el blog de reseñas de Andrés Accorsi

lunes, 20 de enero de 2025

LECTURAS DE LUNES

Entre compromisos laborales y sociales y las muchísimas horas en las que los hijos de mil putas de EDESUR me cortaron la luz, vengo de varios días en los que pude leer poco y nada. Pero bueno, algo hay, como para que no falten reseñas en este espacio... Recordando al Señor Breccia tiene el título más pedorro y menos imaginativo que yo recuerde en muchos, muchos años, pero por lo menos en la contratapa tiene la honestidad de batirte la posta: es un libro para completistas. Acá no están las mega-papongas de Alberto Breccia, con las que detonó el multiverso en su etapa de madurez. En cambio, tenemos nueve relatos breves, de los que el Viejo publicó en las revistas de Record, para después colocarlas en Italia sin más pretensiones que las de facturar unos mangos. La única historieta realmente experimental y críptica es la última, Desfile Nocturno, un pseudo-guion de Carlos Trillo que le da al Viejo la posibilidad de irse al carajo y más allá con una apuesta gráfica inclasificable, más cercana a lo que había hecho cuando (también junto con Trillo) produjo esas adaptaciones locas de cuentos clásicos que vimos el 22/05/14. El resto es mucho más convencional, lo cual no es garantía de nada. El libro abre con tres historias escritas cortas escritas por Guillermo Saccomanno. La primera es un embole, lastrada por una extensión exagerada (podría resolverse en la mitad de las páginas), y sin siquiera un giro interesante en el final. La segunda es un poco más ganchera, y está mejor dibujada, aunque de nuevo, al final se desinfla un poco. Y la tercera, la más corta del libro, remata una buena idea en apenas cinco páginas, y logra que la tensión no decaiga y que el texto no opaque al dibujo. Después tenemos tres historias escritas por Eugenio Mandrini, con distinta suerte. La primera es larga al pedo, tendría más sentido con menos páginas. La segunda es excelente, probablemente la mejor del libro, con un desarrollo impredecible, un impacto fuerte en el final y un Breccia que deja la vida en cada viñeta. Gema posta. Y la tercera maneja bien la tensión, pero cuando se resuelve el misterio decís "nah, ¿en serio? ¿14 páginas para este final tan choto?". En el tramo final hay una historia escrita por Alberto Ongaro con unos dibujos gloriosos, pero que no me enganchó. Una con guion de Ítalo Fasán que es... ¿cómo decirlo? Una bazofia, una historieta totalmente olvidable que solo se rescató del oprobio porque está firmada por Breccia (aunque dibujada en un nivel MUY inferior al del resto de las historietas del libro). Y bueno, al final levanta la faz gráfica con esa escrita por Trillo que había salido en el nº100 de Skorpio. Recordando al Señor Breccia es un pochoclito lindo, para los fans de la faceta menos ambiciosa del maestro de los maestros. No llega a los niveles de pochoclo de Nadie (ver reseña del 30/01/21) pero son historietas de género, misterios o dramas con estructuras bastante clásicas, a las que el Viejo les agrega esos climas ominosos y sombríos con su trazo y sus manchas. Tanto Saccomanno como Mandrini se esfuerzan porque la prosa sea tan sugestiva y tan original como el dibujo de Breccia, y cuando lo logran, los resultados son muy disfrutables. Cuando no, no importa, porque dibuja Breccia.
Vuelvo a Italia, de la mano de Roberto Dal Prá y Rodolfo Torti, para reencontrarme con Jan Karta, este investigador alemán medio pecho frío, pero con valores éticos sumamente loables. Una vez más, 001 Ediciones combina en un mismo libro dos aventuras, esta vez casi sin errores en los textos, lo cual se agradece. La primera aventura, ambientada en Roma en 1934 (pleno auge del fascismo) es brillante. De alguna manera indescifrable (pero magistral) Dal Prá se las ingenia para desarrollar muchísimo a los personajes secundarios, al punto de convertirlos subrepticiamente en protagonistas. Tanto la condesa Eleonora Rossi como Marta se ponen al hombro la narración, y uno siente que las conoce y las entiende incluso más que a Jan Karta. La operación que ensaya Dal Prá es tan genial, que ni siquiera hace falta que estas mujeres adopten roles heroicos para que uno las admire y quiera saber cómo siguen sus historias. Todo el tiempo se conserva un velo de ambigüedad, la sospecha de que cualquiera puede estar mintiendo, de que el complot que intenta desenmascarar Jan puede incluir a cualquiera de los que parecen ser sus aliados. Como en el tomo anterior, la situación sociopolítica le agrega una capa más de peligro a los bolonkis en los que Jan va a meter la nariz, y aún más que en el tomo anterior hay páginas con una cantidad desmesurada de viñetas, todas repletas de texto y de información visual. Si hay algo para criticarle a esta historieta es eso: Dal Prá y Torti plantearon en 52 páginas un relato que necesitaba -por lo menos- 10 ó 12 páginas más, para no quedar tan apretujado. El segundo caso nos lleva a París, al año 1935, donde la situación política es espesa, pero no tanto como en Italia. Esta vez la trama me resultó un poco menos interesante, y hasta me atrevo a postular que si Hugo Pratt la tomaba para un relato de Corto Maltés, la liquidaba en 22 páginas. Lo que me pareció fascinante de esta aventura es que, al estar ambientada en Francia, Torti cambia su estilo gráfico para hacerlo mucho más francés. Los personajes secundarios adquieren rasgos que nos remiten a los grandes maestros del comic franco-belga: Hergé, Edgar-Pierre Jacobs, Fernand Dineur... y asombrosamente, conviven sin ningún problema con el trazo habitual de Torti, en el que veíamos cositas de Carlos Giménez, Dave Gibbons, Giancarlo Alessandrini, Jacques Tardi, Moebius y Magnus, entre otros. Me parece que lo único choto que tiene Torti es que no elige bien en qué momento poner los fondos y cuándo omitirlos. Así le quedan páginas cargadísimas de líneas e información visual que no aporta demasiado, y otras páginas muy peladas, en las que vendrían bien los fondos en aunque sea un par de viñetas. Hay páginas bellísimas, en las que blancos, negros y hasta globos de texto están perfectamente equilibrados, pero también momentos demasiado barrocos, en los que la expresividad de los personajes (que ya de por sí no es demasiada) se pierde entre un montón de elementos más. A veces, para enfatizar lo más importante (las emociones de los personajes, la acción) hay que despojarse de lo accesorio, y a Torti eso le cuesta más que a San Lorenzo meter un gol. Me queda entre los pendientes un tomo más de Jan Karta, el del arriesgadísimo regreso a su Berlín natal, que prometo leer pronto. Nada más, por hoy. Nos reencontramos a la brevedad con nuevas reseñas, acá en el blog.

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