Sigo adelante con la
lectura del coleccionable de Nippur de Lagash y esta vez me toca abordar el
vol.18, donde por primera vez en mucho tiempo volvemos a tener siete
historietas en vez de seis y unas ilustraciones de relleno. No es que las
historietas sean muy buenas, pero siempre es mejor que haya más páginas de
historieta y menos de pelotudeces varias. Vamos a repasar, a ver qué se puede
rescatar.
La primera es la nada
misma, un argumento poco interesante, una resolución blandita, y por supuesto
unos bloques de texto hermosos. La segunda es de esas que te dan bronca: Robin
Wood presenta un nuevo personaje, ambiguo, complejo, con matices interesantes,
que podría ser un enemigo recurrente para Nippur, o incluso el protagonista de
otra serie ambientada en este mismo universo. ¿Y qué sucede? Lo que te
imaginás: muere en la anteúltima página. Una garcha. La tercera aventura
también, sumamente olvidable, no tiene ningún mérito. Y la cuarta, que es la
última aventura a todo color, tiene la novedad de que aparecen dos personajes
secundarios (Aneleh, o sea Helena, y Oiram, o sea Mario) que no mueren, sino
que van a reaparecer poco después. El rol de Aneleh en la historia es muy
interesante, más allá de que el argumento en sí no sea brillante.
La quinta historia es muy
rara, porque está narrada en primera persona (con unos textos preciosos) no por
Nippur, sino por una chica que está de novia con el Errante. ¿Quién es? ¿De
dónde salió? No se explica. Al final terminan juntos, abrazados, pero a ella
nunca la volvimos a ver. Me parece que era una aventura que Robin escribió para
otro personaje y a último momento alguien la modificó para que fuera una de
Nippur, porque no encaja para nada con lo que veníamos leyendo hasta acá. La
sexta historia tampoco tiene sorpresas, ni elementos novedosos, ni una trama
emocionante, pero por lo menos está narrada por Nippur y tiene un tono más afín
a la onda de la serie. Y la séptima y última del tomo es la mejor de esta
tanda, con los regresos de Aneleh, Oiram y, por si faltara algo, Karien, la
amazona, lo más parecido a una novia posta que tiene el héroe sumerio, por lo
menos en esta etapa. Esta es una historia que no descolla por el lado del
argumento, pero en la que Robin trabaja muy bien la dinámica entre los personajes.
Ojalá hubiera más de este tipo de guiones a lo largo de la serie.
En cuanto a los dibujos,
en la segunda historia me encuentro con algo que no quería ver: páginas
firmadas por Ricardo Villagrán en las que no se ve ni por asomo la calidad
habitual del maestro. Hasta la mitad del episodio el dibujo es excelente; pero
en la segunda mitad decae muchísimo, como si Villagrán se hubiera sacado las
páginas de encima muy rápido, o como si las hubiese puesto en manos de
asistentes menos capaces. Las cinco historietas en blanco y negro están
dibujadas (como ya es costumbre) por Sergio Mulko, también en un nivel bastante
precario. Pobre tipo, cuando puede trata de meter poses dinámicas, busca
enfoques que puedan impactar, tira de vez en cuando un primer plano copado, o
un efecto medio brecciano en un fondo… Pero se nota la incomodidad, se nota que
es un dibujante con recursos limitados, una especie de Herb Trimpe, o de Sal
Buscema, encima muy encorsteado en esas páginas que casi siempre tienen 12
viñetas muy chiquitas, donde el dibujo no se luce, sino que está ahí para
rellenar el pedacito que está ocupado por los masacotes de texto.
Y en la cuarta aventura,
segunda y última a todo color, tenemos el regreso del maestro Lucho Olivera, el
primer dibujante de Nippur. Este es un Lucho muy superior al de los primeros
episodios, más sólido, más suelto, más salvaje, que además tiene a su disposición
16 páginas de las cuales cuatro tienen una sola viñeta. Lucho arrastra el problema
de que le cambia la cara a las mujeres de una viñeta a la otra, pero todo lo
demás es sumamente atractivo. El dinamismo de los cuerpos, los enfoques para
las escenas de acción, los detalles en armas, vestimenta y fondos, algunas
expresiones faciales… Lástima esas páginas en las que sólo vemos cabecitas
hablando. Ahí el texto opaca mucho al dibujo y Lucho se calienta poco y nada
por ponerle un poco de onda a esas escenas desde lo visual. Pero está buenísimo
tenerlo de vuelta, no sé si sólo por esta vez, o de forma habitual a partir de
los próximos tomos. Ah, el color columbero (y generalmente horroroso) se sufre
más en la historieta de Lucho que en la de Villagrán. No sabría explicar bien
por qué, pero eso fue lo que me pasó al leerlas.
Nada más por hoy, sepan
disculpar. Gracias por el aguante y la seguimos pronto.
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