Hoy justo se me juntaron dos obras bien de los ´90, una generada en
Europa y poco conocida en América y otra generada en América, pero apuntada al
mercado de Europa.
Empiezo con El Rayo Negro (o Le Rayon Noir), que al toque se convirtió
en mi álbum favorito de Spirou, dentro de la fascinante etapa de Tome y Janry
al frente de la serie. Pensemos en un comic franco-belga, ambientado en un
hermoso pueblito donde reinan la tranquilidad y la buena onda, y donde de
repente irrumpe un elemento vinculado al odio y la desconfianza, que detona un
conflicto heavy, que rápidamente escala del ámbito privado al social y más
tarde al político. ¿Te vino a la mente La Cizaña, no? A mí sí. No pude dejar ni
un minuto de pensar que estaba leyendo una especie de tributo de Tome y Janry a
la aventura de Astérix que más me gusta y que más veces leí.
En El Rayo Negro el catalizador de la discordia no es el secreto de la
poción mágica, sino un rayo que transforma a los europeos en africanos, es
decir, los hace negros. Y entonces, el vecino, el amigo, esa cara familiar se
convierte en el otro, en el extraño, en el distinto. Obviamente por detrás de
la aventura (alocada, con ese ritmo frenético que André Franquin le trajo a
esta serie y los autores que entienden de qué se trata Spirou no descuidan
jamás) hay un subtexto que habla de discriminación, racismo, xenofobia… y por
supuesto chistes, que quizás hoy, en la era de la Dictadura de la Corrección
Política, algún gil podría considerar ofensivo.
Ah, y hay un villano, nada menos de Vito Cortizone, a quien vimos el otro
día enfrentado a nuestros héroes en Vito el Cenizo. El rol del villano es raro,
sirve para que no sea el propio Conde Champignac el que desencadene el tremendo
despelote que se arma. Pero no hay un plan maestro de este émulo de Vito
Corleone, más allá de escapar de la justicia. Tampoco los otros personajes
importantes de la serie (Fantasio y Spip) tienen demasiado peso en la trama,
que esta vez se vuelve mucho más colectiva, más social que nunca. Y ni me
caliento en hablar del dibujo y el color, que son demasiado buenos para ser
reales. Recomiendo fuerte este inolvidable álbum de Spirou, el último que me
quedaba sin leer de esta serie que (tarde o temprano) voy a retomar.
Para principios de los ´90, el suceso arrollador de Dylan Dog ya
estaba haciendo recalcular a todas las editoriales de Italia, y por supuesto
Eura (hoy Aurea) no fue la excepción. Prueba de ello es la manija que le dieron
a Martin Hel, una creación de Robin Wood y Lito Fernández que le debe… casi
todo al icónico investigador de lo oculto de la editorial Bonelli. Este álbum
editado en 1999 por Columba reúne 12 episodios de Martin Hel, y está tan mal
hecho que dos de las aventuras están incompletas. Robin pensaba esta serie en
trilogías, en aventuras de 36 páginas divididas en tres capítulos de 12. Y acá
falta el primer capítulo de una trilogía (la de las muñecas diabólicas) y los
dos últimos de otra (la del crucero de alta gama).
Este es el Robin Wood de los ´90, el que juega menos a lucirse con el
vuelo poético de su prosa y se anima a indagar un poquito más en la psiquis de
los personajes, a hacerlos más tridimensionales. No creas que Martin Hel es un
personaje recontra-complejo: sigue siendo bastante chato y predecible. Pero por
lo menos se ve una intención de que no pase tan desapercibido en la jungla
superpoblada de varones atléticos, seductores, eternamente ganadores y con un
cierto halo de misterio. Las aventuras en sí no me entusiasmaron demasiado.
Está bueno ver a qué amenazas recurre Robin para poner en jaque a los
personajes y cómo introduce en los ´90 (y en un contexto de aventura realista)
elementos fantásticos tomados de distintos mitos, leyendas y supersticiones de
la antigüedad o el medioevo. Pero las tramas en sí, y especialmente las
resoluciones, no me llamaron mucho la atención. Recuerdo haber leído novelitas
gráficas de Martin Hel de 96 páginas, donde las tramas estaban brutalmente
descomprimidas, pero me engancharon más.
Y claro, en las novelitas gráficas de 96 páginas pude disfrutar del
dibujo de Lito Fernández (y su ejército de asistentes) en glorioso blanco y negro,
sin esos colores abominables que le ponían los asesinos seriales de historietas
de Columba, e incluso sin ese espantoso rotulado mecánico. En esta etapa de
Martin Hel (en la que salía todas las semanas en episodios de 12 páginas) no
vemos ni en pedo al mejor Lito, pero si leíste mucho Columba ya sabés que
incluso a media máquina, o supervisando el trabajo de una legión de simios
amaestrados, Lito no te deja a pata jamás. En las novelitas de 96 páginas, en
blanco y negro y con menos cuadros por página, vamos a ver brillar mucho más a
este insumergible narrador de aventuras.
Bueno, nada más por hoy. Ya tengo leído un librito más, y sigo
adelante para volver a postear pronto nuevas reseñas. Pásenla lindo y piensen
que faltan sólo seis meses para que se termine la pesadilla neoliberal.
2 comentarios:
Qué horrible la tapa de Martin Hel. Le pidieron al protagonista de Mala Pata que eligiera una tipografía y salió eso.
En las de perspectivas jugadas se notaba la mano de genio de Gómez , Gómez entintado por el maestro Fernández tenía un doble encantó ,obras como la torre de los milagros , cannon , b y Cooper ,himalaya ,muchos cap de Martín Hel y un montón de unitarios
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