martes, 4 de abril de 2023
MARTES FRESQUITO
Ya con clima bien otoñal, más cerca del sweater que de las bermudas y las ojotas, me siento a reseñar un par de libritos que leí en los últimos días.
Vamos a Colombia, a la ciudad de Medellín, donde transcurre Parque del Poblado, una historieta realizada en 2011 por Joni B., uno de los grandes referentes del comic colombiano de este siglo. Claramente el atractivo principal del libro (editado por los españoles de Spaceman en innecesaria tapa dura) es el dibujo. Un dibujo en el que conviven Jaime Hernández, Frederik Peeters, Jaime Martín, José Muñoz y Carol Swain en una fiesta del claroscuro cautivante y vital. Los personajes cobran vida, los lugares se hacen asombrosamente reales y la gráfica te seduce al punto de hacerte olvidar que Joni dibuja pocos fondos. La narrativa está perfectamente ajustada a algo que enseguida vamos a señalar cuando hablemos del guion: Parque del Poblado parece una obra de teatro. Está pensada para hacer foco en momentos y en diálogos, no en la acción ni en el movimiento. Cuando los personajes se empiezan a desplazar por este barrio/ cuadra lleno de bares, autos, pibes y pibas que escabian, fuman y coquetean, el relato se vuelve un poco caótico, como ese tipo de lugares a las 2 AM. Amigos que se tienen que encontrar y se pierden, minitas a las que venís siguiendo y desaparecen, borracheras, discusiones pelotudas, ruido de música y chamuyos varios... Joni B. recrea esa atmósfera en la historieta y logra que uno se vea inmerso en ella.
El tema es que el conflicto no está enfatizado. O mejor dicho, no hay un conflicto que esté lo suficientemente enfatizado como para identificarlo claramente como el hilo conductor de una trama. Por eso esta es ínfima, etérea, y entiendo a quien me diga "me cagaron, son 50 páginas en las que no pasa nada". Desde el punto de vista de una estructura dramática, eso es bastante cierto. Como en todo relato del subgénero "Jóvenes a la Deriva", acá tenemos un grupito de protagonistas de veintipico que conversan, fuman, chupan, transan... hay diálogos muy graciosos, otros a los que la incorporación de palabras y conjugaciones de España deformaron al punto de perder toda su gracia, pero nada parece ir en una progresión de principio/ desarrollo/ desenlace. Lo cual no significa que el autor no tenga nada para decir. A través de Rafa, Viviana, Alex y el resto de la pandilla, Joni B. habla de su generación, de lo raro que se siente tener veintipico y no ser ni pendejos ni adultos, de por qué no tiene sentido hacer grandes planes para el futuro, de cómo va quedando cada vez menos de los sueños y anhelos que cobijaron en la adolescencia, de cómo el escabio y el sexo pueden (o no) tapar esos agujeros existenciales en la vida y anestesiar algún que otro dolor. No es poco, a menos que hayas comprado el libro a la espera de una aventura en la que todo pase por una confrontación entre buenos y malos.
Y sí, se podría haber contado esto mismo en 36 páginas en vez de 50. Pero como el dibujo es buenísimo y los personajes se hacen querer al toque, uno no siente que le están estirando al pedo la "trama". Como nunca vi (ni creo que vea nunca) un Gran Hermano de Colombia, Parque del Poblado me vino bien para saber qué piensan y cómo se comportan los pibes y pibas de ese país que están básicamente al pedo, matando el tiempo con no-historias no-épicas con las que no resulta para nada difícil identificarse desde Argentina, un poco más de 10 años después.
Me voy a Estados Unidos, año 2016, cuando se juntan dos monstruos: Warren Ellis y Phil Hester. Como saben quienes siguen hace tiempo este blog, yo soy fan a muerte de Hester y banco a full las obras en las que él mismo se escribe los guiones, algo que no suele suceder cuando trabaja para las editoriales grandes. Y bueno, en AfterShock tampoco sucedió, pero esta vez le pusieron un guionista del mega-carajo. Shipwreck es una historia sumamente atípica, basada sobre todo en climas desoladores, en un EEUU fantasmagórico y tremendo por el que vaga un protagonista que no entiende una chota acerca de este mundo y sus habitantes. La idea es que el lector tampoco entienda una chota, hasta que poco a poco, a un ritmo muy pachorro, Ellis empieza a explicar qué es este lugar y cómo cayó ahí el Dr. Jonathan Shipwright.
A lo largo de seis episodios, Shipwreck adopta distintas formas: es una road movie, es un policial, es una de ciencia ficción, es una de terror y es una de fantasía oscura y sobrenatural al estilo del Vertigo de los ´90. Para hacerla más exasperante, Ellis cruza a Shipwright con personajes que a) la tienen infinitamente más clara que él, y b) le tiran extensos soliloquios repletos de frases alucinantes, cargadas de filosofía, que lo interpelan, lo descolocan y le retuercen el alma. Recién sobre el final, el protagonista queda cara a cara con una especie de antagonista y ahí sí, hay que resolver a todo o nada, con lo que hay, con lo que quedó después de tanto naufragio tanto externo como interno. Es un guionazo, muy perturbador, muy rico en matices, en silencios, en elementos que van por afuera de la aventura pero la enriquecen muchísimo. Gran laburo de Warren Ellis que -probablemente por las altas dosis de sangre y mutilaciones- no encontró lugar en las editoriales más grandes.
Y cuanto más retorcido y jodido es el guion, más a gusto se siente Hester a la hora de dibujar. Esta vez, el ídolo se encarga solo de los lápices, y tiene un excelente entintador (Eric Gapstur) y un excelente colorista (Mark Englert) que lo entienden a la perfección y lo potencian de un modo esplendoroso. Yo amo a Hester en blanco y negro, pero la magia que tira Englert en estas páginas, lo bien que acompaña no solo el trazo de Hester sino también los climas extraños que conjura el guion, es realmente una gloria. Acá vemos a Hester probar cosas nuevas todo el tiempo, jugar con el espacio negativo, inventar efectos gráficos y narrativos jamás vistos, ponerle dinamismo a las escenas en las que solo hay gente hablando en el medio de la nada, transmitir todo tipo de sensaciones (casi todas incómodas) en las muchas secuencias mudas... Si te faltaba algo para ascender a Phil Hester al Olimpo de los grandes narradores del Noveno Arte, en Shipwreck sin dudas lo vas a encontrar.
Recomiendo mucho esta historieta a los fans de los relatos oscuros, intrincados, donde la procesión va por dentro y la aventura no es otra cosa que el punto límite en el que los replanteos internos se tienen que convertir sí o sí en acción, para bien o para mal, porque lo que hay no se sostiene. Jugate por este mundo crepuscular, atroz y por momentos absurdo, y recorrelo junto a Ellis y Hester. Vale mucho la pena... y hay mucha pena de por medio, porque Shipwright sufre como pocos y los autores nos lo hacen sentir en carne propia.
Nada más, por hoy. Gracias totales y nos reencontramos acá en el blog ni bien tenga más libros leídos para reseñar.
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