Mientras Alberto sigue
explicando filminas y la cuarentena se extiende hacia el infinito y más allá, sigo
avanzando con las lecturas.
Me enganché bastante con
la saga de Nippur en Tebas, así que rápidamente me devoré el Vol.9 de la
colección de Planeta-DeAgostini, con siete episodios más de la serie con la que
se consagró el maestro Robin Wood.
Las primeras tres
historias que compila el tomo son muy buenas y muy atípicas. Son historias de
muy poca acción y mucho desarrollo de personajes, que hasta se dan el lujo de
incorporar ciertas situaciones más de comedia, en una serie que siempre se
caracterizó por un tono sombrío y solemne. Pero después llega ese cuarto
episodio, el funesto “MIs Gloriosos Compañeros”, que es todo lo que está mal en
la saga de Nippur. Doce páginas en las que (ahora sí) estalla la acción, y en
las que Robin masacra sin piedad a TODO el elenco de secundarios que se fue
agrupando alrededor de Nippur en los tres episodios anteriores. Veníamos bien,
el lector se podía encariñar de a poco con nuevos personajes que parecían
interesantes, pero una vez más, alcanzan poquísimas páginas para demostrarnos
que hacerse amigo de Nippur es letal. Más peligroso que chuparle los mocos a un
anciano chino con aliento a murciélago o que aplicar las recetas del FMI en un
país periférico.
La épica al palo se
extiende un episodio más (“La Gran Batalla”, otra masacre, pero con muertes de
personajes a los que Wood nunca desarrolló, con lo cual nos chupa todo un
huevo) y enseguida vuelven la tristeza y la solemnidad en “La Epidemia”, donde
además tenemos ¡la muerte de Nofretamón!. Otro golpe al corazón de nuestro
héroe, de los lectores y del elenco de secundarios de la serie. Este es un
episodio muy emotivo, que además desliza una certera bajada de línea para el
lado más social. Y ahí saltamos de la revista D´Artagnan al comic-book de
Nippur, con una aventura a todo color que yo recordaba haber leído en blanco y
negro, en un libro que se editó hace más de 15 años acá en Argentina. Historia
chotísima, obvia, predecible, a la que –como es habitual- salvan del bochorno
los excelentes bloques de texto en los que brilla la clásica prosa woodiana.
En cuanto a los dibujos,
el tomo abre con la despedida (supongo que no definitiva) de Lucho Olivera, que
se despide de Nippur con un buen trabajo. Lo reemplaza Sergio Mulko (co-equiper
de Lucho en la serie de Gilgamesh que ya reseñamos por acá), que al principio
trata de clonar la estética de Olivera, pero ya para la mitad de su segundo
capítulo se da cuenta de que es muy difícil, y empieza a “desnudar” un poco más
su estilo propio, y que me resulta gráficamente menos atractivo que el de su
antecesor. Y en el episodio a todo color tenemos el debut del inmenso Ricardo
Villagrán, el Hal Foster argentino, una bestia sagrada del dibujo
académico-realista, con un despliegue de anatomía absolutamente espectacular,
potenciado por la posibilidad de dibujar en cada página muchos menos cuadros
que Olivera y Mulko. Son 16 páginas (con cuatro splash-pages, una más zarpada
que la otra) en las que Villagrán se posiciona en tiempo record como el
dibujante destinado a levantarle la calidad gráfica a Nippur y mantenerla muy
alta durante muchos años. Prometo entrarle pronto al Vol.10, a ver con qué me
encuentro.
Me tiré de cabeza con toda
la emoción del mundo sobre el Vol.9 de Valérian, Metro Chatélet Dirección
Casiopea, que era el único que me faltaba de la etapa clásica de esta fundamental
serie. Me hiper-recontra-mil cebé con la aventura que me propusieron Pierre
Christin y Jean-Claude Mézieres y cuando ya estaba perdidamente atrapado en el
misterio, llega el final del tomo y me entero que este tomo es parte de un
díptico (el primero, en una serie que hasta acá sólo incluía álbumes
autoconclusivos) y que el final de la historia no está acá, sino en Brooklyn
Station Término Cosmos, que felizmente tengo. En cualquier momento lo leo (o
releo, capaz que lo leí hace años, sin entender por qué carajo pasaba lo que
supongo que pasaré en esas páginas) y lo comentamos por acá.
Así solito, Metro Chatélet
Dirección Casiopea es mucho más que la primera mitad de un díptico. Tiene
aventura, intriga, comedia, exploración del universo en el que se mueven los
personajes, muchas ideas copadas y mucho desarrollo, sobre todo del vínculo
entre Valérian y Monsieur Albert, quien se va a convertir en un miembro estable
del elenco de la serie. Y el dibujo es infernal, no puede ser mejor. Ya desde
la portada, Meziéres juega con esa dicotomía entre una estación de subte bien
común y un paisaje fantástico, repleto de vuelo e imaginación. Esa dicotomía se
sostiene todo el álbum, a un nivel descomunal, con imágenes y climas muy reales,
muy cotidianos (sobre todo si vivías en París en 1980) en contrapunto con
mundos, naves y criaturas alucinantes. Un trabajo realmente extraordinario del
maestro Meziéres.
Nada más, por hoy. Nos
reencontramos pronto, con nuevas reseñas, acá en el blog.
2 comentarios:
Uffff te leo y me emociono... de ese álbum no deben de haber llegado al país en su momento porque yo también tenía Brooklyn y el anterior lo leí hace pocos años cuando comencé a comprar los integrales a partir de ese díptico. Una maravilla de comic.
Estuve comparando la edición de Nippur de ECC y me di cuenta q no usan los mismos originales. La de ECC está retocada en las primeras historias. Capaz que las han sacado de los tomos recopilatorios y no de las revistas. Me pareció muy curioso
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