el blog de reseñas de Andrés Accorsi

jueves, 26 de agosto de 2010

26/ 08: MOVING PICTURES


Nah, estamos todos locos… ¿Stuart Immonen publica un libro en Top Shelf? ¿Qué es lo próximo? ¿Robin Wood en la Fierro?
Pero resulta que sí, que a lo largo de tres años, el canadiense aprovechó cada minuto libre que le dejó su monumental y mega-exitoso trabajo en Marvel (ni pienso enumerar todos los títulos en los que trabajó) para dibujar y subir a la web a razón de una por semana, las 136 páginas de esta novela gráfica escrita por su esposa Kathryn (que también labura para Marvel). Moving Pictures, urge aclararlo, no se parece en lo más mínimo a lo que los Immonen hacen habitualmente para los comics de Marvel.
Para empezar, el estilo es totalmente distinto al del típico comic de Immonen. No se parece tampoco al estilo que usó en NextWave. Acá, el canadiense renuncia al realismo y se vuelca a un estilo entre Marc Hempel, Kyle Baker, Nabiel Kanan y el alemán Ulf K. Un estilo minimalista, de extrema síntesis, en el que conviven la línea clara (Immonen es fan a muerte de Hergé) y unos claroscuros devastadores. La tipografía y la línea apenitas chunga nos recuerdan de inmediato a Baker, pero la mezcla es mucho más compleja que eso. El cross-hatching aparece sólo cuando Immonen tiene que dibujar cuadros famosos, y todo el resto es una danza peligrosa, a todo o nada, entre masas blancas y negras que te terminan devorando por completo. Las expresiones faciales, que siempre son un deleite en los comics “realistas” de Immonen, acá no aparecen ni por accidente. De hecho, la onda es que las caras de los personajes expresen lo menos posible.
Hay que leer el libro para darse cuenta de qué pasa, ya que todo está en los diálogos. Así como no hay expresiones faciales, tampoco hay lenguaje corporal, ni mucho menos acción. Todo está sumamente contenido, y el pobre Immonen se come mansito decenas de páginas de cabecitas que hablan (y hablan, y hablan) y aún así logra mantener nuestro interés hasta el final del libro. Un laburo increíble, de verdad.
El argumento es más de película europea que de comic: la no-acción transcurre en la París ocupada por las tropas nazis (a las que no vemos y nadie nombra nunca). La protagonista es Ila Gardner, una chica canadiense que trabaja catalogando, ordenando y moviendo cuadros de los museos parisinos, a las órdenes de autoridades que ya no tienen demasiada autoridad. Por encima de ella ahora está Rolf Hauptmann, un alemán que hace lo mismo que Ila, pero para los nuevos dueños de la manija, que quieren registrar y controlar el gigantesco patrimonio artístico de los museos del país conquistado. En el medio de ese clima minimalista, casi de obra de teatro, desaparece gente sin dejar rastro y no aparecen las emociones. Todo el tramíte es frío, burocrático, parsimonioso. Evidentemente, la procesión va por dentro.
Ila se debate –sin que lo notemos, porque se esfuerza por ocultar sus sentimientos y hasta por caernos mal- entre rajarse del país, colaborar con los alemanes, o inmolarse en una especie de resistencia unipersonal y obviamente condenada al fracaso. Pero el amor (en este caso a las obras de arte) es más fuerte y al final gana el derecho a no decidir, a dejar que la cosa fluya, a ver qué pasa. Todo esto entre escenas muy bien narradas, donde los diálogos cargan con todo el peso de la trama y además son los encargados de ponerle tensión y finas ironías a las relaciones entre Ila, Rolf, la hermana de la protagonista y Marc, un compañero de trabajo del museo. En un punto, Kathryn Immonen se zarpa con los diálogos: -¿Qué te pasa? –Nada -¿Cómo nada? Algo te tiene que pasar… -No, no me pasa nada… -Nada que me quieras contar. –No, nada que te quiera contar… y así. No son exactamente esas palabras, pero se entiende, no? Ese recurso que funciona tan bien en el cine, en el comic llena un poquito las bolas. Por ahí era preferible meter más cuadros mudos (y hay muchísimos).
Lo cierto es que, excesos al margen, el guión funciona. Te inquieta, te deja pensando, te compromete a fondo con los personajes y te muestra una situación bastante trillada (París bajo la ocupación alemana) desde una óptica novedosa, con originalidad y hasta con vuelo poético. No te vas a encontrar con el Stuart Immonen de siempre, pero vas a descubrir a un genio del claroscuro, en una historia distinta, extraña, que rinde tributo a los maestros de las artes plásticas y que se juega a ritmos tranquis, grillas casi inamovibles y todos los yeites de la narrativa anti-estridencia y anti-pochoclo que se te puedan ocurrir. Comic 100% de autor, de la mano de un ídolo del mainstream. Se puede. Immonen tardó tres años, pero lo hizo. Y grosso Top Shelf que lo plasmó en papel.

4 comentarios:

Patricio dijo...

Yo a Imonnen lo ubicaba por ciertos trabajos que hizo para Superman y era bueno con un estilo propio. Ahora lo que mas me atrae es el hecho de que se demoró tres años en hacer esta historieta. Generalmente velocidad de producción no va de la mano con calidad artística. Ahi está el caso de Bolland que se demoró dos años en realizar el Killing Joke , para pasar a eterno portadista, o Michael Golden que no se dscuida pero produce muy poco material.
No es en todo caso una máxima a rajatabla hay artistas que pueden realizar mucho trabajo en poco tiempo, después de todo el comic en parte es una industria, aunque también aveces se acuerda de que es arte.

Raptor Plateado dijo...

suena muy interesante!!!el comic.. me gustaria verlo

Andres Accorsi dijo...

Tardó tanto porque hizo una página por semana, en los ratos libres que le dejan las chotocientas mil páginas por mes que dibuja para Marvel...

Berliac dijo...

Yo lei de a partes por internet, es descomunal. No sabia que la habia sacado Top Shelf.

Yo en quien primero pensé cuando lo vi fue en Teddy Kristiansen, sobre todo por la falta de expresividad en los rostros y esas lineas angulosas.