lunes, 15 de septiembre de 2025
FLASHBACK A 2019
Por esas casualidades del universo, hoy tengo para reseñar dos novelas gráficas aparecidas en 2019. Allá vamos.
Empiezo en Estados Unidos, donde First Second publica Pumpkinheads, un trabajo escrito por Rainbow Rowell (de recordado paso por She-Hulk) y dibujado por Faith Erin Hicks, a quien vimos en su faceta de autora integral un lejano 07/12/12. Y quiero hablar primero del dibujo, porque realmente es asombroso el salto de calidad que le vemos pegar a Hicks entre aquella Friends with Boys y esta obra. Como en toda historieta muy hablada, a veces tiene secuencias en las que se repiten mucho los planos, pero el trazo en sí, la construcción de los personajes, de los fondos, los detalles, las expresiones de cuerpos y rostros, todo eso es impecable y demuestra que Hicks no se durmió en los laureles y se esforzó grosso para mejorar. El color, a cargo de Sarah Stern, también es muy notable y está en perfecta sintonía con lo que quieren contar Hicks y Rowell y con lo que viene a buscar el público que suele acercarse a este tipo de novelas gráficas apuntadas (en principio) al segmento de las lectoras adolescentes.
El guion de Rowell es tranqui, básicamente una celebración de la amistad y de las cosas simples de la vida. Josie y Deja trabajan todos los otoños en una especie de Fiesta Nacional de la Calabaza, que llega a su fin en la noche de Halloween, y este es el último año en que se van a encontrar para compartir esos días, porque después casi todos los chicas y chicas se van a estudiar a universidades de distintas latitudes. Mal y tarde, Josie se acuerda que nunca se encaró a Marcie, la piba que le gusta desde el primer día, y Deja se va a poner como objetivo que eso suceda. En medio del festejo de Halloween, con esta especie de "Disneylandia de las calabazas" a full de gente que viene a visitar las atracciones y a probar las más variadas propuestas gastronómicas basadas en esta popular hortaliza, Deja le va a meter una cantidad bestial de fichas a su amigo para que este se anime a encontrar a Marcie y decirle que gusta de ella. No va a ser fácil, primero porque Josie es el típico goma que le pone a su trabajo una dedicación y una responsabilidad desmesuradas (de esas que los patrones no te pagan jamás), después porque es bastante tímido, y después porque el propio caos de esta granja de calabazas convertida en parque de atracciones va a interferir en los planes de Deja. De alguna manera (divertida, pero un tanto forzada), Rowell saca de la galera una peripecia atrás de otra para que los protagonistas recorran toda esta granja/ feria, lo cual Deja va a aprovechar para probar toda la amplia variedad de comidas (dulces, saladas, picantes) que se ofrecen en los distintos sectores.
Con muy buen ritmo y diálogos muy bien escritos, que suenan 100% reales, la guionista nos va a guiar a lo largo de todas esas horas repletas de encuentros, desencuentros, volantazos y revelaciones que van a terminar por redefinir (casi en tiempo suplementario) la relación entre Deja y Josie que es, sin ninguna duda, el sostén de toda la trama de Pumpkinheads. Repito que se trata de una historia tranqui, sin mayores pretensiones, pero que funciona muy bien y que resulta atrapante y hasta por momentos encantadora en varios niveles. A mí, que no soy para nada el público al que apunta la obra, me re gustó; y supongo que si se la doy a una piba de 13-14 años, la va a amar con toda su alma. El libro es medio delictivo porque incluye demasiadas páginas que NO ofrecen historieta, pero más allá de ese detalle, me animo a recomendar Pumpkinheads a cualquier lector que quiera leer buenas historias y descubrir personajes entrañables.
Sigo en 2019, pero ahora me vengo más cerca, a Perú, para embarcarme en El Convoy, una aventura de casi 80 páginas en blanco y negro escrita y dibujada por Eduardo Romero, un autor al que nunca había oído nombrar. Esta vez la gran sorpresa es el guion, y sobre todo la profundidad que Romero logra imbuirle al protagonista, el implacable Mikael Lucius. Con un pulso narrativo firme y cautivante, el autor lleva adelante un relato que empieza realista y gradualmente incorpora algunos elementos fantásticos, hasta llegar a un final enigmático, perturbador, que abre la puerta de una eventual secuela, ya jugada 100% a lo fantástico. El hilo conductor de El Convoy es, sin dudas, la ambición de Lucius y su viaje plagado de muerte, violencia y traición. Los flashbacks terminan de establecer la personalidad y el tamaño, la magnitud de la codicia que impulsa a este humano de carne y hueso a una ordalía que solo una criatura de origen mítico o divino podría afrontar. No quiero revelar mucho más acerca del argumento para no spoilear, pero es básicamente eso: la travesía a todo o nada de un buque mercenario, capitaneado por un tipo complejo, ambiguo, capaz de cualquier cosa con tal de cumplir la misión y cobrar su recompensa.
En materia de dibujo, me voy menos conforme. Romero trabaja en un estilo realista clásico, y tiene un amplio dominio de la puesta en página, mucha variación de encuadres, buen trabajo en la iluminación, buen manejo del claroscuro... Sin embargo la faz gráfica está lastrada por unos cuantos problemas (ninguno demasiado catastrófico) en la anatomía y en las expresiones faciales, que son los rubros en los que Romero definitivamente necesita mejorar. No tengo dudas de que, con un dibujante más afianzado, El Convoy sería una obra maestra de la aventura. Me imagino este guion dibujado por Juan Giménez y me da un ACV... pero bueno, lo tenemos a Eduardo Romero, que -por lo que cuenta la solapa del libro- para cuando publicó El Convoy ya estaba trabajando en otra novela gráfica que, esperemos, marque un paso adelante en su carrera, a medida que va puliendo su dibujo. Como guionista, estas páginas le alcanzan para sentarse en la mesa de los grandes.
Y nada más, por hoy. Gracias por el aguante y nos reencontramos pronto, con nuevas reseñas acá en el blog.
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jueves, 11 de septiembre de 2025
JUEVES DE DIBUJANTAZAS
Tengo un par de libritos más leídos, así que vamos de una con las reseñas.
Para hablarles de Transat, la novela gráfica de Aude Picault publicada en Francia en 2009, necesito clavar un flashback fuerte al 28/02/17, cuando hablé de otra obra de la misma autora, porque la verdad que las similitudes son demasiadas.
En ese momento yo hablaba de un comic dibujado con "un trazo simple, fresco, con una línea hiper-clara, con mucha atención por el lenguaje corporal y las expresiones faciales, un gran manejo de las onomatopeyas, un tratamiento hermoso del color y un recurso que está bueno para transmitir la sensación de libertad, de descontrol en el sentido de escasez de reglas: Picault no le dibuja los marcos a las viñetas en toda la obra, como lo hiciera alguna vez el glorioso Will Eisner". Bueno, en Transat no hay color, es todo blanco y negro, pero el resto se aplica tal cual, sin cambiar una coma. El dibujo de Picault está todavía mejor que en Charanga, más angelado, más trabajado. Incluso hay momentos en los que abandona esa sencillez (absolutamente engañosa: dibujar así es un laburo de locos) para regalarnos páginas recontra-cargadas de líneas, en las que nos impacta con paisajes alucinantes, postales tanto diurnas como nocturnas en las que nadie habla, y es todo clima, todo fiesta para los ojos. El jueguito de no dibujar los bordes de las viñetas acá es más extremo, más jugado (valga la rebuznancia), más a tono con esa sensación de que lo que nos está contando Picault en esta obra es una especie de crónica en tiempo real, a mano alzada, de los sucesos que componen la trama de Transat.
Y vuelvo a otro punto de la reseña de Charanga, en el que la caracterizaba como "una historieta que logra algo muy difícil: mantener nuestra atención durante casi 90 páginas sin nada parecido a un conflicto fuerte, sobre el cual apoyar el desarrollo del argumento". Bueno, lo mismo se aplica a Transat, pero multiplicado casi por dos, porque esta es una obra de 165 páginas. -Pará, ¿me estás jodiendo? ¿165 páginas sin un conflicto fuerte, no será mucho...? No, no. Posta que la historia tarda un poquito en arrancar, pero incluso en esa larga previa, hay tantos diálogos copados que se hace entretenida. Finalmente, la trama se presenta más o menos así: la autora (y protagonista, porque es un comic autobiográfico) está medio hinchada las pelotas de una ciudad que la agobia y una rutina que la frustra y decide empezar a navegar. Estudia sobre navegación a vela, se baja de la bici para subirse a un barquito, y se empieza a cebar cada vez más, hasta terminar como parte de la tripulación de un velero que ¡cruza el Océano Atlántico!, obviamente haciendo el trayecto más corto, que sería desde el Noreste de Brasil hasta el Noroeste de África. Pero después siguen, hasta entrar al Mediterráneo, bordeando las costas africanas, y recién en Marsella los tripulantes del Zodiac se despiden y siguen por tierra, cada uno a su casa. Y la historia es eso: la vida de una chica que lo único que hizo en su vida fue dibujar historietas, ahora convertida en marinera. Las charlas con el resto de la tripulación, los lugares exóticos que recorren, las cosas que pasan a bordo del barco... y cómo esta zarpada experiencia le cambia la cabeza a Aude y se le ordenan un montón de cosas que tenía ahí, medio despelotadas.
Podría seguir escribiendo párrafos y párrafos sobre Transat, pero vamos a dejarlo ahí. Simplemente subrayar que es muy difícil de conseguir en castellano, porque la editó Sins Entido en 2010, imprimió una tirada chica (con el título de "Travesía") y nunca se reeditó. En francés sí, hay varias ediciones, tanto chetas como populares. Ojalá muchos más lectores descubran esta pequeña gema del Noveno Arte.
Vamos a EEUU, año 2016, cuando DC Comics publica una antología llamada "Legends of Tomorrow", en la que distintos equipos creativos trabajaban con personajes tercerones, de esos que ni en pedo sostienen una revista propia. Estaban los Metal Men, Firestorm, Metamorpho, y lo más invendible del universo: Sugar & Spike. Sí, los pibitos creados por el maestro Sheldon Mayer en 1956 como un comic humorístico apuntado a los más chicos, ahora tienen veintipico de años y se dedican a resolver casos complejos vinculados a los superhéroes. El guionista no es otro que el inolvidable Keith Giffen, quien nos presenta a una Sugar implacable, mala onda, sin un ápice de empatía o de piedad, y a un Spike más buenazo, enamorado en secreto de su amiga de toda la vida. Por supuesto entrelazados en una relación bien de comedia televisiva al estilo Moonlightning, con mucho diálogo, mucho retruque, repleta de comentarios que subrayan lo bizarro, lo absurdo de lo que está sucediendo en las tramas. Ojo, el resultado no es TAN cómico. Giffen abusa un poquito de ese esgrima verbal y termina por saturar un toque, como pasaba en su etapa al frente de la Doom Patrol.
Pero el atractivo está en los casos en los que se involucran. Como en los gloriosos tiempos de Ambush Bug, acá Giffen elige con certera mala leche aventuras bien ridículas de las que publicaba DC en los ´50, ´60 y ´70, esas que introducían en la "continuidad" elementos totalmente insostenibles como Batman con el traje de cebra, la isla con forma de Superman, el casamiento de Wonder Woman con un mosntruo, o el querido Itty, esa especie de plantita alienígena que acompañaba a Hal Jordan en sus aventuras especiales. Son bizarreadas bien de otra época que con solo mencionarlas desencadenan el inevitable "bwa-ha-ha", y en cada una de las seis historias, Giffen aborda una de ellas en un contexto no de delirio extremo como en Ambush Bug, sino en el marco de una investigación parapolicial que llevan adelante los protagonistas. Dije que son seis y nombré cuatro: también hay una con el Colonel Computron (olvidadísimo enemigo de Barry Allen) y una con la Legion of Super-Heroes, que para mi gusto es la más lograda. Con esta dinámica, la serie (miniserie, en realidad) logra variedad de argumentos y situaciones, siempre sorprendentes para el lector. Sobre todo para los viejos meados que sabemos que estos argumentos fumancheros no son inventos de Giffen, sino que son cosas que pasaron POSTA en las historietas de tiempos pretéritos, y que (como aquellas con las que jodía Ambush Bug) DC se esforzó y se esfuerza por barrer abajo de la alfombra. Capaz que para los más jóvenes, que se subieron al Universo DC con los New 52, o el Rebirth, esto no tiene mucho sentido, pero Giffen pone todo para que las historias te interesen igual, aunque no tengas la menor idea de quién era el Lamplighter o la Miracle Machine.
Y casi me voy sin hablar del dibujo, a cargo de la exquisita brasileña Bilquis Evely, acá todavía no tan afianzada como en sus trabajos posteriores. Esta es una Bilquis más tímida, si se quiere, que trata de no despegarse mucho de la estética tradicional del mainstream, de esos dibujantes casi irreconocibles entre sí, onda Pat Oliffe, Tom Derenick, Chad Hardin y tantos otros. Ya se nota que hay otra elegancia en el trazo, pero todavía no estalló la magia que hace que hoy Evely sea una dibujante de primera línea. Si sos fan de los rincones bizarros y extraños del Universo DC, o termo de Keith Giffen, o querés seguir la carrera de Bilquis desde sus inicios, no te pierdas Sugar & Spike: Metahuman Investigators. Por suerte hay un TPB que compila todas las historias que en su momento salieron en Legends of Tomorrow, así no tenés que rastrear las revistas ni fumarte historias de otros personajes que por ahí no te interesan en lo más mínimo.
Perdón por la extensión desmesurada de los textos, y nos reencontramos pronto, con nuevas reseñas acá en el blog.
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lunes, 8 de septiembre de 2025
RESEÑAS ZOMBIES
Estoy con sueño y no me puedo ir a dormir porque en cualquier momento me tocan el timbre para entregarme algo que necesito recibir hoy. Así que, para aguantar despierto, me pongo a escribir reseñas de los últimos libros que leí.
Smashed es un compilado gordito, bien nutrido, de historias cortas de Junji Ito, muy bien editado por Ivrea. No hay mucha información acerca de los años en los que el mangaka dio a conocer estas historias, pero deben ser todas del Siglo XXI, porque están dibujadas a un nivel similar al de los trabajos más logrados del maestro del terror.
El problema en este caso son los guiones, que están lejos de ser memorables. Hay uno realmente genial, uno que me gustaría arrancar de esta antología y meterlo en otra, en alguna de las que me gustaron más. Me refiero a "No quiero convertirme en fantasma", un unitario perverso, inquietante, perturbador, que cualquier guionista del mundo querría haber escrito. Pero una gema entre 14 historias es muy poco. Los otros 13 relatos son, básicamente, más de lo mismo. Espectros, posesiones, casas embrujadas, alucinaciones horribles... todo apenas un poquito más salvaje que en las historietas de misterio y terror que publicaba DC en los años ´70 y ´80 en revistas como House of Mystery, Ghosts o Secrets of the Sinister House. Lo cual no es mucho decir. La gracia está en el dibujo de Ito, que es extremo, y que todo el tiempo se esfuerza por subrayar lo asqueroso o lo truculento de lo que nos está contando.
Pero para quien ya tiene leído bastante Junji Ito, no hay grandes sorpresas, no hay personajes gancheros, de esos que uno quiere que vuelvan, y si bien las historias no se reiteran, hay una especie de fórmula, recursos a los que el autor vuelve una y otra vez, a riesgo de que uno "le tome el pulso" y sea mucho más difícil que nos pongamos nerviosos o nos caguemos en las patas con cada nuevo unitario. Y sí, algunos (como el del valle de los espejos o el de las chicas que cuentan chistes) son realmente pedorros, más allá de que se ajusten mucho o poco a la fórmula típica de estos relatos. Esto mismo, con un dibujante más "del montón" se haría insostenible. Pero bueno, no me quiero ensañar al pedo, porque si Smashed es tu primer (o segundo) libro de historias cortas de Ito, lo vas a disfrutar a full y te va a pegar con toda.
Tengo algún libro más del maestro en la pila de los pendientes, pero lo voy a dejar para MUCHO más adelante, a ver si así la experiencia de leerlo recupera algo de la frescura y la emoción perdidas. Por ahí, leyéndolo de manera más espaciada me vuelve a sorprender o a entusiasmar.
Me vengo acá cerquita, a Brasil, año 2024, para descubrir una obra del gran Wander Antunes como autor integral. Antunes se insertó en el mundo del comic europeo a mediados de la primera década del milenio, en un principio solo como guionista, y así fue que colaboró con dibujantes de la talla de Jaime Martín, Walther Taborda o Mozart Couto. Pero en algún momento, le picó el bichito de querer dibujar él mismo sus guiones y se convirtió en un autor integral que produce mucha obra, ya más pensada para el mercado brazuca que para el francófono. Como guionista, Antunes siempre fue de muy bueno para arriba, y hasta ganó premios como novelista, jugando de visitante en el palo de la literatura. Y como dibujante... la verdad que no es genial, pero tampoco es un choto. Imaginate una mezcla entre Will Eisner y Rubén Pellejero, pero que cuaja mucho mejor en los fondos que en los personajes. Un estilo fluido, dinámico, muy atento a las expresiones de los personajes, pero sin el virtuosismo de los maestros que acabo de enumerar. El color (también obra de Antunes) es espectacular y el combo completo resulta sumamente idóneo para contar una historia como la que nos espera en A Odisseia de Gonçalo Bombom.
Es que, más allá del "puntaje" en cada uno de los rubros, Wander Antunes es -ante todo- un narrador supremo, un narrador del mega-carajo, que tiene perfectamente dominados todos los recursos que hacen falta para que el lector se enganche con una historia, se cope con los personajes, se divierta con los diálogos, vibre con la acción, y no quiera soltar el libro hasta el final. Si leés historietas hace muchos años, ya sabés que no hace falta ser el Dios del Dibujo para atrapar al lector en las garras de un relato gráfico, manipularlo y volverlo loco para que sienta la tensión, las emociones, o lo que sea que el autor quiere que sienta. Bueno, Antunes sabe perfectamente lo que quiere que sientas y -repito, más allá de la calidad del dibujo- te lo hace sentir en todas las putas secuencias del libro.
El guion es excelente, con peripecias, mala leche, diálogos brillantes, personajes tremendos, una encrucijada que no tenés idea de cómo se va a resolver, sutiles pinceladas de un humor negro digno de Sánchez Abulí, una bajada de línea fuerte contra esa aberración que son las riñas de gallos (la aventura transcurre en los años ´50, cuando en Brasil eran legales) y mucho color local. No le quiero robar al maestro Pablo Carrozza sus chistes de "más brazuca que..." (buscalos en YouTube, son lo más) pero sí, esto es re-brazuca. Antunes encuentra en la idiosincracia de su país, más precisamente en un pueblito pesquero del Norte, en el estado de Bahía, una fauna ideal para protagonizar el conflicto que tiene en mente y le saca un jugo espectacular.
Los que seguimos a Wander Antunes en redes tenemos en claro que se trata de un autor que labura mucho y a un ritmo muy rápido, y que lo que está haciendo ahora se ve mejor que A Odisseia de Gonçalo Bombom. Hay una evolución notable en el dibujo, y eso solo puede beneficiar a los trabajos futuros de este referente absoluto del comic brasileño actual, que ya la rompió en Europa en sus tiempos de guionista pero todavía no es muy conocido por los fans hispanoparlantes de nuestro continente.
Nada más, por hoy. La seguimos pronto. Vamos que falta poco para mis vacaciones.
miércoles, 3 de septiembre de 2025
MIÉRCOLES DE AVENTURAS
Acá estamos de nuevo. Ayer tenía poco para hacer, así que le dediqué un rato largo a leer historietas. Veamos con qué me encontré.
Empezamos en Francia, año 1968, época en la que el maestro Fred (cuyo verdadero nombre era Frédéric Othon Théodore Aristidès) la rompía todas las semanas en las páginas de la revista Pilote. Fred escribía y dibujaba las aventuras de Philémon, claramente apuntadas al punto infanto-juvenil y eran rarísimas, básicamente porque Fred era un autor de clara impronta underground, que venía de una revista hiper-salvaje como Hara-Kiri, y que -tras su etapa en Pilote- volvería a ese tipo de historietas de vanguardia, transgresoras y jodidas como enema de chimichurri. En las historietas de Philémon, Fred cuidaba a rajatabla la narrativa, para que fuera absolutamente clara, pero la línea, el dibujo en sí, es totalmente under, mucho más parecido a un Gilbert Shelton, o al Joann Sfar más sacado, que a un Albert Uderzo o un André Franquin. La colorista Evelyne Tranié se esfuerza para que el trazo casi lisérgico de Fred se vea amistoso para los chicos y la verdad es que Philémon es aún hoy una gran historieta de aventuras para todo público.
El tema son los guiones. Fred estaba recontra-chapa (de hecho, estuvo internado en un neuropsiquiátrico) y las aventuras de Philémon no respetan ningún tipo de lógica. En "Philémon et le naufragé du A", seguimos a este joven campesino en una concatenación de peripecias que parece no tener fin, pero además no tener límites. Esto es fumado en serio, y realmente puede pasar cualquier cosa. Además, Fred no busca generar humor para matizar las peripecias, como lo hacían Hergé o Franquin. Es obvio que todo lo que pasa es en joda, simplemente por lo surrealista de las situaciones en las que se involucran los personajes, y si alguna vez se cuela un chiste es simplemente para darle un poquito más de relieve al personaje del burro Anatole, que está ahí para proporcionar el famoso "comic relief". Más que la sensación de peligro, las aventuras que vive Philémon en este álbum transmiten la idea de extrañeza, de abrir bien los ojos para tratar de entender qué carajo está pasando, dónde estamos, qué son estos paisajes, estos edificios, estas criaturas, estas islas con forma de letras. Una demencia muy divertida, que contrastará sobre el final con la incredulidad del papá de Philémon, que (lógicamente) se convence de que su hijo es un fabulador y un sanatero, porque -a su regreso a la granja- le narra sucesos 100% inverosímiles.
Y bueno, era 1968. No había que ser un vanguardista ido al carajo para incluir a Philémon en una antología infanto-juvenil: de hecho, el director de la revista era René Goscinny, quien sería criticado por los colaboradores más jóvenes del semanario precisamente por no irse más al carajo y apostar por material más experimental. Pero en esta época tan hippie y tan loca, no era un despropósito darle a los lectores de Astérix, Valérian y Blueberry una historieta de aventuras oníricas, una alucinación sin pies ni cabeza que -reitero- aún hoy resulta atractiva por lo carismático de los personajes, el ritmo que no para nunca y un dibujo rarísimo y a la vez muy ganchero. Evidentemente, en los ´60 Fred estaba adelantado a su época. Y el reconocimento de la crítica le va a llegar muchos después, con sus obras más "maduras", ya apuntadas a un público más adulto, que espero poder conseguir algún día.
Me voy a Estados Unidos, año 2000, cuando Dark Horse recopila en TPB una miniserie co-editada con DC Comics en la que Batman comparte una aventura con Tarzan. El título "Claws of the Cat-Woman" es bastante engañoso, porque da a entender que Catwoman es la villana y no: el villano es un tipo de apellido Dent que (predeciblemente) va a llegar al final de la historia con media cara hecha concha. Ron Marz firma un guion ágil, sin mayores pretensiones, cuyo único punto flojo es la facilidad con la que un tipo sin superpoderes ni mayores habilidades mentales o físicas logra mantener a raya a los dos héroes durante casi toda la historia. Finnegan Dent es ambicioso e inescrupuloso, pero ¿alcanza eso para "domar" a Batman y Tarzan? Normalmente no, y Marz "la fuerza" un poquito para que los héroes se las vean bastante fuleras contra este garca, al que vamos a ver caer por su propio peso: no van a ser ni el Rey de los Monos ni el Detective Nocturno quienes lo saquen de circulación.
Lo que más me gustó del guion es que se anima a meterse con la negación que tiene Batman/ Bruce Wayne con el tema del amor. En una de las primeras secuencias, Bruce le echa flit a una Vicky Vale que viene con el cartelito de "oferta" colgado de la chabomba, y durante el tramo principal de la aventura, vamos a ver (a modo de subplot no muy enfatizado por el guionista) cómo a Batman le empiezan a "pasar cositas" con la princesa Khefretari, que no solo le salva la vida varias veces, sino que le hace saber de manera bastante obvia que está muerta por él. Para la secuencia final, a Bruce no le queda otra que reconocer que siente algo fuerte por la princesa, pero obviamente no se puede quedar a gobernar junto a ella un reino perdido de África. Gotham lo necesita, y tiene que volver. Y el otro subplot hábilmente manejado por Marz, aparece de manera mucho más explícita: Tarzan no tiene mayor inconveniente en matar a sus oponentes (cuadrúpedos o bípedos) y a Batman le da por las bolas que su ocasional aliado no haga un esfuerzo extra para ganar los combates sin desparramar cadáveres por todos lados. De hecho, Batman va a terminar la aventura seriamente lesionado por haber tratado de salvarle la vida nada menos que a Finnegan Dent, el villano que hizo de todo para hacerlo boleta. Claramente en este punto coincido más con el hombre mono que con el hombre murciélago.
Lo más notable de esta historieta, lo que me hizo comprarla sin dudar un instante, es el dibujo de Igor Kordey. Qué bestia, ma-mita... Kordey combina la elegancia de un Sergio Toppi con la polenta y la espectacularidad de un Richard Corben, y la rompe toda en esos primeros planos repletos de rayitas y detalles tipo Bernie Wrightson o Barry Windsor-Smith. Diseña la página con un sentido dinámico, de alto impacto, las secuencias están planificadas con un criterio increíble, dibuja muy bien a los animales, el trabajo en los fondos es maravilloso (y sabe cuándo omitirlos para que se destaquen las expresiones de los personajes) y se ve todo tan sólido, tan bien pulido, que si le sacás a estas páginas el color de Chris Chuckry no pierden ni un ápice de su atractivo. El excelente desempeño del astro croata nos permite redondear un gran team-up entre dos íconos de la aventura, dos hijos de familia cheta que un día abrazaron (cada uno a su manera y en junglas distintas) la lucha contra la injusticia. Lo recomiendo tanto a los fans de Batman como a los fans de Tarzan, y obviamente a los fans de Igor Kordey.
Y hasta acá llegamos, por hoy. Gracias por el aguante y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.
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martes, 2 de septiembre de 2025
NOCHE DE MARTES
Bueno, ya tengo leídos un par de libritos más. Veamos con qué nos encontramos esta vez.
Empiezo con el Vol.3 de Injection, la serie de Warren Ellis y Declan Shalvey que salía en Image, y de la cual vimos el Vol.1 allá por el 23/09/16 y el Vol.2 en tiempos un poco más recientes, el 29/04/24. Como ya comenté, la serie nunca pasó del nº15 y dejó sin resolver unas 763.344 puntas argumentales. Este tercer tomo recopila los últimos cinco episodios que llegó a realizar la dupla (allá por 2017) y por suerte es un arco sumamente autoconclusivo y con poca vinculación con la trama y los personajes centrales de los otros dos tomos. Tanto es asi, que podría publicarse (con mínimos retoques) como una obra aparte, con otro título. Hay menciones a los personajes que ya conocíamos y en algún momento Ellis se acuerda de relacionar lo que está pasando en esta historia con lo que pasó en los tomos anteriores. Pero es todo muy leve, muy sutil, no cambia en absoluto la esencia de la trama.
Lo realmente importante es que la historia es buenísima y que el personaje que desarrollan Ellis y Shalvey en este arco, Brigid Roth, tiene todo para volver en sagas futuras (ojalá algún día) porque despliega una personalidad tremenda y un gran potencial para este tipo de narraciones. Básicamente, este arco de Injection nos cuenta qué pasa cuando un elemento sobrenatural emerge de manera inesperada y disruptiva en el mundo hiper-tecno de hoy. Hay un juego muy interesante entre la tecnología de recontra-punta que maneja Brigid y la amenaza que debe investigar y -en lo posible- desactivar. La tradición oral, la naturaleza (lo que queda de la naturaleza), la propia disposición geográfica de los moros británicos parecen jugar a favor del misticismo, de lo inexplicable, pero hay gente muerta, y entonces alguien (en lo posible alguien racional) tiene que intervenir. Y ahí va Brigid, implacable, a vérselas con entuerto que parece superarla por todos lados.
El arco está un poquito estirado (por ahí con 20 páginas menos sería más impactante), pero Ellis siempre te hace llevadera la lectura con su manejo magistral de los diálogos, y con los personajes secundarios que acompañan (o complican) a Brigid. El dibujo de Declan Shalvey no es ni muy virtuoso ni muy espectacular, pero se pone muy bien al servicio del relato, acompaña sin fisuras lo que Ellis nos quiere contar. La genial colorista Jordie Bellaire le aporta un toque de magia al dibujo de Shalvey, y entre los dos logran una faz visual que no marca un antes y un después de nada, pero que se disfruta sin ninguna dificultad. Aca las claves son manejar el tempo de la narración para sostener la intriga y la sensación de "se está por ir todo a la mierda" y sobre todo lograr que los personajes sean expresivos. Y la verdad que Shalvey cumple más que dignamente en ambos rubros.
Una pena que no haya más Injection. La pasé bárbaro con estos tres tomitos y -sobre todo con este tercero- me quedó clarísimo que la consigna de la serie daba para mucho más de lo que llegamos a ver en estos 15 episodios. Warren, Declan, déjense de joder y retomen Injection, que acá tienen un comprador asegurado.
El maestro paraguayo Roberto Goiriz es uno de los autores latinoamericanos que aparecen con cierta regularidad en Aces Weekly, la antología digital que dirige el legendario David Lloyd. El año pasado, poco después de completar una aventura de su nuevo personaje en dicha publicación, Goiriz la compiló en un libro a todo color llamado Caín: Marca Mortal. Ojo, no se parece mucho a las recopilaciones de material de la Aces Weekly a las que nos acostumbró Loco Rabia con los tomos de Ladrones y Mazmorras (de Rodolfo Santullo y Jok): esos eran libros bastante voluminosos, que reunían varios episodios completos, y que utilizaban el formato de página vertical, de modo que en cada página entraban dos de las que ofrece Aces Weekly a sus lectores. Goiriz, en cambio, decidió armar un libro con solo 23 páginas de historieta, en el formato de la antología británica, es decir, apaisado. Está buenísimo para apreciar el dibujo del maestro en un tamaño bastante más grande que el habitual, pero se lee muy rápido y -lógicamente- para completar las 40 páginas que ofrece el libro, hay un montón de relleno (carátulas, prólogo, detalles acerca del backstage revelados por el autor, etc.). Es una edición muy cuidada, que le valió a Goiriz el premio a la Mejor Historieta Paraguaya del año, pero a mí me copa más cuando los libros traen mucha historieta para leer.
En este arco tenemos la presentación del personaje, que se apoya en una consigna muy ganchera: Caín, el hijo de Adán y Eva y asesino de su hermano Abel, es inmortal y actualmente vive en una gran metrópolis (probablemente de Inglaterra) donde trabaja como detective privado. Hasta ahí, todo genial. Después, la trama propiamente dicha me atrapó menos. Hay seres sobrenaturales entre los mortales, y como en toda aventura convencional, habrá un combate entre los buenos y los malos. Caín, en busca de la redención, está claramente del lado de los buenos y no hay siquiera un atisbo de ambigüedad al respecto. Ayuda a la (cuasi) arquetípica damisela en peligro, es amigo de un ángel y hasta tiene buena onda con la policía. Sin dudas una caracterización demasiado lineal para un personaje que ofrece ese nivel de complejidad. Pero bueno, la historia es breve, hay páginas con muy pocas viñetas, y por ahí el ritmo de publicación de un semanario no es el más amistoso para ahondar en la psiquis de los personajes. Hay que ir rápido al nudo, al kilombo, a la acción de palo-y-palo, que en esta historia por suerte no escasea.
Seguramente el principal atractivo para quien se acerque a Caín: Marca Mortal será el dibujo de Goiriz, esa combinación entre una estética clásica, elegante, sin sobresaltos, y un trabajo muy personal y muy bien logrado en el color. La puesta en página toma riesgos solo cuando la historia lo requiere, el texto está bien dosificado, y hay un solo momento, cerca del final, donde se nota que a Goiriz le cae la ficha de que tiene que cerrar el relato en poquísimo espacio y mete una cantidad brutal de viñetas (en las que pasan un montón de cosas) en apenas dos páginas. Veremos cómo evoluciona esta serie en futuras entregas. Y tengo otros trabajos de Roberto Goiriz para leer, en la pila de los pendientes.
Nada más, por hoy. La seguimos pronto acá, en el canal de YouTube, en el sitio web o en la fundamentalísima Comiqueando Digital.
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