jueves, 9 de junio de 2022
GEMAS DE JUEVES
Bueno, ya me devoré el episodio final de la cuarta temporada de Young Justice, así que puedo abocarme a reseñar los últimos comics que leí, un material de una calidad realmente infrecuente.
Le entré con todo al Vol.5 de 20th Century Boys, el clásico insumergible de Naoki Urasawa, la obra maestra del suspenso y la conspiranoia. Como siempre, Urasawa vende humo en cantidades industriales, dedica una cantidad bestial de páginas a crear tensión y a generar la sensación de que, ahora sí, se pudre todo, con escenas largas y sumamente impactantes... que tienen poca relevancia en el big picture, en el contexto de la trama entendida de manera más global. 50 páginas para decirnos que tal personajes es grosso, por ejemplo. Pero por suerte todas estas secuencias, incluso las muy estiradas, tienen sus consecuencias y -sobre todo- están narradas con una maestría que te deja estupefacto.
En este tomo, casi todo pasa por las chicas, Kanna y Kyoko Koizumi, que -de a poco- se apoderaron del protagonismo a medida que Urasawa "sentó cabeza" en el tramo de la obra ambientado en 2014 y suspendió (al menos por ahora) los saltos constantes entre esta época, 1971 y 2000. Y pasan varias cosas importantes, que obviamente no voy a revelar porque se trata de un manga cuyo principal atractivo son precisamente los misterios. 20th Century Boys es un manga que no para nunca: ni de expandir su elenco de personajes ni de sumarle espesor a una trama que por momentos te asfixia de tan retorcida. Y por si faltara algo, el dibujo es tan perfecto, tan milimétricamente perfecto, que hace que no importe nada si Urasawa estira al pedo las escenas, porque siempre querés más páginas dibujadas a este nivel por este monstruo, cuente lo que cuente y avance las tramas al ritmo que se le cante. Este es un manga que te propone una inmersión total, donde realmente el autor te impone una suspensión del descreimiento que hace que no solo sientas que la historia que cuenta es real, sino que te sientas ADENTRO de esa historia, la vivas y la sufras como si estuvieras ahí. Para lograr eso hay que manejar como los dioses una notable cantidad de recursos narrativos y Urasawa lo hace, todo el tiempo. No te aburrís nunca, ni cuando te llena dos o tres páginas de cabezas que hablan. Y cuando estalla la acción, ma-mita... Ojalá todos los dibujantes de shonen dibujaran la acción como Urasawa.
Nada, podría hablar horas de 20th Century Boys, porque la manija no para de crecer tomo a tomo. Espero conseguir pronto el Vol.6.
Me voy a EEUU, año 2019, cuando los maestros Ed Brubaker y Sean Phillips nos ofrecen esta maravilla llamada My Heroes Have Always Been Junkies, una novela gráfica autoconclusiva, sin relación con ninguno de sus trabajos anteriores, aunque podría ambientarse en el mismo mundo de Criminal. Acá el mundo del hampa tiene su importancia, pero no es decisivo para el disfrute de la historia. Estamos frente a un comic prácticamente sin acción, donde lo importante son los diálogos y los silencios, y que si un día se convierte en película, la puede filmar cualquier ciruja gastando cuatro pesos con cincuenta.
No quiero contar mucho acerca de la trama porque es una obra relativamente breve, muy jugada a las sorpresas que Brubaker revelará recién cuando faltan 8 páginas para el final. Hasta llegar a ese punto, My Heroes Have Always Been Junkies adopta distintos registros, entre ellos el de road movie y el de comic romántico, pero le juega las cartas más bravas al desarrollo de un personaje, Ellie, la chica internada a pesar suyo en una clínica para el tratamiento de adicciones. Ellie se revela como una persona (más que un personaje) realmente tridimensional, profundo, que todo el tiempo te descoloca, te invita a replantearte miles de cosas, desde una rebeldía para nada pelotuda, un poco en la línea del Holden Caulfield de The Catcher in the Rye. Hay hermosas referencias a músicos de rock y de blues y una reconstrucción gradual, muy ingeniosa, del pasado de Ellie a través de muy buenos flashbacks. También algunos momentos en los que Brubaker parece querer reconciliarse con sus épocas de autor integral, cuando en las páginas de la revista Lowlife escribía y dibujaba esas anécdotas autobiográficas en las que salía a robar de caño para comprar falopa. Y es todo lo que voy a decir acerca del guion, para no spoilear nada.
El dibujo de Phillips conserva el nivel de sus mejores trabajos, con dos diferencias: por un lado, la forma en que se desarrollan tanto la historia como los vínculos entre Ellie, Skip y el resto de los personajes, hace que el británico no tenga que enfatizar las expresiones faciales. Con poquitas, puestas en los momentos justos, alcanza y sobra. Y por el otro lado, tenemos a un colorista, Jacob Phillips, que no es otro que el hijo de Sean, y que le imprime al dibujo de su papá una impronta novedosa, realmente muy distinta a la que le daban los otros coloristas con los que había trabajado el maestro. No recuerdo haber visto otras historietas en las que el color esté aplicado de esta manera, y el resultado combina frescura, sutileza, belleza y hasta un cierto atrevimiento, porque hay que meterle esos rositas y esos naranjitas a un trazo crudo, adusto y hasta por momentos amargo como el de Sean Phillips.
Recomiendo enfáticamente My Heroes Have Always Been Junkies, una historieta realmente adulta, y una nueva joya en la corona de una dupla sencillamente genial.
Nada más, por hoy. Nos reencontramos en unos días con nuevas reseñas, acá en el blog.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Perdòn pero si tiene conexión con Criminal, lo mismo que su novela hermana, Bad Weekend
Sí, es una conexión muy tenue, pero si venís leyendo mucho Criminal, la pescás.
Espero conseguir pronto Bad Weekend.
Publicar un comentario