el blog de reseñas de Andrés Accorsi

martes, 14 de mayo de 2013

14/ 05: THE JEW OF NEW YORK

Esto es muy raro, de verdad. Se trata de la primera novela gráfica del maestro Ben Katchor, lanzada en 1998. Hasta ese punto, Katchor sólo había trabajado en historietas muy breves en un registro mitad humorístico y mitad poético, una especie de versión un toque más surrealista de las Crónicas del Angel Gris que escribía Alejandro Dolina. The Jew of New York es mucho más verosímil que las historias cortas de Katchor. Acá no hay delirios extremos, sino profusa (aunque tal vez apócrifa) documentación para respaldar cada bizarreada de las que presenciamos a lo largo de estas casi 100 páginas. En parte por eso, por estar más borrosas las fronteras entre la joda y la crónica, esta obra ofrece más dificultades a la hora de la lectura.
También porque Katchor narra varias historias en paralelo. Todas están conectadas, porque transcurren en la Nueva York de 1835, cuando la ciudad todavía era chica. Además, todos los protagonistas son judíos y en aquel entonces la mayoría de los judíos de Nueva York se conocían e interactuaban entre sí. O sea que todos los protagonistas se cruzan más de una vez a lo largo del libro. Incluso Miss Patella, el único personaje femenino y no judío con peso en la trama, si bien parece venir claramente de otro palo, tiene su cruce con alguno de los miembros de este vasto elenco protagónico. Pero no es todo tan intrincado como parece a primera vista: alcanza con prestar un poquito de atención y se entiende todo, no te mezclás a los personajes, ni te confundís cada vez que cuentan quiénes son y a qué se dedican.
Al final, todas las líneas argumentales van a tener su cierre, algunos más abruptos, o más descolgados, otros más lógicos y naturales. El tema es la cantidad de páginas en las que las tramas no avanzan. Katchor se cuelga en extensos diálogos, en paseos por la ciudad, en anécdotas menores, y esto refuerza la sensación de que “no pasa nada”. Son muchas páginas de ocho viñetas, con mucho texto (tanto en los globos como en los bloques), casi cero acción y un ritmo muy pachorro, capaz de ahuyentar a los lectores más acostumbrados al palo-y-palo. Eventualmente vendrán los finales, pero mientras tanto hay que tener paciencia, o disfrutar en modo zen de esos diálogos formales al borde del ridículo, que Katchor usa para subrayar la excentricidad de sus personajes.
Lo más interesante son los conceptos: el proyecto de gasificar un lago para tener soda en las canillas y las fuentes, el cazador de castores que se acostumbra a vivir a la intemperie, el tipo que casi se convierte en un animal cuadrúpedo, la disparatada (y a la vez muy documentada) teoría que sostiene que las tribus aborígenes de la región de Buffalo en realidad tienen origen judío, el indio que recita salmos en hebreo, la producción de una obra de teatro sobre un intendente de Nueva York que quiso reunir a todos los judíos para fundar la nueva Jerusalem en una isla yanki, el comerciante que finge su propia muerte para huir a Inglaterra con un valioso cargamento de pieles... Todas esas ideas nutren los argumentos de Katchor y les dan tema de conversación a los personajes que –definitivamente- hablan más de lo que hacen. Como subtexto, el autor reflexiona sobre qué es ser judío lejos de Israel, baja línea acerca de cómo el furor capitalista va a darle a Nueva York su rostro definitivo y acerca de cómo los europeos (y sus descendientes) acostaron a los pueblos originarios.
Entre tantas puntas atractivas (no siempre desarrolladas al ritmo que a uno más lo seduce) surge y se eleva el dibujo de Katchor. Ahí es donde se acaban los peros, ahí es donde explota la magia. Si el guión te deja dudas acerca de cuánto de todo eso es posta y cuánto delirio del autor, ahí viene el dibujo a explicarte con jerarquía que se trata de una farsa surreal. Perfectamente documentada en lo que respecta a edificios, vestuario, vehículos, etc., y a la vez claramente virada al juego, a la caricatura, a las márgenes del disparate. La línea de Katchor, rica en expresividad, repleta de matices, se complementa a la perfección con las aguadas, que introducen mediante hermosas pinceladas una amplia gama de grises, pensada para suplir la ausencia total de masas negras. Cuando no se pasa de las siete viñetas, Katchor pela una grilla muy interesante, con una viñeta grande en el centro de la página y seis (o menos) alrededor, algo que a un autor menos dúctil le podría complicar un toque la narrativa. Acá, ningún problema. Bueno, sí, las páginas de ocho o nueve viñetas chiquititas y con toneladas de texto, que aunque estén bien dibujadas, son un bajón.
The Jew of New York es –repito- una novela gráfica rarísima. Por momentos desopilante, por momentos enroscada al pedo en situaciones que no van a ningún lado. Da para tenerla por la cantidad de ideas brillantes y originalísimas que desparrama Katchor, por el magnífico trabajo de documentación histórica, y por los dibujos, que son una auténtica delicia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Andres como lo ves a boca este campeonato..

Andres Accorsi dijo...

Muy flojito. No le ganó a nadie, pero literalmente. Es obvio que si el técnico no fuera Bianchi, los hinchas ya habrían pedido su cabeza.
Veremos si salvan el semestre con un papel decoroso en la Libertadores, o aunque más no sea en la Copa Argentina...