el blog de reseñas de Andrés Accorsi

martes, 28 de junio de 2022

NOCHE DE MARTES

Tarde pero seguro, tengo leídos otros dos libritos para comentar. Se vienen semanas complicadas para mí, porque estamos cerrando un nuevo número de Comiqueando Digital, pero trataré de mantener un ritmo aceptable en los posteos... Empezamos en EEUU, año 2017, con el primer tomo de Violent Love. No sé si alguna vez había leído otras obras de Frank Barbiere, sospecho que no. Si venís leyendo hace unos años este blog, deducirás rápidamente que caí en esta historieta porque la dibuja Víctor Santos, un autor del que soy muy fan y al que le compro prácticamente cualquier cosa que haga. El guion me gustó bastante. Es un thriller muy violento, casi una peli de Quentin Tarantino pero sin esos diálogos eternos y divertidos que caracterizan al cineasta. La trama se centra en el recuento de la trágica vida de una mina que un día decide jugarse lo poco que le queda (que es el pellejo) para vengarse de los asesinos de su padre, y su inmersión en un mundo sórdido de crimen, marginalidad y sangre. Por entre los tiros en la cabeza, las torturas y las violaciones, asoma una trama romántica, que pega más de un giro a lo largo de estos cinco episodios, ninguno demasiado imprevisible. Pero está buena, porque humaniza a estas máquinas de robar y matar. El giro de las últimas páginas del tomo sí me resultó más sorpresivo, y es muy interesante todo lo que abre para que Barbiere resuelva en el segundo y último TPB. Felizmente, el guionista se da cuenta de que con Santos se sacó la lotería, y permite que el valenciano narre tranquilo, con espacios, con escenas pensadas para que se luzcan el trazo y la paleta de este monstruo. La puesta en página es trepidante, el dibujo tiene un impacto tremendo, la sangre parece salpicar de verdad al lector y la reconstrucción de tiempo y lugar (pueblos del sur de California a principios de los años ´70) funciona sin fisuras. Santos pone todos sus recursos a trabajar para que la lectura de Violent Love resulte atrapante, adictiva. Y le sale muy bien. Por momentos me dio la sensación de que el color le restaba un poco de protagonismo al dibujo, especialmente en las escenas más turbias, más oscuras, pero en la segunda leída noté cómo la paleta de Santos no traiciona nunca la consigna de acompañar desde la gráfica los climas que propone el guion. Me sigue gustando más la obra de Santos en blanco y negro, pero esta forma de encarar el color está muy bien, me doy cuenta de que es algo que el público de Image no solo acepta sino disfruta. Violent Love no es para cualquier tipo de lector, por la brutal y lo explícito de la violencia. Pero por lo menos esta mitad, está muy bien llevada, tiene momentos originales, tiene profundidad en la caracterización, toca (aunque sea por encima) ciertas problemáticas sociales típicas de los EEUU de principios de los ´70 y termina con un cliffhanger jodido como enema de chimichurri. Y además dibuja Víctor Santos, con lo cual está casi todo dicho.
Seguimos acá nomás, Argentina 2021, con el libro Dago: La Justicia Secreta, una novela gráfica de 96 páginas de las que se producen en nuestro país para la editorial italiana Aurea, en este caso escrita por Néstor Barron y dibujada por Sergio Ibáñez. Lo de Ibáñez me resultó muy raro. Es como si fueran dos dibujantes distintos. Uno que se mata en los fondos y les pone toda la onda, la dedicación y el talento; y otro que dibuja a los personajes de un modo mucho más rústico, por momentos estáticos, sin onda. como si se los quisiera sacar de encima rápido. Este "segundo Ibáñez" logra reproducir en los primeros planos de Dago algunos rasgos de los que asociamos al trazo mágico de Carlos Gómez. Y en los primeros planos del villano de este episodio, nada menos que Giácomo Barazutti, reaparece algo de la impronta del maestro Alberto Salinas, co-creador y primer dibujante de la longeva serie. Fuera de esos primeros planos, hay poco del Ibáñez que disfrutamos en trabajos como La Guarida del Gusano Blanco o Ecos de Mundos Posibles. Me da la sensación (también por la escasa cantidad de cuadros por página) de que este es un trabajo hecho a velocidades supersónicas, sin tiempo como para que el dibujante cuide más algunos aspectos, lo cual es una pena, porque uno de Ibáñez espera otra cosa. El guion de Barron tiene una virtud irresistible: no está estirado. Muchas de estas novelas de Dago te cuentan en 96 páginas historias que daban para la mitad, pero en La Justicia Secreta tenemos una trama realmente compleja, con un elenco vasto (donde por ahí sobra La Flor, que no aporta nada), una conjura política espesa para que desentrañen Dago y sus aliados, y otro elemento muy ganchero: el regreso (no sé cuántos van) de Dago a su Venecia natal, lo cual le va a dar la posibilidad a Barron de poner al duro justiciero cara a cara con Barazutti, el único que queda vivo de los asesinos de la familia Renzi. La gran contra que tiene Dago, que es su falta de emociones, la forma desapasionada en la que resuelve las aventuras casi sin despeinarse, acá no se siente, porque -si bien por fuera mantiene la calma- cada regreso a Venecia significa reencontrarse con los fantasmas de la vida que le robaron cuando su familia fue traicionada y asesinada. Y lo más interesante, lo que hace que este guion de Barron sea realmente relevante para cualquiera mínimamente interesado en las andanzas de Dago, es el rol de Ginetta, la joven que fuera novia de Cesare y terminara dando a luz a los hijos de Barazutti. Lo que sucede con este personaje es tan fuerte, que hasta el Super-Clásico entre Dago y el asesino de su familia pasa por momentos a un segundo plano. No recuerdo otra historia de Dago en la que Ginetta haya sido desarrollada tanto como en La Justicia Secreta, y la vuelta que le pega Barron es realmente impactante. La última viñeta es clave, es... no lo puedo contar, porque es zarpado lo que pasa... Digamos que es el "Son of the Demon" de Dago... y que la cace el que sepa. Ojalá eso que sugiere Barron en el final de este libro no quede en el olvido ni sea negado retroactivamente por otros guionistas. ¿Tiene sentido que se sigan publicando 96 páginas de Dago todos los meses, pensando en que es una serie que ya lleva 40 años de producción ininterrumpida? Yo creo que no, pero cada tanto aparece un guion como este, y uno recupera la expectativa (o al menos la ilusión) de ver una real evolución en la serie. Esa magia, la sensación de que todo puede suceder, la perdieron Robin Wood y sus sucedáneos entre tantas peripecias tan parecidas entre sí. En una de esas, Barron se anima a recuperarla. Nada más, por hoy. En unos días reaparezco para comentar nuevas lecturas, acá en el blog.

viernes, 24 de junio de 2022

VIERNES MELANCÓLICO

Hoy se me juntaron para reseñar dos historietas tristes, melancólicas, que te envuelven en una atmósfera tanguera de pesadumbre y desazón. Primero tengo el Vol.2 de El Club del Divorcio, obra maestra del gekiga realizada por Kazuo Kamimura a comienzos de la década del ´70. Un librazo de casi 500 páginas editado como los dioses por ECC, sin sobrecubiertas ni giladas innecesarias. Esto es un masacote, con historietas de punta a punta, que -a pesar de su espesor- se lee bastante rápido, porque Kamimura mete poco texto y juega a narrar principalmente con las imágenes. Y hay una cantidad de experimentos narrativos impresionante. Estamos ante un autor que entiende la mezcla entre espacialidad y temporalidad (clave para la gramática del idioma al que llamamos "historieta") de un modo muy personal y sencillamente magistral. En estas páginas hay muchísimas sorpresas en materia de armado de las secuencias, y todas son muy gratas. El estilo en general, parece un Takao Saito más elegante, más sofisticado, menos apresurado. Por momentos el plumín de Kamimura levanta vuelo y alcanza niveles más cercanos a la poesía que a la narrativa, pero sin descuidar nunca la fuerza dramática de estos relatos de amores imposibles, sueños hechos pedazos y convicciones éticas rifadas por tres yenes con cincuenta. Los argumentos muestran una evolución, siempre en base a las desventuras de Yuko, la protagonista, un personaje al que Kamimura deja madurar, replantearse muchas cosas, cambiar de mirada acerca de otras. En una palabra, la deja crecer. El elenco secundario es muy sólido, con personajes complejos, que se prestan a situaciones muy disímiles. Y cuando las tramas son motorizadas por personajes ocasionales, pensados para aparecer una sola vez, también se generan momentos gloriosos, como en la soberbia "En la flor de la madurez". La subtrama principal (el romance entre Yuko y Ken) avanza y retrocede todo el tiempo y se hace tan hipnótica como impredecible. ¿Termina bien? Y, es gekiga... Gekiga de los buenos, de los que te garantizan ambientación urbana, realismo y sobre todo niveles de amargura solo comparables a los de ponerse una camiseta de Independiente para ir a alentar a 11 perros que pasan vergüenza todos los fines de semana. Tengo entendido que entraron al país pocos ejemplares de los dos tomos de El Club del Divorcio publicados por ECC, pero si te gusta el manga para adultos, sin chistes pelotudos, ni machaca descerebrada, ni romances ridículos entre colegialas, acá vas a encontrar (entre el humo de los puchos y el aliento a whisky de los protagonistas) otro tipo de pasiones y de emociones, menos épicas y más humanas, más cercanas, más reales. Más dolorosas, también. Vale la pena buscar este material, descubrirlo y atesorarlo por siempre.
Me vengo a Argentina, a seguir descubriendo el material que se editó por estos pagos durante 2021. Así me encuentro con Saturno, una serie episódica escrita por Pablo De Santis y dibujada por Matías San Juan, ambientada en Buenos Aires, aparentemente a principios de los años ´90. Esperaba mucho más del dibujo de San Juan, al que acá veo por debajo de otros trabajos anteriores (pienso, por ejemplo, en Las Chicas de Nadie). No me convencieron ni la anatomía, ni las expresiones faciales, ni la forma en que el color se acopla con un trazo al que yo asociaba con el claroscuro. Y sí me gustó mucho el trabajo en los fondos, muy cuidado, muy atento a la atmósfera de realismo sin estridencias que proponen los guiones. Saturno es un periodista que escribe para una revista sensacionalista de crímenes, y muchas veces termina siendo él quien los resuelve. Cada episodio se centra en un caso que Saturno debe investigar y todos son autoconclusivos, excepto el último, que está dividido en dos partes. No sorprendo a nadie si digo que De Santis maneja el misterio policial con una jerarquía apabullante. Todos los guiones de Saturno son pequeñas obras maestras, mecanismos de relojería perfectos, donde no hay nada librado al azar ni tirado a la marchanta. El autor logra incluso impactar al lector con cada resolución, sin apostar nunca a la espectacularidad, ni al shock. Por el contrario, opta por un tono frío, desapasionado, no desprovisto de algunos momentos muy emotivos, porque por atrás de los crímenes a veces pasan historias de amor, de amistad o incluso de odio, sumamente conmovedoras. Ese ritmo parsimonioso de las historias, esa Buenos Aires que apela a los recuerdos y la nostalgia del lector más veterano, hacen que en Saturno predomine un clima melancólico, tanguero, donde la sangre y la muerte parecen inevitables, un elemento más en un coctel con sabor a corrupción y desolación. Y también contribuye a este clima el propio protagonista, que lamentablemente es lo menos interesante de la obra. Saturno Drey es un personaje sin onda, sin rasgos de personalidad interesantes, que se podría reemplazar tranquilamente por cualquier otro tipo que investigue crímenes. No sabemos nada de su vida, apenas que tiene muchos contactos por haber pateado durante muchas décadas los rincones más oscuros de Buenos Aires. Una pena que De Santis no se haya esforzado por dotarlo de un poco más de onda. No te pido otro Arenas, pero sí que me importe un toque más quién es, qué le pasa y por qué actúa como actúa el personaje principal de la serie. Acá también tenemos altas dosis de pucho, escabio y vidas arrojadas al abismo por amor, por ambición, por venganza o incluso por accidente. Si todo eso no te asfixia ni te espanta, preparate para disfrutar de unas historias exquisitas, servidas con talento y originalidad por un crack del relato policial. Y hasta acá llegamos. Gracias por el aguante y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas.

martes, 21 de junio de 2022

DOS DEL DOS MIL

Hoy se dio la casualidad de que los dos libros que tengo para reseñar se publicaron en el mismo año, el paradigmático 2000. Empiezo con el Vol.5 de Mutts, uno de los que me faltaban para ir completando esta maravillosa colección de reediciones de la tira que Patrick McDonnell publica en los diarios yankis desde 1994. Son libros preciosos, de 128 páginas, donde aparecen tanto las tiras como las planchas dominicales, estas últimas pasadas a blanco, negro y grises sin perder ni un ápice de su atractivo. Mutts es una tira... perfecta, me animo a decir. Primero porque cumple con la consigna de arrancarte una sonrisa y hasta a veces te hace reir. Pero sobre todo porque tiene una sensibilidad muy propia, que excede a lo humorístico. Tiene momentos absurdos, otros más tiernos, por momentos hasta se anima al golpe bajo, a conmover al lector con recursos más dramáticos basados en la triste realidad que viven los animales que no tienen dueño. Con el correr de los años, McDonnell define esta sensibilidad, esta voz propia, al mismo tiempo que amplía el espectro de la tira, que de a poco sale de las casas de Earl y Mooch, y empieza a explorar ese suburbio casi rural de algún lugar de EEUU donde sabemos que hay una ciudad cerca, pero también bosques y lagos. Así se suman nuevos personajes y situaciones, a las que el autor les saca un enorme provecho sin cambiar nunca su registro: no vas a ver una "saga" en la que Earl y Mooch se hacen superhéroes, o monstruos, o guerreros galácticos. Pero McDonnell conoce todos esos géneros de la fantasía y los referencia sutilmente, con guiños para los que saben, mientras mantiene el foco en un único elemento fantástico, que es que los animales hablan entre ellos y muchas veces manipulan objetos como si fueran seres humanos. El enfoque de la tira es absolutamente moderno, y sin embargo McDonnell se afianza cada vez más en un grafismo totalmente tributario de los grandes autores de los años ´20 y ´30, de aquellos capos que en las primeras décadas del Siglo XX definieron el lenguaje y la onda de las tiras cómicas que aún hoy tienen un espacio destacado en los diarios yankis. Por las tiras de Mutts sobrevuelan todo el tiempo los fantasmas de George Herriman, Elzie Segar, Geo McManus, Billy De Beck, Sidney Smith y Cliff Sterret, entre varios otros. El trazo sintético de McDonnell no logra ocultar el virtuosismo de un historietista quintaesencial, de un tipo que entendió TODO, y que desde la primera tira demostró poseer un talento innato para el timing humorístico. Imposible recomendar lo suficiente a Mutts, una tira que te hace sentir bien, te acaricia el alma con la calidez y la onda de sus personajes y te hace mimos en los ojos con la belleza de sus dibujos.
Mirá esta bizarreada: guionista estadounidense, dibujante francés, y gil argentino que lee el libro en italiano porque es la única edición que logra conseguir después de más de 20 años de búsqueda. Es así. Pasé años y años buscando una edición de White Sonya y finalmente conseguí la de Mare Nero, que a nivel técnico es magnífica, y tiene como único problema estar traducida a la lengua de mis bisabuelos. Es lo que hay. El día que vea este libro en inglés o en francés, por ahí lo vuelvo a comprar, porque me encantó. Acá lo tenemos otra vez al maestro Jerome Charyn en su salsa, con un relato duro, sin concesiones, de violencia y desolación, ambientado en el Lado B de New York, el lado de las mafias, la cárcel, la prostitución y los asesinos a sueldo. Un relato que pareciera tener lugar a principios de los ´80, pero que es prácticamente atemporal. Se trata de una obra bastante breve (menos de 60 páginas), narrada de modo muy descomprimido, con poquísimo texto y muchas secuencias mudas. O sea que el argumento podría resumirse en poquísimas frases. Pero la verdad que no es la idea contar el argumento. Es lo que ya dije: una historia de una sordidez asfixiante, de una chica que la pasa muy mal desde la infancia y a la que Charyn nos invita a acompañar durante un breve período de tiempo. Casualmente el tiempo en el que Sonya cree que puede ajustar todas las cuentas que le quedaron pendientes del pasado y encontrar la paz, o por lo menos una chance de volver a empezar. Pero cuando todo está enchastrado por la violencia, la justicia real no llega nunca y la paz, mucho menos. Para dibujar este thriller desolador, Charyn acude al maestro Jacques Loustal, con quien ya había trabajado en 1991 en otra novela gráfica inédita en castellano, llamada Les Fréres Adamov (los hermanos Adamov). Y como en aquella ocasión, Loustal sorprende con un cambio radical en su estilo, que se aleja de esa impronta más sofisticada, más lírica, más "de contemplación", e incluso de su clásica puesta en página con tres viñetas widescreen, ideal para retratar paisajes. Acá, el maestro francés se pone el overol y se convierte en un obrero de la narrativa, con un grafismo mucho más crudo, más expresivo, mucho más idóneo para ponerse al servicio del relato de Charyn y mucho más en sintonía con la violencia, la abyección y la sordidez que caracterizan al guion. Por momentos decís "¿Este es Loustal?", porque realmente se parece poco al estilo que consagrara al ídolo en los ´80, sobre todo en esas obras junto a Philippe Paringaux. Y sí, es un Loustal raro, como si tratara de acercarse a un Guillem Cifré, o en los momentos más extremos a un Peter Kuper. El resultado es espectacular, porque sorprende no solo al fan de Loustal acostumbrado a otra cosa, sino también a cualquier lector de historietas para adultos, que se va a encontrar con un trazo tan duro y tan adusto como el propio guion de Charyn, con esa falsa sensación de simplicidad. Ojalá alguna vez haya edición en castellano de White Sonya. Es una obra maestra, de verdad. Nada más, por hoy. La seguimos pronto.

jueves, 16 de junio de 2022

ESSENTIAL CLASSIC X-MEN Vol.2

Otro Essential de durísima digestión, esta vez con el aliciente de que yo ya sabía lo que me iba a encontrar en estas 640 páginas, porque ya había leído todas estas historietas, por supuesto a color. Y entré tan convencido de que me estaba sumergiendo en un foso séptico, que por momentos el material me pareció menos choto de lo que suponía que iba a ser. De hecho, hay algunos numeritos de Roy Thomas que no están mal, que se me hicieron entretenidos, a pesar de la cantidad ingente de diálogos. Me parece que el problema fundamental de esta etapa de X-Men (años 1966-68, más o menos) es que es una serie que no va a ningún lado, que hace la plancha y simplemente acumula episodios, que hasta se podrían leer en cualquier orden. A partir del nº38, cada número incluye un episodio principal más corto (15 páginas) y un back-up protagonizado por uno solo de los miembros del equipo en el que generalmente se exploran sus orígenes. Esto le da un poco más de aire a los relatos, porque Thomas y sus sucesores (Gary Friedrich primero y Arnold Drake después) no sienten más la presión de cerrar las aventuras en la página 20, y estas se extienden a lo largo de varios números. Dos cosas me llamaron mucho la atención. Uno: me divertí mucho más en las escenas en las que los X-Men actúan en sus identidades civiles, como adolescentes "normales" de los años ´60, que durante las peleas con los villanos. Dos: parece que en el Universo Marvel de 1966-68 todavía no había afroamericanos. Ni en las escenas de multitudes, ni cuando aparecen grupos de soldados, policías, bomberos o incluso pandilleros, vemos gente de raza negra. Nunca, jamás, ni un solo personaje que no sea caucásico. Lo mejor, lejos, el ídolo Hank McCoy y la magia que nos regala en los diálogos, con un vocabulario florido, sofisticado, y referencias al cine, la literatura, la música y las artes plásticas, además de a la ciencia, que es su especialidad. Incluso en esta época "oscura" de los X-Men ya había motivos de sobra para hacerse hardcore fan de este personaje carismático y genial, quizás no tan relevante a la hora de definir los combates, pero brillante para tirar chistes y diálogos de los que los otros personajes no podrían tirar jamás. No sé si a causa de la vejez o del blanco y negro, no me disgustó el trabajo de Werner Roth en el dibujo. Al vilipendiado autor lo mandan a clonar los layouts de Jack Kirby, y si bien no logra reproducir el impacto y el carisma de los dibujos del Rey, zafa dignamente. Sobre todo en los primeros números, cuando lo entinta un Dick Ayers extrañamente elegante, que por momentos parece Sid Greene entintando a Gil Kane en un comic de DC. Después, al pobre Roth le infligen las tintas de asesinos como John Tartaglione y (en menor medida) John Verpoorten, y el dibujo se hunde en los pantanos del oprobio. En el medio, a Roth le permiten probar otras puestas en página, no clonadas de las de Kirby, a veces imaginadas por él mismo y otras veces delineadas por Don Heck. Entre los suplentes están Ross Andru, George Tuska (a los que también masacran los entintadores), un numerito más que decente de Dan Adkins, uno espantoso de Jack Sparling, uno de un primerizo Barry Smith (todavía sin el "Windsor") que es un pastiche bochornoso de afanos a Kirby, un par de números dibujados por Don Heck sin alma ni talento, y los dos numeritos del mítico Jim Steranko que ya vimos (a todo color) en la reseña del 22/03/18. Después de años de Roth y Heck, el despliegue visual que propone Steranko es un soplo de aire fresco, pero al ídolo también le enchastran los lápices con las horrendas tintas de John Tartaglione y el resultado queda muy por debajo de lo que pudo haber sido. El Essential incluye también un número de Avengers, ya que Roy Thomas ensaya un crossover entre las dos revistas de equipos que escribía en este entonces. Y claro, aparece en escena John Buscema y su jerarquía se impone de modo natural... excepto por un detalle. Parece que nadie le avisó al dibujante que los X-Men eran adolescentes, y dibuja a los pibes de 16 años con los mismos rasgos que a Hank Pym (que tenía más de 30) o Hawkeye (que no tendría menos de 23-24). En fin, poco para rescatar a nivel dibujos, pocas aventuras interesantes, y en todo caso si vale la pena guardar este masacote es por su valor histórico: acá están las primeras apariciones de personajes como Polaris, Banshee, Mesmero, Erik the Red, Mimic y la primera de las muchas muertes del Professor Xavier. Y por supuesto, también hay apariciones de un sinnúmero de personajes irrelevantes, que más tarde serían prolijamente barridos abajo de la alfombra, o reformulados por completo. Ah, y la dulce ironía de ver a Arnold Drake (co-creador de la Doom Patrol) como guionista de los X-Men también suma unos puntos. Tengo el tercer y último Essential de Classic X-Men en la pila de los pendientes y seguro le entraré durante este año. Nada más, por hoy. Gracias y hasta pronto.

lunes, 13 de junio de 2022

LIBROS DE LUNES

Como suele suceder, llego a la tarde del lunes con un par de libros leídos, como para reseñar en este espacio. Empiezo en Francia, año 1999, cuando Lewis Trondheim escribe y dibuja un álbum de Lapinot titulado "Pour de Vrai", como siempre con su esposa Brigitte Findakly como colorista. Este es un álbum totalmente basado en los diálogos, donde probablemente estén los one-liners y los retruques más graciosos de toda la bibliografía de Trondheim (que espero algún día tener o leer completa). Son 46 páginas en las que prácticamente no pasa nada, y en las que el atractivo reside en las cosas que dicen Lapinot, Nadia y el resto de los personajes. Hay un intento de trama mínimamente aventurera, cuando Nadia, en pleno fin de semana de descanso en un castillo cerca de la playa, empieza a hurgar en una posible historia para una nota periodística. Esto nunca cobrará un verdadero espesor dramático, sino que dará pie a nuevos diálogos entre profundos y desopilantes entre Lapinot y su novia. Un encuentro fortuito con una ex del protagonista con cabeza de conejo activará una posible trama de celos y romances frustrados, pero también se resolverá todo hablando, en pocas páginas y de modo muy entretenido. Y para que haya algo de acción, tendremos accidentes, tropiezos, y algunas pantomimas absurdas a cargo de Richard, el amigo de Lapinot con cabeza de gato, que acá está más inmaduro que nunca, al borde de volverse insufrible. Sin la mochila de tener que hilvanar un relato con misterios, aventura y el ritmo que estas temáticas imponen, Trondheim se siente a sus anchas. Lapinot y Nadia afianzan su vínculo romántico a través de estos paseos y estas largas charlas repletas de chistes brillantes, en las que ambos se revelan como maestros de la esgrima verbal y uno no puede sacarse la sonrisa del rostro, como si le hubieran lanzado el gas del Joker. De paso, Trondheim nos hace pensar de manera muy sutil y solapada acerca del rol del periodismo, sobre el tiempo que le dedicamos normalmente al ocio, y no mucho más, porque el resto es eso: gente normal haciendo cosas de gente normal. Algunos de estos humanos con cabeza de animales son más agudos, están más afilados, otros están medio estupidizados por los videojuegos, a otros el tema del castillo antiguo les da un toque de miedo, y otros se adaptan con total normalidad a la idea de distender y no hacer nada, simplemente compartir charlas, vinos, comidas y paseos. Pour de Vrai es un álbum que prescinde de la pasión para apasionar al lector, una timba loca de las tantas que nos propuso Trondheim en estos últimos 30 años, en la que si te arriesgás, ganás fortunas. Te divertís con los diálogos, te deslumbrás con el dibujo, te enganchás a pleno con la forma en que narra el francés, y cerrás el álbum convencido de que sos un integrante más de ese grupete de amigos, tan reales y tan humanos a pesar de su fisonomía híbrida entre humanos y animales. Ah, me fijé si existe en castellano y sí: Planeta-DeAgostini lo publicó como "De Veras", en un tomo doble que incluye otro álbum de Lapinot. Si alguno lo tiene, por favor cuénteme si la traducción está buena, porque traducir historietas basadas en diálogos tan cargados de chistes es más difícil que ser pobre y salir beneficiado por políticas neoliberales.
Allá por el 04/07/18 me tocó reseñar en este espacio un comic de Keith Giffen titulado "Common Foe", una aventura ambientada en la Segunda Guerra Mundial en la que soldados nazis y soldados aliados se ven obligados a unir fuerzas para combatir a una peligrosísima amenaza sobrenatural, unas criaturas horrendas y antropófagas que tenían bajo su control un pueblito de Francia deshabitado, que ambos ejércitos se disputaban. Exactamente LO MISMO sucede en la primera de las dos historias que componen el libro Tierra de Nadie, obra de Roberto Barreiro y Edu Molina. La única diferencia es que en el guion de Barreiro, la guerra es la primera y el pueblito pareciera estar en Bélgica. La segunda historia del tomo también ofrece un argumento que leímos varias veces: asediados por los nazis (ahora sí, estamos en la Segunda Guerra Mundial), los judíos recurren a su ancestral tradición mística y activan una tropa de golems que hacen pomada a los muchachos del Tercer Reich con su fuerza y resistencia sobrehumanas. ¿Son malas historias? No, simplemente no son originales. Los diálogos están bien, los bloques de texto no aportan información redundante sino relevante, y Barreiro tiene clarísimo cuándo "callarse la boca" y dejar que sea el dibujo de Molina el que lleve adelante la narración. O sea que si nunca leíste Common Foe, o alguna de las muchas historias cortas de golems vs. nazis, seguramente en Tierra de Nadie vas a encontrar tramas que te van a sorprender, te van a enganchar y hasta te van a poner nervioso, porque Barreiro y Molina trabajan con mucho énfasis en el ritmo del relato para generar tensión en el lector. Por el lado del dibujo, nunca me imaginé que el género bélico le sentara tan bien a Edu Molina, un dibujante que ya había dado cátedra en el misterio sobrenatural, pero en ambientaciones urbanas, más actuales y enroladas en una onda de policial negro. Para cuando aparecen en escena los elementos fantásticos, Molina ya te metió a fondo en estas guerras espantosas y ya estás respirando esos climas, chupando frío y oliendo cadáveres con esos soldados europeos del siglo pasado. En el trazo adusto y sintético de Molina, que por momentos parece un grabado más que un comic, aparece la influencia inmortal de Alberto Breccia, sobre todo en esos rostros desfigurados por el horror. Pero además Molina pone su claroscuro atroz al servicio de escenas de acción de una potencia demoledora, y ahí te olvidás de Breccia y flasheás cine de Hollywood estridente y kilombero. Las tramas mecánicas y el uso de las tonalidades de marrón en una historia y de gris en la otra engalanan una faz gráfica absolutamente impactante, en la que Molina hace gala de una solvencia a prueba de balas. Evidentemente el argentino radicado en México (Edu) y el argentino radicado en Chile (Roberto) se entienden a la perfección y logran una simbiosis que en Tierra de Nadie se disfruta a pleno. Quiero más trabajos de esta dupla. Y hasta acá llegamos. Estoy leyendo un Essential de esos de chotocientas páginas y no lo estoy disfrutando, por eso voy lento. Ni bien lo liquide, se viene reseña acá en el blog. Será hasta entonces.

jueves, 9 de junio de 2022

GEMAS DE JUEVES

Bueno, ya me devoré el episodio final de la cuarta temporada de Young Justice, así que puedo abocarme a reseñar los últimos comics que leí, un material de una calidad realmente infrecuente. Le entré con todo al Vol.5 de 20th Century Boys, el clásico insumergible de Naoki Urasawa, la obra maestra del suspenso y la conspiranoia. Como siempre, Urasawa vende humo en cantidades industriales, dedica una cantidad bestial de páginas a crear tensión y a generar la sensación de que, ahora sí, se pudre todo, con escenas largas y sumamente impactantes... que tienen poca relevancia en el big picture, en el contexto de la trama entendida de manera más global. 50 páginas para decirnos que tal personajes es grosso, por ejemplo. Pero por suerte todas estas secuencias, incluso las muy estiradas, tienen sus consecuencias y -sobre todo- están narradas con una maestría que te deja estupefacto. En este tomo, casi todo pasa por las chicas, Kanna y Kyoko Koizumi, que -de a poco- se apoderaron del protagonismo a medida que Urasawa "sentó cabeza" en el tramo de la obra ambientado en 2014 y suspendió (al menos por ahora) los saltos constantes entre esta época, 1971 y 2000. Y pasan varias cosas importantes, que obviamente no voy a revelar porque se trata de un manga cuyo principal atractivo son precisamente los misterios. 20th Century Boys es un manga que no para nunca: ni de expandir su elenco de personajes ni de sumarle espesor a una trama que por momentos te asfixia de tan retorcida. Y por si faltara algo, el dibujo es tan perfecto, tan milimétricamente perfecto, que hace que no importe nada si Urasawa estira al pedo las escenas, porque siempre querés más páginas dibujadas a este nivel por este monstruo, cuente lo que cuente y avance las tramas al ritmo que se le cante. Este es un manga que te propone una inmersión total, donde realmente el autor te impone una suspensión del descreimiento que hace que no solo sientas que la historia que cuenta es real, sino que te sientas ADENTRO de esa historia, la vivas y la sufras como si estuvieras ahí. Para lograr eso hay que manejar como los dioses una notable cantidad de recursos narrativos y Urasawa lo hace, todo el tiempo. No te aburrís nunca, ni cuando te llena dos o tres páginas de cabezas que hablan. Y cuando estalla la acción, ma-mita... Ojalá todos los dibujantes de shonen dibujaran la acción como Urasawa. Nada, podría hablar horas de 20th Century Boys, porque la manija no para de crecer tomo a tomo. Espero conseguir pronto el Vol.6.
Me voy a EEUU, año 2019, cuando los maestros Ed Brubaker y Sean Phillips nos ofrecen esta maravilla llamada My Heroes Have Always Been Junkies, una novela gráfica autoconclusiva, sin relación con ninguno de sus trabajos anteriores, aunque podría ambientarse en el mismo mundo de Criminal. Acá el mundo del hampa tiene su importancia, pero no es decisivo para el disfrute de la historia. Estamos frente a un comic prácticamente sin acción, donde lo importante son los diálogos y los silencios, y que si un día se convierte en película, la puede filmar cualquier ciruja gastando cuatro pesos con cincuenta. No quiero contar mucho acerca de la trama porque es una obra relativamente breve, muy jugada a las sorpresas que Brubaker revelará recién cuando faltan 8 páginas para el final. Hasta llegar a ese punto, My Heroes Have Always Been Junkies adopta distintos registros, entre ellos el de road movie y el de comic romántico, pero le juega las cartas más bravas al desarrollo de un personaje, Ellie, la chica internada a pesar suyo en una clínica para el tratamiento de adicciones. Ellie se revela como una persona (más que un personaje) realmente tridimensional, profundo, que todo el tiempo te descoloca, te invita a replantearte miles de cosas, desde una rebeldía para nada pelotuda, un poco en la línea del Holden Caulfield de The Catcher in the Rye. Hay hermosas referencias a músicos de rock y de blues y una reconstrucción gradual, muy ingeniosa, del pasado de Ellie a través de muy buenos flashbacks. También algunos momentos en los que Brubaker parece querer reconciliarse con sus épocas de autor integral, cuando en las páginas de la revista Lowlife escribía y dibujaba esas anécdotas autobiográficas en las que salía a robar de caño para comprar falopa. Y es todo lo que voy a decir acerca del guion, para no spoilear nada. El dibujo de Phillips conserva el nivel de sus mejores trabajos, con dos diferencias: por un lado, la forma en que se desarrollan tanto la historia como los vínculos entre Ellie, Skip y el resto de los personajes, hace que el británico no tenga que enfatizar las expresiones faciales. Con poquitas, puestas en los momentos justos, alcanza y sobra. Y por el otro lado, tenemos a un colorista, Jacob Phillips, que no es otro que el hijo de Sean, y que le imprime al dibujo de su papá una impronta novedosa, realmente muy distinta a la que le daban los otros coloristas con los que había trabajado el maestro. No recuerdo haber visto otras historietas en las que el color esté aplicado de esta manera, y el resultado combina frescura, sutileza, belleza y hasta un cierto atrevimiento, porque hay que meterle esos rositas y esos naranjitas a un trazo crudo, adusto y hasta por momentos amargo como el de Sean Phillips. Recomiendo enfáticamente My Heroes Have Always Been Junkies, una historieta realmente adulta, y una nueva joya en la corona de una dupla sencillamente genial. Nada más, por hoy. Nos reencontramos en unos días con nuevas reseñas, acá en el blog.

lunes, 6 de junio de 2022

OTRO LUNES CON RESEÑAS

Bueno, como ya es costumbre, los lunes reseño algunos libritos que leí durante el finde. Empiezo en Francia, año 2011, cuando Fabien Nury y Brüno (una dupla hoy recontra-afianzada) adaptan al comic la novela de Eugene Sue llamada Atar Gull, o el destino de un esclavo modélico. Alcanza con un vistazo a la portada para deducir de qué va la historia: un nativo africano de físico portentoso, esclavizado por europeos para ser vendido en América. Una historia que, por más que nos la hayan contado mil veces, no deja de ofrecer aristas interesantes para explorar. La saga de Atar Gull está dividida en dos partes: en la primera, Nury se concentra en el viaje a América de los africanos y en todo el mecanismo perverso del tráfico de esclavos: quién los somete, quién los vende, cómo se negocia cada eslabón de esa infame cadena, y los peligros que enfrentaban los barcos cargados de esclavos cada vez que intentaban cruzar el Oceáno Atlántico para vender su mercancía en nuestro continente. En todo este extenso tramo, el rol de Atar Gull es muy menor, es apenas un testigo de lo que sucede, una víctima más de este abominable mecanismo de explotación forzada de hombres y mujeres a los que los europeos ni siquiera consideraban seres humanos. La segunda parte no es menos desgarradora ni menos conmovedora, ni golpea menos al lector con las atrocidades que nos toca presenciar. Pero es la que cuenta el grueso de la historia, donde realmente se desarrolla el personaje de Atar Gull. Ambientado en Jamaica, en una gran finca donde muchísimos esclavos trabajan al servicio de un amo inglés, este tramo también transita muchos lugares comunes que vimos en miles de películas, novelas y comics sobre la vida de los africanos transplantados a América por la fuerza, pero al espesor dramático del clásico conflicto entre blancos y negros, Nury le suma un elemento muy ganchero: Atar Gull tiene un plan para vengarse de quienes esclavizaron a su gente. Las fronteras entre héroes y villanos se hacen borrosas a medida que el plan de Atar Gull avanza y vemos sus funestas consecuencias para prácticamente todo el elenco de la novela. Nury narra todo esto de manera adusta, impiadosa, con pocas palabras pero muy filosas, con unas escenas mudas electrizantes y una mala leche desoladora. Hasta la última página hay sorpresas, porque el protagonista va revelando de a poco facetas de su personalidad que estaban apenas insinuadas en las primeras páginas. Esto es heavy de verdad, no es una lectura para estómagos blanditos. Y el dibujo de Brüno es magnífico. Brüno es alemán, se apellida Thielleux, y su trazo busca todo el tiempo la síntesis, quedarse con el impacto, con la potencia del dibujo y prescindir de todo lo demás. Encuentra un punto de equilibrio alucinante, en una especie de frontera entre Lucas Varela y Miguel Ángel Martín, como para que te des una idea. Y ahí, en ese nivel de abstracción, te masacra con una expresividad que te sumerge inexorablemente en la historia, en los climas que propone el guion, para hacerte sentir en carne propia los horrores que viven los personajes del comic. Brüno deja la vida en cada fondo y no desaprovecha en lo más mínimo las oportunidades de lucimiento que le brindan las muchas secuencias mudas que le habilita Nury. El colorista Laurence Croix lo complementa muy bien y lo colorea como corresponde a este tipo de línea dura, casi agreste: con colores planos. Atar Gull es un comic durísimo, incómodo como tampón de virulana, jodido como enema de chimichurri, pero realmente cautivante por su temática y su ritmo, y brillante por su ejecución tanto en guion como en dibujo.
Me vengo a Argentina, año 2021, cuando Capitán Barato publica un segundo libro de Rancat, titulado Tres Chicas y un Vampiro. Acá tenemos cuatro aventuras del violento justiciero urbano escritas por Matts (el editor y guionista Matías Timarchi), dibujadas por Sergio Monjes y coloreadas por Ramón Bunge. Este último se lleva la medalla dorada, porque su trabajo es realmente excelente. Me imagino este comic en blanco y negro y tendría... el 40% de la gracia y el impacto que se puede apreciar en la versión a color. La medalla de plata es para Matts, que maneja muy bien el género del grim´n gritty. El único problema que encuentro es que TODOS los personajes son groseros y hablan con una cantidad insoslayable de puteadas. Me encanta que haya personajes mal hablados, pero eso se disfruta mucho más cuando son uno o dos, y encajan las puteadas en un contexto en el que se supone que son la excepción, no la regla. Acá son la regla, prácticamente no hay personajes que no puteen en las cuatro aventuras, y eso diluye un poco el impacto de las guarangadas. Y medalla de bronce para Sergio Monjes, un dibujante correcto, con algunos momentos realmente memorables, pero con un vicio que no logro entender: cuando llegan las escenas de acción, que es donde más debería lucirse el dibujo, donde en general las historietas de este tipo se van al carajo en sus despliegues de viñetas enormes en las que la machaca estalla con todo su power, Monjes en vez de meter menos cuadros por página, mete más. Buena parte de las peleas están resueltas en páginas con cuatro tiras de viñetas muy chiquitas, con poco énfasis en la acción, mientras que en las páginas donde Rancat y los demás personajes dialogan o hacen otras cosas, muchas veces las tiras son tres y las viñetas, seis o menos. Ojo, también hay escenas sin violencia en las que Monjes mete MUCHOS cuadros por página, y cuadros (grandes y chicos) MUY cargados de texto. Pero donde esto se convierte en un obstáculo es en las escenas de acción, que merecían ser narradas con menos cuadros, más grandes y más espectaculares. Más allá de los detalles, me divertí bastante con estas historias repletas de corrupción y sordidez, donde hay tráfico de órganos, prostitución, timba clandestina, drogas, armas, torturas, vampirismo, violaciones y mil excusas más para que la violencia explote y salpique a buenos y malos. No es material para analizar de modo puntilloso, sino más bien para dejarse llevar por lo extremo de los conflictos y por los tsunamis de sangre y muerte con los que los resuelven Matts y Monjes. Desde ese lugar, Rancat es un entretenimiento sólido y eficaz, casi irresistible para los fans de los justicieros mala leche que no tienen el menor reparo en responder a la agresión con mucha más agresión. Nada más, por hoy. Nos reencontramos ni bien tenga leídos un par de libros más, acá en el blog.

viernes, 3 de junio de 2022

LIBRITOS DE VIERNES

Vengo leyendo poco estos días, pero no quería que llegara el fin de semana sin clavar un posteo en el blog. Conseguí el Vol.4 de StormWatch, que me faltaba, así que esta reseña debería ser leída entre la del 07/05/14 y la del 30/10/16. Una vez más, Warren Ellis plantea dos arcos de tres episodios, en los que va a sentar las bases de personajes y situaciones que van a explotar cuando StormWatch deje paso a The Authority. En este tomo lo acompaña un Bryan Hitch muy inspirado, muy comprometido, al que se le nota bastante que le interesa mucho más dibujar la figura humana que cualquier otro elemento que tenga que aparecer en las viñetas, pero igual le pone toda la garra. Elige ángulos espectaculares, no abusa del widescreen, trata de darle rasgos distintivos a las caras de los distintos personajes, y por supuesto se saca la lotería, el PRODE y el Quini 6 cuando le ponen como colorista a una Laura DePuy que le agrega magia y climas a un nivel devastador. En el segundo arco no está DePuy, no dibuja todas las páginas Hitch (entra el apenas aceptable Michael Ryan, un suplente bastante inferior al astro británico) y la faz gráfica sufre un poco. Pero conserva lo que a los fans más nos gustaba cuando leíamos esto en los ´90, que es la espectacularidad, la grandilocuencia, la sensación de que lo que estaba en juego era gigantesco, virtualmente inabarcable. En el primer arco, Warren Ellis introduce a los hoy cuasi-icónicos Apollo y Midnighter, en una muy buena historia, emotiva, fuerte, en la que se siguen destapando los funestos secretos de Henry Bendix. Y el segundo arco está un poco estirado, se podría haber contado lo mismo en la mitad de las páginas, pero (a través de una versión de una realidad alternativa) indaga mucho y bien en los poderes, el origen y la personalidad de Jack Hawksmoor, otro personaje que será clave más adelante. Acá ya se nota mucho que a Ellis le importan muy poco los personajes que heredó de Jim Lee y demás "creadores" que habían pasado previamente por StormWatch. Con la notable excepción de Jackson King, el resto aparece poco, no hace pie en las tramas, no tienen escenas copadas, ni desarrollo, ni nada. Con el diario del lunes, parece bastante obvio que muy pronto los harían boleta a todos. Los diálogos no tienen la chispa ni la mala leche que amábamos los fans de Transmetropolitan, pero están muy por encima de lo que se veía en las otras series de superhéroes y afines que publicaba WildStorm a fines de los ´90. Si te gusta leer a Ellis en títulos de claro perfil superheroico, esta etapa de StormWatch te va a encantar, porque encaja perfecto con la onda de esos primeros 12 monumentales números de The Authority, y porque están mayoritariamente dibujados por Bryan Hitch en una época de oro para el (hoy venido a menos) artista británico. Por ahí si Ellis en vez de una transición hubiese planteado una cirugía mayor sin anestesia, o un reboot más brutal, el impacto habría sido mayor. Pero a mí me gusta que se pueda leer y rastrear episodio a episodio la ruta que trazó el guionista desde la fosa séptica que era el nº35 de StormWatch (primera serie) a la gloria que significó el lanzamiento de The Authority.
Me vengo a Argentina, a repasar el nº1 de la revista Cancelado, una publicación de humor político, gestionada por la gente del colectivo Alegría. Me encontré con un formato grande, lindo, casi 100 páginas, pero un contenido muy por debajo de lo esperado. Una mezcla de autores consagrados con otros que desconocía, en la que por lo general los que dibujan bien cuentan cosas que no me interesaron o me parecieron medio pelotudas, mientras que algunas buenas ideas están en manos de chicos y chicas a los que les falta un montón en materia de dibujo. No me reí con capos que dibujan bárbaro como Ariel López V., Diego Parés, Gustavo Sala o Sergio Langer, apenas pude rescatar algún momento gracioso en una de las historietas de Ernán Cirianni... Creo que lo que más me gustó fue el segmento en el que colaboran autores de otros países, con muy destacadas participaciones del maestro chileno Christiano , el francés Darshan, y la portuguesa Julia Barata. Después, encontré lindos dibujos de Jesús Cossio y Mauro Entrialgo, lo de Adao Iturrusgarai me dejó con gusto a poco, lo de Joni B me pareció cualquiera... Y por suerte hay algunas ideas graciosas en historietas en las que no me entusiasmaron demasiado los dibujos, como la de Maxi Falcone, o la de Razz. En un terreno ya 100% de gusto personal, me quedo mil veces con los chistes de libertarios, goriloides y fachos varios que con los de vacunas, virus y contagios, o los de pija y concha, de los que hay muy pocos. Pero el balance general me dio muy flojo. Pensé que me iba a encontrar con chistes e historietas mucho mejores. Y no hay más. Perdón por tan poco y espero tener nuevos libros leídos para reseñarlos muy pronto, acá en el blog.