Bueno, uno más, y no jodemos más.
Los Desampa-
rados es (hasta ahora) el último libro de Fabián Zalazar, esta vez volcado de lleno a la labor de narrar una historia de largo aliento, pero con la particularidad de que cada una de las 100 páginas está compuesta por dos tiras y siempre en la última viñeta de la segunda tira hay una especie de remate humorístico.
-Pará, pará, pará… ¿es una novela de 100 páginas, o son tiras cómicas? Es una novela, narrada en un tono de comedia costumbrista, en la que los protagonistas son todos varones que se juntan a jugar un fulbito, comer y tomar cerveza. O sea que se cagan de risa entre ellos, con gastadas, chistes y guarangadas varias, lo cual le aporta a la novela esa cuota de jolgorio y de humor. Sin embargo, cuando está por llegar a la página 30, Zalazar (que labura de autor Y de personaje) empieza a introducir de a poco elementos de misterio, para llevar la trama hacia otro lado, hacia una exploración por momentos dramática y conflictiva de este predio donde los muchachos se juntan a jugar. Este lugar de apariencia normal, convertido a lo largo de meses de fulbito y asado en un escenario donde Fabián y sus amigos juegan de local, se torna gradualmente un lugar extraño, ominoso, en el que pueden suceder cosas absolutamente imprevistas y difíciles de explicar desde el cinismo prosaico y la vulgaridad de los protagonistas.
Ahí está el atractivo central de Los Desamparados, en la forma en que Zalazar nos lleva por un laberinto de sucesos por lo menos anormales, sin irse nunca del registro costumbrista, sin abandonar esa compulsión por los chistes, los gastes, la ironía, la puteada, las pulsiones hiper-básicas que parecen definir (así, con brocha gruesa) a este grupo de amigos. Y quizás lo más flojo del libro sea que hay pocos matices para diferenciar a los protagonistas: casi todos los diálogos (en general muy ingeniosos) pueden ser dichos indistintamente por cualquiera de los ocho o diez personajes que integran el elenco. Cada retruque sarcástico de Fabián tiene, quizás un par de páginas después, un correlato muy similar, con un humor muy parecido, en otro de los integrantes del elenco.
El dibujo está muy bien y –por supuesto- después de tantos años trabajando en el formato de la tira, Zalazar tiene perfectamente internalizado el timing, el tempo narrativo para llevar cada secuencia hacia un remate gracioso, o para mantener la atención del lector viñeta a viñeta, aunque muchas veces sólo haya chabones conversando. El libro trae además varias páginas excluídas (con buen criterio) por el autor de la narración central, y un epílogo bien loser, que yo hubiese puesto inmediatamente después de la última página de la historia. Los Desamparados es mucho más que un fulbito con amigos, y si no te voltea el olor a huevo que despide, seguro te va a atrapar.
Y no hay más. Tengo más libros leídos, pero me los guardo para reseñar el año que viene. En este sencillo pero emotivo acto damos por cerrada la octava temporada del blog, en la que clavamos la nada despreciable suma de 103 posts, muy por encima de los 67 de 2016. Para la próxima, la meta será superar los 120. Yo creo que llego, pero habrá que ver cómo se arma el cronograma de viajes y eventos, que este año fue demoledor.
Como siempre, muchas gracias a los que leen el blog (ya estamos cerca de los DOS MILLONES de lecturas), a los que dejan sus comentarios, a los que comparten links en las redes, a los 534 seguidores, a los 2546 “megusteadores” de Facebook, a las editoriales y autores que me hacen llegar sus libros para que los reseñe, a las distribuidoras de cine que me invitan a las funciones de prensa y sobre todo a los historietistas, porque sin ellos no habría comics para leer. Nos reencontramos pronto para arrancar la novena temporada, en un 2018 que ojalá sea un buen año para todos.
Cierro con dos frases que uso tanto que ya parecen muletillas: Gracias totales, y vamos a volver.
sábado, 30 de diciembre de 2017
jueves, 28 de diciembre de 2017
JUEVES AL ROJO VIVO
¡Qué lo parió el calor que hizo hoy! Un infierno. Bue, yo sigo acá, sumando para la estadística.
El Vol.3 de Lazarus, la serie de Greg Rucka y Michael Lark, es hasta ahora el mejor de la serie. Con el mundo en el que se mueven los personajes ya bastante bien definido en los dos tomos anteriores, Rucka se juega el todo por el todo en un arco extenso, pero sobre todo tenso. Acá tenemos una especie de final, que tardó 15 episodios en llegar, pero que por primera vez nos deja 100% satisfechos, onda “si no querés comprar más Lazarus, no la compres”. Obviamente hay plots que se siguen cocinando a fuego lento y que seguramente Rucka resolverá en tomos posteriores, más allá de que el arco conocido como Conclave ofrezca un cierre bastante claro a esta primera parte de la serie.
A lo largo de todo el tomo, el guionista suma intriga, sugiere cosas que pasan por detrás de la acción (básicamente, gente que habla, baila, garcha, juega a las cartas o entrena) y trabaja en la definición de los vínculos entre los personajes, que es lo que a la larga hace que nos importe lo que va a pasar al final con varios de ellos. Esto es lo mejor que tiene Lazarus: la bajada a vínculos humanos de un complejo entramado político-empresarial. Y si creés que un arco centrado en los vínculos entre esta elite rosquera no deja mucho lugar para las emociones fuertes, y ni hablar para la machaca, olvidate. Acá hay de todo, pero de todo posta. Emociones, revelaciones, incógnitas jodidas, traiciones abyectas y el mejor duelo con espadas de la historia del Noveno Arte. –Eeehhh! ¿No será mucho? –No, te juro que no.
Son 14 páginas dedicadas al combate a muerte entre Forever Carlyle (la protagonista de la serie) y su amiga (pero ahora contrincante) Sonja Bittner, perfectamente coreografiadas por Lark para mantenernos hipnotizados de punta a punta, con cada movimiento, cada contorsión, cada estocada de estas dos hermosas gladiadoras. Todo el laburo de Lark en el tomo es excelente, pero acá, como tiene que dibujar cosas que no se pueden chorear de fotos, pone el alma de verdad.
Y además, en este tomo de Lazarus, cuando todo gira en torno a este ajedrez a escala global entre Jakob Hock y Malcolm Carlyle, medio que a Rucka se le cae la careta. Ahora sí, se empieza a notar bastante que Lazarus es Checkmate!, pero fuera del Universo DC. El escenario y los personajes son otros, pero reaparece fuerte esa esencia, esa impronta que tan buen resultado le dio al ídolo. No sé cuándo le entraré al Vol.4, pero banco esta serie hasta el final.
Bueno, ahora sí, estoy en condiciones de afirmar que Kioskerman se volvió completamente loco. Tengo frente a mí un libro suyo por tercera vez (ver reseñas del 22/01/10 y 13/12/13), esta vez titulado El Amor Vendrá al Rescate, ya sin los personajes que venía desarrollando en Edén. No sólo Kioskerman se volvió loco: también enloquecieron sus editores de Sudamericana, que se proponen vendernos esto como si fuera historieta.
Ya habíamos visto varias tiras de Edén en las que el texto era una especie de haiku, o de frase sensiblera, fragmentada en cuatro viñetas y acompañada de dibujos que no siempre tenían que ver con las palabras. Bueno, ahora eso se potencia hasta el infinito. Son páginas y páginas, completamente inconexas entre sí, en las que leemos frases cortadas por cualquier lado, sin ningún criterio, repartidas entre varias viñetas (ya no corre la convención de que sean cuatro), junto a dibujos que no narran nada y que muchísimas veces no tienen un choto que ver con las palabras que aparecen en los bloques de texto o los globos de diálogo.
El Amor Vendrá al Rescate quiere ser historieta, pero no tiene secuencias, no hilvana nunca una narración gráfica. Para hacer una historieta poética primero hay que hacer una historieta y en este libro Kioskerman desaprende mucho de lo aprendido, pega un salto al vacío que no terminaré nunca de entender. Buenísimo el vuelo lírico de algunos textos, alucinante la introspección, el mensaje de amor y buena onda cuasi-new age, “soltar y florecer”… Todo muy copado pero, ¿no hay una historia que se pueda contar? No te digo un conflicto, ya sé que las historietas de Kioskerman no tienen conflicto, pero… algo, no sé, un cuentito, una fábula, algo que no se pueda confundir con un aforismo de José Narosky ilustrado…
Ah, y por si faltara algo, el dibujo no me gustó. Kioskerman se fue de esa línea prolija (y apenitas rígida) de su libro anterior, para recorrer distintos registro gráficos, donde mezcla color con blanco y negro, combina técnicas de dibujo y entintado, experimenta, sintetiza, prueba cosas locas… y rara vez acierta. Ese dibujo de la portada, en esa onda cuasi-Bryan Lee O´Malley, adentro del libro no la vas a ver. Adentro te espera un despelote visual que muchas veces coquetea con el mamarracho.
Quizás esto esté apuntado a otro tipo de lector, que no consume habitualmente historietas y que se engancha con la onda de “frases poéticas con dibujitos”. Ojalá ese lector exista y ojalá sean muchos, para que el libro se venda bien. Pero acá, donde evaluamos historietas, te tengo que decir que Kioskerman se cayó del mapa. Una pena.
Veremos si vuelvo antes del 31 con nuevas reseñas. Por las dudas, gracias totales y Feliz 2018 para todos. Atenti, que en cualquier momento largamos la novena temporada del blog...
El Vol.3 de Lazarus, la serie de Greg Rucka y Michael Lark, es hasta ahora el mejor de la serie. Con el mundo en el que se mueven los personajes ya bastante bien definido en los dos tomos anteriores, Rucka se juega el todo por el todo en un arco extenso, pero sobre todo tenso. Acá tenemos una especie de final, que tardó 15 episodios en llegar, pero que por primera vez nos deja 100% satisfechos, onda “si no querés comprar más Lazarus, no la compres”. Obviamente hay plots que se siguen cocinando a fuego lento y que seguramente Rucka resolverá en tomos posteriores, más allá de que el arco conocido como Conclave ofrezca un cierre bastante claro a esta primera parte de la serie.
A lo largo de todo el tomo, el guionista suma intriga, sugiere cosas que pasan por detrás de la acción (básicamente, gente que habla, baila, garcha, juega a las cartas o entrena) y trabaja en la definición de los vínculos entre los personajes, que es lo que a la larga hace que nos importe lo que va a pasar al final con varios de ellos. Esto es lo mejor que tiene Lazarus: la bajada a vínculos humanos de un complejo entramado político-empresarial. Y si creés que un arco centrado en los vínculos entre esta elite rosquera no deja mucho lugar para las emociones fuertes, y ni hablar para la machaca, olvidate. Acá hay de todo, pero de todo posta. Emociones, revelaciones, incógnitas jodidas, traiciones abyectas y el mejor duelo con espadas de la historia del Noveno Arte. –Eeehhh! ¿No será mucho? –No, te juro que no.
Son 14 páginas dedicadas al combate a muerte entre Forever Carlyle (la protagonista de la serie) y su amiga (pero ahora contrincante) Sonja Bittner, perfectamente coreografiadas por Lark para mantenernos hipnotizados de punta a punta, con cada movimiento, cada contorsión, cada estocada de estas dos hermosas gladiadoras. Todo el laburo de Lark en el tomo es excelente, pero acá, como tiene que dibujar cosas que no se pueden chorear de fotos, pone el alma de verdad.
Y además, en este tomo de Lazarus, cuando todo gira en torno a este ajedrez a escala global entre Jakob Hock y Malcolm Carlyle, medio que a Rucka se le cae la careta. Ahora sí, se empieza a notar bastante que Lazarus es Checkmate!, pero fuera del Universo DC. El escenario y los personajes son otros, pero reaparece fuerte esa esencia, esa impronta que tan buen resultado le dio al ídolo. No sé cuándo le entraré al Vol.4, pero banco esta serie hasta el final.
Bueno, ahora sí, estoy en condiciones de afirmar que Kioskerman se volvió completamente loco. Tengo frente a mí un libro suyo por tercera vez (ver reseñas del 22/01/10 y 13/12/13), esta vez titulado El Amor Vendrá al Rescate, ya sin los personajes que venía desarrollando en Edén. No sólo Kioskerman se volvió loco: también enloquecieron sus editores de Sudamericana, que se proponen vendernos esto como si fuera historieta.
Ya habíamos visto varias tiras de Edén en las que el texto era una especie de haiku, o de frase sensiblera, fragmentada en cuatro viñetas y acompañada de dibujos que no siempre tenían que ver con las palabras. Bueno, ahora eso se potencia hasta el infinito. Son páginas y páginas, completamente inconexas entre sí, en las que leemos frases cortadas por cualquier lado, sin ningún criterio, repartidas entre varias viñetas (ya no corre la convención de que sean cuatro), junto a dibujos que no narran nada y que muchísimas veces no tienen un choto que ver con las palabras que aparecen en los bloques de texto o los globos de diálogo.
El Amor Vendrá al Rescate quiere ser historieta, pero no tiene secuencias, no hilvana nunca una narración gráfica. Para hacer una historieta poética primero hay que hacer una historieta y en este libro Kioskerman desaprende mucho de lo aprendido, pega un salto al vacío que no terminaré nunca de entender. Buenísimo el vuelo lírico de algunos textos, alucinante la introspección, el mensaje de amor y buena onda cuasi-new age, “soltar y florecer”… Todo muy copado pero, ¿no hay una historia que se pueda contar? No te digo un conflicto, ya sé que las historietas de Kioskerman no tienen conflicto, pero… algo, no sé, un cuentito, una fábula, algo que no se pueda confundir con un aforismo de José Narosky ilustrado…
Ah, y por si faltara algo, el dibujo no me gustó. Kioskerman se fue de esa línea prolija (y apenitas rígida) de su libro anterior, para recorrer distintos registro gráficos, donde mezcla color con blanco y negro, combina técnicas de dibujo y entintado, experimenta, sintetiza, prueba cosas locas… y rara vez acierta. Ese dibujo de la portada, en esa onda cuasi-Bryan Lee O´Malley, adentro del libro no la vas a ver. Adentro te espera un despelote visual que muchas veces coquetea con el mamarracho.
Quizás esto esté apuntado a otro tipo de lector, que no consume habitualmente historietas y que se engancha con la onda de “frases poéticas con dibujitos”. Ojalá ese lector exista y ojalá sean muchos, para que el libro se venda bien. Pero acá, donde evaluamos historietas, te tengo que decir que Kioskerman se cayó del mapa. Una pena.
Veremos si vuelvo antes del 31 con nuevas reseñas. Por las dudas, gracias totales y Feliz 2018 para todos. Atenti, que en cualquier momento largamos la novena temporada del blog...
martes, 26 de diciembre de 2017
RAREZAS DE MARTES
Cumplida la meta de los 100 posts en 2017, lo mío ya es sumar para la estadística.
Allá por 1994 se editó en España el álbum No Somos Nada, un recopilatorio dedicado al maestro rioplatense Tabaré, con un montón de historietas previamente publicadas en las revistas de Ediciones de la Urraca (Hum®, SexHum®, quizás SexHum® Ilustrado) y en una de esas también en El Jueves, el famoso semanario satírico de la Madre Patria. Conocía una sola de las 31 historietas del tomo (la de Eustaquio) porque creo que son de fines de los ´80, una época en la que yo ya consumía ni Hum® ni SexHum®. O sea que accedí a un montón de material que no conocía. Esto fue lo que más me llamó la atención:
1. Los españoles de El Jueves no tradujeron este material al español. Apenas reemplazaron algunos pesos por pesetas y todos los “coger” por “follar”. El resto, está todo en argentino. Los personajes se tratan de vos y usan palabras que en España no se conocen, como “guacha”, “turra”, “pija” y “pelotudo”. Me imagino que esta jerga les parecería graciosa… o en una de esas les daba paja re-rotular las historietas, andá a saber…
2. Varias de las historietas son apenas chistes largos, desarrollados en dos páginas, cuando se podrían rematar en una… o incluso en tres o cuatro viñetas. Unas cuantas mantienen intactas su comicidad, otras no, y otras no eran graciosas ni siquiera cuando se publicaron originalmente. Lo más notable es que este material atrasa mucho. No te digo que parecen sketches de Hugo o Gerardo Sofovich de los ´80, pero van más o menos para ese lado, si bien Tabaré se zarpa más con la temática sexual. Hoy, que estamos todos más sensibles con el tema de la cosificación de la mujer, la violencia de género y demás, muchas de estas historietas no se editarían en ningún medio. Obviamente también hay varias en las que los varones son los losers y las minas las pícaras, pero para los standards de hoy, es todo medio jurásico.
3. Qué bestia como dibuja Tabaré, qué genio, qué maravilla. Casi todas las historias del libro están planteadas en cuatro tiras, algunas con textos, otras mudas, con Tabaré tirando magia con sus pantomimas hiper-expresivas. Pero hay una, La Fiesta, resuelta en tres tiras, con viñetas más grandes y en otro estilo, sin manchas negras y con la línea como protagonista, y ahí te terminás de rendir ante el virtuosismo de este monstruo.
Creo que ninguna de las historietas de No Somos Nada se editó en libro en nuestro país, así que si sos hardcore fan de Tabaré, recomiendo buscar esta edición española.
Me voy a Perú, donde hace ya un par de años se editó Estética Unisex, segunda novela gráfica de Rodrigo La Hoz (la primera la vimos acá el 04/06/11). Si aquel trabajo me pareció extraño, imaginate este, que tiene el triple de extensión. De todos modos es una extensión tramposa, porque la historia está estiradísima y se nota todo el tiempo, el autor no intenta ocultarlo en ningún momento.
La trama secundaria, la de Alberto y su relación con los chongos a los que frecuenta, está ahí para aportar una cuota de humor bizarro, no le agrega mucho a la trama central, la del misterio de la desaparición de Socorro, la abuela perdida en Japón. Todo el tiempo La Hoz interrumpe el discurrir de esta trama central con escenas de diálogos en los que Gema (la protagonista fármacodependiente) habla boludeces con otros personajes… o directamente con secuencias oníricas, en las que el dibujo asume totalmente el protagonismo como si no hubiera nada para contar.
Narrativamente, esto es un kilombo. Un experimento demasiado intrincado, una jungla superpoblada de elementos por la que cuesta un huevo avanzar. Pero hay premio, porque el final es brillante. Y la travesía, si bien es ardua, se disfruta gracias al gran talento de La Hoz para los dialogos y el costumbrismo, y sobre todo gracias al dibujo, que es alucinante de punta a punta. Imaginate un Chris Ware oscuro, bizarro, sin llegar a Charles Burns, pero en esa senda. Eso te va a dar una idea de lo que hace La Hoz cuando se controla. Y cuando se descontrola, pela imágenes imposibles de explicar con palabras, un despliegue enfermizo de blancos y negros más enfiestados que contrastados.
Rodrigo La Hoz sigue siendo un marciano, un freak con muchos problemas psiquiátricos, pero sus trabajos en este campo no pierden atractivo en lo más mínimo. Veremos con qué nos sorprende cuando lance su tercera novela gráfica.
Y veremos también cuándo me hago un ratito para volver a postear reseñas, acá en el blog. Gracias y hasta pronto.
Allá por 1994 se editó en España el álbum No Somos Nada, un recopilatorio dedicado al maestro rioplatense Tabaré, con un montón de historietas previamente publicadas en las revistas de Ediciones de la Urraca (Hum®, SexHum®, quizás SexHum® Ilustrado) y en una de esas también en El Jueves, el famoso semanario satírico de la Madre Patria. Conocía una sola de las 31 historietas del tomo (la de Eustaquio) porque creo que son de fines de los ´80, una época en la que yo ya consumía ni Hum® ni SexHum®. O sea que accedí a un montón de material que no conocía. Esto fue lo que más me llamó la atención:
1. Los españoles de El Jueves no tradujeron este material al español. Apenas reemplazaron algunos pesos por pesetas y todos los “coger” por “follar”. El resto, está todo en argentino. Los personajes se tratan de vos y usan palabras que en España no se conocen, como “guacha”, “turra”, “pija” y “pelotudo”. Me imagino que esta jerga les parecería graciosa… o en una de esas les daba paja re-rotular las historietas, andá a saber…
2. Varias de las historietas son apenas chistes largos, desarrollados en dos páginas, cuando se podrían rematar en una… o incluso en tres o cuatro viñetas. Unas cuantas mantienen intactas su comicidad, otras no, y otras no eran graciosas ni siquiera cuando se publicaron originalmente. Lo más notable es que este material atrasa mucho. No te digo que parecen sketches de Hugo o Gerardo Sofovich de los ´80, pero van más o menos para ese lado, si bien Tabaré se zarpa más con la temática sexual. Hoy, que estamos todos más sensibles con el tema de la cosificación de la mujer, la violencia de género y demás, muchas de estas historietas no se editarían en ningún medio. Obviamente también hay varias en las que los varones son los losers y las minas las pícaras, pero para los standards de hoy, es todo medio jurásico.
3. Qué bestia como dibuja Tabaré, qué genio, qué maravilla. Casi todas las historias del libro están planteadas en cuatro tiras, algunas con textos, otras mudas, con Tabaré tirando magia con sus pantomimas hiper-expresivas. Pero hay una, La Fiesta, resuelta en tres tiras, con viñetas más grandes y en otro estilo, sin manchas negras y con la línea como protagonista, y ahí te terminás de rendir ante el virtuosismo de este monstruo.
Creo que ninguna de las historietas de No Somos Nada se editó en libro en nuestro país, así que si sos hardcore fan de Tabaré, recomiendo buscar esta edición española.
Me voy a Perú, donde hace ya un par de años se editó Estética Unisex, segunda novela gráfica de Rodrigo La Hoz (la primera la vimos acá el 04/06/11). Si aquel trabajo me pareció extraño, imaginate este, que tiene el triple de extensión. De todos modos es una extensión tramposa, porque la historia está estiradísima y se nota todo el tiempo, el autor no intenta ocultarlo en ningún momento.
La trama secundaria, la de Alberto y su relación con los chongos a los que frecuenta, está ahí para aportar una cuota de humor bizarro, no le agrega mucho a la trama central, la del misterio de la desaparición de Socorro, la abuela perdida en Japón. Todo el tiempo La Hoz interrumpe el discurrir de esta trama central con escenas de diálogos en los que Gema (la protagonista fármacodependiente) habla boludeces con otros personajes… o directamente con secuencias oníricas, en las que el dibujo asume totalmente el protagonismo como si no hubiera nada para contar.
Narrativamente, esto es un kilombo. Un experimento demasiado intrincado, una jungla superpoblada de elementos por la que cuesta un huevo avanzar. Pero hay premio, porque el final es brillante. Y la travesía, si bien es ardua, se disfruta gracias al gran talento de La Hoz para los dialogos y el costumbrismo, y sobre todo gracias al dibujo, que es alucinante de punta a punta. Imaginate un Chris Ware oscuro, bizarro, sin llegar a Charles Burns, pero en esa senda. Eso te va a dar una idea de lo que hace La Hoz cuando se controla. Y cuando se descontrola, pela imágenes imposibles de explicar con palabras, un despliegue enfermizo de blancos y negros más enfiestados que contrastados.
Rodrigo La Hoz sigue siendo un marciano, un freak con muchos problemas psiquiátricos, pero sus trabajos en este campo no pierden atractivo en lo más mínimo. Veremos con qué nos sorprende cuando lance su tercera novela gráfica.
Y veremos también cuándo me hago un ratito para volver a postear reseñas, acá en el blog. Gracias y hasta pronto.
domingo, 24 de diciembre de 2017
ESSENTIAL DEFENDERS Vol.7
Estoy sumamente al pedo, así que aprovecho para clavar el post nº100 de este año, cumpliendo esa meta que me puse hace unos meses y que espero volver a superar también en 2018.
Este masacote de 528 páginas trae los nºs 126 al 139 de Defenders (o en realidad, New Defenders) y dos miniseries: la de Iceman, y Beauty and the Beast, co-protagonizada por Dazzler y el querido Hank McCoy, todo material originalmente publicado entre 1983 1984. ¿Cómo me animé a entrarle a una cosa así? A ver… 1) estaba muy barato, 2) trae muchos números escritos por J.M. DeMatteis y 3) Beast es mi ídolo desde que tengo memoria y acá tiene muchísimo protagonismo. 4) Tengo desarrollada una enorme tolerancia a los títulos tercerones de la Segunda Era de Oro de Marvel (1980-85). ¿Qué me encontré una vez que me sumergí en el libro? Ese es otro tema…
A partir del nºs 126, cuando Defenders pasa a ser New Defenders, DeMatteis (que ya llevaba varios años al frente de la serie) decide ajustarse a la fórmula más existosa de aquel entonces, la de los X-Men de Chris Claremont. Eso implica trabajar con personajes que NO tengan ni puedan tener serie propia, para laburar sobre todo la interacción entre ellos y el desarrollo de la caracterización. Así es como se saca de encima a Dr. Strange, Hulk, Namor y el Silver Surfer (la espina dorsal de los primeros 125 números de Defenders) para armar un rejunte que incluye a tres ex-X-Men (Beast, Iceman y Angel, mejores amigos casi desde la infancia), una militante de los Defenders casi de la Línea Fundadora (Valkyrie), un personaje de su propia creación (Gargoyle) y un personaje fascinante, enroscado, conflictivo, que abría puntas para todos lados (Moondragon). Con esos ingredientes, DeMatteis cocina seis números muy ricos, en los que las peleas con los villanos tienen mucho menos peso que la dinámica interna entre los héroes, y se va.
Lo reemplaza Peter B. Gillis, quien se quedará en la serie hasta que esta cierre en el nº152, en una línea muy fiel a la de DeMatteis, con el experimento de probar con historias más extensas, esparcidas a lo largo de varios números. Gillis además ofrece más desarrollo para personajes secundarios como Candy Southern (por entonces amigovia de Angel) y Cloud, un personaje casi de relleno creado por DeMatteis, a quien su sucesor le pega la bizarrísima vuelta de que sea varón y mujer al mismo tiempo… Sí, maestro, un transexual en 1984.
En cuanto a las miniseries… la de Iceman, se me hizo apenas pasable. Me pareció un argumento muy genérico, aplicable casi a cualquier otro superhéroe. Años más tarde (y en DC) veríamos a DeMatteis refinar muchísimo el oficio de darle chapa a un héroe segundón en una miniserie de cuatro numeritos. En la de Beauty and the Beast (escrita por Ann Nocenti) hay muchas cosas que suceden medio caprichosamente, pero –sin ser fundamental ni mucho menos- es interesante en cuanto a exploración de las personalidades de Hank y Alison, y por la bajada de línea acerca de la falsa cultura del éxito que reina en Hollywood.
El gran problema que tiene Beauty and the Beast es que, al igual que unos cuantos episodios de Defenders, cuenta con los dibujos de Don Perlin, un obrero del lápiz muy limitado, sin onda ni talento, un verdadero rústico. Dentro de todo, las tintas de Kim DeMulder (un capo que nos dejará sus mejores páginas cuando entinte a Phil Hester en Swamp Thing) esconden algo de la torpeza de Perlin y aportan ciertos climas, ciertos hallazgos en materia de iluminación, cierto atractivo en algunas expresiones faciales. La miniserie de Iceman y el resto de los números de Defenders están dibujados por Alan Kuppeberg, dueño de un lápiz sobrio, correcto, un tipo que nunca descolló no por choto, sino porque le tocó dibujar series regulares en la época en la que en las series regulares tenías todos los meses a asesinos seriales como Byrne, Pérez, Miller, Simonson, Sienkiewicz o Paul Smith. Ah, también hay un numerito en el que está Mike Zeck como dibujante invitado, lejos el más logrado a nivel visual.
Esto es más raro que bueno, pero si te gustaban los Outsiders en la etapa post-Batman, te tiene que gustar porque tiene un tono muy similar. A mí me enganchó lo suficiente como para ir por el Vol.6, todo escrito por DeMatteis, aunque estén los personajes de la formación “clásica” y dibuje todo el muerto de Don Perlin. Después, los números del 140 al 152 (que no están reeditados en blanco y negro) me interesan bastante menos... aunque nunca se sabe, viste cómo es esto...
Este masacote de 528 páginas trae los nºs 126 al 139 de Defenders (o en realidad, New Defenders) y dos miniseries: la de Iceman, y Beauty and the Beast, co-protagonizada por Dazzler y el querido Hank McCoy, todo material originalmente publicado entre 1983 1984. ¿Cómo me animé a entrarle a una cosa así? A ver… 1) estaba muy barato, 2) trae muchos números escritos por J.M. DeMatteis y 3) Beast es mi ídolo desde que tengo memoria y acá tiene muchísimo protagonismo. 4) Tengo desarrollada una enorme tolerancia a los títulos tercerones de la Segunda Era de Oro de Marvel (1980-85). ¿Qué me encontré una vez que me sumergí en el libro? Ese es otro tema…
A partir del nºs 126, cuando Defenders pasa a ser New Defenders, DeMatteis (que ya llevaba varios años al frente de la serie) decide ajustarse a la fórmula más existosa de aquel entonces, la de los X-Men de Chris Claremont. Eso implica trabajar con personajes que NO tengan ni puedan tener serie propia, para laburar sobre todo la interacción entre ellos y el desarrollo de la caracterización. Así es como se saca de encima a Dr. Strange, Hulk, Namor y el Silver Surfer (la espina dorsal de los primeros 125 números de Defenders) para armar un rejunte que incluye a tres ex-X-Men (Beast, Iceman y Angel, mejores amigos casi desde la infancia), una militante de los Defenders casi de la Línea Fundadora (Valkyrie), un personaje de su propia creación (Gargoyle) y un personaje fascinante, enroscado, conflictivo, que abría puntas para todos lados (Moondragon). Con esos ingredientes, DeMatteis cocina seis números muy ricos, en los que las peleas con los villanos tienen mucho menos peso que la dinámica interna entre los héroes, y se va.
Lo reemplaza Peter B. Gillis, quien se quedará en la serie hasta que esta cierre en el nº152, en una línea muy fiel a la de DeMatteis, con el experimento de probar con historias más extensas, esparcidas a lo largo de varios números. Gillis además ofrece más desarrollo para personajes secundarios como Candy Southern (por entonces amigovia de Angel) y Cloud, un personaje casi de relleno creado por DeMatteis, a quien su sucesor le pega la bizarrísima vuelta de que sea varón y mujer al mismo tiempo… Sí, maestro, un transexual en 1984.
En cuanto a las miniseries… la de Iceman, se me hizo apenas pasable. Me pareció un argumento muy genérico, aplicable casi a cualquier otro superhéroe. Años más tarde (y en DC) veríamos a DeMatteis refinar muchísimo el oficio de darle chapa a un héroe segundón en una miniserie de cuatro numeritos. En la de Beauty and the Beast (escrita por Ann Nocenti) hay muchas cosas que suceden medio caprichosamente, pero –sin ser fundamental ni mucho menos- es interesante en cuanto a exploración de las personalidades de Hank y Alison, y por la bajada de línea acerca de la falsa cultura del éxito que reina en Hollywood.
El gran problema que tiene Beauty and the Beast es que, al igual que unos cuantos episodios de Defenders, cuenta con los dibujos de Don Perlin, un obrero del lápiz muy limitado, sin onda ni talento, un verdadero rústico. Dentro de todo, las tintas de Kim DeMulder (un capo que nos dejará sus mejores páginas cuando entinte a Phil Hester en Swamp Thing) esconden algo de la torpeza de Perlin y aportan ciertos climas, ciertos hallazgos en materia de iluminación, cierto atractivo en algunas expresiones faciales. La miniserie de Iceman y el resto de los números de Defenders están dibujados por Alan Kuppeberg, dueño de un lápiz sobrio, correcto, un tipo que nunca descolló no por choto, sino porque le tocó dibujar series regulares en la época en la que en las series regulares tenías todos los meses a asesinos seriales como Byrne, Pérez, Miller, Simonson, Sienkiewicz o Paul Smith. Ah, también hay un numerito en el que está Mike Zeck como dibujante invitado, lejos el más logrado a nivel visual.
Esto es más raro que bueno, pero si te gustaban los Outsiders en la etapa post-Batman, te tiene que gustar porque tiene un tono muy similar. A mí me enganchó lo suficiente como para ir por el Vol.6, todo escrito por DeMatteis, aunque estén los personajes de la formación “clásica” y dibuje todo el muerto de Don Perlin. Después, los números del 140 al 152 (que no están reeditados en blanco y negro) me interesan bastante menos... aunque nunca se sabe, viste cómo es esto...
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sábado, 23 de diciembre de 2017
PAPONGAS DE SABADO
Llego tranquilísimo a la meta de clavar 100 posts en el blog a lo largo de 2017. Es más, creo que la voy a superar. Vamos con las reseñas de dos libritos que me bajé en estos días.
La Diosa Sumergida es una historieta perfecta. El maestro Miguel Calatayud entendió TODO y en 46 páginas logró lo imposible: presentar personajes con los que uno enseguida pega onda, plantear un conflicto, desarrollarlo y darle una resolución absolutamente satisfactoria. Por momentos, el argumento se parece tanto al de La Carta Esférica (la gran novela de Arturo Pérez-Reverte) que por un momento temí que terminara igual. Pero no. Más allá de las similitudes en el argumento, Calatayud le da a su historia un ritmo y una impronta propias, con las que logra transmitirnos una sensación maravillosa: la de que todo es una especie de joda, que si bien hay peligros, villanos y esas cosas que tienen las buenas aventuras, La Diosa Sumergida es –ante todo- un divertimento. Lo mejor de todo es que Calatayud no recurre a esa pátina de ironía para cubrir falencias en el guión. El guión es un mecanismo de relojería infalible, inapelable. Y ese dejo irónico pasa a ser un plus, un guiño al que se sabe de memoria las convenciones del género con las que el maestro valenciano condimenta el relato.
El dibujo y el color están en un nivel tan fuera de escala que no se me ocurre cómo hablar de ellos. Podría balbucear, en una de esas, pero no sería justo. Los amigos de Dib-buks tiuvieron además el acierto de publicar esto en un tamaño grande, o sea que el lucimiento de cada viñeta está garantizado. Creo que lo más notable de la faz gráfica de La Diosa Sumergida es cómo Calatayud estiliza todo, impregna todo (hasta el rotulado) de una impronta visual muy personal, muy fuerte, muy idiosincrática, sin que esto empantane en lo más mínimo el fluir del relato. Obvio que te colgás a admirar el virtuosismo extremo en el dibujo y el color… pero de algún modo la historia te mantiene enganchado. La composición de las viñetas, la ubicación de los globos, el armado de las secuencias, todo está controlado por el autor para que en ningún momento te desconectes de la narración. Y una vez que llegás al final, sí, se complica resistir el impulso de recorrer de nuevo las páginas del libro, esta vez concentrados en apreciar a pleno la magia visual de Calatayud. Genialidad pura de la mano de un prócer del Noveno Arte del que injustamente se habla poco en nuestro país.
Hablando de nuestro país, este año el sello cordobés Buen Gusto publicó Hellhound on My Trail, nuevo trabajo del imparable Hernán González, esta vez en equipo con el guionista Juan Bertazzi. Sí, tal como lo sospechás, Hellhound on My Trail narra por enésima vez la fascinante historia de Robert Johnson, el músico de blues que pactó con el Diablo en aquella encrucijada en un intento por torcer su destino. De nuevo esa historia que ya leímos chotocientas veces… pero ahora contada de un modo distinto.
En apenas 52 páginas, Bertazzi y González logran dotar a la trama de un intersante trasfondo histórico y social, le dan bastante bola a una historia de amor (teñida de trampa y condenada al fracaso) y hasta se permiten dedicarle algunas páginas a reproducir fragmentos de las letras de Johnson, acompañadas de magníficos dibujos de González. Lo mejor que hace el guión quizás sea animarse a darle profundidad al protagonista, mostrarnos a Johnson como una persona 100% real, tridimensional. Más allá de cualquier rigor documental que pueda tener Hellhound on My Trail, queda muy claro que lo que estamos viendo son apenas un puñado de anécdotas en la vida de una persona posta, con una complejidad genuina, que excede los momentos dramáticos que todo guión debe ofrecernos para que nos enganchemos con el relato, e incluso al elemento fantástico (el pacto con el Diablo) que funciona como punto de inflexión de la trama.
Y lo que realmente hace única e irrepetible a Hellhound on My Trail es el dibujo de González, su manejo alucinado y virtuoso del blanco y negro extremo, con ese nivel de expresionismo al que nos acostumbró José Muñoz, combinado con esa puesta en página ágil, versátil, con gran variedad de planos y ángulos, ese trazo denso, oscuro, ideal para generar climas espesos y agobiantes como los que propone Bertazzi en varios pasajes del guión. La verdad es que la conjunción entre tema y autores funciona muy bien y convierte a este librito en una obra realmente recomendable, de especial interés para los fans del blues y para los seguidores de este autor de asombroso talento llamado Hernán González.
Vuelvo pronto con más reseñas. A los que festejan Navidad y esas cosas, les deseo Felices Fiestas. Al resto, aprovechen el finde largo para leer comics. Tante grazie.
La Diosa Sumergida es una historieta perfecta. El maestro Miguel Calatayud entendió TODO y en 46 páginas logró lo imposible: presentar personajes con los que uno enseguida pega onda, plantear un conflicto, desarrollarlo y darle una resolución absolutamente satisfactoria. Por momentos, el argumento se parece tanto al de La Carta Esférica (la gran novela de Arturo Pérez-Reverte) que por un momento temí que terminara igual. Pero no. Más allá de las similitudes en el argumento, Calatayud le da a su historia un ritmo y una impronta propias, con las que logra transmitirnos una sensación maravillosa: la de que todo es una especie de joda, que si bien hay peligros, villanos y esas cosas que tienen las buenas aventuras, La Diosa Sumergida es –ante todo- un divertimento. Lo mejor de todo es que Calatayud no recurre a esa pátina de ironía para cubrir falencias en el guión. El guión es un mecanismo de relojería infalible, inapelable. Y ese dejo irónico pasa a ser un plus, un guiño al que se sabe de memoria las convenciones del género con las que el maestro valenciano condimenta el relato.
El dibujo y el color están en un nivel tan fuera de escala que no se me ocurre cómo hablar de ellos. Podría balbucear, en una de esas, pero no sería justo. Los amigos de Dib-buks tiuvieron además el acierto de publicar esto en un tamaño grande, o sea que el lucimiento de cada viñeta está garantizado. Creo que lo más notable de la faz gráfica de La Diosa Sumergida es cómo Calatayud estiliza todo, impregna todo (hasta el rotulado) de una impronta visual muy personal, muy fuerte, muy idiosincrática, sin que esto empantane en lo más mínimo el fluir del relato. Obvio que te colgás a admirar el virtuosismo extremo en el dibujo y el color… pero de algún modo la historia te mantiene enganchado. La composición de las viñetas, la ubicación de los globos, el armado de las secuencias, todo está controlado por el autor para que en ningún momento te desconectes de la narración. Y una vez que llegás al final, sí, se complica resistir el impulso de recorrer de nuevo las páginas del libro, esta vez concentrados en apreciar a pleno la magia visual de Calatayud. Genialidad pura de la mano de un prócer del Noveno Arte del que injustamente se habla poco en nuestro país.
Hablando de nuestro país, este año el sello cordobés Buen Gusto publicó Hellhound on My Trail, nuevo trabajo del imparable Hernán González, esta vez en equipo con el guionista Juan Bertazzi. Sí, tal como lo sospechás, Hellhound on My Trail narra por enésima vez la fascinante historia de Robert Johnson, el músico de blues que pactó con el Diablo en aquella encrucijada en un intento por torcer su destino. De nuevo esa historia que ya leímos chotocientas veces… pero ahora contada de un modo distinto.
En apenas 52 páginas, Bertazzi y González logran dotar a la trama de un intersante trasfondo histórico y social, le dan bastante bola a una historia de amor (teñida de trampa y condenada al fracaso) y hasta se permiten dedicarle algunas páginas a reproducir fragmentos de las letras de Johnson, acompañadas de magníficos dibujos de González. Lo mejor que hace el guión quizás sea animarse a darle profundidad al protagonista, mostrarnos a Johnson como una persona 100% real, tridimensional. Más allá de cualquier rigor documental que pueda tener Hellhound on My Trail, queda muy claro que lo que estamos viendo son apenas un puñado de anécdotas en la vida de una persona posta, con una complejidad genuina, que excede los momentos dramáticos que todo guión debe ofrecernos para que nos enganchemos con el relato, e incluso al elemento fantástico (el pacto con el Diablo) que funciona como punto de inflexión de la trama.
Y lo que realmente hace única e irrepetible a Hellhound on My Trail es el dibujo de González, su manejo alucinado y virtuoso del blanco y negro extremo, con ese nivel de expresionismo al que nos acostumbró José Muñoz, combinado con esa puesta en página ágil, versátil, con gran variedad de planos y ángulos, ese trazo denso, oscuro, ideal para generar climas espesos y agobiantes como los que propone Bertazzi en varios pasajes del guión. La verdad es que la conjunción entre tema y autores funciona muy bien y convierte a este librito en una obra realmente recomendable, de especial interés para los fans del blues y para los seguidores de este autor de asombroso talento llamado Hernán González.
Vuelvo pronto con más reseñas. A los que festejan Navidad y esas cosas, les deseo Felices Fiestas. Al resto, aprovechen el finde largo para leer comics. Tante grazie.
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miércoles, 20 de diciembre de 2017
RESEÑAS DE MIERCOLES
Aprovecho un rato libre para reseñar un par de libros más que tengo leídos.
Entre 2010 y 2011 el maestro Oscar Grillo (argentino radicado hace muchísimos años en Inglaterra) adaptó al comic El Poeta Asesinado, de Guillaume Apollinaire y lo convirtió en una novela gráfica de unas 140 páginas que se editó en Francia, en el Reino Unido y este año en nuestro país.
Esto es un delirio absoluto. Apollinaire era un genio, o estaba loco, o las dos cosas. En esta obra (que data de 1916) se propuso –digo yo, no me consta- ridiculizar al ámbito artístico e intelectual parisino. Por su páginas desfilan dramaturgos, poetas, pintores y críticos de arte y –con la excepción de Pablo Picasso- ninguno sale bien parado. El tono de la obra es claramente farsesco, por momentos desopilante, como si fuera un sketch de Cha-Cha-Cha. Pero el nivel de la sátira y el hecho de que el dibujo de Grillo ofrezca resemblanzas entre los personajes de la historieta y personajes de la realidad, le agrega un filo más cercano al de las parodias de MAD.
Grillo conserva pasajes del texto en los que Apollinaire en vez de narrar baja línea, o ironiza acerca de cómo se escriben las obras de teatro exitosas, o cómo las mujeres de esa época se vinculaban con el fenómeno naciente de la moda. Acá, ya más que MAD parece Tía Vicenta. Esas interrupciones en el relato hacen mucho ruido, al igual que algunos volantazos muy extremos de la trama y algunas viñetas en las que los personajes se mandan extensos soliloquios, contenidos en globos o bloques de texto enormes, que le disputan el protagonismo a los dibujos de Grillo.
Y ahí está la pulenta. Visualmente esto es una exquisitez, un lujo por donde se lo mire. Grillo trabajó muchos años en el campo de la animación y se le nota el trazo suelto, hiper-plástico, hiper-expresivo, una especie de Carlos Nine más contenido, más concentrado en que (como en la animación) los personajes se vean idénticos de una viñeta a otra. ¿Te gusta Juan Sáenz Valiente? Bueno, mirá a Grillo y vas a ver de dónde aprende Juan. Como Grillo también es un genio, está loco, o las dos cosas, prueba variantes en la línea, no dibuja siempre igual. A veces es más sutil, a veces más grotesco. Así como en un momento me recordó a Nine, en otros me recordó a Kyle Baker, en otros a Landrú, en otros a los dibujos animados de Mr. Magoo… Un kilombo alucinante, digno de un elemental del lápiz, de esos dibujantes absolutos como Oscar Grillo.
Hora de entrarle al Vol.2 de Indestructible Hulk y recomiendo repasar la reseña del Vol.1, aparecida un ya lejano 26/06/15. Es un tomo medio ladri, porque te recopila cinco episodios de la serie y 22 páginas de bocetos. Dejame de joder, no necesito 22 páginas de bocetos. Poneme un episodio más, o publicá el libro con menos páginas y cobrámelo más barato.
Okey, los bocetos son de Walt Simonson y Mateo Scalera, a quienes vimos dejar la vida en las historietas del tomo. Scalera más sintético, más pendiente de la magia que le ponen encima los coloristas, sólido pero lejos de las maravillas que le vimos en Black Science. Y Simonson, al revés. Comprometidísimo, decidido a no dejar ni el menor detalle librado al azar, con un montón de viñetas y unas cuantas páginas perfectas, al nivel de sus mejores trabajos. Digo “al revés” no porque Simonson sea bueno y Scalera malo, sino porque en las páginas de Simonson, los coloristas se tienen que esforzar para aportar algo que el dibujo no haya aportado… y se les complica, porque Simonson pone todo. Los climas, la épica, los truquitos narrativos, los estallidos de líneas cinéticas… Una aplanadora.
¿Y qué onda los guiones? Los tres numeritos con Thor en Jotunheim están estiradísimos y son una mera excusa para que Simonson vuelva a dibujar al personaje con el que se consagró. Pero un habilidoso del guión como Mark Waid nunca retacea momentos interesantes, ya sea en algún diálogo ingenioso o en algún giro imprevisto para algún personaje secundario. Y los dos episodios con Daredevil le sirven a Waid para explorar la relación entre los dos personajes que tenía en ese momento a su cargo, unidos en una aventura argumentalmente muy menor, donde el conflicto es –de nuevo- una excusa chiquita y casi boluda para ver a Hulk y Daredevil luchando juntos. Evidentemente, el atractivo no pasa por la pelea con los villanos, sino por la interacción entre los buenos. Creo que tengo un tomo más de Indestructible Hulk, pero no me acuerdo si es el Vol.3 o el Vol.4. La verdad que si me falta el 3, en una de esas sigo adelante y eventualemente la completaré. Tampoco me quita el sueño. De hecho, lo que vendría a ser el Vol.5 ya lo leí (ver reseña del 26/05/16).
Y hasta acá llegamos. Tengo más libros leídos, así que vuelvo pronto con más reseñas. ¡Nos vemos!
Entre 2010 y 2011 el maestro Oscar Grillo (argentino radicado hace muchísimos años en Inglaterra) adaptó al comic El Poeta Asesinado, de Guillaume Apollinaire y lo convirtió en una novela gráfica de unas 140 páginas que se editó en Francia, en el Reino Unido y este año en nuestro país.
Esto es un delirio absoluto. Apollinaire era un genio, o estaba loco, o las dos cosas. En esta obra (que data de 1916) se propuso –digo yo, no me consta- ridiculizar al ámbito artístico e intelectual parisino. Por su páginas desfilan dramaturgos, poetas, pintores y críticos de arte y –con la excepción de Pablo Picasso- ninguno sale bien parado. El tono de la obra es claramente farsesco, por momentos desopilante, como si fuera un sketch de Cha-Cha-Cha. Pero el nivel de la sátira y el hecho de que el dibujo de Grillo ofrezca resemblanzas entre los personajes de la historieta y personajes de la realidad, le agrega un filo más cercano al de las parodias de MAD.
Grillo conserva pasajes del texto en los que Apollinaire en vez de narrar baja línea, o ironiza acerca de cómo se escriben las obras de teatro exitosas, o cómo las mujeres de esa época se vinculaban con el fenómeno naciente de la moda. Acá, ya más que MAD parece Tía Vicenta. Esas interrupciones en el relato hacen mucho ruido, al igual que algunos volantazos muy extremos de la trama y algunas viñetas en las que los personajes se mandan extensos soliloquios, contenidos en globos o bloques de texto enormes, que le disputan el protagonismo a los dibujos de Grillo.
Y ahí está la pulenta. Visualmente esto es una exquisitez, un lujo por donde se lo mire. Grillo trabajó muchos años en el campo de la animación y se le nota el trazo suelto, hiper-plástico, hiper-expresivo, una especie de Carlos Nine más contenido, más concentrado en que (como en la animación) los personajes se vean idénticos de una viñeta a otra. ¿Te gusta Juan Sáenz Valiente? Bueno, mirá a Grillo y vas a ver de dónde aprende Juan. Como Grillo también es un genio, está loco, o las dos cosas, prueba variantes en la línea, no dibuja siempre igual. A veces es más sutil, a veces más grotesco. Así como en un momento me recordó a Nine, en otros me recordó a Kyle Baker, en otros a Landrú, en otros a los dibujos animados de Mr. Magoo… Un kilombo alucinante, digno de un elemental del lápiz, de esos dibujantes absolutos como Oscar Grillo.
Hora de entrarle al Vol.2 de Indestructible Hulk y recomiendo repasar la reseña del Vol.1, aparecida un ya lejano 26/06/15. Es un tomo medio ladri, porque te recopila cinco episodios de la serie y 22 páginas de bocetos. Dejame de joder, no necesito 22 páginas de bocetos. Poneme un episodio más, o publicá el libro con menos páginas y cobrámelo más barato.
Okey, los bocetos son de Walt Simonson y Mateo Scalera, a quienes vimos dejar la vida en las historietas del tomo. Scalera más sintético, más pendiente de la magia que le ponen encima los coloristas, sólido pero lejos de las maravillas que le vimos en Black Science. Y Simonson, al revés. Comprometidísimo, decidido a no dejar ni el menor detalle librado al azar, con un montón de viñetas y unas cuantas páginas perfectas, al nivel de sus mejores trabajos. Digo “al revés” no porque Simonson sea bueno y Scalera malo, sino porque en las páginas de Simonson, los coloristas se tienen que esforzar para aportar algo que el dibujo no haya aportado… y se les complica, porque Simonson pone todo. Los climas, la épica, los truquitos narrativos, los estallidos de líneas cinéticas… Una aplanadora.
¿Y qué onda los guiones? Los tres numeritos con Thor en Jotunheim están estiradísimos y son una mera excusa para que Simonson vuelva a dibujar al personaje con el que se consagró. Pero un habilidoso del guión como Mark Waid nunca retacea momentos interesantes, ya sea en algún diálogo ingenioso o en algún giro imprevisto para algún personaje secundario. Y los dos episodios con Daredevil le sirven a Waid para explorar la relación entre los dos personajes que tenía en ese momento a su cargo, unidos en una aventura argumentalmente muy menor, donde el conflicto es –de nuevo- una excusa chiquita y casi boluda para ver a Hulk y Daredevil luchando juntos. Evidentemente, el atractivo no pasa por la pelea con los villanos, sino por la interacción entre los buenos. Creo que tengo un tomo más de Indestructible Hulk, pero no me acuerdo si es el Vol.3 o el Vol.4. La verdad que si me falta el 3, en una de esas sigo adelante y eventualemente la completaré. Tampoco me quita el sueño. De hecho, lo que vendría a ser el Vol.5 ya lo leí (ver reseña del 26/05/16).
Y hasta acá llegamos. Tengo más libros leídos, así que vuelvo pronto con más reseñas. ¡Nos vemos!
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martes, 19 de diciembre de 2017
TRES DE MARTES
Día horroroso por varios motivos, pero bueno, vamos con una nueva tandita de reseñas.
¡Terminé Bakuman! Los muchachos de Ivrea cumplieron con la meta de publicar el Vol.20 antes de fin de año y acá está, comprado y leído, como debe ser.
Esta vez Tsugumi Ohba y Takeshi Obata logran lo imposible: focalizar el principal conflicto del tomo en el que hasta ahora era el peor personaje de la serie, Miho Azuki, la “novia” de Mashiro a quien vimos convertirse en una conocida actriz que pone su voz en distintas series animadas. Y acá es donde los autores sacan chapa de genios: les alcanza medio tomo para darle a Azuki toda la onda, la profundidad y la fuerza que no había mostrado en los 19 tomos anteriores. De pronto, esa boludita histérica pela lo que hay que pelar y se suma a la lista de los grandes personajes que nos deja este manga de amor al manga.
El resto del tomo es –ni más ni menos- la consagración definitiva de los Muto Ashirogi, dos autores ya curtidos, que ahora sí, imponen sus propias reglas y controlan ellos mismos cada aspecto de su carrera, como los nº 1 que son. Sobre el final, Ohba y Obata se acuerdan de que tienen que cerrar la trama romántica entre Azuki y Mashiro, y hacia allá va el último tramo, no sin antes regalarnos excelentes secuencias de “cierre” de los demás personajes y una secuencia especialmente emotiva, difícil de leer sin que se te ponga la piel de gallina, que es la de la carta que Mashiro le escribe a su tío muerto.
El dibujo, magnífico como siempre, con un brillo especial en un tomo tan superpoblado de textos. Y llego a la última página con ganas de que Bakuman siga muchos tomos más… o que salga un manga con Eiji Niizuma como protagonista y los Muto Ashirogi como secundarios… no sé, cualquier cosa mínimamente ligada al universo Bakuman me saca la guita con total facilidad, estoy entregadísimo. Una vez más, recomiendo enfáticamente esta maravilla del Noveno Arte a los que todavía no se hayan enganchado. Gracias Ohba, gracias Obata, gracias Ivrea. Ovación de pie para ustedes.
Victory es el segundo tomo recopilatorio de la actual etapa de Astro City, la que edita el alicaído sello Vertigo. Es un tomo medio trampa, porque trae sólo cuatro episodios de la serie regular y a modo de complemento, una especie de Secret Files & Origins (hermoso) editado mucho antes, cuando Astro City salía de vez en cuando en el sello WildStorm.
Para el arco de cuatro episodios, los maestros Kurt Busiek y Brent Anderson nos proponen hacer foco en Winged Victory, la Wonder Woman de este universo, en una trama que la obliga a replantearse su rol en este mundo, su relación con los otros héroes (en especial con Samaritan y el Confessor, que vendrían a ser Superman y Batman) y su forma de encarar su “misión”. De paso, Busiek encuentra la excusa perfecta para ahondar en su origen y para reforzar su personalidad. Obviamente de acá sale una Winged Victory mil veces más interesante que lo que habíamos visto hasta el momento.
La lucha de las mujeres, la manipulación miserable de la verdad por parte de los medios, la lealtad entre los que dicen defender los mismos valores… todos temas muy candentes, abordados por Busiek desde un relato clásico de superhéroes, con villanos, machaca, secretos y poderes limados. Todo un logro de este consumado guionista, bien acompañado por un Anderson clásico y elegante, que deja la vida cada vez que tiene que dibujar a WV. Muy lindo material.
Y cierro con el Vol.2 de Historias DeLirantes (el Vol.1 lo comen-
tamos el 05/12/16), en el que Chanti renueva el elenco de la serie para ofrecernos personajes totalmente distintos y aún más logrados que los del Vol.1. Las clases de la Señorita Lirantes son una cátedra de humor, donde hay lugar para los juegos de palabras, pero también para el absurdo, la escatología, el humor físico y hasta sutiles bajadas de línea socio-política. Todo esto dibujado con muchísimas pilas, por un Chanti que trata de compensar con la imaginación y la fluidez de su trazo el hecho de que en la mayoría de las viñetas vemos básicamente siempre lo mismo. Igual no te aburrís ni a palos.
Como complemento, la historieta para chicos más rara que leí en mi vida: CruciTramas, un experimento formal en el que Chanti juega con la gramática misma de la historieta. El mendocino narra una historia en una especie de “lienzo infinito”, que es constantemente alterado e invadido por cosas que transcurren en las márgenes, supuestamente por fuera de la historieta central. El espacio y el tiempo, el adentro y el afuera se mezclan en un relato absolutamente adictivo, donde llega un punto en que querés ver a Chanti tropezar con la inmensa envergadura de sus pretensiones… cosa que no sucede jamás. CruciTramas es una locura, una quijotada historietística a nivel Marc Antoine Mathieu, de la que Chanti sale obscenamente bien parado. Precioso librito, para regalarle a los pibes ahora que vienen las fiestas.
Tengo leídos un par de libros más, así que esta semana seguro tenemos más reseñas acá en el blog. ¡Hasta pronto!
¡Terminé Bakuman! Los muchachos de Ivrea cumplieron con la meta de publicar el Vol.20 antes de fin de año y acá está, comprado y leído, como debe ser.
Esta vez Tsugumi Ohba y Takeshi Obata logran lo imposible: focalizar el principal conflicto del tomo en el que hasta ahora era el peor personaje de la serie, Miho Azuki, la “novia” de Mashiro a quien vimos convertirse en una conocida actriz que pone su voz en distintas series animadas. Y acá es donde los autores sacan chapa de genios: les alcanza medio tomo para darle a Azuki toda la onda, la profundidad y la fuerza que no había mostrado en los 19 tomos anteriores. De pronto, esa boludita histérica pela lo que hay que pelar y se suma a la lista de los grandes personajes que nos deja este manga de amor al manga.
El resto del tomo es –ni más ni menos- la consagración definitiva de los Muto Ashirogi, dos autores ya curtidos, que ahora sí, imponen sus propias reglas y controlan ellos mismos cada aspecto de su carrera, como los nº 1 que son. Sobre el final, Ohba y Obata se acuerdan de que tienen que cerrar la trama romántica entre Azuki y Mashiro, y hacia allá va el último tramo, no sin antes regalarnos excelentes secuencias de “cierre” de los demás personajes y una secuencia especialmente emotiva, difícil de leer sin que se te ponga la piel de gallina, que es la de la carta que Mashiro le escribe a su tío muerto.
El dibujo, magnífico como siempre, con un brillo especial en un tomo tan superpoblado de textos. Y llego a la última página con ganas de que Bakuman siga muchos tomos más… o que salga un manga con Eiji Niizuma como protagonista y los Muto Ashirogi como secundarios… no sé, cualquier cosa mínimamente ligada al universo Bakuman me saca la guita con total facilidad, estoy entregadísimo. Una vez más, recomiendo enfáticamente esta maravilla del Noveno Arte a los que todavía no se hayan enganchado. Gracias Ohba, gracias Obata, gracias Ivrea. Ovación de pie para ustedes.
Victory es el segundo tomo recopilatorio de la actual etapa de Astro City, la que edita el alicaído sello Vertigo. Es un tomo medio trampa, porque trae sólo cuatro episodios de la serie regular y a modo de complemento, una especie de Secret Files & Origins (hermoso) editado mucho antes, cuando Astro City salía de vez en cuando en el sello WildStorm.
Para el arco de cuatro episodios, los maestros Kurt Busiek y Brent Anderson nos proponen hacer foco en Winged Victory, la Wonder Woman de este universo, en una trama que la obliga a replantearse su rol en este mundo, su relación con los otros héroes (en especial con Samaritan y el Confessor, que vendrían a ser Superman y Batman) y su forma de encarar su “misión”. De paso, Busiek encuentra la excusa perfecta para ahondar en su origen y para reforzar su personalidad. Obviamente de acá sale una Winged Victory mil veces más interesante que lo que habíamos visto hasta el momento.
La lucha de las mujeres, la manipulación miserable de la verdad por parte de los medios, la lealtad entre los que dicen defender los mismos valores… todos temas muy candentes, abordados por Busiek desde un relato clásico de superhéroes, con villanos, machaca, secretos y poderes limados. Todo un logro de este consumado guionista, bien acompañado por un Anderson clásico y elegante, que deja la vida cada vez que tiene que dibujar a WV. Muy lindo material.
Y cierro con el Vol.2 de Historias DeLirantes (el Vol.1 lo comen-
tamos el 05/12/16), en el que Chanti renueva el elenco de la serie para ofrecernos personajes totalmente distintos y aún más logrados que los del Vol.1. Las clases de la Señorita Lirantes son una cátedra de humor, donde hay lugar para los juegos de palabras, pero también para el absurdo, la escatología, el humor físico y hasta sutiles bajadas de línea socio-política. Todo esto dibujado con muchísimas pilas, por un Chanti que trata de compensar con la imaginación y la fluidez de su trazo el hecho de que en la mayoría de las viñetas vemos básicamente siempre lo mismo. Igual no te aburrís ni a palos.
Como complemento, la historieta para chicos más rara que leí en mi vida: CruciTramas, un experimento formal en el que Chanti juega con la gramática misma de la historieta. El mendocino narra una historia en una especie de “lienzo infinito”, que es constantemente alterado e invadido por cosas que transcurren en las márgenes, supuestamente por fuera de la historieta central. El espacio y el tiempo, el adentro y el afuera se mezclan en un relato absolutamente adictivo, donde llega un punto en que querés ver a Chanti tropezar con la inmensa envergadura de sus pretensiones… cosa que no sucede jamás. CruciTramas es una locura, una quijotada historietística a nivel Marc Antoine Mathieu, de la que Chanti sale obscenamente bien parado. Precioso librito, para regalarle a los pibes ahora que vienen las fiestas.
Tengo leídos un par de libros más, así que esta semana seguro tenemos más reseñas acá en el blog. ¡Hasta pronto!
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jueves, 14 de diciembre de 2017
JUEVES DE SUSPENSO
¿Que onda? ¿Aprobará la cámara de Diputados la ley de Reforma Previsional pergeñada por el Gobierno para que los jubilados y beneficiarios de la AUH pongan lo que antes ponían los ricos mediante impuestos que ya no se les cobran? Si ese esperpento jurídico llegara a prosperar, se supone que mañana habrá paro… y se me complicará seriamente el viaje a Catamarca. Así que estoy ahí, carcomido por la incertidumbre. Mientras tanto, comparto las reseñas de un par de libritos que leí en estos días.
El Cazador de Rayos fue una serie de tres ábumes realizada a principios de este siglo por el español Kenny Ruiz, con la que logró insertarse en el mercado francófono. La edición integral ofrece la saga completa y la recomiendo muy por encima de los tres álbumes individuales, a menos que los encuentres MUY baratos. Felizmente, en este tamaño bastante más chico que el del clásico álbum francés, el dibujo de Ruiz se aprecia plenamente, incluso en esas páginas de 16 o 18 viñetas. La tipografía se ve muy bien, no hay ningún obstáculo para disfrutar de la faz gráfica de esta historieta… que no está tan lograda como los trabajos posteriores de Ruiz, pero que nos muestra ya desde temprano a un artista sumamente sólido. Como le pasó a Enrico Marini, Ruiz también empezó tratando de imitar a Katsuhiro Otomo y logra reproducir unos cuantos de los yeites clásicos del sensei. Pero a la larga, aflora la impronta del español y El Cazador de Rayos se ve como un comic europeo moderno, no como un remedo berreta de Akira. Los puntos fuertes: sin duda el color y la narrativa, los dos rubros donde se siente todo el tiempo la pasión, el riesgo y la personalidad que pela Ruiz en este trabajo.
El guión también es sorprendentemente bueno para tratarse de un autor primerizo. Como en toda aventura clásica hay buenos y malos, y nada se resolverá sin que antes se caguen a palos entre sí. Pero hay más. Los personajes secundarios están muy bien trabajados, el protagonista tiene un conflicto interno atrapante, el mundo en el que transcurre la historia está presentado de un modo muy ganchero, sin aburrir en absoluto a la hora de explicar todo lo que hay que explicar… La machaca tiene consecuencias, no está ahí para llenar páginas… y hasta nos encontramos con un cierto vuelo poético. Se entiende perfectamente por qué El Cazador de Rayos puso a Kenny Ruiz en el mapa de los autores a los que conviene seguir de cerca…
Psicocandy, la historieta de Damián Connelly y Nicolás Brondo con la que se inicia la saga Ojo Eléctrico, se basa en una premisa que ya leímos chotocientas veces: una minita es alterada mediante experimentos científicos, se le da vuelta a sus captores y se dedica a confrontar con una mega-corporación maligna. ¿Qué se le puede agregar a esa base para construir algo interesante? “Probemos con sexo, droga y rockanroll”, pensó Connelly… y acertó. Repleta de referencias a temas de David Bowie y The Jesus and Mary Chain, la novela nos sumerge rápidamente en una trama sumamente violenta, donde la machaca tiene mucho más protagonismo que en cualquier otro trabajo de Connelly. Por si le faltara impacto a estas peleas, los personajes se enfiestan entre sí en reiteradas ocasiones, en dos planos de realidad distintos, donde el acto sexual los sana, los empodera y les abre puertas a otras dimensiones.
La batalla con el villano no pasará de una escaramuza, porque esto es sólo el principio, y la trama de Psicocandy se terminará de resolver más adelante, una vez que Connelly y otros guionistas hayan explorado el resto de este extraño universo. Esta primera parte tiene mucho ritmo, no se empantana nunca, presenta a los personajes y los conflictos con eficacia y muestra un crecimiento de Connelly en la materia donde solía dejarme algunas dudas, que era la de los diálogos.
Brondo, por su parte, alterna secuencias en las que dibuja unos fondos de la San Puta con otras en las que (aceptablemente justificado por el guión) no te dibuja un fondo ni con un chumbo en la cabeza. Como siempre, sus personajes son vibrantes, expresivos, nerviosos, como si estuvieran tan pasados de merca que están a punto de explotar. Los garches, las escenas de pelea y esos momentos flasheros mitad oníricos-mitad lisérgicos le dan al astro cordobés la posibilidad de irse bien al carajo, de generar imágenes extremas, pasadas de rosca. Por suerte Brondo logra conservar un cierto grado de delirio y un alto nivel de dibujo en las secuencias más tranqui, en las que se limita a narrar tramos menos kilomberos de la trama. El resultado es raro, porque el dibujante experimenta todo el tiempo con la línea, las tramas, los enfoques… pero se disfruta a full, porque el propio guión requiere esa sensación de bizarreada permanente y porque Brondo no da puntada sin hilo.
Me imagino a Psicocandy como un dibujo animado, con color, movimiento y música y me estalla el bulbo raquídeo. Pero con lo que me dieron hasta ahora me dejaron contento, con ganas de seguir recorriendo el universo de Ojo Eléctrico.
Bueno, si ven nuevos posts acá antes del martes, significa que no pude viajar a Catamarca por el paro. Si todo sale bien, retomamos la semana que viene. Gracias y hasta entonces.
El Cazador de Rayos fue una serie de tres ábumes realizada a principios de este siglo por el español Kenny Ruiz, con la que logró insertarse en el mercado francófono. La edición integral ofrece la saga completa y la recomiendo muy por encima de los tres álbumes individuales, a menos que los encuentres MUY baratos. Felizmente, en este tamaño bastante más chico que el del clásico álbum francés, el dibujo de Ruiz se aprecia plenamente, incluso en esas páginas de 16 o 18 viñetas. La tipografía se ve muy bien, no hay ningún obstáculo para disfrutar de la faz gráfica de esta historieta… que no está tan lograda como los trabajos posteriores de Ruiz, pero que nos muestra ya desde temprano a un artista sumamente sólido. Como le pasó a Enrico Marini, Ruiz también empezó tratando de imitar a Katsuhiro Otomo y logra reproducir unos cuantos de los yeites clásicos del sensei. Pero a la larga, aflora la impronta del español y El Cazador de Rayos se ve como un comic europeo moderno, no como un remedo berreta de Akira. Los puntos fuertes: sin duda el color y la narrativa, los dos rubros donde se siente todo el tiempo la pasión, el riesgo y la personalidad que pela Ruiz en este trabajo.
El guión también es sorprendentemente bueno para tratarse de un autor primerizo. Como en toda aventura clásica hay buenos y malos, y nada se resolverá sin que antes se caguen a palos entre sí. Pero hay más. Los personajes secundarios están muy bien trabajados, el protagonista tiene un conflicto interno atrapante, el mundo en el que transcurre la historia está presentado de un modo muy ganchero, sin aburrir en absoluto a la hora de explicar todo lo que hay que explicar… La machaca tiene consecuencias, no está ahí para llenar páginas… y hasta nos encontramos con un cierto vuelo poético. Se entiende perfectamente por qué El Cazador de Rayos puso a Kenny Ruiz en el mapa de los autores a los que conviene seguir de cerca…
Psicocandy, la historieta de Damián Connelly y Nicolás Brondo con la que se inicia la saga Ojo Eléctrico, se basa en una premisa que ya leímos chotocientas veces: una minita es alterada mediante experimentos científicos, se le da vuelta a sus captores y se dedica a confrontar con una mega-corporación maligna. ¿Qué se le puede agregar a esa base para construir algo interesante? “Probemos con sexo, droga y rockanroll”, pensó Connelly… y acertó. Repleta de referencias a temas de David Bowie y The Jesus and Mary Chain, la novela nos sumerge rápidamente en una trama sumamente violenta, donde la machaca tiene mucho más protagonismo que en cualquier otro trabajo de Connelly. Por si le faltara impacto a estas peleas, los personajes se enfiestan entre sí en reiteradas ocasiones, en dos planos de realidad distintos, donde el acto sexual los sana, los empodera y les abre puertas a otras dimensiones.
La batalla con el villano no pasará de una escaramuza, porque esto es sólo el principio, y la trama de Psicocandy se terminará de resolver más adelante, una vez que Connelly y otros guionistas hayan explorado el resto de este extraño universo. Esta primera parte tiene mucho ritmo, no se empantana nunca, presenta a los personajes y los conflictos con eficacia y muestra un crecimiento de Connelly en la materia donde solía dejarme algunas dudas, que era la de los diálogos.
Brondo, por su parte, alterna secuencias en las que dibuja unos fondos de la San Puta con otras en las que (aceptablemente justificado por el guión) no te dibuja un fondo ni con un chumbo en la cabeza. Como siempre, sus personajes son vibrantes, expresivos, nerviosos, como si estuvieran tan pasados de merca que están a punto de explotar. Los garches, las escenas de pelea y esos momentos flasheros mitad oníricos-mitad lisérgicos le dan al astro cordobés la posibilidad de irse bien al carajo, de generar imágenes extremas, pasadas de rosca. Por suerte Brondo logra conservar un cierto grado de delirio y un alto nivel de dibujo en las secuencias más tranqui, en las que se limita a narrar tramos menos kilomberos de la trama. El resultado es raro, porque el dibujante experimenta todo el tiempo con la línea, las tramas, los enfoques… pero se disfruta a full, porque el propio guión requiere esa sensación de bizarreada permanente y porque Brondo no da puntada sin hilo.
Me imagino a Psicocandy como un dibujo animado, con color, movimiento y música y me estalla el bulbo raquídeo. Pero con lo que me dieron hasta ahora me dejaron contento, con ganas de seguir recorriendo el universo de Ojo Eléctrico.
Bueno, si ven nuevos posts acá antes del martes, significa que no pude viajar a Catamarca por el paro. Si todo sale bien, retomamos la semana que viene. Gracias y hasta entonces.
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lunes, 11 de diciembre de 2017
OTRA TARDE DE LUNES
Sigo avanzando con las lecturas, muy confiado de llegar al 31 de Diciembre con 100 posts realizados en 2017.
Arranco con otra miniserie de la década pasada que Marvel jamás recopiló en libro. Wolverine: Netsuke es un comic 100% de autor, en el que el maestro George Pratt tiene total libertad para hacer lo que se le dé la gana a lo largo de 128 páginas. Pratt se copa con ese vínculo (imaginado por Chris Claremont y luego usado hasta el cansancio) entre Wolverine y la tradición japonesa de los samurais, y en base a eso estructura una historia en la que se toma absolutamente todas las atribuciones habidas y por haber.
El glorioso referente del estilo pictórico propone una trama en la que tienen muchísimo peso los elementos sobrenaturales, y sobre todo los oníricos. Mucho de lo que vemos en el comic son alucinaciones o sueños de Logan, que lo transportan a un Japón feudal… raro, sin ningún rigor histórico, en el que él no es Wolverine, sino un guerrero japonés con los poderes curativos y las garras. Enfrente tendrá a una especie de bruja, una mujer que parece estar hecha de nieve y frío, a la que Pratt dibuja tan hermosa que tardás un toque en convencerte de que es la villana. Por supuesto, es todo tan etéreo y el autor se calienta tan poco por explicitar lo que sucede, que todo queda abierto a lo que cada lector tenga ganas de interpretar. Hay dos realidades, en una Logan todavía llora la muerte de Mariko, en la otra pasan cosas muy extrañas durante un crudísimo invierno nipón… y el resto está ahí, sugerido, como para que si te interesa el relato te involucres y le busques una vuelta que te cierre.
Lo definitivo, lo inapelable, está en el trabajo de Pratt en la faz gráfica. Acá el ídolo no se guarda nada en materia de línea, de color, de manchas, y hasta se da el lujo de jugar con la puesta en página para acentuar ciertos momentos clave de la narración. Por supuesto, hay mucha splash-page, mucha ilustración disfrazada de historieta, pero son imágenes de alto impacto, de enorme belleza plástica, en las que Pratt construye los climas que elige para cada una de las secuencias y -de paso- da cátedra de composición. Wolverine: Netsuke es una de esas historietas que no necesita tener un guión para ser considerada una obra maestra. Y –como ya dije- en EEUU nunca salió en libro, pero leerla en revistitas es un placer, porque se trata de cuatro comic-book sin avisos, con historieta de portada a portada. Una maravilla.
Me encuentro con otro librito argentino que para mí era de este año, pero que dice haber sido impreso en 2016. Frivolicidad con Papas Fritas es un recopilatorio de las tiras cómicas realizadas por Ziga (Iván Zigarán) a partir de 2010. Esto es tan, pero tan bueno, que me dejó mal. Me quedé tipo “la puta madre, siento que llegué tarde a algo genial”. ¿Cómo puede ser que Ziga no sea famoso? ¿Que estas tiras no estén en los medios más masivos del universo? ¿Que este librito sea difícil de vender incluso en su país de origen? Es todo una injusticia infinita e inexplicable….
Ziga practica un humor descarnado, apuntado principalmente a la hipocresía de nuestra vida cotidiana, a las contradicciones grotescas de cualquier sociedad capitalista que tiene al Consumo como deidad básica y al Dinero como principal meta aspiracional. Memoria, cultura, coherencia, preservación del medio ambiente, respeto para con el distinto, solidaridad con los que menos tienen… ¿quién carajo quiere esas boludeces cuando se puede tener un nuevo celular, o un nuevo televisor con pantalla gigante? Si alguna vez te preguntaste cómo esos pibes y pibas que hace 30 ó 40 años eran tus amigos de la infancia se convirtieron en garcas frívolos, cínicos e insensibles, Ziga te ofrece un montón de respuestas, punzantes y cómicas a la vez.
El dibujo es excelente, es una especie de Gustavo Sala menos expresionista, menos pasado de rosca, un poquito más “careta”, más prolijo, más accesible, como si lo mezcláramos con un… 15% del Niño Rodríguez o Emiliano Migliardo. Y lo único que no me convenció son esos sombreados marrones que aplica Ziga a la hora de colorear. Sin eso, el dibujo se vería más plano (y más parecido todavía al de Sala) pero estéticamente sería más lindo, por lo menos para mi gusto.
La gran noticia es que Frivolicidad con Papas Fritas existe, está editado y se consigue. O sea que –mal y tarde- todavía estamos a tiempo de descubrir a Ziga y de sumarlo a la lista de autores fundamentales que tiene la historieta humorística en nuestro país.
El viernes me voy unos días a Catamarca, a participar del último evento de este agitadísimo 2017. Pero seguramente antes de irme clavaré por lo menos un post más, acá en el blog. Gracias a todos y si hay lectores de Catamarca, acérquense a saludar el sábado en la ColossusCom.
Arranco con otra miniserie de la década pasada que Marvel jamás recopiló en libro. Wolverine: Netsuke es un comic 100% de autor, en el que el maestro George Pratt tiene total libertad para hacer lo que se le dé la gana a lo largo de 128 páginas. Pratt se copa con ese vínculo (imaginado por Chris Claremont y luego usado hasta el cansancio) entre Wolverine y la tradición japonesa de los samurais, y en base a eso estructura una historia en la que se toma absolutamente todas las atribuciones habidas y por haber.
El glorioso referente del estilo pictórico propone una trama en la que tienen muchísimo peso los elementos sobrenaturales, y sobre todo los oníricos. Mucho de lo que vemos en el comic son alucinaciones o sueños de Logan, que lo transportan a un Japón feudal… raro, sin ningún rigor histórico, en el que él no es Wolverine, sino un guerrero japonés con los poderes curativos y las garras. Enfrente tendrá a una especie de bruja, una mujer que parece estar hecha de nieve y frío, a la que Pratt dibuja tan hermosa que tardás un toque en convencerte de que es la villana. Por supuesto, es todo tan etéreo y el autor se calienta tan poco por explicitar lo que sucede, que todo queda abierto a lo que cada lector tenga ganas de interpretar. Hay dos realidades, en una Logan todavía llora la muerte de Mariko, en la otra pasan cosas muy extrañas durante un crudísimo invierno nipón… y el resto está ahí, sugerido, como para que si te interesa el relato te involucres y le busques una vuelta que te cierre.
Lo definitivo, lo inapelable, está en el trabajo de Pratt en la faz gráfica. Acá el ídolo no se guarda nada en materia de línea, de color, de manchas, y hasta se da el lujo de jugar con la puesta en página para acentuar ciertos momentos clave de la narración. Por supuesto, hay mucha splash-page, mucha ilustración disfrazada de historieta, pero son imágenes de alto impacto, de enorme belleza plástica, en las que Pratt construye los climas que elige para cada una de las secuencias y -de paso- da cátedra de composición. Wolverine: Netsuke es una de esas historietas que no necesita tener un guión para ser considerada una obra maestra. Y –como ya dije- en EEUU nunca salió en libro, pero leerla en revistitas es un placer, porque se trata de cuatro comic-book sin avisos, con historieta de portada a portada. Una maravilla.
Me encuentro con otro librito argentino que para mí era de este año, pero que dice haber sido impreso en 2016. Frivolicidad con Papas Fritas es un recopilatorio de las tiras cómicas realizadas por Ziga (Iván Zigarán) a partir de 2010. Esto es tan, pero tan bueno, que me dejó mal. Me quedé tipo “la puta madre, siento que llegué tarde a algo genial”. ¿Cómo puede ser que Ziga no sea famoso? ¿Que estas tiras no estén en los medios más masivos del universo? ¿Que este librito sea difícil de vender incluso en su país de origen? Es todo una injusticia infinita e inexplicable….
Ziga practica un humor descarnado, apuntado principalmente a la hipocresía de nuestra vida cotidiana, a las contradicciones grotescas de cualquier sociedad capitalista que tiene al Consumo como deidad básica y al Dinero como principal meta aspiracional. Memoria, cultura, coherencia, preservación del medio ambiente, respeto para con el distinto, solidaridad con los que menos tienen… ¿quién carajo quiere esas boludeces cuando se puede tener un nuevo celular, o un nuevo televisor con pantalla gigante? Si alguna vez te preguntaste cómo esos pibes y pibas que hace 30 ó 40 años eran tus amigos de la infancia se convirtieron en garcas frívolos, cínicos e insensibles, Ziga te ofrece un montón de respuestas, punzantes y cómicas a la vez.
El dibujo es excelente, es una especie de Gustavo Sala menos expresionista, menos pasado de rosca, un poquito más “careta”, más prolijo, más accesible, como si lo mezcláramos con un… 15% del Niño Rodríguez o Emiliano Migliardo. Y lo único que no me convenció son esos sombreados marrones que aplica Ziga a la hora de colorear. Sin eso, el dibujo se vería más plano (y más parecido todavía al de Sala) pero estéticamente sería más lindo, por lo menos para mi gusto.
La gran noticia es que Frivolicidad con Papas Fritas existe, está editado y se consigue. O sea que –mal y tarde- todavía estamos a tiempo de descubrir a Ziga y de sumarlo a la lista de autores fundamentales que tiene la historieta humorística en nuestro país.
El viernes me voy unos días a Catamarca, a participar del último evento de este agitadísimo 2017. Pero seguramente antes de irme clavaré por lo menos un post más, acá en el blog. Gracias a todos y si hay lectores de Catamarca, acérquense a saludar el sábado en la ColossusCom.
viernes, 8 de diciembre de 2017
VIERNES FERIADO
Hermosa tarde de ocio para escribir las reseñas de un par de libritos que leí en estos días…
Le entré al Vol.2 de Aula a la Deriva, el clásico setentoso de Kazuo Umezu cuyo primer tomo (reseñado el 20/10/17) me había dejado bastante cebado. Ahora, con 380 páginas más a cuestas, panquequeo y digo que no, que este manga no me termina de convencer. Tiene varias cosas muy atractivas, a saber: el ritmo, la forma en que Umezu hilvana los hechos para que siempre estemos al filo de la silla, siempre ansiosos por saber cómo corno sigue la historia. La narrativa, que es magnífica y está pensada hasta el último detalle para que la trama fluya como en un sueño, con total naturalidad. Y por supuesto, la idea de poner a chicos de nueve y diez años en un contexto de extremo peligro, donde están sujetos a niveles de violencia escabrosos, e incluso a recibir heridas graves o morir.
El resto, me entusiasmó menos que en el tomo anterior. La forma en que Sho se comunica con su mamá me pareció patética, no creo que a largo plazo garpe la decisión de Umezu de sacarse de encima a todos los adultos, la consigna ganchera del aislamiento se diluye cuando todo el tiempo los chicos salen a explorar lo que hay afuera de la escuela, los vemos construir cosas complejísimas, que ningún chico de escuela primaria podría construir, el protagonista es un personaje bastante chato y poco carismático (me gustó más la villana que aparece en la segunda mitad de este tomo)… Y lo más flojo, lo que más me la bajó, es que se ven mucho los piolines de la marioneta. Todo el tiempo me lo imaginé a Umezu pensativo, mirando la página en blanco, preguntándose “¿y ahora qué carajo meto para mantener el suspenso y la tensión?”. La respuesta es “cualquier cosa”, desde escenas re-cabeza en las que los chicos luchan contra un monstruo insectoide hasta ese tramo casi de comedia desopilante en el que forman una nación, con elección de Primer Ministro y demás. Me imagino que a Aula a la Deriva le debe haber ido bárbaro, y los editores le deben haber suplicado a Umezu que siguiera pegando esos volantazos bizarros semana a semana, en vez de concentrarse en explicar de alguna manera el misterio central, o hacer avanzar la trama hacia un final coherente.
El dibujo es correcto, está bien, tiene mucho laburo de tramas y texturas, y en general contribuye a la fascinante fluidez del relato gráfico, que es si dudas el ancho de espadas de Kazuo Umezu. Ya no estoy tan manija como hace un tiempito para entrarle al Vol.3, pero eventualmente leeré ese (y el Vol.4) y después veré si me lanzo a conseguir los dos últimos tomos, o si la corto ahí.
Sigo avanzando con el pilón del material editado en 2017 en Argentina y me encuentro con este tomo de Boras, con el que salió al ruedo la editorial rosarina Alquimia. Tengo entendido que hicieron una tirada muy baja y ya se agotó, así que suerte a los que se decidan a tratar de conseguirla.
El guionista Fede Sartori (a quien conocía de la Términus) y el dibujante Nacho Lázaro (a quien no conocía pero tiene toda la pinta de haber sido alumno o asistente de Marcelo Frusín) narran tres historias protagonizadas por Boras, un sacerdote exorcista de la iglesia ortodoxa rusa, a quien acompaña un demonio muy garca que se viste como Dylan Dog y es fan de los Rolling Stones, para formar una “extraña pareja” que funciona muy bien. La primera historia es muy breve y sirve para presentar a los personajes. La segunda (ya a todo color) tiene más acción, más “cheap thrills”, pero lo más atractivo es el vínculo entre Boras y Gabriel, muy por encima de la trama que urde Sartori. Y la pulenta llega al final, con el tercer relato, 19 páginas en las que el guionista finalmente le encuentra la vuelta a la serie y nos obsequia una trama espeluznante, turbia, con giros inesperados, con una bajada de línea sutil y exquisita… y sin descuidar la dinámica entre los personajes que tan bien funcionaba en las dos primeras historias. Si “Cold, Cold Heart” no te deja con ganas de leer más Boras, estás en serios problemas.
El dibujo de Lázaro está bien, acompaña correctamente al guión. Además de notarse cierta influencia de Frusín, en la segunda historia (Lazos de Sangre) asistimos a una copia milimétrica de la puesta en página de Mike Mignola en Hellboy. Hay mucho yeite mignolesco en las historietas de Boras, pero hay una secuencia en particular, la de la lucha en las cloacas con los pibes caníbales, en la que sólo falta que aparezca Abe Sapien. El color también está muy bien, sobrio y consistente. Lindo material, con buenos personajes, una consigna interesante y una dupla de autores jóvenes que tienen todo para no quedarse en la fácil, que es tratar de generar la enésima copia berreta de Hellblazer.
Vuelvo pronto con más reseñas. Gracias y hasta entonces.
Le entré al Vol.2 de Aula a la Deriva, el clásico setentoso de Kazuo Umezu cuyo primer tomo (reseñado el 20/10/17) me había dejado bastante cebado. Ahora, con 380 páginas más a cuestas, panquequeo y digo que no, que este manga no me termina de convencer. Tiene varias cosas muy atractivas, a saber: el ritmo, la forma en que Umezu hilvana los hechos para que siempre estemos al filo de la silla, siempre ansiosos por saber cómo corno sigue la historia. La narrativa, que es magnífica y está pensada hasta el último detalle para que la trama fluya como en un sueño, con total naturalidad. Y por supuesto, la idea de poner a chicos de nueve y diez años en un contexto de extremo peligro, donde están sujetos a niveles de violencia escabrosos, e incluso a recibir heridas graves o morir.
El resto, me entusiasmó menos que en el tomo anterior. La forma en que Sho se comunica con su mamá me pareció patética, no creo que a largo plazo garpe la decisión de Umezu de sacarse de encima a todos los adultos, la consigna ganchera del aislamiento se diluye cuando todo el tiempo los chicos salen a explorar lo que hay afuera de la escuela, los vemos construir cosas complejísimas, que ningún chico de escuela primaria podría construir, el protagonista es un personaje bastante chato y poco carismático (me gustó más la villana que aparece en la segunda mitad de este tomo)… Y lo más flojo, lo que más me la bajó, es que se ven mucho los piolines de la marioneta. Todo el tiempo me lo imaginé a Umezu pensativo, mirando la página en blanco, preguntándose “¿y ahora qué carajo meto para mantener el suspenso y la tensión?”. La respuesta es “cualquier cosa”, desde escenas re-cabeza en las que los chicos luchan contra un monstruo insectoide hasta ese tramo casi de comedia desopilante en el que forman una nación, con elección de Primer Ministro y demás. Me imagino que a Aula a la Deriva le debe haber ido bárbaro, y los editores le deben haber suplicado a Umezu que siguiera pegando esos volantazos bizarros semana a semana, en vez de concentrarse en explicar de alguna manera el misterio central, o hacer avanzar la trama hacia un final coherente.
El dibujo es correcto, está bien, tiene mucho laburo de tramas y texturas, y en general contribuye a la fascinante fluidez del relato gráfico, que es si dudas el ancho de espadas de Kazuo Umezu. Ya no estoy tan manija como hace un tiempito para entrarle al Vol.3, pero eventualmente leeré ese (y el Vol.4) y después veré si me lanzo a conseguir los dos últimos tomos, o si la corto ahí.
Sigo avanzando con el pilón del material editado en 2017 en Argentina y me encuentro con este tomo de Boras, con el que salió al ruedo la editorial rosarina Alquimia. Tengo entendido que hicieron una tirada muy baja y ya se agotó, así que suerte a los que se decidan a tratar de conseguirla.
El guionista Fede Sartori (a quien conocía de la Términus) y el dibujante Nacho Lázaro (a quien no conocía pero tiene toda la pinta de haber sido alumno o asistente de Marcelo Frusín) narran tres historias protagonizadas por Boras, un sacerdote exorcista de la iglesia ortodoxa rusa, a quien acompaña un demonio muy garca que se viste como Dylan Dog y es fan de los Rolling Stones, para formar una “extraña pareja” que funciona muy bien. La primera historia es muy breve y sirve para presentar a los personajes. La segunda (ya a todo color) tiene más acción, más “cheap thrills”, pero lo más atractivo es el vínculo entre Boras y Gabriel, muy por encima de la trama que urde Sartori. Y la pulenta llega al final, con el tercer relato, 19 páginas en las que el guionista finalmente le encuentra la vuelta a la serie y nos obsequia una trama espeluznante, turbia, con giros inesperados, con una bajada de línea sutil y exquisita… y sin descuidar la dinámica entre los personajes que tan bien funcionaba en las dos primeras historias. Si “Cold, Cold Heart” no te deja con ganas de leer más Boras, estás en serios problemas.
El dibujo de Lázaro está bien, acompaña correctamente al guión. Además de notarse cierta influencia de Frusín, en la segunda historia (Lazos de Sangre) asistimos a una copia milimétrica de la puesta en página de Mike Mignola en Hellboy. Hay mucho yeite mignolesco en las historietas de Boras, pero hay una secuencia en particular, la de la lucha en las cloacas con los pibes caníbales, en la que sólo falta que aparezca Abe Sapien. El color también está muy bien, sobrio y consistente. Lindo material, con buenos personajes, una consigna interesante y una dupla de autores jóvenes que tienen todo para no quedarse en la fácil, que es tratar de generar la enésima copia berreta de Hellblazer.
Vuelvo pronto con más reseñas. Gracias y hasta entonces.
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miércoles, 6 de diciembre de 2017
NOCHE DE MIERCOLES
Sigo leyendo a buen ritmo, muy confiado en que llego cómodo a los 100 posteos durante 2017.
Arranco con una miniserie que leí en revistitas porque en EEUU nunca se recopiló. Se tratar de Black Widow: The Things They Say About Her. Es la segunda miniserie de seis episodios escrita por el novelista Richard K. Morgan y funciona como secuela de Black Widow: Homecoming… la cual jamás leí.
En una de esas es por eso que The Things They Say About Her me pareció tan chota… pero no creo. Esto es patético por mérito propio, no da para “repartir culpas” con un arco anterior que no leí. Tres problemas fundamentales: 1) Son seis episodios y TODO lo relevante sucede en los dos últimos. Los cuatro primeros se pueden tirar a la basura sin ninguna consecuencia. 2) El argumento es una sucesión de excusas pedorras para que Natasha cometa una atrocidad atrás de otra. No sé cuál es la gracia de borrar por completo la línea divisoria entre buenos y malos y mostrar una y otra vez que la heroína puede ser tanto o más hija de puta que los villanos más hijos de puta (y mirá que hay narcos, mega-empresarios corruptos, políticos republicanos y un torturador que laburó para Pinochet). 3) De los tres personajes secundarios, uno sólo (Yelena Belova, la otra Black Widow) tiene un rol razonable dentro de la trama. Los otros dos (nada menos que Daredevil y Nick Fury) están más desubicados que chupete en el orto, totalmente a la deriva, sin afectar en lo más mínimo el desarrollo de la historia.
¿Hay algo rescatable? Sí, los diálogos son muy buenos. Incluso los personajes hablan mucho en castellano y no hay errores groseros de ortografía ni de gramática, de esos que abundan cuando los autores angloparlantes hacen hablar a sus personajes en nuestro idioma. El tinte político de la saga no está muy enfantizado, pero cuando Morgan va para ese lado, le salen escenas interesantes.
Y por supuesto, el dibujo. ¿Por qué no tiré esto a la mierda cuando lo terminé de leer? Por el dibujo. Acá lo tenemos al maestro Sean Phillips prendido fuego, con total libertad para irse al carajo en la puesta en página, meter splash pages, tres cuadros grandotes… nada que ver con esa cosa medio claustrofóbica, o de mecanismo de relojería que vimos en sus trabajos junto a Ed Brubaker. Y a modo de fatality, para terminar de detonarte las retinas, lo entinta otra deidad, Bill Sienkiewicz, también en estado salvaje, tirando magia y gozando del hecho de que la responsabilidad de llevar adelante el relato gráfico la tenga otro. Visualmente, esto es espectacular. Lástima el guión, tan generoso en falencias, torpezas traiciones a la esencia de los personajes.
Hacía mucho que no leía nada de Chelo Candia, fuera de alguna colaboración en alguna antología. Pero este año, el sello Maten al Mensajero sacó el libro de El Bar de la Mesa Tres y me dejé seducir por una portada muy loca y una consigna muy intrigante: existe un bar en cuya mesa tres te sentás, pedís lo que sea, y te lo sirven. Lo que sea: el amor, la paz, la felicidad, el nº1 de Action Comics en perfecto estado, macristas honestos… Hay algo extraño, sobrenatural en este bar y Candia te invita a descubrirlo en una historia repleta de sutilezas. No es realismo mágico: acá hay una explicación probablemente metafísica para todo lo que pasa. Hay que prestar atención a los detalles, a la forma muy gradual y bastante velada en la que Candia va mostrando el juego… hasta llegar al epílogo, donde el autor deja de lado las sutilezas y todo se hace más explícito.
Además de esa consigna hipnótica, El Bar de la Mesa Tres tiene otro gancho irresistible, que es la construcción de los personajes. Originalmente pensada como un radioteatro, es una obra muy, muy hablada, con páginas repletas de globos de diálogo. Candia aprovecha muy bien esta sobredosis de palabras para darle mucha profundidad a cada personaje, para definirlos de modo muy redondo, muy tridimensional. Y también los diálogos le sirven como vehículo para el humor, porque –si bien toca temas serios- El Bar de la Mesa Tres tiene un tono de comedia sumamente logrado.
Entre la maraña de globos de diálogo y en esas páginas que a veces llegan a acumular 10 viñetas, aparece el dibujo de Candia, prolijo, cuidado, con un buen manejo de las técnicas para sumarle grises al blanco y negro inicial. No es un dibujo que busca lucirse ni deslumbrar, sino que está todo el tiempo puesto en función del relato, y ese es un rubro en el que Chelo no defrauda nunca. No te quiero chamuyar: el guión no me maravilló tanto como el de El Bondi (aquella cuasi-obra maestra de Candia que vimos el 06/03/13), pero está realmente muy bien. Y el dibujo, muy por encima de lo que vimos aquella vez.
Volvemos pronto con nuevas reseñas.
Arranco con una miniserie que leí en revistitas porque en EEUU nunca se recopiló. Se tratar de Black Widow: The Things They Say About Her. Es la segunda miniserie de seis episodios escrita por el novelista Richard K. Morgan y funciona como secuela de Black Widow: Homecoming… la cual jamás leí.
En una de esas es por eso que The Things They Say About Her me pareció tan chota… pero no creo. Esto es patético por mérito propio, no da para “repartir culpas” con un arco anterior que no leí. Tres problemas fundamentales: 1) Son seis episodios y TODO lo relevante sucede en los dos últimos. Los cuatro primeros se pueden tirar a la basura sin ninguna consecuencia. 2) El argumento es una sucesión de excusas pedorras para que Natasha cometa una atrocidad atrás de otra. No sé cuál es la gracia de borrar por completo la línea divisoria entre buenos y malos y mostrar una y otra vez que la heroína puede ser tanto o más hija de puta que los villanos más hijos de puta (y mirá que hay narcos, mega-empresarios corruptos, políticos republicanos y un torturador que laburó para Pinochet). 3) De los tres personajes secundarios, uno sólo (Yelena Belova, la otra Black Widow) tiene un rol razonable dentro de la trama. Los otros dos (nada menos que Daredevil y Nick Fury) están más desubicados que chupete en el orto, totalmente a la deriva, sin afectar en lo más mínimo el desarrollo de la historia.
¿Hay algo rescatable? Sí, los diálogos son muy buenos. Incluso los personajes hablan mucho en castellano y no hay errores groseros de ortografía ni de gramática, de esos que abundan cuando los autores angloparlantes hacen hablar a sus personajes en nuestro idioma. El tinte político de la saga no está muy enfantizado, pero cuando Morgan va para ese lado, le salen escenas interesantes.
Y por supuesto, el dibujo. ¿Por qué no tiré esto a la mierda cuando lo terminé de leer? Por el dibujo. Acá lo tenemos al maestro Sean Phillips prendido fuego, con total libertad para irse al carajo en la puesta en página, meter splash pages, tres cuadros grandotes… nada que ver con esa cosa medio claustrofóbica, o de mecanismo de relojería que vimos en sus trabajos junto a Ed Brubaker. Y a modo de fatality, para terminar de detonarte las retinas, lo entinta otra deidad, Bill Sienkiewicz, también en estado salvaje, tirando magia y gozando del hecho de que la responsabilidad de llevar adelante el relato gráfico la tenga otro. Visualmente, esto es espectacular. Lástima el guión, tan generoso en falencias, torpezas traiciones a la esencia de los personajes.
Hacía mucho que no leía nada de Chelo Candia, fuera de alguna colaboración en alguna antología. Pero este año, el sello Maten al Mensajero sacó el libro de El Bar de la Mesa Tres y me dejé seducir por una portada muy loca y una consigna muy intrigante: existe un bar en cuya mesa tres te sentás, pedís lo que sea, y te lo sirven. Lo que sea: el amor, la paz, la felicidad, el nº1 de Action Comics en perfecto estado, macristas honestos… Hay algo extraño, sobrenatural en este bar y Candia te invita a descubrirlo en una historia repleta de sutilezas. No es realismo mágico: acá hay una explicación probablemente metafísica para todo lo que pasa. Hay que prestar atención a los detalles, a la forma muy gradual y bastante velada en la que Candia va mostrando el juego… hasta llegar al epílogo, donde el autor deja de lado las sutilezas y todo se hace más explícito.
Además de esa consigna hipnótica, El Bar de la Mesa Tres tiene otro gancho irresistible, que es la construcción de los personajes. Originalmente pensada como un radioteatro, es una obra muy, muy hablada, con páginas repletas de globos de diálogo. Candia aprovecha muy bien esta sobredosis de palabras para darle mucha profundidad a cada personaje, para definirlos de modo muy redondo, muy tridimensional. Y también los diálogos le sirven como vehículo para el humor, porque –si bien toca temas serios- El Bar de la Mesa Tres tiene un tono de comedia sumamente logrado.
Entre la maraña de globos de diálogo y en esas páginas que a veces llegan a acumular 10 viñetas, aparece el dibujo de Candia, prolijo, cuidado, con un buen manejo de las técnicas para sumarle grises al blanco y negro inicial. No es un dibujo que busca lucirse ni deslumbrar, sino que está todo el tiempo puesto en función del relato, y ese es un rubro en el que Chelo no defrauda nunca. No te quiero chamuyar: el guión no me maravilló tanto como el de El Bondi (aquella cuasi-obra maestra de Candia que vimos el 06/03/13), pero está realmente muy bien. Y el dibujo, muy por encima de lo que vimos aquella vez.
Volvemos pronto con nuevas reseñas.
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lunes, 4 de diciembre de 2017
LUNES DE LUJO
Vamos con las reseñas de otras dos papongas que me liquidé entre el viernes y hoy.
Paco Roca es un hijo de puta. En general, todos los autores grossos tienen UNA obra definitiva, esa obra perfecta, por la que merecen ser recordados y ovacionados siempre. Paco tenía TRES (Arrugas, El Invierno del Dibujante y Los Surcos del Azar) y a fines de 2015 cantó “quiero vale cuatro” con La Casa, otra novela gráfica demasiado buena para ser real.
No me interesa ni siquiera dar pistas del argumento: sólo me interesa que la consigas y la leas. Te adelanto que NO es una autobiografía (aunque se nutre de situaciones reales vividas por el autor) y que NO tiene elementos fantásticos, ni persecuciones, ni machaca, ni sexo, ni explosiones, ni conflictos entre buenos y malos. En realidad no estoy dando mucha data, porque nada de todo eso suele aparecer en las obras de Paco Roca. Acá el autor parece estar tratando de averiguar hasta dónde se puede llegar con una historia sin conflictos, en la que básicamente no pasa nada (sólo el tiempo) y todo queda en personajes que dialogan entre sí. ¿Se puede crear desde ese lugar una historieta memorable? La Casa te saca las dudas en poquísimas páginas.
La clave, me parece, está en la acertadísima construcción de los personajes y en el cuidado por mantener un tono perfectamente realista, donde todo se vea y suene 100% verosímil. Una vez más, Roca nos cautiva con ese estilo de dibujo engañosamente simple, detrás del cual hay –evidentemente- un tipo que maneja la línea, la expresión de los cuerpos, los planos y los detalles más minúsculos con la precisión de un neurocirujano. La puesta en página es atípica, porque Paco elige para esta obra el formato apaisado, ese que a los argentinos nos encanta, a los franceses los irrita y a los españoles… no sé, me imagino que les debe parecer antiguo, porque no lo usan hace más de 50 años. Por supuesto que Roca aprovecha a pleno las posibilidades que le brinda el formato a la hora de planificar la página y armar las secuencias. El color también es bellísimo y no sé tú, pero yo… me encontré al final del libro con una cartulina firmada y numerada por el ídolo, que dice “457/500”, con una ilustración preciosa que –si me apurás- garpa más que la usaron para la portada. Gloria eterna a este hijo de puta que tanto bien le hace al Noveno Arte.
Me vengo a Argentina, a 2017, para internarme en la farragosa y farsesca ficción de Borges, Inspector de Aves, la creación del alucinante Lucas Nine. Esto es un thriller medio policial, medio de espionaje… y medio disparatado, si se me permite una tercera mitad, protagonizado por el Jorge Luis Borges de 1946, recién desplazado de su cargo en la Biblioteca Nacional por el gobierno peronista y degradado a “Inspector de Aves y Corrales”. Nine se agarra del cargo de “inspector” para vestir a Borges al estilo de los detectives clásicos del hard boiled norteamericano, pero lo hace moverse por afuera de la órbita de los gallineros y los corrales e interactuar con un fauna que tiene más que ver con la del Borges icónico: la de los escritores, poetas, pintores y demás exponentes de la intelectualidad porteña. Oliverio Girondo y Xul Solar tienen roles muy importantes, pero aparecen también Mujica Láinez, Bioy Casares y algunos más.
Las primeras… 50 páginas se me hicieron un poco lentas, un poco densas, pero después Nine le agarra el pulso al relato y empieza a narrar a un ritmo mucho más atrapante, sin descuidar el recurso más notable de la novela, que es superpoblar las viñetas con extensos bloques de texto narrados en primera persona por Borges y escritos en un estilo que emula con maestría a la prosa del genio máximo de nuestra literatura. Esto le agrega muchos minutos a la lectura del libro, por lo cual recomiendo no intentar bajarse toda la obra en una sola sentada. Mejor meterle tres o cuatro pausas, para que el efecto de los textos vuelva a sorprender.
Borges, Inspector de Aves es una aventura bizarra, en la que vemos al célebre escritor investigar un misterio, enamorarse de una mujer, cagarse a trompadas con villanos y sicarios, disfrazarse de pollo y hasta viajar en el 60. Nine narra todos estos extraños sucesos con una puesta en página sumamente clásica y sobria y un dibujo de base realista, pero de gran soltura, muy plástico, muy dinámico. Por momentos parece una mezcla entre el estilo de siempre de Lucas y el Viejo Breccia de Perramus, con esas manchas, esos collages, esa dimensión etérea del dibujo. Los fondos son mínimos y muchas veces Lucas los resuelve utilizando fotos retocadas, bien integradas al planteo gráfico de la obra. También descubrí sutiles homenajes a Alex Toth y Lino Palacio, que están buenísimos.
Si lo que más te gustaba de las otras obras de Lucas era esa sensación de estar viendo un dibujo animado, donde la historia casi se cuenta sola, impulsada por las pantomimas hiper-expresivas de los personajes, quizás Borges, Inspector de Aves no te termine de cerrar, porque acá el rol del texto es muchísimo más relevante y hay que prestarle mucha más atención. Por el contrario, si sos más partidario del comic de aventuras y nunca te habías acercado a Nine porque lo veías muy caricaturesco, o muy disparatado, esta es la obra con la que muy probablemente logres sintonizar la onda de este autor fundamental que tiene hoy la historieta argentina.
Ya estoy sumergido en la lectura de un par de libritos más, así que en cualquier momento vuelvo con más reseñas. Gracias y hasta entonces.
Paco Roca es un hijo de puta. En general, todos los autores grossos tienen UNA obra definitiva, esa obra perfecta, por la que merecen ser recordados y ovacionados siempre. Paco tenía TRES (Arrugas, El Invierno del Dibujante y Los Surcos del Azar) y a fines de 2015 cantó “quiero vale cuatro” con La Casa, otra novela gráfica demasiado buena para ser real.
No me interesa ni siquiera dar pistas del argumento: sólo me interesa que la consigas y la leas. Te adelanto que NO es una autobiografía (aunque se nutre de situaciones reales vividas por el autor) y que NO tiene elementos fantásticos, ni persecuciones, ni machaca, ni sexo, ni explosiones, ni conflictos entre buenos y malos. En realidad no estoy dando mucha data, porque nada de todo eso suele aparecer en las obras de Paco Roca. Acá el autor parece estar tratando de averiguar hasta dónde se puede llegar con una historia sin conflictos, en la que básicamente no pasa nada (sólo el tiempo) y todo queda en personajes que dialogan entre sí. ¿Se puede crear desde ese lugar una historieta memorable? La Casa te saca las dudas en poquísimas páginas.
La clave, me parece, está en la acertadísima construcción de los personajes y en el cuidado por mantener un tono perfectamente realista, donde todo se vea y suene 100% verosímil. Una vez más, Roca nos cautiva con ese estilo de dibujo engañosamente simple, detrás del cual hay –evidentemente- un tipo que maneja la línea, la expresión de los cuerpos, los planos y los detalles más minúsculos con la precisión de un neurocirujano. La puesta en página es atípica, porque Paco elige para esta obra el formato apaisado, ese que a los argentinos nos encanta, a los franceses los irrita y a los españoles… no sé, me imagino que les debe parecer antiguo, porque no lo usan hace más de 50 años. Por supuesto que Roca aprovecha a pleno las posibilidades que le brinda el formato a la hora de planificar la página y armar las secuencias. El color también es bellísimo y no sé tú, pero yo… me encontré al final del libro con una cartulina firmada y numerada por el ídolo, que dice “457/500”, con una ilustración preciosa que –si me apurás- garpa más que la usaron para la portada. Gloria eterna a este hijo de puta que tanto bien le hace al Noveno Arte.
Me vengo a Argentina, a 2017, para internarme en la farragosa y farsesca ficción de Borges, Inspector de Aves, la creación del alucinante Lucas Nine. Esto es un thriller medio policial, medio de espionaje… y medio disparatado, si se me permite una tercera mitad, protagonizado por el Jorge Luis Borges de 1946, recién desplazado de su cargo en la Biblioteca Nacional por el gobierno peronista y degradado a “Inspector de Aves y Corrales”. Nine se agarra del cargo de “inspector” para vestir a Borges al estilo de los detectives clásicos del hard boiled norteamericano, pero lo hace moverse por afuera de la órbita de los gallineros y los corrales e interactuar con un fauna que tiene más que ver con la del Borges icónico: la de los escritores, poetas, pintores y demás exponentes de la intelectualidad porteña. Oliverio Girondo y Xul Solar tienen roles muy importantes, pero aparecen también Mujica Láinez, Bioy Casares y algunos más.
Las primeras… 50 páginas se me hicieron un poco lentas, un poco densas, pero después Nine le agarra el pulso al relato y empieza a narrar a un ritmo mucho más atrapante, sin descuidar el recurso más notable de la novela, que es superpoblar las viñetas con extensos bloques de texto narrados en primera persona por Borges y escritos en un estilo que emula con maestría a la prosa del genio máximo de nuestra literatura. Esto le agrega muchos minutos a la lectura del libro, por lo cual recomiendo no intentar bajarse toda la obra en una sola sentada. Mejor meterle tres o cuatro pausas, para que el efecto de los textos vuelva a sorprender.
Borges, Inspector de Aves es una aventura bizarra, en la que vemos al célebre escritor investigar un misterio, enamorarse de una mujer, cagarse a trompadas con villanos y sicarios, disfrazarse de pollo y hasta viajar en el 60. Nine narra todos estos extraños sucesos con una puesta en página sumamente clásica y sobria y un dibujo de base realista, pero de gran soltura, muy plástico, muy dinámico. Por momentos parece una mezcla entre el estilo de siempre de Lucas y el Viejo Breccia de Perramus, con esas manchas, esos collages, esa dimensión etérea del dibujo. Los fondos son mínimos y muchas veces Lucas los resuelve utilizando fotos retocadas, bien integradas al planteo gráfico de la obra. También descubrí sutiles homenajes a Alex Toth y Lino Palacio, que están buenísimos.
Si lo que más te gustaba de las otras obras de Lucas era esa sensación de estar viendo un dibujo animado, donde la historia casi se cuenta sola, impulsada por las pantomimas hiper-expresivas de los personajes, quizás Borges, Inspector de Aves no te termine de cerrar, porque acá el rol del texto es muchísimo más relevante y hay que prestarle mucha más atención. Por el contrario, si sos más partidario del comic de aventuras y nunca te habías acercado a Nine porque lo veías muy caricaturesco, o muy disparatado, esta es la obra con la que muy probablemente logres sintonizar la onda de este autor fundamental que tiene hoy la historieta argentina.
Ya estoy sumergido en la lectura de un par de libritos más, así que en cualquier momento vuelvo con más reseñas. Gracias y hasta entonces.
viernes, 1 de diciembre de 2017
VIERNES AL MEDIODIA
Tengo un ratito antes del almuerzo para reseñar un par de libros y bueno, vamos a tratar de aprovecharlo…
Le entré al segundo recopilatorio de la etapa de Daredevil capitaneada por Ed Brubaker y Michael Lark, un masacote de 304 páginas que incluye los nºs 94 al 105 de esa serie. Contra todos los pronósticos, me aburrí bastante. Me gustó, como siempre, el desarrollo de personajes que propone Brubaker, sus diálogos sumamente reales, su manejo de los climas sordidos y opresivos… pero la trama en sí, no me enganchó en lo más mínimo. El principal villano no me interesó en absoluto, me resultó menos carismático que Esteban Bullrich. Su plan estaba… bien, ponele, pero su motivación me pareció absurda. El ritmo es muy lento, se ve que Brubaker tenía ideas muy chiquitas para llenar una cantidad de páginas tan enorme. Todo ese tramo con el Gladiator, en el que los demás personajes debaten acerca de si se volvió loco, si alguien le dominó la mente, si es un asesino despiadado o un pobre pelotudo… avanza demasiado lento, se enreda demasiado. Después pasan cosas muy similares con Milla, la esposa de Matt, y uno dice “¿otra vez la misma discusión?”.
Lo cierto es que en este tomo Brubaker no parece agarrarle la mano a la serie, en la que había empezado muy bien. Para bajármela un poquito más, uno de los grandes inventos del guionista para este tramo de las aventuras de Daredevil es una chica que tiene el poder de ser irresistible para los hombres. Por supuesto que Brubaker no llega a desarrollar a Lily Lucca al mismo nivel que desarrollará a Josephine en Fatale, unos años más tarde. Pero sí, ambos personajes se apoyan en una idea muy similar.
¿Y el dibujo, qué onda? Medio bajonero, también, porque Lark se da cuenta de que para entregar todos los meses, puede dibujar sólo a los personajes. TODO lo demás son fotos retocadas: fondos, vehículos, objetos… Lark no te dibuja nada que exista en la realidad, o que se pueda encontrar buscando en Flickr. Por suerte entre estos episodios está el nº100, donde cuelan unas paginitas dibujantes invitados como los maestros John Romita Sr., Gene Colan, Bill Sienkiewicz o Lee Bermejo, que le ponen onda, frescura o clasicismo bien entendido a la faz gráfica de ese episodio puntual. El resto se empantana bastante por la obsesión de Lark con las fotos apenas retocadas. Queda un tomo más de este Daredevil sombrío y trágico, porque después viene la etapa de Andy Diggle, que –a juzgar por las críticas- no tiene sentido leer.
Me vuelvo a internar en el universo fantástico de los incansables Eduardo Mazzitelli y Quique Alcatena, para descubrir Panteras, un libro que recopila una saga larga y tres historias cortas, todas parte de la saga de Timbuba, el Mundo Perdido. De las historias cortas, hay una, El Rey Tuvo un Amigo, que no puede ser mejor, más impredecible, más conmovedora, más hermosa. Y las otras dos no están mal, pero no arriman a ese nivel de perfección.
Dicho esto, me concentro en las 70 páginas de Panteras, el arco principal. Esta es una clásica aventura de Mazzitelli y Alcatena, una trama en la que se entrecruzan el amor, el poder, el destino, en la que un personaje joven va creciendo hasta hacerse imposiblemente grosso, en la que surgen y caen imperios, reyes, sociedades secretas y demás runflas… Ya lo leímos muchas veces, pero funciona y funciona demasiado bien. Esta vez, Mazzitelli se guarda un as bajo la manga para jugarlo en la última mano, cuando se corre el último velo y Nabadru descubre la verdad acerca de su padre. Y otra novedad: la machaca no está tan des-enfatizada como en otras obras de la dupla y varias de las mejores páginas de Panteras se centran en violentos combates que por ahí no aportan demasiado al desarrollo de la trama, pero suman intensidad e impacto a una historia que podría haberse tornado un tanto lenta y protocolar. Los bloques de texto, como siempre, nos muestran a un Mazzitelli inspiradísimo, con un vuelo lírico y literario con el que la maorí de los guionistas de historietas no se atreven a soñar.
Vaya para el lado de la machaca o para el lado de la sutileza, Mazzitelli sabe que está siempre respaldado por el virtuosismo descomunal de Alcatena, que acá no desaprovecha la oportunidad de demostrar lo mucho que lo inspiran la cultura, las tradiciones y los misterios del África profunda. En la huella de su admirado Jesse Marsh, Quique le da vida a junglas, cuevas, aldeas y palacios y logra que su trazo siempre tan elegante, tan ornamental, incorpore esa dosis de salvajismo, de fuerza primal difícil de controlar que uno asocia con las selvas africanas. Bellísimo trabajo de Alcatena, que ojalá sea sólo el primero de muchos publicados por el sello Purple Books.
Buen finde para todos y volvemos pronto con más reseñas, que ya estamos ahí de clavar 100 posts en 2017.
Le entré al segundo recopilatorio de la etapa de Daredevil capitaneada por Ed Brubaker y Michael Lark, un masacote de 304 páginas que incluye los nºs 94 al 105 de esa serie. Contra todos los pronósticos, me aburrí bastante. Me gustó, como siempre, el desarrollo de personajes que propone Brubaker, sus diálogos sumamente reales, su manejo de los climas sordidos y opresivos… pero la trama en sí, no me enganchó en lo más mínimo. El principal villano no me interesó en absoluto, me resultó menos carismático que Esteban Bullrich. Su plan estaba… bien, ponele, pero su motivación me pareció absurda. El ritmo es muy lento, se ve que Brubaker tenía ideas muy chiquitas para llenar una cantidad de páginas tan enorme. Todo ese tramo con el Gladiator, en el que los demás personajes debaten acerca de si se volvió loco, si alguien le dominó la mente, si es un asesino despiadado o un pobre pelotudo… avanza demasiado lento, se enreda demasiado. Después pasan cosas muy similares con Milla, la esposa de Matt, y uno dice “¿otra vez la misma discusión?”.
Lo cierto es que en este tomo Brubaker no parece agarrarle la mano a la serie, en la que había empezado muy bien. Para bajármela un poquito más, uno de los grandes inventos del guionista para este tramo de las aventuras de Daredevil es una chica que tiene el poder de ser irresistible para los hombres. Por supuesto que Brubaker no llega a desarrollar a Lily Lucca al mismo nivel que desarrollará a Josephine en Fatale, unos años más tarde. Pero sí, ambos personajes se apoyan en una idea muy similar.
¿Y el dibujo, qué onda? Medio bajonero, también, porque Lark se da cuenta de que para entregar todos los meses, puede dibujar sólo a los personajes. TODO lo demás son fotos retocadas: fondos, vehículos, objetos… Lark no te dibuja nada que exista en la realidad, o que se pueda encontrar buscando en Flickr. Por suerte entre estos episodios está el nº100, donde cuelan unas paginitas dibujantes invitados como los maestros John Romita Sr., Gene Colan, Bill Sienkiewicz o Lee Bermejo, que le ponen onda, frescura o clasicismo bien entendido a la faz gráfica de ese episodio puntual. El resto se empantana bastante por la obsesión de Lark con las fotos apenas retocadas. Queda un tomo más de este Daredevil sombrío y trágico, porque después viene la etapa de Andy Diggle, que –a juzgar por las críticas- no tiene sentido leer.
Me vuelvo a internar en el universo fantástico de los incansables Eduardo Mazzitelli y Quique Alcatena, para descubrir Panteras, un libro que recopila una saga larga y tres historias cortas, todas parte de la saga de Timbuba, el Mundo Perdido. De las historias cortas, hay una, El Rey Tuvo un Amigo, que no puede ser mejor, más impredecible, más conmovedora, más hermosa. Y las otras dos no están mal, pero no arriman a ese nivel de perfección.
Dicho esto, me concentro en las 70 páginas de Panteras, el arco principal. Esta es una clásica aventura de Mazzitelli y Alcatena, una trama en la que se entrecruzan el amor, el poder, el destino, en la que un personaje joven va creciendo hasta hacerse imposiblemente grosso, en la que surgen y caen imperios, reyes, sociedades secretas y demás runflas… Ya lo leímos muchas veces, pero funciona y funciona demasiado bien. Esta vez, Mazzitelli se guarda un as bajo la manga para jugarlo en la última mano, cuando se corre el último velo y Nabadru descubre la verdad acerca de su padre. Y otra novedad: la machaca no está tan des-enfatizada como en otras obras de la dupla y varias de las mejores páginas de Panteras se centran en violentos combates que por ahí no aportan demasiado al desarrollo de la trama, pero suman intensidad e impacto a una historia que podría haberse tornado un tanto lenta y protocolar. Los bloques de texto, como siempre, nos muestran a un Mazzitelli inspiradísimo, con un vuelo lírico y literario con el que la maorí de los guionistas de historietas no se atreven a soñar.
Vaya para el lado de la machaca o para el lado de la sutileza, Mazzitelli sabe que está siempre respaldado por el virtuosismo descomunal de Alcatena, que acá no desaprovecha la oportunidad de demostrar lo mucho que lo inspiran la cultura, las tradiciones y los misterios del África profunda. En la huella de su admirado Jesse Marsh, Quique le da vida a junglas, cuevas, aldeas y palacios y logra que su trazo siempre tan elegante, tan ornamental, incorpore esa dosis de salvajismo, de fuerza primal difícil de controlar que uno asocia con las selvas africanas. Bellísimo trabajo de Alcatena, que ojalá sea sólo el primero de muchos publicados por el sello Purple Books.
Buen finde para todos y volvemos pronto con más reseñas, que ya estamos ahí de clavar 100 posts en 2017.
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miércoles, 29 de noviembre de 2017
MIERCOLES CON CALORCITO
Mientras la hinchada le da play una y otra vez al trailer de Infinity War (o al videito de la jura de Cristina en el Senado), yo me siento a escribir las reseñas de un par de libritos que ya tengo leídos.
Allá por 2000, después de varios años de trabajar en series regulares, el maestro David Lapham se decidió a probar suerte con una novela gráfica, un relato pensado desde cero con principio, desarrollo y final. El resultado fue Murder Me Dead, definido por el autor como “un relato desgarrador de amor y asesinatos”, 232 páginas en las que Lapham urde y resuelve una trama truculenta, llena de volantazos impredecibles, con personajes absolutamente tridimensionales y un clima de tensión de una densidad tan asfixiante como hipnótica.
Murder Me Dead tiene varios puntos altísimos, pero me parece que lo más logrado es el desarrollo de los dos personajes protagónicos, Steve y Tara, y el vínculo entre ellos, que a lo largo de la novela se tuerce, se contorsiona, se tensa y pega giros bizarrísimos. O no, quizás lo más destacable sea el manejo por parte de Lapham del tempo narrativo, la forma en que manipula el relato para generar climas que nos involucren en la historia, que nos pongan nerviosos, que nos hagan sufrir casi tanto como sufre el pobre Steve. Lapham trabaja con la página dividida en cuatro tiras, al estilo Hugo Pratt, y rompe ese esquema sólo en un par de momentos muy específicos, que son flashbacks a sucesos anteriores al punto en que decide iniciar el relato. Sobre esa base, emplea todo tipo de recursos (algunos claramente heredados del cine) para imponer el ritmo que él elige y para generar intriga o impacto, según lo que requiera la trama.
El dibujo nos muestra a un Lapham muy afianzado en su estilo, con un manejo sublime del blanco y negro. Mezclá a Steve Ditko con Alex Toth, agregale un toquecito de Charles Burns y por ahí va a aparecer la estética con la que Lapham dio cátedra durante años, tanto en esta obra como en Stray Bullets, el trabajo más conocido de su etapa indie. Si te atrae una historia de amor retorcida, perturbadora, con violencia, sangre, mala leche y personajes demasiado reales para ser de papel y tinta, matá a quien haga falta para conseguir Murder Me Dead.
Me vengo a Argentina para meterme (ahora sí) con una publicación de 2017. Tango Cruzado, escrito por Max Aguirre y dibujado por Sebastián Dufour, tiene una consigna tan ganchera que ofende: historias de tangueros con machaca y elementos sobrenaturales, en las que tienen roles muy destacados nada menos que Carlos Gardel y David Bowie. Chau, no me cuentes más. Tomá mi guita y dame el libro.
Aguirre te engancha rapidísimo con sus diálogos ingeniosos y afilados, con la forma en la que los elementos tangueros (tema en el que la manya lunga) se integran a la trama de suspenso y acción para potenciarla. Y cuando creés que más o menos pescás de qué va la cosa, te agrega los elementos fantásticos, que en realidad son un recurso para hablar de otra cosa, que es la construcción de los mitos. El Gardel de Tango Cruzado está en ese camino, en el de construirse a sí mismo como mito. Por eso (nos explica Estárdas) sobrevive a balazos y a episodios que a cualquier otro hombre le costarían la vida. Estárdas (fonéticamente cercano a Stardust y visualmente idéntico al Duque Blanco) ya pasó por ese trance, ya es un ser 100% sobrenatural, que toca el bandoneón para joder, para agregarle misterio a la noche tanguera de Buenos Aires o Montevideo. El resto de los personajes, oriundos de ambas orillas, no son meros testigos del periplo del Zorzal y las excentricidades de Estárdas, sino que están muy bien trabajados y resultan sumamente carismáticos. De hecho uno de los mejores momentos del libro llega cuando el foco del relato se desplaza hacia Yonli, el morocho blusero de New Orleans.
¿Qué le falta a Tango Cruzado para ser una obra maestra? En primer lugar, más páginas. Se me hizo muy corta. Después, decidirse de un modo más claro entre ser una novela gráfica o ser una sucesión de relatos episódicos hilvanados por una trama que avanza un poquito en cada uno. Pero el principal problema lo encontré en el dibujo. Sebastián Dufour es un ilustrador alucinante, con una destreza técnica digna de Carlos Nine y una audacia para resdiseñarlo todo digna del Viejo Breccia. Y sin embargo, para mi gusto, la magia que tira Dufour no contribuye al fluir del relato que propone Aguirre. Por el contrario, lo entorpece. Obliga al lector a invertir preciosos segundos en decodificar los dibujos (ah, ya sé: esto es un caballo, esa mancha es uno de los protagonistas y ese círculito blanco es la luna”) y lo desorienta, lo saca del eje de la narración, lo obliga aunque sea un instante a distanciarse de la trama para encontrarle sentido a los dibujos. Gráficamente, esto tiene una belleza y un vuelo increíbles… lástima que a nivel narrativo esa belleza y ese vuelo funcionen más como un obstáculo que como un complemento para el guión de Aguirre.
Hasta acá llegamos, por hoy. Estamos a sólo 10 entradas de lograr el objetivo de los 100 posts en 2017… y creo que vamos a llegar. La seguimos pronto!
Allá por 2000, después de varios años de trabajar en series regulares, el maestro David Lapham se decidió a probar suerte con una novela gráfica, un relato pensado desde cero con principio, desarrollo y final. El resultado fue Murder Me Dead, definido por el autor como “un relato desgarrador de amor y asesinatos”, 232 páginas en las que Lapham urde y resuelve una trama truculenta, llena de volantazos impredecibles, con personajes absolutamente tridimensionales y un clima de tensión de una densidad tan asfixiante como hipnótica.
Murder Me Dead tiene varios puntos altísimos, pero me parece que lo más logrado es el desarrollo de los dos personajes protagónicos, Steve y Tara, y el vínculo entre ellos, que a lo largo de la novela se tuerce, se contorsiona, se tensa y pega giros bizarrísimos. O no, quizás lo más destacable sea el manejo por parte de Lapham del tempo narrativo, la forma en que manipula el relato para generar climas que nos involucren en la historia, que nos pongan nerviosos, que nos hagan sufrir casi tanto como sufre el pobre Steve. Lapham trabaja con la página dividida en cuatro tiras, al estilo Hugo Pratt, y rompe ese esquema sólo en un par de momentos muy específicos, que son flashbacks a sucesos anteriores al punto en que decide iniciar el relato. Sobre esa base, emplea todo tipo de recursos (algunos claramente heredados del cine) para imponer el ritmo que él elige y para generar intriga o impacto, según lo que requiera la trama.
El dibujo nos muestra a un Lapham muy afianzado en su estilo, con un manejo sublime del blanco y negro. Mezclá a Steve Ditko con Alex Toth, agregale un toquecito de Charles Burns y por ahí va a aparecer la estética con la que Lapham dio cátedra durante años, tanto en esta obra como en Stray Bullets, el trabajo más conocido de su etapa indie. Si te atrae una historia de amor retorcida, perturbadora, con violencia, sangre, mala leche y personajes demasiado reales para ser de papel y tinta, matá a quien haga falta para conseguir Murder Me Dead.
Me vengo a Argentina para meterme (ahora sí) con una publicación de 2017. Tango Cruzado, escrito por Max Aguirre y dibujado por Sebastián Dufour, tiene una consigna tan ganchera que ofende: historias de tangueros con machaca y elementos sobrenaturales, en las que tienen roles muy destacados nada menos que Carlos Gardel y David Bowie. Chau, no me cuentes más. Tomá mi guita y dame el libro.
Aguirre te engancha rapidísimo con sus diálogos ingeniosos y afilados, con la forma en la que los elementos tangueros (tema en el que la manya lunga) se integran a la trama de suspenso y acción para potenciarla. Y cuando creés que más o menos pescás de qué va la cosa, te agrega los elementos fantásticos, que en realidad son un recurso para hablar de otra cosa, que es la construcción de los mitos. El Gardel de Tango Cruzado está en ese camino, en el de construirse a sí mismo como mito. Por eso (nos explica Estárdas) sobrevive a balazos y a episodios que a cualquier otro hombre le costarían la vida. Estárdas (fonéticamente cercano a Stardust y visualmente idéntico al Duque Blanco) ya pasó por ese trance, ya es un ser 100% sobrenatural, que toca el bandoneón para joder, para agregarle misterio a la noche tanguera de Buenos Aires o Montevideo. El resto de los personajes, oriundos de ambas orillas, no son meros testigos del periplo del Zorzal y las excentricidades de Estárdas, sino que están muy bien trabajados y resultan sumamente carismáticos. De hecho uno de los mejores momentos del libro llega cuando el foco del relato se desplaza hacia Yonli, el morocho blusero de New Orleans.
¿Qué le falta a Tango Cruzado para ser una obra maestra? En primer lugar, más páginas. Se me hizo muy corta. Después, decidirse de un modo más claro entre ser una novela gráfica o ser una sucesión de relatos episódicos hilvanados por una trama que avanza un poquito en cada uno. Pero el principal problema lo encontré en el dibujo. Sebastián Dufour es un ilustrador alucinante, con una destreza técnica digna de Carlos Nine y una audacia para resdiseñarlo todo digna del Viejo Breccia. Y sin embargo, para mi gusto, la magia que tira Dufour no contribuye al fluir del relato que propone Aguirre. Por el contrario, lo entorpece. Obliga al lector a invertir preciosos segundos en decodificar los dibujos (ah, ya sé: esto es un caballo, esa mancha es uno de los protagonistas y ese círculito blanco es la luna”) y lo desorienta, lo saca del eje de la narración, lo obliga aunque sea un instante a distanciarse de la trama para encontrarle sentido a los dibujos. Gráficamente, esto tiene una belleza y un vuelo increíbles… lástima que a nivel narrativo esa belleza y ese vuelo funcionen más como un obstáculo que como un complemento para el guión de Aguirre.
Hasta acá llegamos, por hoy. Estamos a sólo 10 entradas de lograr el objetivo de los 100 posts en 2017… y creo que vamos a llegar. La seguimos pronto!
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lunes, 27 de noviembre de 2017
DOS GEMAS DEL HUMOR
Vamos con otras dos lecturas que me terminé durante el finde.
¡SPAM! es un tomito que recopila material realizado por el maestro Manel Fontdevila para la revista El Jueves, editado en 2007. Son básicamente “las sobras”, las cosas del glorioso autor que no entraron en los recopilatorios de sus series más conocidas (La Parejita y Para Ti, Que Eres Joven). Casi todo el libro está compuesto de breves “ensayos” en los que Fontedevila elige un tema y lo desarrolla con viñetas y textos, en una especie de update de lo que hacía Alfredo Grondona White en la revista Hum®, allá por los ´80 y ´90, y además hay algunas portadas ilustradas por el ídolo y varios chistes de una sóla viñeta.
Lo mejor, lejos, es la calidad del dibujo. Los chistes… algunos se entienden sólo en España, otros se entienden sólo en la coyuntura en la que fueron publicados y otros me hicieron reir tanto que si no hubiese abandonado hace años el stand-up comedy, me los estaría afanando sin compasión para incluirlos en algún monólogo. Porque como los grandes performers de stand-up, Fontdevila te acribilla con su sentido de la observación, con su capacidad de cuestionar desde el humor prácticas, costumbres y expresiones “del sentido común” que la mayoría de la gente acepta, o reproduce, o internaliza sin demasiada reflexión. Fontdevila destripa la cultura mediática, la truchada política, la pacatería chota de la Iglesia, las modas efímeras… y todo con altura, con la puteada puesta en el momento justo y (como ya dije) respaldado por una solvencia gráfica devastadora.
Y lo peor, el tamaño del librito. En lugar de darle a ¡SPAM! una edición como las que suelen recopilar los otros trabajos aparecidos en El Jueves, lo publicaron en un formato microscópico, de 14.5 x 20, y con mucho aire alrededor de los dibujos, que están impresos muy, muy chiquitos. Encima las páginas de Fontdevila en El Jueves suelen tener bastante texto, que en este tamaño resulta casi ilegible. Olvidate de leerlo en un bondi, o sin anteojos, si tenés alguna dificultad en la vista. Pero cuando te acostumbrás al formato, tenés un rato largo de diversión y reflexión garantizadas, de la mano de un gigante del comic humorístico.
Parece mentira, pero en unos días se cumplen dos años, medio mandato ya, del gobierno de derecha neoliberal más revanchista y más corrupto de la historia argentina. Una buena forma de conmemorar ese lamentable suceso en nuestra historia es clavarse el libro conocido como Alegría: Primer Anuario, que reúne chistes (y algunas historietas) subidos a Facebook entre Febrero de 2016 y Enero de 2017 por un colectivo de humoristas, dibujantes caricaturistas donde conviven genios indiscutidos de enorme experiencia con chicos y chicas que están dando sus primeros pasos en esto del humor político.
Por supuesto, la mirada que comparten todos estos autores es sumamente crítica para con el gobierno que encabeza Mauricio Macri (ícono de la corrupción a nivel global) y buena parte de los chistes apuntan al blindaje mediático, a satirizar a ese sector de la sociedad que eligió no ver la ineptitud, la crueldad, la falta de responsabilidad, de sensibilidad y de respeto con la que gobiernan estos cínicos hijos de puta. Lamentablemente, el libro padece uno de los problemas típicos del humor político: la cantidad de chistes anclados a una coyuntura a la que es imposible tener presente un año y pico después. Frases desafortunadas de algún ministro, algún diputado, algún pseudo-opositor o algún “periodista” cómplice que causan revuelo en las redes el día en que se producen, generan chistes que hoy causan mucha menos gracia que en su contexto original. Pero por suerte (o en realidad, por mala suerte) hay temas que conservan intacta su vigencia, como el endeudamiento, la fuga de divisas, el ya mencionado blindaje mediático o las prácticas filo-dictatoriales de figuras nefastas como Oscar Aguad o Patricia Bullrich.
También está bueno descubrir la faceta de “humoristas de una sola vñeta” de autores más asociados a la historieta, como Otto Zaiser, Ariel López V., Gastón Souto, el Polaco Scalerandi, o Marcos Vergara, y siempre es un placer encontrarse con bestias como Sergio Langer, Esteban Podetti, Leo Arias o Gustavo Sala en un ámbito de total libertad, donde pueden ejercer el humor sin filtros. De los que no conocía el que más me gustó fue Cape, un ilustrador prodigioso, con un sentido del humor afiladísimo.
Obviamente, si sos fan del endeudamiento, el deterioro del poder adquisitivo del salario, la represión salvaje, la timba financiera y la precarización laboral, difícilmente este libro te cause alguna gracia, ya que vas a ver a tus ídolos ridiculizados sin piedad. Aunque habiendo dibujantes tan buenos, es probable que incluso a los militantes del ajuste Alegría les genere alguno de los buenos momentos que este gobierno de mierda nos niega.
Vuelvo pronto con nuevas reseñas.
¡SPAM! es un tomito que recopila material realizado por el maestro Manel Fontdevila para la revista El Jueves, editado en 2007. Son básicamente “las sobras”, las cosas del glorioso autor que no entraron en los recopilatorios de sus series más conocidas (La Parejita y Para Ti, Que Eres Joven). Casi todo el libro está compuesto de breves “ensayos” en los que Fontedevila elige un tema y lo desarrolla con viñetas y textos, en una especie de update de lo que hacía Alfredo Grondona White en la revista Hum®, allá por los ´80 y ´90, y además hay algunas portadas ilustradas por el ídolo y varios chistes de una sóla viñeta.
Lo mejor, lejos, es la calidad del dibujo. Los chistes… algunos se entienden sólo en España, otros se entienden sólo en la coyuntura en la que fueron publicados y otros me hicieron reir tanto que si no hubiese abandonado hace años el stand-up comedy, me los estaría afanando sin compasión para incluirlos en algún monólogo. Porque como los grandes performers de stand-up, Fontdevila te acribilla con su sentido de la observación, con su capacidad de cuestionar desde el humor prácticas, costumbres y expresiones “del sentido común” que la mayoría de la gente acepta, o reproduce, o internaliza sin demasiada reflexión. Fontdevila destripa la cultura mediática, la truchada política, la pacatería chota de la Iglesia, las modas efímeras… y todo con altura, con la puteada puesta en el momento justo y (como ya dije) respaldado por una solvencia gráfica devastadora.
Y lo peor, el tamaño del librito. En lugar de darle a ¡SPAM! una edición como las que suelen recopilar los otros trabajos aparecidos en El Jueves, lo publicaron en un formato microscópico, de 14.5 x 20, y con mucho aire alrededor de los dibujos, que están impresos muy, muy chiquitos. Encima las páginas de Fontdevila en El Jueves suelen tener bastante texto, que en este tamaño resulta casi ilegible. Olvidate de leerlo en un bondi, o sin anteojos, si tenés alguna dificultad en la vista. Pero cuando te acostumbrás al formato, tenés un rato largo de diversión y reflexión garantizadas, de la mano de un gigante del comic humorístico.
Parece mentira, pero en unos días se cumplen dos años, medio mandato ya, del gobierno de derecha neoliberal más revanchista y más corrupto de la historia argentina. Una buena forma de conmemorar ese lamentable suceso en nuestra historia es clavarse el libro conocido como Alegría: Primer Anuario, que reúne chistes (y algunas historietas) subidos a Facebook entre Febrero de 2016 y Enero de 2017 por un colectivo de humoristas, dibujantes caricaturistas donde conviven genios indiscutidos de enorme experiencia con chicos y chicas que están dando sus primeros pasos en esto del humor político.
Por supuesto, la mirada que comparten todos estos autores es sumamente crítica para con el gobierno que encabeza Mauricio Macri (ícono de la corrupción a nivel global) y buena parte de los chistes apuntan al blindaje mediático, a satirizar a ese sector de la sociedad que eligió no ver la ineptitud, la crueldad, la falta de responsabilidad, de sensibilidad y de respeto con la que gobiernan estos cínicos hijos de puta. Lamentablemente, el libro padece uno de los problemas típicos del humor político: la cantidad de chistes anclados a una coyuntura a la que es imposible tener presente un año y pico después. Frases desafortunadas de algún ministro, algún diputado, algún pseudo-opositor o algún “periodista” cómplice que causan revuelo en las redes el día en que se producen, generan chistes que hoy causan mucha menos gracia que en su contexto original. Pero por suerte (o en realidad, por mala suerte) hay temas que conservan intacta su vigencia, como el endeudamiento, la fuga de divisas, el ya mencionado blindaje mediático o las prácticas filo-dictatoriales de figuras nefastas como Oscar Aguad o Patricia Bullrich.
También está bueno descubrir la faceta de “humoristas de una sola vñeta” de autores más asociados a la historieta, como Otto Zaiser, Ariel López V., Gastón Souto, el Polaco Scalerandi, o Marcos Vergara, y siempre es un placer encontrarse con bestias como Sergio Langer, Esteban Podetti, Leo Arias o Gustavo Sala en un ámbito de total libertad, donde pueden ejercer el humor sin filtros. De los que no conocía el que más me gustó fue Cape, un ilustrador prodigioso, con un sentido del humor afiladísimo.
Obviamente, si sos fan del endeudamiento, el deterioro del poder adquisitivo del salario, la represión salvaje, la timba financiera y la precarización laboral, difícilmente este libro te cause alguna gracia, ya que vas a ver a tus ídolos ridiculizados sin piedad. Aunque habiendo dibujantes tan buenos, es probable que incluso a los militantes del ajuste Alegría les genere alguno de los buenos momentos que este gobierno de mierda nos niega.
Vuelvo pronto con nuevas reseñas.
viernes, 24 de noviembre de 2017
DOS MINAS BRAVAS
Parece una joda, pero encontré otro libro editado en 2016 que no habia leído. No se termina mássss…
Evita Vol.1 es el primero de seis tomitos que narran en forma de historieta la vida de Eva Duarte de Perón, uno de los mitos argentinos que todavía no habíamos visitado en el blog. La publicación está gestada desde la Asociación Museo Evita y cuenta con guión de F.G. Aleman y dibujos de Juan Pablo Valdecantos, dos autores a los que nunca había oído nombrar.
La historieta está muy bien, es dinámica, el dibujo tiene momentos realmente grossos, la documentación histórica está muy bien, la narrativa está muy cuidada y los textos brindan mucha información sin aburrir ni predicar. ¿Cuál es el problema, entonces? La extensión. Esta entrega tiene 41 páginas de historieta, y suponiendo que las cinco restantes (cuya existencia no me consta) mantengan esa misma extensión, F.G. Aleman podrá darse el lujo de narrar los 33 años de Evita en 205 páginas, lo cual es un montón. Entonces elige un ritmo descomprimido, que contribuye a la fluidez de la lectura y al lucimiento de Valdecantos, pero que implica contar muy poco en cada página. Y eso lo obliga a sintetizar mucho, a elegir con mucha cautela qué escenas de los primeros años de la vida de Eva nos va a mostrar, porque para cuando llegue la página 41, la protagonista tiene que quedar por primera vez cara a cara con Juan Domingo Perón, para clavar el cliffhanger e invitarnos a volver. Claramente, la historia de Evita se pone picante en ese segundo tramo, que espero conseguir a la brevedad (si es que está editado).
No es que no me guste la Vida de Eva Perón que realizaron Héctor Oesterheld y Alberto Breccia en los ´60, pero la verdad es que la relevancia del personaje justificaba una biografía en historieta más actual, más sintonizada con la forma de leer comics del público de hoy. Por ahora esta versión funciona, y me imagino que puede llegar a aspirar a la chapa de obra importante el día que terminen de editarse los seis episodios que la componen.
Vamos con otra mina pulentosa, She-Hulk, que tuvo un relanzamiento en 2014 a cargo de un equipo creativo muy interesante. Como guionista, Charles Soule, un tipo que además de escribir comics, es abogado, como Jennifer Walters. Y como dibujante, Javier Pulido, un español brillante, originalísimo, que aunque quisiera plegarse al “más de lo mismo” no podría. Es muy grosso ver cómo años y años de laburo para el mainstream de EEUU no han logrado estandarizar ni restarle vuelo o identidad gráfica a este distinto, a este verdadero dotado para el dibujo y la narrativa, que se mantiene ahí, único e inimitable. Los dos números que no dibuja Pulido van a manos de Ronald Wimberly (a quien ya vimos entrar de suplente en alguna otra serie), también muy interesante, con un trazo pleno de riesgo y personalidad, que estalla especialmente en el último episodio, cuando lo dejan colorearse a sí mismo.
Los guiones de Soule se vuelcan acertadamente a la comedia y –si bien no descuidan la machaca- se nutren principalmente de la actividad de Jen como abogada y de su relación con los personajes secundarios que van poblando la serie. Entre ellos, un aporte de Soule muy atractivo, como es la asombrosa Angie Huang, que seguramente esconde secretos que el guionista revelará en el segundo tomo de la serie (prometo leerlo en 2018). A la hora de reclutar para su elenco a personajes ya existentes, Soule no hace la obvia y trae a tercerones largamente relegados al freezer, como Kristoff, Nightwatch, Shocker, Tigra y sobre todo a Hellcat que (en aquellos tiempos pre-serie de Netflix de Jessica Jones) tenía tantas chances de encabezar una colección propia como Tristán Suárez de darle baile al Real Madrid en la final del Mundial de Clubes.
Esta versión de She-Hulk no me cambió la vida, no me hizo reir a carcajadas ni vibrar de emoción, pero la pasé bien y me encantaron los dibujos. Así que la banco. Además creo que son sólo dos TPBs.
Estamos a sólo 12 posts de llegar a las 100 entradas en 2017. ¿Llegaremos? No está fácil, pero me tengo fe. Lunes o martes, vuelvo con reseñas de los brolis que me baje durante el viaje a Santa Teresita. Hasta entonces.
Evita Vol.1 es el primero de seis tomitos que narran en forma de historieta la vida de Eva Duarte de Perón, uno de los mitos argentinos que todavía no habíamos visitado en el blog. La publicación está gestada desde la Asociación Museo Evita y cuenta con guión de F.G. Aleman y dibujos de Juan Pablo Valdecantos, dos autores a los que nunca había oído nombrar.
La historieta está muy bien, es dinámica, el dibujo tiene momentos realmente grossos, la documentación histórica está muy bien, la narrativa está muy cuidada y los textos brindan mucha información sin aburrir ni predicar. ¿Cuál es el problema, entonces? La extensión. Esta entrega tiene 41 páginas de historieta, y suponiendo que las cinco restantes (cuya existencia no me consta) mantengan esa misma extensión, F.G. Aleman podrá darse el lujo de narrar los 33 años de Evita en 205 páginas, lo cual es un montón. Entonces elige un ritmo descomprimido, que contribuye a la fluidez de la lectura y al lucimiento de Valdecantos, pero que implica contar muy poco en cada página. Y eso lo obliga a sintetizar mucho, a elegir con mucha cautela qué escenas de los primeros años de la vida de Eva nos va a mostrar, porque para cuando llegue la página 41, la protagonista tiene que quedar por primera vez cara a cara con Juan Domingo Perón, para clavar el cliffhanger e invitarnos a volver. Claramente, la historia de Evita se pone picante en ese segundo tramo, que espero conseguir a la brevedad (si es que está editado).
No es que no me guste la Vida de Eva Perón que realizaron Héctor Oesterheld y Alberto Breccia en los ´60, pero la verdad es que la relevancia del personaje justificaba una biografía en historieta más actual, más sintonizada con la forma de leer comics del público de hoy. Por ahora esta versión funciona, y me imagino que puede llegar a aspirar a la chapa de obra importante el día que terminen de editarse los seis episodios que la componen.
Vamos con otra mina pulentosa, She-Hulk, que tuvo un relanzamiento en 2014 a cargo de un equipo creativo muy interesante. Como guionista, Charles Soule, un tipo que además de escribir comics, es abogado, como Jennifer Walters. Y como dibujante, Javier Pulido, un español brillante, originalísimo, que aunque quisiera plegarse al “más de lo mismo” no podría. Es muy grosso ver cómo años y años de laburo para el mainstream de EEUU no han logrado estandarizar ni restarle vuelo o identidad gráfica a este distinto, a este verdadero dotado para el dibujo y la narrativa, que se mantiene ahí, único e inimitable. Los dos números que no dibuja Pulido van a manos de Ronald Wimberly (a quien ya vimos entrar de suplente en alguna otra serie), también muy interesante, con un trazo pleno de riesgo y personalidad, que estalla especialmente en el último episodio, cuando lo dejan colorearse a sí mismo.
Los guiones de Soule se vuelcan acertadamente a la comedia y –si bien no descuidan la machaca- se nutren principalmente de la actividad de Jen como abogada y de su relación con los personajes secundarios que van poblando la serie. Entre ellos, un aporte de Soule muy atractivo, como es la asombrosa Angie Huang, que seguramente esconde secretos que el guionista revelará en el segundo tomo de la serie (prometo leerlo en 2018). A la hora de reclutar para su elenco a personajes ya existentes, Soule no hace la obvia y trae a tercerones largamente relegados al freezer, como Kristoff, Nightwatch, Shocker, Tigra y sobre todo a Hellcat que (en aquellos tiempos pre-serie de Netflix de Jessica Jones) tenía tantas chances de encabezar una colección propia como Tristán Suárez de darle baile al Real Madrid en la final del Mundial de Clubes.
Esta versión de She-Hulk no me cambió la vida, no me hizo reir a carcajadas ni vibrar de emoción, pero la pasé bien y me encantaron los dibujos. Así que la banco. Además creo que son sólo dos TPBs.
Estamos a sólo 12 posts de llegar a las 100 entradas en 2017. ¿Llegaremos? No está fácil, pero me tengo fe. Lunes o martes, vuelvo con reseñas de los brolis que me baje durante el viaje a Santa Teresita. Hasta entonces.
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martes, 21 de noviembre de 2017
OTRAS TRES CORTITAS
Luego de un finde largo de alta intensidad, vuelvo a encontrar un ratito para sentarme a escribir reseñas. En el pilón de libros editados en Argentina en 2017, aparecieron otros dos de 2016, que se me habían mezclado meses atrás. Empiezo por ahí.
Zacarías (y otras porquerías) es el primer tomito recopilatorio de la notable tira cómica de Alejandro Farías y Leo Sandler, que se publica hace mucho tiempo en varios medios (estuvo algunos años en el sitio web de Comiqueando). Zacarías tiene un punto de partida similar al de Toy Story, ya que Farías y Sandler nos cuentan la vida de un grupo de juguetes que interactúan entre sí, charlan y se divierten, y no dejan de lado el hecho de que estos juguetes son propiedad de distintos chicos, que cada tanto también aparecen en las tiras.
Las similaridades se terminan ahí. Acá no hay aventuras en las que los juguetes están todo el tiempo a punto de morir, o de ser vendidos a coleccionistas avechuchescos, sino que todo pasa por el humor, entendido en un sentido saludablemente amplio. La tira ofrece muchos chistes basados en juegos de palabras, pero también humor físico, humor absurdo y hasta chistes pensados para un público que ya hace varios años que dejó los Playmobil y los ositos de peluche. Y casi siempre es un humor eficaz, que da en el blanco y logra arrancarnos una sonrisa.
El dibujo de Sandler también nos muestra a un artista versátil, que se anima a alejarse de lo que mostró en trabajos anteriores. Sandler elige dibujar fondos sólo cuando aparecen los chicos, y emplea una gran variedad de técnicas, que incluyen fotos, dibujos tridimensionales, garabatos que parecen hechos por un nene de 7 años, etc. Pero lo más lindo llega cuando nos regala esa línea clara, suelta, amistosa, con mucha gracia, engañosamente simple, y la pone a jugar en tiras donde el timing de la comedia está invariablemente bien logrado. Lindísimo material.
Caronte es una historia de 34 páginas (formato complicado si los hay) con la que el sello Salamanca armó un librito que se lee muy rápido. La idea que se le ocurrió a Valentín Lerena para esta historieta es muy buena y la línea que baja está genial. El tema es que se podría haber contado lo mismo en muchas menos páginas (16, ponele) y el mensaje se habría transmitido con mayor efectividad. Incluso convertida en una historia de 16 páginas se podría haber incluído en una antología, en vez de editarla así, solita, en un librito tan finito y tan efímero… pero bueno, son decisiones… y aún así el resultado es muy interesante.
Termino con el Vol.41 de Super López, publicado en 2003 y titulado “El patio de tu casa es particular”. Acá el maestro Jan orquesta una disparatada comedia de enredos en base a “pliegues temporales” que conectan a una casa (convertida en guarida de dos de los villanos habituales de la serie) con distintas épocas de la historia española. A lo largo de 46 páginas, los personajes se desplazan en el tiempo casi sin desplazarse en el espacio, a medida que los pliegues los hacen materializarse en otros períodos históricos, por supuesto en tiempo y forma para verse involucrados en situaciones cómicas… o en situaciones trágicas tomadas para la joda por Jan. De las Cruzadas a la Guerra Civil, no hay época de la historia española que no le sirva al autor para abastecerse de recursos humorísticos y hacer que esta historia resulte impredecible y sumamente disfrutable.
De la calidad del dibujo ni tiene sentido hablar, así que me quedo con un último detalle, bastante actual a pesar de que el comic tiene casi 15 años: la reivindicación constante que manda Jan (con distintos grados de sutileza) de la identidad irreductible de la nación catalana. El creador de Super López milita desde siempre por la independencia de Cataluña y en esta historia, supuestamente cómica y supuestamente apuntada al público infanto-juvenil, algo de esa militancia se deja entrever entre las jocosas peripecias de este atípico superhéroe.
Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas. Si este finde estás en el Partido de La Costa, acercate a Santa Teresita, donde voy a estar junto a muchos autores grossísimos en La Costa Comic Con. ¡Nos vemos!
Zacarías (y otras porquerías) es el primer tomito recopilatorio de la notable tira cómica de Alejandro Farías y Leo Sandler, que se publica hace mucho tiempo en varios medios (estuvo algunos años en el sitio web de Comiqueando). Zacarías tiene un punto de partida similar al de Toy Story, ya que Farías y Sandler nos cuentan la vida de un grupo de juguetes que interactúan entre sí, charlan y se divierten, y no dejan de lado el hecho de que estos juguetes son propiedad de distintos chicos, que cada tanto también aparecen en las tiras.
Las similaridades se terminan ahí. Acá no hay aventuras en las que los juguetes están todo el tiempo a punto de morir, o de ser vendidos a coleccionistas avechuchescos, sino que todo pasa por el humor, entendido en un sentido saludablemente amplio. La tira ofrece muchos chistes basados en juegos de palabras, pero también humor físico, humor absurdo y hasta chistes pensados para un público que ya hace varios años que dejó los Playmobil y los ositos de peluche. Y casi siempre es un humor eficaz, que da en el blanco y logra arrancarnos una sonrisa.
El dibujo de Sandler también nos muestra a un artista versátil, que se anima a alejarse de lo que mostró en trabajos anteriores. Sandler elige dibujar fondos sólo cuando aparecen los chicos, y emplea una gran variedad de técnicas, que incluyen fotos, dibujos tridimensionales, garabatos que parecen hechos por un nene de 7 años, etc. Pero lo más lindo llega cuando nos regala esa línea clara, suelta, amistosa, con mucha gracia, engañosamente simple, y la pone a jugar en tiras donde el timing de la comedia está invariablemente bien logrado. Lindísimo material.
Caronte es una historia de 34 páginas (formato complicado si los hay) con la que el sello Salamanca armó un librito que se lee muy rápido. La idea que se le ocurrió a Valentín Lerena para esta historieta es muy buena y la línea que baja está genial. El tema es que se podría haber contado lo mismo en muchas menos páginas (16, ponele) y el mensaje se habría transmitido con mayor efectividad. Incluso convertida en una historia de 16 páginas se podría haber incluído en una antología, en vez de editarla así, solita, en un librito tan finito y tan efímero… pero bueno, son decisiones… y aún así el resultado es muy interesante.
Termino con el Vol.41 de Super López, publicado en 2003 y titulado “El patio de tu casa es particular”. Acá el maestro Jan orquesta una disparatada comedia de enredos en base a “pliegues temporales” que conectan a una casa (convertida en guarida de dos de los villanos habituales de la serie) con distintas épocas de la historia española. A lo largo de 46 páginas, los personajes se desplazan en el tiempo casi sin desplazarse en el espacio, a medida que los pliegues los hacen materializarse en otros períodos históricos, por supuesto en tiempo y forma para verse involucrados en situaciones cómicas… o en situaciones trágicas tomadas para la joda por Jan. De las Cruzadas a la Guerra Civil, no hay época de la historia española que no le sirva al autor para abastecerse de recursos humorísticos y hacer que esta historia resulte impredecible y sumamente disfrutable.
De la calidad del dibujo ni tiene sentido hablar, así que me quedo con un último detalle, bastante actual a pesar de que el comic tiene casi 15 años: la reivindicación constante que manda Jan (con distintos grados de sutileza) de la identidad irreductible de la nación catalana. El creador de Super López milita desde siempre por la independencia de Cataluña y en esta historia, supuestamente cómica y supuestamente apuntada al público infanto-juvenil, algo de esa militancia se deja entrever entre las jocosas peripecias de este atípico superhéroe.
Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas. Si este finde estás en el Partido de La Costa, acercate a Santa Teresita, donde voy a estar junto a muchos autores grossísimos en La Costa Comic Con. ¡Nos vemos!
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