Vengo leyendo poca historieta, porque por distintos motivos estoy
saliendo poco de mi casa y no tengo esos viajes en subte, tren o colectivo que
(si consigo asiento) generalmente uso para leer. Pero como siempre, algo hay.
Empiezo con una gema a la que le tenía mucha fe, pero que superó
ampliamente mis expectativas: el Vol.1 de Black Hammer, la serie de Jeff Lemire
y Dean Ormston que publica (con gran éxito y numerosos spin-offs) Dark Horse. Black
Hammer es un comic con disforia de género: Lemire nos presenta a un grupo de
personajes forjados en el molde de los superhéroes clásicos (hasta nos explica
en los textos del final en qué personaje de DC estaba pensando cuando creó a
cada uno) pero puestos a funcionar en otro género, un género que les resulta hostil,
o por lo menos incómodo.
Tras un combate contra un villano cósmico infinitamente poderoso (una
especie de Darkseid/ Galactus), estos héroes y heroínas reaparecen en una
granja, en algún lugar del Bible Belt de los EEUU. Algunos conservan sus
cuerpos originales, otros ven sus mentes trasladadas a cuerpos que no son los
suyos, ninguno puede salir de esa zona, a todos les cuesta adaptarse a una vida
normal, rural, apacible, sin más conflictos que los que emergen de sus propias
personalidades y de su interacción con la gente del pueblito vecino a la
granja. Lemire acierta al revelarnos con cuentagotas la información que
necesitamos acerca de estos personajes, los poderes que tienen, el combate que
terminó en este brutal cambio del status quo, el rol que cumplió en esa batalla
el héroe principal de este universo (Black Hammer, cuya ausencia en esta nueva
realidad es más que notoria)… Todos esos puntos dramáticos que tienen que ver
con el costado superheroico de la serie “sacan número” y esperan su turno
mientras el guionista explora lo que más parece interesarle, que son los
vínculos entre los personajes, sus inseguridades y lo mucho que les cuesta
adaptarse a la nueva situación. Y por detrás de todo esto avanza el subplot de
la hija de Black Hammer, que quiere llegar a la verdad y descubrir qué pasó con
su padre y sus compañeros de super-grupo.
Sin dudas es un comic raro, que juega con el conocimiento que tienen
el lector de los tropos del género supeheroico, pero además agrega varias capas
de profundidad y un montón de elementos pensados para descolocar al cancherito
que cree que ya ningún comic de tipos y minas con superpoderes lo puede
sorprender. Lo que está haciendo Lemire en Black Hammer es algo que –posta-
nunca hizo nadie y lo está haciendo asombrosamente bien.
Por supuesto, me pongo de pie para ovacionar al maestro Dean Ormston
por su labor al frente de la faz gráfica. Obvio, juega con seis anchos de
espada en el mazo porque lo colorea Dave Stewart, pero el trabajo del inglés es
realmente exquisito. Ormston no falla en los climas, en las referencias
visuales a los comics que Lemire quiere que recordemos cuando tira un
flashback, se mata en los fondos y resuelve todos los efectos de iluminación
con un claroscuro poderosísimo, expresivo y evocativo al mango. No tengo
comprado el Vol.2, pero ni bien lo vea a un precio razonable, le entro como el
agua al Titanic.
Después de este escarceo con la gloria, necesito una lectura más
tranqui, más livianita, y salto a Argentina para ver qué onda el Vol.14 de
Macanudo, con más de 250 tiras de las que publica Liniers en el diario La
Nación. El tomo arranca fuerte, con una seguidilla de tiras acerca de garcas
coimeros, testaferros de otros garcas coimeros, que hablan de cuentas offshore
y de ser felices dilapidando el dinero malhabido. No es una temática que
habitualmente aparezca en las tiras de Liniers, y la verdad que fue una muy
grata sorpresa. Después tenemos el tradicional desfile de personajes al que nos
acostumbró Macanudo, todos vehículos para que Liniers explore distintas facetas
del humor y del dibujo sin aburrirse.
De las ideas que no había visto en tomos anteriores, la que más me
gustó es Charlas Entre Chicos de Cinco Años, pero hay varias muy buenas y otras
(como siempre) muy raras. Un tema que aparece mucho en tiras muy distintas
entre sí es el de la relación entre la gente de hoy y el mundo de las redes
sociales, los celulares, las selfies y demás pelotudeces de la era digital. Liniers
es sumamente crítico de todo esto, y arroja sus dardos con sutileza y
elegancia, en parte porque sabe que su público es parte de la gran masa que
compró y abraza todas estas pelotudeces.
Y como siempre, por encima de la comicidad, o de la ternura, o de la
bizarreada que le pone Liniers a cada tira, emerge el tremendo placer que
genera ver a un tipo dibujando a este nivel, con esta amplitud de registro,
este manejo del color, de la línea, de las formas de las viñetas, del armado de
las secuencias. Debe ser muy frustrante ser historietista, publicar hace mil
años una tira en un diario y tener que ver todos los días lo que hace Liniers
en Macanudo…
Nada más, por hoy. Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en
el blog.
1 comentario:
Me encantó también ese primer vol de Black Hammer. Como sucede (casi) siempre, es mucho mejor la construcción del misterio que la "solución" cuando finalmente llega (ya nos comentarás que te pareció, si llegás hasta ahí). Pero el clima y el dibujo me parecen siempre fenomenales. Es cierto que,sin ser demasiado ambicioso, es una linda vuelta de tuerca al género.
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