Llueve, hace frío y estoy
en mi casa, aburridísimo. Por suerte tengo un par de libritos para reseñar.
Predeciblemente, no me
aguanté demasiado antes de entrarle al segundo y último tomo de Blanco, del
maestro Jiro Taniguchi. Quería saber, necesitaba saber, si había una chance de
final feliz para la historia del perro ruso convertido en una máquina de matar.
No pretendía tampoco un final tipo Disney, donde todos cantaran y bailaran, pero
tenía mucho miedo de que Taniguchi me clavara una puñalada artera y me dejara
puteando. Finalmente se podría considerar un empate. Hay una carga de
sensiblería golpebajera importante, el clima desolador de “se pudre todo” se
conserva hasta el final, y Taniguchi logra filtrar un rayito de esperanza sin
tirar a la mierda el dramatismo ni el verosímil que fue construyendo a lo largo
de casi 600 páginas.
¿Es de los mejores guiones
del ídolo? No, no te quiero mentir. Es una aventura zarpada, muy realista, que
explora a fondo las consecuencias de todo lo que pasa y que explica en detalle
esas cosas que vemos en Blanco pero nunca vimos en el mundo real. Un gekiga
sólido, duro, sin facilismos, sin tomar por boludo al lector. Por ahí se pdría
haber simplificado, con menos personajes y menos explicaciones, pero dentro de
un esquema de aventura para jóvenes o adultos, así como está funciona muy bien.
Y además el guion (me enteré el otro día que no se acentúa más la “o” de
“guion”) le da a Taniguchi la posibilidad de lucirse, de maravillarnos con esa
ambientación geográfica imponente, de sublime majestad, como es el sudoeste de
Canadá y el noroeste de Estados Unidos. Pocas veces leí un manga que se nutra
tan bien, que aproveche tanto los escenarios naturales en los que se sitúa la
acción. Y por si faltara algo, la acción también está bárbara, repleta de
escenas de alto impacto, con momentos de una violencia estremecedora,
retratados con maestría por este inolvidable genio del Noveno Arte.
O sea que, sin ser una
obra maestra, si te acercás a Blanco por completismo, porque querés tener todo
lo que hizo Taniguchi, te vas a encontrar con una aventura clásica, potente,
emotiva, por momentos descarnada, que te va a hacer pasar un buen rato a puro
misterio, vértigo y machaca.
Nos vamos a EEUU, año
2014, cuando Kieron Gillen y Jamie McKelvie empiezan a publicar The Wicked +
The Divine, una serie que tuvo una excelente repercusión y muy buenas ventas. ¿Te
acordás cuando Neil Gaiman refritó varias ideas de la saga Brief Lives y les
pegó una vuelta de tuerca muy copada para volver a usarlas en la novela
American Gods? Bueno, Gillen vuelve a esas mismas ideas y les pega OTRA vuelta
de tuerca copada. Sí, otras vez dioses poderosísimos de distintos panteones
mezclados entre los humanos en un contexto urbano y actual. Pero esta vez,
Gillen le agrega todo un discurso acerca de la cultura de la celebridad, la
fama efímera y –lógicamente- vincula esto a la música que consumen los
adolescentes, esa industria caníbal en la que todos los días se inventan ídolos
pensados para romper todo durante dos años y después desaparecer más rápido que
la guita que el Banco Nación le prestó a Vicentín.
The Wicked + The Divine es
una historia de poder, de fe, con mucha acción, un cierto tinte fatalista
(típico de Sandman) y mucha rosca sobre el tema de la identidad, que por
supuesto incluye la exploración de identidades sexuales no tradicionales. El
personaje central (Laura) está muy bien trabajado, los diálogos son excelentes
(y muy groseros) y –a diferencia de Gaiman- Gillen quiere que la presencia
entre nosotros de estos seres hiper-poderosos garantice el constante estallido
de escenas de acción y violencia bien al límite. La explicación de todos estos
elementos fantásticos está bien lograda, desde el momento en que jamás te
aburre. Ahí también, el guión combina sabiamente buenas ideas, sutileza e
impacto.
El dibujo de McKelvie me
gustó mucho, lo sentí muy idóneo para el tipo de historia que nos quiere
contar. Se trata de un dibujante muy influenciado por Kevin Maguire en los
enfoques, en la composición de la página y hasta en el trazo en sí, aunque
claro, McKelvie no llega a los extremos a los que llega Maguire a la hora de
ponerle onda a las expresiones faciales. Es como un Maguire al que el editor le
dijo “buenísimo todo, pero bajame un cambio con las muecas”. Aclaro por las
dudas que me gusta más Maguire que McKelvie, pero acá veo a un muy buen
dibujante, que además deja la vida en los fondos, en el diseño de los personajes
y en un montón de detalles que tienen que ver con indumentaria, peinados y
hasta con maquillaje y bijouterie, que tanto aportan a la imagen de las
estrellas del rock y el pop para adolescentes.
Nada, leí la puntita del
iceberg. Seis episodios de una serie que ya pasó el nº 50. Pero me enganchó
bastante. Cuando vea a buen precio los tomos que siguen, no voy a dudar en
entrarles. Bien por Gillen, bien por McKelvie y bien por Image, apostando por
un título de esos que hasta 2012 sólo podrían haber aparecido en Vertigo.
Nada más por hoy. Mañana
seguro voy a avanzar con nuevas lecturas para que arranquemos el segundo
semestre con más reseñas acá en el blog.
4 comentarios:
hola andres el manga BLANCO tiene un cierre porque tenia entendido que fue una serie de mas tomos que fue cancelada en españa? lo pregunto porque hablas sobre el final
La verdad que el final parece un final. No me dio la sensación de que falten episodios...
Aca otro fana de Taniguchi. Siento que la traducción no está a la altura de este manga (Blanca en realidad) y que bueno..el guión no es de lo mejor. Pero sin lugar a dudas pase un buen momento leyendolo, grandes dibujos y la magia siempre instacta de Taniguchi.
Muy entretenido Blanco.
Por lo que ví, tuvo una continuación que se hizo varios años después. Dos tomos más. Pero solamente los encontré editados en Francia, o en Italia en un solo tomo doble de quinientas y pico de páginas. Y aparentemente inconseguibles...
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