sábado, 9 de enero de 2021
1 al 8 de ENERO
En estos días me bajé dos libritos completos y la mitad de un masacote de casi 500 páginas, que reseñaré el finde que viene. Vamos con las reseñas de lo que leí en forma completa.
Manta Vol.4 continúa la saga escrita por Jonathan Crenovich y Martín Mazzeo, y como siempre el misterio de lo que sucedió en Iceberg (y la venganza de quienes sobrevivieron) cobra nuevas capas de complejidad. Si bien los diálogos son realmente muy buenos, Mazzeo y Crenovich juegan a ponerlos sólo cuando no queda otra. Y además son diálogos muy naturales, que no explican todo el tiempo quién es cada personaje, qué hizo en los episodios previos, qué hace ahora y por qué. O sea que para entender plenamente lo que pasa, hay que prestar bastante atención. Manta es un comic que especula con la inteligencia del lector, al que le tira flashbacks, pistas medio ambiguas, puntas de una conspiración, secuencias oníricas… Si buscás una lectura fácil, obvia y pre-masticada, acá no la vas a encontrar.
El problema es que para que todos estos recursos (largas secuencias mudas, narración en varios tiempos distintos, irrupción de secuencias oníricas, etc.) sean fáciles de comprender, hay que esforzarse mucho en el dibujo, para que el lector no se confunda a los personajes (y a sus distintas versiones, porque un mismo personaje en una secuencia tiene 30 años y en la siguiente, 50). Y este es el punto flojo de este tomo de Manta. Acá se hace cargo del dibujo nada menos que Nicolás Brondo, que es un dibujante ampliamente superior a los que habían pasado por los primeros tomos de la serie. Ya desde lo más básico, desde la puesta en página y la composición de las viñetas, Brondo saca mucha diferencia. Y después la amplía con el manejo de la acción, con el color… sin dudas un gigantesco paso adelante. Donde flaquea el cordobés es con el aspecto de los personajes, que muta mucho de una viñeta a la otra: los vemos adelgazar y engordar en una misma secuencia, la barba de Manuka cambia de forma de un cuadro a otro, por momentos es casi imposible descifrar que este personaje de mediana edad es el mismo al que ya conocemos 20 años más viejo… Ahí hay que ajustar las tuercas, porque si no cada episodio (encima leído con varios meses de distancia del anterior) se va a hacer más críptico y menos accesibles para los lectores que se quieran sumar con la saga ya empezada. El resto, todo muy prolijo, muy atractivo, un lujo.
María Llovet es una autora catalana que la está pegando bastante en el mercado de EEUU. Por eso, cuando vi en oferta una de sus obras, dije “¡adentro!”. Porcelain es la versión de Llovet de la clásica historia de rito iniciático, presentada como una versión Vertigo de Alice in Wonderland o The Wizard of Oz. Una chica de pueblo, con mucho dolor acumulado y reprimido, en una encrucijada fantástica, por momentos épica, siempre muy oscura, en la que va a poder salir (no sin esfuerzo, no sin dar el salto a la madurez) de los laberintos que su propia psiquis le plantea.
La novela tiene profundidad, sostiene los misterios hasta el final y tiene mucho ritmo. Se nota que Llovet leyó mucho comic y vio mucho cine y supo plasmar técnicas y recursos en sus páginas. A mí no me sucedió, pero no descarto que el guion tenga la fuerza y la magia como para detonarle la cabeza a las chicas de 14-15 años que se acerquen a Porcelain porque –incluso sin salirse de los confines de una dark fantasy convencional, apta para adolescentes que vienen de Harry Potter- está bastante jugado.
El dibujo está muy bien, siempre en función de la narrativa, volcado a un claroscuro bien power, bien categórico, con unos decorados alucinantes, un gran trabajo en la ropa de los personajes, y algunas imperfecciones menores en los primeros planos de las caras. Llovet incluso copia a la perfección el clásico recurso de Enrique Breccia de cambiar la técnica de entintado para los flashbacks, con excelentes resultados. Pero a grandes rasgos, la estética que nos propone Porcelain es bastante original, y va más para el lado de mangakas elegantes como Suehiro Maruo, Minetaro Mochizuki o Taiyo Matsumoto que hacia horizontes más “comerciales” y más transitados. Y sí, claro, una vez terminada la historieta, Norma nos encaja 30 páginas de bocetos, ilustraciones sin entintar, y hasta páginas terminadas que la autora finalmente descartó. No está mal, pero no hacía falta. Siempre es más sano editar un libro 30 páginas más finito y cobrarlo un poco menos.
Atenti, entonces, a María Llovet, una autora que viene haciendo las cosas muy bien hace ya 10 años y en cualquier momento explota, porque sin dudas tiene con qué.
La semana que viene, más lecturas de verano acá en el blog.
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