Estoy con un montón de
cosas en la cabeza, dándole bastante poca bola al tema de leer y reseñar
comics. Pero algo tengo leído.
Hace unas semanitas, el
26/12/19, me sumergía en Sub Diego, la parte de San Diego sumergida en el
Pacífico de la mano (cuac) de Aquaman. Ahora voy por la continuación de eso, ya
sin Will Pfeifer, el guionista que orquestó la ambiciosa jugada de hundir la
mitad de la ciudad más austral de California. Este TPB (To Serve and Protect)
ofrece nada menos que nueve episodios, en los que otros tres guionistas indagan
en serio acerca de lo que pasó en el tomo anterior. Tanto se esfuerzan, que lo
hacen quedar a Pfeifer como el vendehumo que tiró la bomba y se fue, porque si
bien todos se basan en lo que hizo el guionista anterior, los nueve episodios
de este tomo son mucho mejores que los del anterior.
Arranca con dos numeritos
el maestro John Ostrander, que se hace cargo de modo impecable del hecho de que
San Diego está llena de bases militares. Lo acompaña el correcto Chris Batista,
pero por supuesto el punto fuerte son el argumento y los diálogos. Después
tenemos cinco episodios a cargo de quien quedará como guionista titular de esta
serie, el nunca bien ponderado John Arcudi. Arcudi es el que más se anima a
profundizar en el personaje de Aquaman y en su nueva sidekick, Lorena Márquez,
pero sin descuidar la aventura, la machaca y más consecuencias impredecibles
del hundimiento de media San Diego. En todas estas páginas tenemos una vez más
a Patrick Gleason, con muchas pilas, bien ido al carajo a la hora de dibujar
las peleas y la acción en general, con esos cogotes del grosor de un pilar de
los que sostienen autopistas y mujeres que le salen cada vez más lindas. El
Gleason de Aquaman está ahí, a un pasito de la consagración, que le llegará
cuando pase a la revista Green Lantern Corps. Y los dos últimos episodios son
los que más me gustaron. Mirá que soy muy fan de Arcudi y casi talibán de
Ostrander, pero mi arquito argumental favorito fue el último, a cargo de Marc
Guggenheim, mucho más identificado con Marvel que con DC, y no precisamente con
los mejores títulos de la Casa de las Ideas. Pero acá orquesta una intriga
policial espesa, en la que Aquaman tiene que resolver las cosas pensando, y con
la que logró ponerme bastante nervioso. Además tuvo ojete con el dibujante: le
tocó nada menos que el británico Andy Clarke, el del trazo elegante y la pasión
por los detalles.
Me divertí bastante con
este voluminoso broli de Aquaman, así que ni bien lo vea, me lanzaré sobre el
que me falta. El tomo siguiente compila los últimos arcos de Arcudi y Gleason
(antes de que les metan una patada en el orto porque llegaba el One Year Later
y la revista cambiaba radicalmente de dirección) y me acuerdo que cuando los
leí en revistitas me encantaron.
A grandes rasgos y
mediante duros cachetazos, la década del 2010 me volvió poco fan del género
autobiográfico, pero a veces se produce el milagro y aparece una obra de este
género que satisface mis expectativas. Es el caso de Rakas, el nuevo trabajo de
Paula Andrade, en el que nos invita a viajar con ella a la lejana Finlandia,
donde estuvo en 2016 y 2017, compartiendo una residencia para artistas. Rakas
no es una novela gráfica, ni un compilado de historias cortas, ni un diario de
viaje en el sentido literal del término. Es una mezcla entre todo eso, una
experiencia que alterna secuencias más narrativas con otras más descriptivas, y
otras decididamente introspectivas. Andrade cuenta y muestra desde un lugar
100% personal, como si el viaje fuera al interior de ella misma. Todo lo que
aparece en Rakas está pensado para que nosotros, los lectores, sintamos lo que
sintió ella al vivir esas anécdotas, al descubrir esos paisajes, esas personas,
esos climas, esos sabores, esa música.
Me enteré de un montón de
cosas que no sabía acerca de Finlandia, pero sobre todo me enteré de un montón
de cosas que no sabía acerca de Paula, a quien tenía como una mina tenaz,
valiente, decidida, siempre del lado correcto de los combates en los que la vi
pelear. Acá hay otra Paula, más reflexiva, más vulnerable, más madura, que se
anima a cuestionar sus propias motivaciones para viajar sola a chupar frío a la Loma del
Orto, pero también para encarar otros aspectos de su vida, entre ellos hacer
historietas.
El dibujo me gustó más que
lo visto en Cría Cuervos (reseña del 30/06/18), más fino, más prolijo y sobre
todo más versátil. Andrade va del hiper-realismo al dibujo
minimalista-bonito-chibi sin ninguna dificultad, la rompe cuando mete
ilustraciones por fuera de los mini-relatos que componen el libro, saca mucha
diferencia en la aplicación de grisados y tramas mecánicas, y hasta se da el
lujo de homenajear al gran Junji Ito en una página alucinante. Por supuesto que
Rakas me habría impactado más si fuera todo historieta, si toda la info, todas
las emociones y todas las sensaciones que transmite el libro estuviesen
envueltas en una narración lineal, con conflictos, desarrollo de personajes,
cierta intriga, etc.. Pero incluso sin entrar en esa lógica (sin siquiera
respetar la progresión temporal), me encontré con un libro cautivante por su
honestidad, su profundidad y su vertiente más de “manifiesto”. Sin hablar de la
gran calidad de la faz gráfica, que alcanza y sobra para que muchísima gente
compre y disfrute Rakas.
Nada más, por ahora. Ni
bien tenga leídos un par de libritos más, reaparezco por estos lares. Gracias y
hasta entonces.
No hay comentarios:
Publicar un comentario