el blog de reseñas de Andrés Accorsi

viernes, 17 de julio de 2020

EL OLOR DE LOS MUCHACHOS VORACES

¡Uh, cómo me gustó este libro! Entré por ser fan de Frederik Peeters y me fui convertido en barrabrava de la guionista, Loo Hui Phang. En el medio me encontré con más de 100 páginas de una historia emotiva, atrapante, con un nivel de tensión casi asfixiante, y con muchísimos hallazgos.
Creo que lo que más me gustó es el excelente aprovechamiento por parte de la guionista de la época y el lugar que elige para ambientar la historia: Texas, 1872, un territorio prácticamente virgen, poblado por los comanches, y repleto de promesas de prosperidad y progreso para los descendientes de europeos que, una vez culminada la Guerra de Secesión, se empiezan a mandar en hordas hacia el Oeste, a descubrir y ocupar ese país infinito y básicamente desconocido. Se nota que Phang estudió el período, que lo entiende, que al toque identificó las contradicciones, los conflictos, todo lo que lo hace fascinante para usarlo como marco de aventuras. Pero también es menester aclarar que El Olor de los Muchachos Voraces no es un western convencional. No es una de cowboys polvorientos, ni de milicos yankis masacrando a los pueblos originarios para chorearles las tierras. Está ambientada en el contexto espacio-temporal de los westerns, pero es otra cosa.
Lo otro que me pareció extraordinario es la construcción de los personajes, el trabajo impecable de Phang en el planteo y el desarrollo de tres personajes absolutamente inolvidables. Es increíble la profundidad que tienen Oscar, Stingley y Milton, la cantidad de cosas que le pasan a cada uno, y lo cercanos que los sentimos para el final de la novela. La trama va a girar todo el tiempo en torno a ellos tres, y va a pendular (como la vida misma) entre el drama, la comedia, el romance y los momentos jodidos en los que no queda otra que jugarse la vida. Phang, además, la va a condimentar con revelaciones shockeantes, momentos épicos, traiciones, amores prohibidos, y choques de frente a 150 kmh entre ilusos y cínicos. Quizás lo que menos me atrapó es el elemento sobrenatural, esa conexión mística entre… alguien, la religión de los aborígenes y los caballos. Si el conflicto central se resolvía por otro lado, sin agregar esta arista sobrenatural, por ahí me hubiese gustado incluso más. Pero no está mal. Ya vimos en Bouncer cómo los maestros Alexandro Jodorowsky y François Boucq acertaban al virar una clásica trama de western mala leche hacia el lado del misticismo, y la verdad es que Phang lo hace muy bien, sin derrapar ni llevarse puesto el verosímil que con tanto esmero construyó a lo largo de la novela.
No quiero contar mucho del argumento, por las dudas de que alguien que todavía no la leyó esté por hacerlo (es una obra de 2016, dentro de todo bastante reciente), pero sí señalar que me pareció un trabajo realmente consagratorio para Loo Hui Phang. El equilibrio entre la aventura y los conflictos internos, que tienen que ver con el fuero íntimo de los personajes, me parece que ofrecen una clave para dilucidar por qué El Olor de los Muchachos Voraces cumplió y superó ampliamente todas mis expectativas.
Y como siempre digo, el guión podría ser una pelotudez cósmica, y aún así habría que comprar el libro porque lo dibuja Frederik Peeters. Más de 100 páginas dibujadas por este genio oriundo de Suiza constituyen un anzuelo que nadie debería dejar de morder. Peeters es un autor fundamental, quintaesencial, e incluso cuando no escribe los guiones y se limita a dibujar, le mete a cada página una impronta autoral poderosísima. No recuerdo otras obras de Peeters ambientadas en los EEUU de fines del Siglo XIX, pero acá se lo ve cancherísimo, como si hubiera dibujado diez o quince álbumes del Teniente Blueberry. Sin imitar el trazo de Jean Giraud, Peeters logra un equilibrio parecido entre realismo documental y expresionismo más zarpado. Y como Boucq en Bouncer, se va al carajo y más allá cuando aparece alguna secuencia onírica o cuando el misticismo y la machaca se combinan en un climax de una potencia dramática apabullante. Las escenas más tranqui, las de las cabecitas que hablan y las miradas que se pierden en la llanura infinita, ya sabemos que son una paponga para Peeters, que las domina con muchísima solvencia ya desde sus primeros trabajos. El suizo le pone emoción y profundidad a cada primer plano y sus silencios tienen esa elocuencia que tenían los silencios en las historietas de Hugo Pratt.
En síntesis, una historieta distinta, cautivante, adulta, que por momentos te incomoda, por momentos te aniquila y todo el tiempo te genera emociones fuertes y, sobre todo, ideas. Es un comic que está pensado para hacerte pensar. Y además es una aventura del carajo, dibujada por un Monstruo Sagrado del Noveno Arte, a un nivel tan majestuoso como los paisajes que recorren los protagonistas. Un lujo y un placer.

Nada más, por hoy. Buen finde para tod@s y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

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