martes, 22 de febrero de 2022
EL ESQUEMA SE REPITE
Los libros que leí en estos días tienen bastante en común con los de la entrada anterior, por absoluta casualidad.
La otra vez teníamos un policial de autores argentinos protagonizado por un detective privado duro, del cual sabíamos muy poco. Ahora cambiamos detective privado por inspector de policía, y nos vamos a 1975 con los maestros Ray Collins y Lito Fernández para disfrutar de la reciente reedición de Precinto 56, aquel clásico de la revista Skorpio.
Yo me acordaba que esto era bueno, pero no que era TAN bueno. Esta etapa de Precinto 56 arranca MUY arriba, con un Collins afiladísimo, obviamente influenciado (tanto en la prosa como en la construcción de las tramas) por Héctor G. Oesterheld, pero con una calidad y un vuelo poético en los textos que no tienen nada que envidiarle a los del maestro, y hasta a veces lo superan. Collins te hace sentir en carne propia la desolación, la oscuridad, el horror y la miseria que pueblan cada una de estas historias de 12 ó 13 páginas. Sobresalen del conjunto dos guiones soberbios: el del violador serial (jodido e impredecible) y el que gira todo el tiempo en torno al aborto, sin decir nunca la palabra “aborto”. Este es una cátedra absoluta, que deberían estudiar en profundidad todos los guionistas actuales.
El dibujo de Lito Fernández es rarísimo, como si quisiera despegarse del estilo que había impuesto en Dennis Martin y reconciliarse de alguna manera con quien fuera su maestro (casi su padre, dice siempre Lito), Alberto Breccia. O por lo menos acercarse a otros discípulos del Viejo (pienso en José Muñoz, Rubén Sosa o Leopoldo Durañona) que adoptaron más yeites del glorioso tripero y los conservaron durante más años. Ojo, alejarse un poquito de Milton Caniff y Frank Robbins para acercarse un toque a Breccia no es un disparate, porque el Viejo también tuvo una etapa en la que miraba bastante a Caniff. Pero en esta etapa de la carrera de Lito, esa búsqueda se ve rara. Lo vemos usar muchas técnicas de entintado distintas en una misma viñeta y trabajar el grosor de la línea, las manchas negras, las texturas y los cross-hatchings de un modo que no volveremos a ver en casi ninguno de sus trabajos posteriores. De esa indefinición, o de ese “vale todo” intencional, salen imágenes de enorme fuerza expresiva. Más allá de que el fan de larga data de Lito sienta este material como extraño en la carrera del ídolo, es innegable que en Precinto 56 la narrativa que despliega Fernández no tiene fisuras. Ni siquiera esos experimentos en materia de claroscuro logran empañar la habilidad innata de este monstruo para contar historias con sus dibujos.
Este arranque de Precinto 56 es magistral, de verdad. Una obra que para 1975 era moderna, quizás incluso vanguardista, pero que en ningún momento se planteaba romper con la ilustre tradición de los próceres de siempre como Oesterheld y el Viejo Breccia. Y que hoy se puede leer y disfrutar sin el menor inconveniente, e incluso tirar sobre la mesa para revalorizar a dos autores de una trayectoria demoledora (que felizmente aún están vivos) y una producción monumental, como la que nos ofrecieron Collins y Fernández, sobre todo en los ´70 y ´80.
Y la vez pasada comenté una historieta de aborígenes norteamericanos enfrentados a los milicos de ese país que funcionaban como avanzada del genocidio y posterior robo de sus tierras, y hoy tenemos otra obra que se trata de lo mismo. Tecumseh! nació como una obra de teatro creada por Allan Eckert para ser representada al aire libre, en un gigantesco predio de Chilicothe, Ohio. Hasta que vio la obra el siempre inquieto Timothy Truman y dijo “esto es una historieta, maestro”. Así es como en 1992 apareció esta versión de Tecumseh!, que sin desviarse casi nada del relato de Eckert, funciona lo más bien como una novela gráfica de 60 páginas.
Como está contada desde el punto de vista de los indios Shawnee, esta es una historia triste, donde el valor y la entrega de estos bravos guerreros no va a alcanzar para impedir que los milicos blancos se queden con todo. Pero Tecumseh se va a encargar de que la victoria les salga cara. La obra también tiene una leve trama romántica y otra bastante más importante que va para el lado de la intriga palaciega y por momentos cobra ribetes shakespeareanos. O sea que aunque sepas que al final pierden los buenos, hay bastantes elementos que te van a mantener enganchado hasta el final. Y por suerte los textos son ágiles, no está la intención didáctica de explicarte en detalle la sociedad, la economía, la política, la táctica bélica, la religión y hasta qué condimentos le ponían los indios a la comida a principios del Siglo XIX.
Donde Tecumseh! viene floja de papeles es en algunos pasajes del dibujo. Truman es un excelente narrador, pero no puede dibujar a los personajes con la misma cara en dos viñetas seguidas. A veces copia los rostros de fotos y le salen muy bien, pero se nota mucho que son fotos copiadas. Y cuando no copia, tenemos personajes que de una viñeta a otra pasan de ñatos a narigones, de baqueteados a lozanos, o de flacos a gordos. El protagonista y su hermano por momentos parecen tener veintipocos años, por momentos treinta y muchos, por momentos ser casi viejos… pero en una sucesión que no coincide con el transcurso de los años que abarca el relato. Y en el medio aparece una cara copiada de una foto, y los aborígenes adquieren los rasgos del modelo que posó para la foto, que probablemente haya sido un amigo de Truman, que no era descendiente de shawnees, ni tenía una edad ni una contextura similar a la de los protagonistas del comic. O sea que ahí hay una inconsistencia, una irregularidad muy notoria, que no empaña algunos momentos majestuosos del dibujo, ni mucho menos lo interesante del guion, pero hace ruido. Si sos fan de Truman, seguro ya estás acostumbrado a esos saltos bizarros, y no van a impedir que disfrutes de esta muy buena novela gráfica.
Nada más. Nos reencontramos el mes que viene, acá en el blog, con reseñas del material que pienso leer durante el viaje a Montevideo. Gracias y hasta pronto.
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