¡Uh, cómo me gustó este
libro! Entré por ser fan de Frederik Peeters y me fui convertido en barrabrava
de la guionista, Loo Hui Phang. En el medio me encontré con más de 100 páginas
de una historia emotiva, atrapante, con un nivel de tensión casi asfixiante, y
con muchísimos hallazgos.
Creo que lo que más me
gustó es el excelente aprovechamiento por parte de la guionista de la época y
el lugar que elige para ambientar la historia: Texas, 1872, un territorio
prácticamente virgen, poblado por los comanches, y repleto de promesas de
prosperidad y progreso para los descendientes de europeos que, una vez
culminada la Guerra de Secesión, se empiezan a mandar en hordas hacia el Oeste,
a descubrir y ocupar ese país infinito y básicamente desconocido. Se nota que
Phang estudió el período, que lo entiende, que al toque identificó las
contradicciones, los conflictos, todo lo que lo hace fascinante para usarlo
como marco de aventuras. Pero también es menester aclarar que El Olor de los
Muchachos Voraces no es un western convencional. No es una de cowboys
polvorientos, ni de milicos yankis masacrando a los pueblos originarios para
chorearles las tierras. Está ambientada en el contexto espacio-temporal de los
westerns, pero es otra cosa.
Lo otro que me pareció
extraordinario es la construcción de los personajes, el trabajo impecable de
Phang en el planteo y el desarrollo de tres personajes absolutamente
inolvidables. Es increíble la profundidad que tienen Oscar, Stingley y Milton,
la cantidad de cosas que le pasan a cada uno, y lo cercanos que los sentimos
para el final de la novela. La trama va a girar todo el tiempo en torno a ellos
tres, y va a pendular (como la vida misma) entre el drama, la comedia, el
romance y los momentos jodidos en los que no queda otra que jugarse la vida.
Phang, además, la va a condimentar con revelaciones shockeantes, momentos
épicos, traiciones, amores prohibidos, y choques de frente a 150 kmh entre
ilusos y cínicos. Quizás lo que menos me atrapó es el elemento sobrenatural,
esa conexión mística entre… alguien, la religión de los aborígenes y los
caballos. Si el conflicto central se resolvía por otro lado, sin agregar esta
arista sobrenatural, por ahí me hubiese gustado incluso más. Pero no está mal.
Ya vimos en Bouncer cómo los maestros Alexandro Jodorowsky y François Boucq
acertaban al virar una clásica trama de western mala leche hacia el lado del
misticismo, y la verdad es que Phang lo hace muy bien, sin derrapar ni llevarse
puesto el verosímil que con tanto esmero construyó a lo largo de la novela.
No quiero contar mucho del
argumento, por las dudas de que alguien que todavía no la leyó esté por hacerlo
(es una obra de 2016, dentro de todo bastante reciente), pero sí señalar que me
pareció un trabajo realmente consagratorio para Loo Hui Phang. El equilibrio
entre la aventura y los conflictos internos, que tienen que ver con el fuero íntimo
de los personajes, me parece que ofrecen una clave para dilucidar por qué El
Olor de los Muchachos Voraces cumplió y superó ampliamente todas mis
expectativas.
Y como siempre digo, el
guión podría ser una pelotudez cósmica, y aún así habría que comprar el libro
porque lo dibuja Frederik Peeters. Más de 100 páginas dibujadas por este genio
oriundo de Suiza constituyen un anzuelo que nadie debería dejar de morder. Peeters
es un autor fundamental, quintaesencial, e incluso cuando no escribe los
guiones y se limita a dibujar, le mete a cada página una impronta autoral
poderosísima. No recuerdo otras obras de Peeters ambientadas en los EEUU de
fines del Siglo XIX, pero acá se lo ve cancherísimo, como si hubiera dibujado
diez o quince álbumes del Teniente Blueberry. Sin imitar el trazo de Jean
Giraud, Peeters logra un equilibrio parecido entre realismo documental y
expresionismo más zarpado. Y como Boucq en Bouncer, se va al carajo y más allá
cuando aparece alguna secuencia onírica o cuando el misticismo y la machaca se
combinan en un climax de una potencia dramática apabullante. Las escenas más
tranqui, las de las cabecitas que hablan y las miradas que se pierden en la llanura
infinita, ya sabemos que son una paponga para Peeters, que las domina con
muchísima solvencia ya desde sus primeros trabajos. El suizo le pone emoción y
profundidad a cada primer plano y sus silencios tienen esa elocuencia que
tenían los silencios en las historietas de Hugo Pratt.
En síntesis, una
historieta distinta, cautivante, adulta, que por momentos te incomoda, por
momentos te aniquila y todo el tiempo te genera emociones fuertes y, sobre
todo, ideas. Es un comic que está pensado para hacerte pensar. Y además es una
aventura del carajo, dibujada por un Monstruo Sagrado del Noveno Arte, a un
nivel tan majestuoso como los paisajes que recorren los protagonistas. Un lujo
y un placer.
Nada más, por hoy. Buen
finde para tod@s y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.
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