miércoles, 13 de julio de 2022
TARDE DE MIÉRCOLES
Hermosa tarde en Buenos Aires, con un solcito muy copado, ideal para sentarse a escribir unas reseñas.
Empezamos en EEUU, año 2017, y por primera vez en muchos años, le entro a un comic de Valiant. Creo que nunca había leído nada de los títulos que están en la continuidad, en el universo heroico de la editorial. En este tomo de Ninja-K me encuentro con que supuestamente es un Vol.1, el inicio de una serie del personaje, pero el guion de Christos Gage hace un montón de menciones a cosas que pasaron antes, en otras revistas que no leí. O sea que es un falso inicio, muy vinculado a sucesos importantes que transcurrieron antes, en sagas que desconozco y de las que entendí lo mínimo indispensable (o quizás menos) gracias a las menciones que se hacen en estos números.
El personaje principal es Colin King, un super-espía al estilo James Bond que no se casa con ninguna agencia de inteligencia, sino que ofrece sus servicios a la que le pone la tarasca. Además, Colin tiene un entrenamiento ninja de la San Puta y combina armas tradicionales japonesas con chiches tecnológicos que le dan enormes posibilidades en combate. Y por si fuera poco, tiene guita y es fachero. Uno enseguida se pregunta "¿Por qué este tipo no es feliz?", y por suerte Gage también se lo pregunta, y se propone indagar en la mentalidad de Colin y su ineptitud para construir relaciones afectivas con la gente que le importa. Por supuesto el foco no está puesto ahí, sino en la machaca. Ninja-K es un thriller explosivo, a pura acción, apoyado en la clásica trama de "la agencia de espionaje que garca a sus propios espías hasta que alguno se da cuenta y se da vuelta para combatirla". Y funciona bastante bien. Tiene buen ritmo, los diálogos están bien, la trama se resuelve cuando se tiene que resolver, y prácticamente no deja cabos sueltos.
Además, hay una historia complementaria que repasa los orígenes del Programa Ninja, desde el Ninja-A en adelante, como para entender mejor cómo se vinculan estos asesinos con el espionaje británico (me olvidé de mencionar que Colin King es británico y labura principalmente para el MI-6). La verdad que esa segmento no explica mucho, pero le da mucha chapa al Ninja-A y tiene muy lindos dibujos de Ariel Olivetti, al que le sienta muy bien la ambientación de la Primera Guerra Mundial. En el tramo ambientado en el presente, hay algunas páginas dibujadas por Juan José Ryp, no feas, pero por debajo del nivel habitual del capo español. Y todo el resto lo dibuja a un nivel superlativo otro maestro argentino, Tomás Giorello, magníficamente complementado por los colores de Diego Rodríguez. El trabajo de Giorello es realmente apabullante: el despliegue, el dinamismo, los detalles, los fondos, la iluminación, esos momentos medio zaffinescos, la claridad con la que narra... Tomás se luce tanto en las escenas de diálogo y psicopateada mental como en los estallidos de acción que desparraman violencia y alto impacto por todas partes.
En fin, si no te ahuyenta la temática de los super-espías, los black-ops, los ninjas y la machaca pasada de rosca, Ninja-K probablemente te atrape. Y aunque nada de eso te llame la atención, el dibujo de Tomás Giorello seguramente te va a hacer decir "pará un poco, hijo de puta, estás humillando a todos los demás dibujantes de la editorial".
Me vengo a Argentina, año 2021, para leer Macklemore, una novelita gráfica de 64 páginas a todo color, donde por primera vez forman equipo dos autores de la misma generación que son amigos desde hace mil años: Rodolfo Santullo y Nicolás Brondo. La trama de Macklemore nos lleva a un futuro post-apocalíptico, donde los humanos que siguen vivos lo hacen a duras penas, en un desierto asediado por la escasez de agua y alimentos y por la presencia de plantas carnívoras gigantes. No sabemos casi nada del protagonista, pero es un tipo canchero, habilidoso en el manejo de la katana, pícaro para resolver situaciones límite vinculadas al combate y poco dado a los vínculos con los otros sobrevivientes. Un clásico héroe (o antihéroe) de acción, al estilo Mad Max, si no fuera porque a Santullo se le va un poquito la mano con el tema de los diálogos graciosos. Eso que en Ladrones y Mazmorras queda bárbaro, acá me parece que sobra. Que la trama daba más para un tono más parco, menos jocoso. Pero dentro del delirio de las plantas gigantes, los robots gigantes y el tipo duro y grosso que le gana a todos, la historia funciona bien, avanza a buen ritmo, no deja cabos sueltos y resulta entretenida.
El dibujo de Brondo también transmite esa onda dinámica, desaforada, brutal, y se apoya en un excelente trabajo de color y de aplicación de tramas mecánicas. No creas que está todo dibujado al increíble nivel de la portada: adentro te vas a encontrar con viñetas más elaboradas y otras resueltas medio a los pedos. Pero el color ayuda a que todo parezca más homogéneo y más sólido. Este es un Brondo apenas un poquito más salvaje que en Manta: se suelta un poco más de la referencia fotográfica, porque puede inventar locaciones y criaturas que no existen, pero a la hora de dibujar los rostros de la gente, va derecho a ese intento de realismo que vimos en Manta y en The Beatles. De hecho tiene bastante protagonismo un nene al que Nico le pone los rasgos de su hijo, Valentín. Lindo gesto, pero no hacía falta. Como ya mencioné alguna vez, me gustaba más el Brondo más expresionista, más ido al carajo, que este Brondo más pendiente de que anatomía, rostros, vehículos y armas se ajusten a la realidad.
No me volvió loco Macklemore, pero para entretenerse un rato, está bien. Santullo y Brondo son narradores natos, con mucho oficio y a la obra no le faltan ideas y giros para generar impacto en el lector. Si no le pedís más que eso, te va a gustar.
Y nada más, por hoy. Ni bien tenga leídos un par de libritos más, los comentamos acá en el blog. Será hasta entonces.
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