el blog de reseñas de Andrés Accorsi

lunes, 13 de enero de 2020

LUNES DE HISTORIAS CORTAS

Hoy me toca reseñar dos tomos de historias cortas autoconclusivas, algo que en general me gusta bastante.
Empiezo con el Vol.2 de Bajo un cielo como unos pantis (el Vol.1 lo vimos el 02/04/18), un nuevo recopilatorio de historias cortas de Shun Umezawa, de nuevo sin elementos fantásticos, pero ahora con notables mejoras en el dibujo. Ya era excelente en el Vol.1, pero ahora –posta- es mejor, como si Umezawa se hubiese enamorado aún más de la línea de Katsuhiro Otomo y Satoshi Kon, pero sin pochoclear.
Las historias son muy interesantes. La primera tiene que ver con una chica muy mentirosa que le complica la vida a un pibe crédulo, en plena edad del pavo. La segunda es la historia de un abuelo que se resiste hasta donde puede a que el futuro se lo lleve puesto. La tercera es la más flojita, y además la más breve: un slice of life donde Umezawa apenas llega a plantear una idea. La cuarta, ya mucho más extensa, nos cuenta el kilombo en el que se mete un flaco que trabaja de recolector de residuos tras meterle los cuernos a su novia con la esposa de uno de sus compañeros. Esta es una historia de 66 páginas, en la que el autor tiene espacio para desarrollar bien los conflictos, los personajes y la atmósfera, y lo aprovecha para subir mucho el listón.
Y la última historia es la más extensa (72 páginas) y además la mejor, casi una novela gráfica metida en una antología de historias cortas. Umezawa inventa un recurso narrativo (en este caso, el personaje de Rui) para meterse en la mente de un gordo pajero de 26 años, que diez años antes había abusado de una nenita y hoy es un pedófilo reprimido, que sigue fantaseando con violar menores de edad, mientras subsiste con un laburo de mierda, vive con su madre y colecciona todo tipo de mangas y animés sobre sexo con colegialas. La deconstrucción que hace Umezawa del personaje de Yoichi es fascinante, realmente una cátedra de cómo trabajar de adentro hacia afuera a un protagonista de mierda, con el que ningún lector debería sentirse identificado.
Lo mejor que tiene Bajo un cielo como unos pantis es cómo Umezawa logra adornar con un vuelo poético muy hermoso su visión pesimista, descarnada, desbordante de mala leche acerca de la sociedad, el sistema capitalista, los vínculos laborales, los afectos, o ideas tan queridas por los japoneses como el trabajo, el esfuerzo y el progreso. Muy recomendable.
Y salto a Argentina, año 2019, cuando Rabdomantes publica Extraños Cuentos de Guerra, una antología a todo color y finita, con dos historietas de 12 páginas y dos de 10. La primera historieta (a cargo de Nicolás Ramírez y Javier Oliver) tiene 12 páginas y muy poco para rescatar. Sin dudas lo más flojo del tomo (junto con las faltas de ortografía en los textos del final, donde se resumen las biografías de los distintos colaboradores). La segunda historia tiene 10 páginas y nos ofrece una versión fantástica del éxodo de los Kilmes, los aborígenes que fueron expulsados de sus tierras en el Noroeste (la zona de Tucumán) para terminar a orillas del Río de la Plata, donde hoy está la localidad que lleva su nombre. Acá brilla con fulgor incandescente el dibujo de Kundo Krunch, y el guión de Lucas Alarcón está bien, pero se mete en un berenjenal cuando trata de que los personajes españoles hablen en español. Así tenemos diálogos al estilo “Parad esto si quiere a su hembra viva”, que obviamente están mal escritos.
La tercera historia tiene 12 páginas, está escrita por un yanki llamado Jason Aaron que no es el que todos conocemos (e idolatramos) y tiene muy buenos dibujos de Francisco Paronzini, capo del estilo académico-realista. Pasan demasiadas cosas en 12 páginas, y aún así la historia tiene buen ritmo, buenos diálogos (muy bien traducidos al argentino) y un mínimo subtexto que va más allá de la acumulación de peripecias. Y la última historia no la terminé de entender, se me hizo un poco confusa la forma en que César Libardi cuenta el desenlace del relato de Kanjani. El dibujo de Rodrigo Cardama, bastante bien, con un par de viñetas muy logradas y un gran manejo del color.
No me pareció un libro indispensable, pero nunca está de más disfrutar del talento de bestias como Kundo o Pancho Paronzini, aunque sean 10 ó 12 páginas. Ah, y la portada de Tomás Aira (especialista a esta altura en historieta bélica) suma un montón.

Y hasta acá llegamos, por hoy. Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, como siempre. Gracias por el aguante.

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