Aprovecho esta linda tarde
de domingo para clavar un par de reseñas de material que leí en los últimos
días.
Empiezo en 2017 con
Equatoria, la segunda aventura de Corto Maltés a cargo de los maestros españoles
Juan Díaz Canales y Rubén Pellejero (la primera la vimos el 07/09/17). Una vez
más, el dibujo del catalán es increíble, una fusión molecular devastadora entre
su estilo de siempre y la línea de Hugo Pratt. Esta vez Pellejero adopta otro
vicio de Pratt: delegar en un asistente el dibujo de trenes, barcos y
edificios. Pero la tinta está 100% a cargo de Pellejero, y esa instancia, la
del entintado, le alcanza y le sobra al ídolo para darle al libro su impronta
tan personal y que mí tanto me gusta. También colabora con Pellejero su hija
Sonia, que le da una mano en el color, magnífico de punta a punta del tomo.
Como en su debut en esta serie, el dibujante de Dieter Lumpen nos ofrece 72
páginas visualmente exquisitas, tanto para sus fans de siempre como para los
que lo descubrieron cuando heredó al personaje más masivo del inolvidable Hugo
Pratt.
Por el lado del guión, el
trabajo de Díaz Canales me dejó bastante más conforme que la vez pasada. De
nuevo, acá no aparece nada que no hayamos visto en las historietas de Pratt, el
guionista español no pone ni una coma que Pratt no habría puesto jamás, es todo
100% respetuoso de la obra del Tano. Equatoria saca ventaja en el acierto de
Díaz Canales de reproducir la dinámica de las buenas aventuras de Corto, e
incluso de recuperar un tema que Pratt abordó en otras obras suyas, que es la
etapa final del colonialismo europeo en Africa. Entonces tenemos la búsqueda
del tesoro, la bajada de línea, los breves cruces con personajes tomados de la
realidad, los paisajes exóticos, ese truco que le salía tan bien al Tano que
era hacer crecer la tensión sexual entre Corto y alguna mujer pero que nunca
viéramos ningún tipo de “concreción carnal” de esas tensiones, el volantazo en
el que el tesoro resulta ser algo que no esperábamos que fuera, las frases
memorables (esas sentencias que tiraban los personajes de Pratt), el choque de
culturas, una dosis moderada (pero efectiva) de acción y un leve toque de
realismo mágico, sin caer en la trampa de los últimos álbumes de Corto
realizados por Pratt, en los que la abundancia de elementos oníricos y
sobrenaturales empantanaba innecesariamente las tramas.
Obviamente no te pongo a
Equatoria entre las mejores historias de Corto Maltés de todos los tiempos,
pero la recomiendo sin temor a equivocarme y celebro que me haya gustado bastante
más que la primer incursión de Díaz Canales y Pellejero por esta serie icónica
y definitiva del comic europeo.
Me vengo a Argentina, a
2019, cuando la afianzadísima dupla integrada por Alejandro Farías y Leo
Sandler realiza su apuesta más arriesgada hasta la fecha. Raymond es un comic
rarísimo, que corre las fronteras de “lo historietable”. Con un dibujo sintético, plástico, muy
expresivo, y un color sencillamente glorioso, Sandler se dedica a ponerle
imágenes a algunos textos de Farías que no son relatos, sino monólogos de
Carlos Raymond (el poeta maldito fan del escabio y el sexo con mujerzuelas) en
los que este piensa en voz alta acerca de la vida que lleva, su relación con la
gente, con el arte, con el dinero, con el alcohol, con el mundo en general.
Varias de estas historias son secuencias de cuatro páginas en las que no pasa
absolutamente nada, en las que los textos de Farías son reflexiones
existencialistas y los dibujos de Sandler cumplen un rol descriptivo, recorren
lugares, recrean atmósferas, como hacía Darick Robertson cuando tenía que
acompañar con imágenes las columnas de opinión de Spider Jerusalem en
Transmetropolitan, o incluso en el estilo de la famosa “Don't Get Around Much Anymore”,
esa historieta de una sóla página de Art Spiegelman en la que empezaba a
experimentar con el comic no-narrativo.
También hay historias más convencionales, donde Raymond
dialoga con otros personajes e incluso una en la que el protagonismo recae en
una de las putas amigas de Carlos. Las historietas más “narrativas” son breves
anti-aventuras del género slice of life, con una ambientación entre lumpen y
depravada, algunas groserías muy buen puestas (no me lo imaginaba a Farías
hablando de garches y petes) y una mala leche ácida y corrosiva que funciona
como logrado tributo a Boogie el Aceitoso, aunque sin chumbos ni violencia
física.
Farías y Sandler no juzgan a Raymond, no ensalzan ni
destruyen la mascarada de este gordo jodido y vividor. Raymond se ampara en su
talento artístico para salir más o menos bien parado cada vez que su
personalidad arrogante y abusiva lo hace chocar de frente contra la realidad, y
para los autores esto no está ni bien ni mal. A veces me resultó patético,
otras dije “qué capo el gordo, cómo la piloteó”. Si te gusta la poesía, si alguna
vez pensaste cómo sería crear historietas en base a la poesía, o si te atrae el
mundo noctámbulo, alcohólico y a veces sórdido de los “escritores malditos” al
estilo Charles Bukowski pero en la Argentina actual, jugale una ficha a
Raymond. El dibujo de Sandler justifica por sí sólo la compra del libro, y las
historias (y las no-historias) de Farías abren puertas nuevas, como para pensar
y leer la historieta desde otra óptica, lo cual siempre es sano y enriquecedor.
Nada más, por hoy. Nos reencontramos pronto con nuevas
reseñas, acá en el blog.
3 comentarios:
¡Muchas gracias por la reseña elogiosa, Andrés! Es un libro al que le pusimos mucho cariño y mucho laburo. Me alegro que lo hayas disfrutado.
Un abrazo grande.
A mí también me gustó mucho más Equatoria que el anterior, mucho menos prattizado Pellejero, y un poco más suelto Canales a la hora del cut and paste
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