domingo, 18 de mayo de 2025
DOMINGO ELECTORAL
Hoy hubo elecciones legislativas en la ciudad de Buenos Aires y, para variar, ganó la derecha, esta vez en su vertiente más grotesca, más ignorante, más mamarrachesca. Se me cae la cara de vergüenza por ser porteño e identificarme con una ciudad que vota a estos engendros, pero bueno... me recluyo en mi estudio a escribir y hablar sobre comics.
Modernas y Profundas es un hermoso álbum de 1990, que compila historias cortas del insondable Guillem Cifré, un autor barcelonés nacido en 1952 y fallecido en 2014. Durante varios años, Cifré militó en el underground español, y a partir del inicio de los ´80, aportó historias cortas a revistas mitológicas como El Víbora y Cairo, y también a otras menos conocidas como Madriz, y otras que no eran revistas de comics, pero incluían algunas paginitas de historietas o de ilustraciones. Nunca fue de los autores más populares, nunca realizó una serie con personajes recurrentes, y este es su único álbum. O sea que si las revistas de comics vanguardistas de los ´80 son medio un nicho, o un ghetto para pocos, con Cifré nos metemos en el ghetto del ghetto, en un autor minoritario dentro de un nicho minoritario.
Y la explicación para esto es que Cifré estaba totalmente loco, o por lo menos dibujaba como si lo estuviera. No son tantas las historietas de Modernas y Profundas en las que se zarpa con la puesta en página. En general, opta por grillas y básicas despliega las viñetas de manera bastante lineal, y hasta me atrevo a decir "clásicas". Pero tanto los argumentos como el trazo de este animalito hacen gala de una pulsión totalmente rupturista, en la que conviven el nonsense, el grotesco, la mala leche, el delirio y la sátira social.
El martes voy a publicar en el sitio web de Comiqueando un artículo un poco más extenso acerca de este álbum, pero quiero subrayar lo impactante del dibujo de Cifré... que es algo difícil de desvincular de las cosas que narra en sus historias. Que son básicamente secuencias donde las cosas se rompen, estallan, se transforman o se degluten unas a otras. La más "tradicional" debe ser "Venganza", tres páginas de 12 cuadros cada una protagonizadas por un perro que se mete en un convento lleno de monjas y se las empoma a todas. El resto de los argumentos tiene menos explicación, menos sentido, pero no menos gracia, porque Cifré sabe ponerle al delirio y a lo imposible un toque caricaturesco que resulta muy atractivo.
Y después podemos hablar siglos de las técnicas gráficas que emplea, desde el obvio claroscuro, hasta collages alucinantes, historias donde tienen mucho peso los grises logrados con tramas mecánicas, otras donde entran en juego e pincel y las aguadas, momentos en los que el crosshatching te agobia, momentos en los que desaparece, onomatopeyas salvajes, páginas que parecen estar dibujadas con liquid paper sobre hojas negras... Todo es impredecible en el mágico mundo de Cifré, y el tratamiento visual de las historietas no es para nada la excepción. El tipo tenía una habilidad especial para observar la realidad y distorsionarla con los filtros locos de su propio subconsciente, para mezclarla con sueños, pesadillas, alucinaciones y cierto toque entre siniestro y burlón. Un monstruo al que siempre está bueno revisitar, a ver si algún día se lo valora en un nivel acorde a su talento.
Y un poco lo contrario pasa con el autor del otro libro que tengo para reseñar: The Rocketeer: Cliff´s New York Adventure. Nadie discute que Dave Stevens (1955-2008) fue un dibujante extraordinario, un capo absoluto a la hora de ponerle realismo académico a la aventura, un tipo que manejaba a la perfección la anatomía, la iluminación, la documentación que utilizaba en sus historias (que transcurrían en 1938), que sabía narrar de manera clara, dinámica, atrapante... Peeeero (era obvio que venía el "pero") era un dibujante lentísimo, de una producción sumamente escasa, al que le costaba horrores apoyar el culo en la silla y darle al lápiz aunque sea un par de horas por día. Por eso hay tanta gente que no lo ubica, más allá de la modesta chapa de The Rocketeer y de ese núcleo duro de coleccionistas que pagan fortunas por cualquier revista que tenga una portada ilustrada por Stevens. La verdad es que su obra es mucho más chiquita que su leyenda, lo cual es una pena. Incluso este libro, que recopila los tres números de la revista Rocketeer Adventure Magazine, requirió de la participación de otros dos dibujantes (ambos brillantes) como Sandy Plunkett y Arthur Adams, porque si no era imposible ponerle fin a la saga. Stevens empezó esta historia en 1988 y la terminó, con la colaboración de los dos invitados de lujo, en 1995. Y son 56 páginas de historieta, no 200 ni 300.
Y lo otro a destacar es que el guion es... limitado. No llega a pobre, pero tampoco es una cima del comic de aventuras. Tiene situaciones entretenidas, personajes copados pero -supongo que para dibujar menos- Stevens mete mucho guion en poco espacio y nos encontramos con algunas páginas repletas de viñetas chiquitas y toneladas de texto... lo cual obviamente lastra un poco la narración. La trama de la New York Adventure arranca en serio cuando ya van unas cuantas páginas de peripecias e histeriqueos innecesarios (aunque con diálogos divertidos) y no es particularmente impactante. Lo más notable es cómo Stevens nos siembra un montón de pistas para que descubramos que ese millonario enigmático, que maneja guita, armas, recursos y contactos, en realidad es... The Shadow. Sí, para Stevens, las aventuras de Rocketeer transcurrían en el mismo mundo pulp que el del famoso personaje de Walter B. Gibson, al que no podía mostrar con su atuendo más icónico, ni llamar por su nombre, porque obviamente no tenía los derechos. Pero a lo largo de este arco, queda claro que el protagonista es este tal "Jonas", y Cliff es un secundario que va donde sopla el viento.
Bien por Dark Horse que puso lo que había que poner para que esta historia, que Stevens había empezado en la editorial Comico, tuviera por fin un final. Leída hoy, solo nos queda el dibujo como atractivo real para buscarla y atesorarla, junto a la otra graphic novel de Rocketeer, la que editó Eclipse con el material que Stevens había serializado en distintas revistas de la editorial Pacific. Pero bueno, estamos hablando de unas cuantas páginas dibujadas a un nivel glorioso por Dave Stevens, y las restantes a cargo de Arthur Adams y Sandy Plunkett, que es como que se lesione Julián Álvarez y lo reemplace Lautaro Martínez.
Nada más, por hoy. Vuelvo al maravilloso mundo de la Comiqueando Digital, a laburar para que el nº11 salga a fines de Junio. Gracias, hasta pronto, y si sos de Capital y votaste a Manuel Adorni, tratá de conseguir un cirujano que te extirpe el tumor fecal que te salió en el cerebro.
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3 comentarios:
Y mientras tanto murió el negro Luther Stickell, Jim Phelps tiene un hijo llamado justo igual, y por fin se sabe lo que era la famosa pata de conejo de la 3 gracias al preestreno online de Mission: Impossible 8, esperando que sea finalmente la última película de la saga autochoreo porque el gordo de Tomás Crucero no da para más tras gastar tantos cartuchos repetidos en treinta años sin morir jamás.
Esa colección de "misión imposible" es la gloria. Me faltan varias y hace tiempo no veo ninguna en Ciudad de Buenos Aires. En su lugar, el paisaje urbano-social-político abunda en monstruos prehistóricos más grotescos que los de Cifré. Alguna idea de dónde encontrarlas?
A veces aparece alguno en Sector 2814.
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