Había leído Ronin una sola
vez, hace más de 30 años, en revistitas y de prestado. Nunca me la había
comprado. Eso sucedió recién a fines de 2017, y recién ahora me senté a leerlo,
por primera vez en libro.
Me quedé con la sensación
de haber leído un comic bueno, pero a la vez más raro que bueno. Lo que más me
gustó es que es una obra genuina, 100% idiosincrática. Es Frank Miller prendido
fuego, entregado con vehemencia al placer de hacer lo que se le cantaran las
pelotas. No está buscando agradar a nadie, ni convencernos de nada. Hay una
ínfima bajada de línea sociopolítica, pero no es lo importante. Lo importante
es lo feliz que fue este pibe de (por entonces) 26 años tirando todas las
restricciones a la mierda para despacharse con casi 300 páginas de un delirio
absolutamente personal e irrepetible.
Esto originalmente se
publicó como miniserie de seis episodios, entre 1983 y 1984, una época en que
las miniseries no eran novelas gráficas en fetas, sino miniseries. O sea que al
principio de cada episodio te tenés que fumar un mini-repaso por lo que pasó en
los capítulos anteriores (y que vos, con el libro en la mano, acabás de leer)
que estaba ahí por si alguien se enganchaba en el nº 2, 3, o el que fuera. Eso
es un clavo, pero por suerte Miller lo pilotea con decoro. Casi siempre
encuentra la vuelta, el yeite narrativo para que no que le quieras gritar
“¡dale, boludo, ya entendí lo que pasó en el capítulo anterior!”. Excepto el
primer y el último capítulo, todo el resto de la miniserie tiene un mismo problema:
el desequilibrio grotesco entre las escenas de desarrollo argumental y de
personajes y las escenas en las que sólo hay machaca. Entre el nº2 y el 5
tenemos cuatro episodios que explotan de la violencia más sangrienta que
recuerdo haber visto en un comic de DC pre-1983. Hay páginas en las que la
sangre salpica al lector, en viñetas realmente estremecedoras, donde Miller te
hace sentir el vértigo de los combates como pocas veces se había sentido en un
medio donde el movimiento se lo tiene que imaginar el lector.
Es que, claro, esta es la
obra que va entre Daredevil y el Dark Knight, es decir, la primera del Miller
ya consagrado, del Miller que ya no labura por el pancho y la coca, o por
ganarse un lugar, sino que ya tiene la chapa necesaria como para que DC le deje
hacer cualquier cosa, en un formato que por ahí no tuvo el impacto que tuvo el
Prestige, pero que en aquel entonces tampoco existía. Acá tenemos un héroe que
descuartiza gente sin el menor reparo, escenas de sexo (no creas que se ve
algo), torturas, mutilaciones y antropofagia. Y un argumento que daba para…
120-140 páginas, contado en casi 300. Era la época en que DC remaba MUY de
atrás, Marvel la había dejado MUY lejos y la desesperación por recuperar
terreno generaba estas cosas: traer a un pibe que la había roto toda en Marvel
y darle lo que Jim Shooter no le iba a dar jamás. Libertad total para hacer
cualquiera.
Los diálogos están muy
buenos, la decisión de que el protagonista sea un personaje sin profundidad es
totalmente intencional, y cuando Miller se manda a darle sustancia y
tridimensionalidad a los villanos y a la heroína/ interés romántico del héroe
aparecen momentos muy logrados, que anticipan cosas que vamos a ver más tarde
en Dark Knight, Give Me Liberty, Sin City y hasta en el guión de la película
Robocop 2. Pero la gloria está en los dibujos. En sus años como dibujante de
Daredevil, Miller respetaba la estética clásica de Marvel y le metía su
impronta sobre todo en la iluminación, más extrema, y en la narrativa, donde
incorporaba los truquitos que había aprendido de tanto leer a Will Eisner y a
Bernie Krigstein. Pero el pibe era inquieto, y mientras hacía eso leía otras
cosas, básicamente manga y comic europeo. Y en Ronin vuelca sobre la página
todas esas lecturas. Acá hay Goseki Kojima en cantidades grotescas, mezclado
con toda la onda de la historieta europea para adultos de los ´70: Moebius,
Enki Bilal (el Bilal de los ´70, que laburaba en blanco y negro), Philippe
Druillet, Grzegorz Rosinski, Nicole Claveloux y hasta cositas de Jacques Tardi,
no tanto en la superficie del dibujo, ni en la composición de las viñetas, pero
sí en las expresiones de algunos personajes.
Imaginate un comic de DC
de 1983 donde el color parezca de la Metal Hurlant, los dibujos mezclen manga
con comic francés y la narrativa tenga (además de los trucos de Eisner y
Krigstein) el ritmo de un manga de samurais, secuencias mudas
recontra-grandilocuentes y páginas de 16 viñetas llenas de diálogo. No existe,
es una marcianada total. Pero Miller se salió con la suya y metió en estas
páginas todo lo que quería meter. Hasta una splash-page cuádruple, que es otra
cosa que en 1984 no existía. En el último capítulo se le nota un poquito el
cansancio y el listón baja, pero no demasiado.
Y bueno, para buscar el
super-guión hay que esperar hasta que salga el Dark Knight. Pero si querés leer
un comic de acción al palo, violencia fuera de control y unos dibujos donde se
encuentran la tradición yanki con la japonesa y viene la vanguardia francesa a empomárselas
a ambas, con esto vas a enloquecer.
Gracias por estar ahí y
será hasta muy pronto.
2 comentarios:
che, qué bueno, ubico es un recontra clásico pero nunca la leí, ahora me diste ganas... gracias por tanto, Andrés..
abrazo
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