el blog de reseñas de Andrés Accorsi

domingo, 18 de octubre de 2020

LA MUSICA DE MARIE

Vuelvo al maravilloso mundo de Usamaru Furuya, para internarme en una de sus obras más antiguas. La Música de Marie se publicó en Japón entre los años 2000 y 2001, o sea que es justo anterior a El Club del Suicidio (ver reseña del 12/03/20). Y bastante anterior a las otras obras de este gran mangaka que pasaron por este blog. Los próceres de Milky Way editaron La Música de Marie en un único tomo espectacular, con más de 500 páginas, algunas de ellas a todo color. La Música de Marie es un manga que te va llevando por distintos lugares a lo largo de su extensión. En las primeras 200 páginas, lo que prima es el world-building. Acá Furuya se dedica minuciosamente a presentarnos a los personajes y al mundo en el que viven: sus costumbres, su religión, su comercio, los vínculos y sobre todo su desarrollo tecnológico, que parece estar frenado en un nivel que nuestro mundo alcanzó allá por 1850, más o menos. Llama la atención que no cobre relieve ningún conflicto, pero parte de las sorpresas de la trama van por ese lado. Los personajes centrales son Pippi (una minita copada, divina, inteligente, con la mejor onda) y Kai, un chico más introspectivo, más taciturno, al que cuando tenía 10 años le pasó algo que le cambió la vida para siempre y lo hizo distinto a todos los demás habitantes de la Tierra de Pirito. Kai provee el elemento de misterio a este mundo fantástico en el que reinan la concordia y la armonía entre todos los seres, biológicos y mecánicos. Las siguientes 100 páginas introducen un conflicto, no muy enfatizado por Furuya: un triángulo de amor bizarro entre Pippi, Kai y una diosa inmensa, omnipresente, inalcanzable. ¿A dónde va esto?, te preguntás. Ahí el autor nos clava casi 40 páginas en las que le da un poco más de relieve al aspecto religioso de la obra. Y ahí, en la página 340, cuando ya te tiene a punto caramelo, Furuya pone tercera y arranca un tramo entre aventurero y filosófico, que le hubiese encantado imaginar (y dibujar, y animar) al maestro Hayao Miyazaki. Este tramo se centra en Kai y la diosa Marie, cara a cara, cuerpo a cuerpo, corazón a corazón, para desentrañar todos los secretos de este mundo, de lo que le pasó al pibe cuando tenía 10 años, de lo que pasó ese día en que la música de Marie sonó desafinada y la rutina de los amables habitantes de Pirito se alteró. ¿La buena onda de la gente tiene que ver con la diosa? ¿El desarrollo (o en realidad el estancamiento) tecnológico está conectado a la omnipotente Marie? ¿Hay que sacrificar una cosa para obtener a otra? Kai se ve atrapado en un dilema moral brillante, que Furuya despliega a lo largo de 100 páginas memorables. Y cuando ya te estabas levantando de la butaca para aplaudir de pie, vienen dos epílogos, de 30 páginas cada uno. El primero cierra la historia de Pippi y Kai, también con nuevas e impactantes revelaciones acerca del enigmático muchacho. ¿Ya está? No, en el segundo epílogo (ambientado 50 años más tarde, cuando los chicos ya son viejos), Furuya patea el tablero y te tira casi al pasar una data clave, que resignifica todo lo que leíste hasta ese momento. Lo que realmente le pasó a Kai cuando tenía 10 años no es lo que parecía, y esa revelación cambia todo el juego de una manera drástica y genial. Y le agrega poesía, profundidad, misterio y onda a todas esas páginas por las que transitamos junto a los personajes. Un final maravilloso, sumamente conmovedor. ¿Podría ser mejor La Música de Marie? Sí, porque gráficamente Furuya evolucionó un montón y hoy dibuja mucho mejor que hace 20 años. En esta obra hay momentos gloriosos a nivel dibujo, sobre todo cuando dibuja paisajes y engranajes mecánicos. Texturas, líneas cinéticas, aplicación de grises, todo eso está perfecto. El armado de las secuencias, la organización de la información visual dentro de cada cuadro, también, inobjetables. Pero a la hora de dibujar a los personajes y su gestualidad (que es algo importante en la trama) vemos a un Furuya un poco precario, se nota que lo que termina en la página no es lo que él visualizaba en su mente. Me lo imaginaba todo el tiempo pensando “la puta madre, ¿por qué no podré dibujar como Masakazu Katsura, o como Satoshi Kon?”. Y por más que se rompa el culo, Usamaru no logra romper ese techo, esa limitación que lo deja ahí, a mitad de tabla, rodeado de dibujantes de shonen entre correctos y medio pelo. Por supuesto que los pulveriza a nivel imaginación, pero en la tarea específica de darle rostros y expresiones a los personajes, todavía estaba lejos de lo que va a mostrar años después. Recomiendo enfáticamente La Música de Marie a todos los amantes de la fantasía, de las pelis de Miyazaki, obviamente de Usamaru Furuya y a quienes queran explorar un manga lleno de ideas preciosas, desafiantes, provocativas, bien desarrolladas, resueltas con maestría y encarnadas en personajes entrañables, de los que cuesta despedirse a la hora de cerrar el libro. Nada más, por hoy. Gracias por el aguante y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

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