Tengo la sensación de que
se está terminando Marzo, pero ya no me acuerdo bien qué día es. Un delirio
total.
Arranco una nueva tandita
de reseñas y lo hago en España, a mediados de los ´90, cuando Pablo Velarde
regresa de una larga estadía en Nueva Zelanda y empieza a insertarse en los
medios gráficos de la Madre Patria. Todavía falta para que se haga conocido en
el under y para que se incorpore a las páginas de El Jueves, pero el talentoso
historietista oriundo de Sevilla empieza a publicar en el suplemento infantil
del diario El Mundo. Allí crea su primer personaje importante: Quintín Lerroux,
quien protagonizará primero media página y más tarde una página completa con
historietas repletas de humor cotidiano. Todavía lejos del estilo que le
conocemos hoy, este Velarde primerizo está muy influenciado por un lado por
André Franquin, y por el otro por dos referentes de las tiras humorísticas de
los diarios de EEUU: los gloriosos Bill Watterson y Jeff MacNelly. La combinación
entre esas dos escuelas da por resultado un dibujo exquisito, preciso,
expresivo, dinámico, algo tan perfecto que es casi imposible asociarlo a un
autor de 30 ó 31 años que nunca había dibujado historietas a nivel profesional.
Y cuando en vez de media página Velarde tiene una página completa, el dibujo
mejora todavía más, se juega mucho más en la distribución de las viñetas,
ensaya cuadros más grandes, con más detalles en los fondos, sin descuidar el equilibrio perfecto
entre masas negras y espacios blancos.
Se ve todo tan bien, tan
sólido, tan lindo, que ni tiene sentido hablar de los guiones. Son chistes, sí,
bastante clásicos, algunos incluso trillados, nada muy distinto de cualquier
otra comedia costumbrista protagonizada por un treintañero loser que prefiere
hacer huevo en su casa antes que laburar. En estas 43 páginas hay un par que me
hicieron reir y unos cuantos que no, pero posta, cuando el dibujo despliega la
magia que despliega acá Velarde, no tiene sentido hablar de los guiones.
Además, cuando nos encontramos con este crack (el 23/03/11) ya lo vimos
romperla toda en la comedia costumbrista, con personajes logradísimos, y una
bajada de línea mucho más filosa que en Quintín Lerroux que (recordemos)
aparecía en un medio apuntado a los chicos. Qué injusticia que en Sudamérica
prácticamente no haya fans de Pablo Velarde…
Me vengo a Argentina, año
2017, cuando se edita en nuestro país Esquilache en Xibalbá, una obra solista
de Quique Alcatena en la que el prócer visita la América joven, más precisamente
Centroamérica… por supuesto con cero rigor histórico. Esta es la versión
alcateniana de la Centroamérica recién conquistada por los españoles, con
criaturas, templos y palacios imposibles, con mitos, misterios y leyendas que
se van a convertir en el núcleo de estas aventuras.
A nivel argumental,
Esquilache en Xibalbá adolesce de una cierta falta de dirección. No hay un
conflicto grosso que se va desarrollando para explotar en las últimas páginas
del libro, no hay personajes fuertes a los que vemos crecer y superar
obstáculos cada vez más jodidos, no está ese clima de epopeya de casi todas las
obras de Quique junto a Eduardo Mazzitelli, ni el clima de pastiche de género
rayano en lo festivo de Dr. Paradox o Dugong y Manatí. Esquilache en Xibalbá es
una de Alcatena y Mazzitelli sin Mazzitelli. Le falta armazón, sustento, y por
supuesto esos textos demoledores que sólo un guionista de la talla de
Mazzitelli puede conjurar.
Zafa con las ideas, que
están muy buenas, con el atractivo de la ambientación (son pocas las obras de
Alcatena ambientadas en América), con algunas historias (e historias dentro de
las historias) que logran recrear esa alquimia de “aventura con contenido
reflexivo, poético y filosófico” que tienen las grandes obras de la dupla con
Mazzitelli, y lógicamente con la belleza y la fuerza del dibujo, que es el
rubro en el que Quique no falla nunca. Como suele suceder con las historietas
de este monstruo, Esquilache en Xibalbá te va a dejar babeando como un
subnormal aunque el guión no te atrape en absoluto. Estas páginas desbordan de
esa potencia visual, esa imaginación y esa precisión en la ejecución digna de
un orfebre, que hacen que cualquier cosa dibujada por Alcatena resulte
hipnótica a los ojos de cualquier fan de la imagen.
Y nada más, por hoy.
Seguimos lejos de los amigos, algunos de sus novias o novios, otros de la
familia… pero ámbitos como este nos ayudan a sentirnos más cerca.
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