el blog de reseñas de Andrés Accorsi

jueves, 23 de julio de 2020

RONIN

Había leído Ronin una sola vez, hace más de 30 años, en revistitas y de prestado. Nunca me la había comprado. Eso sucedió recién a fines de 2017, y recién ahora me senté a leerlo, por primera vez en libro.
Me quedé con la sensación de haber leído un comic bueno, pero a la vez más raro que bueno. Lo que más me gustó es que es una obra genuina, 100% idiosincrática. Es Frank Miller prendido fuego, entregado con vehemencia al placer de hacer lo que se le cantaran las pelotas. No está buscando agradar a nadie, ni convencernos de nada. Hay una ínfima bajada de línea sociopolítica, pero no es lo importante. Lo importante es lo feliz que fue este pibe de (por entonces) 26 años tirando todas las restricciones a la mierda para despacharse con casi 300 páginas de un delirio absolutamente personal e irrepetible.
Esto originalmente se publicó como miniserie de seis episodios, entre 1983 y 1984, una época en que las miniseries no eran novelas gráficas en fetas, sino miniseries. O sea que al principio de cada episodio te tenés que fumar un mini-repaso por lo que pasó en los capítulos anteriores (y que vos, con el libro en la mano, acabás de leer) que estaba ahí por si alguien se enganchaba en el nº 2, 3, o el que fuera. Eso es un clavo, pero por suerte Miller lo pilotea con decoro. Casi siempre encuentra la vuelta, el yeite narrativo para que no que le quieras gritar “¡dale, boludo, ya entendí lo que pasó en el capítulo anterior!”. Excepto el primer y el último capítulo, todo el resto de la miniserie tiene un mismo problema: el desequilibrio grotesco entre las escenas de desarrollo argumental y de personajes y las escenas en las que sólo hay machaca. Entre el nº2 y el 5 tenemos cuatro episodios que explotan de la violencia más sangrienta que recuerdo haber visto en un comic de DC pre-1983. Hay páginas en las que la sangre salpica al lector, en viñetas realmente estremecedoras, donde Miller te hace sentir el vértigo de los combates como pocas veces se había sentido en un medio donde el movimiento se lo tiene que imaginar el lector.
Es que, claro, esta es la obra que va entre Daredevil y el Dark Knight, es decir, la primera del Miller ya consagrado, del Miller que ya no labura por el pancho y la coca, o por ganarse un lugar, sino que ya tiene la chapa necesaria como para que DC le deje hacer cualquier cosa, en un formato que por ahí no tuvo el impacto que tuvo el Prestige, pero que en aquel entonces tampoco existía. Acá tenemos un héroe que descuartiza gente sin el menor reparo, escenas de sexo (no creas que se ve algo), torturas, mutilaciones y antropofagia. Y un argumento que daba para… 120-140 páginas, contado en casi 300. Era la época en que DC remaba MUY de atrás, Marvel la había dejado MUY lejos y la desesperación por recuperar terreno generaba estas cosas: traer a un pibe que la había roto toda en Marvel y darle lo que Jim Shooter no le iba a dar jamás. Libertad total para hacer cualquiera.
Los diálogos están muy buenos, la decisión de que el protagonista sea un personaje sin profundidad es totalmente intencional, y cuando Miller se manda a darle sustancia y tridimensionalidad a los villanos y a la heroína/ interés romántico del héroe aparecen momentos muy logrados, que anticipan cosas que vamos a ver más tarde en Dark Knight, Give Me Liberty, Sin City y hasta en el guión de la película Robocop 2. Pero la gloria está en los dibujos. En sus años como dibujante de Daredevil, Miller respetaba la estética clásica de Marvel y le metía su impronta sobre todo en la iluminación, más extrema, y en la narrativa, donde incorporaba los truquitos que había aprendido de tanto leer a Will Eisner y a Bernie Krigstein. Pero el pibe era inquieto, y mientras hacía eso leía otras cosas, básicamente manga y comic europeo. Y en Ronin vuelca sobre la página todas esas lecturas. Acá hay Goseki Kojima en cantidades grotescas, mezclado con toda la onda de la historieta europea para adultos de los ´70: Moebius, Enki Bilal (el Bilal de los ´70, que laburaba en blanco y negro), Philippe Druillet, Grzegorz Rosinski, Nicole Claveloux y hasta cositas de Jacques Tardi, no tanto en la superficie del dibujo, ni en la composición de las viñetas, pero sí en las expresiones de algunos personajes.
Imaginate un comic de DC de 1983 donde el color parezca de la Metal Hurlant, los dibujos mezclen manga con comic francés y la narrativa tenga (además de los trucos de Eisner y Krigstein) el ritmo de un manga de samurais, secuencias mudas recontra-grandilocuentes y páginas de 16 viñetas llenas de diálogo. No existe, es una marcianada total. Pero Miller se salió con la suya y metió en estas páginas todo lo que quería meter. Hasta una splash-page cuádruple, que es otra cosa que en 1984 no existía. En el último capítulo se le nota un poquito el cansancio y el listón baja, pero no demasiado.
Y bueno, para buscar el super-guión hay que esperar hasta que salga el Dark Knight. Pero si querés leer un comic de acción al palo, violencia fuera de control y unos dibujos donde se encuentran la tradición yanki con la japonesa y viene la vanguardia francesa a empomárselas a ambas, con esto vas a enloquecer.
Gracias por estar ahí y será hasta muy pronto.


2 comentarios:

Milo Garret dijo...

che, qué bueno, ubico es un recontra clásico pero nunca la leí, ahora me diste ganas... gracias por tanto, Andrés..
abrazo

outsider dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.