el blog de reseñas de Andrés Accorsi

jueves, 29 de agosto de 2019

GEMAS DE JUEVES

Mientras nos reencontramos con el viejo y querido default (hello darkness, my old friend), yo sigo avanzando con mis lecturas.
Empezamos en Francia, en 2003, cuando Denis Deprez adapta al comic una de las novelas más leídas y más influyentes de todos los tiempos: el Frankenstein de Mary Shelley. Hay chotocientas noventa y tres mil versiones de Frankenstein en historieta, pero esta es bastante destacable, por varios motivos.
Por supuesto lo primero que llama la atención es que acá prácticamente no hay dibujo. Lo que hace Deprez es completamente pictórico, las viñetas son pinturas en las que se ve todo el tiempo el trazo de los pinceles. A veces Deprez define los contornos con una línea (casi nunca negra) pero muchas veces la omite, de modo que los distintos elementos son masas de distintos colores, no contenidas por una línea. La estética es expresionista al palo, o post-impresionista, si se quiere, con mucha influencia de Paul Gaugain y Vincent Van Gogh. La única referencia que se me ocurre sin salir del mundo del comic es Lorenzo Mattotti, quizás el historietista de estilo pictórico más completo que nos dio Europa.
Lo segundo que me sorprendió es cómo Deprez se las ingenia para que este tipo de trabajo sumamente plástico, con un vuelo alucinante, se ponga en función de contar una historia. La trama que todos conocemos está muy presente en la adaptación, no se pierde ni se disuelve entre la magia de la paleta y el pincel del autor. ¿Se lucen más los textos tomados de la novela de Shelley que las imágenes que conjura Deprez? No, ni en pedo, pero se da una conjunción muy armónica entre ambos elementos, bastante infrecuente en las adaptaciones en las que se opta por un estilo pictórico tan impactante como el que vemos acá.
Y finalmente, comendo el acierto de Deprez para tomar lo esencial de la novela y contarlo a un ritmo que no tiene mucho que ver con el de la obra original. El francés no deja afuera ninguno de los momentos clave de la novela, pero hace que todo encaje en un relato donde todo fluye de manera original, con posibilidades de sorprender incluso al que leyó Frankenstein varias veces. Por supuesto ayuda mucho la atmósfera que construye Deprez desde el “dibujo”, una atmósfera en la que garpa mucho más sugerir que mostrar, con una apuesta fuerte a la introspección, a lo que le pasa por la cabeza a Victor Frankenstein, y no tan pendiente de los actos de violencia que la criatura comete o genera.
Una versión realmente hermosa de la novela de Shelley, a cargo de un autor francés (creo que inédito en nuestro idioma) que también adaptó Moby Dick y Otelo. Esta última la conseguí, así que prometo reseñarla pronto.
Retomo la lectura de la cautivante, hipnótica y asfixiante Oyasumi Punpun, esta serie del genial Inio Asano que Ivrea publicó completa en nuestro país. Este tomo tiene poco Yuichi. El tío de Punpun, que compartía el protagonismo con su sobrino en los Vol.3 y 4, esta vez aparece poco y nada. Pero eso no es óbice para que Asano siga desarrollando su relación con Midori, esta chica bastante más joven que él, que tiene un rol central en este tomo.
Estamos en un momento infernal de la serie, en el que pasan un montón de cosas en la vida de Punpun, tenemos el debut sexual del pibe tímido al que nunca le “escuchamos la voz”, peleas grossas en el seno de la familia, muertes… y sin embargo, Asano en un momento para la bocha y, así como en los tomos anteriores le abría el juego a la historia de (des) amor de Yuichi, esta vez agarra para otro lado y le habilita el protagonismo de un montón de secuencias a Seki y Shimizu, dos amigos de Punpun. Con estos personajes, Asano vuelve a explorar uno de sus temas recurrentes: el de los jóvenes a la deriva. Chicos prácticamente marginales, que merodean por la gran ciudad buscando el mango (el yen) y terminan envueltos en situaciones turbias, o por lo menos atípicas. Este es el tramo menos emo, donde menos peso tienen las emociones, los vínculos y la reflexión (casi siempre tremendista) de Punpun y los otros protagonistas de esta serie. Pero es sólo un interludio. Para el final, Asano vuelve a concentrarse en la familia Onodera, sus conflictos y sus vaivenes.
El dibujo (ya ni hace falta decirlo) está totalmente fuera de escala. Las piruetas narrativas de Asano también, ya son mitológicas. Esa secuencia de Seki y Shimizu en el bar, contada como si fuera casi una obra de teatro, es apenas uno de los muchos ejemplos de la magia que hace este mangaka a la hora de elegir cómo y desde dónde contar. Clavo una pausa en la lectura de Oyasumi Punpun (alguna vez entenderé por qué Ivrea le dejó el título en japonés) para entrarle a un pseudo-manga que me llamó la atención, pero en cualquier momento vuelvo a visitar esta serie apasionante, que no se parece a ninguna otra que yo haya leído en mis muchas décadas de voraz consumo de viñetas.

Trato de clavar un post más el domingo, y después habrá receso hasta el lunes 9, por lo menos. Domo arigato y nos reencontramos pronto, acá en el blog.

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