Es raro escribir reseñas un viernes a la mañana, pero bueno, es lo que
hay…
Sigo leyendo álbumes de Spirou que nunca había leído pego un salto de
30 años, que son los que pasaron entre El Viajero del Mesozoico (1960) y Spirou
y Fantasio en Moscú (1990). Acá me encuentro con Tome y Janry, la dupla que
revitalizó la serie allá por 1983, ya afianzadísima y en un nivel altísimo, con
muy poco que envidiarle a los mejores álbumes de André Franquin.
Lo único que le puedo criticar a esta aventura en Moscú es que no deja
margen para desarrollar a los personajes. Es tanto lo que pasa, se acumulan
tantas peripecias en apenas 44 páginas de historieta, que Tome y Janry no
encuentran espacio para la pausa, para salir un poquito del ritmo frenético que
impone la trama y entrar en la psiquis de los personajes para ahondar un toque
en sus motivaciones, sentimientos, etc. Pero bueno, también tengo claro que
estas son aventuras infanto-juveniles de hace casi 30 años, en las que la
profundidad psicológica de los personajes no era para nada lo que venían a
buscar los lectores.
Fuera de eso, sólo tengo palabras de elogio para Spirou y Fantasio en
Moscú. Me atrapó totalmente el ritmo, sentí que los héroes realmente corrían
peligros grossos; me causó mucha gracia la forma farsesca en la que (al mejor
estilo René Goscinny) los autores nos presentan a esa Unión Soviética en plena
desintegración como si fuera casi otro planeta, con énfasis (y chistes) en
todos los sitios, costumbres y vicios que caracterizan a los moscovitas; y por
supuesto aplaudo los huevos para tomarse 100% en joda esa especie de epílogo de
la Guerra Fría, en la que los roles de la KGB y las agencias de inteligencia de
Europa y EEUU empiezan a resultar más confusos, más ambiguos y por ende más
fértiles para generar enredos y situaciones cómicas.
El dibujo es excelente, muy bien complementado por la paleta (adusta,
opaca) de Stephane de Becker, y totalmente funcional a la narrativa. Esas dos
páginas en el teatro Bolshoi merecen ser contadas en forma de dibujo animado,
porque Tome y Janry les pusieron esa dinámica, esa lógica, esa plasticidad, que
impactaría mucho más combinada con música y movimiento. Habrá más Spirou de
Tome y Janry muy pronto.
Me vengo a Argentina, a 2019, para leer el Mío Cid, el clásico
fundacional de la literatura castellana ahora reversionado por el incansable
Alejandro Farías y un dibujante al que nunca había oído nombrar: Antonio
Acevedo, un joven de apenas 29 años oriundo de San Juan. Me hice fan al toque
de Acevedo, me alcanzaron estas 64 páginas para ponerlo entre los autores
argentinos a los que hay que seguir de cerca. Le encontré una sola falla (que
también se le puede atribuir a los editores, no sólo al dibujante), que son
algunas viñetas en las que están mal colocados los globos de diálogo. Esto hace
que uno los lea en desorden y las conversaciones no tengan sentido. Son tres o
cuatro, nomás, pero no tendría que suceder. El resto, un lujo tanto en el
aspecto narrativo como en el visual, con un combo devastador entre el dibujo
tipo Batman Animated (la estética creada por Bruce Timm y continuada por Ty
Templeton, Brad Rader, Dev Madan, etc.), la impronta más angulosa de Segundo
Moyano, una aplicación de grises exquisita, y el despliegue kilombero de David
Rubín o Jim Steranko, en esas páginas dobles dedicadas a las estremecedoras
batallas del Cid.
El trabajo de Farías también me resultó muy satisfactorio. El autor no
cae en la tentación de recontar la saga del Cid como si fuera una aventura del
Siglo XXI, sino que respeta ese clima más protocolar, más pausado, de los
relatos medievales. Y además no nos agobia con información innecesaria, le
encuentra la duración exacta a cada escena, maneja los recursos idóneos para
resaltar bien los conflictos y sabe cuando “callarse la boca” y dejar que sean
los dibujos de Acevedo los que lleven adelante la narración. La única decisión
que no comparto mucho es la de suavizar demasiado el horror de la afrenta de
Corpes. Farías y Acevedo eligen con buen criterio no mostrar en detalle los
ultrajes a los que son sometidas las hijas del Cid, pero cuando nos muestran a
las jóvenes post-violación, están atadas a los árboles, con tajos y heridas… y
la ropa puesta. Un disparate.
Fuera de ese detalle menor, Mío Cid es una excelente adaptación, que
transmite la epopeya de Rodrigo Díaz de forma muy accesible, muy dinámica, como
para que cualquier lector de aventuras se pueda enganchar y disfrutarla a
pleno. Y además nos brinda la posibilidad de sumar a nuestra biblioteca la
primera obra importante de Antonio Acevedo, destinado a generar muchos hitazos
más.
Nada más por hoy. Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en
el blog.
No hay comentarios:
Publicar un comentario