miércoles, 8 de enero de 2025
LECTURAS DE MIÉRCOLES
Sigue la cuenta regresiva hacia el post nº3000, que va a ser muy especial y que está muy cerca, porque este es el 2998.
Empezamos en España, año 1982, cuando se publica el Metal Extra nº1, Especial Hollywood (vimos el Especial Rock el 18/06/15). Lo primero que tengo para decir es "la puta que los parió, qué chotos los guiones". Diría que resulta increíble que esta antología fuera dirigida por un guionista, pero después me acuerdo que Jean-Pierre Dionnet es un guionista bastante mediocre, y se me pasa. Seguramente será mejor recordado como director editorial que como guionista.
En este especial tenemos 16 historietas que juegan con la temática de Hollywood, sus excentricidades, sus injusticias, el lado B de su deslumbrante mitología y demás. En principio, es una buena consigna, que puede dar para muy buenas y muy variadas historias. No es lo que sucedió. Los guiones son -en general- chatos, repiten recursos, machacan siempre sobre lo mismo... Hay más creatividad y vuelo en los artículos (algunos traducidos del francés y otros generados en España) que en las historietas. La que más gustó fue la de Kebra (de Tramber y Jano), porque uno ya sabe qué puede esperar del personaje: kilombo, guarradas y descontrol en aventuras de mucho dinamismo y poca profundidad. Eso es exactamente lo que me encontré, y lo re disfruté. La de Philippe Paringaux y Jacques Loustal tiene buenas intenciones y hasta una búsqueda por contar de manera más o menos original una historia muy trillada y muy predecible. Pero es solo una búsqueda. El dibujo es fenomenal, y el guion es eso: trillado y predecible. Y la otra que me parece que merece ser salvada del oprobio es la de Philippe Setbon y el talentoso dibujante Buffin, que a principios de los ´80 pintaba para mega-estrella pero terminó volcado al comic erótico, donde ganó mucha guita pero rifó el prestigio. Son apenas siete páginas donde no solo el dibujo es espectacular, sino que el guion crea un clima interesante y lo remata con un final satisfactorio y sorprendente.
Y después, tenemos a dibujantes de enorme jerarquía presos de guiones intrascendentes, o definitivamente malos: Luc Cornillon, Arno, Yves Chaland, Paul Gillon, el maestro italiano Bonvi, Alain Voss, René Petillon, Dominique Hé... Cualquier antología que reúna trabajos de todos esos monstruos resulta irresistible... hasta que leés los guiones. Menos mal que lo pagué barato y que están esas tres historietas a las que rescaté en el párrafo anterior. Si no, era para tirarlo a la mierda. Con mucho dolor, porque uno es fan posta de todos esos autores. Pero es así: a veces hasta un ídolo supremo como Chaland (ver la nota que le dedicamos con Gonza Ruiz en la nueva Comiqueando Digital) te deja de garpe.
De los muchos especiales de Métal Hurlant que se publicaron en Francia en los ´80, en España se replicaron solo dos, y ya tengo ambos. Este, el de Hollywood, lo recomiendo solo a los completistas que no pueden vivir sin esa aventura de Kebra de ocho páginas que no está recopilada en álbum, o a los que quieren tener TODO lo que dibujó Chaland, o Loustal, o Arno, o quien sea.
Nos vamos a 2021, cuando Knockabout y Top Shelf recopilan en libro The Tempest, el cierre de la inolvidable saga de The League of Extraordinary Gentlemen, creada por el legendario Alan Moore y el inmortal Kevin O´Neill. Que además marca el fin de las carreras de ambos próceres del Noveno Arte, porque O´Neill falleció un par de años después de terminar The Tempest y Moore no volvió a escribir historietas.
The Tempest es un comic bastante complejo de leer y de analizar. Primero, porque tiene como tres tramas que avanzan juntas, a un nivel de importancia similar. La de los superhéroes (un nuevo tributo del Mago de Northampton a la Silver Age, sobre todo de DC), la de los espías (de nuevo con James Bond en el rol del villano) y la de Prospero, el personaje creado por William Shakespeare para la obra teatral llamada -adivinaste- The Tempest. En el medio, Moore y O´Neill recuentan muchas cosas que ya habían contado en el Black Dossier, y se pasan en limpio otras que se habían contado, o por lo menos insinuado, en la trilogía de Nemo. Y por si esto fuera poco, todo está encarado desde un plano metacomiquero, es decir, plagado de referencias a que esto es un comic, y a un montón de otros comics. El estilo de O´Neill, la puesta en página, incluso la paleta de colores de Ben Dimagmaliw y el rotulado de Todd Klein, cambian mil veces a lo largo de la obra, para subrayar que estamos jugando al pastiche de la 2000 A.D. de los ´70, de los comics británicos de aventuras de los ´50, de los comics humorísticos o infanto-juveniles, del mainstream de DC (o de Marvel), o hasta de las series de TV con marionetas que producían en el Reino Unido los geniales Gerry y Sylvia Anderson.
Shakespeare, Jules Verne, Ian Fleming, Michael Moorcock y H.G. Wells conviven en estas páginas con autores de historietas de todo el Siglo XX, desde pioneros como Winsor McKay, hasta innovadores como Will Eisner, los autores de la E.C. Comics, o el inclasificable Fletcher Hanks. Todo el tiempo hay una tensión entre el amor al comic y la erudición comiquera de los autores y el asco y la rabia que le provoca a Moore la industria del Noveno Arte, el maltrato y la estafa sistemática a los artistas por parte de las editoriales. The Tempest, además de funcionar como cierre para 20 años de aventuras de TLOEG, funciona como reflexión sobre el comic y su importancia en la construcción del universo ficcional del Siglo XX y principios del XXI, una construcción colectiva, compleja, no exenta de contradicciones.
Y también hay mucho desarrollo de personajes (sobre todo de Mina Harker, Emma Night y Orlando), diálogos geniales y una generosa, frondosa proliferación de ideas de esas que el Mago tira a la marchanta en una viñeta y cualquier otro guionista estiraría a lo largo de 50 entregas de una serie regular. El final no tiene la fuerza que -a lo largo de la lectura- uno supone que va a tener, pero tampoco se siente apurado, precipitado o improvisado así nomás. Es un final atípico para una serie atípica, ni tan épico como el de Century ni tan blandito como el de Black Dossier.
Todos estos saltos temporales, dimensionales y entre distintos planos de realidad, están perfectamente graficados por Kevin O´Neill, que acá pela una chapa de Camaleón Estilístico digna de Keith Giffen, el Niño Rodríguez o Jorge Lucas. O´Neill se copa con la mímica de 100 ó 200 estilos distintos, pero sin resignar su propia identidad gráfica. Labura en blanco y negro, a color, en secuencias que se leen en 3-D (con anteojitos), en páginas que imitan las de revistas antiguas, en formato de tira diaria... hasta hay un par de páginas de fotonovela, como para que no falte ningún posible recurso de la narración secuencial. Un trabajo colosal de un autor al que cada día se extraña más. Podría estar hasta el 2038 buscando boludeces y referencias en estas páginas. Repito: es un comic complejo, con distintos niveles de lectura. Y además es entretenido, y está maravillosamente dibujado y escrito a un nivel glorioso.
Nada más, por hoy. Gracias totales y hasta pronto.
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