Ya palpitando la
decimonovena edición de Dibujados, paro un poquito la pelota para sentarme a
reseñar un par de libritos que me devoré en estos últimos días.
Allá por 1999 o 2000, el
guionista Gustavo Schimpp y el dibujante Horacio Lalia crearon una trilogía de
álbumes para el mercado francés llamada Belzarek. Salió el Vol.1, al poco
tiempo salió el Vol.2 (siempre en tapa dura, a todo color, en el clásico
formato de álbum europeo) y antes de que saliera el Vol.3 la editorial puso una
pausa, y poco después se fundió. O sea que el tercer y último tomo de Belzarek,
las últimas 44 páginas, quedaron inéditas. Ahora el propio Schimpp (convertido
en editor del sello Gorgona) lanzó el tomo integral de Belzarek, por primera
vez completo y por primera vez en castellano. En el medio se perdió el color,
pero la verdad que no era gran cosa. Tengo los dos primeros tomos en francés y
ni en pedo me los quiero quedar, ahora que tengo la historia completa y en
blanco y negro.
El dibujo del maestro
Lalia se luce muchísimo sin los colores, y está repleto de detalles
alucinantes, texturas, efectos… Lalia conoce a la perfección este medioevo
mugriento y dark que elige Schimpp para ambientar la saga, y le pone todo a la
documentación, con y sin referencias fotográficas. Y el tramo que transcurre en
el Infierno le permite a Lalia imaginar sin límites, irse bien al carajo en la creación
de un paisaje que combina horror, opresión y (satánica) majestad.
Schimpp escribe muy bien,
con algunos recursos heredados de Robin Wood, y lleva la trama central con muy
buen pulso a lo largo de los dos primeros tercios. Para el tercio final, el
guionista incorpora una segunda trama (la clásica runfla entre demonios grossos
para ver quién es el más capo del Averno) y eso deja medio en off-side al hilo
argumental protagonizado por Chretien de Beziers. Que sigue avanzando, pero no
parece conectar armónicamente con la otra línea, a la que Schimpp le da mucho
más espacio y más desarrollo. Finalmente, cuando faltan seis páginas para el
final, las dos líneas argumentales confluyen y todo cierra de modo má que satisfactorio.
Belzarek no es la Octava
Maravilla del Noveno Arte, no te cambia la vida en lo más mínimo, pero es una
linda historia de poder, corrupción, oscurantismo, horror, legados macabros y
machaca sobrenatural, con muy buen nivel tanto en los textos como en los
dibujos. Una de terror a la que se le puede entrar sin miedo.
Y sigo adelante con la
inclasificable Oyasumi Punpun, ahora en el Vol.7, ya parte de la segunda mitad
de esta obra del genial Inio Asano. La gran novedad de este tomo es la (breve) primera
aparición del papá de Punpun, un personaje que -hasta ahora- aportó muy poco. Y el regreso de
Yoichi, el tío, que no recupera el protagonismo perdido pero tiene una escena
absolutamente memorable.
Todo el resto gira en
torno a Punpun, ya lejos de la secundaria y buscando su lugar en el mercado
laboral de la gran ciudad. No tiene mucho sentido hablar del argumento, porque
lo que efectivamente pasa en este tomo es mínimo: Asano no tiene ningún apuro y
hasta él mismo ironiza con lo lento que avanzan las tramas en esta serie. Me
intrigó una escena centrada en personajes adultos a los que no habíamos visto
nunca (veremos si más adelante eso conecta o no con la historia de Punpun) y me
volví loco con esas casi 20 páginas contadas “en cámara lenta” en las que
Punpun se cruza con Aiko en una estación de trenes. Esa secuencia hay que
usarla en las escuelas para dar clase de ritmo narrativo.
Oyasumi Punpun se siente
cercano, real, pero es un manga de otro planeta. Nunca en mi vida leí un manga
(o un comic, en general) que se metiera tan a fondo en la psiquis de un
personaje, que dedicara tantas páginas a explorar el mundo interior de un
personaje, sus estados de ánimo (que además determinan aspectos centrales del
siempre cambiante grafismo de Asano), sus sueños, frustraciones, filias y
fobias. El contexto, la ciudad, la sociedad, el entorno, tienen su peso (obvio)
y Asano no se guarda nada a la hora de retratarlos de un modo bastante crítico,
aunque sin predicar ni bajar una línea demasiado evidente. Pero lo que
realmente impacta es el viaje interior de este chico (ya te olvidás que Asano
lo dibuja como un pajarito-fantasmita) hacia la adultez, narrado con una
profundidad y una crudeza que yo nunca había encontrado en ninguna otra
narración, con o sin dibujitos.
Y de los dibujitos del
sensei Asano ya a esta altura ni me caliento en hablar. Cierro con la enfática
recomendación de engancharse con esta extrañísima serie (idiosincrática hasta
el tuétano) de uno de los mejores mangakas de todos los tiempos.
Domo arigato, y nos vemos
el domingo y el lunes en Dibujados.
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