Sábado pachorro y con un
clima espectacular, ideal para sentarse a escribir unas reseñitas.
Tengo una hermosa tanda de
álbumes de Spirou que conseguí en 2017 y que recién ahora empiezo a leer.
Cronológicamente, el más antiguo es La Mina y el Gorila (en la edición original
es el Vol.11 de la serie y se titula Le Gorllle a Bonne Mine), una historieta
que el maestro André Franquin serializó en las páginas del semanario Spirou
allá por 1956. Se trata de una aventura breve, apenas 40 páginas, por eso en la
edición francófona la complementaron con una segunda aventura. Esta edición
española, lamentablemente, ofrece sólo las 40 planchas de “Le Gorille…”. Cuanto
más escucho hablar a los que saben, más me convenzo de que Grijalbo se mandó
todas las cagadas habidas y por haber y que, si me alcanzan los años de vida,
tendría que esforzarme por cambiar todos esos álbumes españoles de Spirou,
Astérix, Lucky Luke, Valérian y Blueberry por las ediciones en francés. Es un
planteo medio utópico, pero estoy seguro de que si alguna vez lo concreto, voy
a descubrir miles de genialidades que en aquellas ediciones gallegas no están.
En cuanto a la aventura en
cuestión, La Mina y el Gorila ofrece una trama muy simple, muy lineal, muy
jugada a una revelación supuestamente impactante, que llega en la página 36
pero era bastante predecible 30 páginas antes. Es una aventura sólida, con
peligros reales y jodidos (por suerte Franquin tiene a mano al Marsupilami para
resolver todo con clase y categoría, como el Number One que es), con Fantasio y
Spip prácticamente al pedo y con el detalle de no retratar a los nativos
africanos como bestias bípedas infantiloides y supersticiosas. En el dibujo,
Franquin no se guarda ningún estereotipo a la hora de dibujar a los guerreros
de la tribu Wagundu, pero en el guión los trata (dentro de todo) bastante bien.
Y ya que mencioné el
dibujo, no puedo cerrar la reseña sin subrayar que acá, en 1956, André Franquin
alcanza la perfección. Después la va a llevar más allá, le va a dar una
vueltita más para que su trazo sea un poquito menos “careta” y más personal.
Pero el nivel al que llega en este álbum alcanza y sobra para ponerlo entre los
grandes maestros de la historieta del Siglo XX. Acá se ve el Franquin seminal,
al que estudiaron exhaustivamente todos sus seguidores, desde los más serviles
hasta tipos como Yves Chaland que se atrevieron a modernizar, o a reformular la
siempre vigente estética de la línea clara de Marcinelle. Gloria eterna para
Franquin, a quien prometo volver a visitar pronto.
Salto brutal a Argentina,
año 2018, cuando se edita Übertraven, un álbum con dos historias escritas por
Daniel Basilio y dibujadas por Ramiro Pasch, a quienes jamás había oído
nombrar. Me encontré con dos historietas (una de 19 páginas y una de 20) muy extrañas,
muy distintas a todo lo que leí hasta ahora.
Los textos y las ideas de
Daniel Basilio me parecieron alucinantes. El tipo escribe nivel Alan Moore, con
un vuelo, unas imágenes, una sofisticación, una elaboración en la prosa que
prácticamente no existe en la historieta actual. Posta, cada bloque de texto me
dejó más atónito que el anterior. Lo que no logro entender es por qué decidió
convertir esas ideas en historietas, porque no tienen mucha estructura de
relato. Por supuesto les sobra lirismo para inspirar unas imágenes fastuosas,
pero les falta esa intención más narrativa (más prosaica también, si se quiere),
que las haría mucho más “historietables”. No pretendo que una bestia que
escribe como Basilio se baje los lienzos para contarme la enésima batalla de
Buenos contra Malos, pero podría aparecer una veta más narrativa, como en algún
tramo de la segunda historia, en la que por momentos la estructura se asemeja a
la de un cuento de H.P. Lovecraft. Obviamente quiero ver más trabajos de esta
prodigiosa pluma rosarina.
El dibujo de Ramiro Pasch
lucha contra dos gigantes de seis metros, con tubos del grosor de un subte y
llenos de pinches tipo Doomsday: uno es el texto, que (como ya dije) no es muy
“historietable”. Cuando te tiran un texto como el de Basilio lo mejor que podés
hacer es dejar que tu dibujo vuele, que se vaya al carajo y más allá, ni
intentar ponerlo al servicio de “contar la historia”. Pasch incursiona con
bastante buen tino en ese camino, pero además arma secuencias y trata de
encauzar en cierto modo las ideas de Basilio hacia un relato. Muy a mi pesar,
se copa mal con la grilla menos narrativa de todas, la de dos cuadros uno
arriba y uno abajo, pero bueno, necesita espacio para que el dibujo se luzca.
¿Por qué? Porque (acá está
el otro gigante contra el que Pasch pierde por goleada) mete demasiado en cada
imagen. Demasiados elementos, demasiadas texturas, demasiadas rayitas y
puntitos. Ni hace falta aclarar que sólo los virtuosos pueden alcanzar ese dominio
de la técnica. Pero en función de estas historietas, sobra carga gráfica. En la
segunda historieta lo veo mejor a Pasch, en un sendero entre autores locos de
El Víbora y el maestro Richard Sala. De hecho hay un par de personajes que
parecen haberse fugado de un comic de Sala. Por ese lado creo que Pasch puede
encontrar una estética muy interesante y con muchas posibilidades narrativas.
Y nada más, por hoy. Nos
reencontramos pronto, con nuevas reseñas, acá en el blog.
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