de los relatos medievales. Y además no nos agobia con información innecesaria, le encuentra la duración exacta a cada escena, maneja los recursos idóneos para resaltar bien los conflictos y sabe cuando “callarse la boca” y dejar que sean los dibujos de Acevedo los que lleven adelante la narración. La única decisión que no comparto mucho es la de suavizar demasiado el horror de la afrenta de Corpes. Farías y Acevedo eligen con buen criterio no mostrar en detalle los ultrajes a los que son sometidas las hijas del Cid, pero cuando nos muestran a las jóvenes post-violación, están atadas a los árboles, con tajos y heridas… y la ropa puesta. Un disparate.   
Fuera de ese detalle menor, Mío Cid es una excelente adaptación, que transmite la epopeya de Rodrigo Díaz de forma muy accesible, muy dinámica, como para que cualquier lector de aventuras se pueda enganchar y disfrutarla a pleno. Y además nos brinda la posibilidad de sumar a nuestra biblioteca la primera obra importante de Antonio Acevedo, destinado a generar muchos hitazos más.

Nada más por hoy. Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

miércoles, 15 de mayo de 2019

THE BEST OF WONDER WART-HOG

Y me terminé, por fin, el mamotreto de más de 460 páginas con el que estuve yendo y viniendo durante días y días.
Hace casi nueve años, el 21/05/10, le dediqué la reseña de ese día al mega-broli que recopila TODO lo que hizo el maestro Gilbert Shelton con los Freak Brothers. En esa misma colección apareció (en 2013) este tomo donde se reedita lo mejor de Wonder Wart-Hog, la brutal parodia a los superhéroes creada por el ídolo allá por 1962 y continuada (con intermitencias) hasta el día de hoy.
Dos detalles para criticar de esta tremenda edición de Knockabout: 1) hubiese estado bueno que el material respetara el orden cronológico en el que lo realizó Shelton, y 2) también hubiese estado bueno agregar la info de años y publicación en la que aparecieron por primera vez cada una de estas historietas. El resto es todo alucinante, desde el diseño hasta esas 32 páginas a todo color que vienen en el medio del libro.
A lo largo de estas 464 páginas, recorremos varias décadas y vemos evolucionar muchísimo a Gilbert Shelton, no sólo a nivel dibujo (empieza como un clon dubitativo de Sergio Aragonés y para fines de los ´60 ya es una bestia fuera de toda escala), sino también a nivel de los temas que le interesa tocar. Wonder Wart-Hog arranca como una obvia sátira a Superman, con jodas que giran en torno al secreto de la doble identidad, los superpoderes, los villanos estrafalarios… pero rápidamente empieza a cuestionar el lado ético del asunto, la motivación del héroe, su altruismo, su relación con las autoridades, incluso su condición de freak, de marginal que no encaja en ningún lado. Más tarde, a Shelton le empiezan a interesar más los temas sociales y hasta la política misma, y eso hace crecer muchísimo a la serie. No te digo que en un punto “se convierte en otra cosa” (como le pasó a Cerebus, que un día dejó de ser una parodia de Conan para convertirse en otra cosa), porque el gaste a Superman está siempre presente. Pero hay mucho más. 464 páginas de chistes con superhéroes que se pasan de violentos, de losers o de escatológicos serían difíciles de digerir incluso dibujadas al nivel que exhibe Shelton. Acá claramente hay más riesgo, más sustancia, más profundidad y obviamente más mala leche.
Entre las historias cortas, destaco la irónica Strike Fever, la políticamente incorrecta Wonder Wart-Hog Visits the Ghetto, la desopilante The Famous Superheroes School y la demoledora Philbert Gets a Job. De las “medianas”, me quedo con las 20 páginas de Sudden Death, repleta de palos letales contra el futbol americano y el gran negocio que representa, y las 17 de Epidemic!, otro fuerte alegato social. Y después hay varias historias largas. La más graciosa es Battle of the Titans!!!, donde Shelton se caga de risa del género de los superhéroes en una saga con alienígenas, clones y realidades alternativas, intencionalmente sobrecargada de cheap thrills. La más rara es Philbert Desanex´s 100.000 th Dream, una historieta de 44 páginas (todas con la grilla de cuatro tiras de dos viñetas de igual tamaño) en la que Shelton narra un sueño disparatado, que no da respiro y que le permite incursionar en virtualmente todos los géneros imaginables, aunque sea durante algunos cuadritos.
Y no podía faltar mi historia favorita de Shelton de todos los tiempos: las 47 páginas de Wonder Wart-Hog & the Nurds of November, un comic 100% político, realizado en 1979. El título es medio un engaña-pichanga: el protagonista absoluto es Philbert Desanex y son poquísimas las viñetas en las que lo vemos convertido en el Jabalí de Acero. Pero eso no es óbice para disfrutar de una trama brillante, con unos giros argumentales perfectos y un mensaje muuuuy adelantado para su época que tiene que ver con el poder de los medios de comunicación convertidos en mega-empresas. Este es un Shelton prendido fuego, indignado por la corrupción, la pobreza, la desigualdad, la ignorancia, la falta de compromiso político y la tendencia de la gente común y corriente a bancar gobiernos fachos. Una lectura imprescindible en un año electoral, y en cualquier otro.
En síntesis, con tanta cantidad de material que abarca tantos años de producción es imposible que el nivel de todas las historietas sea parejo y –para qué te voy a mentir- hay unas cuantas que podrían no estar en un compilado que se titula “The Best of”. Pero también están las que realmente son las mejores, las que pasan cualquier filtro y entran en cualquier selección. Y esas son verdaderas gemas, que resisten el paso del tiempo y que no se pueden dejar de recomendar ni hoy ni nunca.

Gracias por el aguante, gracias a los seguidores del blog que me vinieron a saludar en Montevideo Comics y vuelvo a postear a la brevedad, ni bien tenga un par de libritos leídos.

jueves, 9 de mayo de 2019

JUEVES TORMENTOSO

Hoy hubo tiros cerca de Congreso, la militancia copó la Rural para escuchar a la única que sabe y además llovió como la San Puta. Yo tranqui, laburando como si nada. Estaba leyendo un masacote de 400 páginas y le clavés una pausa para leer otras cosas, así no me aburro. Y lo que leí fue esto:
Arranco en Inglaterra, año 1992, cuando aparece The Minotaur´s Tale, una novela íntegramente realizada por Al Davison. A lo largo de 80 páginas, el autor traza un paralelismo entre la historia del famoso minotauro de la mitología griega y la vida de un pobre tipo que nace con malformaciones en el rostro y el cuerpo y habita en una gran urbe inglesa a principios de los ´90. Al relato clásico acerca del minotauro, su origen y su muerte a manos de Teseo, Davison le suma un montón de datos que yo desconocía, y hasta se anima a narrar los hechos desde la óptica del monstruo. Pero poco a poco, me empezó a interesar más la historia de Banshee, el tipo desfigurado. Una historia que arranca muy de atrás, que al principio parece casi irrelevante, pero que con el correr de las páginas gana en complejidad hasta desembocar en un giro final muy impredecible y de mucho vuelo.
Davison aprovecha la historia ambientada en “el presente” para bajar línea acerca de temas espesos como la marginalidad, la prostitución, el SIDA y la completa desprotección que le brindan los estados “modernos” a los pobres y discapacitados. Pero The Minotaur´s Tale no es un comic de denuncia, ni de corte socio-político. Es una novela en la que lo principal son los vínculos entre las personas, la dicotomía entre lo bello y lo feo, los monstruos por fuera y los monstruos por dentro, la discriminación al distinto y la solidaridad con el de al lado, sea quien sea. No te digo que es una obra fundamental para entender el Noveno Arte, pero está realmente muy bien.
Y el dibujo de Al Davison es alucinante. La cantidad de técnicas que emplea, lo bien que las domina, cómo elige los momentos para cambiar de estilo, el efecto expresivo que provoca cada vez que salta de un grafismo a otro, la construcción de las secuencias mudas… Creo que lo único que no me gustó es que traza líneas negras entre las viñetas en vez de las típicas zanjas blancas, y que mete un par de splash pages medio innecesarias. Pero nada de eso es óbice para disfrutar de una labor realmente notable de un dibujante virtuosísimo en el trazo, en el color y en la articulación de todos esos elementos en pos de una narrativa poco convencional y a la vez muy sólida.
Allá por el 17/11/11, me tocaba comentar un libro con cuatro historias cortas de Joaquín Cuevas, uno de los historietistas más interesantes surgidos en Bolivia. Ahora me toca leer Ctrl Z, otra antología que reúne las mejores historietas realizadas por Cuevas entre 2004 y 2006, 15 relatos breves de los cuales uno sólo formó parte del libro reseñado en 2011.
Lo mejor que tiene este libro es que las historietas están en orden cronológico. ¿Por qué? Porque las últimas cinco historietas son, por amplio margen, las mejores del tomo y los mejores trabajos que recuerdo haberle visto a Joaquín. Y son todas bastante distintas entre sí, eh? El libro arranca bien, tiene algún altibajo en el medio, pero una vez que arrancan las cuatro páginas de “Alas”, ya no baja nunca más. De ahí hasta el final tenemos excelentes dibujos, buenas ideas en los guiones, un humor afilado, un vuelo poético muy logrado, mucho riesgo bien asumido a la hora de elegir técnicas, enfoques, grillas para armar la página y hasta tipografías para los textos.
En su momento postulé que 24, 31, etc. (así se llamaba el librito que reseñé en 2011) no ofrecía la selección de material más idónea para convertir en fans de Joaquín Cuevas a quienes hasta entonces no lo conocían. Ctrl Z, en cambio, cumple con creces esa función. Si nunca leíste nada de este joven y experimentado autor boliviano, sin dudas te recomiendo empezar por acá y disfrutar ese in crescendo que desemboca en cinco últimas historietas de un nivel excelente.

Y bueno, me llevo el masacote que estoy leyendo a Montevideo, a ver si me lo liquido entre el viaje y alguna hora muerta en el evento. Y nos reencontramos la semana que viene con nuevas reseñas, acá en el blog.

lunes, 6 de mayo de 2019

LINDO LUNES

Prometí más Spirou de André Franquin y hoy cumplo, con la reseña de El Viajero del Mesozoico, una historieta que data de 1960 y que tiene una particularidad muy rara: Spirou podría tranquilamente no estar y la historia se desarrollaría exactamente igual. Fantasio también, está totalmente de adorno, aunque protagoniza (en la primera mitad del álbum) varios de los mejores pasos de comedia. Esta es una aventura del Conde de Champignac y el Marsupilami. Uno genera el kilombo, el otro lo resuelve. De las 47 páginas que dura la historieta, Franquin dedica 27 a mostrarnos cómo fracasan uno tras otro los intentos por contener al dinosaurio que nació en el “presente” y que por su propio tamaño y su inexistente destreza, causa estragos en la apacible localidad de Champignac.
El núcleo de la trama es ese: ¿cómo carajo paramos a este mamotreto que a cada paso rompe o se morfa algo que va a costar muchísimo recuperar o reconstruir?. Ni Spirou, ni Fantasio, ni el Conde, ni las autoridades municipales ni nacionales le encuentran la vuelta… y la situación se estira tanto que la comicidad se diluye. La cuarta vez que el dinosaurio destruye o aplasta casas y autos (y tanques) ya no es gracioso. La batalla la va a ganar el Marsupilami, cuya cruzada quijotesca está hábilmente presentada por Franquin como un gag recurrente. Nunca te imaginás que de ahí va a salir la resolución de la trama… en parte porque nunca te imaginás que ni Spirou ni Fantasio van a estar pintados al óleo hasta el final del álbum.
El dibujo está a un nivel sublime, imposible de superar excepto por el propio Franquin. Las escenas en las que el pueblo se ve subvertido por el caos son brillantes, ahí se ve el mejor Franquin, el especialista en dibujar hermosos desórdenes, bolonkis cacofónicos repletos de detalles alucinantes. La secuencia inicial, donde solo vemos cuerpos moviéndose lentamente en plena Antártida, también está logradísima y muestra lo canchero que estaba el maestro en el manejo del lenguaje corporal de los personajes. La verdad que, si no te molesta ver a Spirou y Fantasio relegados a un rol muy menor en la trama, El Viajero del Mesozoico es un álbum divertido, raro, con un nudo un poco estirado, pero con una introducción y un desenlace alucinantes e impredecibles.   
Salto 57 años para adelante hasta 2017, cuando se publica el primer álbum de Torpedo 1972, la nueva serie protagonizada por un Luca Torelli ya veterano, ahora con el maestro Eduardo Risso al frente de los dibujos. La verdad que me costó un poco entrar en la amalgama entre estos legendarios personajes y el universo gráfico del León de Leones. El tema del color, la puesta en página, obviamente el trazo, el aspecto de Torpedo y Rascal con varias décadas más encima… muchos fueron los elementos que indicaron con mucha fuerza que este no era un álbum más de la gloriosa serie de Enrique Sánchez Abulí y Jordi Bernet.
El guión, en cambio, conserva el ritmo de los álbumes de Torpedo 1936 en los que los autores contaban una sóla historia extensa. Abulí puso al personaje en el freezer casi 20 años, pero en el medio no perdió en absoluto el pulso para los diálogos zarpados, con juegos de palabras constantes y punzantes, ni para las situaciones violentas, escabrosas, al límite de lo publicable. Ojo, los hallazgos los encontré en el guión, no tanto en el argumento, que me pareció bastante precario. Me divertí más viendo cómo cambiaron en estos años Torpedo y Rascal que con el discurrir de la trama. Y me parece que (todavía) Abulí no le empezó a sacar el jugo a la nueva ambientación (principios de los ´70), más allá de algunas referencias bastante obvias a hechos y personajes reales.
En cuanto al dibujo, el propio Risso reconoce haber despachado el trabajo “de taquito”, escatimándole esa pasión autoral que le pone a todos sus trabajos, incluso los que realiza por encargo de grandes editoriales. En general, yo veo un muy buen trabajo de Risso, que retoma esa línea de grotesco y mala leche de obras como Bolita y Chicanos (o ¡Ay, Jalisco!), e intuyo varias decisiones suyas a la hora de armar varias secuencias que no creo que se le hayan ocurrido a Abulí. Donde noto cierta “mezquindad” por parte del dibujante es en los fondos. Creo que en todas las páginas hay una o dos viñetas en las que me hubiese gustado ver fondos, que no están. En su lugar hay grandes masas de negro, o simplemente un color pleno, sin texturas ni degradés de ningún tipo. Pero bueno, cuando tenés el oficio que tiene Eduardo Risso para narrar con el dibujo, podés no dar el 100% y que aún así los lectores la pasemos bárbaro durante la lectura.
Y me imagino que para las secuelas (que encargó una editorial francesa, que seguro paga mejor que Panini) tanto Sánchez Abulí como Risso redoblarán esfuerzos para que este Torpedo viejo y choto vuelva a brillar como en los míticos álbumes de los ´80 y ´90, cuando fue por mérito propio uno de los personajes más taquilleros y más queridos del comic europeo.

Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas y si vivís en Montevideo (o cerca) nos vemos este sábado y domingo en Montevideo Comics. Excelsior!

viernes, 3 de mayo de 2019

THE SANDMAN: OVERTURE

Uno de los momentos más álgidos en la larga historia de este blog fue aquel final de 2015 en el que reseñé los 10 tomos de The Sandman, a razón de uno por día durante 10 días consecutivos. Un poco por eso le dedico a Overture una reseña para ella sola, sin mezclarla con el otro librito que estuve leyendo en estos días.
Para empezar, se trata de un libro de 224 páginas en el que sólo 156 son de historieta. El resto es un interminable compendio de carátulas, prólogos, entrevistas a los autores, bocetos, portadas alternativas, el letrista y el colorista que te explican el backstage de sus respectivos trabajos… Todo el relleno imaginable, está en esta edición. Algunas de estas cositas están buenísimas, para qué engañarnos. Y entiendo que me tenés que justificar un PVP de u$ 20, en parte para que Overture cueste lo mismo que los 10 TPBs de la saga original. Pero 68 páginas de relleno es un abuso, en serio.
Y eso no es lo más grave. Lo que más ruido me hizo es que la esencia de la historia, el núcleo de la trama, el momento en el que realmente Morpheus enfrenta el conflicto en cuestión y avanza hacia su resolución, está condensado en menos de 45 páginas, ubicadas al final de la obra. Hasta llegar a ese punto, Neil Gaiman nos pasea por un montón de situaciones menores, establece conflictos más chiquitos, desgasta un poco a Morpheus al ponerlo (por primera vez en mucho tiempo) en una especie de peligro de muy difícil solución… pero pasadita la mitad del quinto episodio desactiva el peligro y Dream, baqueteado y todo, entra a la recta final de la historia. Una recta final espectacular, redondísima… que hace bastante intrascendente todo lo que habíamos leído hasta ese punto.
¿Qué hay de atractivo en toda esa extensa franela previa? Primero, lo que ya mencioné: creíamos que nunca iba a aparecer una amenaza que obligara a Morpheus a pelar sus poderes a pleno para combatirla, pero Gaiman nos cerró el orto. La amenaza apareció y es la que anima en buena medida todo el tramo “tranqui” de Overture. También vemos al padre y la madre de Dream, y la interacción de ambos con el orgulloso y taciturno Rey del Sueño. Vemos también a todos los Endless (y al Corinthian, y a Lucien, y a Merv, y a varios personajes más), pero están básicamente al pedo. Quizás lo más atractivo sea la gran cantidad de guiños que tira Overture al que ya sabe lo que va a pasar después. La saga termina (y esto no es un spoiler) con Dream capturado en el sótano de Roderick Burguess (a quien Gaiman no nombra en esta obra), o sea que es como un Vol.0 de Sandman, que tiene mucho más sentido si se lee DESPUES de los Vol.1-10 y de Endless Nights. Gaiman juega  mucho con eso, con sembrar pistas de plots o secuencias que “luego” veremos en Preludes & Nocturnes, The Doll´s House, Season of Mists… y el lector que ya sabe todo lo que va a pasar las disfruta a full. Y bueno, obviamente hay parábolas, historias dentro de la historia que los personajes se cuentan unos a otros, diálogos magníficos y bloques de texto de alto vuelo, en los que se ve con claridad que no estamos ante el típico escritor de comic-books que saca con fritas tres o cuatro series mensuales todos los putos meses hasta que se le rostizan las neuronas.
¿Y por qué está bueno que Overture dure casi 100 páginas más de lo que podría haber durado si Gaiman fuera al grano y no descomprimiera brutalmente el relato? Porque todas esas páginas las dibuja J.H. Williams, en el que sin dudas es el mejor trabajo de su deslumbrante carrera. Acá el ídolo no sólo cambia todo el tiempo de grilla: también cambia el grafismo. Tiene secuencias en las que parece Frank Quitely, en otras parece P. Craig Russell, en otras el dibujo animado de Yellow Submarine, en otras Moebius, en otras Alex Ross, por momentos parece un ilustrador de fantasía medieval, sobre el final tira un homenaje hermoso a Sam Kieth y Kelley Jones, aparecen personajes que parecen diseñados por Jack Kirby, otros que parecen inspirados en historietas de la 2000 A.D. o la Métal Hurlant… un desconche visual como pocas veces se vio en el Noveno Arte. Y encima de todas estas referencias, guiños, homenajes y/o choreos, está el estilo del propio J.H. Williams, que se complementa perfecto con los colores de Dave Stewart y que alcanza un nivel imposible, pensado para devastar sistemas solares enteros.
The Sandman: Overture tiene aventura a escala sideral, fantasía, introspección, incluso ciencia-ficción (que es algo que Gaiman hace poco), algún toque mínimo de comedia, infinito fan service para el lector de la saga clásica, momentos en los que la estructura del relato parece medio un western, o un policial, por momentos el drama familiar amenaza con comerse a la trama, por momentos decís “metele pata, que me duermo”, por momentos el ritmo se vuelve casi frenético y te lleva puesto… Claramente es un comic raro, dentro de la cosmogonía de Sandman y dentro de la obra de Gaiman, en general. Pero no huele a estafa, a “esquilmemos a estos giles con cualquier verdura que quedó ahí, pudriéndose al sol desde 1996 cuando terminó Sandman”. Huele a obra sumamente ambiciosa, muy personal, con mucho amor por Morpheus, su historia y su mundo (y sus fans) y sobre todo con unos dibujos que están más allá de cualquier exégesis, a parsecs de lo que se ve normalmente en los (pocos) comics que publicó Vertigo en estos últimos cinco o seis años. Ya sólo por el laburo de J.H. Williams recontra-vale la pena sumar este broli a tu colección.
Gracias por el aguante y nos reencontramos pronto, acá en el blog.