Prometí más Spirou de
André Franquin y hoy cumplo, con la reseña de El Viajero del Mesozoico, una
historieta que data de 1960 y que tiene una particularidad muy rara: Spirou
podría tranquilamente no estar y la historia se desarrollaría exactamente
igual. Fantasio también, está totalmente de adorno, aunque protagoniza (en la
primera mitad del álbum) varios de los mejores pasos de comedia. Esta es una
aventura del Conde de Champignac y el Marsupilami. Uno genera el kilombo, el
otro lo resuelve. De las 47 páginas que dura la historieta, Franquin dedica 27
a mostrarnos cómo fracasan uno tras otro los intentos por contener al
dinosaurio que nació en el “presente” y que por su propio tamaño y su
inexistente destreza, causa estragos en la apacible localidad de Champignac.
El núcleo de la trama es
ese: ¿cómo carajo paramos a este mamotreto que a cada paso rompe o se morfa
algo que va a costar muchísimo recuperar o reconstruir?. Ni Spirou, ni
Fantasio, ni el Conde, ni las autoridades municipales ni nacionales le
encuentran la vuelta… y la situación se estira tanto que la comicidad se
diluye. La cuarta vez que el dinosaurio destruye o aplasta casas y autos (y
tanques) ya no es gracioso. La batalla la va a ganar el Marsupilami, cuya
cruzada quijotesca está hábilmente presentada por Franquin como un gag
recurrente. Nunca te imaginás que de ahí va a salir la resolución de la trama…
en parte porque nunca te imaginás que ni Spirou ni Fantasio van a estar
pintados al óleo hasta el final del álbum.
El dibujo está a un nivel
sublime, imposible de superar excepto por el propio Franquin. Las escenas en
las que el pueblo se ve subvertido por el caos son brillantes, ahí se ve el
mejor Franquin, el especialista en dibujar hermosos desórdenes, bolonkis cacofónicos
repletos de detalles alucinantes. La secuencia inicial, donde solo vemos
cuerpos moviéndose lentamente en plena Antártida, también está logradísima y
muestra lo canchero que estaba el maestro en el manejo del lenguaje corporal de
los personajes. La verdad que, si no te molesta ver a Spirou y Fantasio
relegados a un rol muy menor en la trama, El Viajero del Mesozoico es un álbum
divertido, raro, con un nudo un poco estirado, pero con una introducción y un
desenlace alucinantes e impredecibles.
Salto 57 años para
adelante hasta 2017, cuando se publica el primer álbum de Torpedo 1972, la
nueva serie protagonizada por un Luca Torelli ya veterano, ahora con el
maestro Eduardo Risso al frente de los dibujos. La verdad que me costó un poco
entrar en la amalgama entre estos legendarios personajes y el universo gráfico
del León de Leones. El tema del color, la puesta en página, obviamente el
trazo, el aspecto de Torpedo y Rascal con varias décadas más encima… muchos
fueron los elementos que indicaron con mucha fuerza que este no era un álbum
más de la gloriosa serie de Enrique Sánchez Abulí y Jordi Bernet.
El guión, en cambio,
conserva el ritmo de los álbumes de Torpedo 1936 en los que los autores
contaban una sóla historia extensa. Abulí puso al personaje en el freezer casi
20 años, pero en el medio no perdió en absoluto el pulso para los diálogos
zarpados, con juegos de palabras constantes y punzantes, ni para las
situaciones violentas, escabrosas, al límite de lo publicable. Ojo, los
hallazgos los encontré en el guión, no tanto en el argumento, que me pareció
bastante precario. Me divertí más viendo cómo cambiaron en estos años Torpedo y
Rascal que con el discurrir de la trama. Y me parece que (todavía) Abulí no le
empezó a sacar el jugo a la nueva ambientación (principios de los ´70), más
allá de algunas referencias bastante obvias a hechos y personajes reales.
En cuanto al dibujo, el
propio Risso reconoce haber despachado el trabajo “de taquito”, escatimándole
esa pasión autoral que le pone a todos sus trabajos, incluso los que realiza
por encargo de grandes editoriales. En general, yo veo un muy buen trabajo de
Risso, que retoma esa línea de grotesco y mala leche de obras como Bolita y
Chicanos (o ¡Ay, Jalisco!), e intuyo varias decisiones suyas a la hora de armar
varias secuencias que no creo que se le hayan ocurrido a Abulí. Donde noto
cierta “mezquindad” por parte del dibujante es en los fondos. Creo que en todas
las páginas hay una o dos viñetas en las que me hubiese gustado ver fondos, que
no están. En su lugar hay grandes masas de negro, o simplemente un color pleno,
sin texturas ni degradés de ningún tipo. Pero bueno, cuando tenés el oficio que
tiene Eduardo Risso para narrar con el dibujo, podés no dar el 100% y que aún
así los lectores la pasemos bárbaro durante la lectura.
Y me imagino que para las
secuelas (que encargó una editorial francesa, que seguro paga mejor que Panini)
tanto Sánchez Abulí como Risso redoblarán esfuerzos para que este Torpedo viejo
y choto vuelva a brillar como en los míticos álbumes de los ´80 y ´90, cuando
fue por mérito propio uno de los personajes más taquilleros y más queridos del
comic europeo.
Nos reencontramos pronto
con nuevas reseñas y si vivís en Montevideo (o cerca) nos vemos este sábado y
domingo en Montevideo Comics. Excelsior!
3 comentarios:
Buenísimo
Genios todos en este posteo!
Yo tuve de chico ese tomo de spirou. exactamente ese mismo tomo de la foto
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