Mientras nos reencontramos
con el viejo y querido default (hello darkness, my old friend), yo sigo
avanzando con mis lecturas.
Empezamos en Francia, en
2003, cuando Denis Deprez adapta al comic una de las novelas más leídas y más
influyentes de todos los tiempos: el Frankenstein de Mary Shelley. Hay
chotocientas noventa y tres mil versiones de Frankenstein en historieta, pero
esta es bastante destacable, por varios motivos.
Por supuesto lo primero
que llama la atención es que acá prácticamente no hay dibujo. Lo que hace
Deprez es completamente pictórico, las viñetas son pinturas en las que se ve
todo el tiempo el trazo de los pinceles. A veces Deprez define los contornos
con una línea (casi nunca negra) pero muchas veces la omite, de modo que los
distintos elementos son masas de distintos colores, no contenidas por una
línea. La estética es expresionista al palo, o post-impresionista, si se
quiere, con mucha influencia de Paul Gaugain y Vincent Van Gogh. La única
referencia que se me ocurre sin salir del mundo del comic es Lorenzo Mattotti,
quizás el historietista de estilo pictórico más completo que nos dio Europa.
Lo segundo que me
sorprendió es cómo Deprez se las ingenia para que este tipo de trabajo
sumamente plástico, con un vuelo alucinante, se ponga en función de contar una
historia. La trama que todos conocemos está muy presente en la adaptación, no
se pierde ni se disuelve entre la magia de la paleta y el pincel del autor. ¿Se
lucen más los textos tomados de la novela de Shelley que las imágenes que conjura
Deprez? No, ni en pedo, pero se da una conjunción muy armónica entre ambos
elementos, bastante infrecuente en las adaptaciones en las que se opta por un
estilo pictórico tan impactante como el que vemos acá.
Y finalmente, comendo el
acierto de Deprez para tomar lo esencial de la novela y contarlo a un ritmo que
no tiene mucho que ver con el de la obra original. El francés no deja afuera
ninguno de los momentos clave de la novela, pero hace que todo encaje en un
relato donde todo fluye de manera original, con posibilidades de sorprender
incluso al que leyó Frankenstein varias veces. Por supuesto ayuda mucho la
atmósfera que construye Deprez desde el “dibujo”, una atmósfera en la que garpa
mucho más sugerir que mostrar, con una apuesta fuerte a la introspección, a lo
que le pasa por la cabeza a Victor Frankenstein, y no tan pendiente de los
actos de violencia que la criatura comete o genera.
Una versión realmente
hermosa de la novela de Shelley, a cargo de un autor francés (creo que inédito
en nuestro idioma) que también adaptó Moby Dick y Otelo. Esta última la
conseguí, así que prometo reseñarla pronto.
Retomo la lectura de la
cautivante, hipnótica y asfixiante Oyasumi Punpun, esta serie del genial Inio
Asano que Ivrea publicó completa en nuestro país. Este tomo tiene poco Yuichi.
El tío de Punpun, que compartía el protagonismo con su sobrino en los Vol.3 y
4, esta vez aparece poco y nada. Pero eso no es óbice para que Asano siga
desarrollando su relación con Midori, esta chica bastante más joven que él, que
tiene un rol central en este tomo.
Estamos en un momento
infernal de la serie, en el que pasan un montón de cosas en la vida de Punpun,
tenemos el debut sexual del pibe tímido al que nunca le “escuchamos la voz”,
peleas grossas en el seno de la familia, muertes… y sin embargo, Asano en un
momento para la bocha y, así como en los tomos anteriores le abría el juego a
la historia de (des) amor de Yuichi, esta vez agarra para otro lado y le
habilita el protagonismo de un montón de secuencias a Seki y Shimizu, dos
amigos de Punpun. Con estos personajes, Asano vuelve a explorar uno de sus
temas recurrentes: el de los jóvenes a la deriva. Chicos prácticamente
marginales, que merodean por la gran ciudad buscando el mango (el yen) y terminan
envueltos en situaciones turbias, o por lo menos atípicas. Este es el tramo
menos emo, donde menos peso tienen las emociones, los vínculos y la reflexión
(casi siempre tremendista) de Punpun y los otros protagonistas de esta serie. Pero
es sólo un interludio. Para el final, Asano vuelve a concentrarse en la familia
Onodera, sus conflictos y sus vaivenes.
El dibujo (ya ni hace
falta decirlo) está totalmente fuera de escala. Las piruetas narrativas de
Asano también, ya son mitológicas. Esa secuencia de Seki y Shimizu en el bar,
contada como si fuera casi una obra de teatro, es apenas uno de los muchos
ejemplos de la magia que hace este mangaka a la hora de elegir cómo y desde dónde
contar. Clavo una pausa en la lectura de Oyasumi Punpun (alguna vez entenderé
por qué Ivrea le dejó el título en japonés) para entrarle a un pseudo-manga que
me llamó la atención, pero en cualquier momento vuelvo a visitar esta serie
apasionante, que no se parece a ninguna otra que yo haya leído en mis muchas décadas
de voraz consumo de viñetas.
Trato de clavar un post más
el domingo, y después habrá receso hasta el lunes 9, por lo menos. Domo arigato
y nos reencontramos pronto, acá en el blog.
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