Todavía estoy triste por
la muerte de Richard Sala, pero bueno, ya se me va a pasar. Mientras tanto sigo
avanzando en la escritura de ese texto largo al que le estoy dedicando muchas
de las horas que me sobran gracias a la fuckin´cuareterna, y por supuesto con
la lectura del material pendiente… que ya no es tanto, porque en el último mes
y pico prácticamente no compré una chota.
Empecé a leer Black
Paradox con la idea de dosificarlo, de no clavármelo todo de un saque, de
mecharlo con alguna otra lectura. No pude. Cuando me di cuenta, ya estaba en el
último capítulo de este manga de Junji Ito, y ya me quedaban por delante… las
últimas 20 páginas, más un par de historias cortas bastante intrascendentes,
que podrían haberse omitido tranquilamente, o guardado para un tomo sólo de
historias cortas. Pero la verdad es que ocupan sólo 34 páginas en un librazo de
240, con lo cual no da para protestar.
Todo el resto del libro está
dedicado a una única historieta, una novela gráfica rara, en el sentido que
pega un par de volantazos (sobre todo en la primera mitad) que me hacen suponer
que Junji Ito no tenía muy claro para dónde iba a llevar esta historia en el
momento de iniciarla. El primer capítulo de Black Paradox está armado como si
fuera una historia autoconclusiva, como si no existiera en el autor la idea de
seguir adelante con la historia de estos cuatro personajes. Después se le
ocurren no una, sino varias puntas para seguir, pero el rol en la trama de
Tableau, Marceu, Rosi y Pidan cambia tanto (y tantas veces) que casi podrían
ser otros personajes, no los que aparecen en el primer capítulo.
Me imagino qué habría
pasado si Ito se hubiera obstinado en contarnos capítulo a capítulo nuevos
intentos de suicidio por parte de estos cuatro trastornados… y en una de esas
podríamos estar hablando de una historieta muy genial, o de una muy chota. Para
mi gusto, el rumbo que toma la historia a partir del segundo capítulo es más
interesante que “cuatro tipos intentan suicidarse y fracasan una y otra vez”,
porque el manga despega en una dirección totalmente impredecible. El primer
capítulo te da la pauta de que pueden entrar en juego elementos fantásticos, y
en el segundo, uno de ellos irrumpe en la trama con una fuerza tremenda, y le
pone impacto, incertidumbre y fascinación. Fiel a su estilo, Junji Ito va a
llevar al extremo ese elemento fantástico y las consecuencias de su interacción
con los personajes. Para eso necesita expandir el elenco, y para el capítulo 4
copa la parada un personaje nuevo, que se va a apoderar rápidamente del rol
protagónico. Eso también es extraño. No hay muchas novelas en las que el
personaje más importante aparezca por primera vez justo en la mitad. Ya dije
que estamos hablando de una obra a la que se le notan mucho los volantazos y la
búsqueda constante del camino menos predecible, no?
El final también es
bizarrísimo. Ocho páginas antes de que se termine la obra, Ito cambia
totalmente el tono del relato, vuelve a concentrarse en los cuatro personajes
iniciales y le da a uno de ellos el poder de ver el futuro, como para que le
cuente a los otros (y a nosotros) varios aspectos que hacen a la resolución de
la trama. Me queda claro que al autor se le ocurrió una forma muy inteligente
de resolver el conflicto planteado, pero le pareció que no iba a funcionar si
lo contaba en clave de aventura, por eso optó por este giro en el final. Una
vez más, Ito hace jueguito con las expectativas del lector y tira esas magias
del tipo “nada es lo que parece”.
Y hablando de magias, el
dibujo de Black Paradox no tiene explicación. Es todo demasiado bueno. Desde
los paisajes, los primeros planos, las escenas tranquilas en las que todos
charlan, hasta los climas ominosos, los momentos de tensión, la acción, y por
supuesto, los estallidos de terror. Un terror físico, grotesco, revulsivo. El
manejo de las tramas mecánicas es exquisito, el ritmo narrativo está
cuidadísimo, el trazo es tan elegante que por momentos se acerca a Suehiro
Maruo… Hermoso trabajo de Junji Ito en la faz gráfica de un manga sorprendente,
ágil y retorcido, que se anima a romper sus propias reglas, en el que después
de un punto dejás de intentar adivinar qué va a hacer el autor con los personajes,
porque es obvio que puede pasar –literalmente- cualquier cosa. Menos que te
aburras. Eso sí, es prácticamente imposible.
La calidad de la edición me asombró. Es realmente maravilloso
tener una edición argentina así de cuidada, con papel de ese gramaje, con esa
tinta metálica en las retiraciones, con páginas a color… Hasta banco que le
hayan puesto sobrecubierta, contra el dogma que yo mismo predico habitualmente.
Excelente laburo de Ivrea, que ojalá nos traiga pronto más gemas de Junji Ito.
Nada más, por hoy. Estoy
leyendo otras cosas y ni bien pueda, vuelvo a postear. ¡Será hasta pronto!
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