La concha de la lora, qué
largo se hace el encierro… Hace poco más de cuatro años, cuando me operé de la
columna, ta mbién me comí casi 50 días sin salir de mi casa, pero por lo menos
me podían venir a visitar mis amigos, mis hermanos… Esto ya es un embole
cósmico que no tiene fin. Y uno encima se porta bien y cumple.
Vamos con las lecturas y
arranco con un rescate de mesa de saldos, un librito prestige llamado Hugo
Moro, de 2002, gracias al cual me reeencontré con Oriol Roca, un autor español
del que conocía una sóla obra (Cupido), que me había gustado mucho.
Hugo Moro protagoniza (por
lo menos en este tomito) dos historietas de 22 páginas, probablemente pensadas
para aparecer en comic-books que nunca se materializaron. Son dos historias
autoconclusivas (una de 1999 y una de 2000), ambientadas en un período
histórico muy interesante, que es la Edad Media, justo después de las Cruzadas,
en pleno apogeo de la Inquisición. El protagonista es un sacerdote reclutado por
el Papa para integrarse a una orden religiosa que investiga “asuntos que
escapan al entendimiento de los hombres", una especie de X-Files del
medioevo.
Las dos tramas son
atractivas, las dos están narradas a buen ritmo, las dos brindan excusas más
que válidas para que Hugo Moro pele la espada y reparta duro y parejo, en las
dos hay una bajada de línea muy certera, muy linda. La idea de meterle
elementos fantásticos a esta época de oscurantismo es, sin dudas, lo más
interesante. Acá nos encontramos vírgenes que quedan embarazadas y chanchos que
aparecen muertos y sin sangre, pero a eso Oriol Roca le encuentra una
explicación. Lo que no puede explicar es la barbarie, la intolerancia, el odio
al distinto, los excesos de quienes sienten que tienen el poder suficiente para
no darle explicaciones a nadie.
El dibujo de Roca es
potente, expresivo, basado en un claroscuro muy logrado, por momentos bastante
extremo, como si Santiago Sequeiros o Mike Mignola se pusieran a entintar
páginas de Fernando De Felipe. La puesta en página es dinámica, con muchas
variantes bien exploradas (el widescreen, la grilla de 9 cuadros, la de tres
viñetas verticales…) y quizás lo único que no me gustó haya sido el rotulado.
Si te cruzás con Hugo Moro
en un eventual paseo por las librerías de saldo, no lo dejes ahí, que –sin ser
la Octava Maravilla del Mundo- se merece un lugarcito en tu biblioteca de
historieta española.
Tomo 12 de Oyasumi Punpun,
a poquísimas páginas del final del inclasificable manga de Inio Asano, y esta
vez sí, el que puso esa sobrecubierta básicamente negra la embocó. Estamos en
el momento decididamente dark de la serie, cuando ese lento y paulatino proceso
de maduración de Punpun pegó un volantazo para el lado del carajo y los
lectores presenciamos atónitos el descenso del protagonista hacia las fosas de
la abyección moral. ¿Creíste que el romance con la chica a la que amó toda su
vida podía llevar a Punpun hacia el final feliz que en algún momento se
mereció? Pindonga. El enésimo capricho de Asano hace que esta relación que pudo
haber sido hermosa, idílica, perfecta, forme parte del enrosque más jodido que
leí alguna vez en un manga. Oyasumi Punpun sigue siendo una obra acerca de los
vínculos, pero ahora son vínculos espantosos, morbosos, heavies, retorcidos,
asfixiantes. Por un lado, esto que pasa en el Vol.12 me angustió tanto, que
sentí alivio al pensar que el próximo tomo es el último. Por el otro, tanta
oscuridad tan cerca del final no hace más que prometer que Punpun va a terminar
MUY para el orto.
Por detrás de la trama
central, muy eclipsada por la misma, sigue avanzando la historia del gurú de
las buenas vibras y su elenco de personajes secundarios, y de nuevo, tengo mis
serias dudas de que Asano logre cerrar convincentemente esta punta del
argumento, o integrarlo un poco más al tronco de la saga, que pasa (obvio) por
Punpun. Y en este tomo, Asano vuelve a hacer crecer y a darle mucha chapa al
personaje de Sachi, a esta altura lo más parecido a una heroína que le quedó a
la serie. Sachi incluso interactúa en una escena con el otro gran personaje
poco aprovechado de este manga, que es el querido tío Yuichi. Y como la chica
que siempre quiso ser mangaka está haciendo las cosas bien, confío en que su
arco confluya con el de Punpun en las pocas páginas que quedan antes del final.
El dibujo, realmente en
este tomo pasa muy a segundo plano. Hay tanto paisaje, tanta contemplación,
tanta toma “de lejos” que lo que más se luce es la habilidad de Asano para
retocar fotos. Y esa secuencia muda con Aiko en la playa, a la que es imposible
no imaginar con música y movimiento. A sólo 200 páginas del final, el ídolo no
se relaja, no afloja nunca en su intento de recordarnos EN TODAS LAS PUTAS
VIÑETAS que esto es el mundo real. Que Punpun no tiene cara de pibe humano
porque él (Asano) es un excéntrico, un caprichoso, un vanguardista, pero que
TODO es real.
Casi me tienta la idea de
entrarle a otros mangas antes de leer el último tomo de Oyasumi Punpun, como
para flagelarme un poco a mí mismo, pero no, ni en pedo. Antes de fin de mes
seguro lo leo y lo comentamos por acá.
Y bueno, nada más, por
hoy. A seguir esperando el milagro de que se cierre este paréntesis eterno en
la vida social y el laburo. Será hasta pronto.
2 comentarios:
Te quedan mas de 200 páginas para el final, xq el ultimo tomo es casi doble.
Uh, buena noticia! No me había dado cuenta cuando lo compré...
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