Hoy me toca reseñar dos
tomos de historias cortas autoconclusivas, algo que en general me gusta
bastante.
Empiezo con el Vol.2 de
Bajo un cielo como unos pantis (el Vol.1 lo vimos el 02/04/18), un nuevo
recopilatorio de historias cortas de Shun Umezawa, de nuevo sin elementos
fantásticos, pero ahora con notables mejoras en el dibujo. Ya era excelente en
el Vol.1, pero ahora –posta- es mejor, como si Umezawa se hubiese enamorado aún
más de la línea de Katsuhiro Otomo y Satoshi Kon, pero sin pochoclear.
Las historias son muy
interesantes. La primera tiene que ver con una chica muy mentirosa que le
complica la vida a un pibe crédulo, en plena edad del pavo. La segunda es la
historia de un abuelo que se resiste hasta donde puede a que el futuro se lo
lleve puesto. La tercera es la más flojita, y además la más breve: un slice of
life donde Umezawa apenas llega a plantear una idea. La cuarta, ya mucho más
extensa, nos cuenta el kilombo en el que se mete un flaco que trabaja de
recolector de residuos tras meterle los cuernos a su novia con la esposa de uno
de sus compañeros. Esta es una historia de 66 páginas, en la que el autor tiene
espacio para desarrollar bien los conflictos, los personajes y la atmósfera, y
lo aprovecha para subir mucho el listón.
Y la última historia es la
más extensa (72 páginas) y además la mejor, casi una novela gráfica metida en
una antología de historias cortas. Umezawa inventa un recurso narrativo (en
este caso, el personaje de Rui) para meterse en la mente de un gordo pajero de
26 años, que diez años antes había abusado de una nenita y hoy es un pedófilo
reprimido, que sigue fantaseando con violar menores de edad, mientras subsiste
con un laburo de mierda, vive con su madre y colecciona todo tipo de mangas y
animés sobre sexo con colegialas. La deconstrucción que hace Umezawa del
personaje de Yoichi es fascinante, realmente una cátedra de cómo trabajar de
adentro hacia afuera a un protagonista de mierda, con el que ningún lector
debería sentirse identificado.
Lo mejor que tiene Bajo un
cielo como unos pantis es cómo Umezawa logra adornar con un vuelo poético muy
hermoso su visión pesimista, descarnada, desbordante de mala leche acerca de la
sociedad, el sistema capitalista, los vínculos laborales, los afectos, o ideas
tan queridas por los japoneses como el trabajo, el esfuerzo y el progreso. Muy
recomendable.
Y salto a Argentina, año
2019, cuando Rabdomantes publica Extraños Cuentos de Guerra, una antología a
todo color y finita, con dos historietas de 12 páginas y dos de 10. La primera
historieta (a cargo de Nicolás Ramírez y Javier Oliver) tiene 12 páginas y muy
poco para rescatar. Sin dudas lo más flojo del tomo (junto con las faltas de
ortografía en los textos del final, donde se resumen las biografías de los distintos
colaboradores). La segunda historia tiene 10 páginas y nos ofrece una versión
fantástica del éxodo de los Kilmes, los aborígenes que fueron expulsados de sus
tierras en el Noroeste (la zona de Tucumán) para terminar a orillas del Río de
la Plata, donde hoy está la localidad que lleva su nombre. Acá brilla con
fulgor incandescente el dibujo de Kundo Krunch, y el guión de Lucas Alarcón
está bien, pero se mete en un berenjenal cuando trata de que los personajes
españoles hablen en español. Así tenemos diálogos al estilo “Parad esto si
quiere a su hembra viva”, que obviamente están mal escritos.
La tercera historia tiene
12 páginas, está escrita por un yanki llamado Jason Aaron que no es el que
todos conocemos (e idolatramos) y tiene muy buenos dibujos de Francisco
Paronzini, capo del estilo académico-realista. Pasan demasiadas cosas en 12
páginas, y aún así la historia tiene buen ritmo, buenos diálogos (muy bien
traducidos al argentino) y un mínimo subtexto que va más allá de la acumulación
de peripecias. Y la última historia no la terminé de entender, se me hizo un
poco confusa la forma en que César Libardi cuenta el desenlace del relato de
Kanjani. El dibujo de Rodrigo Cardama, bastante bien, con un par de viñetas muy
logradas y un gran manejo del color.
No me pareció un libro
indispensable, pero nunca está de más disfrutar del talento de bestias como
Kundo o Pancho Paronzini, aunque sean 10 ó 12 páginas. Ah, y la portada de Tomás Aira (especialista a esta altura en historieta bélica) suma un montón.
Y hasta acá llegamos, por
hoy. Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, como siempre. Gracias por el
aguante.
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