el blog de reseñas de Andrés Accorsi

martes, 22 de febrero de 2022

EL ESQUEMA SE REPITE

Los libros que leí en estos días tienen bastante en común con los de la entrada anterior, por absoluta casualidad. La otra vez teníamos un policial de autores argentinos protagonizado por un detective privado duro, del cual sabíamos muy poco. Ahora cambiamos detective privado por inspector de policía, y nos vamos a 1975 con los maestros Ray Collins y Lito Fernández para disfrutar de la reciente reedición de Precinto 56, aquel clásico de la revista Skorpio. Yo me acordaba que esto era bueno, pero no que era TAN bueno. Esta etapa de Precinto 56 arranca MUY arriba, con un Collins afiladísimo, obviamente influenciado (tanto en la prosa como en la construcción de las tramas) por Héctor G. Oesterheld, pero con una calidad y un vuelo poético en los textos que no tienen nada que envidiarle a los del maestro, y hasta a veces lo superan. Collins te hace sentir en carne propia la desolación, la oscuridad, el horror y la miseria que pueblan cada una de estas historias de 12 ó 13 páginas. Sobresalen del conjunto dos guiones soberbios: el del violador serial (jodido e impredecible) y el que gira todo el tiempo en torno al aborto, sin decir nunca la palabra “aborto”. Este es una cátedra absoluta, que deberían estudiar en profundidad todos los guionistas actuales. El dibujo de Lito Fernández es rarísimo, como si quisiera despegarse del estilo que había impuesto en Dennis Martin y reconciliarse de alguna manera con quien fuera su maestro (casi su padre, dice siempre Lito), Alberto Breccia. O por lo menos acercarse a otros discípulos del Viejo (pienso en José Muñoz, Rubén Sosa o Leopoldo Durañona) que adoptaron más yeites del glorioso tripero y los conservaron durante más años. Ojo, alejarse un poquito de Milton Caniff y Frank Robbins para acercarse un toque a Breccia no es un disparate, porque el Viejo también tuvo una etapa en la que miraba bastante a Caniff. Pero en esta etapa de la carrera de Lito, esa búsqueda se ve rara. Lo vemos usar muchas técnicas de entintado distintas en una misma viñeta y trabajar el grosor de la línea, las manchas negras, las texturas y los cross-hatchings de un modo que no volveremos a ver en casi ninguno de sus trabajos posteriores. De esa indefinición, o de ese “vale todo” intencional, salen imágenes de enorme fuerza expresiva. Más allá de que el fan de larga data de Lito sienta este material como extraño en la carrera del ídolo, es innegable que en Precinto 56 la narrativa que despliega Fernández no tiene fisuras. Ni siquiera esos experimentos en materia de claroscuro logran empañar la habilidad innata de este monstruo para contar historias con sus dibujos. Este arranque de Precinto 56 es magistral, de verdad. Una obra que para 1975 era moderna, quizás incluso vanguardista, pero que en ningún momento se planteaba romper con la ilustre tradición de los próceres de siempre como Oesterheld y el Viejo Breccia. Y que hoy se puede leer y disfrutar sin el menor inconveniente, e incluso tirar sobre la mesa para revalorizar a dos autores de una trayectoria demoledora (que felizmente aún están vivos) y una producción monumental, como la que nos ofrecieron Collins y Fernández, sobre todo en los ´70 y ´80.
Y la vez pasada comenté una historieta de aborígenes norteamericanos enfrentados a los milicos de ese país que funcionaban como avanzada del genocidio y posterior robo de sus tierras, y hoy tenemos otra obra que se trata de lo mismo. Tecumseh! nació como una obra de teatro creada por Allan Eckert para ser representada al aire libre, en un gigantesco predio de Chilicothe, Ohio. Hasta que vio la obra el siempre inquieto Timothy Truman y dijo “esto es una historieta, maestro”. Así es como en 1992 apareció esta versión de Tecumseh!, que sin desviarse casi nada del relato de Eckert, funciona lo más bien como una novela gráfica de 60 páginas. Como está contada desde el punto de vista de los indios Shawnee, esta es una historia triste, donde el valor y la entrega de estos bravos guerreros no va a alcanzar para impedir que los milicos blancos se queden con todo. Pero Tecumseh se va a encargar de que la victoria les salga cara. La obra también tiene una leve trama romántica y otra bastante más importante que va para el lado de la intriga palaciega y por momentos cobra ribetes shakespeareanos. O sea que aunque sepas que al final pierden los buenos, hay bastantes elementos que te van a mantener enganchado hasta el final. Y por suerte los textos son ágiles, no está la intención didáctica de explicarte en detalle la sociedad, la economía, la política, la táctica bélica, la religión y hasta qué condimentos le ponían los indios a la comida a principios del Siglo XIX. Donde Tecumseh! viene floja de papeles es en algunos pasajes del dibujo. Truman es un excelente narrador, pero no puede dibujar a los personajes con la misma cara en dos viñetas seguidas. A veces copia los rostros de fotos y le salen muy bien, pero se nota mucho que son fotos copiadas. Y cuando no copia, tenemos personajes que de una viñeta a otra pasan de ñatos a narigones, de baqueteados a lozanos, o de flacos a gordos. El protagonista y su hermano por momentos parecen tener veintipocos años, por momentos treinta y muchos, por momentos ser casi viejos… pero en una sucesión que no coincide con el transcurso de los años que abarca el relato. Y en el medio aparece una cara copiada de una foto, y los aborígenes adquieren los rasgos del modelo que posó para la foto, que probablemente haya sido un amigo de Truman, que no era descendiente de shawnees, ni tenía una edad ni una contextura similar a la de los protagonistas del comic. O sea que ahí hay una inconsistencia, una irregularidad muy notoria, que no empaña algunos momentos majestuosos del dibujo, ni mucho menos lo interesante del guion, pero hace ruido. Si sos fan de Truman, seguro ya estás acostumbrado a esos saltos bizarros, y no van a impedir que disfrutes de esta muy buena novela gráfica. Nada más. Nos reencontramos el mes que viene, acá en el blog, con reseñas del material que pienso leer durante el viaje a Montevideo. Gracias y hasta pronto.

viernes, 18 de febrero de 2022

OTRAS DOS RESEÑAS

Voy por mi segundo libro editado por Deux en menos de un mes. Vergüenza infinita. Pero bueno, me llamó la atención el rescate de Stone, una serie policial de Guillermo Saccomanno y Alejandro Fried, que recordaba haber leído hace como 30 años en Fierro (¿o era en Puertitas? ¿O salió en las dos?) y de la que me sorprendió descubrir que existen nueve episodios, porque yo conocía tres o cuatro, no más que eso. Eso me hace suponer que salía en Fierro, en la época en la que la revista era tan chota (nºs 35 al 60 de la primera etapa, más o menos), que a veces la compraba y no la leía, a veces leía tres o cuatro historietas y a veces ni la compraba. Excepto por el prontuario del editor, el libro está muy bueno. Tiene un único problema que es la tipografía, que está como apretada, con el espacio entre los caracteres comprimido al mango, de modo que las letras se amontonan unas con otras y las palabras se convierten en masacotes difíciles de descifrar. No sé si eso viene de arrastre, o si es una “innovación” de este libro, pero es un espanto. Las historias se inscriben en los típicos casos de un detective al que le pagan para fisgonear y averiguar el paradero de alguien que desapareció, o con quién se acuesta alguien, o cosas así, bien terrenales. Como suele suceder, muchas veces el antagonista es la misma persona que contrata al detective, hay femme fatales, hay engaños… Si me pongo en ortiva, hay muchos argumentos que leímos 8.000 veces en este tipo de ficciones. Pero por suerte Saccomanno le pone pasión a los textos, les inyecta una poesía sórdida, una oscuridad y una desolación muy logradas, que lograron emocionarme aunque sospechara mucho antes cómo iba a terminar cada episodio. De los nueve que incluye el librito, el que más me gustó fue el de las remeras de Mavis, impredecible y conmovedor. El dibujo de Fried es tremendo, es como un pariente punk de Alfonso Font y Jordi Bernet. Narrativa brillante, claroscuro potente, la referencia fotográfica justa para darle realismo al relato sin convertirlo en una fotonovela camuflada, muy buenas expresiones faciales, páginas de ocho y nueve cuadros donde en ninguno se ve una tirada a chanta... Una bestialidad lo que dibuja acá este monstruo poco reconocido de la historieta argentina. ¿Qué le falta a Stone? Un poco más de profundidad para el protagonista, algo que Saccomanno sí logró darle a Marcel Clouzot en la serie de El Condenado que –digamos todo, seamos buenos- es muchísimo más extensa que esta. Por ahí si Stone en vez de 9 episodios tenía 40 ó 50, llegábamos a conocer mejor al personaje y a encariñarnos o identificarnos un poco más con él. Pero estamos hablando de un material sumamente recomendable.
Me voy al 2019, cuando (después de 15 años sin nuevas aventuras) regresa el querido Teniente Blueberry, ahora a cargo de la dupla integrada por Joann Sfar y Christophe Blain, autores de una generación bastante posterior a la de Jean-Michel Charlier y Jean Giraud, que ya habían trabajado juntos en varios proyectos. Rencor Apache tiene un solo problema: es la primera mitad de una historia y la segunda todavía ni siquiera está anunciada. Los seguidores de Sfar sabemos que ya nos hizo muchas veces la abyecta trapisonda de empezar una serie y no pasar nunca del Vol.1, y con dos años largos transcurridos sin que se anuncie la segunda parte, a mí se empieza a fruncir un poquito el ojete. ¿Nos dejarán de garpe a los que entregamos nuestros mangos a cambio de este libro? Ojalá que no. Estas 62 páginas no son una Obra Maestra al nivel de los mejores episodios de Blueberry, pero están buenísimas. Pasan muchas cosas, hay escenas muy fuertes, grandes diálogos, grandes silencios, una trama compleja, desarrollo tanto para los buenos como para los malos, personajes a los que los propios lectores debemos encasillar en uno de los bandos (o no) porque Sfar decide no hacerlo, y una sensación de que lo que está en juego es muchísimo y en una de esas, Blueberry no se lleva la victoria a la que está acostumbrado. Rencor Apache es una historia de violencia, de la venganza que engendra la violencia, de la mentira puesta al servicio del encubrimiento de la violencia y sus funestas consecuencias. Arranca muy arriba y, por lo menos en esta primera mitad, no baja nunca. Quizás la sorpresa más grata que me brindó este álbum es ver a Blain firme en su estilo, sin copiar a Jean Giraud. En todos los álbumes de Blueberry que no dibujó Giraud, la editorial puso dibujantes de una estética muy similar, con instrucciones de seguir lo más de cerca posible la línea del Genio Infinito. Blain, en cambio, sabe que juega de visitante y reacomoda el esquema táctico solo en la cantidad de viñetas que mete en cada página, que acá prácticamente nunca baja de ocho. Pero la línea, el juego de masas negras , la composición de las viñetas, las expresiones faciales, son 100% Blain. Incluso el ídolo compartió las tareas de coloreado con Clémence Sapin, como para que su impronta visual esté todavía más presente en cada página. Por favor que la segunda parte salga este año y que esté al nivel de la primera. Mike Blueberry, Charlier y Giraud lo merecen. Nada más, por hoy. Ah, sí! Invitar a los amigos de Montevideo, Uruguay, a la presentación de ¿Quién quiere ser superhéroe?, el jueves 24 a las 17 hs en Lecturas Comics. ¡Nos vemos allá!

martes, 15 de febrero de 2022

ESSENTIAL DOCTOR STRANGE Vol.3

Este tomo recopila los primeros 29 números de la serie de Doctor Strange que arranca a mediados de los ´70 y llega (muy lento, porque siempre fue bimestral) hasta el año ´87 u ´88. Es material que tenía en revistitas y había leído probablemente a fines de los ´90, pero entre que soy fan de los Essentials y que algunos de esos números levantaron mucho su cotización, decidí canjearlos por otra cosa y pasarme al broli en blanco y negro. En una de esas, en algún momento hago lo mismo con las revistitas que vienen en el cuarto Essential, que es el último que llegó a publicar Marvel antes de discontinuar ese glorioso formato. No sé si disfruté mucho más que la primera vez al releer todo este material. La primera vez era todo muy nuevo y muy flashero, porque yo no me imaginaba que Stephen Strange se podía convertir en un personaje con chapa cósmica, lo veía más para vencer a hechiceros malos, u otros villanos místicos. Esta vez, que ya sabía dónde me estaba metiendo, por ahí me pareció que a esta etapa le falta eso: más conflictos grossos contra villanos. El chamuyo metafísico llevado a niveles cósmicos está bueno al principio, pero después cansa un poco. Lo mejor del tomo son los primeros 18 números, los que escribe Steve Englehart y están organizados como tres cuasi-novelas de seis episodios. Como ahora, que con cualquier idea chota te hacen seis números, pero acá en cada número hay un montón de ideas, y en el sexto como que todo cierra mejor. El tercer arco es el más desprolijo, porque en el medio se mezcla el crossover con Tomb of Dracula, que está muy bien orquestado (por Marv Wolfman, que era guionista de ToD y coordinador de la revista del Tordo), pero básicamente Englehart cuenta tres historias extensas, repletas de peligros a todo o nada para el facultativo, Clea y Wong. Después Wolfman empieza a escribir Doctor Strange y se decanta por aventuras más breves, de dos episodios, ninguna brillante y una (la del Bicentenario de la independencia de EEUU) francamente chota. Jim Starlin aporta una trilogía limadísima, con volteretas impredecibles para el Ancient One y más entidades cósmicas de las humanamente digeribles, y en los tres últimos episodios del tomo lo tenemos a un primerizo Roger Stern que primero resuelve lo que Starlin deja medio colgado y finalmente aporta un unitario de escasísima trascendencia. Faltan bastantes números para que esta serie recupere la jerarquía de sus inicios, y eso sucede ya entrado el cuarto Essential. En cuanto a los dibujantes, acá nos damos todos los lujos. Primero, el incomparable Frank Brunner, desaforado, ido al hiper-carajo, con unas tintas magníficas de Dick Giordano. Esto en blanco y negro es una orgía de emociones, magia en estado puro. Brunner dibuja apenas seis números (y muchas portadas) y después vuelve un ídolo, un dibujante fundamental para esta serie: el maestro Gene Colan, probablemente el dibujante de esta época que más se beneficia del paso de color a blanco y negro. Y encima con otro entintador de lujo, el imbatible Tom Palmer. Cuando se va Colan tenemos un numerito bien dibujado por Alfredo Alcalá, un annual a cargo de un primerizo P. Craig Russell (muy bueno, pero se superará ampliamente a sí mismo cuando haga una remake de esa historia en los ´90), tres números en los que Tom Sutton deja la vida y las tintas de Ernie Chan lo levantan como si tuviera la capa de levitación del Tordo, y para todo lo demás tenemos al magistral Rudy Nebres. A veces como dibujante y entintador, a veces solo como entintador de Jim Starlin y en un episodio hasta lo ponen a entintar al fiambre de Al Milgrom. En todos los casos, se impone la línea elegante, generosa, frondosa del sublime artista filipino. Y cuando lo dejan ser él quien plasma el relato en la página, Nebres pela un despliegue visual que no tiene nada que envidiarle a las genialidades que nos ofrecieran Brunner y Colan. Con ese nivel de dibujantes (que, como siempre digo, se disfrutan mucho más sin los colores espantosos de los comic books de los ´70), las historias podrían ser un aborto talidómico y aún así me animaría a recomendar el libro. Pero encima la mayoría de las historias son de dignas para arriba y hay muchos momentos que los fans de Strange atesoramos por siempre. Te tiene que gustar la sanata mística, mezclada con la sanata cósmica. Y bancarte a un protagonista frío, distante, que no hace el menor esfuerzo para que los lectores lo quieran, más allá del de salvar una y otra vez al universo entero, o a la realidad misma. Si eso te cierra, este trip a los ´70 te va a resultar cautivante y memorable. Y si no, siempre está la etapa clásica de Stan Lee y Steve Ditko, o la ochentosa de Roger Stern, que se ganaron en buena ley el status de hitos en la rica historia comiquera de Marvel. Gracias por la magia y que el Vishanti esté con ustedes,

domingo, 13 de febrero de 2022

UN PAR DE LIBRITOS MÁS

Ya me traje a mi nuevo departamento prácticamente todos los libros que tenía sin leer, y la verdad es que son muchos. Probablemente podría no comprar más comics hasta Septiembre u Octubre sin que falte material para las reseñas. Obviamente voy a seguir comprando, así que la única opción para que la pila de los pendientes no se vaya al carajo es meterle pata a las lecturas. Hoy voy con dos obras bastante recientes. Punisher: The Platoon es una obra de 2017 en la que (al igual que en Born, reseñada un lejano 08/01/11) Garth Ennis toma la figura de Frank Castle como disparador para contarnos una historia 100% bélica, ambientada en 1968, en la guerra de Vietnam. Como además es una publicación con el sello de Marvel Max, no hay problema en blanquear que en el presente Castle tiene casi 75 años. El hecho de que años más tarde ese joven teniente vaya a adoptar la identidad del Punisher tiene un cierto peso en la trama, pero no es en absoluto lo que la conduce. Además de su habitual rigor para contar historias de guerra, y además de lo grato que me resulta leer a ese Ennis que no trata de hacerse el gracioso a través de personajes payasescos, acá lo que más me sorprendió son dos cosas. Primero, lo poco que el irlandés cuestiona la lógica con la que opera Castle. Nos lo presenta como un tipo íntegro, enfocado, muy capo, de inquebrantable moral y de enorme solidaridad para con sus compañeros y subordinados. Sin dudas lo más parecido a un héroe que nos puede llegar a ofrecer un conflicto tan turbio como la guerra de Vietnam. Y por el otro, me impactó lo bien trabajadas que están las personalidades y los diálogos de los otros personajes, tanto de los ex camaradas de Castle (que recuerdan lo sucedido en Vietnam en una magnífica secuencia ambientada en 2017) como de los propios vietnamitas, sobre todo el coronel Giap. La acción, lo que efectivamente sucede, es poco para seis episodios y está predeciblemente estirado. Pero Ennis hace un truco interesante: generar la expectativa de que quizás nunca veamos la escena que cualquier lector quiere ver desde la página 18 en adelante: la confrontación entre Frank Castle y un personaje alucinante, al que el guionista desarrolla sobre todo a través del silencio y la contemplación. Antes del final ese choque va a llegar y Ennis va a tener el notable acierto de dejar apenas sugerido lo que pasa, para que vos elijas el grado de impacto que te va a generar. Todo esto está dibujado como los dioses por un habitual cómplice de Ennis, el glorioso croata Goran Parlov y coloreado por la infalible Jordie Bellaire, así que además de los hallazgos en la trama, la ambientación y la caracteización, The Platoon nos ofrece un tratamiento visual brillante, con un uso ajustado y siempre funcional al relato de la ya famosa viñeta widescreen. No le puedo recomendar esta obra a los fans de Punisher, pero sí a los fans del buen comic bélico, y a los seguidores de Garth Ennis y de Goran Parlov, dos bestias que acá pusieron el alma en cada página.
En 2019 se publicó en Italia la primera colaboración entre dos destacados autores argentinos: el guionista Emilio Balcarce y el dibujante Horacio Lalia. El proyecto se tituló Timeland, y en 2021 se dio a conocer en nuestro idioma a través de una edición argentina. Me llamó la atención ver a Lalia embarcado en una obra que no tenía nada que ver con el género del terror (con el que generalmente se lo identifica) y al leer Timeland, me encontré con una historieta ágil, sin mayores pretensiones que las de entretener un rato al lector. El argumento que propone Balcarce abre infinitas puertas para generar peripecias gancheras. Así es como en menos de 50 páginas mezcla a William Wallace, Adolf Hitler, Napoleón o Albert Einstein con dinosaurios, alienígenas, zombies, indios, romanos, cavernícolas y transatlánticos que se la ponen contra un iceberg. La consigna habilita que pase de todo y de hecho en 46 páginas pasan un montón de cosas, hasta llegar a una página que ofrece un moñito lindo e impredecible para vincular a los protagonistas de un modo novedoso. ¿Qué le falta al guion? Un poco de profundidad para el personaje principal, que está apenas esbozado. ¿Y qué le sobra? Por un lado, todos esos guiños a las películas de Hollywood, que no le aportan nada a la trama. Por el otro, bajar un poco esa excesiva carga de información. Cada vez que Balcarce mete en el contexto de la aventura un hecho o un personaje histórico, lo explica con abundante data de fechas, nombres y lugares. Eso no está exactamente mal, porque me imagino que puede estimular el interés por la Historia en los lectores más jóvenes. Pero está hecho de tal modo que le resta fluidez al relato y por momentos se siente como una intromisión de los contenidos didácticos en un producto que supuestamente es una epopeya de acción y diversión. El dibujo de Lalia tiene algunos momentos de zozobra (esa estación orbital parece hecha con alambres, pelotas de ping-pong y cajitas de medicamentos), pero en general es sólido y cumple con las casi desmesuradas exigencias de un guion que le pide una cantidad de referencias históricas a las que pocos dibujantes se animarían. Por suerte alguien (no sé si el propio Horacio) acomodó los diálogos de tal manera que sea fácil darse cuenta en qué orden hay que leer las viñetas, algo que a Lalia a veces se le descontrola cuando opta por romper la grilla más clásica y jugar con los tamaños y la disposición de los cuadros. En general, Timeland es una lectura llevadera, como para divertirse un rato. El concepto que ideó Balcarce (el terremoto cronal) da para seguirlo hasta el infinito, aunque no sé si me coparía leer secuelas de esta obra, sobre todo por lo redondo del final. Ah, un consejo a las editoriales argentinas que recopilan material del que producen nuestros autores para las antologías italianas: encarguen portadas como la gente, ilustraciones nuevas, gancheras, que representen lo más llamativo del contenido de la obra. No armen más esos cahivaches con pedazos de viñetas sacadas del comic y coloreadas, que no se lucen para nada. Tengo leído algo más, pero me quedé sin tiempo para escribir. Vuelvo a postear pronto, acá en el blog. Gracias por tanto.

domingo, 6 de febrero de 2022

NUEVAS LECTURAS

Bueno, sí, lo confieso: compré un libro de Deux, la editorial del delincuente de Muñones. Bueno, está bien, está bien. No fue uno... fueron tres. Pero fue sin querer, una tentación, un desliz. Vi un librito con historietas unitarias de las que salían en Skorpio, y como fan de Eduardo Mazzitelli y amigo del inolvidable Rubén Meriggi, no me pude resistir. ¿Hay baja de penas si logro demostrar que lo pagué con descuento? ¿No? Bueno, ¿y si juro vendérselo barato a alguien más que lo quiera y no lo tenga? Porque la verdad que, fuera del cariño que uno tiene por la memoria de Rubén y lo lindo que es que se reedite el material de aquella época tan copada de Skorpio, Fantasías no es un libro imprescindible. De movida, de las 56 páginas que ofrece, DIEZ no son historietas sino pin-ups, carátulas y rellenos varios. Una proporción muy superior a la recomendada. Después, si te lo comprás por ser muy fan de Mazzitelli, vas a descubrir que uno de los cuatro relatos que incluye el libro NO lo escribe Eduardo, sino Walter Slavich, su amigo y socio de aquel entonces. Ojo: el de Slavich es un muy buen guion, pero por ahí vos te comprás los libros de Mazzitelli para leer historietas de Mazzitelli. Y si sos muy fan de Meriggi sí, este libro te cierra por todos lados, porque las páginas que no tienen historietas son dibujos e ilustraciones del recordado co-creador de Crazy Jack, en las que deja la vida. En cuanto a las historietas, la primera de Mazzitelli se basa en una muy buena idea, que se estira un poquito más de la cuenta. Seguramente se podía contar lo mismo en menos de 10 páginas, quizás con más fuerza. Después tenemos la de Slavich, una gran historia sobre la codicia, que funciona muy bien. En la tercera vuelve Mazzitelli, pero no logra que la idea (piola, interesante) se plasme en un gran guion. Y la última, también fruto de la hábil pluma de Eduardo, es una historia atrapante e ingeniosa, en la que se luce su prosa florida, pero sin eclipsar a la trama, que es muy buena. En el apartado gráfico, se nota cómo a Meriggi no le resultaba del todo cómoda esta narrativa compacta, que muy rara vez le permitía meter menos de cinco viñetas por página. Yo creo que, a medida que avanzó su carrera y se afianzó su estilo (repleto de rayitas, con esos cross-hatchings alucinantes), Meriggi se fue haciendo menos historietista y más ilustrador. Cada vez más se lo veía más a sus anchas en páginas de poquísimos cuadros, o directamente en pin-ups bien zarpados, que en páginas donde tuviera que poner el dibujo al servicio de un relato. Sobre todo en la tercera historia, la trama ofrece varias instancias en las que vendría bárbaro una splash-page devastadora, a todo o nada, y me lo imagino a Meriggi mordiéndose los dedos para no dibujarla, porque los editores italianos no querían páginas de menos de cuatro viñetas. Y aún así, “preso” de un formato que lo restringía muchísimo, Rubén le ponía el alma a estas historias para Skorpio y hay excelentes fondos, un equilibrio muy personal entre blancos y negros, buenas expresiones faciales… Falta por ahí un poco más de variedad de planos en las historias de Mazzitelli, no así en la que escribe Slavich. Pero visualmente esto es grosso para los fans de Meriggi y de la fantasía épica en general. Bueno, me parece que no se lo vendo a nadie. Me lo quedo y a la mierda. No todos los días se edita material de Meriggi y Mazzitelli y yo lo celebro, aunque lo edite un garca que en un país más normal sería la novia de todo un pabellón de reclusos en un penal de máxima seguridad.
Le entré al Vol.3 de 20th Century Boys, la obra maestra del inmenso Naoki Urasawa… que se volvió completamente loco. El tomo (doble) arranca con 110 páginas de lo que hasta ahora era la trama central, con Kenji y sus amigos enfrentados a la tétrica conspiración del enigmático Amigo, en la bisagra entre el Siglo XX y el Siglo XXI. Y ahí, de pronto, sin previo aviso, la narración salta 14 años para adelante, al 2014, y se mantiene el clima de lo que veníamos viendo, pero ahora el manga cambia totalmente de protagonistas. Urasawa centra el resto del tomo en Kanna, una chica que en el 2000 tenía tres años y ahora tiene 17, que interactúa con personajes 100% nuevos, algunos vinculados con distintos niveles de sutileza a los que aparecían en el tramo situado en el 2000. Entonces, las secuencias del “futuro” nos spoilean (también con bastante sutileza) lo que pudo haberle pasado a Kenji y sus amigos, del los cuales prácticamente no vamos a volver a oir hablar en lo que queda del tomo. Y también vamos a ver cómo entran en escena varios personajes nuevos (algunos de ellos son mangakas, basados en el propio Urasawa y en los legendarios Fujio Fujiko) para protagonizar largas secuencias que, muchas páginas después, van a conectar de alguna manera con la trama central. Sobre el final del tomo, tenemos un nuevo segmento ambientado en el pasado. ¿Retomamos la trama que había quedado colgada en el 2000? No, nos vamos a 1971, cuando los protagonistas eran chicos de escuela primaria. Urasawa va y viene, nos muestra la puntita, la esconde, nos enloquece en el camino del misterio y explora nuevas formas de generar suspenso y tenernos totalmente enganchados con una trama que se hace mucho más compleja tomo a tomo y capítulo a capítulo. Es increíble cómo se toma el tiempo y el esfuerzo para definir perfectamente a todos los personajes que va sumando al elenco, por pequeños que sean sus roles. Todo contribuye a generar tensión y a dotar a la saga de un mayor realismo y una mayor humanidad. Lo del realismo se ve también en el dibujo: son pocos los personajes que respetan la estética tradicional de los héroes y heroínas de los mangas. La mayoría de las creaciones de Urasawa se parecen mucho más a los seres de carne y hueso que pueblan el país del Sol Naciente, y a unos y otros el autor les permite expresarse a sus anchas con un dibujo fastuoso, con una atención devastadora a todos los detalles que me hace acordar a los mejores trabajos de Horacio Altuna. Sumémosle las grandes escenas de acción, los distintos climas que ofrecen los distintos tiempos y locaciones en los que transcurre la historia, y tenemos un manga que solo un genio podría dibujar. Esto es una demencia, es llevar todo al extremo más zarpado. No sé cuánto voy a aguantar sin zambullirme en el Vol.4. Y hasta acá llegamos. Muchas gracias y aprovecho para invitarlos a las presentaciones de ¿Quién quiere ser superhéroe? en Claromecó (el jueves 10 en el parador Orilla Gurú) y en Mar del Plata (el viernes 11 en el bar El Argentino). Nos reencontramos pronto, acá en el blog.

miércoles, 2 de febrero de 2022

ARRANCA FEBRERO

Se viene un mes con muchos compromisos sociales, y con viajes ya confirmados a ciudades donde vamos a estar presentando ¿Quién quiere ser superhéroe?, el libro que supongo que todos los lectores de este blog ya habrán comprado y leído ;) Así que cada día de paz en Buenos Aires es sagrado, y hay que aprovecharlo para avanzar con la lectura y las reseñas. Hace casi 11 años, la primera vez que viajé a Perú, vi muy barato este libro, y como era de Jorge Zentner y Rubén Pellejero, no dudé en comprarlo. Después descubrí que se trataba de la segunda parte de un díptico, y luego de putear en todos los idiomas, me dediqué a tratar de conseguir el Vol.1 de Aromm. Mi fracaso fue absoluto y aún hoy jamás lo vi en ningún lado. Así que dije “me chupa un huevo, vamos a leer el Vol.2 y si no se entiende nada, mala leche”. Para mi sorpresa, se entiende TODO. El Vol.2 arranca con los personajes ya presentados, pero al nivel de las tramas, es perfectamente autoconclusivo. De hecho, es un guion excelente, con acción, rosca política, romance, dilemas morales espesos, data histórica muy bien incorporada… Una maravilla, hasta que en las últimas 15 páginas Zentner parece desviarse de la senda de la gloria y la historia de Aromm se deshilacha un poco, se empantana entre escenas oníricas y escenas que narran en muchas viñetas hechos que el lector daba por sentados y que se podrían haber obviado, o apenas sugerido. De todos modos, cuando esto sucede, venimos de vibrar con más de 30 páginas magníficas, una cátedra de aventura histórica para cualquier guionista que quiera incursionar en este género tan popular sobre todo en Francia. El dibujo de Pellejero (ni hace falta decirlo) me pareció brillante, con esa combinación irresistible entre potencia y poesía que pocos dibujantes logran y que a los lectores nos hace flashear. El color es fastuoso, el rotulado está buenísimo, y la edición española de Glénat es impecable. Obviamente, el día que vea el Vol.1 me lo voy a comprar, y seguramente me aportará poco a nivel argumental. Pero como fan de la dupla, y a sabiendas de que el Vol.2 me hizo pasar momentos memorables, no tiene sentido resistirse.
Allá por 2016, el maestro Genndy Tartakovsky, capo de la animación yanki nacido en Rusia, debutó como autor de historietas con una miniserie de cuatro episodios protagonizada por Luke Cage y ambientada en los años ´70. Finalmente la leí, y la verdad es que el guion es menos que la nada misma. Es una aventura ínfima, que si el Tarta la contaba en un dibujo animado, a duras penas llegaba a ocho minutos. Es irrelevante, no tiene consistencia, no tiene desarrollo de personajes… Tiene un par de buenos chistes, y lindos homenajes a los villanos y personajes secundarios de la serie de Power Man de los ´70, que seguramente Tartakovsky leyó y disfrutó de pibe. Pero es un guion indigente, por debajo de la línea de pobreza. El dibujo, en cambio, es una fiesta. Apoyado por las tintas del nunca bien ponderado Stephen DeStefano, el Tarta se va al carajo y más allá para regalarnos unas puestas en página espectaculares, unas expresiones faciales geniales y unas peleas de un impacto increíble. Todo el tiempo se nota que Tartakovsky la pasó bárbaro dibujando este comic, y que dejó el alma en cada viñeta. El coloreado de Scott Willis también está en perfecta sintonía con la magia visual que proponen el Tarta y DeStefano y contribuye mucho a que la experiencia sea de una intensidad arrolladora. Lástima el guion, que es pésimo. Esto mismo, reversionado para ocho o diez páginas en una antología de historias cortas, pudo haber sido una gema inolvidable. Así, conserva el atractivo de ser la única historieta realizada por un referente ineludible de la animación, pero solo se sostiene por el dibujo y por el cariño que uno le tiene al personaje de Luke. La próxima vez que a Genndy le pinte incursionar en el mundo de las viñetas, háganle (y hágannos) un favor y pónganle un guionista. Y nada más, por hoy. Tengo leído otro libro, pero lo reseñamos la próxima, junto con alguna cosa más que lea en estos días. Gracias y hasta pronto.